Marcel Proust
Le Côté de Guermantes -- [El mundo de Guermantes]
Edición bilingüe, francés-español, de Miguel Garci-Gomez
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Première partie

«El piar de los pájaros...»

Le pépiement matinal des oiseaux semblait insipide à Françoise. Chaque parole des «bonnes» la faisait sursauter; incommodée par tous leurs pas, elle s′interrogeait sur eux; c′est que nous avions déménagé. Certes les domestiques ne remuaient pas moins, dans le «sixième» de notre ancienne demeure; mais elle les connaissait; elle avait fait de leurs allées et venues des choses amicales. Maintenant elle portait au silence même une attention douloureuse. Et comme notre nouveau quartier paraissait aussi calme que le boulevard sur lequel nous avions donné jusque-là était bruyant, la chanson (distincte de loin, quand elle est faible, comme un motif d′orchestre) d′un homme qui passait, faisait venir des larmes aux yeux de Françoise en exil. Aussi, si je m′étais moqué d′elle qui, navrée d′avoir eu à quitter un immeuble où l′on était «si bien estimé, de partout» et où elle avait fait ses malles en pleurant, selon les rites de Combray, et en déclarant supérieure à toutes les maisons possibles celle qui avait été la nôtre, en revanche, moi qui assimilais aussi difficilement les nouvelles choses que j′abandonnais aisément les anciennes, je me rapprochai de notre vieille servante quand je vis que l′installation dans une maison où elle n′avait pas reçu du concierge qui ne nous connaissait pas encore les marques de considération nécessaires à sa bonne nutrition morale, l′avait plongée dans un état voisin du dépérissement. Elle seule pouvait me comprendre; ce n′était certes pas son jeune valet de pied qui l′eût fait; pour lui qui était aussi peu de Combray que possible, emménager, habiter un autre quartier, c′était comme prendre des vacances où la nouveauté des choses donnait le même repos que si l′on eût voyagé; il se croyait à la campagne; et un rhume de cerveau lui apporta, comme un «coup d′air» pris dans un wagon où la glace ferme mal, l′impression délicieuse qu′il avait vu du pays; à chaque éternuement, il se réjouissait d′avoir trouvé une si chic place, ayant toujours désiré des maîtres qui voyageraient beaucoup. Aussi, sans songer à lui, j′allai droit à Françoise; comme j′avais ri de ses larmes à un départ qui m′avait laissé indifférent, elle se montra glaciale à l′égard de ma tristesse, parce qu′elle la partageait. Avec la «sensibilité» prétendue des nerveux grandit leur égoî²­e; ils ne peuvent supporter de la part des autres l′exhibition des malaises auxquels ils prêtent chez eux-mêmes de plus en plus d′attention. Françoise, qui ne laissait pas passer le plus léger de ceux qu′elle éprouvait, si je souffrais détournait la tête pour que je n′eusse pas le plaisir de voir ma souffrance plainte, même remarquée. Elle fit de même dès que je voulus lui parler de notre nouvelle maison. Du reste, ayant dû au bout de deux jours aller chercher des vêtements oubliés dans celle que nous venions de quitter, tandis que j′avais encore, à la suite de l′emménagement, de la «température» et que, pareil à un boa qui vient d′avaler un boeuf, je me sentais péniblement bossué par un long bahut que ma vue avait à «digérer», Françoise, avec l′infidélité des femmes, revint en disant qu′elle avait cru étouffer sur notre ancien boulevard, que pour s′y rendre elle s′était trouvée toute «déroutée», que jamais elle n′avait vu des escaliers si mal commodes, qu′elle ne retournerait pas habiter là-bas «pour un empire» et lui donnât-on des millions — hypothèse gratuite — que tout (c′est-à-dire ce qui concernait la cuisine et les couloirs) était beaucoup mieux «agencé» dans notre nouvelle maison. Or, il est temps de dire que celle-ci — et nous étions venus y habiter parce que ma grand′mère ne se portant pas très bien, raison que nous nous étions gardés de lui donner, avait besoin d′un air plus pur —était un appartement qui dépendait de l′hôtel de Guermantes. El piar matinal de los pájaros le parecía insípido a Francisca. Cada palabra de las chicas la hacía sobresaltarse; molesta por todos sus pasos, interrogábase a cuenta de ellos; es que nos habíamos mudado de casa. Verdad es que las criadas no bullían menos en el sexto de nuestra antigua morada; pero Francisca las conocía; había hecho de sus idas y venidas cosas amigas. Ahora prestaba hasta al silencio una atención dolorosa. Y como nuestro nuevo barrio parecía tan tranquilo como ruidoso era el bulevar a que hasta entonces había dado nuestra casa, la canción (distinta de lejos, cuando es débil, como un motivo de orquesta) de un hombre que pasaba hacía acudir las lágrimas a los ojos de la desterrada Francisca. Así, si me había burlado de ella afligida por haber tenido que dejar un inmueble donde era uno tan bien mirado por todo el mundo y en el que ella había hecho sus maletas llorando, según los ritos de Combray, y declarando superior a todas las casas posibles la que había sido la nuestra—, en desquite, yo, que asimilaba tan fácilmente las cosas nuevas como abandonaba fácilmente las antiguas, me reconcilié con nuestra vieja criada cuando vi que la instalación en una casa en que no había recibido del portero, que aún no nos conocía, las muestras de consideración necesarias para su buena nutrición moral, la había sumido en un estado próximo a la extenuación. Sólo ella podía comprenderme; no hubiera sido, evidentemente, su joven lacayo quien me comprendiese; para él, que tenía de Combray lo menos posible, mudarse de casa, irse a vivir a otro barrio, venía a ser como tomarse unas vacaciones en que la novedad de las cosas daba el mismo reposo que si se hubiera viajado; creía estar en el campo, y un catarro de cabeza le trajo, como un aire pillado en un vagón en que cierra mal el cristal de la ventanilla, la impresión deliciosa de que había visto el campo; a cada estornudo se congratulaba de haber encontrado una colocación tan distinguida, habiendo como había deseado siempre tener unos señores que viajasen mucho. Así, sin pensar en él, yo me iba derecho a Francisca; como me había reído de sus lágrimas en una partida que a mí me había dejado indiferente, se mostró glacial respecto de mi tristeza, precisamente porque la compartía Con la supuesta sensibilidad de los nerviosos aumenta su egoísmo; no pueden soportar por parte de los demás la exhibición del malestar a que en sí mismos prestan mayor atención cada vez. Francisca, que no dejaba pasar el más ligero de los que sentía ella, si yo sufría volvía a otro lado la cabeza, porque yo no tuviese el placer de ver mi sufrimiento compadecido, ni siquiera notado. Lo mismo hizo en cuanto quise hablarle de nuestra nueva casa. Por lo demás, como al cabo de dos días hubiese tenido que ir a buscar alguna ropa que había quedado olvidada en la casa que acabábamos de dejar, mientras yo tenía aún, a consecuencia de la mudanza, temperatura, y, como una boa que acabara de tragarse un buey, me sentía penosamente abollado por un largo baúl que mi vista tenía que digerir, Francisca, con la infidelidad de las mujeres, volvió diciendo que había creído ahogarse en nuestro antiguo bulevar, que para llegar hasta él se había encontrado completamente despistada, que no había visto nunca escaleras más incómodas, que jamás volvería a vivir allí ni por un imperio, ni aunque le diesen millones —hipótesis gratuitas—, que todo (es decir, lo que concernía a la cocina y a los corredores) estaba mucho mejor apañado en nuestra nueva casa. Ahora bien, es tiempo de decir que ésta —y habíamos venido a vivir a ella porque como mi abuela no se encontraba muy bien, razón que nos habíamos guardado de darle, necesitaba aire más puro— era un piso que pertenecía al hotel de Guermantes.
A l′âge où les Noms, nous offrant l′image de l′inconnaissable que nous avons versé en eux, dans le même moment où ils désignent aussi pour nous un lieu réel, nous forcent par là à identifier l′un à l′autre au point que nous partons chercher dans une cité une âme qu′elle ne peut contenir mais que nous n′avons plus le pouvoir d′expulser de son nom, ce n′est pas seulement aux villes et aux fleuves qu′ils donnent une individualité, comme le font les peintures allégoriques, ce n′est pas seulement l′univers physique qu′ils diaprent de différences, qu′ils peuplent de merveilleux, c′est aussi l′univers social: alors chaque château, chaque hôtel ou palais fameux a sa dame, ou sa fée, comme les forêts leurs génies et leurs divinités les eaux. Parfois, cachée au fond de son nom, la fée se transforme au gré de la vie de notre imagination qui la nourrit; c′est ainsi que l′atmosphère où Mme de Guermantes existait en moi, après n′avoir été pendant des années que le reflet d′un verre de lanterne magique et d′un vitrail d′église, commençait à éteindre ses couleurs, quand des rêves tout autres l′imprégnèrent de l′écumeuse humidité des torrents. A la edad en que los Nombres, al ofrecernos la imagen de lo incognoscible que en ellos hemos depositado, en el momento mismo en que designan también para nosotros un lugar real, nos obligan con ello a identificar lo uno con lo otro, hasta el punto de que nos echamos a buscar en una ciudad una alma que no puede contener, pero que ya no podemos expulsar de su nombre, no es solo que den a los pueblos y a los ríos una individualidad, como hacen las pinturas alegóricas; no es sólo el universo físico lo que matizan de diferencias, lo que pueblan de elementos maravillosos, sino también el universo social: entonces, cada castillo, cada hotel o palacio famosos tiene su dama, o su hada, como los bosques sus genios y sus divinidades las aguas. A veces, escondida en el fondo de su nombre, el hada se transforma al capricho de la vida de nuestra imaginación que la nutre; así como la atmósfera en que la señora de Guermantes existía en mí, después de no haber sido durante años enteros más que el reflejo de un cristal de linterna mágica y de un vitral de iglesia, empezaba a apagar sus colores cuando sueños por completo diferentes la impregnaron de la espumosa humedad de los torrentes.
Cependant, la fée dépérit si nous nous approchons de la personne réelle à laquelle correspond son nom, car, cette personne, le nom alors commence à la refléter et elle ne contient rien de la fée; la fée peut renaître si nous nous éloignons de la personne; mais si nous restons auprès d′elle, la fée meurt définitivement et avec elle le nom, comme cette famille de Lusignan qui devait s′éteindre le jour où disparaîtrait la fée Mélusine. Alors le Nom, sous les repeints successifs duquel nous pourrions finir par retrouver à l′origine le beau portrait d′une étrangère que nous n′aurons jamais connue, n′est plus que la simple carte photographique d′identité à laquelle nous nous reportons pour savoir si nous connaissons, si nous devons ou non saluer une personne qui passe. Mais qu′une sensation d′une année d′autrefois — comme ces instruments de musique enregistreurs qui gardent le son et le style des différents artistes qui en jouèrent — permette à notre mémoire de nous faire entendre ce nom avec le timbre particulier qu′il avait alors pour notre oreille, et ce nom en apparence non changé, nous sentons la distance qui sépare l′un de l′autre les rêves que signifièrent successivement pour nous ses syllabes identiques. Pour un instant, du ramage réentendu qu′il avait en tel printemps ancien, nous pouvons tirer, comme des petits tubes dont on se sert pour peindre, la nuance juste, oubliée, mystérieuse et fraîche des jours que nous avions cru nous rappeler, quand, comme les mauvais peintres, nous donnions à tout notre passé étendu sur une même toile les tons conventionnels et tous pareils de la mémoire volontaire. Or, au contraire, chacun des moments qui le composèrent employait, pour une création originale, dans une harmonie unique, les couleurs d′alors que nous ne connaissons plus et qui, par exemple, me ravissent encore tout à coup si, grâce à quelque hasard, le nom de Guermantes ayant repris pour un instant après tant d′années le son, si différent de celui d′aujourd′hui, qu′il avait pour moi le jour du mariage de Mlle Percepied, il me rend ce mauve si doux, trop brillant, trop neuf, dont se veloutait la cravate gonflée de la jeune duchesse, et, comme une pervenche incueillissable et refleurie, ses yeux ensoleillés d′un sourire bleu. Et le nom de Guermantes d′alors est aussi comme un de ces petits ballons dans lesquels on a enfermé de l′oxygène ou un autre gaz: quand j′arrive à le crever, à en faire sortir ce qu′il contient, je respire l′air de Combray de cette année-là, de ce jour-là, mêlé d′une odeur d′aubépines agitée par le vent du coin de la place, précurseur de la pluie, qui tour à tour faisait envoler le soleil, le laissait s′étendre sur le tapis de laine rouge de la sacristie et le revêtir d′une carnation brillante, presque rose, de géranium, et de cette douceur, pour ainsi dire wagnérienne, dans l′allégresse, qui conserve tant de noblesse à la festivité. Mais même en dehors des rares minutes comme celles-là, où brusquement nous sentons l′entité originale tressaillir et reprendre sa forme et sa ciselure au sein des syllabes mortes aujourd′hui, si dans le tourbillon vertigineux de la vie courante, où ils n′ont plus qu′un usage entièrement pratique, les noms ont perdu toute couleur comme une toupie prismatique qui tourne trop vite et qui semble grise, en revanche quand, dans la rêverie, nous réfléchissons, nous cherchons, pour revenir sur le passé, à ralentir, à suspendre le mouvement perpétuel où nous sommes entraînés, peu à peu nous revoyons apparaître, juxtaposées, mais entièrement distinctes les unes des autres, les teintes qu′au cours de notre existence nous présenta successivement un même nom. El hada, sin embargo, se esfuma si nos acercamos a la persona real a que corresponde su nombre, porque entonces el Nombre empieza a reflejar a esa persona, y ésta no contiene nada del hada; el hada puede renacer si nos alejamos de la persona, mas si permanecemos cerca de ésta, el hada, se muere definitivamente y con ella el nombre, como aquella familia de Lusignan que había de extinguirse el día en que desapareciese el hada Melusina. Entonces el Nombre, bajo cuyos sucesivos revocos podríamos acabar por encontrar de nuevo en su origen el hermoso retrato de tina extraña a quien jamás hayamos conocido, ya no es sino la simple tarjeta fotográfica de identidad a la que nos referimos para saber si conocemos, si debemos saludar o no a una persona que pasa. Pero que una sensación de un año pretérito —como esos instrumentos musicales registradores que conservan el son y el estilo de los diferentes artistas que los han tañido— permita a nuestra memoria que nos haga oír el nombre con el timbre particular que entonces tenía para nuestro oído ese nombre que en apariencia no ha cambiado, y sentimos la distancia que separa entre sí a los sueños que significaron sucesivamente para nosotros sus sílabas idénticas. Por un instante, del gorjear nuevamente oído que tenía en tal antigua primavera, podemos extraer, como de los tubitos, de que se sirve uno para pintar, el matiz exacto, olvidado, misterioso y fresco de los días que habíamos creído recordar cuando, como los malos pintores, dábamos a todo nuestro pasado extendido sobre un mismo lienzo los tonos convencionales y de unánime semejanza de la memoria voluntaria. Ahora bien, si, por el contrario, cada uno de los momentos que lo compusieron emplease, para una creación original, en una armonía única, los colores de entonces que ya no conocemos y que, por ejemplo, me arrebatan todavía súbitamente si, gracias a una casualidad, el nombre de Guermantes, el haber recuperado por un instante después de tantos años el son, tan diferente al de hoy, que tenía para mí el día de la boda de la señorita de Percepied, me devuelve aquel malva tan suave, demasiado brillante, demasiado nuevo, con que se aterciopelaba la abultada corbata de la duquesita y como una pervinca inaprensible yreflorecida, sus ojos soleados por una sonrisa azul. Y el nombre de Guermantes de entonces es también como uno de esos globitos en que se ha encerrado oxígeno o algún otro gas: cuando llego a agujerearlo, a hacer salir de él lo que contiene, respiro el aire de Combray de aquel año, de aquel día, mezclado a un olor de espinos blancos agitado por el viento del ángulo de la plaza, precursor de la lluvia, que alternativamente hacía desvanecerse al sol, le dejaba extenderse sobre el tapiz de lana roja de la sacristía y revestirlo de una carnación brillante, rosa casi, de geranio, y de esa dulzura wagneriana, por así decirlo, en la alegría, que conserva tanta nobleza a la festividad. Pero aun fuera de los raros minutos como esos en que bruscamente sentimos que la entidad original se estremece yrecobra su forma ysu cinceladura en el seno de las sílabas hoy muertas; si, en el torbellino vertiginoso de la vida corriente en que ya no tienen más que un uso enteramente práctico, los nombres han perdido todo color como una peonza prismática que gira demasiado aprisa y que parece gris, en desquite, cuando, ensoñando, reflexionamos, tratamos, para volver sobre el pasado, de moderar, de suspender el movimiento perpetuo en que somos arrastrados, poco a poco volvemos a ver que aparecen de nuevo, yuxtapuestos, pero enteramente distintos unos de otros, los matices que en el curso de nuestra existencia nos presentó sucesivamente un mismo nombre.
Sans doute quelque forme se découpait à mes yeux en ce nom de Guermantes, quand ma nourrice — qui sans doute ignorait, autant que moi-même aujourd′hui, en l′honneur de qui elle avait été composée — me berçait de cette vieille chanson: Gloire à la Marquise de Guermantes ou quand, quelques années plus tard, le vieux maréchal de Guermantes remplissant ma bonne d′orgueil, s′arrêtait aux Champs-Élysées en disant: «Le bel enfant!» et sortait d′une bonbonnière de poche une pastille de chocolat, cela je ne le sais pas. Ces années de ma première enfance ne sont plus en moi, elles me sont extérieures, je n′en peux rien apprendre que, comme pour ce qui a eu lieu avant notre naissance, par les récits des autres. Mais plus tard je trouve successivement dans la durée en moi de ce même nom sept ou huit figures différentes; les premières étaient les plus belles: peu à peu mon rêve, forcé par la réalité d′abandonner une position intenable, se retranchait à nouveau un peu en deçà jusqu′à ce qu′il fût obligé de reculer encore. Et, en même temps que Mme de Guermantes, changeait sa demeure, issue elle aussi de ce nom que fécondait d′année en année telle ou telle parole entendue qui modifiait mes rêveries, cette demeure les reflétait dans ses pierres mêmes devenues réfléchissantes comme la surface d′un nuage ou d′un lac. Un donjon sans épaisseur qui n′était qu′une bande de lumière orangée et du haut duquel le seigneur et sa dame décidaient de la vie et de la mort de leurs vassaux avait fait place — tout au bout de ce «côté de Guermantes» où, par tant de beaux après-midi, je suivais avec mes parents le cours de la Vivonne —à cette terre torrentueuse où la duchesse m′apprenait à pêcher la truite et à connaître le nom des fleurs aux grappes violettes et rougeâtres qui décoraient les murs bas des enclos environnants; puis ç‘avait été la terre héréditaire, le poétique domaine où cette race altière de Guermantes, comme une tour jaunissante et fleuronnée qui traverse les âges, s′élevait déjà sur la France, alors que le ciel était encore vide là où devaient plus tard surgir Notre–Dame de Paris et Notre–Dame de Chartres; alors qu′au sommet de la colline de Laon la nef de la cathédrale ne s′était pas posée comme l′Arche du Déluge au sommet du mont Ararat, emplie de Patriarches et de Justes anxieusement penchés aux fenêtres pour voir si la colère de Dieu s′est apaisée, emportant avec elle les types des végétaux qui multiplieront sur la terre, débordante d′animaux qui s′échappent jusque par les tours où des boeufs, se promenant paisiblement sur la toiture, regardent de haut les plaines de Champagne; alors que le voyageur qui quittait Beauvais à la fin du jour ne voyait pas encore le suivre en tournoyant, dépliées sur l′écran d′or du couchant, les ailes noires et ramifiées de la cathédrale. C′était, ce Guermantes, comme le cadre d′un roman, un paysage imaginaire que j′avais peine à me représenter et d′autant plus le désir de découvrir, enclavé au milieu de terres et de routes réelles qui tout à coup s′imprégneraient de particularités héraldiques, à deux lieues d′une gare; je me rappelais les noms des localités voisines comme si elles avaient été situées au pied du Parnasse ou de l′Hélicon, et elles me semblaient précieuses comme les conditions matérielles — en science topographique — de la production d′un phénomène mystérieux. Je revoyais les armoiries qui sont peintes aux soubassements des vitraux de Combray et dont les quartiers s′étaient remplis, siècle par siècle, de toutes les seigneuries que, par mariages ou acquisitions, cette illustre maison avait fait voler à elle de tous les coins de l′Allemagne, de l′Italie et de la France: terres immenses du Nord, cités puissantes du Midi, venues se rejoindre et se composer en Guermantes et, perdant leur matérialité, inscrire allégoriquement leur donjon de sinople ou leur château d′argent dans son champ d′azur. J′avais entendu parler des célèbres tapisseries de Guermantes et je les voyais, médiévales et bleues, un peu grosses, se détacher comme un nuage sur le nom amarante et légendaire, au pied de l′antique forêt où chassa si souvent Childebert et ce fin fond mystérieux des terres, ce lointain des siècles, il me semblait qu′aussi bien que par un voyage je pénétrerais dans leurs secrets, rien qu′en approchant un instant à Paris Mme de Guermantes, suzeraine du lieu et dame du lac, comme si son visage et ses paroles eussent dû posséder le charme local des futaies et des rives et les mêmes particularités séculaires que le vieux coutumier de ses archives. Mais alors j′avais connu Saint–Loup; il m′avait appris que le château ne s′appelait Guermantes que depuis le XVIIe siècle où sa famille l′avait acquis. Elle avait résidé jusque-là dans le voisinage, et son titre ne venait pas de cette région. Le village de Guermantes avait reçu son nom du château, après lequel il avait été construit, et pour qu′il n′en détruisît pas les perspectives, une servitude restée en vigueur réglait le tracé des rues et limitait la hauteur des maisons. Quant aux tapisseries, elles étaient de Boucher, achetées au XIXe siècle par un Guermantes amateur, et étaient placées, à côté de tableaux de chasse médiocres qu′il avait peints lui-même, dans un fort vilain salon drapé d′andrinople et de peluche. Par ces révélations, Saint–Loup avait introduit dans le château des éléments étrangers au nom de Guermantes qui ne me permirent plus de continuer à extraire uniquement de la sonorité des syllabes la maçonnerie des constructions. Alors au fond de ce nom s′était effacé le château reflété dans son lac, et ce qui m′était apparu autour de Mme de Guermantes comme sa demeure, ç‘avait été son hôtel de Paris, l′hôtel de Guermantes, limpide comme son nom, car aucun élément matériel et opaque n′en venait interrompre et aveugler la transparence. Comme l′église ne signifie pas seulement le temple, mais aussi l′assemblée des fidèles, cet hôtel de Guermantes comprenait tous ceux qui partageaient la vie de la duchesse, mais ces intimes que je n′avais jamais vus n′étaient pour moi que des noms célèbres et poétiques, et, connaissant uniquement des personnes qui n′étaient elles aussi que des noms, ne faisaient qu′agrandir et protéger le mystère de la duchesse en étendant autour d′elle un vaste halo qui allait tout au plus en se dégradant. No sé, desde luego, qué forma se recortaba ante mis ojos en este nombre de Guermantes cuando mi nodriza —que sin duda ignoraba, tanto como yo lo ignoro hoy, en honor de quién había sido compuesta— me brezaba con la antigua canción: Gloria a la Marquesa de Guermantes, o cuando, arios más tarde, el viejo mariscal de Guermantes, llenando de orgullo a mi niñera, se detenía en los Campos Elíseos diciendo: «¡Qué chico más guapo!», y sacaba de tina bombonera de bolsillo una pastilla de chocolate. Esos años de mi primera infancia ya no están en mí, me son exteriores, nada puedo aprender de ellos si no es, como pasa con lo que ha ocurrido antes de nuestro nacimiento, por lo que los demás cuentan. Pero más tarde encuentro sucesivamente, en la perduración de ese mismo nombre en mí, siete u ocho figuras diferentes; las primeras eran las más hermosas: poco a poco, mi ensueño, forzado por la realidad a abandonar una posición insostenible, se atrincheraba de nuevo un poco más acá, hasta que se viese obligado a retroceder todavía más. Y al mismo tiempo que la señora de Guermantes cambiaba de morada, surgida igualmente de ese nombre que fecundaba de año en año tal o cual frase oída que modificaba mis ensueños, esa morada los reflejaba en sus mismas piedras que se habían tornado reverberantes como la superficie de una nube o de un lago. Un torreón sin espesor, que no era más que una faja de luz anaranjada, desde lo alto del cual el señor y su dama decidían de la vida y de la muerte de sus vasallos, había cedido su puesto —al final de aquel «lado de Guermantes» en que tantas hermosas tardes seguía yo con mis padres el curso del Vivona— a esta tierra torrentosa en que la duquesa me enseñaba a pescar truchas y a conocer el nombre de las flores que en racimos violetas y rojizos decoraban los muros bajos de los cercados de en torno; después había sido la tierra hereditaria, el poético dominio en que aquella altiva raza de Guermantes, como una torre amarillenta y cubierta de florones que atraviesa las edades, se alzaba ya sobre Francia cuando el cielo- estaba todavía vacío, allí donde habían de surgir más tarde Nuestra Señora de París y Nuestra Señora de Chartres, mientras que en la cima de la colina de Laon no se había posado aún la nave de la catedral como el Arca del Diluvio en la cima del monte Ararat, llena de Patriarcas y de justos ansiosamente asomados a las ventanas para ver si la cólera de Dios se ha aplacado, llevando consigo los tipos de los vegetales que habrán de multiplicarse sobre la tierra, desbordante de animales que se escapan hasta por las torres sobre cuyo techo se pasean tranquilamente los bueyes contemplando desde lo alto las llanuras de la Champaña; cuando el viajero que dejaba Beauvais a la caída del día aún no veía que le siguiesen dando vueltas, desplegadas sobre la pantalla de oro del poniente, las alas negras y ramificadas de la catedral. Era aquel Guermantes como el marco de una novela, un paisaje imaginario que me costaba trabajo representarme y que, por lo mismo, sentía más deseos de descubrir, enclavado en medio de tierras y de caminos reales que de pronto se impregnarían de particularidades heráldicas, a dos leguas de una estación; recordaba yo el nombre de las localidades próximas como si hubiesen estado situadas al pie del Parnaso o del Helicón, y me parecían preciosas como las condiciones materiales —en ciencia topográfica— de la producción de un fenómeno misterioso. Volvía a ver los escudos de armas pintados en los basamentos de los vitrales de Combray, cuyos cuarteles se habían llenado, siglo tras siglo, con todos los señoríos que, por matrimonios o por adquisiciones, había hecho volar hacia sí aquella ilustre casa desde todos los rincones de Alemania de Italia y de Francia: tierras inmensas del Norte, poderosas ciudades del Mediodía, que habían venido a unirse y a trabarse en Guermantes y perdiendo su materialidad, a inscribir alegóricamente su torre de sinople o su castillo de plata en su campo de azur. Había oído yo hablar de las célebres tapicerías de Guermantes ylas veía, medievales yazules, un poco gruesas, destacarse como una nube sobre el nombre amaranto y legendario, al pie de la antigua selva en que Childeberto cazó con tanta frecuencia, y ante aquel fino fondo misterioso de las tierras, aquellas lejanías de siglos, me parecía que había de penetrar en sus secretos tan bien como pudiera en un viaje, no más que con acercar a París por un momento a la señora de Guermantes, soberana del lugar yseñora del lago, como si su rostro ysus palabras hubieran debido poseer el encanto local de las arboledas yde las riberas ylas mismas particularidades seculares del viejo protocolo, de sus archinos. Pero por entonces había conocido a Saint-Loup; éste me hizo saber que el castillo no se llamaba de Guermantes sino desde el siglo XVI, en que lo había adquirido su familia. Ésta había residido hasta entonces en las cercanías, y su título no venía de aquella región. El pueblo de Guermantes había tomado su nombre del castillo cerca del cual había sido construido, y, para que no destruyese sus perspectivas, una servidumbre que seguía en vigor regulaba el trazado de las calles y limitaba la altura de las casas. En cuanto a las tapicerías, eran de Boucher, compradas en el siglo XIX por un Guermantes amateur, y estaban colgadas al lado de unos mediocres cuadros de caza que aquél había pintado, en un salón de mala muerte tapizado de andrinópolis y de peluche. Con sus revelaciones, Saint-Loup había introducido en el castillo elementos extraños al nombre de Guermantes que no me permitieron seguir extrayendo únicamente de la sonoridad de las sílabas la fábrica de las construcciones. Entonces, en el fondo de aquel nombre, se había borrado el castillo reflejado en su lago, y lo que se me había aparecido en torno a la señora de Guermantes como su morada había sido su hotel de París, el hotel de Guermantes, límpido como su nombre, ya que ningún elemento material yopaco venía a interrumpir ycegar su transparencia. Como la iglesia no significa solamente el templo, sino también la reunión de los fieles, aquel hotel de Guermantes comprendía todas las personas que compartían la vida de la duquesa; pero esas personas, a quienes nunca había visto, no eran para mí más que nombres célebres y poéticos, y, al conocer únicamente personas, que tampoco eran más que nombres, no hacían sino acrecentar y proteger el misterio de la duquesa extendiendo en torno a ella un vasto halo que iba a lo sumo degradándose.
Dans les fêtes qu′elle donnait, comme je n′imaginais pour les invités aucun corps, aucune moustache, aucune bottine, aucune phrase prononcée qui fût banale, ou même originale d′une manière humaine et rationnelle, ce tourbillon de noms introduisant moins de matière que n′eût fait un repas de fantômes ou un bal de spectres autour de cette statuette en porcelaine de Saxe qu′était Mme de Guermantes, gardait une transparence de vitrine à son hôtel de verre. Puis quand Saint–Loup m′eut raconté des anecdotes relatives au chapelain, aux jardiniers de sa cousine, l′hôtel de Guermantes était devenu — comme avait pu être autrefois quelque Louvre — une sorte de château entouré, au milieu de Paris même, de ses terres, possédé héréditairement, en vertu d′un droit antique bizarrement survivant, et sur lesquelles elle exerçait encore des privilèges féodaux. Mais cette dernière demeure s′était elle-même évanouie quand nous étions venus habiter tout près de Mme de Villeparisis un des appartements voisins de celui de Mme de Guermantes dans une aile de son hôtel. C′était une de ces vieilles demeures comme il en existe peut-être encore et dans lesquelles la cour d′honneur — soit alluvions apportées par le flot montant de la démocratie, soit legs de temps plus anciens où les divers métiers étaient groupés autour du seigneur — avait souvent sur ses côtés des arrière-boutiques, des ateliers, voire quelque échoppe de cordonnier ou de tailleur, comme celles qu′on voit accotées aux flancs des cathédrales que l′esthétique des ingénieurs n′a pas dégagées, un concierge savetier, qui élevait des poules et cultivait des fleurs — et au fond, dans le logis «faisant hôtel», une «comtesse» qui, quand elle sortait dans sa vieille calèche à deux chevaux, montrant sur son chapeau quelques capucines semblant échappées du jardinet de la loge (ayant à côté du cocher un valet de pied qui descendait corner des cartes à chaque hôtel aristocratique du quartier), envoyait indistinctement des sourires et de petits bonjours de la main aux enfants du portier et aux locataires bourgeois de l′immeuble qui passaient à ce moment-là et qu′elle confondait dans sa dédaigneuse affabilité et sa morgue égalitaire. En las fiestas que daba ella, como yo no imaginaba ningún cuerpo a los invitados, ningún bigote, ningún borceguí, ninguna frase pronunciada que fuese trivial, ni siquiera original de una manera humana y racional, aquel torbellino de nombres que introducían menos materia de la que hubiera deparado un banquete de fantasmas o un baile de espectros, en torno a aquella estatuilla de porcelana de Sajonia que era la señora de Guermantes conservaba una transparencia de vitrina en su hotel de vidrio. Después, cuando Saint-Loup me hubo contado anécdotas referentes al capellán, a los jardineros de su prima, el hotel de Guermantes se había trocado —del mismo modo que había podido ser en otro tiempo un Louvre— en una especie de castillo rodeado, en medio del propio París, de sus tierras, poseídas hereditariamente, en virtud de un antiguo derecho extrañamente superviviente y sobre las que aún ejercía ella privilegios feudales. Pero esta última mansión se había desvanecido, a su vez, cuando habíamos venido nosotros a vivir muy cerca de la señora de Villeparisis, a uno de los pisos vecinos al de la señora de Guermantes en una a la de su hotel. Era una de esas viejas mansiones como acaso existen todavía algunas, en las que el patio de honor —bien fuesen aluviones traídos por la ola ascendente dé la democracia, o bien legado de tiempos más antiguos en que los diversos oficios estaban agrupados en torno al señor solía tener a los lados trastiendas, obradores, incluso chiscones de zapatero o de sastre como los que se ven apoyados en los muros de las catedrales que la estética de los ingenieros no ha redimido, un portero remendón de calzado, que criaba gallinas ycultivaba flores, y alfondo, en la casa «que hace de hotel», una «condesa» que, -cuando salía en su vetusta carretela de dos caballos, ostentando en su sombrero algunas capuchinas que parecían escapada del jardinillo de la portería (llevando al lado del cochero un lacayo que bajaba a dejar tarjetas de visita con un pico doblado en cada hotel aristocrático del barrio), enviaba indistintamente sonrisas y breves saludos con la mano a los chicos del portero y a los inquilinos burgueses del inmueble que pasaban en aquel momento, ya los que confundía en su desdeñosa afabilidad yen su ceño igualitario.
Dans la maison que nous étions venus habiter, la grande dame du fond de la cour était une duchesse, élégante et encore jeune. C′était Mme de Guermantes, et grâce à Françoise, je possédais assez vite des renseignements sur l′hôtel. Car les Guermantes (que Françoise désignait souvent par les mots de «en dessous», «en bas») étaient sa constante préoccupation depuis le matin, où, jetant, pendant qu′elle coiffait maman, un coup d′oeil défendu, irrésistible et furtif dans la cour, elle disait: «Tiens, deux bonnes soeurs; cela va sûrement en dessous» ou «oh! les beaux faisans à la fenêtre de la cuisine, il n′y a pas besoin de demander d′où qu′ils deviennent, le duc aura-t-été à la chasse», jusqu′au soir, où, si elle entendait, pendant qu′elle me donnait mes affaires de nuit, un bruit de piano, un écho de chansonnette, elle induisait: «Ils ont du monde en bas, c′est à la gaieté»; dans son visage régulier, sous ses cheveux blancs maintenant, un sourire de sa jeunesse animé et décent mettait alors pour un instant chacun de ses traits à sa place, les accordait dans un ordre apprêté et fin, comme avant une contredanse. En la casa a que habíamos venido a vivir nosotros, la señorona del fondo del patio era una duquesa, elegante y todavía joven. Era la señora de Guermantes, y, gracias a Francisca, no tardé en tener informes acerca del hotel. Porque los Guermantes (a quienes solía designar Francisca con las palabras «abajo», «el bajo») eran su preocupación constante desde por la mañana, en que, echando, mientras peinaba a mamá, una ojeada prohibida, irresistible y furtiva al patio, decía: «¡Vaya, dos hermanitas! De seguro que van abajo», o bien: «¡Qué faisanes más hermosos hay en la ventana de la cocina! No hay que preguntar de dónde vienen; habrá ido de caza el duque», hasta el atardecer, en que si oía, mientras me entregaba mis avíos de noche, el ruido de un piano, el eco de alguna cancioncilla, apuntaba: «Abajo tienen gente; se divierten», y en su rostro regular, bajo sus cabellos ahora blancos, una sonrisa de su juventud, animada y digna, ponía entonces por un momento cada uno de sus rasgos en su sitio, los acordaba en un orden afectado y fino, como antes de una con tardanza.
Mais le moment de la vie des Guermantes qui excitait le plus vivement l′intérêt de Françoise, lui donnait le plus de satisfaction et lui faisait aussi le plus de mal, c′était précisément celui où la porte cochère s′ouvrant à deux battants, la duchesse montait dans sa calèche. C′était habituellement peu de temps après que nos domestiques avaient fini de célébrer cette sorte de pâque solennelle que nul ne doit interrompre, appelée leur déjeuner, et pendant laquelle ils étaient tellement «tabous» que mon père lui-même ne se fût pas permis de les sonner, sachant d′ailleurs qu′aucun ne se fût pas plus dérangé au cinquième coup qu′au premier, et qu′il eût ainsi commis cette inconvenance en pure perte, mais non pas sans dommage pour lui. Car Françoise (qui, depuis qu′elle était une vieille femme se faisait à tout propos ce qu′on appelle une tête de circonstance) n′eût pas manqué de lui présenter toute la journée une figure couverte de petites marques cunéiformes et rouges qui déployaient au dehors, mais d′une façon peu déchiffrable, le long mémoire de ses doléances et les raisons profondes de son mécontentement. Elle les développait d′ailleurs, à la cantonade, mais sans que nous puissions bien distinguer les mots. Elle appelait cela — qu′elle croyait désespérant pour nous, «mortifiant», «vexant» — dire toute la sainte journée des «messes basses». Pero el momento de la vida de los Guermantes que más vivamente excitaba la curiosidad de Francisca, el que le producía más satisfacción y le hacía también más daño, era precisamente aquel en que, al abrirse los dos batientes de la puerta cochera, subía á su carretela la duquesa. Ordinariamente era poco después de que nuestros criados habían acabado de celebrar esa especie de pascua solemne, que nadie debe interrumpir, llamada su almuerzo, y durante la cual eran hasta tal punto tabúes que ni mi mismo padre se hubiera permitido llamarlos, sabiendo, por lo demás, que ninguno de ellos se hubiera movido al quinto campanillazo ni al primero, y que, por tanto hubiera incurrido en tal inconveniencia inútilmente, mas no sin perjuicio para él. Porque Francisca (que desde que se había hecho vieja ponía a cada dos por tres lo que suele llamarse cara de circunstancias) no hubiera dejado de presentarle todo el día un semblante cubierto de manchitas cuneiformes y rojas que desplegaban al exterior, pero de manera poco descifrable, el dilatado memorial de sus quejas y las profundas razones de su descontento.
Les derniers rites achevés, Françoise, qui était à la fois, comme dans l′église primitive, le célébrant et l′un des fidèles, se servait un dernier verre de vin, détachait de son cou sa serviette, la pliait en essuyant à ses lèvres un reste d′eau rougie et de café, la passait dans un rond, remerciait d′un oeil dolent «son» jeune valet de pied qui pour faire du zèle lui disait: «Voyons, madame, encore un peu de raisin; il est esquis», et allait aussitôt ouvrir la fenêtre sous le prétexte qu′il faisait trop chaud «dans cette misérable cuisine». En jetant avec dextérité, dans le même temps qu′elle tournait la poignée de la croisée et prenait l′air, un coup d′oeil désintéressé sur le fond de la cour, elle y dérobait furtivement la certitude que la duchesse n′était pas encore prête, couvait un instant de ses regards dédaigneux et passionnés la voiture attelée, et, cet instant d′attention une fois donné par ses yeux aux choses de la terre, les levait au ciel dont elle avait d′avance deviné la pureté en sentant la douceur de l′air et la chaleur du soleil; et elle regardait à l′angle du toit la place où, chaque printemps, venaient faire leur nid, juste au-dessus de la cheminée de ma chambre, des pigeons pareils à ceux qui roucoulaient dans sa cuisine, à Combray. Las desarrollaba, por lo demás, al paño, pero sin que nosotros pudiésemos distinguir bien las palabras. Llamaba a esto —que creía desesperante para nosotros, «mortificante», «vejatorio», decir todo el santo día «misas por lo bajo». Acabados los últimos ritos, Francisca, que era a la vez como en la iglesia primitiva, el celebrante y uno de los fieles, se servía el último vaso de vino, se desprendía del cuello la servilleta, la plegaba limpiándose los labios de un resto de agua enrojecida y café, la ponía en un servilletero, daba las gracias con una mirada triste a su joven lacayo que, para dárselas de atento, le decía: «Vamos, señora, unas pocas más de uvas; están exquisitas», e iba inmediatamente a abrir la ventana, con pretexto de que hacía demasiado calor «en aquella miserable cocina». Echando hábilmente, al mismo tiempo que hacía girar la falleba de la ventana y tomaba el aire, una ojeada desinteresada al fondo del patio, escamoteaba furtivamente la seguridad de que la duquesa no estaba arreglada todavía, contemplaba un instante con sus miradas desdeñosas yapasionadas el coche enganchado, y una vez concedido por sus ojos aquel instante de atención a las cosas de la tierra, los alzaba al cielo, cuya pureza había adivinado de antemano al sentir la suavidad del aire yel calor del sol, ymiraba en el ángulo del techo el sitio en que cada primavera venían a hacer su nido, precisamente encima de la chimenea de mi habitación, unos pichones parecidos a los que zureaban en su cocina, en Combray.
— Ah! Combray, Combray, s′écriait-elle. (Et le ton presque chanté sur lequel elle déclamait cette invocation eût pu, chez Françoise, autant que l′arlésienne pureté de son visage, faire soupçonner une origine méridionale et que la patrie perdue qu′elle pleurait n′était qu′une patrie d′adoption. Mais peut-être se fût-on trompé, car il semble qu′il n′y ait pas de province qui n′ait son «midi» et, combien ne rencontre-t-on pas de Savoyards et de Bretons chez qui l′on trouve toutes les douces transpositions de longues et de brèves qui caractérisent le méridional.) Ah! Combray, quand est-ce que je te reverrai, pauvre terre! Quand est-ce que je pourrai passer toute la sainte journée sous tes aubépines et nos pauvres lilas — en écoutant les pinsons et la Vivonne qui fait comme le murmure de quelqu′un qui chuchoterait, au lieu d′entendre cette misérable sonnette de notre jeune maître qui ne reste jamais une demi-heure sans me faire courir le long de ce satané couloir. Et encore il ne trouve pas que je vais assez vite, il faudrait qu′on ait entendu avant qu′il ait sonné, et si vous êtes d′une minute en retard, il «rentre» dans des colères épouvantables. Hélas! pauvre Combray! peut-être que je ne te reverrai que morte, quand on me jettera comme une pierre dans le trou de la tombe. Alors, je ne les sentirai plus tes belles aubépines toutes blanches. Mais dans le sommeil de la mort, je crois que j′entendrai encore ces trois coups de la sonnette qui m′auront déjà damnée dans ma vie. —¡Ah, Combray, Combray! —exclamaba, y el tono, cantado casi, en que declamaba esta invocación, hubiera podido en Francisca tanto como la arlesiana pureza de su rostro, hacer sospechar un origen meridional y que la patria perdida que lloraba era algo más que una patria de adopción. Mas acaso se hubiera engañado quien tal pensase, porque parece que no hay provincia que no tenga su mediodía, y cuántos saboyanos ybretones no se encuentran en quienes halla uno todas las dulces transposiciones de largas y breves que caracterizan al meridional—. ¡Ah, Combray, cuándo te volveré a ver, pobre tierra! Cuándo podré pasarme todo el santo ella al pie de tus espinos blancos y de nuestros pobres hijos, oyendo a los pinzones y al Vivona que hace como el murmullo de alguien que cuchichease, en lugar de oír esa condenada campanilla de nuestro señorito, que jamás se está inedia hora sin que me haga correr por ese maldito pasillo. Y aún le parece que no ando bastante aprisa; tendría una que haber oído antes de que él llame, y si se retrasa un minuto «le dan» unas cóleras espantosas. ¡Ay, pobre Combray! Acaso no vuelva a verte como no sea de muerta, cuando me echen como a una piedra en el agujero de la sepultura. Entonces ya no me llegará el olor de tus hermosos espinos; completamente blancos. Pero en el sueño de la muerte creo que oiré los tres campanillazos que me habrán condenado ya en vida.
Mais elle était interrompue par les appels du giletier de la cour, celui qui avait tant plu autrefois à ma grand′mère le jour où elle était allée voir Mme de Villeparisis et n′occupait pas un rang moins élevé dans la sympathie de Françoise. Ayant levé la tête en entendant ouvrir notre fenêtre, il cherchait déjà depuis un moment à attirer l′attention de sa voisine pour lui dire bonjour. La coquetterie de la jeune fille qu′avait été Françoise affinait alors pour M. Jupien le visage ronchonneur de notre vieille cuisinière alourdie par l′âge, par la mauvaise humeur et par la chaleur du fourneau, et c′est avec un mélange charmant de réserve, de familiarité et de pudeur qu′elle adressait au giletier un gracieux salut, mais sans lui répondre de la voix, car si elle enfreignait les recommandations de maman en regardant dans la cour, elle n′eût pas osé les braver jusqu′à causer par la fenêtre, ce qui avait le don, selon Françoise, de lui valoir, de la part de Madame, «tout un chapitre». Elle lui montrait la calèche attelée en ayant l′air de dire: «Des beaux chevaux, hein!» mais tout en murmurant: «Quelle vieille sabraque!» et surtout parce qu′elle savait qu′il allait lui répondre, en mettant la main devant la bouche pour être entendu tout en parlant à mi-voix: «Vous aussi vous pourriez en avoir si vous vouliez, et même peut-être plus qu′eux, mais vous n′aimez pas tout cela.» Mas la interrumpían las llamadas del chalequero del patio, el mismo que tanto había agradado en otro tiempo a mi abuela, el día en que ésta había ido a ver a la señora de Villeparisis, y que ocupaba un rango no menos elevado en la simpatía de Francisca Como había alzado la cabeza al oír que se abría nuestra ventana, hacía ya un rato que trataba de atraer la atención de su vecina para darle las buenas tardes. La coquetería de la muchacha que había sido Francisca afinaba entonces en honor del señor Jupien el rugoso rostro de nuestra vieja cocinera entorpecida por la edad, por el mal humor y por el calor del fogón, y con una encantadora mezcla de reserva, de familiaridad y de pudor, dirigía al chalequero un gracioso saludo, mas sin responderle con la voz, porque si bien infringía las advertencias de mamá con mirar al patio, no, se hubiera atrevido a desafiarlas hasta hablar por la ventana, lo cual tenía el don, según Francisca, de valerle, por parte de la señora, «todo un capítulo». Le indicaba la carretera enganchada, con trazas de decirle: «¡Hermosos caballos!, ¿eh?», pero murmurando al mismo tiempo: «¡Qué trasto viejo!», sobre todo porque sabía que el otro iba a responderle, poniéndose la mano delante de la boca para ser oído aun cuando hablaba a media voz —También ustedes podrían tenerlo si quisieran, e incluso mejor que ellos tal vez, pero a ustedes no les gusta nada de eso.
Et Françoise après un signe modeste, évasif et ravi dont la signification était à peu près: «Chacun son genre; ici c′est à la simplicité», refermait la fenêtre de peur que maman n′arrivât. Ces «vous» qui eussent pu avoir plus de chevaux que les Guermantes, c′était nous, mais Jupien avait raison de dire «vous», car, sauf pour certains plaisirs d′amour-propre purement personnels — comme celui, quand elle toussait sans arrêter et que toute la maison avait peur de prendre son rhume, de prétendre, avec un ricanement irritant, qu′elle n′était pas enrhumée — pareille à ces plantes qu′un animal auquel elles sont entièrement unies nourrit d′aliments qu′il attrape, mange, digère pour elles et qu′il leur offre dans son dernier et tout assimilable résidu, Françoise vivait avec nous en symbiose; c′est nous qui, avec nos vertus, notre fortune, notre train de vie, notre situation, devions nous charger d′élaborer les petites satisfactions d′amour-propre dont était formée — en y ajoutant le droit reconnu d′exercer librement le culte du déjeuner suivant la coutume ancienne comportant la petite gorgée d′air à la fenêtre quand il était fini, quelque flânerie dans la rue en allant faire ses emplettes et une sortie le dimanche pour aller voir sa nièce — la part de contentement indispensable à sa vie. Aussi comprend-on que Françoise avait pu dépérir, les premiers jours, en proie, dans une maison où tous les titres honorifiques de mon père n′étaient pas encore connus, à un mal qu′elle appelait elle-même l′ennui, l′ennui dans ce sens énergique qu′il a chez Corneille ou sous la plume des soldats qui finissent par se suicider parce qu′ils s′«ennuient» trop après leur fiancée, leur village. L′ennui de Françoise avait été vite guéri par Jupien précisément, car il lui procura tout de suite un plaisir aussi vif et plus raffiné que celui qu′elle aurait eu si nous nous étions décidés à avoir une voiture. —«Du bien bon monde, ces Jupien, de bien braves gens et ils le portent sur la figure.» Jupien sut en effet comprendre et enseigner à tous que si nous n′avions pas d′équipage, c′est que nous ne voulions pas. Cet ami de Françoise vivait peu chez lui, ayant obtenu une place d′employé dans un ministère. Giletier d′abord avec la «gamine» que ma grand′mère avait prise pour sa fille, il avait perdu tout avantage à en exercer le métier quand la petite qui presque encore enfant savait déjà très bien recoudre une jupe, quand ma grand′mère était allée autrefois faire une visite à Mme de Villeparisis, s′était tournée vers la couture pour dames et était devenue jupière. D′abord «petite main» chez une couturière, employée à faire un point, à recoudre un volant, à attacher un bouton ou une «pression», à ajuster un tour de taille avec des agrafes, elle avait vite passé deuxième puis première, et s′étant faite une clientèle de dames du meilleur monde, elle travaillait chez elle, c′est-à-dire dans notre cour, le plus souvent avec une ou deux de ses petites camarades de l′atelier qu′elle employait comme apprenties. Dès lors la présence de Jupien avait été moins utile. Sans doute la petite, devenue grande, avait encore souvent à faire des gilets. Mais aidée de ses amies elle n′avait besoin de personne. Aussi Jupien, son oncle, avait-il sollicité un emploi. Il fut libre d′abord de rentrer à midi, puis, ayant remplacé définitivement celui qu′il secondait seulement, pas avant l′heure du dîner. Sa «titularisation» ne se produisit heureusement que quelques semaines après notre emménagement, de sorte que la gentillesse de Jupien put s′exercer assez longtemps pour aider Françoise à franchir sans trop de souffrances les premiers temps difficiles. D′ailleurs, sans méconnaître l′utilité qu′il eut ainsi pour Françoise à titre de «médicament de transition», je dois reconnaître que Jupien ne m′avait pas plu beaucoup au premier abord. A quelques pas de distance, détruisant entièrement l′effet qu′eussent produit sans cela ses grosses joues et son teint fleuri, ses yeux débordés par un regard compatissant, désolé et rêveur, faisaient penser qu′il était très malade ou venait d′être frappé d′un grand deuil. Non seulement il n′en était rien, mais dès qu′il parlait, parfaitement bien d′ailleurs, il était plutôt froid et railleur. Il résultait de ce désaccord entre son regard et sa parole quelque chose de faux qui n′était pas sympathique et par quoi il avait l′air lui-même de se sentir aussi gêné qu′un invité en veston dans une soirée où tout le monde est en habit, ou que quelqu′un qui ayant à répondre à une Altesse ne sait pas au juste comment il faut lui parler et tourne la difficulté en réduisant ses phrases à presque rien. Celles de Jupien — car c′est pure comparaison —étaient au contraire charmantes. Correspondant peut-être à cette inondation du visage par les yeux (à laquelle on ne faisait plus attention quand on le connaissait), je discernai vite en effet chez lui une intelligence rare et l′une des plus naturellement littéraires qu′il m′ait été donné de connaître, en ce sens que, sans culture probablement, il possédait ou s′était assimilé, rien qu′à l′aide de quelques livres hâtivement parcourus, les tours les plus ingénieux de la langue. Les gens les plus doués que j′avais connus étaient morts très jeunes. Aussi étais-je persuadé que la vie de Jupien finirait vite. Il avait de la bonté, de la pitié, les sentiments les plus délicats, les plus généreux. Son rôle dans la vie de Françoise avait vite cessé d′être indispensable. Elle avait appris à le doubler. Y Francisca, después de una seña modesta, evasiva y encantada, cuya significación venía a ser: «Cada cual tiene su modo de ser; aquí estamos por la sencillez», volvía a cerrar la ventana, por temor de que mamá llegase. Los ustedes que hubieran podido tener más caballos que los Guermantes éramos nosotros; pero Jupien tenía razón al decir ustedes, porque, salvo para ciertos placeres de amor propio puramente personales como cuando tosía sin parar y toda la casa tenía miedo de contagiarse de su catarro, pretender con irritante fisga que no estaba acatarrada—, semejantes a esas plantas a que un animal a quien están enteramente unidas nutre con los alimentos que atrapa, come, digiere para ellas yles ofrece en su último ycompletamente asimilable residuo Francisca vivía con nosotros en simbiosis; éramos nosotros los que, con nuestras virtudes, con nuestra hacienda, con nuestro pie de vida, con nuestra situación, teníamos que encargarnos de elaborar las pequeñas satisfacciones de amor propio de que estaba formada—, añadiendo a ellas el derecho reconocido de ejercer libremente el culto del almuerzo con arreglo a la añeja costumbre que llevaba aparejado el sorbito de aire en la ventana cuando aquél había acabado, algún paseo por las calles al ir a hacer sus compras, y una salida, el domingo, para ir a ver a su sobrina: la porción de contento indispensable para su vida. Así se comprende que Francisca hubiera podido enfermarse, los primeros días, presa, en una casa en que todavía no eran conocidos todos los títulos honoríficos de mi padre, de algo que ella misma llamaba aburrimiento, aburrimiento en el enérgico sentido que tiene en Corneille o en la pluma de los soldados que acaban de suicidarse porque se «aburren» demasiado cerca de su novia, en su pueblo. «Esos Jupien son muy buena gente, gente de bien; lo llevan en la cara.» Jupien supo, en efecto, comprender y hacer saber a todos que si no teníamos coche era porque no queríamos. Este amigo de Francisca paraba poco en su casa, porque había conseguido una colocación de empleado en un Ministerio. Chalequero primeramente con la «pitusa» a quien mi abuela había tomado por hija suya, había perdido toda utilidad en ejercer su oficio desde que la pequeña, que, siendo casi una niña aún, sabía ya arreglar muy bien una falda, cuando mi abuela había ido en otro tiempo a hacer una visita a la señora de Villeparisis, había tomado el camino de la costura para señoras y había llegado a ser maestra. Aprendiza, primero, con una modista, que la utilizaba para dar una puntada, coser un volante, prender un botón o un «automático», ajustar un talle con corchetes, pronto había pasado a oficial segunda, y después a primera, y, habiéndose hecho una clientela de señoras de la mejor sociedad, trabajaba en su casa, es decir, en nuestro patio, las más de las veces con una o dos de sus compañeras de taller, a las que empleaba como aprendizas. Desde entonces la presencia de Jupien había sido menos útil. Claro que la pequeña, que ahora era ya mayorcita, aún tenía quehacer a menudo chalecos. Pero, ayudada por sus amigas, no necesitaba de nadie. Así, Jupien, su tío, había solicitado un empleo. Al principio quedaba libre para volver a casa a mediodía; después como sustituyese definitivamente al empleado a quien servía solamente de auxiliar, ya no pudo volver a casa antes de la hora del almuerzo. Su «titularización» no se produjo, afortunadamente, hasta algunas semanas después de habernos instalado nosotros en la casa, de manera que la amabilidad de Jupien pudo ejercitarse el tiempo suficiente para ayudar a Francisca a pasar sin demasiadas molestias los primeros tiempos difíciles. Por otra parte, sin dejar de reconocer la utilidad que tuvo así para Francisca a título de «medicamento de transición», debo reconocer que Jupien no me había hecho mucha gracia en el primer momento. A unos cuantos pasos de distancia, destruyendo por completo el efecto que, sin eso, hubieran producido sus rollizas mejillas y sus lozanos colores; sus ojos, que desbordaban de una mirada compasiva, desolada y ensoñadora, hacían pensar que estaba muy enfermo o que acababa de ser herido por algún gran dolor No sólo no había nada de eso, sino que desde el momento en que hablaba — perfectamente, por otra parte— era más bien frío y burlón. Resultaba de este desacuerdo entre su mirada ysus palabras un no sé qué de falso que no era simpático ypor lo que él mismo parecía sentirse tan a disgusto como un invitado en traje de calle en una reunión en que todos visten de etiqueta, o como uno que, teniendo que responder a una Alteza, no, sabe a ciencia cierta cómo ha de hablarle y soslaya la dificultad reduciendo sus frases a casi nada. Las de Jupien —porque esto es pura comparación— eran, por el contrario, encantadoras Correspondiendo acaso a aquella inundación del rostro por los ojos (en la que dejaba de ponerse atención cuando se le conocía), eché de ver bien pronto en él, en efecto, una inteligencia rara y una de las más naturalmente literarias que me haya sido dado conocer, en el sentido de que, probablemente sin cultura, poseía o se había asimilado; no más que con la ayuda de algunos libros presurosamente recorridos, los más ingeniosos giros de la lengua. Las gentes mejor dotadas que había conocido yo habían muerto muy jóvenes. Así, estaba convencido de que la vida de Jupien acabaría pronto. Tenía aquel hombre bondad, piedad, los sentimientos más delicados, más generosos. Su papel en la vida de Francisca había dejado bien pronto de ser indispensable. Francisca había aprendido a imitarle.
Même quand un fournisseur ou un domestique venait nous apporter quelque paquet, tout en ayant l′air de ne pas s′occuper de lui, et en lui désignant seulement d′un air détaché une chaise, pendant qu′elle continuait son ouvrage, Françoise mettait si habilement à profit les quelques instants qu′il passait dans la cuisine, en attendant la réponse de maman, qu′il était bien rare qu′il repartît sans avoir indestructiblement gravée en lui la certitude que «si nous n′en avions pas, c′est que nous ne voulions pas». Si elle tenait tant d′ailleurs à ce que l′on sût que nous avions «d′argent», (car elle ignorait l′usage de ce que Saint–Loup appelait les articles partitifs et disait: «avoir d′argent», «apporter d′eau»), à ce qu′on nous sût riches, ce n′est pas que la richesse sans plus, la richesse sans la vertu, fût aux yeux de Françoise le bien suprême, mais la vertu sans la richesse n′était pas non plus son idéal. La richesse était pour elle comme une condition nécessaire de la vertu, à défaut de laquelle la vertu serait sans mérite et sans charme. Elle les séparait si peu qu′elle avait fini par prêter à chacune les qualités de l′autre, à exiger quelque confortable dans la vertu, à reconnaître quelque chose d′édifiant dans la richesse. Hasta cuando un proveedor o un criado venía, a traernos algún encargo, a pesar de que parecía no ocuparse de él; y al indicarle solamente, con expresión de indiferencia, una silla, mientras ella seguía en su trabajo, Francisca sacaba tan hábilmente partido de los pocos instantes que aquél pasaba en la cocina, esperando la respuesta de mamá, que era muy raro que el hombre se fuese sin llevar indestructiblemente grabada la certeza de que «si no lo teníamos, era porque no queríamos». Si ponía tanto empeño, por lo demás, en que se supiera que teníamos «dinero» (porque ignoraba el uso, de lo que Saint-Loup llamaba artículos positivos, y decía: «tener dinero», «traer agua»), en que la gente supiese que éramos ricos, no es que la riqueza sin más, la riqueza sin ir acompañada de la virtud, fuera a los ojos de Francisca el bien supremo; pero la virtud sin riqueza tampoco era su ideal. La riqueza era para ella como una condición necesaria de la virtud, sin la cual la virtud carecería de mérito y de encanto. Tan poco las separaba, que había acabado por atribuir a cada una de ellas las cualidades de la otra, por exigir que hubiese algo confortable en la virtud, por reconocer algo edificante en la riqueza.
Une fois la fenêtre refermée, assez rapidement — sans cela, maman lui eût, paraît-il, «raconté toutes les injures imaginables»— Françoise commençait en soupirant à ranger la table de la cuisine. Una vez vuelta a cerrar la ventana, con bastante rapidez —si no, mamá, según parece, le hubiera «soltado todos los insultos imaginables»—, Francisca empezaba, suspirando, a poner en orden la mesa de la cocina.
— Il y a des Guermantes qui restent rue de la Chaise, disait le valet de chambre, j′avais un ami qui y avait travaillé; il était second cocher chez eux. Et je connais quelqu′un, pas mon copain alors, mais son beau-frère, qui avait fait son temps au régiment avec un piqueur du baron de Guermantes. «Et après tout allez-y donc, c′est pas mon père!» ajoutait le valet de chambre qui avait l′habitude, comme il fredonnait les refrains de l′année, de parsemer ses discours des plaisanteries nouvelles. —Hay unos Guermantes que siguen en la calle de la Chaise —decía el ayuda de cámara—; yo tuve un amigo que había trabajado en esa casa; era segundo cochero con ellos. Y conozco a uno, entonces no era de mi pandilla, pero sí un cuñado suyo, que había hecho el servicio militar con un picador del barón de Guermantes. «Y después de todo, ¡qué diablo!, no es mi padre» —añadía el ayuda de cámara, que solía, lo mismo que canturreaba canciones en boga, sembrar sus frases de ocurrencias nuevas.
Françoise, avec la fatigue de ses yeux de femme déjà âgée et qui d′ailleurs voyaient tout de Combray, dans un vague lointain, distingua non la plaisanterie qui était dans ces mots, mais qu′il devait y en avoir une, car ils n′étaient pas en rapport avec la suite du propos, et avaient été lancés avec force par quelqu′un qu′elle savait farceur. Aussi sourit-elle d′un air bienveillant et ébloui et comme si elle disait: «Toujours le même, ce Victor!» Elle était du reste heureuse, car elle savait qu′entendre des traits de ce genre se rattache de loin à ces plaisirs honnêtes de la société pour lesquels dans tous les mondes on se dépêche de faire toilette, on risque de prendre froid. Enfin elle croyait que le valet de chambre était un ami pour elle car il ne cessait de lui dénoncer avec indignation les mesures terribles que la République allait prendre contre le clergé. Françoise n′avait pas encore compris que les plus cruels de nos adversaires ne sont pas ceux qui nous contredisent et essayent de nous persuader, mais ceux qui grossissent ou inventent les nouvelles qui peuvent nous désoler, en se gardant bien de leur donner une apparence de justification qui diminuerait notre peine et nous donnerait peut-être une légère estime pour un parti qu′ils tiennent à nous montrer, pour notre complet supplice, à la fois atroce et triomphant. Francisca, con la fatiga de sus ojos de mujer ya de edad y que, por otra parte, veían todo lo de Combray, en una vaga lejanía, percibió no la gracia que había en estas, palabras, sino que debían de contener alguna, puesto que no guardaban relación con el resto de la frase, y habían sido lanzadas con fuerza por quien sabía ella que era un bromista. Así, sonrió con expresión benévola yde pasmo, ycomo si dijera: «¡Este Víctor, siempre el mismo!». Por otra parte, se sentía dichosa, porque sabía que el oír ocurrencias de ese género se emparenta de lejos con esas honestas distracciones de sociedad por las que, en todas las esferas, la gente se da prisa a arreglarse, se arriesga a pillar frío. Finalmente, creía que el ayuda de cámara era un amigo para ella, porque no se hartaba de denunciarle con indignación las terribles medidas que la República iba a tomar contra el clero. Aún no había comprendido Francisca que nuestros más crueles adversarios no son aquellos que nos contradicen y tratan de persuadirnos, sino los que abultan o inventan las noticias que pueden desolarnos, guardándose bien de darles una apariencia de justificación que disminuiría nuestra pena y acaso nos infundiese tina ligera estimación respecto de un partirlo que se empeñan en presentarnos, para hacer completo nuestro suplicio, como atroz y triunfante a la vez.
«La duchesse doit être alliancée avec tout ça, dit Françoise en reprenant la conversation aux Guermantes de la rue de la Chaise, comme on recommence un morceau à l′andante. Je ne sais plus qui m′a dit qu′un de ceux-là avait marié une cousine au Duc. En tout cas c′est de la même «parenthèse». C′est une grande famille que les Guermantes!» ajoutait-elle avec respect, fondant la grandeur de cette famille à la fois sur le nombre de ses membres et l′éclair de son illustration, comme Pascal la vérité de la Religion sur la Raison et l′autorité des Écritures. Car n′ayant que ce seul mot de «grand» pour les deux choses, il lui semblait qu′elles n′en formaient qu′une seule, son vocabulaire, comme certaines pierres, présentant ainsi par endroit un défaut et qui projetait de l′obscurité jusque dans la pensée de Françoise. —La duquesa debe de estar emparentada con todo eso — dijo Francisca, prosiguiendo la conversación de los Guermantes de la calle de la Chaise como quien recomienza un trozo de música en el andante—. No sé quién me ha dicho que uno de ellos se había casado con una prima del duque. De todas maneras, es del mismo «paréntesis». ¡Los Guermantes son una gran familia! —añadía con respeto, basando la grandeza de aquella familia en el número de sus miembros a la vez que en el brillo de su ilustración, como Pascal fundaba la verdad de la Religión en la Razón y en la autoridad de las Escrituras. Porque como no tenía más que la palabra «grande» para ambas cosas, le parecía que éstas no formaban más que un sola, presentando así por una parte su vocabulario, como ciertas piedras, un defecto que proyectaba oscuridad hasta en el pensamiento de Francisca.
«Je me demande si ce serait pas euss qui ont leur château à Guermantes, à dix lieues de Combray, alors ça doit être parent aussi à leur cousine d′Alger. (Nous nous demandâmes longtemps ma mère et moi qui pouvait être cette cousine d′Alger, mais nous comprîmes enfin que Françoise entendait par le nom d′Alger la ville d′Angers. Ce qui est lointain peut nous être plus connu que ce qui est proche. Françoise, qui savait le nom d′Alger à cause d′affreuses dattes que nous recevions au jour de l′an, ignorait celui d′Angers. Son langage, comme la langue française elle-même, et surtout la toponymie, était parsemé d′erreurs.) Je voulais en causer à leur maître d′hôtel. — Comment donc qu′on lui dit?» s′interrompit-elle comme se posant une question de protocole; elle se répondit à elle-même: «Ah oui! c′est Antoine qu′on lui dit», comme si Antoine avait été un titre. «C′est lui qu′aurait pu m′en dire, mais c′est un vrai seigneur, un grand pédant, on dirait qu′on lui a coupé la langue ou qu′il a oublié d′apprendre à parler. Il ne vous fait même pas réponse quand on lui cause», ajoutait Françoise qui disait: «faire réponse», comme Mme de Sévigné. «Mais, ajouta-t-elle sans sincérité, du moment que je sais ce qui cuit dans ma marmite, je ne m′occupe pas de celle des autres. En tout cas tout ça n′est pas catholique. Et puis c′est pas un homme courageux (cette appréciation aurait pu faire croire que Françoise avait changé d′avis sur la bravoure qui, selon elle, à Combray, ravalait les hommes aux animaux féroces, mais il n′en était rien. Courageux signifiait seulement travailleur). On dit aussi qu′il est voleur comme une pie, mais il ne faut pas toujours croire les cancans. Ici tous les employés partent, rapport à la loge, les concierges sont jaloux et ils montent la tête à la Duchesse. Mais on peut bien dire que c′est un vrai feignant que cet Antoine, et son «Antoinesse» ne vaut pas mieux que lui», ajoutait Françoise qui, pour trouver au nom d′Antoine un féminin qui désignât la femme du maître d′hôtel, avait sans doute dans sa création grammaticale un inconscient ressouvenir de chanoine et chanoinesse. Elle ne parlait pas mal en cela. Il existe encore près de Notre–Dame une rue appelée rue Chanoinesse, nom qui lui avait été donné (parce qu′elle n′était habitée que par des chanoines) par ces Français de jadis, dont Françoise était, en réalité, la contemporaine. On avait d′ailleurs, immédiatement après, un nouvel exemple de cette manière de former les féminins, car Françoise ajoutait: —Digo yo si serían ésos los que tienen su castillo en Guermantes, a diez leguas de Combray; entonces deben ser también parientes de su prima la de Argel. Durante mucho tiempo nos preguntamos mi madre y yo quién podría ser esa prima de Argel; pero, al fin, acabamos por darnos cuenta de que lo que Francisca quería decir con el nombre de Argel era la ciudad de Angers. Lo que está lejos puede sernos más conocido que lo que está próximo. Francisca, que sabía el nombre de Argel por, unos espantosos dátiles que recibíamos el día de Año Nuevo, ignoraba el de Angers. Su lenguaje, como la misma lengua francesa, y sobre todo la toponimia, estaba sembrado de errores. Quería yo hablar de ellos con su jefe de comedor. —¿Cómo le llaman? —se interrumpió Francisca, como planteándose una cuestión de protocolo—. ¡Ah, sí! Le llaman Antonio —como si Antonio hubiera sido un título—. Él hubiera sido quien podría decírmelo, pero es todo un señor, un pedantón, cualquiera diría que le han cortado la lengua o que se ha olvidado de aprender a hablar. Ni siquiera hace respuesta cuando se le habla —añadía Francisca, que decía «hacer respuesta», como madame de Sévigné—. Pero —añadió sin sinceridad— yo, desde el momento en que sé lo que se cuece en mi olla, no me ocupo de la de los demás. En todo caso, eso no es cristiano. Y, además, no es un hombre valiente -esta apreciación hubiera podido hacer creer que Francisca había cambiado de parecer sobre la valentía, que, según ella, en Combray, rebajaba a los hombres, poniéndolos al nivel de los animales feroces; pero no había nada de eso. Valiente significaba ni más ni menos que trabajador-. También dicen que es tan ladrón cómo una urraca, pero no siempre hay que hacer caso de chismes. Aquí todos los empleados se van del seguro; por lo que se refiere al patio, los porteros tienen envidia, y encizañan a la duquesa. Pero bien puede decirse que el Antonio ese es un verdadero holgazán, y su «Antonia» no vale mucho más que él -añadía Francisca, que, para encontrar al nombre de Antonio un femenino que designase a la mujer de él, tenía sin duda en su creación gramatical un inconsciente recuerdo de canónigo y canonesa No decía mal. Aun existe cerca de Notre-Dame una calle llamada rue Chanoinesse, nombre que le habían dado (¿porque estuviese habitada exclusivamente por canonesas?) los franceses de antaño, de quienes Francisca era, en realidad, contemporánea. Teníamos, por lo demás, inmediatamente después, un nuevo ejemplo de esta manera de formar los femeninos, ya que Francisca añadía.
— Mais sûr et certain que c′est à la Duchesse qu′est le château de Guermantes. Et c′est elle dans le pays qu′est madame la mairesse. C′est quelque chose. -De lo que no cabe duda es de que pertenece a la duquesa el castillo de Guermantes. Y allí es ella la alcaldesa. Eso es algo.
— Je comprends que c′est quelque chose, disait avec conviction le valet de pied, n′ayant pas démêlé l′ironie. -Ya comprendo que es algo -decía con convicción el lacayo, que no se había percatado de la ironía.
— Penses-tu, mon garçon, que c′est quelque chose? mais pour des gens comme «euss», être maire et mairesse c′est trois fois rien. Ah! si c′était à moi le château de Guermantes, on ne me verrait pas souvent à Paris. Faut-il tout de même que des maîtres, des personnes qui ont de quoi comme Monsieur et Madame, en aient des idées pour rester dans cette misérable ville plutôt que non pas aller à Combray dès l′instant qu′ils sont libres de le faire et que personne les retient. Qu′est-ce qu′ils attendent pour prendre leur retraite puisqu′ils ne manquent de rien; d′être morts? Ah! si j′avais seulement du pain sec à manger et du bois pour me chauffer l′hiver, il y a beau temps que je serais chez moi dans la pauvre maison de mon frère à Combray. Là-bas on se sent vivre au moins, on n′a pas toutes ces maisons devant soi, il y a si peu de bruit que la nuit on entend les grenouilles chanter à plus de deux lieues. -¿Crees que eso es algo, hijo mío? Para gentes como «esos», ser alcalde y alcaldesa es tres veces nada. ¡Ah, si fuera mío el castillo de Guermantes, no me verían muy a menudo en París! De todas maneras, ya hace falta que unos señores, unas personas que tienen de qué, como el señor y la señora, tengan ocurrencias para quedare en esta dichosa ciudad mejor que irse a Combray, siendo como son libres de hacer lo que les dé la gana, y que nadie los detiene. ¿A qué esperan para retirarse, no faltándoles, como no les falta, nada ¿A estar muertos? ¡Ay, si yo tuviera aunque no fuese más que pan seco que comer y leña con que calentarme por el invierno, ya hace tiempo que estaría en mi casa, en la pobre casa de mi hermano, en Combray! Allí, a lo menos, se siente una vivir, no tiene todas estas casas delante de una; hay tan poco ruido que por las noches se oye a las ranas cantar a más de dos leguas.
—Ça doit être vraiment beau, madame, s′écriait le jeune valet de pied avec enthousiasme, comme si ce dernier trait avait été aussi particulier à Combray que la vie en gondole à Venise. —¡Debe de ser lo que se dice hermoso, señora! —exclamaba el lacayo, entusiasmado, como si este último rasgo hubiera sido tan peculiar de Combray como la vida en góndola lo es de Venecia.
D′ailleurs, plus récent dans la maison que le valet de chambre, il parlait à Françoise des sujets qui pouvaient intéresser non lui-même, mais elle. Et Françoise, qui faisait la grimace quand on la traitait de cuisinière, avait pour le valet de pied qui disait, en parlant d′elle, «la gouvernante», la bienveillance spéciale qu′éprouvent certains princes de second ordre envers les jeunes gens bien intentionnés qui leur donnent de l′Altesse. Por lo demás, como era más reciente en la casa que el ayuda de cámara, hablaba a Francisca de los temas que podían interesarle, no a él, sino a ella. Y Francisca, que torcía el gesto cuando la trataban de cocinera, tenía para con el lacayo, que decía, cuando hablaba de ella «el ama de llaves», la especial benevolencia, que sienten ciertos príncipes de segundo orden respecto de los jóvenes bienintencionados que los tratan de Alteza.
— Au moins on sait ce qu′on fait et dans quelle saison qu′on vit. Ce n′est pas comme ici qu′il n′y aura pas plus un méchant bouton d′or à la sainte Pâques qu′à la Noël, et que je ne distingue pas seulement un petit angélus quand je lève ma vieille carcasse. Là-bas on entend chaque heure, ce n′est qu′une pauvre cloche, mais tu te dis: «Voilà mon frère qui rentre des champs», tu vois le jour qui baisse, on sonne pour les biens de la terre, tu as le temps de te retourner avant d′allumer ta lampe. Ici il fait jour, il fait nuit, on va se coucher qu′on ne pourrait seulement pas plus dire que les bêtes ce qu′on a fait. —Por lo menos sabe una lo que hace y en qué estación vive. No como aquí, que no habrá un mal bouton d′or por Pascuas ni por Navidad, yni siquiera oigo un Angelus cuando levanto mis huesos. Allá los oye una a todas horas; no es más que una campana de nada; pero te dices: «ya vuelve mi hermano del campo»; ves que cae la tarde, tocan por los bienes de la tierra, tienes tiempo de volver a casa antes de encender la lámpara. Aquí es de día, es de noche, se va una a acostar sin que pueda decir siquiera, ni más ni menos que los animales, lo que ha hecho.
— Il paraît que Méséglise aussi c′est bien joli, madame, interrompit le jeune valet de pied au gré de qui la conversation prenait un tour un peu abstrait et qui se souvenait par hasard de nous avoir entendus parler à table de Méséglise. —Parece que también Méséglise es bonito, señora —interrumpía el lacayo, para cuyo gusto la conversación tomaba un giro un tanto abstracto y que se acordaba por casualidad de habernos oído hablar de Méséglise en la tiesa.
— Oh! Méséglise, disait Françoise avec le large sourire qu′on amenait toujours sur ses lèvres quand on prononçait ces noms de Méséglise, de Combray, de Tansonville. Ils faisaient tellement partie de sa propre existence qu′elle éprouvait à les rencontrer au dehors, à les entendre dans une conversation, une gaieté assez voisine de celle qu′un professeur excite dans sa classe en faisant allusion à tel personnage contemporain dont ses élèves n′auraient pas cru que le nom pût jamais tomber du haut de la chaire. Son plaisir venait aussi de sentir que ces pays-là étaient pour elle quelque chose qu′ils n′étaient pas pour les autres, de vieux camarades avec qui on a fait bien des parties; et elle leur souriait comme si elle leur trouvait de l′esprit, parce qu′elle retrouvait en eux beaucoup d′elle-même. —¡Oh, Méséglise! —decía Francisca con la amplia sonrisa que se hacía acudir a sus labios cuando se pronunciaban los nombres de Méséglise, Combray, Tansonville. Hasta tal punto formaban parte de su propia existencia, que al encontrarlos fuera de sí, al oírlos en una conversación, sentía tina alegría bastante próxima a la que un profesor excita en su clase al hacer alusión a tal personaje contemporáneo cuyo nombre jamás hubieran creído sus alumnos que pudiese caer desde lo alto de la cátedra. Su placer venía también de sentir que aquellas tierras eran para ella algo que no eran para los demás, antiguos camaradas con quienes se han pasado no pocos ratos; y les sonreía como si se encontrase con que tuvieran espíritu, porque volvía a encontrar en ellos mucho de sí misma.
— Oui, tu peux le dire, mon fils, c′est assez joli Méséglise, reprenait-elle en riant finement; mais comment que tu en as eu entendu causer, toi, de Méséglise? —Sí que puedes decirlo, hijo. ¡Méséglise es bastante bonito! —proseguía, riendo finamente —; pero, ¿cómo has oído tú hablar de Méséglise"
— Comment que j′ai entendu causer de Méséglise? mais c′est bien connu; on m′en a causé et même souventes fois causé, répondait-il avec cette criminelle inexactitude des informateurs qui, chaque fois que nous cherchons à nous rendre compte objectivement de l′importance que peut avoir pour les autres une chose qui nous concerne, nous mettent dans l′impossibilité d′y réussir. —¿Que cómo he oído hablar yo de Méséglise? Ya se sabe, me han hablado de él, e incluso más de una vez —respondía él, con esa criminal inexactitud de los informadores que cada vez que tratamos de darnos cuenta objetivamente de la importancia que puede tener para los demás una cosa que nos concierne nos ponen en la imposibilidad de conseguirlo.
— Ah! je vous réponds qu′il fait meilleur là sous les cerisiers que près du fourneau. —¡Ah! Os aseguro que se está mejor allí, al pie de los cerezos, que no cerca del fogón.
Elle leur parlait même d′Eulalie comme d′une bonne personne. Car depuis qu′Eulalie était morte, Françoise avait complètement oublié qu′elle l′avait peu aimée durant sa vie comme elle aimait peu toute personne qui n′avait rien à manger chez soi, qui «crevait la faim», et venait ensuite, comme une propre à rien, grâce à la bonté des riches, «faire des manières». Elle ne souffrait plus de ce qu′Eulalie eût si bien su se faire chaque semaine «donner la pièce» par ma tante. Quant à celle-ci, Françoise ne cessait de chanter ses louanges. Incluso les hablaba de Eulalia cono de una buena persona. Porque desde que Eulalia había muerto, Francisca había olvidado por completo que la había querido poco durante su vida, como quería poco a todo el que no tenía en su casa qué comer, que reventaba de hambre, y venía luego, como el que no sirve para nada, gracias a la bondad de los ricos, a hacer cumplidos. Ya no le dolía que Eulalia hubiera sabido arreglárselas tan bien que le diese su moneda mi tía todas las semanas. En cuanto a mi tía, no se hartaba de cantar sus alabanzas.
— Mais c′est à Combray même, chez une cousine de Madame, que vous étiez, alors? demandait le jeune valet de pied. —¿Pero estaba usted entonces en el mismo Combray con una prima de la señora? — preguntaba el lacayo.
— Oui, chez Mme Octave, ah! une bien sainte femme, mes pauvres enfants, et où il y avait toujours de quoi, et du beau et du bon, une bonne femme, vous pouvez dire, qui ne plaignait pas les perdreaux, ni les faisans, ni rien, que vous pouviez arriver dîner à cinq, à six, ce n′était pas la viande qui manquait et de première qualité encore, et vin blanc, et vin rouge, tout ce qu′il fallait. (Françoise employait le verbe plaindre dans le même sens que fait La Bruyère.) Tout était toujours à ses dépens, même si la famille, elle restait des mois et années-. (Cette réflexion n′avait rien de désobligeant pour nous, car Françoise était d′un temps où «dépens» n′était pas réservé au style judiciaire et signifiait seulement dépense.) Ah! je vous réponds qu′on ne partait pas de là avec la faim. Comme M. le curé nous l′a eu fait ressortir bien des fois, s′il y a une femme qui peut compter d′aller près du bon Dieu, sûr et certain que c′est elle. Pauvre Madame, je l′entends encore qui me disait de sa petite voix: «Françoise, vous savez, moi je ne mange pas, mais je veux que ce soit aussi bon pour tout le monde que si je mangeais.» Bien sûr que c′était pas pour elle. Vous l′auriez vue, elle ne pesait pas plus qu′un paquet de cerises; il n′y en avait pas. Elle ne voulait pas me croire, elle ne voulait jamais aller au médecin. Ah! ce n′est pas là-bas qu′on aurait rien mangé à la va vite. Elle voulait que ses domestiques soient bien nourris. Ici, encore ce matin, nous n′avons pas seulement eu le temps de casser la croûte. Tout se fait à la sauvette. Elle était surtout exaspérée par les biscottes de pain grillé que mangeait mon père. Elle était persuadée qu′il en usait pour faire des manières et la faire «valser». «Je peux dire, approuvait le jeune valet de pied, que j′ai jamais vu ça!» Il le disait comme s′il avait tout vu et si en lui les enseignements d′une expérience millénaire s′étendaient à tous les pays et à leurs usages parmi lesquels ne figurait nulle part celui du pain grillé. «Oui, oui, grommelait le maître d′hôtel, mais tout cela pourrait bien changer, les ouvriers doivent faire une grève au Canada et le ministre a dit l′autre soir à Monsieur qu′il a touché pour ça deux cent mille francs.» Le maître d′hôtel était loin de l′en blâmer, non qu′il ne fût lui-même parfaitement honnête, mais croyant tous les hommes politiques véreux, le crime de concussion lui paraissait moins grave que le plus léger délit de vol. Il ne se demandait même pas s′il avait bien entendu cette parole historique et il n′était pas frappé de l′invraisemblance qu′elle eût été dite par le coupable lui-même à mon père, sans que celui-ci l′eût mis dehors. Mais la philosophie de Combray empêchait que Françoise pût espérer que les grèves du Canada eussent une répercussion sur l′usage des biscottes: «Tant que le monde sera monde, voyez-vous, disait-elle, il y aura des maîtres pour nous faire trotter et des domestiques pour faire leurs caprices.» En dépit de la théorie de cette trotte perpétuelle; depuis un quart d′heure ma mère, qui n′usait probablement pas des mêmes mesures que Françoise pour apprécier la longueur du déjeuner de celle-ci, disait: «Mais qu′est-ce qu′ils peuvent bien faire, voilà plus de deux heures qu′ils sont à table.» Et elle sonnait timidement trois ou quatre fois. Françoise, son valet de pied, le maître d′hôtel entendaient les coups de sonnette non comme un appel et sans songer à venir, mais pourtant comme les premiers sons des instruments qui s′accordent quand un concert va bientôt recommencer et qu′on sent qu′il n′y aura plus que quelques minutes d′entr′acte. Aussi quand, les coups commençant à se répéter et à devenir plus insistants, nos domestiques se mettaient à y prendre garde et estimant qu′ils n′avaient plus beaucoup de temps devant eux et que la reprise du travail était proche, à un tintement de la sonnette un peu plus sonore que les autres, ils poussaient un soupir et, prenant leur parti, le valet de pied descendait fumer une cigarette devant la porte; Françoise, après quelques réflexions sur nous, telles que «ils ont sûrement la bougeotte», montait ranger ses affaires dans son sixième, et le maître d′hôtel ayant été chercher du papier à lettres dans ma chambre expédiait rapidement sa correspondance privée. —Sí, en casa de madame Octavia. ¡Ah! Una verdadera santa, hijos míos. Y que allí había siempre de qué, ycosas buenas yhermosas; una buena mujer, puede decirse, que no se dolía por los pollos de perdiz, ni por los faisanes, ni nada; ya podíais llegar a comer cinco, seis que fueseis, que no había cuidado que faltase carne, y de primera calidad, encima, yvino blanco, yvino tinto todo lo preciso. —Francisca empleaba el verbo dolerse lo mismo que La Bruyère—. Todo se hacía siempre a su costa incluso si la familia se quedaba meses y años. —Esta reflexión nada tenía de molesto para nosotros, ya que Francisca era de un tiempo en que costas no estaba reservado al estilo judicial y significaba simplemente gasto—. ¡Ah! Os aseguro que nadie se iba de allí con hambre. Como el señor cura ha hecho resaltar muchas veces, si hay una mujer que pueda contar con que irá al lado de Dios, no cabe la menor duda que es ella. ¡Pobre señora!, todavía la estoy oyendo cuando me decía con su vocecita: «Francisca, ya sabe usted que yo no como; pero quiero que todo sea tan bueno para todo el mundo como si comiera yo». ¡Ya lo creo que no era para ella! Si la hubierais visto, no pesaba más que un cucurucho de cerezas; no tenía más peso. No quería hacerme caso; nunca consentía en ir al médico. Lo que es allí no se hubiera comido aprisa y corriendo. Quería que sus criados estuviesen bien alimentados. Aquí, esta misma mariana, sin ir más lejos, ni siquiera hemos tenido tiempo de hincar el diente a un mendrugo. Todo se hace deprisa y corriendo. Lo que sobre todo la exasperaba eran las rebanadas de pan tostado que comía mi padre. Estaba convencida de que si éste las pedía era por darse tono yhacerla danzar. —Lo que yo puedo decir —aprobaba el lacayo— es que en mi vida he visto semejante cosa. Lo decía como si lo hubiera visto todo y las enseñanzas de una experiencia milenaria se extendiesen en él a todos los países y a sus costumbres, entre las cuales no figuraba en ninguna parte la del pan tostado. —Sí, sí —rezongaba el jefe del comedor—; pero todo eso puede muy bien cambiar. Los obreros van a hacer una huelga en el Canadá y el ministro le ha dicho el otro día al señor que ha cobrado por eso doscientos mil francos. El jefe de comedor estaba lejos de censurarlo por ello; no porque él no fuese perfectamente honrado, sino porque como creía a todos los políticos sospechosos, el crimen de concusión le parecía menos grave que el más leve delito de robo. Ni siquiera se preguntaba si habría entendido bien aquella frase histórica, ni le chocaba lo inverosímil de que el propio culpable se la hubiera dicho a mi padre sin que éste lo hubiera puesto en la puerta. Pero la filosofía de Combray impedía que Francisca pudiese esperar que las huelgas del Canadá tuviesen repercusión alguna en el uso de las tostadas. —Mientras el mundo sea mundo, ¿sabéis?, ha de haber amos que nos hagan trotar y criados que satisfagan sus caprichos. A pesar de la teoría de ese trote perpetuo, desde hacía ya un cuarto de hora, mi madre, que probablemente no se servía de las mismas medidas que Francisca para apreciar lo que duraba el almuerzo de ésta, decía: —Pero, ¿qué pueden estar haciendo? Hace ya más de dos horas que están a la mesa. Y llamaba tímidamente tres o cuatro veces. Francisca, su lacayo yel maître d′hôtel oían los campanillazos como un toque de llamada ysin pensar en acudir; pero, así y todo, como los primeros sonidos de los instrumentos que se templan cuando un concierto va a reanudarse muy pronto y se siente que ya no hay más que unos minutos de entreacto. Así, cuando los campanillazos comenzaban a reiterarse y hacerse más insistentes, nuestros criados empezaban a prestarles atención y, juzgando que ya no tenían mucho tiempo por delante y que se acercaba el momento de volver al trabajo, a un tintineo de la campanilla más sonoro que los demás lanzaban un suspiro y, decidiéndose, el lacayo bajaba a fumarse un cigarrillo ante la puerta, Francisca, tras algunas reflexiones a cuenta nuestra, tales como «debe haberles picado la tarántula», subía a arreglar sus cosas a su sexto piso, y el jefe de comedor, que había ido a buscar papel de cartas a mi alcoba, despachaba rápidamente su correspondencia privada.
Malgré l′air de morgue de leur maître d′hôtel, Françoise avait pu, dès les premiers jours, m′apprendre que les Guermantes n′habitaient pas leur hôtel en vertu d′un droit immémorial, mais d′une location assez récente, et que le jardin sur lequel il donnait du côté que je ne connaissais pas était assez petit, et semblable à tous les jardins contigus; et je sus enfin qu′on n′y voyait ni gibet seigneurial, ni moulin fortifié, ni sauvoir, ni colombier à piliers, ni four banal, ni grange à nef, ni châtelet, ni ponts fixes ou levis, voire volants, non plus que péages, ni aiguilles, chartes, murales ou montjoies. Mais comme Elstir, quand la baie de Balbec ayant perdu son mystère, étant devenue pour moi une partie quelconque interchangeable avec toute autre des quantités d′eau salée qu′il y a sur le globe, lui avait tout d′un coup rendu une individualité en me disant que c′était le golfe d′opale de Whistler dans ses harmonies bleu argent, ainsi le nom de Guermantes avait vu mourir sous les coups de Françoise la dernière demeure issue de lui, quand un vieil ami de mon père nous dit un jour en parlant de la duchesse: «Elle a la plus grande situation dans le faubourg Saint–Germain, elle a la première maison du faubourg Saint–Germain.» Sans doute le premier salon, la première maison du faubourg Saint–Germain, c′était bien peu de chose auprès des autres demeures que j′avais successivement rêvées. Mais enfin celle-ci encore, et ce devait être la dernière, avait quelque chose, si humble ce fût-il, qui était, au delà de sa propre matière, une différenciation secrète. No obstante el engreimiento del jefe de comedor de los Guermantes, Francisca había podido, desde los primeros días, hacerme saber que aquellos no habitaban su hotel en virtud de un derecho inmemorial, sino de un arrendamiento bastante reciente, y que el jardín a que daba el hotel por la parte que yo no conocía era bastante pequeño y semejante a todos los jardines contiguos; ysupe, en fin, que allí no se veía caza señorial, ni molino fortificado, ni salvitas, ni palomar sobre columnas, ni horno del señorío, ni castillete, ni puentes fijos o levadizos, ni siquiera volantes, como tampoco obeliscos, cartelas, murales o mugas. Pero lo mismo que Elstir, cuando al perder su misterio la bahía de Balbec se había convertido para mí en una parcela cualquiera intercambiable con cualquier otra de las cantidades de agua salada que hay en el globo, le había devuelto de pronto una individualidad al decirme que era el golfo de ópalo de Whistler en sus armonías azul plata, así el nombre de Guermantes había visto morir bajo los golpes de Francisca la última mansión salida de él, cuando un viejo amigo de mi padre nos dijo un día, hablando de la duquesa: «Ocupa la posición más importante en el barrio de Saint- Germain; su casa es la primera del barrio de Saint-Germain». Desde luego que el primer salón, la primera casa del barrio de Saint-Germain era bien poca cosa al lado de las otras mansiones que yo había soñado sucesivamente. Pero, en fin, ésta —y había de ser la última— aún tenía algo, por humilde que fuese, que estaba más allá de su propia materia, una diferenciación secreta.
Et cela m′était d′autant plus nécessaire de pouvoir chercher dans le «salon» de Mme de Guermantes, dans ses amis, le mystère de son nom, que je ne le trouvais pas dans sa personne quand je la voyais sortir le matin à pied ou l′après-midi en voiture. Certes déjà, dans l′église de Combray, elle m′était apparue dans l′éclair d′une métamorphose avec des joues irréductibles, impénétrables à la couleur du nom de Guermantes, et des après-midi au bord de la Vivonne, à la place de mon rêve foudroyé, comme un cygne ou un saule en lequel a été changé un Dieu ou une nymphe et qui désormais soumis aux lois de la nature glissera dans l′eau ou sera agité par le vent. Pourtant ces reflets évanouis, à peine les avais-je quittés qu′ils s′étaient reformés comme les reflets roses et verts du soleil couché, derrière la rame qui les a brisés, et dans la solitude de ma pensée le nom avait eu vite fait de s′approprier le souvenir du visage. Mais maintenant souvent je la voyais à sa fenêtre, dans la cour, dans la rue; et moi du moins si je ne parvenais pas à intégrer en elle le nom de Guermantes, à penser qu′elle était Mme de Guermantes, j′en accusais l′impuissance de mon esprit à aller jusqu′au bout de l′acte que je lui demandais; mais elle, notre voisine, elle semblait commettre la même erreur; bien plus, la commettre sans trouble, sans aucun de mes scrupules, sans même le soupçon que ce fût une erreur. Ainsi Mme de Guermantes montrait dans ses robes le même souci de suivre la mode que si, se croyant devenue une femme comme les autres, elle avait aspiré à cette élégance de la toilette dans laquelle des femmes quelconques pouvaient l′égaler, la surpasser peut-être; je l′avais vue dans la rue regarder avec admiration une actrice bien habillée; et le matin, au moment où elle allait sortir à pied, comme si l′opinion des passants dont elle faisait ressortir la vulgarité en promenant familièrement au milieu d′eux sa vie inaccessible, pouvait être un tribunal pour elle, je pouvais l′apercevoir devant sa glace, jouant avec une conviction exempte de dédoublement et d′ironie, avec passion, avec mauvaise humeur, avec amour-propre, comme une reine qui a accepté de représenter une soubrette dans une comédie de cour, ce rôle, si inférieur à elle, de femme élégante; et dans l′oubli mythologique de sa grandeur native, elle regardait si sa voilette était bien tirée, aplatissait ses manches, ajustait son manteau, comme le cygne divin fait tous les mouvements de son espèce animale, garde ses yeux peints des deux côtés de son bec sans y mettre de regards et se jette tout d′un coup sur un bouton ou un parapluie, en cygne, sans se souvenir qu′il est un Dieu. Mais comme le voyageur, déçu par le premier aspect d′une ville, se dit qu′il en pénétrera peut-être le charme en en visitant les musées, en liant connaissance avec le peuple, en travaillant dans les bibliothèques, je me disais que si j′avais été reçu chez Mme de Guermantes, si j′étais de ses amis, si je pénétrais dans son existence, je connaîtrais ce que sous son enveloppe orangée et brillante son nom enfermait réellement, objectivement, pour les autres, puisque enfin l′ami de mon père avait dit que le milieu des Guermantes était quelque chose d′à part dans le faubourg Saint–Germain. Y era para mí tanto más necesario poder buscar en el salón de la señora de Guermantes, en sus amigos, el misterio de su nombre, cuanto que no lo encontraba en su persona cuando la veía salir por la mañana a pie o a la tarde en coche. Verdad es que ya en la iglesia de Combray se me había aparecido en el relámpago de una metamorfosis con unas mejillas irreductibles, impenetrables al color del nombre del Guermantes y de las siestas a orillas del Vivona, en lugar de mi sueño fulminado, como un cisne o un sauce en que ha sido cambiado un dios o una ninfa que, sometidos desde ese punto alas leyes de la Naturaleza, resbalará sobre el agua o será agitado por el viento. Sin embargo, apenas había dejado yo estos reflejos desvanecidos, cuando tornaban a formarse como los reflejos rosa y verde del sol poniente detrás de la rama que los ha quebrado, y en la soledad de mi pensamiento el nombre se había apropiado rápidamente el recuerdo del rostro. Pero ahora la veía con frecuencia en su ventana, en el patio, en la calle; y, por lo menos, si no llegaba a integrar en ella el nombre de Guermantes, a pensar que era la señora de Guermantes, acusaba de ello ala impotencia de mi espíritu para llegar hasta el final del acto que yo le exigía; pero nuestra vecina parecía cometer el mismo error, aun más, cometerlo sin turbarse, sin ninguno de mis escrúpulos, sin la sospecha siquiera de que fuese un error. Así, la señora de Guermantes mostraba en sus vestidos el mismo cuidado de seguir la moda con que si, creyéndose convertida en una mujer como las demás, hubiese aspirado a esa elegancia en el vestir en que cualquier mujer podía igualarla, superarla, acaso; yo la había visto en la calle mirar con admiración a una actriz bien vestida; y por la mañana, en el momento en que iba a salir a pie, como si la opinión de los transeúntes cuya vulgaridad hacía resaltar paseando familiarmente por entre ellos su vida inaccesible pudiera ser para ella un tribunal, podía yo distinguirla ante su espejo desempeñando con una convicción exenta de desdoblamiento y de ironía, con pasión, con mal humor, con amor propio, como una reina que ha aceptado hacer de criada en una comedia de corte, el papel, tan inferior a ella, de mujer elegante; y en el olvido mitológico de su grandeza nativa miraba si su velillo estaba bien estirado, se aplastaba las mangas, se ajustaba la capa, como el cisne divino hace todos los movimientos de su especie animal, conserva sus ojos pintados a ambos lados del pico y se lanza de pronto sobre un botón o un paraguas, como cisne, sin acordarse de que es un Dios. Pero de igual modo que el viajero, defraudado por la primera impresión de una ciudad, se dice que acaso penetre en el espíritu de la misma visitando sus museos, trabando conocimiento con el pueblo, trabajando en las bibliotecas, me decía yo que si hubiera sido recibido en casa de la señora de Guermantes, si fuese uno, de sus amigos, si penetrase en su existencia, conocería lo que su nombre encerraba realmente, objetivamente, balo su envoltura anaranjada y brillante, para los demás; ya que, en fin, el amigo de mi padre había dicho que el círculo de los Guermantes era algo aparte en el barrio de Saint-Germain.
La vie que je supposais y être menée dérivait d′une source si différente de l′expérience, et me semblait devoir être si particulière, que je n′aurais pu imaginer aux soirées de la duchesse la présence de personnes que j′eusse autrefois fréquentées, de personnes réelles. Car ne pouvant changer subitement de nature, elles auraient tenu là des propos analogues à ceux que je connaissais; leurs partenaires se seraient peut-être abaissés à leur répondre dans le même langage humain; et pendant une soirée dans le premier salon du faubourg Saint–Germain, il y aurait eu des instants identiques à des instants que j′avais déjà vécus: ce qui était impossible. Il est vrai que mon esprit était embarrassé par certaines difficultés, et la présence du corps de Jésus-Christ dans l′hostie ne me semblait pas un mystère plus obscur que ce premier salon du Faubourg situé sur la rive droite et dont je pouvais de ma chambre entendre battre les meubles le matin. Mais la ligne de démarcation qui me séparait du faubourg Saint–Germain, pour être seulement idéale, ne m′en semblait que plus réelle; je sentais bien que c′était déjà le Faubourg, le paillasson des Guermantes étendu de l′autre côté de cet Équateur et dont ma mère avait osé dire, l′ayant aperçu comme moi, un jour que leur porte était ouverte, qu′il était en bien mauvais état. Au reste, comment leur salle à manger, leur galerie obscure, aux meubles de peluche rouge, que je pouvais apercevoir quelquefois par la fenêtre de notre cuisine, ne m′auraient-ils pas semblé posséder le charme mystérieux du faubourg Saint–Germain, en faire partie d′une façon essentielle, y être géographiquement situés, puisque avoir été reçu dans cette salle à manger, c′était être allé dans le faubourg Saint–Germain, en avoir respiré l′atmosphère, puisque ceux qui, avant d′aller à table, s′asseyaient à côté de Mme de Guermantes sur le canapé de cuir de la galerie, étaient tous du faubourg Saint–Germain? Sans doute, ailleurs que dans le Faubourg, dans certaines soirées, on pouvait voir parfois trônant majestueusement au milieu du peuple vulgaire des élégants l′un de ces hommes qui ne sont que des noms et qui prennent tour à tour quand on cherche à se les représenter l′aspect d′un tournoi et d′une forêt domaniale. Mais ici, dans le premier salon du faubourg Saint–Germain, dans la galerie obscure, il n′y avait qu′eux. Ils étaient, en une matière précieuse, les colonnes qui soutenaient le temple. Même pour les réunions familières, ce n′était que parmi eux que Mme de Guermantes pouvait choisir ses convives, et dans les dîners de douze personnes, assemblés autour de la nappe servie, ils étaient comme les statues d′or des apôtres de la Sainte–Chapelle, piliers symboliques et consécrateurs, devant la Sainte Table. Quant au petit bout de jardin qui s′étendait entre de hautes murailles, derrière l′hôtel, et où l′été Mme de Guermantes faisait après dîner servir des liqueurs et l′orangeade; comment n′aurais-je pas pensé que s′asseoir, entre neuf et onze heures du soir, sur ses chaises de fer — douées d′un aussi grand pouvoir que le canapé de cuir — sans respirer les brises particulières au faubourg Saint–Germain, était aussi impossible que de faire la sieste dans l′oasis de Figuig, sans être par cela même en Afrique? Il n′y a que l′imagination et la croyance qui peuvent différencier des autres certains objets, certains êtres, et créer une atmosphère. Hélas! ces sites pittoresques, ces accidents naturels, ces curiosités locales, ces ouvrages d′art du faubourg Saint–Germain, il ne me serait sans doute jamais donné de poser mes pas parmi eux. Et je me contentais de tressaillir en apercevant de la haute mer (et sans espoir d′y jamais aborder) comme un minaret avancé, comme un premier palmier, comme le commencement de l′industrie ou de la végétation exotiques, le paillasson usé du rivage. La vida que yo suponía se llevaba allí derivábase de una fuente tan diferente de la experiencia, y me parecía que había de ser tan particular, que no hubiera podido imaginar en las reuniones de la duquesa la presencia de personas que yo hubiese tratado en otro tiempo, de personas reales. Porque como no podía cambiar súbitamente de naturaleza, hubieran tenido allí conversaciones análogas a las que yo conocía; sus interlocutores quizá se hubiesen rebajado hasta responderles en el mismo lenguaje humano, y durante una recepción en el primer salón del barrio de Saint-Germain hubiera habido instantes idénticos a otros que yo había vivido ya, lo cual era imposible. Verdad es que mi espíritu se hallaba perplejo ante ciertas dificultades, y la presencia del cuerpo dé Jesucristo en la ostia no me parecía un misterio más oscuro que aquel primer salón del barrio situado en la orilla derecha, cuyos muebles podía oír yo sacudir por las mañanas desde mi cuarto. Pero la línea de demarcación que me separaba del barrio de Saint-Germain, por ser solamente ideal, no me parecía sino más real; me daba perfecta cuenta de que el barrio era ya la estera de los Guermantes extendida al otro lado de ese Ecuador, y de la cual se había atrevido a decir mi madre, después de haberla visto como yo, un día que la puerta de aquellos se hallaba abierta, que estaba en muy mal estado. Por lo demás, ¿cómo no había de haberme parecido que su comedor, su galería obscura con muebles de peluche rojo, que podía entrever algunas veces por la ventana de nuestra cocina, poseían el encanto misterioso del barrio de Saint-Germain, que formaban parte de él de una manera esencial, que se hallaban geográficamente situados en él, si el ser recibido en aquel comedor era haber ido al barrio de Saint-Germain, haber respirado su atmósfera, puesto que todos aquellos que, antes de ir a la mesa, se sentaban al lado de la señora de Guermantes en el canapé de cuero de la galería, eran del barrio de Saint-Germain? Sin duda en otro sitio que no fuese el barrio, en ciertas recepciones podía verse a veces, majestuosamente entronizado en medio del vulgo de los elegantes, uno de esos hombres que no son más que nombres y que cobran alternativamente, cuando uno trata de representárselos, el aspecto de un torneo o de una selva patrimonial. Pero aquí, en el primer salón del barrio de Saint-Germain, en la galería obscura, no había más que hombres de esos. Eran las columnas de una materia preciosa que sostenían el templo. Incluso para las reuniones familiares, sólo entre ellos podía escoger la señora de Guermantes sus invitados, y en las comidas de doce personas reunidas en torno a la mesa servida, eran como las estatuas de oro de los apóstoles de la Sagrada Capilla, pilares simbólicos y consagrantes ante la Sagrada Mesa. En cuanto al trocito de jardín que se extendió entre altas tapias, a espaldas del hotel, y donde, en verano, después de comer, hacía servir la señora de Guermantes licores y naranjada, ¿cómo no había yo de pensar que sentarse entre nueve y once de la noche en sus sillas de hierro — dotadas de tan gran poder como el canapé de cuero— sin respirar las brisas privativas del barrio de Saint- Germain, era tan imposible como dormir la siesta en el oasis de Figuig sin estar justamente por eso en el África? Y sólo la imaginación y la creencia pueden diferenciar de los detrás ciertos objetos, ciertos seres, y crear una atmósfera. ¡Ay!, jamás, sin duda, me sería dado asentar mis pasos por entre esos parajes pintorescos, esos accidentes naturales, esas curiosidades locales, esas obras de arte del barrio de Saint-Germain. Y me contentaba con estremecerme al distinguir desde alta mar (y sin esperanza dé llegar nunca allí), como un minarete avanzado, como tina primera palmera, como el comienzo de la industria o de la vegetación exótica, la gastada estera de la costa.
Mais si l′hôtel de Guermantes commençait pour moi à la porte de son vestibule, ses dépendances devaient s′étendre beaucoup plus loin au jugement du duc qui, tenant tous les locataires pour fermiers, manants, acquéreurs de biens nationaux, dont l′opinion ne compte pas, se faisait la barbe le matin en chemise de nuit à sa fenêtre, descendait dans la cour, selon qu′il avait plus ou moins chaud, en bras de chemise, en pyjama, en veston écossais de couleur rare, à longs poils, en petits paletots clairs plus courts que son veston, et faisait trotter en main devant lui par un de ses piqueurs quelque nouveau cheval qu′il avait acheté. Plus d′une fois même le cheval abîma la devanture de Jupien, lequel indigna le duc en demandant une indemnité. «Quand ce ne serait qu′en considération de tout le bien que madame la Duchesse fait dans la maison et dans la paroisse, disait M. de Guermantes, c′est une infamie de la part de ce quidam de nous réclamer quelque chose.» Mais Jupien avait tenu bon, paraissant ne pas du tout savoir quel «bien» avait jamais fait la duchesse. Pourtant elle en faisait, mais, comme on ne peut l′étendre sur tout le monde, le souvenir d′avoir comblé l′un est une raison pour s′abstenir à l′égard d′un autre chez qui on excite d′autant plus de mécontentement. A d′autres points de vue d′ailleurs que celui de la bienfaisance, le quartier ne paraissait au duc — et cela jusqu′à de grandes distances — qu′un prolongement de sa cour, une piste plus étendue pour ses chevaux. Après avoir vu comment un nouveau cheval trottait seul, il le faisait atteler, traverser toutes les rues avoisinantes, le piqueur courant le long de la voiture en tenant les guides, le faisant passer et repasser devant le duc arrêté sur le trottoir, debout, géant, énorme, habillé de clair, le cigare à la bouche, la tête en l′air, le monocle curieux, jusqu′au moment où il sautait sur le siège, menait le cheval lui-même pour l′essayer, et partait avec le nouvel attelage retrouver sa maîtresse aux Champs-Élysées. M. de Guermantes disait bonjour dans la cour à deux couples qui tenaient plus ou moins à son monde: un ménage de cousins à lui, qui, comme les ménages d′ouvriers, n′était jamais à la maison pour soigner les enfants, car dès le matin la femme partait à la «Schola» apprendre le contrepoint et la fugue et le mari à son atelier faire de la sculpture sur bois et des cuirs repoussés; puis le baron et la baronne de Norpois, habillés toujours en noir, la femme en loueuse de chaises et le mari en croque-mort, qui sortaient plusieurs fois par jour pour aller à l′église. Ils étaient les neveux de l′ancien ambassadeur que nous connaissions et que justement mon père avait rencontré sous la voûte de l′escalier mais sans comprendre d′où il venait; car mon père pensait qu′un personnage aussi considérable, qui s′était trouvé en relation avec les hommes les plus éminents de l′Europe et était probablement fort indifférent à de vaines distinctions aristocratiques, ne devait guère fréquenter ces nobles obscurs, cléricaux et bornés. Ils habitaient depuis peu dans la maison; Jupien étant venu dire un mot dans la cour au mari qui était en train de saluer M. de Guermantes, l′appela «M. Norpois», ne sachant pas exactement son nom. Pero si el hotel de Guermantes empezaba para mí en la puerta de su vestíbulo, sus dependencias debían extenderse mucho más lejos, a juicio del duque, el cual, tomando a todos los inquilinos por granjeros, rústicos, compradores de bienes nacionales, cuya opinión no cuenta, se afeitaba por las mañanas, en camisón de dormir, en su ventana; bajaba al patio, según tuviese más o menos calor, en mangas de camisa, en pijama, con un chaquetón escocés de un color raro, de pelo largo, con paletós claros más cortos que su chaquetón, y hacía que uno de sus picadores pusiera al trote ante él, teniéndolo de la brida, algún caballo nuevo que había comprado. Incluso más de una vez el caballo hizo añicos la cristalera de Jupien, el cual sacó de quicio al duque al exigirle una indemnización. «Aun cuando no fuese más que en consideración a todo el bien que la duquesa hace en la casó y en la parroquia —decía el señor de Guermantes— es una desvergüenza por parte de ese quídam reclamarnos nada.» Pero Jupien se había mantenido firme, sin saber a ciencia cierta, al parecer, qué bien había hecho nunca la duquesa. Sin embargo, ésta lo hacía; pero como no es posible extenderlo a todo el mundo, el recuerdo de haber colmado de beneficios a uno es una razón para abstenerse respecto de otro en quien es tanto mayor el descontento que se excita. Desde otros puntos de vista, por lo demás, que el de la beneficencia, el barrio no le parecía al duque —y esto hasta grandes distancias— más que una prolongación de su patio, un picadero más extenso para sus caballos. Después de haber visto cómo trotaba solo un caballo nuevo, lo hacía enganchar, atravesar todas las calles cercanas, con el picador corriendo a par, del coche, empuñando las riendas, haciéndolo pasar y volver a pasar por delante del duque, parado en la acera, en pie, gigantesco, enorme, vestido de claro, con el cigarro en la boca, la cabeza al aire, el monóculo curioso, hasta el momento en que saltaba al pescante, guiaba él mismo al caballo para probarlo, y se iba con el nuevo tiro a recoger a su querida a los Campos Elíseos. El señor de Guermantes daba los buenos días en el patio a dos parejas que pertenecían, sobre poco más o menos, a su mundo: un matrimonio de primos suyos que, como los matrimonios de obreros, nunca estaba en casa para cuidar de los niños, ya que desde por la mañana la mujer se iba a la Schola a aprender contrapunto yfuga, yel marido a su estudio a hacer esculturas en madera y cueros repujados; además, el barón y la baronesa de Norpois, vestidos siempre de negro, la mujer de alquiladora de sillas y el marido de entierra muertos que salían varias veces al día para ir a la iglesia. Eran sobrinos del viejo embajador que conocíamos nosotros y a quien justamente había encontrado mi padre en el descansillo de la escalera, pero sin comprender de dónde venía; porque mi padre pensaba que un personaje tan considerable que había estado en relación con los hombres más eminentes de Europa y que probablemente era harto indiferente a vanas distinciones aristocráticas, debía tratar apenas a estos nobles obscuros, clericales y limitados. Hacía poco que vivían en la casa; como Jupien fuese a decir dos palabras en el patio al marido, que estaba saludando al señor de Guermantes, le llamó Señor Norpois por no saber exactamente su nombre.
— Ah! monsieur Norpois, ah! c′est vraiment trouvé! Patience! bientôt ce particulier vous appellera citoyen Norpois! s′écria, en se tournant vers le baron, M. de Guermantes. Il pouvait enfin exhaler sa mauvaise humeur contre Jupien qui lui disait «Monsieur» et non «Monsieur le Duc». —¡Ah! ¡Señor Norpois! ¡Ah! ¡La verdad que es un hallazgo! ¡Paciencia! Ese Juan Particular no tardará en llamarlo a usted ciudadano Norpois —exclama volviéndose hacia el barón, el señor de Guermantes. Al fin podía exhalar su mal humor contra Jupien, que lo llamaba señor y no señor duque.
Un jour que M. de Guermantes avait besoin d′un renseignement qui se rattachait à la profession de mon père, il s′était présenté lui-même avec beaucoup de grâce. Depuis il avait souvent quelque service de voisin à lui demander, et dès qu′il l′apercevait en train de descendre l′escalier tout en songeant à quelque travail et désireux d′éviter toute rencontre, le duc quittait ses hommes d′écuries, venait à mon père dans la cour, lui arrangeait le col de son pardessus, avec la serviabilité héritée des anciens valets de chambre du Roi, lui prenait la main, et la retenant dans la sienne, la lui caressant même pour lui prouver, avec une impudeur de courtisane, qu′il ne lui marchandait pas le contact de sa chair précieuse, il le menait en laisse, fort ennuyé et ne pensant qu′à s′échapper, jusqu′au delà de la porte cochère. Il nous avait fait de grands saluts un jour qu′il nous avait croisés au moment où il sortait en voiture avec sa femme; il avait dû lui dire mon nom, mais quelle chance y avait-il pour qu′elle se le fût rappelé, ni mon visage? Et puis quelle piètre recommandation que d′être désigné seulement comme étant un de ses locataires! Une plus importante eût été de rencontrer la duchesse chez Mme de Villeparisis qui justement m′avait fait demander par ma grand′mère d′aller la voir, et, sachant que j′avais eu l′intention de faire de la littérature, avait ajouté que je rencontrerais chez elle des écrivains. Mais mon père trouvait que j′étais encore bien jeune pour aller dans le monde et, comme l′état de ma santé ne laissait pas de l′inquiéter, il ne tenait pas à me fournir des occasions inutiles de sorties nouvelles. Un día que el señor de Guermantes necesitaba unos informes relacionados con la profesión de mi padre, se había presentado a sí mismo con muy buena gracia. Desde entonces tenía que pedirle a menudo algún favor como vecino, y en cuanto lo veía que bajaba la escalera pensando en algún trabajo, y deseoso de evitar todo encuentro, el duque dejaba a sus mozos de cuadra, salía al paso de mi padre en el patio, le ponía bien el cuello del gabán con la servicialidad heredada de los antiguos ayudas de cámara del Rey, le cogía la mano y, reteniéndola en la suya, acariciándosela incluso para probarle, con un impudor de cortesana, que no le regateaba el contacto de su preciosa carne, lo llevaba así, fastidiadísimo y sin pensar más que en escaparse, hasta más allá de la puerta cochera Nos había hecho grandes saludos un día que se había cruzado con nosotros en el momento en que salía en coche con su mujer, a la que debía de haber dicho mi nombre; pero, ¿qué probabilidad había de que ella lo hubiera recordado, como tampoco mi cara? Y, además, ¡vaya una recomendación la de ser designado meramente corno uno de sus inquilinos! Más importante hubiera sido encontrar a la duquesa en casa de la señora de Villeparisis, que precisamente me había pedido por medio de mi abuela que fuese a verla, y al saber que yo había tenido intención de dedicarme a la literatura, había añadido que en su casa me encontraría con algunos escritores. Pero mi padre estimaba que yo era demasiado joven aún para hacer vida de sociedad, y como el estado de mi salud no dejaba de preocuparle, no tenía ganas de procurarme ocasiones inútiles de nuevas salidas.
Comme un des valets de pied de Mme de Guermantes causait beaucoup avec Françoise, j′entendis nommer quelques-uns des salons où elle allait, mais je ne me les représentais pas: du moment qu′ils étaient une partie de sa vie, de sa vie que je ne voyais qu′à travers son nom, n′étaient-ils pas inconcevables? Como uno de los lacayos de la señora de Guermantes hablaba mucho con Francisca, oí que nombraba algunos de los salones a que aquélla iba; pero por mi parte no acertaba a representármelos desde el momento en que eran una parte de su vida, de su vida que yo no veía más que a través de su nombre, ¿no eran inconcebibles"
— Il y a ce soir grande soirée d′ombres chinoises chez la princesse de Parme, disait le valet de pied, mais nous n′irons pas, parce que, à cinq heures, Madame prend le train de Chantilly pour aller passer deux jours chez le duc d′Aumale, mais c′est la femme de chambre et le valet de chambre qui y vont. Moi je reste ici. Elle ne sera pas contente, la princesse de Parme, elle a écrit plus de quatre fois à Madame la Duchesse. —Esta noche hay una gran fiesta de sombras chinescas en casa de la princesa de Parma —decía el lacayo—; ahora que nos iremos, porque a las cinco toma la señora el tren de Chantilly para ir a pasar dos días en casa del duque de Aumale; pero quienes van son la doncella y el ayuda de cámara. Yo me quedo aquí. No le va a hacer ninguna gracia a la princesa de Parma; más de cuatro veces le ha escrito a la señora duquesa.
— Alors vous n′êtes plus pour aller au château de Guermantes cette année? —¿Entonces ya no están ustedes por ir al castillo de Guermantes este año"
— C′est la première fois que nous n′y serons pas: à cause des rhumatismes à Monsieur le Duc, le docteur a défendu qu′on y retourne avant qu′il y ait un calorifère, mais avant ça tous les ans on y était pour jusqu′en janvier. Si le calorifère n′est pas prêt, peut-être Madame ira quelques jours à Cannes chez la duchesse de Guise, mais ce n′est pas encore sûr. —Es la primera vez que no lo pasaremos allí; por causa de los catarros del señor duque, ha prohibido el doctor que se vuelva allí hasta que pongan un calorífero; pero antes de eso, todos los años se estaba allí hasta enero. Si el calorífero no está instalado, puede que la señora vaya algunos días a Cannes, a casa de la duquesa de Guisa; pero todavía no es seguro.
— Et au théâtre, est-ce que vous y allez? —¿Y allí van ustedes al teatro"
— Nous allons quelquefois à l′Opéra, quelquefois aux soirées d′abonnement de la princesse de Parme, c′est tous les huit jours; il paraît que c′est très chic ce qu′on voit: il y a pièces, opéra, tout. Madame la Duchesse n′a pas voulu prendre d′abonnements mais nous y allons tout de même une fois dans une loge d′une amie à Madame, une autre fois dans une autre, souvent dans la baignoire de la princesse de Guermantes, la femme du cousin à Monsieur le Duc. C′est la soeur au duc de Bavière. —Vamos unas veces a la ópera, otras a las suarés de abono de la princesa de Parma, que son cada ocho días; parece que es muy distinguido lo que ponen: hay comedias, ópera, de todo. La señora duquesa no ha querido tomar un abono; pero de todas maneras vamos una vez a un palco de una amiga de la señora, otras a otro, a mentido a la platea de la princesa de Guermantes, la mujer del primo del señor duque. Es hermana del duque de Baviera.
— Et alors vous remontez comme ça chez vous, disait le valet de pied qui, bien qu′identifié aux Guermantes, avait cependant des maîtres en général une notion politique qui lui permettait de traiter Françoise avec autant de respect que si elle avait été placée chez une duchesse. Vous êtes d′une bonne santé, madame. ¿Así que ya se vuelve usted a casa? —decía el lacayo, que, bien que identificado con los Guermantes, tenía, sin embargo de los araos en general una noción política que le permitía tratar a Francisca con tanto respeto como si hubiera estado colocada en casa de una duquesa —. Tiene usted tina salud excelente, señora.
— Ah! ces maudites jambes! En plaine encore ça va bien (en plaine voulait dire dans la cour, dans les rues où Françoise ne détestait pas de se promener, en un mot en terrain plat), mais ce sont ces satanés escaliers. Au revoir, monsieur, on vous verra peut-être encore ce soir. —¡Ah, si no fuera por estas malditas piernas! En llano, aún menos mal —en llano quería decir en el patio, en las calles por donde no le disgustaba pasearse a Francisca; en una palabra, en terreno llano—; pero estas condenadas escaleras... Hasta luego; puede que volvamos a vernos esta tarde.
Elle désirait d′autant plus causer encore avec le valet de pied qu′il lui avait appris que les fils des ducs portent souvent un titre de prince qu′ils gardent jusqu′à la mort de leur père. Sans doute le culte de la noblesse, mêlé et s′accommodant d′un certain esprit de révolte contre elle, doit, héréditairement puisé sur les glèbes de France, être bien fort en son peuple. Car Françoise, à qui on pouvait parler du génie de Napoléon ou de la télégraphie sans fil sans réussir à attirer son attention et sans qu′elle ralentît un instant les mouvements par lesquels elle retirait les cendres de la cheminée ou mettait le couvert, si seulement elle apprenait ces particularités et que le fils cadet du duc de Guermantes s′appelait généralement le prince d′Oléron, s′écriait: «C′est beau ça!» et restait éblouie comme devant un vitrail. Deseaba tanto más volver a hablar con el lacayo cuanto que había sabido por éste que los hijos de los duques suelen llevar un título de príncipe, que conservan hasta la muerte de su padre. Sin duda el culto a la nobleza, mezclándose y acomodándose con cierto espíritu de rebeldía contra la misma, debe de ser, hereditariamente extraído de los terruños de Francia, muy fuerte en su pueblo. Porque Francisca, a quien podía hablársele del genio de Napoleón o de la telegrafía sin hilos sin conseguir atraer su atención y sin que ni por un instante moderase los movimientos con que retiraba la ceniza de la chimenea o ponía el cubierto, sólo con que le contasen esas particularidades y que el hijo menor del duque de Guermantes se llamaba generalmente príncipe de Oleron, exclamaba: «¡Qué hermoso es eso!» Y se quedaba deslumbrada como ante un vitral.
Françoise apprit aussi par le valet de chambre du prince d′Agrigente, qui s′était lié avec elle en venant souvent porter des lettres chez la duchesse, qu′il avait, en effet, fort entendu parler dans le monde du mariage du marquis de Saint–Loup avec Mlle d′Ambresac et que c′était presque décidé. Francisca supo también por el lacayo del príncipe de Agrigento, que había hecho amistad con ella en las frecuentes ocasiones en que venía a traer cartas a la duquesa, que había oído, en efecto; hablar mucho en el gran mundo del matrimonio del marqués de Saint-Loup con la señorita de Ambresac, y que estaba ya casi decidido.
Cette villa, cette baignoire, où Mme de Guermantes transvasait sa vie, ne me semblaient pas des lieux moins féeriques que ses appartements. Les noms de Guise, de Parme, de Guermantes–Bavière, différenciaient de toutes les autres les villégiatures où se rendait la duchesse, les fêtes quotidiennes que le sillage de sa voiture reliaient à son hôtel. S′ils me disaient qu′en ces villégiatures, en ces fêtes consistait successivement la vie de Mme de Guermantes, ils ne m′apportaient sur elle aucun éclaircissement. Elles donnaient chacune à la vie de la duchesse une détermination différente, mais ne faisaient que la changer de mystère sans qu′elle laissât rien évaporer du sien, qui se déplaçait seulement, protégé par une cloison, enfermé dans un vase, au milieu des flots de la vie de tous. La duchesse pouvait déjeuner devant la Méditerranée à l′époque de Carnaval, mais, dans la villa de Mme de Guise, où la reine de la société parisienne n′était plus, dans sa robe de piqué blanc, au milieu de nombreuses princesses, qu′une invitée pareille aux autres, et par là plus émouvante encore pour moi, plus elle-même d′être renouvelée comme une étoile de la danse qui, dans la fantaisie d′un pas, vient prendre successivement la place de chacune des ballerines ses soeurs, elle pouvait regarder des ombres chinoises, mais à une soirée de la princesse de Parme, écouter la tragédie ou l′opéra, mais dans la baignoire de la princesse de Guermantes. Aquella villa, aquella platea en que la duquesa de Guermantes trasegaba su vida me parecían lugares menos trágicos que sus habitaciones. Los nombres de Guisa, de Parma, de Guermantes-Baviera, diferenciaban de todos los demás los lugares de veraneo a que se trasladaba la duquesa, las fiestas cotidianas que el surco de su coche ligaba a su hotel. Si me decían que en esos veraneos, en esas fiestas, consistía sucesivamente la vida de la señora de Guermantes, no me daban ninguna luz sobre esta vida, Cada uno de ellos daba a la vida de la duquesa una determinación diferente, pero no hacía más que cambiarla de misterio, sin que ella dejase evaporarse nada del suyo, que mudaba solamente de lugar, protegido por, un tabique, encerrado en un vaso, en medio de las ondas de la vida de todos. La duquesa podía desayunar frente al Mediterráneo en la temporada de Carnaval —pero en la villa de la señora de Guisa, donde la reina de la sociedad parisiense ya no era, con su traje de piqué blanco, en medio de numerosas princesas, más que una invitada igual a las demás, y precisamente por eso más conmovedora aún para mí, más ella misma al renovarse como una estrella de la danza que en la fantasía de un paso llega a ocupar sucesivamente el puesto de cada una de las bailarinas, sus hermanas; podía contemplar las sombras chinescas —pero en una suaré de la princesa de Parma; oír la tragedia o la ópera— pero en la platea de la princesa de Guermantes.
Comme nous localisons dans le corps d′une personne toutes les possibilités de sa vie, le souvenir des êtres qu′elle connaît et qu′elle vient de quitter, ou s′en va rejoindre, si, ayant appris par Françoise que Mme de Guermantes irait à pied déjeuner chez la princesse de Parme, je la voyais vers midi descendre de chez elle en sa robe de satin chair, au-dessus de laquelle son visage était de la même nuance, comme un nuage au soleil couchant, c′était tous les plaisirs du faubourg Saint–Germain que je voyais tenir devant moi, sous ce petit volume, comme dans une coquille, entre ces valves glacées de nacre rose. Así como localizamos en el cuerpo de una persona todas las posibilidades de su vida, el recuerdo de los seres que conoce y a quienes acaba de dejar, o a los que va a unirse, así yo, si al enterarme por Francisca de que la señora de Guermantes iría a pie a almorzar a casa de la princesa de Parma, la veía, a eso de mediodía, bajar de su casa con su traje de raso claro, sobre el cual su rostro era del mismo matiz, como una nube a la puesta del sol, lo que ante mí veía eran todos los placeres del barrio de Saint-Germain contenidos en aquel pequeño volumen como en una concha, entre aquellas bruñidas valvas de sonrosado nácar.
Mon père avait au ministère un ami, un certain A.J. Moreau, lequel, pour se distinguer des autres Moreau, avait soin de toujours faire précéder son nom de ces deux initiales, de sorte qu′on l′appelait, pour abréger, A.J. Or, je ne sais comment cet A.J. se trouva possesseur d′un fauteuil pour une soirée de gala à l′Opéra; il l′envoya à mon père et, comme la Berma que je n′avais plus vue jouer depuis ma première déception devait jouer un acte de Phèdre, ma grand′mère obtint que mon père me donnât cette place. Mi padre tenía en el Ministerio un amigo, un tal A. J. Moreau, el cual, para distinguirse de los demás Moreau, tenía cuidado de hacer preceder siempre su apellido de estas dos iniciales, de suerte que se le llamaba, para abreviar, A. J. Pues este A. J. se encontró no sé cómo en posesión de una butaca para una suaré de gala de la ópera; se la mandó a mi padre, y como la Berma, a quien yo no había vuelto a ver trabajar desde mi primera decepción, había de representar un acto de Fedra, mi abuela consiguió que mi padre me diera esa entrada.
A vrai dire je n′attachais aucun prix à cette possibilité d′entendre la Berma qui, quelques années auparavant, m′avait causé tant d′agitation. Et ce ne fut pas sans mélancolie que je constatai mon indifférence à ce que jadis j′avais préféré à la santé, au repos. Ce n′est pas que fût moins passionné qu′alors mon désir de pouvoir contempler de près les parcelles précieuses de réalité qu′entrevoyait mon imagination. Mais celle-ci ne les situait plus maintenant dans la diction d′une grande actrice; depuis mes visites chez Elstir, c′est sur certaines tapisseries, sur certains tableaux modernes, que j′avais reporté la foi intérieure que j′avais eue jadis en ce jeu, en cet art tragique de la Berma; ma foi, mon désir ne venant plus rendre à la diction et aux attitudes de la Berma un culte incessant, le «double» que je possédais d′eux, dans mon coeur, avait dépéri peu à peu comme ces autres «doubles» des trépassés de l′ancienne Égypte qu′il fallait constamment nourrir pour entretenir leur vie. Cet art était devenu mince et minable. Aucune âme profonde ne l′habitait plus. A decir verdad, yo no concedía ningún valor á esta posibilidad de oír a la Berma que, algunos años antes, me había causado tanta agitación. Y no sin melancolía comprobé mi indiferencia respecto de lo que en otro tiempo había preferido a la salud, al reposo. No es que fuese menos apasionado que entonces mi deseo de poder contemplar de cerca las preciosas parcelas de realidad que entreveía mi imaginación. Pero ésta ya no las situaba ahora en la dicción de una gran actriz; desde mis visitas a Elstir había trasladado a ciertas tapicerías, a ciertos cuadros modernos, la fe íntima que en otro Tiempo había tenido en el juego, en el arte trágico de la Berma; como mi fe, mi deseo, no acudían ya a rendir a la dicción y a las actitudes de la Berma un culto incesante, el doble que de ellos poseía en mi corazón había languidecido poco a poco cual esos otros dobles de los muertos del antiguo Egipto a quienes había que alimentar constantemente para mantener su vida. Aquel arte se había tornado débil y mísero. Ninguna alma profunda lo habitaba ya.
Au moment où, profitant du billet reçu par mon père, je montais le grand escalier de l′Opéra, j′aperçus devant moi un homme que je pris d′abord pour M. de Charlus duquel il avait le maintien; quand il tourna la tête pour demander un renseignement à un employé, je vis que je m′étais trompé, mais je n′hésitai pas cependant à situer l′inconnu dans la même classe sociale d′après la manière non seulement dont il était habillé, mais encore dont il parlait au contrôleur et aux ouvreuses qui le faisaient attendre. Car, malgré les particularités individuelles, il y avait encore à cette époque, entre tout homme gommeux et riche de cette partie de l′aristocratie et tout homme gommeux et riche du monde de la finance ou de la haute industrie, une différence très marquée. Là où l′un de ces derniers eût cru affirmer son chic par un ton tranchant, hautain, à l′égard d′un inférieur, le grand seigneur, doux, souriant, avait l′air de considérer, d′exercer l′affectation de l′humilité et de la patience, la feinte d′être l′un quelconque des spectateurs, comme un privilège de sa bonne éducation. Il est probable qu′à le voir ainsi dissimulant sous un sourire plein de bonhomie le seuil infranchissable du petit univers spécial qu′il portait en lui, plus d′un fils de riche banquier, entrant à ce moment au théâtre, eût pris ce grand seigneur pour un homme de peu, s′il ne lui avait trouvé une étonnante ressemblance avec le portrait, reproduit récemment par les journaux illustrés, d′un neveu de l′empereur d′Autriche, le prince de Saxe, qui se trouvait justement à Paris en ce moment. Je le savais grand ami des Guermantes. En arrivant moi-même près du contrôleur, j′entendis le prince de Saxe, ou supposé tel, dire en souriant: «Je ne sais pas le numéro de la loge, c′est sa cousine qui m′a dit que je n′avais qu′à demander sa loge.» En el momento en que, aprovechando el billete recibido por mi parte, subía la gran escalera de la ópera, reparé en un hombre que iba delante de mí y al cual tomé en el primer momento por el señor de Charlus, cuyo porte tenía; cuando, volvió la cabeza para preguntar algo a un empleado vi que me había engañado; pero no dudé, sin embargo, en situar al desconocido en la misma clase social, por la forma, no sólo en que iba vestido, sino en que hablaba al encargado de recibir los billetes y a las acomodadoras que lo hacían esperar. Porque, a pesar de las particularidades individuales, aún había en aquella época entre cada hombre gomoso y rico de esta parte de la aristocracia ycualquier hombre gomoso yrico del mundo de la Bolsa o de la alta industria, una diferencia marcadísima. Allí donde uno de estos últimos hubiera creído afirmar su distinción empleando un tono cortante, altanero, para con un inferior, el gran señor amable, sonriente, parecía considerar, ejercer la afectación de la humildad y de la paciencia, la ficción de ser un espectador cualquiera, como un privilegio de su buena educación. Es probable que al verlo así, disimulando bajo una sonrisa llena de bondad el umbral infranqueable del pequeño universo que llevaba en sí, más de un hijo de algún rico banquero, al entrar en ese momento en el teatro, hubiese tomado a. aquel gran señor por un hombre vulgar, si es que no le había encontrado un asombroso parecido con el retrato, reproducido recientemente por los periódicos ilustrados, de un sobrino del emperador de Austria, el príncipe de Sajonia, que se encontraba precisamente en París en aquel momento. Yo sabía que era muy amigo de los Guermantes. Al llegar cerca del encargado de recoger los billetes, oí al príncipe de Sajonia, o supuesto príncipe, que decía, sonriendo: «No sé el número del palco; es mi prima quien me ha dicho que no tenía más que preguntar por su palco».
Il était peut-être le prince de Saxe; c′était peut-être la duchesse de Guermantes (que dans ce cas je pourrais apercevoir en train de vivre un des moments de sa vie inimaginable, dans la baignoire de sa cousine) que ses yeux voyaient en pensée quand il disait: «sa cousine qui m′a dit que je n′avais qu′à demander sa loge», si bien que ce regard souriant et particulier, et ces mots si simples, me caressaient le coeur (bien plus que n′eût fait une rêverie abstraite), avec les antennes alternatives d′un bonheur possible et d′un prestige incertain. Du moins, en disant cette phrase au contrôleur, il embranchait sur une vulgaire soirée de ma vie quotidienne un passage éventuel vers un monde nouveau; le couloir qu′on lui désigna après avoir prononcé le mot de baignoire, et dans lequel il s′engagea, était humide et lézardé et semblait conduire à des grottes marines, au royaume mythologique des nymphes des eaux. Je n′avais devant moi qu′un monsieur en habit qui s′éloignait; mais je faisais jouer auprès de lui, comme avec un réflecteur maladroit, et sans réussir à l′appliquer exactement sur lui, l′idée qu′il était le prince de Saxe et allait voir la duchesse de Guermantes. Et, bien qu′il fût seul, cette idée extérieure à lui, impalpable, immense et saccadée comme une projection, semblait le précéder et le conduire comme cette Divinité, invisible pour le reste des hommes, qui se tient auprès du guerrier grec. Quizá fuera el príncipe de Sajonia; acaso fuese la duquesa de Guermantes (a quien en ese caso podría yo ver viviendo uno de los momentos de su vida inimaginable, en la platea de su prima) a quien sus ojos veían en pensamiento cuando decía: «Mi prima que me ha dicho que no tenía más que preguntar por su palco», de manera que aquella mirada sonriente yparticular yaquellas palabras tan sencillas me acariciaban el corazón (mucho irás de lo que hubiera podido un ensueño abstracto) con las antenas alternativas de una felicidad posible y de un prestigio incierto. Al menos, al decir aquella frase al encargado de recoger los billetes empalmaba con una vulgar suaré de mi vida cotidiana un paso eventual hacia un mundo nuevo; el corredor que le indicaron después de haber pronunciado la palabra platea, y por el que se adelantó, era húmedo yagrietado yparecía conducir a unas grutas marinas, al reino mitológico de las ninfas de las aguas. Ante mí tenía tan sólo a un caballero puesto de etiqueta que se alejaba; pero yo, por mi parte, hacía jugar en torno a él, como con un reflector torpe, y sin conseguir aplicarla exactamente a él, la idea de que aquél era el príncipe de Sajonia y que iba a ver a la duquesa de Guermantes. Y aun cuando estuviera solo, esta idea exterior a él, impalpable, inmensa y cortada como una proyección, parecía precederle y guiarle cual esa divinidad, invisible para el resto de los hombres, que se yergue al lado del guerrero griego.
Je gagnai ma place, tout en cherchant à retrouver un vers de Phèdre dont je ne me souvenais pas exactement. Tel que je me le récitais, il n′avait pas le nombre de pieds voulus, mais comme je n′essayai pas de les compter, entre son déséquilibre et un vers classique il me semblait qu′il n′existait aucune commune mesure. Je n′aurais pas été étonné qu′il eût fallu ôter plus de six syllabes à cette phrase monstrueuse pour en faire un vers de douze pieds. Mais tout à coup je me le rappelai, les irréductibles aspérités d′un monde inhumain s′anéantirent magiquement; les syllabes du vers remplirent aussitôt la mesure d′un alexandrin, ce qu′il avait de trop se dégagea avec autant d′aisance et de souplesse qu′une bulle d′air qui vient crever à la surface de l′eau. Et en effet cette énormité avec laquelle j′avais lutté n′était qu′un seul pied. Llegué a mi asiento mientras trataba de dar con un verso de Fedra, que no recordaba exactamente. Tal como yo me lo recitaba, no tenía el número de sílabas requerido; pero como yo no intentaba contarlas, entre su desequilibrio y un verso clásico me parecía que no existía ninguna medida común. No me hubiera extrañado que hubiese sido preciso quitar más de seis sílabas a aquella frase monstruosa para hacer de ella un verso de doce. Pero de pronto lo recordé, las irreductibles asperezas de un mundo inhumano se aniquilaron mágicamente; las sílabas del verso llenaron luego la medida de un alejandrino; lo que el verso tenía de sobra se desprendió con tanta facilidad y tan ágilmente como una pompa de aire que sale a estallar a la superficie del agua. Y, en efecto, aquella enormidad con que yo había luchado no era más que una sola sílaba.
Un certain nombre de fauteuils d′orchestre avaient été mis en vente au bureau et achetés par des snobs ou des curieux qui voulaient contempler des gens qu′ils n′auraient pas d′autre occasion de voir de près. Et c′était bien, en effet, un peu de leur vraie vie mondaine habituellement cachée qu′on pourrait considérer publiquement, car la princesse de Parme ayant placé elle-même parmi ses amis les loges, les balcons et les baignoires, la salle était comme un salon où chacun changeait de place, allait s′asseoir ici ou là, près d′une amie. Cierto número de butacas de orquesta habían sido puestas a la venta en contaduría y adquiridas por snobs o curiosos que querían contemplar gentes a quienes no hubieran tenido ocasión de ver de cerca. Y era, verdaderamente, un poco de su verdadera vida mundana, habitualmente oculta, lo que podría examinarse públicamente, pues como la princesa de Parma había distribuido por sí misma entre sus amigos los palcos, las delanteras y las plateas, la sala era como un salón donde cada cual cambiaba de sitio, iba a sentarse aquí o allá, cerca de una amiga.
A côté de moi étaient des gens vulgaires qui, ne connaissant pas les abonnés, voulaient montrer qu′ils étaient capables de les reconnaître et les nommaient tout haut. Ils ajoutaient que ces abonnés venaient ici comme dans leur salon, voulant dire par là qu′ils ne faisaient pas attention aux pièces représentées. Mais c′est le contraire qui avait lieu. Un étudiant génial qui a pris un fauteuil pour entendre la Berma ne pense qu′à ne pas salir ses gants, à ne pas gêner, à se concilier le voisin que le hasard lui a donné, à poursuivre d′un sourire intermittent le regard fugace, à fuir d′un air impoli le regard rencontré d′une personne de connaissance qu′il a découverte dans la salle et qu′après mille perplexités il se décide à aller saluer au moment où les trois coups, en retentissant avant qu′il soit arrivé jusqu′à elle, le forcent à s′enfuir comme les Hébreux dans la mer Rouge entre les flots houleux des spectateurs et des spectatrices qu′il a fait lever et dont il déchire les robes ou écrase les bottines. Au contraire, c′était parce que les gens du monde étaient dans leurs loges (derrière le balcon en terrasse), comme dans de petits salons suspendus dont une cloison eût été enlevée, ou dans de petits cafés où l′on va prendre une bavaroise, sans être intimidé par les glaces encadrées d′or, et les sièges rouges de l′établissement du genre napolitain; c′est parce qu′ils posaient une main indifférente sur les fûts dorés des colonnes qui soutenaient ce temple de l′art lyrique, c′est parce qu′ils n′étaient pas émus des honneurs excessifs que semblaient leur rendre deux figures sculptées qui tendaient vers les loges des palmes et des lauriers, que seuls ils auraient eu l′esprit libre pour écouter la pièce si seulement ils avaient eu de l′esprit. A mi lado estaban gentes vulgares que, sin conocer a los abonados, querían hacer ver que eran capaces de reconocerlos y los nombraban en voz alta. Añadían que esos abonados venían aquí como a su salón, queriendo decir con esto que no ponían atención a las obras que se representaban. Pero lo que ocurría era precisamente lo contrario. Un estudiante genial que ha tomado una butaca para oír a la Berma no piensa en otra cosa que en no ensuciar sus guantes, en no molestar, en propiciarse al vecino que la casualidad le ha deparado, en perseguir con una sonrisa interminable la mirada fugaz, en esquivar con expresión descortés el encuentro con la mirada de una persona conocida que ha descubierto en la sala y a la que después de mil perplejidades se decide a ir a saludar en el momento en que los tres golpes, sonando antes de que haya llegado a ella, le obligan a huir, como los hebreos del mar Rojo, entre las olas encrespadas de los espectadores v de las espectadoras a quienes ha hecho levantarse y a los cuales desgarra los trajes o aplasta las botas. Las gentes del gran mundo, en cambio, precisamente porque estaban en sus palcos (detrás del balconcillo en forma de terraza) como en unos saloncillos colgantes a los que hubiesen quitado uno de sus tabiques, o en cafés pequeños adonde se va a tomar un bavaroise sin intimidarse por los espejos con marco de oro y las sillas rojas del establecimiento de carácter napolitano; porque posaban una mano indiferente en los dorados troncos de las columnas que sostenían aquel templo del arte lírico, porque no se sentían afectadas por los excesivos honores que parecían rendirles dos figuras esculpidas que tendían hacia los palcos palmas y laureles, sólo ellos habrían tenido el espíritu libre para escuchar la obra solamente conque hubiesen tenido espíritu.
D′abord il n′y eut que de vagues ténèbres où on rencontrait tout d′un coup, comme le rayon d′une pierre précieuse qu′on ne voit pas, la phosphorescence de deux yeux célèbres, ou, comme un médaillon d′Henri IV détaché sur un fond noir, le profil incliné du duc d′Aumale, à qui une dame invisible criait: «Que Monseigneur me permette de lui ôter son pardessus», cependant que le prince répondait: «Mais voyons, comment donc, Madame d′Ambresac.» Elle le faisait malgré cette vague défense et était enviée par tous à cause d′un pareil honneur. Al principio no hubo más que unas vagas tinieblas, en las que se encontraba súbitamente, como el rayo de una piedra preciosa que no se ve, la fosforescencia de unos ojos célebres, o, como un medallón de Enrique IV recortado sobre un fondo negro, el perfil inclinado del duque de Aumale, a quien una dama invisible gritaba: «Permítame, monseñor, que le quite el gabán», a pesar de que el príncipe respondía: «¡Pero, cómo, por Dios, señora de Ambresac!» Ella lo hacía, no obstante esta vaga defensa, y era envidiada por todos a causa de semejante honor.
Mais, dans les autres baignoires, presque partout, les blanches déités qui habitaient ces sombres séjours s′étaient réfugiées contre les parois obscures et restaient invisibles. Cependant, au fur et à mesure que le spectacle s′avançait, leurs formes vaguement humaines se détachaient mollement l′une après l′autre des profondeurs de la nuit qu′elles tapissaient et, s′élevant vers le jour, laissaient émerger leurs corps demi-nus, et venaient s′arrêter à la limite verticale et à la surface clair-obscur où leurs brillants visages apparaissaient derrière le déferlement rieur, écumeux et léger de leurs éventails de plumes, sous leurs chevelures de pourpre emmêlées de perles que semblait avoir courbées l′ondulation du flux; après commençaient les fauteuils d′orchestre, le séjour des mortels à jamais séparé du sombre et transparent royaume auquel ça et là servaient de frontière, dans leur surface liquide et pleine, les yeux limpides et réfléchissant des déesses des eaux. Car les strapontins du rivage, les formes des monstres de l′orchestre se peignaient dans ces yeux suivant les seules lois de l′optique et selon leur angle d′incidence, comme il arrive pour ces deux parties de la réalité extérieure auxquelles, sachant qu′elles ne possèdent pas, si rudimentaire soit-elle, d′âme analogue à la nôtre, nous nous jugerions insensés d′adresser un sourire ou un regard: les minéraux et les personnes avec qui nous ne sommes pas en relations. En deçà, au contraire, de la limite de leur domaine, les radieuses filles de la mer se retournaient à tout moment en souriant vers des tritons barbus pendus aux anfractuosités de l′abîme, ou vers quelque demi-dieu aquatique ayant pour crâne un galet poli sur lequel le flot avait ramené une algue lisse et pour regard un disque en cristal de roche. Elles se penchaient vers eux, elles leur offraient des bonbons; parfois le flot s′entr′ouvrait devant une nouvelle néréide qui, tardive, souriante et confuse, venait de s′épanouir du fond de l′ombre; puis l′acte fini, n′espérant plus entendre les rumeurs mélodieuses de la terre qui les avaient attirées à la surface, plongeant toutes à la fois, les diverses soeurs disparaissaient dans la nuit. Mais de toutes ces retraites au seuil desquelles le souci léger d′apercevoir les oeuvres des hommes amenait les déesses curieuses, qui ne se laissent pas approcher, la plus célèbre était le bloc de demi-obscurité connu sous le nom de baignoire de la princesse de Guermantes. Pero en las demás plateas, casi en todas, las blancas deidades que habitaban aquellas moradas sombrías se habían refugiado contra las obscuras paredes y permanecían invisibles. Sin embargo, a medida que el espectáculo avanzaba, sus formas, vagamente humanas, se destacaban blandamente, una tras otra, de las profundidades de la noche que tapizaban y, alzándose hacia la claridad, dejaban que emergiesen sus cuerpos semidesnudos, y venían a detenerse en el límite vertical y en la superficie claroscura en que sus brillantes rostros, aparecían tras el risueño, espumoso y ligero romper de olas de sus abanicos de plumas, bajo sus cabelleras de púrpura enmarañadas de perlas que parecía haber encorvado la ondulación de la pleamar; después comenzaban las butacas de orquesta, el retiro de los mortales por siempre separado del sombrío y transparente reino a que servían acá yallá de frontera, en su superficie líquida ycompacta, los ojos límpidos y reverberantes de las diosas de las aguas. Porque los taburetillos de la ribera, las formas de los monstruos de la orquesta, se pintaban en aquellos ojos siguiendo tan sólo las leyes de la óptica y según su ángulo de incidencia, como ocurre con esas dos partes de la realidad exterior a las que, sabiendo que poseen, por rudimentaria que sea, una alma análoga a la nuestra, juzgaríamos insensato dirigir una mirada o una sonrisa los minerales y las personas con quienes no estamos en relación. Del lado acá, al revés que en el límite de su dominio, las radiantes hijas del mar se volvían a cada instante, sonriendo, a los barbudos tritones colgados de las sinuosidades del abismo, o hacia algún semidiós acuático que tenía por cráneo un canto pulimentado sobre el cual había depositado la ola una alga lisa y por mirada un disco de cristal de roca. Inclinábanse hacia ellos, les ofrecían bombones; a veces, la ola se entreabría ante una nueva nereida que, tardía, sonriente y confusa, acababa de florecer desde el fondo de la sombra; después, acabado el acto, sin esperar ya oír los melodiosos rumores de la tierra que las habían atraído a la superficie, sumergiéndose todas a la vez, las diversas hermanas desaparecían en la noche. Pero de todos aquellos retiros a cuyo umbral traía a las diosas curiosas, que no dejan que nadie se les acerque, el ligero cuidado de distinguir las obras de los hombres, el más afamada era el bloque de semioscuridad conocido por el nombre de platea de la princesa de Guermantes.
Comme une grande déesse qui préside de loin aux jeux des divinités inférieures, la princesse était restée volontairement un peu au fond sur un canapé latéral, rouge comme un rocher de corail, à côté d′une large réverbération vitreuse qui était probablement une glace et faisait penser à quelque section qu′un rayon aurait pratiquée, perpendiculaire, obscure et liquide, dans le cristal ébloui des eaux. A la fois plume et corolle, ainsi que certaines floraisons marines, une grande fleur blanche, duvetée comme une aile, descendait du front de la princesse le long d′une de ses joues dont elle suivait l′inflexion avec une souplesse coquette, amoureuse et vivante, et semblait l′enfermer à demi comme un oeuf rose dans la douceur d′un nid d′alcyon. Sur la chevelure de la princesse, et s′abaissant jusqu′à ses sourcils, puis reprise plus bas à la hauteur de sa gorge, s′étendait une résille faite de ces coquillages blancs qu′on pêche dans certaines mers australes et qui étaient mêlés à des perles, mosaî°µe marine à peine sortie des vagues qui par moment se trouvait plongée dans l′ombre au fond de laquelle, même alors, une présence humaine était révélée par la motilité éclatante des yeux de la princesse. La beauté qui mettait celle-ci bien au-dessus des autres filles fabuleuses de la pénombre n′était pas tout entière matériellement et inclusivement inscrite dans sa nuque, dans ses épaules, dans ses bras, dans sa taille. Mais la ligne délicieuse et inachevée de celle-ci était l′exact point de départ, l′amorce inévitable de lignes invisibles en lesquelles l′oeil ne pouvait s′empêcher de les prolonger, merveilleuses, engendrées autour de la femme comme le spectre d′une figure idéale projetée sur les ténèbres. Como una gran diosa que preside de lejos los juegos de las divinidades inferiores, la princesa se había quedado voluntariamente un poco al fondo, en, un canapé lateral, rojo como una, roca de coral, al lado de una ancha reverberación vidriosa que era probablemente una luna y que hacía pensar en una sección que un rayo dé luz hubiera practicado, perpendicular, oscura y líquida, en el cristal deslumbrado de las aguas. Pluma y corola a un tiempo como ciertas floraciones marinas, una gran flor blanca, aterciopelada como una ala, descendía desde la frente de la princesa a lo largo de una de sus mejillas cuya inflexión seguía con flexibilidad coqueta, amorosa y viva, y parecía encerrada a medias como un huevo rosa en la blandura de un nido de martinete. Sobre la cabellera de la princesa y bajando hasta sus cejas, recogida luego, más abajo, a la altura de su pecho, se extendía una redecilla hecha de esas conchas blancas que se pescan en ciertos mares australes y que estaban entretejidas con perlas, mosaico marino surgido apenas de las olas que por momentos se encontraba sumido en la sombra, en cuyo fondo, aun entonces, se revelaba una presencia humana por la brillante movilidad de los ojos de la princesa. La belleza, que ponía a ésta muy por encima de las demás hijas fabulosas de la penumbra, no estaba por entero material e inclusivamente inscripta en su nuca, en sus hombros, en sus brazos, en su talle. Pero la línea deliciosa e inacabada de éste era el exacto punto de partida, el cebo inevitable de las líneas invisibles en que el ojo no podía menos de prolongarlas, maravillosas, engendradas en torno a la mujer como el espectro de una figura ideal proyectada sobre las tinieblas.
— C′est la princesse de Guermantes, dit ma voisine au monsieur qui était avec elle, en ayant soin de mettre devant le mot princesse plusieurs p indiquant que cette appellation était risible. Elle n′a pas économisé ses perles. Il me semble que si j′en avais autant, je n′en ferais pas un pareil étalage; je ne trouve pas que cela ait l′air comme il faut. —Es la princesa de Guermantes —dijo mi vecina al caballero que estaba con ella, teniendo cuidado de poner delante de la palabra «princesa» muchas pp, indicando que tal denominación era ridícula —. No ha escatimado sus perlas. Lo que es yo, me parece que si tuviera tantas no haría tanta ostentación de ellas; no me parece que eso sea elegante.
Et cependant, en reconnaissant la princesse, tous ceux qui cherchaient à savoir qui était dans la salle sentaient se relever dans leur coeur le trône légitime de la beauté. En effet, pour la duchesse de Luxembourg, pour Mme de Morienval, pour Mme de Saint–Euverte, pour tant d′autres, ce qui permettait d′identifier leur visage, c′était la connexité d′un gros nez rouge avec un bec de lièvre, ou de deux joues ridées avec une fine moustache. Ces traits étaient d′ailleurs suffisants pour charmer, puisque, n′ayant que la valeur conventionnelle d′une écriture, ils donnaient à lire un nom célèbre et qui imposait; mais aussi, ils finissaient par donner l′idée que la laideur a quelque chose d′aristocratique, et qu′il est indifférent que le visage d′une grande dame, s′il est distingué, soit beau. Mais comme certains artistes qui, au lieu des lettres de leur nom, mettent au bas de leur toile une forme belle par elle-même, un papillon, un lézard, une fleur, de même c′était la forme d′un corps et d′un visage délicieux que la princesse apposait à l′angle de sa loge, montrant par là que la beauté peut être la plus noble des signatures; car la présence de Mme de Guermantes, qui n′amenait au théâtre que des personnes qui le reste du temps faisaient partie de son intimité, était, aux yeux des amateurs d′aristocratie, le meilleur certificat d′authenticité du tableau que présentait sa baignoire, sorte d′évocation d′une scène de la vie familière et spéciale de la princesse dans ses palais de Munich et de Paris. Y, sin embargo, al reconocer a la princesa, todos los que trataban de saber quién estaba en la sala sentían que se alzaba en su corazón el trono legítimo de la belleza. En efecto, con la duquesa de Luxemburgo, con la señora de Morienval, con la de Saint-Euverte, con tantas otras, lo que permitía identificar su rostro era la conexión de sus gruesas narices rojas con un hocico de liebre, o de dos mejillas arrugadas con un fino bigote. Estos rasgos eran, por lo demás, suficientes para encantar, ya que, como sólo tenían el valor convencional de una escritura, permitían leer un nombre célebre y que imponía; pero también acababan por dar la idea de que la fealdad tiene algo de aristocrático, y que es indiferente que el rostro de una gran dama, con tal de ser distinguido, sea bello. Pero de igual modo que algunos artistas que en lugar de las letras de su nombre ponen al pie de sus lienzos una forma bella por sí misma, una mariposa, un lagarto, una flor, así era la forma de un cuerpo y de un rostro deliciosos lo que la princesa ponía en un ángulo de su palco, demostrando con ello que la belleza puede ser la más noble de las firmas; porque la presencia de la señora de Guermantes, que sólo traía al teatro personas que el resto del tiempo formaban parte de su intimidad, era, a los ojos de los aficionados a la aristocracia, el mejor certificado de autenticidad del cuadro que presentaba su platea, a modo de ovación de una escena de la vida familiar y especial de la princesa en sus palacios de Munich y de París.
Notre imagination étant comme un orgue de Barbarie détraqué qui joue toujours autre chose que l′air indiqué, chaque fois que j′avais entendu parler de la princesse de Guermantes–Bavière, le souvenir de certaines oeuvres du XVIe siècle avait commencé à chanter en moi. Il me fallait l′en dépouiller maintenant que je la voyais, en train d′offrir des bonbons glacés à un gros monsieur en frac. Certes j′étais bien loin d′en conclure qu′elle et ses invités fussent des êtres pareils aux autres. Je comprenais bien que ce qu′ils faisaient là n′était qu′un jeu, et que pour préluder aux actes de leur vie véritable (dont sans doute ce n′est pas ici qu′ils vivaient la partie importante) ils convenaient en vertu des rites ignorés de moi, ils feignaient d′offrir et de refuser des bonbons, geste dépouillé de sa signification et réglé d′avance comme le pas d′une danseuse qui tour à tour s′élève sur sa pointe et tourne autour d′une écharpe. Qui sait? peut-être au moment où elle offrait ses bonbons, la Déesse disait-elle sur ce ton d′ironie (car je la voyais sourire): «Voulez-vous des bonbons?» Que m′importait? J′aurais trouvé d′un délicieux raffinement la sécheresse voulue, à la Mérimée ou à la Meilhac, de ces mots adressés par une déesse à un demi-dieu qui, lui, savait quelles étaient les pensées sublimes que tous deux résumaient, sans doute pour le moment où ils se remettraient à vivre leur vraie vie et qui, se prêtant à ce jeu, répondait avec la même mystérieuse malice: «Oui, je veux bien une cerise.» Et j′aurais écouté ce dialogue avec la même avidité que telle scène du Mari de la Débutante, où l′absence de poésie, de grandes pensées, choses si familières pour moi et que je suppose que Meilhac eût été mille fois capable d′y mettre, me semblait à elle seule une élégance, une élégance conventionnelle, et par là d′autant plus mystérieuse et plus instructive. Como quiera que nuestra imaginación es como un órgano de Berbería descompuesto, que toca siempre otra cosa que el aire adecuado, cada vez que yo había oído hablar de la princesa de Guermantes-Baviera, el recuerdo de ciertas obras del siglo XVI había empezado a cantar en mí. Necesitaba despojarla de ese recuerdo ahora que la veía ofreciendo bombones helados a un señor grueso puesto de frac. Claro es que yo estaba muy lejos de sacar de esto la Consecuencia de que ella y sus invitados fuesen seres como los demás. Comprendía perfectamente que lo que allí hacían no era sino un juego, y que para preludiar los actos de su vida verdadera (de que, sin duda, no era aquí donde vivían la parte más importante) se ponían de acuerdo en virtud de ritos para mí ignorados, fingían ofrecer yrehusar bombones, gesto despojado de su significación yregulado de antemano como el paso de una bailarina que poco a poco se alza sobre la punta del pie y voltea en torno un velo. Quién sabe: acaso en el momento en que ofrecía sus bombones, decía la diosa en tono de ironía (la estaba viendo sonreír): «¿Quiere usted bombones?» ¿Qué me importaba? Me hubiera parecido de un delicioso refinamiento la deliberada sequedad, a lo Merimée o a lo Meilhac, de esas palabras dirigidas por una diosa a un semidiós que sabía cuáles eran los pensamientos sublimes qué entrambos resumían, sin duda para el momento en que se pusiesen de nuevo a vivir su verdadera vida, y que, prestándose a aquel juego, respondía con la misma malicia misteriosa «Sí, quiero una cereza». Y yo habría escuchado ese diálogo con la misma avidez con que hubiese oído tal escena de El marido de la debutante, en que la ausencia de poesía, de grandes pensamientos, cosas para mí tan familiares y que supongo que Meilhac hubiera sido capaz mil veces de poner en su obra, me parecía por sí sola una elegancia, una elegancia convencional, y por lo mismo tanto más misteriosa y más instructiva.
— Ce gros-là, c′est le marquis de Ganançay, dit d′un air renseigné mon voisin qui avait mal entendu le nom chuchoté derrière lui. —Aquel gordo es el marqués de Ganançay —dijo con expresión resignada mi vecino, que había oído mal el nombre murmurado detrás de él.
Le marquis de Palancy, le cou tendu, la figure oblique, son gros oeil rond collé contre le verre du monocle, se déplaçait lentement dans l′ombre transparente et paraissait ne pas plus voir le public de l′orchestre qu′un poisson qui passe, ignorant de la foule des visiteurs curieux, derrière la cloison vitrée d′un aquarium. Par moment il s′arrêtait, vénérable, soufflant et moussu, et les spectateurs n′auraient pu dire s′il souffrait, dormait, nageait, était en train de pondre ou respirait seulement. Personne n′excitait en moi autant d′envie que lui, à cause de l′habitude qu′il avait l′air d′avoir de cette baignoire et de l′indifférence avec laquelle il laissait la princesse lui tendre des bonbons; elle jetait alors sur lui un regard de ses beaux yeux taillés dans un diamant que semblaient bien fluidifier, à ces moments-là, l′intelligence et l′amitié, mais qui, quand ils étaient au repos, réduits à leur pure beauté matérielle, à leur seul éclat minéralogique, si le moindre réflexe les déplaçait légèrement, incendiaient la profondeur du parterre de feux inhumains, horizontaux et splendides. Cependant, parce que l′acte de Phèdre que jouait la Berma allait commencer, la princesse vint sur le devant de la baignoire; alors, comme si elle-même était une apparition de théâtre, dans la zone différente de lumière qu′elle traversa, je vis changer non seulement la couleur mais la matière de ses parures. Et dans la baignoire asséchée, émergée, qui n′appartenait plus au monde des eaux, la princesse cessant d′être une néréide apparut enturbannée de blanc et de bleu comme quelque merveilleuse tragédienne costumée en Zaî±¥ ou peut-être en Orosmane; puis quand elle se fut assise au premier rang, je vis que le doux nid d′alcyon qui protégeait tendrement la nacre rose de ses joues était, douillet, éclatant et velouté, un immense oiseau de paradis. El marqués de Palancy, con el cuello tendido, la cara oblicua, pegado su abultado ojo redondo al cristal del monóculo, se movía lentamente en la sombra transparente, y parecía no ver al público de la orquesta, ni más ni menos que un pez que pasa, ignorante de los visitantes curiosos, allende el encristalado tabique de un acuario. A veces se detenía, venerable, resoplante, musgoso, y las espectadores no hubieran podido decir si sufría, dormía, nadaba, estaba aovando o respiraba solamente. Nadie excitaba en mí tanta envidia como él, por lo habituado que parecía estar a aquella platea y por la indiferencia con que dejaba que la princesa le tendiese bombones; ella echaba entonces sobre él una mirada de sus hermosos ojos tallados en un diamante que parecían fluidificar en aquellos momentos la inteligencia y la amistad, pero que, cuando estaban en reposo, reducidos a su pura belleza material, a su solo brillo mineralógico, si el menor reflejo los cambiaba de lugar ligeramente incendiaban la profundidad del patio de butacas de fuegos inhumanos, horizontales, espléndidos. Mientras tanto, como el acto de Fedra que representaba la Berma iba a empezar, la princesa vino a la delantera de la platea: entonces, como si también ella fuese una aparición de teatro, en la zona diferente de luz que atravesó, vi cambiar no sólo el color, sino la materia de aquellas galas. Y en la platea en seco, emergida, que ya no pertenecía al mundo de las aguas, la princesa, dejando de ser una nereida, apareció enturbantada de blanco y de azul como una maravillosa trágica vestida de Zaira o quizá de Orosmana; después, cuando se hubo sentado en primera fila, vi que el suave nido de martinete que protegía muellemente el nácar rosa de sus mejillas, era blanco, brillante y aterciopelado, una inmensa ave del paraíso.
Cependant mes regards furent détournés de la baignoire de la princesse de Guermantes par une petite femme mal vêtue, laide, les yeux en feu, qui vint, suivie de deux jeunes gens, s′asseoir à quelques places de moi. Puis le rideau se leva. Je ne pus constater sans mélancolie qu′il ne me restait rien de mes dispositions d′autrefois quand, pour ne rien perdre du phénomène extraordinaire que j′aurais été contempler au bout du monde, je tenais mon esprit préparé comme ces plaques sensibles que les astronomes vont installer en Afrique, aux Antilles, en vue de l′observation scrupuleuse d′une comète ou d′une éclipse; quand je tremblais que quelque nuage (mauvaise disposition de l′artiste, incident dans le public) empêchât le spectacle de se produire dans son maximum d′intensité; quand j′aurais cru ne pas y assister dans les meilleures conditions si je ne m′étais pas rendu dans le théâtre même qui lui était consacré comme un autel, où me semblaient alors faire encore partie, quoique partie accessoire, de son apparition sous le petit rideau rouge, les contrôleurs à oeillet blanc nommés par elle, le soubassement de la nef au-dessus d′un parterre plein de gens mal habillés, les ouvreuses vendant un programme avec sa photographie, les marronniers du square, tous ces compagnons, ces confidents de mes impressions d′alors et qui m′en semblaient inséparables. Phèdre, la «Scène de la Déclaration», la Berma avaient alors pour moi une sorte d′existence absolue. Situées en retrait du monde de l′expérience courante, elles existaient par elles-mêmes, il me fallait aller vers elles, je pénétrerais d′elles ce que je pourrais, et en ouvrant mes yeux et mon âme tout grands j′en absorberais encore bien peu. Mais comme la vie me paraissait agréable! l′insignifiance de celle que je menais n′avait aucune importance, pas plus que les moments où on s′habille, où on se prépare pour sortir, puisque au delà existait, d′une façon absolue, bonnes et difficiles à approcher, impossibles à posséder tout entières, ces réalités plus solides, Phèdre, la manière dont disait la Berma. Saturé par ces rêveries sur la perfection dans l′art dramatique desquelles on eût pu extraire alors une dose importante, si l′on avait dans ces temps-là analysé mon esprit à quelque minute du jour et peut-être de la nuit que ce fût, j′étais comme une pile qui développe son électricité. Et il était arrivé un moment où malade, même si j′avais cru en mourir, il aurait fallu que j′allasse entendre la Berma. Mais maintenant, comme une colline qui au loin semble faite d′azur et qui de près rentre dans notre vision vulgaire des choses, tout cela avait quitté le monde de l′absolu et n′était plus qu′une chose pareille aux autres, dont je prenais connaissance parce que j′étais là, les artistes étaient des gens de même essence que ceux que je connaissais, tâchant de dire le mieux possible ces vers de Phèdre qui, eux, ne formaient plus une essence sublime et individuelle, séparée de tout, mais des vers plus ou moins réussis, prêts à rentrer dans l′immense matière de vers français où ils étaient mêlés. J′en éprouvais un découragement d′autant plus profond que si l′objet de mon désir têtu et agissant n′existait plus, en revanche les mêmes dispositions à une rêverie fixe, qui changeait d′année en année, mais me conduisait à une impulsion brusque, insoucieuse du danger, persistaient. Tel jour où, malade, je partais pour aller voir dans un château un tableau d′Elstir, une tapisserie gothique, ressemblait tellement au jour où j′avais dû partir pour Venise, à celui où j′étais allé entendre la Berma, ou parti pour Balbec, que d′avance je sentais que l′objet présent de mon sacrifice me laisserait indifférent au bout de peu de temps, que je pourrais alors passer très près de lui sans aller regarder ce tableau, ces tapisseries pour lesquelles j′eusse en ce moment affronté tant de nuits sans sommeil, tant de crises douloureuses. Je sentais par l′instabilité de son objet la vanité de mon effort, et en même temps son énormité à laquelle je n′avais pas cru, comme ces neurasthéniques dont on double la fatigue en leur faisant remarquer qu′ils sont fatigués. En attendant, ma songerie donnait du prestige à tout ce qui pouvait se rattacher à elle. Et même dans mes désirs les plus charnels toujours orientés d′un certain côté, concentrés autour d′un même rêve, j′aurais pu reconnaître comme premier moteur une idée, une idée à laquelle j′aurais sacrifié ma vie, et au point le plus central de laquelle, comme dans mes rêveries pendant les après-midi de lecture au jardin à Combray, était l′idée de perfection. Mis miradas, sin embargo, fueron distraídas de la platea de la princesa de Guermantes por una mujercita mal vestida, fea, de ojos de fuego, que vino, seguida de dos jóvenes, a sentarse algunas butacas más allá de la mía. Después se alzó el telón. No pude percatarme sin melancolía de que nada me quedaba de mis disposiciones de antaño cuando, para no perder ni un ápice del extraordinario fenómeno que hubiera ido a contemplar al fin del mundo, tenía mi espíritu preparado como esas placas sensibles que los astrónomos van a instalar al África, a las Antillas, con miras a la escrupulosa observación de un cometa o de un eclipse; cuando temblaba a que alguna nube (mala disposición del artista, incidente en el público) impidiese que el espectáculo se produjera en su máximo de intensidad; cuando hubiera creído no asistir a él en las mejores condiciones si no hubiera ido precisamente al teatro que le estaba consagrado como un altar, donde me parecía entonces, también, que formaban parte, aunque accesoria, de su aparición bajo el teloncillo rojo los acomodadores de clavel blanco nombrados por ella, el arranque de la nave por encima dé un patio de butaca lleno de gente mal vestida, las acomodadoras que vendían un programa con sus fotografías, los castaños del square, todos los camaradas, los confidentes de mis impresiones de entonces yque me parecían inseparables de ellas, Fedra, la «Escena de la Declaración», la Berma, tenían entonces para mí una especie de existencia absoluta. Situados fuera del mundo de la existencia corriente, existían por sí mismos, tenía yo que ir hacia ellos, penetraría en ellos lo que pudiera, y al abrir de par en par mis ojos, mi alma absorbería bien aún alguno de ellos. Pero, ¡qué agradable me parecía la vida!: la insignificancia de la que yo vivía no tenía ninguna importancia, como no la tienen los momentos en que uno se viste, en que se prepara para salir, ya que allende eso existían, de una manera absoluta, buenas y difíciles de abordar, imposibles de poseer por entero, esas realidades más sólidas, Fedra, la manera de recitar de la Berma. Saturado de estas imaginaciones sobre la perfección en el arte dramático de que hubiera podido extraerse entonces una importante dosis si en aquellos tiempos se hubiese analizado mi espíritu en cualquier minuto del día, y acaso de la noche, que fuese, era yo como una pila que desarrolla su actividad. Y había llegado un momento en que, enfermo, incluso aun cuando hubiese creído morir por ello, hubiera sido necesario que fuese a oír a la Berma. Pero ahora, como una colina que, vista de lejos, parece hecha de azul, mientras que de cerca entra en nuestra visión vulgar de las cosas, todo eso había dejado el mundo de lo absoluto y ya no era sino una cosa parecida a las demás, de que yo adquiría conocimiento porque estaba, allí; los artistas eran gentes de la misma esencia que las que yo conocía, que trataban de decir lo mejor posible aquellos versos de Fedra que ya no formaban una esencia sublime e individual, separada de todo, sino unos versos más o menos logrados, prontos a reintegrarse a la inmensa materia de los versos franceses con que estaban mezclados. Sentía yo un desaliento tanto más profundo cuanto que si el objeto de mi deseo terco y operante no existía ya, en desquite, las mismas disposiciones para un ensoñar fijo, que cambiaba de año en año, pero que me llevaba a un impulso brusco, indiferente al peligro, seguían existiendo siempre. Tal día en que, enfermo, salía para ir a ver en un castillo un cuadro de Elstir, tina tapicería gótica, se parecía hasta tal punto al día en que había tenido que salir para Venecia, a aquel otro en que había ido a oír a la Berma o salido para Balbec, que de antemano sentía que el objeto presente de mi sacrificio me dejaría indiferente al cabo, de poco tiempo, que entonces podría pasar muy cerca de él sin ir a ver aquel cuadro, aquellas tapicerías por las que en aquel momento hubiera afrontado tantas noches sin sueño, tantas crisis dolorosas. Sentía, por la inestabilidad de su objeto, la vanidad de mi esfuerzo y al mismo tiempo su enormidad, en la que no había creído, como esos neurasténicos cuya fatiga se duplica al hacerles notar que están fatigados. Mientras tanto, mi ensoñar comunicaba prestigio a cuanto podía referirse a él. Y aun en mis deseos más carnales, orientados siempre en un determinado sentido, concentrados en torno a un mismo sueño, hubiera podido reconocer como primer motor una idea, una idea a la que hubiera sacrificado mi vida, y en el punto más central de ella, como en mis ensueños durante las tardes de lectura en el jardín de Combray, estaba la idea de perfección.
Je n′eus plus la même indulgence qu′autrefois pour les justes intentions de tendresse ou de colère que j′avais remarquées alors dans le débit et le jeu d′Aricie, d′Ismène et d′Hippolyte. Ce n′est pas que ces artistes — c′étaient les mêmes — ne cherchassent toujours avec la même intelligence à donner ici à leur voix une inflexion caressante ou une ambigueacute; calculée, là à leurs gestes une ampleur tragique ou une douceur suppliante. Leurs intonations commandaient à cette voix: «Sois douce, chante comme un rossignol, caresse»; ou au contraire: «Fais-toi furieuse», et alors se précipitaient sur elle pour tâcher de l′emporter dans leur frénésie. Mais elle, rebelle, extérieure à leur diction, restait irréductiblement leur voix naturelle, avec ses défauts ou ses charmes matériels, sa vulgarité ou son affectation quotidiennes, et étalait ainsi un ensemble de phénomènes acoustiques ou sociaux que n′avait pas altéré le sentiment des vers récités. Ya no tuve la misma indulgencia que en otro tiempo para las justas intenciones de ternura o de cólera que había observado entonces en el papel yen el juego de Aricia, de Ismene yde Hipólito, No es que los artistas —eran los mismos— no tratasen con la misma inteligencia de dar aquí a su voz una inflexión acariciante o una ambigüedad calculada, o más allá, a sus gestos, una amplitud trágica o una dulzura suplicante. Sus entonaciones mandaban a la voz: «Sé suave, canta como un ruiseñor, acaricia», o, por el contrario: «Tórnate furiosa», y entonces se precipitaban sobre ella para tratar de arrastrarla en su frenesí. Pero ella, rebelde, permanecía exterior a su dicción, seguía siendo irreductiblemente su voz natural, con sus defectos o con sus encantos materiales, su vulgaridad o su afectación cotidiana, y desplegaba así un conjunto de fenómenos acústicos o sociales que no había alterado el sentimiento de los versos recitados.
De même le geste de ces artistes disait à leurs bras, à leur péplum: «Soyez majestueux.» Mais les membres insoumis laissaient se pavaner entre l′épaule et le coude un biceps qui ne savait rien du rôle; ils continuaient à exprimer l′insignifiance de la vie de tous les jours et à mettre en lumière, au lieu des nuances raciniennes, des connexités musculaires; et la draperie qu′ils soulevaient retombait selon une verticale où ne le disputait aux lois de la chute des corps qu′une souplesse insipide et textile. A ce moment la petite dame qui était près de moi s′écria: Asimismo el ademán de los artistas decía a sus brazos, a su peplo: «Sed majestuosos». Pero los miembros, insumisos, dejaban que se pavonease entre el hombro y el codo un bíceps que no sabía nada del papel; continuaban expresando la insignificancia de la vida de todos los días y sacando a luz, en lugar de los matices raéinianos, conexiones musculares; y los paños que alzaban volvían a caer conforme a una vertical en que sólo se los disputaba a las leyes de la caída de los cuerpos una flexibilidad insípida y textil. En este momento una damisela que estaba cerca de mí exclamó:
— Pas un applaudissement! Et comme elle est ficelée! Mais elle est trop vieille, elle ne peut plus, on renonce dans ces cas-là. —¡Ni un aplauso! ¡Y qué arreglada está! Pero es demasiado vieja, no puede más; en estos casos se renuncia.
Devant les «chut» des voisins, les deux jeunes gens qui étaient avec elle tâchèrent de la faire tenir tranquille, et sa fureur ne se déchaînait plus que dans ses yeux. Cette fureur ne pouvait d′ailleurs s′adresser qu′au succès, à la gloire, car la Berma qui avait gagné tant d′argent n′avait que des dettes. Prenant toujours des rendez-vous d′affaires ou d′amitié auxquels elle ne pouvait pas se rendre, elle avait dans toutes les rues des chasseurs qui couraient décommander dans les hôtels des appartements retenus à l′avance et qu′elle ne venait jamais occuper, des océans de parfums pour laver ses chiennes, des dédits à payer à tous les directeurs. A défaut de frais plus considérables, et moins voluptueuse que Cléopâtre, elle aurait trouvé le moyen de manger en pneumatiques et en voitures de l′Urbaine des provinces et des royaumes. Mais la petite dame était une actrice qui n′avait pas eu de chance et avait voué une haine mortelle à la Berma. Celle-ci venait d′entrer en scène. Et alors, ô miracle, comme ces leçons que nous nous sommes vainement épuisés à apprendre le soir et que nous retrouvons en nous, sues par coeur, après que nous avons dormi, comme aussi ces visages des morts que les efforts passionnés de notre mémoire poursuivent sans les retrouver, et qui, quand nous ne pensons plus à eux, sont là devant nos yeux, avec la ressemblance de la vie, le talent de la Berma qui m′avait fui quand je cherchais si avidement à en saisir l′essence, maintenant, après ces années d′oubli, dans cette heure d′indifférence, s′imposait avec la force de l′évidence à mon admiration. Autrefois, pour tâcher d′isoler ce talent, je défalquais en quelque sorte de ce que j′entendais le rôle lui-même, le rôle, partie commune à toutes les actrices qui jouaient Phèdre et que j′avais étudié d′avance pour que je fusse capable de le soustraire, de ne recueillir comme résidu que le talent de Mme Berma. Mais ce talent que je cherchais à apercevoir en dehors du rôle, il ne faisait qu′un avec lui. Tel pour un grand musicien (il paraît que c′était le cas pour Vinteuil quand il jouait du piano), son jeu est d′un si grand pianiste qu′on ne sait même plus si cet artiste est pianiste du tout, parce que (n′interposant pas tout cet appareil d′efforts musculaires, ça et là couronnés de brillants effets, toute cette éclaboussure de notes où du moins l′auditeur qui ne sait où se prendre croit trouver le talent dans sa réalité matérielle, tangible) ce jeu est devenu si transparent, si rempli de ce qu′il interprète, que lui-même on ne le voit plus, et qu′il n′est plus qu′une fenêtre qui donne sur un chef-d′oeuvre. Les intentions entourant comme une bordure majestueuse ou délicate la voix et la mimique d′Aricie, d′Ismène, d′Hippolyte, j′avais pu les distinguer; mais Phèdre se les était intériorisées, et mon esprit n′avait pas réussi à arracher à la diction et aux attitudes, à appréhender dans l′avare simplicité de leurs surfaces unies, ces trouvailles, ces effets qui n′en dépassaient pas, tant ils s′y étaient profondément résorbés. La voix de la Berma, en laquelle ne subsistait plus un seul déchet de matière inerte et réfractaire à l′esprit, ne laissait pas discerner autour d′elle cet excédent de larmes qu′on voyait couler, parce qu′elles n′avaient pu s′y imbiber, sur la voix de marbre d′Aricie ou d′Ismène, mais avait été délicatement assouplie en ses moindres cellules comme l′instrument d′un grand violoniste chez qui on veut, quand on dit qu′il a un beau son, louer non pas une particularité physique mais une supériorité d′âme; et comme dans le paysage antique où à la place d′une nymphe disparue il y a une source inanimée, une intention discernable et concrète s′y était changée en quelque qualité du timbre, d′une limpidité étrange, appropriée et froide. Les bras de la Berma que les vers eux-mêmes, de la même émission par laquelle ils faisaient sortir sa voix de ses lèvres, semblaient soulever sur sa poitrine, comme ces feuillages que l′eau déplace en s′échappant; son attitude en scène qu′elle avait lentement constituée, qu′elle modifierait encore, et qui était faite de raisonnements d′une autre profondeur que ceux dont on apercevait la trace dans les gestes de ses camarades, mais de raisonnements ayant perdu leur origine volontaire, fondus dans une sorte de rayonnement où ils faisaient palpiter, autour du personnage de Phèdre, des éléments riches et complexes, mais que le spectateur fasciné prenait, non pour une réussite de l′artiste mais pour une donnée de la vie; ces blancs voiles eux-mêmes, qui, exténués et fidèles, semblaient de la matière vivante et avoir été filés par la souffrance mi-pane, mi-janséniste, autour de laquelle ils se contractaient comme un cocon fragile et frileux; tout cela, voix, attitudes, gestes, voiles, n′étaient, autour de ce corps d′une idée qu′est un vers (corps qui, au contraire des corps humains, n′est pas devant l′âme comme un obstacle opaque qui empêche de l′apercevoir mais comme un vêtement purifié, vivifié où elle se diffuse et où on la retrouve), que des enveloppes supplémentaires qui, au lieu de la cacher, rendaient plus splendidement l′âme qui se les était assimilées et s′y était répandue, que des coulées de substances diverses, devenues translucides, dont la superposition ne fait que réfracter plus richement le rayon central et prisonnier qui les traverse et rendre plus étendue, plus précieuse et plus belle la matière imbibée de flamme où il est engainé. Telle l′interprétation de la Berma était, autour de l′oeuvre, une seconde oeuvre vivifiée aussi par le génie. Ante los siseos de los vecinos, los dos jóvenes que estaban con ella trataron de obligarla a que estuviese tranquila, y su furor sólo se desencadenaba ya en sus ojos. Este furor no podía, por otra parte, dirigirse más que contra el éxito, contra la gloria, puesto que la Berma, que tanto dinero había ganado, no tenía más que deudas. Aceptando siempre citas de negocios o de amistad a las que no podía acudir, tenía en todas las calles cazadores que corrían a desacreditarla; en los hoteles, habitaciones reservadas de antemano y que nunca iba a ocupar; océanos de perfumes para lavar a sus perros, rescisiones de contratos que pagar a todos los directores. A falta de gastos más considerables, y menos voluptuosa que Cleopatra, habría encontrado manera de comerse en continentales y en coches de la Urbana provincias y reinos. Pero la damisela era una actriz que no había tenido suerte y había consagrado un odio mortal a la Berma. Ésta acababa de entrar en escena. Entonces, ¡oh milagro!, como esas lecciones que nos hemos agotado realmente en aprender por la noche y que encontramos en nosotros, sabidas de memoria, después que hemos dormido, como esos rostros de muerto que los esfuerzos apasionados de nuestra memoria persiguen sin volver a encontrarlos y que, cuando ya no pensamos en ellos, están ahí, ante nuestros ojos, con la semejanza de la vida, el talento de la Berma, que había huido de mí cuando yo trataba tan ávidamente de aprehender su esencia, ahora, al cabo de estos años de olvido, en esta hora de indiferencia, se imponía con la fuerza de la evidencia a mi admiración. En otro tiempo, para tratar de aislar ese talento, deducía yo, en cierto modo, de lo que oía, el papel mismo, el papel, parte común a todas las actrices que representaban Fedra y que yo había estudiado de antemano para ser capaz de substraerlo, de no recoger como residuo sino el talento de la Berma. Pero ese talento que yo trataba de percibir fuera del papel formaba no más que una sola cosa con él. Así, en un gran músico (parece que tal era el caso de Vinteuil cuando tocaba el piano) su juego es de un pianista tan grande que ya ni siquiera se sabe si es artista, si es pianista ó no, porque (como no interpone todo ese aparato de esfuerzos musculares, coronados acá y allá por brillantes efectos, toda esa salpicadura de notas en que por lo menos el oyente que no sabe por dónde se anda cree hallar el tanto en su realidad material, tangible) ese juego se ha hecho tan transparente, tan henchido de aquello que interpreta, que no se le ve ya a él mismo y ya no es más que una ventana que da a una obra maestra. Ya había podido distinguir las intenciones que rodeaban como una orla majestuosa o delicada la voz y la mímica de Aricia, de Ismene, de Hipólito; pero Fedra se las había interiorizado, y mi espíritu no había conseguido arrancar a la dicción y a las actitudes, aprehender en la avara simplicidad de sus superficies unidas, esos hallazgos, esos efectos que no sobresalían de ellas, de tan profundamente como en ellas se habían reabsorbido. La voz de la Berma, en que no subsistía ni un solo residuo de materia inerte y refractaria al espíritu, no dejaba distinguir en torno a sí el sobrante de lágrimas que se veía correr por sobre la voz de mármol de Aricia o de Ismene, sino que había sido delicadamente flexibilizada en sus menores células como el instrumento de un gran violinista en el cual se quiere, cuando se dice que tiene un hermoso sonido, alabar no una particularidad física, sino una superioridad de alma; como en el paisaje antiguo donde en el lugar antes ocupado por una ninfa desaparecida hay una fuente inanimada, una intención discernible y concreta habíase trocado ella en alguna calidad del timbre, de tina limpidez extraña, adecuada y fría. Los brazos de la Berma, que los mismos versos, con la misma emisión con que hacían salir su voz de sus labios, parecían alzar sobre su pecho como esos follajes que el agua cambia de lugar al huir; su actitud en escena, que había constituido lentamente, que modificaría aún y que estaba hecha de razonamientos de otra profundidad que aquellos cuya huella se percibía en los ademanes de sus camaradas — pero de razonamientos que habían perdido su origen voluntario, fundidos en una especie de irradiación en que hacían palpitar en torno al personaje de Fedra elementos ricos y complejos, pero que el espectador fascinado tomaba no por un acierto de la artista, sino por un dato tomado de la vida; aquellos mismos velos blancos, que, extenuados y fieles, parecían materia viva y como que hubiesen sido hilados por el sufrimiento semipagano, semijansenista en torno al cual se contraían como un capullo de gusano de seda frágil y friolento; todo ello, voz, actitudes, ademanes, no eran, en torno al cuerpo de una idea que es un verso (cuerpo que, al revés de los cuerpos humanos, no está ante el alma como un obstáculo opaco que impida percibirla, sino como una vestidura purificada, vivificada, en que aquélla se difunde y en que vuelve a encontrársela), otra cosa que envolturas suplementarias que en lugar de ocultarla destacaban más espléndidamente el alma que se las había asimilado y se había esparcido por ellas, no eran sino oleadas de sustancias diversas que se han tornado translúcidas, cuya superposición no hace sino refractar más ricamente el rayo central y prisionero que la atraviesa, yhacer más extensa, más preciosa ymás bella la materia embebida de llama en que está infundido. Así la interpretación dé la Berma era, entorno a la obra, una segunda obra vivificada también por el genio: ¿por el genio de Racine"
Mon impression, à vrai dire, plus agréable que celle d′autrefois, n′était pas différente. Seulement je ne la confrontais plus à une idée préalable, abstraite et fausse, du génie dramatique, et je comprenais que le génie dramatique, c′était justement cela. Je pensais tout à l′heure que, si je n′avais pas eu de plaisir la première fois que j′avais entendu la Berma, c′est que, comme jadis quand je retrouvais Gilberte aux Champs-Élysées, je venais à elle avec un trop grand désir. Entre les deux déceptions il n′y avait peut-être pas seulement cette ressemblance, une autre aussi, plus profonde. L′impression que nous cause une personne, une oeuvre (ou une interprétation) fortement caractérisées, est particulière. Nous avons apporté avec nous les idées de «beauté», «largeur de style», «pathétique», que nous pourrions à la rigueur avoir l′illusion de reconnaître dans la banalité d′un talent, d′un visage corrects, mais notre esprit attentif a devant lui l′insistance d′une forme dont il ne possède pas l′équivalent intellectuel, dont il lui faut dégager l′inconnu. Il entend un son aigu, une intonation bizarrement interrogative. Il se demande: «Est-ce beau? ce que j′éprouve, est-ce de l′admiration? est-ce cela la richesse de coloris, la noblesse, la puissance?» Et ce qui lui répond de nouveau, c′est une voix aiguë, c′est un ton curieusement questionneur, c′est l′impression despotique causée par un être qu′on ne connaît pas, toute matérielle, et dans laquelle aucun espace vide n′est laissé pour la «largeur de l′interprétation». Et à cause de cela ce sont les oeuvres vraiment belles, si elles sont sincèrement écoutées, qui doivent le plus nous décevoir, parce que, dans la collection de nos idées, il n′y en a aucune qui réponde à une impression individuelle. Mi impresión, a decir verdad, más agradable que la de otro tiempo, no era diferente de la de entonces. Sólo que ya no la cotejaba con una idea previa, abstracta yfalsa del genio dramático, ycomprendía que el genio dramático era justamente eso. Pensé, de repente, que si no había sentido placer la primera vez que había oído a la Berrea, es que, como en otro tiempo, cuando encontraba a Gilberta en los Campos Elíseos, llegaba —a ella con un deseo demasiado grande. Entre las dos decepciones quizá no había sólo esta semejanza, sino también otra, más profunda. La impresión que nos causan una persona, una obra o una interpretación, fuertemente caracterizadas es particular. Hemos aportado con nosotros las ideas de «belleza», «amplitud de estilo», «patético», que en rigor podríamos tener la ilusión de reconocer en la trivialidad de un talento, de un rostro correcto, pero nuestro espíritu atento tiene ante sí la insistencia de una forma che que no posee equivalente intelectual, cuya incógnita necesita despejar. Oye un sonido agudo, una, entonación extrañamente interrogativa. Se pregunta: «¿Es hermoso lo que siento? ¿Es admiración? ¿Es esto la riqueza de colorido, la nobleza, el poderío? Y lo que de nuevo le responde es una voz aguda; es un torro curiosamente interrogador, es la impresión despótica producida por un ser a quien no se conoce, completamente material, y en la que no queda ningún espacio vacío para la amplitud de la interpretación», y a eso obedece que sean las obras verdaderamente bellas, si las oímos sinceramente, las que más deben decepcionarnos, porque en la colección de nuestras ideas no hay ninguna que responda a una impresión individual.
C′était précisément ce que me montrait le jeu de la Berma. C′était bien cela, la noblesse, l′intelligence de la diction. Maintenant je me rendais compte des mérites d′une interprétation large, poétique, puissante; ou plutôt, c′était cela à quoi on a convenu de décerner ces titres, mais comme on donne le nom de Mars, de Vénus, de Saturne à des étoiles qui n′ont rien de mythologique. Nous sentons dans un monde, nous pensons, nous nommons dans un autre, nous pouvons entre les deux établir une concordance mais non combler l′intervalle. C′est bien un peu, cet intervalle, cette faille, que j′avais à franchir quand, le premier jour où j′étais allé voir jouer la Berma, l′ayant écoutée de toutes mes oreilles, j′avais eu quelque peine à rejoindre mes idées de «noblesse d′interprétation», d′«originalité» et n′avais éclaté en applaudissements qu′après un moment de vide, et comme s′ils naissaient non pas de mon impression même, mais comme si je les rattachais à mes idées préalables, au plaisir que j′avais à me dire: «J′entends enfin la Berma.» Et la différence qu′il y a entre une personne, une oeuvre fortement individuelle et l′idée de beauté existe aussi grande entre ce qu′elles nous font ressentir et les idées d′amour, d′admiration. Aussi ne les reconnaît-on pas. Je n′avais pas eu de plaisir à entendre la Berma (pas plus que je n′en avais à voir Gilberte). Je m′étais dit: «Je ne l′admire donc pas.» Mais cependant je ne songeais alors qu′à approfondir le jeu de la Berma, je n′étais préoccupé que de cela, je tâchais d′ouvrir ma pensée le plus largement possible pour recevoir tout ce qu′il contenait. Je comprenais maintenant que c′était justement cela: admirer. Esto era precisamente lo que demostraba el juego de la Berma. Aquello era realmente la nobleza, la inteligencia de la dicción, Ahora me daba yo cuenta de los méritos de una interpretación amplia, poética, vigorosa, o más bien era aquella a lo que se ha convenido en otorgar esos títulos, pero del mismo modo que se da el nombre de Marte, de Venus, de Saturno a estrellas que no tienen nada de mitológico. Sentimos en un inundo; pensamos, denominamos en otro; podemos establecer entre ambos una concordancia, pero no colmar el intervalo que los separa. Es muy poco ese intervalo, esa falla, que tenía yo que cruzar cuando, el primer día que había ido a ver trabajar a la Berma, habiéndola escuchado con todos mis oídos, me había costado algún trabajo volver a reunir mis ideas de «nobleza de interpretación», de «originalidad», y no había estallado en aplausos hasta después de un momento de vacío y como si naciesen no de mi misma impresión, sino como si los refiriese a mis ideas previas, al deleite qué sentía al decirme: «Por fin oigo a la Berma». Y la diferencia que hay entre una persona, una obra fuertemente individual y la idea de belleza, existe también, igualmente grande, entre lo que esa persona o esa otra nos hacen sentir y las ideas de amor, de admiración. Así no se las reconoce. Yo no había sentido placer al oír a la Berma (como tampoco lo sentía al ver a Gilberta). Me había dicho: «Luego es que no la admiro». Mas, con todo, sólo pensaba entonces en profundizar en el juego de la Berma; nada más que de eso estaba preocupado, trataba de abrir mi pensamiento lo más ampliamente posible para recibir todo lo que contenía. Ahora comprendía que era justamente eso: admirar.
Ce génie dont l′interprétation de la Berma n′était seulement que la révélation, était-ce bien seulement le génie de Racine? Ese genio de que la interpretación de la Bernia era solamente la revelación, ¿era realmente tan sólo el genio de Racine"
Je le crus d′abord. Je devais être détrompé, une fois l′acte de Phèdre fini, après les rappels du public, pendant lesquels la vieille actrice rageuse, redressant sa taille minuscule, posant son corps de biais, immobilisa les muscles de son visage, et plaça ses bras en croix sur sa poitrine pour montrer qu′elle ne se mêlait pas aux applaudissements des autres et rendre plus évidente une protestation qu′elle jugeait sensationnelle, mais qui passa inaperçue. La pièce suivante était une des nouveautés qui jadis me semblaient, à cause du défaut de célébrité, devoir paraître minces, particulières, dépourvues qu′elles étaient d′existence en dehors de la représentation qu′on en donnait. Mais je n′avais pas comme pour une pièce classique cette déception de voir l′éternité d′un chef-d′oeuvre ne tenir que la longueur de la rampe et la durée d′une représentation qui l′accomplissait aussi bien qu′une pièce de circonstance. Puis à chaque tirade que je sentais que le public aimait et qui serait un jour fameuse, à défaut de la célébrité qu′elle n′avait pu avoir dans le passé, j′ajoutais celle qu′elle aurait dans l′avenir, par un effort d′esprit inverse de celui qui consiste à se représenter des chefs-d′oeuvre au temps de leur grêle apparition, quand leur titre qu′on n′avait encore jamais entendu ne semblait pas devoir être mis un jour, confondu dans une même lumière, à côté de ceux des autres oeuvres de l′auteur. Et ce rôle serait mis un jour dans la liste de ses plus beaux, auprès de celui de Phèdre. Non qu′en lui-même il ne fût dénué de toute valeur littéraire; mais la Berma y était aussi sublime que dans Phèdre. Je compris alors que l′oeuvre de l′écrivain n′était pour la tragédienne qu′une matière, à peu près indifférente en soi-même, pour la création de son chef-d′oeuvre d′interprétation, comme le grand peintre que j′avais connu à Balbec, Elstir, avait trouvé le motif de deux tableaux qui se valent, dans un bâtiment scolaire sans caractère et dans une cathédrale qui est, par elle-même, un chef-d′oeuvre. Et comme le peintre dissout maison, charrette, personnages, dans quelque grand effet de lumière qui les fait homogènes, la Berma étendait de vastes nappes de terreur, de tendresse, sur les mots fondus également, tous aplanis ou relevés, et qu′une artiste médiocre eût détachés l′un après l′autre. Sans doute chacun avait une inflexion propre, et la diction de la Berma n′empêchait pas qu′on perçut le vers. N′est-ce pas déjà un premier élément de complexité ordonnée, de beauté, quand en entendant une rime, c′est-à-dire quelque chose qui est à la fois pareil et autre que la rime précédente, qui est motivé par elle, mais y introduit la variation d′une idée nouvelle, on sent deux systèmes qui se superposent, l′un de pensée, l′autre de métrique? Mais la Berma faisait pourtant entrer les mots, même les vers, même les «tirades», dans des ensembles plus vastes qu′eux-mêmes, à la frontière desquels c′était un charme de les voir obligés de s′arrêter, s′interrompre; ainsi un poète prend plaisir à faire hésiter un instant, à la rime, le mot qui va s′élancer et un musicien à confondre les mots divers du livret dans un même rythme qui les contrarie et les entraîne. Ainsi dans les phrases du dramaturge moderne comme dans les vers de Racine, la Berma savait introduire ces vastes images de douleur, de noblesse, de passion, qui étaient ses chefs-d′oeuvre à elle, et où on la reconnaissait comme, dans des portraits qu′il a peints d′après des modèles différents, on reconnaît un peintre. Lo creí al pronto. Había de salir de mi engaño una vez acabado el acto de Fedra, después de las llamadas del público, durante las cuales la antigua actriz, rabiosa, irguiendo su talla minúscula, sesgando el cuerpo, inmovilizó los músculos de su rostro y puso los brazos en cruz sobre el pecho para demostrar que ella no se mezclaba a los aplausos de los demás y hacer más evidente una protesta que juzgaba sensacional, pero que pasó inadvertida. La obra siguiente era una de las novedades que en otro tiempo se me antojaba, por su falta de celebridad, que tenían que parecer por fuerza endebles, extrañas, desprovistas como estaban de existencia fuera de la representación que de ellas se daba. Pero no tenía, como con una obra clásica, la decepción de ver que la eternidad de una obra maestra no poseía más extensión que la del escenario ni más duración que la de una representación que la desempeñaba tan bien como una oración de circunstancias, Además, a cada tirada que sentía yo que gustaba al público y que un día habría de ser famosa, a falta de la celebridad que no había podido tener en el pasado le añadía la que habría de tener en el porvenir, por un esfuerzo de espíritu inverso del que consiste en representarse las obras maestras en el tiempo de su inconsistente aparición, cuando su título, que hasta ese punto no se había oído aún, no parecía que hubiera de ser incluido un día, confundido en una misma luz, emparejado con los títulos de las demás obras del autor. Y este papel sería puesto un día en la lista de los más hermosos suyos, al lado del de Fedra. No porque en sí mismo no estuviese desnudo de todo valor literario, pero es que la Berma estaba en él tan sublime como en Fedra. Entonces comprendí que la obra del escritor no era para la trágica más que una materia, punto menos que indiferente en sí misma, para la creación de su obra maestra de interpretación, como el gran pintor que yo había conocido en Balbec, Elstir, había encontrado el motivo de dos cuadros de mérito en un edificio escolar sin carácter y en una catedral que es por sí misma una obra maestra. Y así como el pintor disuelve casa, carreta, personajes, en algún gran efecto de luz que los hace homogéneos, la Berma extendía vastos paños de terror, de ternura, sobre las palabras fundidas por igual, allanadas todas o todas realzadas, a una, y que una artista mediocre hubiera recortado una tras otra. Sin duda, cada una de ellas tenía su inflexión propia, y la dicción de la Berma no impedía que se distinguiese al verso. ¿No es ya un primer elemento de complejidad ordenada, es decir, de belleza, cuando, al oír una rima, es decir, algo que es a la vez semejante y distinto respecto de la rima precedente, que es producido por ésta, pero que introduce en ella la variación de una idea nueva, se sienten dos sistemas que se superponen: uno de pensamiento, otro de métrica? Pero la Berma, sin embargo, hacía entrar las palabras, hasta los versos, inclusive las «tiradas», en conjuntos más vastos, en cuya frontera era un hechizo verlos obligados a detenerse, a interrumpirse; así un poeta se deleita en hacer vacilar por un instante, en la rima, la palabra que va a lanzarse, y un músico en confundir las palabras diversas del libreto en un mismo ritmo que las contraría y las arrastra. Tanto en las frases del dramaturgo moderno como en los versos de Racine, la Berma sabía introducir esas vastas imágenes de dolor, de nobleza, de pasión, que eran obras maestras suyas, y en las que se la reconocía como, en retratos que ha pintado con modelos diferentes, se reconoce a un pintor.
Je n′aurais plus souhaité comme autrefois de pouvoir immobiliser les attitudes de la Berma, le bel effet de couleur qu′elle donnait un instant seulement dans un éclairage aussitôt évanoui et qui ne se reproduisait pas, ni lui faire redire cent fois un vers. Je comprenais que mon désir d′autrefois était plus exigeant que la volonté du poète, de la tragédienne, du grand artiste décorateur qu′était son metteur en scène, et que ce charme répandu au vol sur un vers, ces gestes instables perpétuellement transformés, ces tableaux successifs, c′était le résultat fugitif, le but momentané, le mobile chef-d′oeuvre que l′art théâtral se proposait et que détruirait en voulant le fixer l′attention d′un auditeur trop épris. Même je ne tenais pas à venir un autre jour réentendre la Berma; j′étais satisfait d′elle; c′est quand j′admirais trop pour ne pas être déçu par l′objet de mon admiration, que cet objet fût Gilberte ou la Berma, que je demandais d′avance à l′impression du lendemain le plaisir que m′avait refusé l′impression de la veille. Sans chercher à approfondir la joie que je venais d′éprouver et dont j′aurais peut-être pu faire un plus fécond usage, je me disais comme autrefois certain de mes camarades de collège: «C′est vraiment la Berma que je mets en premier», tout en sentant confusément que le génie de la Berma n′était peut-être pas traduit très exactement par cette affirmation de ma préférence et par cette place de «première» décernée, quelque calme d′ailleurs qu′elles m′apportassent. Yo no hubiera deseado ya, como en otro tiempo, poder inmovilizar las actitudes de la Berma, el hermoso efecto de color que daba sólo por un instante en una iluminación inmediatamente desvanecida y que no se reproducía, ni hacerle repetir cien veces un verso. Comprendía que mi deseo de antaño era más exigente que la voluntad del poeta, de la trágica, del gran artista decorador que era su director de escena, y que aquel hechizo esparcido a vuelo sobre un verso, aquellos inestables ademanes perpetuamente transformados, aquellos cuadros sucesivos, eran el resultado fugitivo, el fin momentáneo, la móvil obra maestra que el arte teatral se proponía, y que destruiría, al querer fijarla, la atención de un oyente demasiado apasionado. Ni siquiera me interesaba ir otro día a oír de nuevo a la Berma; estaba satisfecho de ella; cuando admiraba demasiado para que no me defraudase el objeto de mi admiración, fuese ese objeto Gilberta o la Berma, era cuando pedía de antemano a la impresión del día siguiente el placer que me había negado la impresión de la víspera. Sin tratar de profundizar en el goce que acababa de sentir y del que acaso hubiera podido hacer un uso más fecundo, me decía como antaño cierto compañero mío de colegio: «Verdaderamente es la Berma a quien pongo la primera», aun sintiendo confusamente que el genio de la Berma no era acaso traducido muy exactamente por esta afirmación de mi preferencia y por ese puesto de «primera» otorgado, cualquiera que fuese, por lo demás, la tranquilidad que me trajeran.
Au moment où cette seconde pièce commença, je regardai du côté de la baignoire de Mme de Guermantes. Cette princesse venait, par un mouvement générateur d′une ligne délicieuse que mon esprit poursuivait dans le vide, de tourner la tête vers le fond de la baignoire; les invités étaient debout, tournés aussi vers le fond, et entre la double haie qu′ils faisaient, dans son assurance et sa grandeur de déesse, mais avec une douceur inconnue que d′arriver si tard et de faire lever tout le monde au milieu de la représentation mêlait aux mousselines blanches dans lesquelles elle était enveloppée un air habilement na timide et confus qui tempérait son sourire victorieux, la duchesse de Guermantes, qui venait d′entrer, alla vers sa cousine, fit une profonde révérence à un jeune homme blond qui était assis au premier rang et, se retournant vers les monstres marins et sacrés flottant au fond de l′antre, fit à ces demi-dieux du Jockey–Club — qui à ce moment-là, et particulièrement M. de Palancy, furent les hommes que j′aurais le plus aimé être — un bonjour familier de vieille amie, allusion à l′au jour le jour de ses relations avec eux depuis quinze ans. Je ressentais le mystère, mais ne pouvais déchiffrer l′énigme de ce regard souriant qu′elle adressait à ses amis, dans l′éclat bleuté dont il brillait tandis qu′elle abandonnait sa main aux uns et aux autres, et qui, si j′eusse pu en décomposer le prisme, en analyser les cristallisations, m′eût peut-être révélé l′essence de la vie inconnue qui y apparaissait à ce moment-là. Le duc de Guermantes suivait sa femme, les reflets de son monocle, le rire de sa dentition, la blancheur de son oeillet ou de son plastron plissé, écartant pour faire place à leur lumière ses sourcils, ses lèvres, son frac; d′un geste de sa main étendue qu′il abaissa sur leurs épaules, tout droit, sans bouger la tête, il commanda de se rasseoir aux monstres inférieurs qui lui faisaient place, et s′inclina profondément devant le jeune homme blond. On eût dit que la duchesse avait deviné que sa cousine dont elle raillait, disait-on, ce qu′elle appelait les exagérations (nom que de son point de vue spirituellement français et tout modéré prenaient vite la poésie et l′enthousiasme germaniques) aurait ce soir une de ces toilettes où la duchesse la trouvait «costumée», et qu′elle avait voulu lui donner une leçon de goût. Au lieu des merveilleux et doux plumages qui de la tête de la princesse descendaient jusqu′à son cou, au lieu de sa résille de coquillages et de perles, la duchesse n′avait dans les cheveux qu′une simple aigrette qui dominant son nez busqué et ses yeux à fleur de tête avait l′air de l′aigrette d′un oiseau. Son cou et ses épaules sortaient d′un flot neigeux de mousseline sur lequel venait battre un éventail en plumes de cygne, mais ensuite la robe, dont le corsage avait pour seul ornement d′innombrables paillettes soit de métal, en baguettes et en grains, soit de brillants, moulait son corps avec une précision toute britannique. Mais si différentes que les deux toilettes fussent l′une de l′autre, après que la princesse eut donné à sa cousine la chaise qu′elle occupait jusque-là, on les vit, se retournant l′une vers l′autre, s′admirer réciproquement. En el momento en que la segunda obra empezó volví la mirada hacia la platea de la señora de Guermantes. La princesa, con un movimiento engendrador de una deliciosa línea que mi espíritu perseguía en el vacío, acababa de volver la cabeza hacia el fondo de la platea; los invitados estaban de pie, vueltos también hacia el fondo, y entre la doble hilera que formaban, con su aplomo y su grandeza de diosa, pero con una dulzura desconocida que por llegar tan tarde y hacer levantarse a todo el mundo a mitad de la representación barajaba las muselinas blancas en que estaba envuelta y la expresión hábilmente ingenua, tímida y confusa, con su sonrisa victoriosa, la duquesa de Guermantes, que acababa de entrar, fue hacia su prima, hizo una profunda reverencia a un joven rubio que estaba sentado en primer término, y volviéndose hacia los monstruos marinos y sagrados que flotaban en el fondo del antro, dirigió a aquellos semidioses del Jockey Club —que en aquel momento, y particularmente el señor de Palancy, fueron los hombres que más me hubiera gustado ser— un saludo familiar de antigua amiga, alusiones a lo cotidiano de sus relaciones con ellos desde hacía quince años. Yo sentía el misterio, pero no podía descifrar el enigma de aquella mirada sonriente que dirigía a sus amigos, en el fulgor aterciopelado con que esa mirada brillaba mientras abandonaba su mano a unos y otros, y que, si yo hubiera podido descomponer su prisma, analizar sus cristalizaciones, acaso me hubiera revelado la esencia de la vida desconocida que en ella aparecía en aquel momento. El duque de Guermantes seguía a su mujer, con los reflejos de su método, la risa de su dentadura, la blancura de su clavel o de su pechera plisada, que dejaban aparte, para hacer lugar a su luz, sus cejas, sus labios, su frac; con un ademán de su mano extendida, que bajó hasta los hombros de ellos, erguido, sin volver la cabeza, ordenó que se sentaran de nuevo a los monstruos inferiores que le hacían sitio, y se inclinó profundamente ante el joven rubio. Se hubiera dicho que la princesa había adivinado que su prima, de quien se burlara, a lo que decía, por lo que llamaba ella sus exageraciones (nombre que, desde su punto de vista ingeniosamente francés y esencialmente moderado, tomaban pronto la poesía y el entusiasmo germánicos), había de llevar aquella noche uno de esos tocados con que a la duquesa le parecía disfrazada, y hubiese querido darle una lección de gusto. En lugar de los maravillosos y suaves plumajes que de la cabeza de la princesa descendían hasta su cuello; en lugar de su redecilla de conchas y de perlas, la duquesa no llevaba en el pelo más que una sencilla aigrette que, dominando su nariz arqueada y sus ojos saltones, parecía la cresta de un pájaro. Su cuello y sus hombros emergían de una nívea ola de muselina sobre la que iba a batir un abanico de pluma de cisne; pero luego el traje —cuyo corpiño tenía, como único adorno, innumerables lentejuelas, bien de metal, en varillas y en cuentas, bien de brillantes— moldeaba su cuerpo con precisión enteramente británica. Pero por diferentes que fuesen entre sí uno y otro tocado, después que la princesa hubo dado a su prima la silla que hasta entonces ocupaba ella, se las vio que, volviéndose la una hacia la otra, se miraban recíprocamente.
Peut-être Mme de Guermantes aurait-elle le lendemain un sourire quand elle parlerait de la coiffure un peu trop compliquée de la princesse, mais certainement elle déclarerait que celle-ci n′en était pas moins ravissante et merveilleusement arrangée; et la princesse, qui, par goût, trouvait quelque chose d′un peu froid, d′un peu sec, d′un peu couturier, dans la façon dont s′habillait sa cousine, découvrirait dans cette stricte sobriété un raffinement exquis. D′ailleurs entre elles l′harmonie, l′universelle gravitation préétablie de leur éducation, neutralisaient les contrastes non seulement d′ajustement mais d′attitude. A ces lignes invisibles et aimantées que l′élégance des manières tendait entre elles, le naturel expansif de la princesse venait expirer, tandis que vers elles, la rectitude de la duchesse se laissait attirer, infléchir, se faisait douceur et charme. Comme dans la pièce que l′on était en train de représenter, pour comprendre ce que la Berma dégageait de poésie personnelle, on n′avait qu′à confier le rôle qu′elle jouait, et qu′elle seule pouvait jouer, à n′importe quelle autre actrice, le spectateur qui eût levé les yeux vers le balcon eût vu, dans deux loges, un «arrangement» qu′elle croyait rappeler ceux de la princesse de Guermantes, donner simplement à la baronne de Morienval l′air excentrique, prétentieux et mal élevé, et un effort à la fois patient et coûteux pour imiter les toilettes et le chic de la duchesse de Guermantes, faire seulement ressembler Mme de Cambremer à quelque pensionnaire provinciale, montée sur fil de fer, droite, sèche et pointue, un plumet de corbillard verticalement dressé dans les cheveux. Peut-être la place de cette dernière n′était-elle pas dans une salle où c′était seulement avec les femmes les plus brillantes de l′année que les loges (et même celles des plus hauts étages qui d′en bas semblaient de grosses bourriches piquées de fleurs humaines et attachées au cintre de la salle par les brides rouges de leurs séparations de velours) composaient un panorama éphémère que les morts, les scandales, les maladies, les brouilles modifieraient bientôt, mais qui en ce moment était immobilisé par l′attention, la chaleur, le vertige, la poussière, l′élégance et l′ennui, dans cette espèce d′instant éternel et tragique d′inconsciente attente et de calme engourdissement qui, rétrospectivement, semble avoir précédé l′explosion d′une bombe ou la première flamme d′un incendie. Quizá la señora de Guermantes sonriese ala mañana siguiente cuando hablara del peinado, un tanto por demás complicado, de la princesa, pero seguramente declararía que no por esto estaba aquélla menos encantadora ymaravillosamente arreglada; yla princesa, que, por principios de gusto, encontraba algo un poco frío, un poco seco, un poco modisteril en la manera de vestirse de su prima, descubriría en esta estricta sobriedad un refinamiento exquisito. Por otra parte, entre ellas, la gravitación universal preestablecida de su educación neutralizaba los contrastes, no sólo de tocado, sino de actitud. En las líneas invisibles e imantadas que entre ellas tendía la elegancia de maneras venía a expirar el natural expansivo de la princesa, mientras que la tiesura de la duquesa se dejaba atraer, doblar, tornábase blandura y hechizo. Del mismo modo que en la obra que estaban representando, para comprender lo que de poesía personal desprendía la Berma no había más que confiar el papel que desempeñaba, y que sólo ella podía desempeñar, a cualquier otra actriz, el espectador que hubiese alzado los ojos hacia la barandilla de la platea hubiera visto, en dos palcos, cómo un arreglo, que ellas creían recordaba los de la princesa de Guermantes, daba sencillamente a la baronesa de Morienval una traza excéntrica, presuntuosa e ineducada, y cómo un esfuerzo, a la vez terco ycostoso, por imitar el vestir yla distinción de la duquesa de Guermantes hacía solamente que la señora de Cambremer se asemejase a una pensionista provinciana, montada el alambre, tieso; seca y puntiaguda, con un penacho de coche fúnebre erguido verticalmente en el pelo. Acaso el puesto de esta última no estuviese en una sala en que los palcos (incluso los de los pisos más altos, que desde abajo parecían grandes banastas pespunteadas de flores humanas y unidas a la bóveda de la sala por las rojas bridas de sus separaciones de terciopelo) componían, solamente con las mujeres más brillantes del año, un efímero panorama que las muertes, los escándalos, las enfermedades, las rencillas modificarían bien pronto, pero que en aquel momento estaba inmovilizado por la atención, por el calor, por el vértigo, por la elegancia y el fastidio, en esa especie de instante eterno ytrágico de inconsciente espera yde tranquilo embotamiento que, retrospectivamente, parece haber precedido a la explosión de una bomba o a la primera llamarada de un incendio.
La raison pour quoi Mme de Cambremer se trouvait là était que la princesse de Parme, dénuée de snobisme comme la plupart des véritables altesses et, en revanche, dévorée par l′orgueil, le désir de la charité qui égalait chez elle le goût de ce qu′elle croyait les Arts, avait cédé çà et là quelques loges à des femmes comme Mme de Cambremer qui ne faisaient pas partie de la haute société aristocratique, mais avec lesquelles elle était en relations pour ses oeuvres de bienfaisance. Mme de Cambremer ne quittait pas des yeux la duchesse et la princesse de Guermantes, ce qui lui était d′autant plus aisé que, n′étant pas en relations véritables avec elles, elle ne pouvait avoir l′air de quêter un salut. Être reçue chez ces deux grandes dames était pourtant le but qu′elle poursuivait depuis dix ans avec une inlassable patience. Elle avait calculé qu′elle y serait sans doute parvenue dans cinq ans. Mais atteinte d′une maladie qui ne pardonne pas et dont, se piquant de connaissances médicales, elle croyait connaître le caractère inexorable, elle craignait de ne pouvoir vivre jusque-là. Elle était du moins heureuse ce soir-là de penser que toutes ces femmes qu′elle ne connaissait guère verraient auprès d′elle un homme de leurs amis, le jeune marquis de Beausergent, frère de Mme d′Argencourt, lequel fréquentait également les deux sociétés, et de la présence de qui les femmes de la seconde aimaient beaucoup à se parer sous les yeux de celles de la première. Il s′était assis derrière Mme de Cambremer sur une chaise placée en travers pour pouvoir lorgner dans les autres loges. Il y connaissait tout le monde et, pour saluer, avec la ravissante élégance de sa jolie tournure cambrée, de sa fine tête aux cheveux blonds, il soulevait à demi son corps redressé, un sourire à ses yeux bleus, avec un mélange de respect et de désinvolture, gravant ainsi avec précision dans le rectangle du plan oblique où il était placé comme une de ces vieilles estampes qui figurent un grand seigneur hautain et courtisan. Il acceptait souvent de la sorte d′aller au théâtre avec Mme de Cambremer; dans la salle et à la sortie, dans le vestibule, il restait bravement auprès d′elle au milieu de la foule des amies plus brillantes qu′il avait là et à qui il évitait de parler, ne voulant pas les gêner, et comme s′il avait été en mauvaise compagnie. Si alors passait la princesse de Guermantes, belle et légère comme Diane, laissant traîner derrière elle un manteau incomparable, faisant se détourner toutes les têtes et suivie par tous les yeux (par ceux de Mme de Cambremer plus que par tous les autres), M. de Beausergent s′absorbait dans une conversation avec sa voisine, ne répondait au sourire amical et éblouissant de la princesse que contraint et forcé et avec la réserve bien élevée et la charitable froideur de quelqu′un dont l′amabilité peut être devenue momentanément gênante. La razón de que la señora de Cambremer se encontrase allí era que la princesa de Parma, desprovista de snobismo, como la mayor parte de las altezas auténticas, y, en desquite, devorada por el orgullo, por el apetito de la caridad que en ella igualaba al gusto por lo que creía las Artes, había cedido acá y allá algunos palcos a mujeres como la señora de Cambremer, que no formaban parte de la alta sociedad aristocrática, pero con quienes estaba en relación por sus obras de beneficencia. La señora de Cambremer no quitaba ojo a la duquesa y a la princesa de Guermantes, lo cual era tanto más fácil cuanto que, como no se hallaba realmente en relación con ellas, no podía parecer que mendigaba un saludo. Sin embargo, ser recibida en casa de aquellas dos grandes damas era el fin que perseguía desde hacía diez años con infatigable paciencia. Había calculado que sin duda llegaría a ello para dentro de cinco años. Pero atacada por una enfermedad que no perdona y cuyo carácter inexorable, presumiendo de conocimientos médicos, creía conocer, temía no poder vivir hasta entonces. Por lo menos aquella noche era feliz al pensar que todas estas mujeres a quienes apenas conocía verían al lado de ella a uno de sus amigos, el joven marqués de Beausergent, hermano de la señora de Argentcourt, que frecuentaba por igual las dos sociedades, y con cuya presencia les gustaba mucho a las mujeres de la segunda ornarse ante los ojos de la primera. Se había sentado detrás de la señora de Cambremer, en una silla puesta a través para poder mirar de soslayo a los, demás palcos. Conocía a: todo el mundo y, para saludar, con la encantadora elegancia de sus graciosas inclinaciones, de su fina cabeza de rubios cabellos, erguía a medias su airoso cuerpo, con una sonrisa en sus ojos azules, con una mezcla de respeto y de desenvoltura, grabando de esta suerte con precisión en el rectángulo del plano oblicuo en que estaba situado algo así como una de esas estampas viejas que representan un gran señor altanero y cortesano. Aceptaba a menudo ir de esta manera al teatro con la señora de Cambremer; en la sala, y a la salida, en el vestíbulo, permanecía valerosamente al lado de ella en medio de la multitud de amigas más brillantes que allí tenía y a quienes evitaba hablar, porque no quería molestarlas, como si hubiera ido en mala compañía. Si pasaba entonces la princesa de Guermantes, hermosa y ligera como Diana, dejando arrastrar en pos de sí una capa incomparable, haciendo que se volviesen todas las cabezas y seguida por todos los ojos (por los de la señora de Cambremer más que por todos los demás), el señor de Beausergent se enfrascaba en una conversación con su vecina, yno respondía a la sonrisa amistosa y deslumbradora de la princesa sino por compromiso, forzado, y con la reserva bien educada y la caritativa frialdad de una persona cuya amabilidad puede haber llegado a ser momentáneamente molesta.
Mme de Cambremer n′eût-elle pas su que la baignoire appartenait à la princesse qu′elle eût cependant reconnu que Mme de Guermantes était l′invitée, à l′air d′intérêt plus grand qu′elle portait au spectacle de la scène et de la salle afin d′être aimable envers son hôtesse. Mais en même temps que cette force centrifuge, une force inverse développée par le même désir d′amabilité ramenait l′attention de la duchesse vers sa propre toilette, sur son aigrette, son collier, son corsage et, aussi vers celle de la princesse elle-même, dont la cousine semblait se proclamer la sujette, l′esclave, venue ici seulement pour la voir, prête à la suivre ailleurs s′il avait pris fantaisie à la titulaire de la loge de s′en aller, et ne regardant que comme composée d′étrangers curieux à considérer le reste de la salle où elle comptait pourtant nombre d′amis dans la loge desquels elle se trouvait d′autres semaines et à l′égard de qui elle ne manquait pas de faire preuve alors du même loyalisme exclusif, relativiste et hebdomadaire. Mme de Cambremer était étonnée de voir la duchesse ce soir. Elle savait que celle-ci restait très tard à Guermantes et supposait qu′elle y était encore. Mais on lui avait raconté que parfois, quand il y avait à Paris un spectacle qu′elle jugeait intéressant, Mme de Guermantes faisait atteler une de ses voitures aussitôt qu′elle avait pris le thé avec les chasseurs et, au soleil couchant, partait au grand trot, à travers la forêt crépusculaire, puis par la route, prendre le train à Combray pour être à Paris le soir. «Peut-être vient-elle de Guermantes exprès pour entendre la Berma», pensait avec admiration Mme de Cambremer. Et elle se rappelait avoir entendu dire à Swann, dans ce jargon ambigu qu′il avait en commun avec M. de Charlus: «La duchesse est un des êtres les plus nobles de Paris, de l′élite la plus raffinée, la plus choisie.» Pour moi qui faisais dériver du nom de Guermantes, du nom de Bavière et du nom de Condé la vie, la pensée des deux cousines (je ne le pouvais plus pour leurs visages puisque je les avais vus), j′aurais mieux aimé connaître leur jugement sur Phèdre que celui du plus grand critique du monde. Car dans le sien je n′aurais trouvé que de l′intelligence, de l′intelligence supérieure à la mienne, mais de même nature. Mais ce que pensaient la duchesse et la princesse de Guermantes, et qui m′eût fourni sur la nature de ces deux poétiques créatures un document inestimable, je l′imaginais à l′aide de leurs noms, j′y supposais un charme irrationnel et, avec la soif et la nostalgie d′un fiévreux, ce que je demandais à leur opinion sur Phèdre de me rendre, c′était le charme des après-midi d′été où je m′étais promené du côté de Guermantes. Si la señora de Cambremer no hubiera sabido que la platea pertenecía a la princesa, hubiera reconocido de todas maneras que la señora de Guermantes era la invitada, por la mayor expresión de interés que concedía al espectáculo de la escena y de la sala para mostrarse amable con su huésped. Mas al mismo tiempo que esta fuerza centrífuga, una fuerza inversa, desarrollada por el mismo deseo de amabilidad, volvía la atención de la duquesa hacia su propio tocado, sobre su aigrette, sobre su corpiño, ytambién hacia el de la princesa, de quien su prima parecía proclamarse súbdita, esclava, como si hubiese venido únicamente por verla, dispuesta a seguirla a otra parte si la titular del palco hubiera tenido antojo de irse, y sin mirar de otra manera que como a un conjunto de extranjeros que resultaba curioso examinar al resto de la sala, en que, sin embargo, contaba con gran número de amigos en cuyo palco se encontraba otras semanas y respecto de los cuales no dejaba de dar entonces pruebas de la misma lealtad exclusiva, relativista y hebdomadaria. La señora de Cambremer estaba pasmada de ver aquella noche a la duquesa. Sabía que se quedaba en Guermantes hasta muy entrada la temporada, y suponía que aún estuviese allí. Pero le habían contado que a veces, cuando había en París un espectáculo que consideraba interesante, la señora de Guermantes hacía enganchar uno de sus coches, tan pronto como había tomado el té con los cazadores, y al ponerse el sol salía al trote largo, cruzando la selva crepuscular, siguiendo después por la carretera, a tomar el tren en Combray para estar en París a la noche. «Acaso venga expresamente de Guermantes para oír a la Berma» —pensaba con admiración la señora de Cambremer. Y recordaba haber oído a Swann, en aquella jerga ambigua que le era común con el señor de Charlus: «La duquesa es uno de los seres más notables de París, de la sociedad más refinada y escogida». Por mi parte, yo, que hacía derivarse del nombre de Guermantes, del nombre de Baviera y del nombre de Condé la vida, el pensamiento de las dos primas (ya no podía hacer lo mismo con sus rostros, puesto que los había visto), hubiera preferido conocer su juicio sobre Fedra, de preferencia al del crítico más grande del mundo. Porque en el de éste sólo hubiera encontrado inteligencia, inteligencia superior a la mía, aunque de la misma naturaleza. Pero lo que pensaban la princesa y la duquesa de Guermantes y que me hubiera proporcionado un documento inestimable sobre la naturaleza de estas dos poéticas criaturas, me lo imaginaba yo con ayuda de sus nombres, suponía en éstos un encanto irracional, y con la sed yla nostalgia de un enfermo con fiebre, lo que a su opinión sobre la Fedra pedía que me diese era el encanto de las tardes de verano en que me había paseado por el camino de Guermantes.
Mme de Cambremer essayait de distinguer quelle sorte de toilette portaient les deux cousines. Pour moi, je ne doutais pas que ces toilettes ne leur fussent particulières, non pas seulement dans le sens où la livrée à col rouge ou à revers bleu appartenait jadis exclusivement aux Guermantes et aux Condé, mais plutôt comme pour un oiseau le plumage qui n′est pas seulement un ornement de sa beauté, mais une extension de son corps. La toilette de ces deux femmes me semblait comme une matérialisation neigeuse ou diaprée de leur activité intérieure, et, comme les gestes que j′avais vu faire à la princesse de Guermantes et que je n′avais pas douté correspondre à une idée cachée, les plumes qui descendaient du front de la princesse et le corsage éblouissant et pailleté de sa cousine semblaient avoir une signification, être pour chacune des deux femmes un attribut qui n′était qu′à elle et dont j′aurais voulu connaître la signification: l′oiseau de paradis me semblait inséparable de l′une, comme le paon de Junon; je ne pensais pas qu′aucune femme pût usurper le corsage pailleté de l′autre plus que l′égide étincelante et frangée de Minerve. Et quand je portais mes yeux sur cette baignoire, bien plus qu′au plafond du théâtre où étaient peintes de froides allégories, c′était comme si j′avais aperçu, grâce au déchirement miraculeux des nuées coutumières, l′assemblée des Dieux en train de contempler le spectacle des hommes, sous un velum rouge, dans une éclaircie lumineuse, entre deux piliers du Ciel. Je contemplais cette apothéose momentanée avec un trouble que mélangeait de paix le sentiment d′être ignoré des Immortels; la duchesse m′avait bien vu une fois avec son mari, mais ne devait certainement pas s′en souvenir, et je ne souffrais pas qu′elle se trouvât, par la place qu′elle occupait dans la baignoire, regarder les madrépores anonymes et collectifs du public de l′orchestre, car je sentais heureusement mon être dissous au milieu d′eux, quand, au moment où en vertu des lois de la réfraction vint sans doute se peindre dans le courant impassible des deux yeux bleus la forme confuse du protozoaire dépourvu d′existence individuelle que j′étais, je vis une clarté les illuminer: la duchesse, de déesse devenue femme et me semblant tout d′un coup mille fois plus belle, leva vers moi la main gantée de blanc qu′elle tenait appuyée sur le rebord de la loge, l′agita en signe d′amitié, mes regards se sentirent croisés par l′incandescence involontaire et les feux des yeux de la princesse, laquelle les avait fait entrer à son insu en conflagration rien qu′en les bougeant pour chercher à voir à qui sa cousine venait de dire bonjour, et celle-ci, qui m′avait reconnu, fit pleuvoir sur moi l′averse étincelante et céleste de son sourire. La señora de Cambremer trataba de distinguir qué traje llevaban las dos primas. En cuanto a mí, no dudaba que aquellos trajes eran privativos de ellas, no sólo en el sentido en que la librea de cuello rojo o de solapas azules pertenecía antaño exclusivamente a los Guermantes y a los Condé, sino más bien como el plumaje es para un pájaro no sólo un ornato de su belleza, sino una prolongación de su cuerpo. El vestir de aquellas dos mujeres me parecía como una materialización nívea o matizada de su actividad interior, y, al igual que los ademanes que había visto hacer a la princesa de Guermantes, y que no había dudado que correspondiesen a una idea oculta, las plumas que bajaban de la frente de la princesa y el corpiño deslumbrador y recamado de su prima parecían tener una significación, ser para cada una de las dos mujeres un atributo que sólo a ellas pertenecía y cuyo significado hubiera querido conocer yo: el ave del paraíso me parecía inseparable de la una como el pavo real de Juno, y no pensaba que ninguna mujer pudiese usurpar el corpiño recamado de la otra como no podría usurpar la égida centelleante y franjeada de Minerva. Y cuando volvía los ojos a aquella platea más aún que al techo del teatro pintado de frías alegorías, era como si hubiese entrevisto, gracias al desgarramiento milagroso de las nubes ordinarias, la asamblea de los dioses en trance de contemplar el espectáculo de los hombres, bajo un toldo rojo; en un luminoso claro entre dos pilares del cielo. Contemplaba aquella apoteosis momentánea con una turbación que mezclaba de paz el saberme ignorado de los inmortales; verdad era que la duquesa me había visto tina vez con su marido, pero seguramente no debía de acordarse de ello, y no me dolía que se encontrase, por el lugar que ocupaba en la platea, mirando a las madréporas anónimas y colectivas del público de la orquesta, porque sentía mi ser dichosamente disuelto en medio de ellas, cuando, en el momento en que, en virtud de las leyes de la refracción, fue sin duda a pintarse en la corriente impasible de los dos ojos azules la forma confusa del protozoario desprovisto de existencia individual que yo era, vi que una claridad los iluminaba: la duquesa, trocada de diosa en mujer, y pareciéndome de pronto mil veces más hermosa, alzó hacia mí la mano enguantada de blanco que tenía apoyada en la barandilla del palco, la agitó en señal de amistad; mis miradas se sintieron transidas por la incandescencia involuntaria y por los fuegos de los ojos de la princesa, que sin querer los había hecho entrar en conflagración con sólo moverlos para tratar de ver a quién acababa de saludar su prima, y ésta, que me había reconocido, hizo llover sobre mí el aguacero deslumbrante y celestial de su sonrisa.
Maintenant tous les matins, bien avant l′heure où elle sortait, j′allais par un long détour me poster à l′angle de la rue qu′elle descendait d′habitude, et, quand le moment de son passage me semblait proche, je remontais d′un air distrait, regardant dans une direction opposée et levant les yeux vers elle dès que j′arrivais à sa hauteur, mais comme si je ne m′étais nullement attendu à la voir. Même les premiers jours, pour être plus sûr de ne pas la manquer, j′attendais devant la maison. Et chaque fois que la porte cochère s′ouvrait (laissant passer successivement tant de personnes qui n′étaient pas celle que j′attendais), son ébranlement se prolongeait ensuite dans mon coeur en oscillations qui mettaient longtemps à se calmer. Car jamais fanatique d′une grande comédienne qu′il ne connaît pas, allant faire «le pied de grue» devant la sortie des artistes, jamais foule exaspérée ou idolâtre réunie pour insulter ou porter en triomphe le condamné ou le grand homme qu′on croit être sur le point de passer chaque fois qu′on entend du bruit venu de l′intérieur de la prison ou du palais ne furent aussi émus que je l′étais, attendant le départ de cette grande dame qui, dans sa toilette simple, savait, par la grâce de sa marche (toute différente de l′allure qu′elle avait quand elle entrait dans un salon ou dans une loge), faire de sa promenade matinale — il n′y avait pour moi qu′elle au monde qui se promenât — tout un poème d′élégance et la plus fine parure, la plus curieuse fleur du beau temps. Mais après trois jours, pour que le concierge ne pût se rendre compte de mon manège, je m′en allai beaucoup plus loin, jusqu′à un point quelconque du parcours habituel de la duchesse. Souvent avant cette soirée au théâtre, je faisais ainsi de petites sorties avant le déjeuner, quand le temps était beau; s′il avait plu, à la première éclaircie je descendais faire quelques pas, et tout d′un coup, venant sur le trottoir encore mouillé, changé par la lumière en laque d′or, dans l′apothéose d′un carrefour poudroyant d′un brouillard que tanne et blondit le soleil, j′apercevais une pensionnaire suivie de son institutrice ou une laitière avec ses manches blanches, je restais sans mouvement, une main contre mon coeur qui s′élançait déjà vers une vie étrangère; je tâchais de me rappeler la rue, l′heure, la porte sous laquelle la fillette (que quelquefois je suivais) avait disparu sans ressortir. Heureusement la fugacité de ces images caressées et que je me promettais de chercher à revoir les empêchait de se fixer fortement dans mon souvenir. N′importe, j′étais moins triste d′être malade, de n′avoir jamais eu encore le courage de me mettre à travailler, à commencer un livre, la terre me paraissait plus agréable à habiter, la vie plus intéressante à parcourir depuis que je voyais que les rues de Paris comme les routes de Balbec étaient fleuries de ces beautés inconnues que j′avais si souvent cherché à faire surgir des bois de Méséglise, et dont chacune excitait un désir voluptueux qu′elle seule semblait capable d′assouvir. Ahora, todas las mañanas, mucho antes de la hora en que ella salía, yo dando un gran rodeo, iba a apostarme en la esquina de la calle por donde ella solía bajar, y cuando me parecía cercano el momento de su paso, volvía a subir la calle con expresión distraída, mirando en dirección opuesta y alzando hacia ella los ojos en cuanto llegaba a su lado, pero como si en modo alguno hubiera esperado verla. Incluso los primeros días, para estar más seguro de encontrarla, esperaba, delante de la casa. Y cada vez que la puerta cochera se abría (dejando pasar sucesivamente tantas personas que no eran la que yo esperaba) su batir se prolongaba inmediatamente en mi corazón en oscilaciones que tardaban mucho tiempo en calmarse. Porque jamás un fanático de una gran comediante a quien no conoce, al ir a esperar, en un pie como una grulla, la salida de los artistas; jamás una multitud exasperada o idólatra, reunida para insultar o llevar en triunfo al condenado o al gran hombre que creen a punto de pasar cada vez que se oye llegar algún rumor del interior de la prisión o del palacio, se sintieron tan conmovidos como yo lo estaba esperando la salida de aquella gran dama que, ataviada sencillamente, sabía, con la gracia de su porte (por completo diferente del empaque que tenía cuando entraba en un salón o en un palco), hacer de su paseo matinal —para mí, sólo ella en el inundo se paseaba— todo un poema de elegancia y el más fino ornato, la más curiosa flor del buen tiempo Pero al cabo de tres días, para que el portero no pudiera darse cuenta de mis manejos, me fui mucho más allá, hasta un punto cualquiera del recorrido habitual de la duquesa. A menudo, antes de aquella noche del teatro, hacía yo breves salidas antes del almuerzo, cuando hacía buen tiempo; si había llovido, a la primera clara bajaba a dar una vuelta, y de pronto, por la acera, húmeda todavía, que la luz cambiaba en laca de oro, en la apoteosis de una encrucijada, espolvoreada de una neblina que rehoga y dora el sol, veía llegar a una colegiala seguida de su institutriz o a una lechera, con sus manguitos blancos; me quedaba sin movimiento, con una mano contra el corazón, que se lanzaba ya hacia una vida extraña; trataba de recordar la calle, la hora, la puerta en que la muchachita (a quien algunas veces seguía) había desaparecido, sin volver a salir. Felizmente, la fugacidad de estas imágenes acariciadas y que me proponía hacer por ver de nuevo impedía que se fijasen fuertemente en mi corazón. Así y todo, me sentía menos triste por estar enfermo, por no haber tenido nunca aún valor para ponerme a trabajar, a empezar un libro; me parecía más agradable habitar la tierra, más interesante recorrer la vida desde que veía que las calles de París, como los senderos de Balbec, estaban floridas de esas bellezas desconocidas que tan a menudo había tratado yo de hacer surgir de los bosques de Méséglise y cada una de las cuales excitaba un deseo voluptuoso que sólo ella parecía capaz, de saciar.
En rentrant de l′Opéra, j′avais ajouté pour le lendemain à celles que depuis quelques jours je souhaitais de retrouver l′image de Mme de Guermantes, grande, avec sa coiffure haute de cheveux blonds et légers; avec la tendresse promise dans le sourire qu′elle m′avait adressé de la baignoire de sa cousine. Je suivrais le chemin que Françoise m′avait dit que prenait la duchesse et je tâcherais pourtant, pour retrouver deux jeunes filles que j′avais vues l′avant-veille, de ne pas manquer la sortie d′un cours et d′un catéchisme. Mais, en attendant, de temps à autre, le scintillant sourire de Mme de Guermantes, la sensation de douceur qu′il m′avait donnée, me revenaient. Et sans trop savoir ce que je faisais, je m′essayais à les placer (comme une femme regarde l′effet que ferait sur une robe une certaine sorte de boutons de pierrerie qu′on vient de lui donner) à côté des idées romanesques que je possédais depuis longtemps et que la froideur d′Albertine, le départ prématuré de Gisèle et, avant cela, la séparation voulue et trop prolongée d′avec Gilberte avaient libérées (l′idée par exemple d′être aimé d′une femme, d′avoir une vie en commun avec elle); puis c′était l′image de l′une ou l′autre des deux jeunes filles que j′approchais de ces idées auxquelles, aussitôt après, je tâchais d′adapter le souvenir de la duchesse. Auprès de ces idées, le souvenir de Mme de Guermantes à l′Opéra était bien peu de chose, une petite étoile à côté de la longue queue de sa comète flamboyante; de plus je connaissais très bien ces idées longtemps avant de connaître Mme de Guermantes; le souvenir, lui, au contraire, je le possédais imparfaitement; il m′échappait par moments; ce fut pendant les heures où, de flottant en moi au même titre que les images d′autres femmes jolies, il passa peu à peu à une association unique et définitive — exclusive de toute autre image féminine — avec mes idées romanesques si antérieures à lui, ce fut pendant ces quelques heures où je me le rappelais le mieux que j′aurais dû m′aviser de savoir exactement quel il était; mais je ne savais pas alors l′importance qu′il allait prendre pour moi; il était doux seulement comme un premier rendez-vous de Mme de Guermantes en moi-même, il était la première esquisse, la seule vraie, la seule faite d′après la vie, la seule qui fût réellement Mme de Guermantes; durant les quelques heures où j′eus le bonheur de le détenir sans savoir faire attention à lui, il devait être bien charmant pourtant, ce souvenir, puisque c′est toujours à lui, librement encore à ce moment-là, sans hâte, sans fatigue, sans rien de nécessaire ni d′anxieux, que mes idées d′amour revenaient; ensuite au fur et à mesure que ces idées le fixèrent plus définitivement, il acquit d′elles une plus grande force, mais devint lui-même plus vague; bientôt je ne sus plus le retrouver; et dans mes rêveries, je le déformais sans doute complètement, car, chaque fois que je voyais Mme de Guermantes, je constatais un écart, d′ailleurs toujours différent, entre ce que j′avais imaginé et ce que je voyais. Chaque jour maintenant, certes, au moment que Mme de Guermantes débouchait au haut de la rue, j′apercevais encore sa taille haute, ce visage au regard clair sous une chevelure légère, toutes choses pour lesquelles j′étais là; mais en revanche, quelques secondes plus tard, quand, ayant détourné les yeux dans une autre direction pour avoir l′air de ne pas m′attendre à cette rencontre que j′étais venu chercher, je les levais sur la duchesse au moment où j′arrivais au même niveau de la rue qu′elle, ce que je voyais alors, c′étaient des marques rouges, dont je ne savais si elles étaient dues au grand air ou à la couperose, sur un visage maussade qui, par un signe fort sec et bien éloigné de l′amabilité du soir de Phèdre, répondait à ce salut que je lui adressais quotidiennement avec un air de surprise et qui ne semblait pas lui plaire. Pourtant, au bout de quelques jours pendant lesquels le souvenir des deux jeunes filles lutta avec des chances inégales pour la domination de mes idées amoureuses avec celui de Mme de Guermantes, ce fut celui-ci, comme de lui-même, qui finit par renaître le plus souvent pendant que ses concurrents s′éliminaient; ce fut sur lui que je finis par avoir, en somme volontairement encore et comme par choix et plaisir, transféré toutes mes pensées d′amour. Je ne songeai plus aux fillettes du catéchisme, ni à une certaine laitière; et pourtant je n′espérai plus de retrouver dans la rue ce que j′étais venu y chercher, ni la tendresse promise au théâtre dans un sourire, ni la silhouette et le visage clair sous la chevelure blonde qui n′étaient tels que de loin. Maintenant je n′aurais même pu dire comment était Mme de Guermantes, à quoi je la reconnaissais, car chaque jour, dans l′ensemble de sa personne, la figure était autre comme la robe et le chapeau. Al volver de la ópera Cómica, había añadido para el día siguiente a las que desde hacía algunos días deseaba volver a encontrar, la imagen de la señora de Guermantes con su alto peinado de cabellos rubios y ligeros, con la ternura prometida en la sonrisa que me había dirigido desde la platea de su prima. Seguiría el camino que Francisca me había dicho que tomaba la duquesa, y trataría, sin embargo, para volver a encontrar a dos muchachitas a quienes había visto la antevíspera, de no perder la salida de un curso y de una catequesis. Pero mientras tanto, de tiempo en tiempo, volvían a mí la centelleante sonrisa de la señora de Guermantes, la sensación de dulzura que esa sonrisa me había dado. Y sin saber a ciencia cierta lo que hacía, intentaba ponerlas (como una mujer mira el efecto que haría en un traje un determinado género de botones de pedrería que acaban de darle) a par de las ideas novelescas que poseía desde hacía tiempo y que la frialdad de Albertina, la partida prematura de Gisela, y antes de esto, la separación deseada y demasiado prolongada de Gilberta, habían libertado (la idea, por ejemplo, de ser querido por una mujer, de tener una vida en común con ella); después era la imagen de una u otra de las dos muchachitas lo que acercaba a esas ideas, a las cuales, inmediatamente después, trataba de adaptar el recuerdo de la duquesa. Al lado de esas ideas, el recuerdo de la señora de Guermantes en la Opera Cómica era muy poca cosa, una estrellita junto a la larga cola de su cometa flamante; además, conocía muy bien esas ideas mucho antes de conocer a la señora de Guermantes; el recuerdo, en cambio, lo poseía imperfectamente, se me escapaba a ratos; fue durante las horas en que, de ser flotante en mí con el mismo título que las imágenes de otras mujeres bonitas, pasó poco a poco a ser una asociación única y definitiva —exclusiva de cualquier otra imagen femenina— con mis ideas novelescas tan anteriores a él; fue durante esas horas en que mejor lo recordaba cuando hubiera debido tratar de saber exactamente qué recuerdo era ése; pero entonces no sabía la importancia que iba a tomar para mí: era dulce, solamente, como una primera cita de la señora de Guermantes, en sí mismo; era el primer esbozo, el único verdadero, el único trazado conforme a la vicia, el único que fuese realmente la señora de Guermantes; como solamente durante las escasas horas en que tuve la dicha de guardarlo sin saber concederle atención, debía ser muy encantador, sin embargo, este recuerdo, ya que a él, libremente aún en aquel momento, sin prisa, sin fatiga, sin asomo de necesidad ni de ansia, tornaban siempre mis ideas de amor; luego, a medida que esas ideas lo fijaron más definitivamente, tomó de ellas mayor fuerza, pero se tornó más vago en sí mismo; bien pronto no supe ya volver a encontrarlo, y sin duda lo deformaba por completo en mis ensueños, puesto que cada vez que veía a la señora de Guermantes comprobaba una divergencia, diferente siempre, por lo demás, entre lo que había imaginado y lo que veía. Todos los días, ahora, por cierto en el momento en que la señora de Guermantes desembocaba por lo alto de la calle, distinguía aún su elevada estatura, aquel rostro de clara mirada bajo una cabellera ligera, cosas todas por las que estaba yo allí; pero en desquite, algunos segundos más tarde, cuando, habiendo apartado los ojos en otra dirección porque pareciese que no esperaba este encuentro que había venido a buscar, los alzaba hacia la duquesa en el momento en que llegaba al mismo nivel de la calle que ella, lo que entonces veía, eran unas huellas rojas, que no sabía si se debían a la acción del aire o ala caparrosa, en un semblante desagradable que, con un gesto muy seco y distante de la amabilidad de la noche de Fedra, respondía al saludo que yo le dirigía cotidianamente con expresión de sorpresa yque no parecía agradarle. Así y todo, al cabo de unos días en que el recuerdo de las dos muchachitas luchó con variada suerte por el dominio de mis ideas amorosas con el de la señora de Guermantes, fue éste, como por sí mismo, el que acabó por renacer más a menudo, mientras que sus competidores se eliminaban por sí solos; sobre él fue sobre quien acabé por haber transferido, voluntariamente aún, en suma, ycomo por elección ypor gusto, todos mis pensamientos de amor. Ya no pensé más en las muchachitas del catecismo ni en una determinada lechera, y, sin embargo, no esperé ya volver a encontrar en la calle lo que había ido a buscar a ella, ni la ternura prometida en el teatro en una sonrisa, ni la silueta y el claro semblante bajo la cabellera rubia, que no eran tales sino de lejos. Ahora no hubiera podido decir siquiera cómo era la señora de Guermantes, en qué la reconocía, pues todos los días, en el conjunto de su persona, el semblante era diferente, como el traje y el sombrero.
Pourquoi tel jour, voyant s′avancer de face sous une capote mauve une douce et lisse figure aux charmes distribués avec symétrie autour de deux yeux bleus et dans laquelle la ligne du nez semblait résorbée, apprenais-je d′une commotion joyeuse que je ne rentrerais pas sans avoir aperçu Mme de Guermantes? pourquoi ressentais-je le même trouble, affectais-je la même indifférence, détournais-je les yeux de la même façon distraite que la veille à l′apparition de profil dans une rue de traverse et sous un toquet bleu marine, d′un nez en bec d′oiseau, le long d′une joue rouge, barrée d′un oeil perçant, comme quelque divinité égyptienne? Une fois ce ne fut pas seulement une femme à bec d′oiseau que je vis, mais comme un oiseau même: la robe et jusqu′au toquet de Mme de Guermantes étaient en fourrures et, ne laissant ainsi voir aucune étoffe, elle semblait naturellement fourrée, comme certains vautours dont le plumage épais, uni, fauve et doux, a l′air d′une sorte de pelage. Au milieu de ce plumage naturel, la petite tête recourbait son bec d′oiseau et les yeux à fleur de tête étaient perçants et bleus. ¿Por qué un día, al ver llegar de frente, bajo una capota malva, un dulce y terso semblante de encantos repartidos con simetría en torno a dos ojos azules y en el cual la línea de la nariz parecía reabsorbida, sabía yo, con una conmoción de júbilo, que no volvería a casa sin que la señora de Guermantes se fijase en mí; por qué sentía la misma turbación, afectaba la misma indiferencia, apartaba los ojos de la misma manera distraída que la víspera, al ver la aparición de perfil, en una bocacalle y bajo una toca azul marino, de una nariz en forma de pico de pájaro, el escorzo de una mejilla roja, interrumpido por un ojo penetrante, como una divinidad egipcia? Una vez, no fue sólo una mujer con pico de pájaro lo que vi, sino algo como un verdadero pájaro: el traje y hasta él gorrito de la señora de Guermantes eran de pieles, y como no dejaban así ver el menor asomo de tela, parecía naturalmente envuelta en piel como ciertos buitres cuyo plumaje espeso, unido, leonado y suave tiene la apariencia de una especie de pelo. En medio de este plumaje natural, la cabecita encorvaba su pico de pájaro ylos ojos saltones eran penetrantes y azules.
Tel jour, je venais de me promener de long en large dans la rue pendant des heures sans apercevoir Mme de Guermantes, quand tout d′un coup, au fond d′une boutique de crémier cachée entre deux hôtels dans ce quartier aristocratique et populaire, se détachait le visage confus et nouveau d′une femme élégante qui était en train de se faire montrer des «petits suisses» et, avant que j′eusse eu le temps de la distinguer, venait me frapper, comme un éclair qui aurait mis moins de temps à arriver à moi que le reste de l′image, le regard de la duchesse; une autre fois, ne l′ayant pas rencontrée et entendant sonner midi, je comprenais que ce n′était plus la peine de rester à attendre, je reprenais tristement le chemin de la maison; et, absorbé dans ma déception, regardant sans la voir une voiture qui s′éloignait, je comprenais tout d′un coup que le mouvement de tête qu′une dame avait fait de la portière était pour moi et que cette dame, dont les traits dénoués et pâles, ou au contraire tendus et vifs, composaient sous un chapeau rond, au bas d′une haute aigrette, le visage d′une étrangère que j′avais cru ne pas reconnaître, était Mme de Guermantes par qui je m′étais laissé saluer sans même lui répondre. Et quelquefois je la trouvais en rentrant, au coin de la loge, où le détestable concierge dont je haî²³ais les coup d′oeil investigateurs était en train de lui faire de grands saluts et sans doute aussi des «rapports». Car tout le personnel des Guermantes, dissimulé derrière les rideaux des fenêtres, épiait en tremblant le dialogue qu′il n′entendait pas et à la suite duquel la duchesse ne manquait pas de priver de ses sorties tel ou tel domestique que le «pipelet» avait vendu. A cause de toutes les apparitions successives de visages différents qu′offrait Mme de Guermantes, visages occupant une étendue relative et variée, tantôt étroite, tantôt vaste, dans l′ensemble de sa toilette, mon amour n′était pas attaché à telle ou telle de ces parties changeantes de chair et d′étoffe qui prenaient, selon les jours, la place des autres et qu′elle pouvait modifier et renouveler presque entièrement sans altérer mon trouble parce qu′à travers elles, à travers le nouveau collet la joue inconnue, je sentais que c′était toujours Mme de Guermantes. Ce que j′aimais, c′était la personne invisible qui mettait en mouvement tout cela, c′était elle, dont l′hostilité me chagrinait, dont l′approche me bouleversait, dont j′eusse voulu capter la vie et chasser les amis. Elle pouvait arborer une plume bleue ou montrer un teint de feu, sans que ses actions perdissent pour moi de leur importance. Tal día volvía pasear la calle arriba y abajo durante varias horas sin descubrir a la señora de Guermantes, cuando, de pronto, en el fondo di una lechería escondida entre dos hoteles en aquel barrio aristocrático ypopular, se destacaba el rostro confuso ynuevo de una mujer elegante que estaba haciendo que le enseñasen unos suizos, y, antes de que yo hubiese tenido tiempo de entreverla, como un relámpago que hubiera tardado menos tiempo en llegar hasta mí que el resto de la imagen, venía a herirme la mirada de la duquesa; otra vez, al no encontrarla y oír que daban las doce, comprendía que no valía la pena de seguir esperándola, y emprendía de nuevo, tristemente, el camino de casa, y, ensimismado en mi decepción, al contemplar, sin verlo, un coche que se alejaba, comprendía de repente que la inclinación de cabeza que una dama había hecho desde la portezuela era para mí, y que aquella dama, cuyos rasgos deshechos ypálidos o, por el contrario, tensos yvivos, componían bajo un sombrero redondo, al pie de una alta aigrette, el rostro de una extranjera que yo había creído no reconocer, era la señora de Guermantes, a la que había dejado que me saludase sin responderle siquiera. Y algunas veces la encontraba, al volver en el rincón de la portería, donde el detestable portero, cuyas investigadoras ojeadas aborrecía yo, estaba haciéndole grandes saludos ytambién, sin duda, informándola. Porque todo el personal de los Guermantes, disimulado tras los visillos de las ventanas, espiaba, temblando, el diálogo que no oía, y a consecuencia del cual no dejaba la duquesa de privar de sus salidas a tal o cual criado a quien el chismoso del portero había vendido. Por todas las apariciones sucesivas de los diferentes semblantes que ofrecía la señora de Guermantes, semblantes que ocupaban una extensión relativa y variada, tan pronto estrecha como vastas, en el conjunto de su tocado, mi amor no se había adherido a tal o cual de aquellas parcelas cambiantes de carne y de tela que ocupaban, según los días, el lugar de las demás, yque ella podía modificar yrenovar casi por entero sin alterar mi turbación, porque a través de ellas, a través del cuello nuevo, de la mejilla desconocida, sentía yo que era siempre la señora de Guermantes. Lo que yo quería era la persona invisible que ponía en movimiento todo aquello, era ella, cuya hostilidad me afligía, cuya proximidad me trastornaba, cuya vida hubiese querido captar, expulsando de ella a sus amigos. Podía enarbolar una pluma azul u ostentar un color arrebolado, sin que sus acciones perdiesen para mí en importancia.
Je n′aurais pas senti moi-même que Mme de Guermantes était excédée de me rencontrer tous les jours que je l′aurais indirectement appris du visage plein de froideur, de réprobation et de pitié qui était celui de Françoise quand elle m′aidait à m′apprêter pour ces sorties matinales. Dès que je lui demandais mes affaires, je sentais s′élever un vent contraire dans les traits rétractés et battus de sa figure. Je n′essayais même pas de gagner la confiance de Françoise, je sentais que je n′y arriverais pas. Elle avait, pour savoir immédiatement tout ce qui pouvait nous arriver, à mes parents et à moi, de désagréable, un pouvoir dont la nature m′est toujours restée obscure. Peut-être n′était-il pas surnaturel et aurait-il pu s′expliquer par des moyens d′informations qui lui étaient spéciaux; c′est ainsi que des peuplades sauvages apprennent certaines nouvelles plusieurs jours avant que la poste les ait apportées à la colonie européenne, et qui leur ont été en réalité transmises, non par télépathie, mais de colline en colline à l′aide de feux allumés. Ainsi dans le cas particulier de mes promenades, peut-être les domestiques de Mme de Guermantes avaient-ils entendu leur maîtresse exprimer sa lassitude de me trouver inévitablement sur son chemin et avaient-ils répété ces propos à Françoise. Mes parents, il est vrai, auraient pu affecter à mon service quelqu′un d′autre que Françoise, je n′y aurais pas gagné. Françoise en un sens était moins domestique que les autres. Dans sa manière de sentir, d′être bonne et pitoyable, d′être dure et hautaine, d′être fine et bornée, d′avoir la peau blanche et les mains rouges, elle était la demoiselle de village dont les parents «étaient bien de chez eux» mais, ruinés, avaient été obligés de la mettre en condition. Sa présence dans notre maison, c′était l′air de la campagne et la vie sociale dans une ferme, il y a cinquante ans, transportés chez nous, grâce à une sorte de voyage inverse où c′est la villégiature qui vient vers le voyageur. Comme la vitrine d′un musée régional l′est par ces curieux ouvrages que les paysannes exécutent et passementent encore dans certaines provinces, notre appartement parisien était décoré par les paroles de Françoise inspirées d′un sentiment traditionnel et local et qui obéissaient à des règles très anciennes. Et elle savait y retracer comme avec des fils de couleur les cerisiers et les oiseaux de son enfance, le lit où était morte sa mère, et qu′elle voyait encore. Mais malgré tout cela, dès qu′elle était entrée à Paris à notre service, elle avait partagé— et à plus forte raison toute autre l′eût fait à sa place — les idées, les jurisprudences d′interprétation des domestiques des autres étages, se rattrapant du respect qu′elle était obligée de nous témoigner, en nous répétant ce que la cuisinière du quatrième disait de grossier à sa maîtresse, et avec une telle satisfaction de domestique, que, pour la première fois de notre vie, nous sentant une sorte de solidarité avec la détestable locataire du quatrième, nous nous disions que peut-être, en effet, nous étions des maîtres. Cette altération du caractère de Françoise était peut-être inévitable. Certaines existences sont si anormales qu′elles doivent engendrer fatalement certaines tares, telle celle que le Roi menait à Versailles entre ses courtisans, aussi étrange que celle d′un pharaon ou d′un doge, et, bien plus que celle du Roi, la vie des courtisans. Celle des domestiques est sans doute d′une étrangeté plus monstrueuse encore et que seule l′habitude nous voile. Mais c′est jusque dans des détails encore plus particuliers que j′aurais été condamné, même si j′avais renvoyé Françoise, à garder le même domestique. Car divers autres purent entrer plus tard à mon service; déjà pourvus des défauts généraux des domestiques, ils n′en subissaient pas moins chez moi une rapide transformation. Comme les lois de l′attaque commandent celles de la riposte, pour ne pas être entamés par les aspérités de mon caractère, tous pratiquaient dans le leur un rentrant identique et au même endroit; et, en revanche, ils profitaient de mes lacunes pour y installer des avancées. Ces lacunes, je ne les connaissais pas, non plus que les saillants auxquels leur entre-deux donnait lieu, précisément parce qu′elles étaient des lacunes. Mais mes domestiques, en se gâtant peu à peu, me les apprirent. Ce fut par leurs défauts invariablement acquis que j′appris mes défauts naturels et invariables, leur caractère me présenta une sorte d′épreuve négative du mien. Nous nous étions beaucoup moqués autrefois, ma mère et moi, de Mme Sazerat qui disait en parlant des domestiques: «Cette race, cette espèce.» Mais je dois dire que la raison pourquoi je n′avais pas lieu de souhaiter de remplacer Françoise par quelque autre est que cette autre aurait appartenu tout autant et inévitablement à la race générale des domestiques et à l′espèce particulière des miens. Si por mí mismo no me hubiera dado cuenta de que la señora de Guermantes estaba harta de encontrarse conmigo todos los días, lo hubiera echado de ver por la cara llena de frialdad, de reprobación y de lástima que ponía Francisca cuando me ayudaba a arreglarme para estas salidas matinales. Desde el momento en que le pedía mis avíos sentía alzarse un viento contrario en los rasgos contraídos y cansados de su rostro. Ni siquiera intentaba ganar su confianza, dándome clara cuenta de que no lo conseguiría. Tenía Francisca, para saber inmediatamente cuanto de desagradable podía ocurrirnos a mis padres y a mí, un poder cuya naturaleza ha permanecido siempre para mí obscura. Quizá no fuese sobrenatural y hubiera podido explicarse por medios de información que eran privativos de ella; así se enteran algunos pueblos salvajes de ciertas noticias muchos días antes de que el correo las haya llevado a la colonia europea, y que les han sido transmitidas no por telepatía, sino de colina en colina, con ayuda de hogueras. Así, en el caso particular de mis paseos, es posible que la servidumbre de la señora de Guermantes hubiese oído a la señora expresar su fastidio al encontrarme inevitablemente en su camino y habrían repetido estas frases a Francisca. La verdad es que, aunque mis padres hubieran podido poner a mi servicio otra persona en lugar de Francisca, yo no hubiera ganado nada con ello. Francisca, en cierto sentido, era menos sirvienta que las demás. Por su manera de sentir, de ser buena ycompasiva, de ser dura yorgullosa, de ser aguda y limitada, de tener la piel blanca ylas manos coloradas, era la señorita de pueblo cuyos padres «estaban bien por su casa», pero que, al arruinarse, se habían visto obligados a hacerla cambiar de condición. Su presencia en nuestra casa equivalía al aire del campo y a la vida social en una granja de hace cincuenta años, transportados a nuestro ambiente merced a un modo de viaje inverso en que es el veraneo lo que va hacia el viajero. Como la vitrina de un museo regional, con esas curiosas obras que los campesinos ejecutan aún y guarnecen de pasamanería en ciertas provincias, nuestro piso parisiense estaba decorado por las palabras de Francisca, inspiradas por un sentimiento tradicional ylocal y obedientes a reglas antiquísimas. Y sabía trazar de nuevo en ellas, como con hilos de color, los cerezos y los pájaros de su infancia, la cama en que había muerto su madre y que ella veía aún. Mas a pesar de esto, desde el punto en que había entrado en París a nuestro servicio, había compartido —y con más razón lo hubiera hecho cualquier otra en su lugar— las ideas, las jurisprudencias de interpretación de los criados de los demás pisos, recobrándose del respeto que estaba obligada a testimoniarnos, repitiéndonos las groserías que la cocinera del piso coarto decía a su señora, con tal satisfacción de criada, que, por primera vez en nuestra vida, sintiendo una especie de solidaridad con la detestable inquilina del piso cuarto, nos decíamos que acaso, en efecto, fuésemos aptos Esta alteración del carácter de Francisca era quizá inevitable. Ciertas existencias son tan anormales que fatalmente tienen que engendrar determinados defectos: tal la que llevaba el rey en Versalles entre sus cortesanos, tan extraña como la de un faraón o la de un dogo y, todavía más que la del rey, la vida de los mismos cortesanos. La de los criados es, sin duda, más extrañamente monstruosa aún, monstruosidad que solamente la fuerza de la costumbre nos cela. Pero hasta en detalles más particulares todavía me hubiera visto condenado, aun cuando hubiese despedido a Francisca, a conservar la misiva criada. Porque otros varios pudieron entrar más tarde a mi servicio; provistos ya de los defectos generales de los sirvientes, no por eso dejaban de sufrir a mi lado una rápida transformación. Como las leyes del ataque rigen las de la parada, todos, para no ser heridos por las asperezas de mi carácter, practicaban en el suyo un entrante idéntico yen el mismo lugar, y, en desquite, se aprovechaban de mis lagunas para instalar en ellas sus avanzadas. Yo no conocía esas lagunas, como tampoco los salientes a que su hueco daba lugar, precisamente porque eran tales lagunas. Pero mis criados, al echarse a perder poco a poco, me las revelaron. Por sus defectos, invariablemente adquiridos, conocí mis defectos naturales y adquiridos; su carácter se me presentó como tina prueba negativa del mío. Mi madre y yo nos habíamos burlado mucho, en otro tiempo, de la señora Sazerat, que decía, al hablar de sus criados: «Esa casta, esa especie». Pero debo decir que la razón por que no había tenido yo lugar de desear la substitución de Francisca por otra criada, era que esa otra hubiera pertenecido tanto como ella, e inevitablemente, a la casta general de los criados y a la especie particular de los míos.
Pour en revenir à Françoise, je n′ai jamais dans ma vie éprouvé une humiliation sans avoir trouvé d′avance sur le visage de Françoise des condoléances toutes prêtes; et si, lorsque dans ma colère d′être plaint par elle, je tentais de prétendre avoir au contraire remporté un succès, mes mensonges venaient inutilement se briser à son incrédulité respectueuse, mais visible, et à la conscience qu′elle avait de son infaillibilité. Car elle savait la vérité; elle la taisait et faisait seulement un petit mouvement des lèvres comme si elle avait encore la bouche pleine et finissait un bon morceau. Elle la taisait, du moins je l′ai cru longtemps, car à cette époque-là je me figurais encore que c′était au moyen de paroles qu′on apprend aux autres la vérité. Même les paroles qu′on me disait déposaient si bien leur signification inaltérable dans mon esprit sensible, que je ne croyais pas plus possible que quelqu′un qui m′avait dit m′aimer ne m′aimât pas, que Françoise elle-même n′aurait pu douter, quand elle l′avait lu dans un journal, qu′un prêtre ou un monsieur quelconque fût capable, contre une demande adressée par la poste, de nous envoyer gratuitement un remède infaillible contre toutes les maladies ou un moyen de centupler nos revenus. (En revanche, si notre médecin lui donnait la pommade la plus simple contre le rhume de cerveau, elle si dure aux plus rudes souffrances gémissait de ce qu′elle avait dû renifler, assurant que cela lui «plumait le nez», et qu′on ne savait plus où vivre.) Mais la première, Françoise me donna l′exemple (que je ne devais comprendre que plus tard quand il me fut donné de nouveau et plus douloureusement, comme on le verra dans les derniers volumes de cet ouvrage, par une personne qui m′était plus chère) que la vérité n′a pas besoin d′être dite pour être manifestée, et qu′on peut peut-être la recueillir plus sûrement sans attendre les paroles et sans tenir même aucun compte d′elles, dans mille signes extérieurs, même dans certains phénomènes invisibles, analogues dans le monde des caractères à ce que sont, dans la nature physique, les changements atmosphériques. J′aurais peut-être pu m′en douter, puisque à moi-même, alors, il m′arrivait souvent de dire des choses où il n′y avait nulle vérité, tandis que je la manifestais par tant de confidences involontaires de mon corps et de mes actes (lesquelles étaient fort bien interprétées par Françoise); j′aurais peut-être pu m′en douter, mais pour cela il aurait fallu que j′eusse su que j′étais alors quelquefois menteur et fourbe. Or le mensonge et la fourberie étaient chez moi, comme chez tout le monde, commandés d′une façon si immédiate et contingente, et pour sa défensive, par un intérêt particulier, que mon esprit, fixé sur un bel idéal, laissait mon caractère accomplir dans l′ombre ces besognes urgentes et chétives et ne se détournait pas pour les apercevoir. Quand Françoise, le soir, était gentille avec moi, me demandait la permission de s′asseoir dans ma chambre, il me semblait que son visage devenait transparent et que j′apercevais en elle la bonté et la franchise. Mais Jupien, lequel avait des parties d′indiscrétion que je ne connus que plus tard, révéla depuis qu′elle disait que je ne valais pas la corde pour me pendre et que j′avais cherché à lui faire tout le mal possible. Ces paroles de Jupien tirèrent aussitôt devant moi, dans une teinte inconnue, une épreuve de mes rapports avec Françoise si différente de celle sur laquelle je me complaisais souvent à reposer mes regards et où, sans la plus légère indécision, Françoise m′adorait et ne perdait pas une occasion de me célébrer, que je compris que ce n′est pas le monde physique seul qui diffère de l′aspect sous lequel nous le voyons; que toute réalité est peut-être aussi dissemblable de celle que nous croyons percevoir directement, que les arbres, le soleil et le ciel ne seraient pas tels que nous les voyons, s′ils étaient connus par des êtres ayant des yeux autrement constitués que les nôtres, ou bien possédant pour cette besogne des organes autres que des yeux et qui donneraient des arbres, du ciel et du soleil des équivalents mais non visuels. Telle qu′elle fut, cette brusque échappée que m′ouvrit une fois Jupien sur le monde réel m′épouvanta. Encore ne s′agissait-il que de Françoise dont je ne me souciais guère. En était-il ainsi dans tous les rapports sociaux? Et jusqu′à quel désespoir cela pourrait-il me mener un jour, s′il en était de même dans l′amour? C′était le secret de l′avenir. Alors, il ne s′agissait encore que de Françoise. Pensait-elle sincèrement ce qu′elle avait dit à Jupien? L′avait-elle dit seulement pour brouiller Jupien avec moi, peut-être pour qu′on ne prît pas la fille de Jupien pour la remplacer? Toujours est-il que je compris l′impossibilité de savoir d′une manière directe et certaine si Françoise m′aimait ou me détestait. Et ainsi ce fut elle qui la première me donna l′idée qu′une personne n′est pas, comme j′avais cru, claire et immobile devant nous avec ses qualités, ses défauts, ses projets, ses intentions à notre égard (comme un jardin qu′on regarde, avec toutes ses plates-bandes, à travers une grille) mais est une ombre où nous ne pouvons jamais pénétrer, pour laquelle il n′existe pas de connaissance directe, au sujet de quoi nous nous faisons des croyances nombreuses à l′aide de paroles et même d′actions, lesquelles les unes et les autres ne nous donnent que des renseignements insuffisants et d′ailleurs contradictoires, une ombre où nous pouvons tour à tour imaginer, avec autant de vraisemblance, que brillent la haine et l′amour. Volviendo a Francisca, en mi vida he sentido una humillación sin haber encontrado previamente a punto en el rostro de Francisca muestras de conmiseración; y si cuando, en mi cólera de ser compadecido por ella, trataba de pretender que, por el contrario, había alcanzado un triunfo, mis mentiras iban inútilmente a estrellarse contra su incredulidad respetuosa pero visible, y contra la conciencia que de su infalibilidad poseía. Porque Francisca sabía la verdad; se la callaba y hacía solamente una ligera mueca con los labios como si todavía tuviese la boca llena y diese fin a un buen bocado. Se la callaba; por lo menos eso he creído durante mucho tiempo, porque en aquella época me figuraba aún que era por medie de palabras como se enseña a los demás la verdad. Hasta las palabras que me decían depositaban tan bien su significación inalterable en mi sensible espíritu, que ya no creía posible que una persona que me hubiese dicho que me quería no me quisiese, ni más ni menos que la propia Francisca no hubiera podido dudar, después de haberlo leído en un periódico, de que un sacerdote o un señor cualquiera fuese capaz de enviarnos gratuitamente, en respuesta a una petición dirigida por correo, un remedio infalible contra todas las enfermedades o un medio de centuplicar nuestras rentas. (En cambio, si nuestro médico le daba la más sencilla pomada contra el catarro de cabeza, tan dura para los sufrimientos más fuertes, gemía por lo que había tenido que sorber, asegurando que aquello le «pelaba las narices» y que ya no sabía una dónde vivir.) Pero Francisca fue la primera que me dio el ejemplo (que no había de comprender yo hasta más tarde, cuando hubo vuelto a dármelo de nuevo y más dolorosamente, como se verá en los últimos volúmenes de esta obra, una persona que me era más querida) de que la verdad no necesita ser dicha para que se manifieste, y que acaso sea posible recogerla con más seguridad, sin esperar las palabras, y aun sin hacer el menor caso de ellas, en mil signos exteriores, incluso en ciertos fenómenos invisibles, análogos en el mundo de los caracteres a lo que son, en la naturaleza física, los cambios atmosféricos. Acaso hubiera podido sospecharlo, ya que a mí mismo me ocurría entonces con frecuencia decir cosas en que no había ni asomos de verdad, en tanto que la manifestaba en tantas involuntarias confidencias de mi cuerpo y de mis actos (confidencias que eran perfectamente interpretadas por Francisca); hubiera podido sospecharlo acaso, mas para ello habría sido preciso que hubiese sabido que a veces era mentiroso ytrapacero. Ahora bien; la, mentira yla trapacería eran, en mí como en todo el mundo, impuestas de una manera tan inmediata ycontingente, ypara su defensiva, por un interés particular, que mi espíritu, fijo en un hermoso ideal, dejaba que mi carácter llevase a cabo en la sombra esas necesidades urgentes y mezquinas, y no se desviaba para percibirlas. Cuando Francisca, a la noche, se mostraba amable conmigo, me pedía permiso para sentarse en mi habitación, me parecía que su rostro se tornaba transparente yque veía en toda ella la bondad yla franqueza. Pero Jupien, que tenía partes de indiscreción que no conocí hasta más tarde, reveló después que Francisca decía de mí que no valía lo que la cuerda con que me ahorcasen, y que había tratado de hacerle todo el daño posible, Estas palabras de Jupien tiraron inmediatamente ante mí, en una tinta desconocida, una prueba de mis relaciones con Francisca tan diferente de aquella en que a menudo me complacía en descansar mis miradas y en que, sin la más ligera indecisión, Francisca me adoraba y no perdía ocasión de elogiarme, que comprendí que no es sólo el mundo físico el qué difiere del aspecto en que lo vemos; que toda realidad es acaso tan desemejante de la que creemos percibir directamente, como los árboles, el sol y el cielo serían por completo diferentes de lo que son si fuesen conocidos por seres dotados de ojos constituidos diferentemente que los nuestros o que poseyesen para ese menester otros órganos que no fuesen los ojos y que diesen otros equivalentes no visuales de los árboles, del cielo y del sol. Tal cual fue, esta brusca escapada que me abrió una vez Jupien hacia el mundo real me espantó. Y eso que sólo se trataba de Francisca, de quien apenas me cuidaba. ¿Ocurría lo mismo en todas las relaciones humanas? ¿A qué desesperación podría llevarme esto un día si ocurría lo mismo en el amor? Ése era el secreto del porvenir. Entonces todavía no se trataba más que de Francisca. ¿Pensaba ésta sinceramente lo que había dicho a Jupien? ¿Lo había dicho solamente por encismar a Jupien conmigo, acaso porque no tomásemos a la chica de Jupien para substituirla a ella? Lo cierto es que comprendí la imposibilidad de saber de una manera directa y segura si Francisca me quería o me detestaba. Y así fue ella la primera que me dio la idea de que una persona no está, como yo había creído, clara e inmóvil ante nosotros, con sus cualidades, con sus defectos, sus proyectos, sus intenciones respecto a nosotros (como un jardín que está uno mirando, con todos sus arriates, a través de una verja), sino que es una sombra en que jamás podremos penetrar, para la cual no existe conocimiento directo, tocante a la cual nos forjamos numerosas creencias con ayuda de palabras e incluso de acciones que, tanto unas como otras, sólo nos dan informes insuficientes y, por lo demás contradictorios —una sombra en la que podemos alternativamente imaginarnos con asaz verosimilitud que brillan el odio como el amor.
J′aimais vraiment Mme de Guermantes. Le plus grand bonheur que j′eusse pu demander à Dieu eût été de faire fondre sur elle toutes les calamités, et que ruinée, déconsidérée, dépouillée de tous les privilèges qui me séparaient d′elle, n′ayant plus de maison où habiter ni de gens qui consentissent à la saluer, elle vînt me demander asile. Je l′imaginais le faisant. Et même les soirs où quelque changement dans l′atmosphère ou dans ma propre santé amenait dans ma conscience quelque rouleau oublié sur lequel étaient inscrites des impressions d′autrefois, au lieu de profiter des forces de renouvellement qui venaient de naître en moi, au lieu de les employer à déchiffrer en moi-même des pensées qui d′habitude m′échappaient, au lieu de me mettre enfin au travail, je préférais parler tout haut, penser d′une manière mouvementée, extérieure, qui n′était qu′un discours et une gesticulation inutiles, tout un roman purement d′aventures, stérile et sans vérité, où la duchesse, tombée dans la misère, venait m′implorer, moi qui étais devenu par suite de circonstances inverses riche et puissant. Et quand j′avais passé des heures ainsi à imaginer des circonstances, à prononcer les phrases que je dirais à la duchesse en l′accueillant sous mon toit, la situation restait la même; j′avais, hélas, dans la réalité, choisi précisément pour l′aimer la femme qui réunissait peut-être le plus d′avantages différents et aux yeux de qui, à cause de cela, je ne pouvais espérer avoir aucun prestige; car elle était aussi riche que le plus riche qui n′eût pas été noble; sans compter ce charme personnel qui la mettait à la mode, en faisait entre toutes une sorte de reine. Tenía yo verdadero amor a la señora de Guermantes. La mayor dicha que hubiese podido pedir a Dios habría sido que hiciera abatirse sobre ella todas las calamidades, y que, arruinada, desacreditada, despojada de todos los privilegios que me separaban de ella, sin tener ya casa en que habitar ni gente que consintiera en saludarla, viniese a pedirme asilo. Me la imaginaba haciéndolo. E inclusive las noches en que algún cambio de atmósfera o de mi propia salud traían a mi conciencia algún rollo olvidado en que yacían inscriptas impresiones de otro tiempo, en lugar de aprovechar las fuerzas de renovación que acaban de nacer en mí, en lugar de emplearlas en descifrar en mí mismo pensamientos que ordinariamente se me escapaban, en lugar de ponerme por fin al trabajo, prefería hablar en voz alta, pensar de una manera animada, exterior, que no era sino un razonar y una gesticulación inútiles, toda una novela puramente de aventuras, estéril y falta de verdad, en que la duquesa, reducida a la miseria, venía a implorarme a mí que, a consecuencia de circunstancias inversas, había llegado a ser rico y poderoso. Y cuando había pasado así varias horas imaginándome circunstancias, pronunciando las frases que diría a la duquesa al acogerla bajo mi techo, la situación seguía siendo la misma; yo había ¡ay! escogido en la realidad, precisamente para quererla, a la mujer que reunía acaso más ventajas diferentes y ante cuyos ojos, por lo mismo, no podía esperar llegar a tener ningún prestigio, ya que ella era tan rica como el más rico que no hubiera sido noble, sin contar con aquel encanto personal que la ponía de moda, que hacía de ella, entre todas, una especie de reina.
Je sentais que je lui déplaisais en allant chaque matin au-devant d′elle; mais si même j′avais eu le courage de rester deux ou trois jours sans le faire, peut-être cette abstention qui eût représenté pour moi un tel sacrifice, Mme de Guermantes ne l′eût pas remarquée, ou l′aurait attribuée à quelque empêchement indépendant de ma volonté. Et en effet je n′aurais pu réussir à cesser d′aller sur sa route qu′en m′arrangeant à être dans l′impossibilité de le faire, car le besoin sans cesse renaissant de la rencontrer, d′être pendant un instant l′objet de son attention, la personne à qui s′adressait son salut, ce besoin-là était plus fort que l′ennui de lui déplaire. Il aurait fallu m′éloigner pour quelque temps; je n′en avais pas le courage. J′y songeais quelquefois. Je disais alors à Françoise de faire mes malles, puis aussitôt après de les défaire. Et comme le démon du pastiche, et de ne pas paraître vieux jeu, altère la forme la plus naturelle et la plus sûre de soi, Françoise, empruntant cette expression au vocabulaire de sa fille, disait que j′étais dingo. Elle n′aimait pas cela, elle disait que je «balançais» toujours, car elle usait, quand elle ne voulait pas rivaliser avec les modernes, du langage de Saint–Simon. Il est vrai qu′elle aimait encore moins quand je parlais en maître. Elle savait que cela ne m′était pas naturel et ne me seyait pas, ce qu′elle traduisait en disant que «le voulu ne m′allait pas». Je n′aurais eu le courage de partir que dans une direction qui me rapprochât de Mme de Guermantes. Ce n′était pas chose impossible. Ne serait-ce pas en effet me trouver plus près d′elle que je ne l′étais le matin dans la rue, solitaire, humilié, sentant que pas une seule des pensées que j′aurais voulu lui adresser n′arrivait jamais jusqu′à elle, dans ce piétinement sur place de mes promenades, qui pourraient durer indéfiniment sans m′avancer en rien, si j′allais à beaucoup de lieues de Mme de Guermantes, mais chez quelqu′un qu′elle connût, qu′elle sût difficile dans le choix de ses relations et qui m′appréciât, qui pourrait lui parler de moi, et sinon obtenir d′elle ce que je voulais, au moins le lui faire savoir, quelqu′un grâce à qui, en tout cas, rien que parce que j′envisagerais avec lui s′il pourrait se charger ou non de tel ou tel message auprès d′elle, je donnerais à mes songeries solitaires et muettes une forme nouvelle, parlée, active, qui me semblerait un progrès, presque une réalisation. Ce qu′elle faisait durant la vie mystérieuse de la «Guermantes» qu′elle était, cela, qui était l′objet de ma rêverie constante, y intervenir, même de façon indirecte, comme avec un levier, en mettant en oeuvre quelqu′un à qui ne fussent pas interdits l′hôtel de la duchesse, ses soirées, la conversation prolongée avec elle, ne serait-ce pas un contact plus distant mais plus effectif que ma contemplation dans la rue tous les matins? Sentía yo que le desagradaba con ir todas las mañanas a su encuentro; mas aun cuando hubiese tenido valor para pasarme dos o tres días sin hacerlo, es posible que la señora de Guermantes no hubiese reparado en esta abstención que hubiera representado para mí un sacrificio tan grande, o que la hubiera atribuido a algún impedimento independiente de mi voluntad. Y, en efecto, no hubiera podido conseguir dejar de ir por su camino como no fuera arreglándomelas de suerte que me encontrase en la imposibilidad de hacerlo, ya que la necesidad, sin cesar renaciente, de encontrarme con ella, de ser por un instante objeto de su atención, la persona a quien dirigía su saludo, esa necesidad era más fuerte que el fastidio de enojarla. Hubiera sido preciso que me alejase por algún tiempo; me faltaba el valor. Pensé en ello un instante. A veces decía a Francisca que hiciese mis maletas, e inmediatamente después que las deshiciese. Y como el demonio del remedo y de no parecer anticuado altera la forma más natural y más segura de uno mismo, Francisca, tomando la expresión del vocabulario de su hija, decía de mí que estaba chalado. No le hacía ninguna gracia; decía que yo «me columpiaba» siempre, porque usaba, cuando no quería rivalizar con los modernos, el lenguaje de Saint-Simon. Verdad es que aún le hacía menos gracia cuando yo le hablaba como amo. Sabía que eso no era natural en mí y que no me cuadraba, cosa que traducía diciendo que «lo afectado no me caía bien». Sólo hubiera tenido valor para marcharme en una dirección que me acercase a la señora de Guermantes. La cosa no era imposible. ¿No sería, en efecto, hallarme más cerca de ella de lo que estaba por las mañanas en la calle, solitario, humillado, sintiendo que ni uno solo de los pensamientos que hubiera querido dirigirle llegaba nunca hasta ella, en aquel azacaneo estéril de mis paseos que podían durar indefinidamente sin hacerme adelantar nada, si me fuese a muchas leguas de la señora de Guermantes, pero a casa de alguien a quien ella conociese, a quien supiera exigente en la elección de sus relaciones, yque me apreciase, que pudiera hablarle de mí y si no conseguir de ella lo que yo quería, por lo menos hacérselo saber; alguien gracias a quien en todo caso, simplemente porque con él examinaría si podía encargarse o no de tal o cual mensaje para ella, daría a mis ensueños solitarios y mudos una forma mueva, hablada, activa, que me parecía un avance, una realización casi? Intervenir en lo que hacía ella durante la vida misteriosa de la «Guermantes» que era, intervenir en esto —que constituía el objeto de mi ensoñar constante—, aunque fuese de una manera indirecta, como con una palanca, haciendo entrar en acción a alguien para quien no estuviesen vedados el hotel de la duquesa, sus recepciones, la conversación prolongada con ella, no sería un contacto más distante pero más efectivo que mi contemplación de todas las mañanas en la calle"
L′amitié, l′admiration que Saint–Loup avait pour moi, me semblaient imméritées et m′étaient restées indifférentes. Tout d′un coup j′y attachai du prix, j′aurais voulu qu′il les révélât à Mme de Guermantes, j′aurais été capable de lui demander de le faire. Car dès qu′on est amoureux, tous les petits privilèges inconnus qu′on possède, on voudrait pouvoir les divulguer à la femme qu′on aime, comme font dans la vie les déshérités et les fâcheux. On souffre qu′elle les ignore, on cherche à se consoler en se disant que justement parce qu′ils ne sont jamais visibles, peut-être ajoute-t-elle à l′idée qu′elle a de vous cette possibilité d′avantages qu′on ne sait pas. La amistad, la admiración que Saint-Loup sentía hacia mí me parecían inmerecidas y habían permanecido para mí indiferentes. De pronto les concedí valor; hubiese querido que se las revelase él a la señora de Guermantes, hubiera sido capaz de pedirle que lo hiciese. Porque desde el momento en que uno está enamorado, todos los pequeños privilegios desconocidos que posee quisiera poder divulgarlos ante la mujer a quien ama, como hacen en la vida los desheredados y los importunos. Sufre uno de que ella los ignore, trata de consolarse, diciéndose que, precisamente porque nunca son visibles, acaso añada ella a la idea que de uno tiene ésa, posibilidad de ignoradas excelencias:
Saint–Loup ne pouvait pas depuis longtemps venir à Paris, soit, comme il le disait, à cause des exigences de son métier, soit plutôt à cause de chagrins que lui causait sa maîtresse avec laquelle il avait déjà été deux fois sur le point de rompre. Il m′avait souvent dit le bien que je lui ferais en allant le voir dans cette garnison dont, le surlendemain du jour où il avait quitté Balbec, le nom m′avait causé tant de joie quand je l′avais lu sur l′enveloppe de la première lettre que j′eusse reçue de mon ami. C′était, moins loin de Balbec que le paysage tout terrien ne l′aurait fait croire, une de ces petites cités aristocratiques et militaires, entourées d′une campagne étendue où, par les beaux jours, flotte si souvent dans le lointain une sorte de buée sonore intermittente qui — comme un rideau de peupliers par ses sinuosités dessine le cours d′une rivière qu′on ne voit pas — révèle les changements de place d′un régiment à la manoeuvre, que l′atmosphère même des rues, des avenues et des places, a fini par contracter une sorte de perpétuelle vibratilité musicale et guerrière, et que le bruit le plus grossier de chariot ou de tramway s′y prolonge en vagues appels de clairon, ressassés indéfiniment aux oreilles hallucinées par le silence. Elle n′était pas située tellement loin de Paris que je ne pusse, en descendant du rapide, rentrer, retrouver ma mère et ma grand′mère et coucher dans mon lit. Aussitôt que je l′eus compris, troublé d′un douloureux désir, j′eus trop peu de volonté pour décider de ne pas revenir à Paris et de rester dans la ville; mais trop peu aussi pour empêcher un employé de porter ma valise jusqu′à un fiacre et pour ne pas prendre, en marchant derrière lui, l′âme dépourvue d′un voyageur qui surveille ses affaires et qu′aucune grand′mère n′attend, pour ne pas monter dans la voiture avec la désinvolture de quelqu′un qui, ayant cessé de penser à ce qu′il veut, a l′air de savoir ce qu′il veut, et ne pas donner au cocher l′adresse du quartier de cavalerie. Je pensais que Saint–Loup viendrait coucher cette nuit-là à l′hôtel où je descendrais afin de me rendre moins angoissant le premier contact avec cette ville inconnue. Un homme de garde alla le chercher, et je l′attendis à la porte du quartier, devant ce grand vaisseau tout retentissant du vent de novembre, et d′où, à chaque instant, car c′était six heures du soir, des hommes sortaient deux par deux dans la rue, titubant comme s′ils descendaient à terre dans quelque port exotique où ils eussent momentanément stationné. Saint-Loup hacía mucho tiempo que no podía venir a París, fuese, como decía él, por exigencias de su profesión, o más bien por los disgustos que le daba su querida con la cual había estado ya por dos veces a punto de romper. Reiteradamente me había dicho cuánto bien le haría con ir a verlo a aquella guarnición cuyo nombre, a los dos días de haber salido él de Balbec, me había causado tanta alegría al leerlo en el sobre de la primera carta que recibía de mi amigo. Era —no tan lejos de Balbec como el paisaje, francamente de tierra adentro, hubiera hecho creer— una de esas pequeñas ciudades aristocráticas y militares rodeadas de una extensa campiña en que, en el buen tiempo, flota con tanta frecuencia, a lo lejos, como un vaho sonoro intermitente que —del mismo modo que un telón de álamos dibuja con sus sinuosidades el curso de un río que no se ve— revela los cambios de lugar de un regimiento en maniobras, que hasta la atmósfera de las calles, de las avenidas y de las plazas ha acabado por contraer una a modo de perpetua vibratilidad musical yguerrera, yque el más grosero ruido de un carro o de un tranvía se prolonga en ellas en vagas llamadas de clarín, indefinidamente tamizadas, en los oídos alucinados por el silencio. No estaba situada tan lejos de Paris que no me fuese posible, al apearme del rápido, volver a casa, encontrar aún en pie a mi madre ya mi abuela, yacostarme en mi cama. Tan pronto como lo hube comprendido, turbado por un doloroso deseo, tuve demasiado poca voluntad para decidir que no volvería a París y quedarme en la ciudad; pero demasiado poca también para impedir que un empleado llevase mi maleta hasta un coche de punto y para no incorporarme, mientras lo seguía, el alma desierta de un viajero que vigila sus bártulos y a quien ninguna abuela espera, para no subir a un coche con la desenvoltura del que, por haber dejado de pensar en lo que quiere, tiene la apariencia de saber lo que quiere, y para no dar al cochero la dirección del cuartel de caballería. Pensaba que Saint-Loup iría a dormir aquella noche al hotel en que yo iba a alojarme para hacer que me fuese menos angustioso el primer contacto con aquella ciudad desconocida. Un soldado de guardia fue a buscarlo y yo lo esperé a la puerta del cuartel, ante aquella gran nave resonante con el viento de noviembre, y de donde, a cada instante, porque eran las seis de la tarde, salían hombres, de dos en dos, a la calle, titubeando como si bajasen a tierra en algún puerto exótico donde se hubiesen detenido momentáneamente.
Saint–Loup arriva, remuant dans tous les sens, laissant voler son monocle devant lui; je n′avais pas fait dire mon nom, j′étais impatient de jouir de sa surprise et de sa joie. Llegó Saint-Loup, agitándose en todos sentidos, dejando volar delante de sí su monóculo; yo no había dado mi nombre, y estaba impaciente por gozar de su sorpresa y de su alegría.
— Ah! quel ennui, s′écria-t-il en m′apercevant tout à coup et en devenant rouge jusqu′aux oreilles, je viens de prendre la semaine et je ne pourrai pas sortir avant huit jours! —¡Ah, qué fastidio! —exclamó al verme de improviso, poniéndose colorado hasta las orejas—: acabo de entrar de semana y no podré salir hasta dentro de ocho días.
Et préoccupé par l′idée de me voir passer seul cette première nuit, car il connaissait mieux que personne mes angoisses du soir qu′il avait souvent remarquées et adoucies à Balbec, il interrompait ses plaintes pour se retourner vers moi, m′adresser de petits sourires, de tendres regards inégaux, les uns venant directement de son oeil, les autres à travers son monocle, et qui tous étaient une allusion à l′émotion qu′il avait de me revoir, une allusion aussi à cette chose importante que je ne comprenais toujours pas mais qui m′importait maintenant, notre amitié. Y preocupado por la idea de verme pasar a solas esta primera noche, porque conocía mejor que nadie mis terrores nocturnos que con tanta frecuencia había observado y endulzado en Balbec, interrumpía sus lamentaciones para volverse hacia mí, para dirigirme breves sonrisas, tiernas miradas desiguales, unas que venían directamente de su ojo, otras a través de su monóculo, y en todas ellas una alusión ala emoción que sentía al volver a verme, una alusión también a una cosa importante que no siempre comprendía yo, pero que ahora me importaba, y era nuestra amistad.
— Mon Dieu! et où allez-vous coucher? Vraiment, je ne vous conseille pas l′hôtel où nous prenons pension, c′est à côté de l′Exposition où des fêtes vont commencer, vous auriez un monde fou. Non, il vaudrait mieux l′hôtel de Flandre, c′est un ancien petit palais du XVIIIe siècle avec de vieilles tapisseries. Ça «fait» assez «vieille demeure historique». —¡Dios mío! ¿Y dónde va a dormir usted? Si he de serle franco, no le aconsejo el hotel en que nos hospedamos nosotros; está al lado de la Exposición, donde van a empezar las fiestas, y tendría usted una de gente loca. No; mejor estaría en el hotel de Flandes, un antiguo palacete del siglo XVIII con tapicerías viejas. Hace bastante casa solariega histórica.
Saint–Loup employait à tout propos ce mot de «faire» pour «avoir l′air», parce que la langue parlée, comme la langue écrite, éprouve de temps en temps le besoin de ces altérations du sens des mots, de ces raffinements d′expression. Et de même que souvent les journalistes ignorent de quelle école littéraire proviennent les «élégances» dont ils usent, de même le vocabulaire, la diction même de Saint–Loup étaient faits de l′imitation de trois esthètes différents dont il ne connaissait aucun, mais dont ces modes de langage lui avaient été indirectement inculqués. «D′ailleurs, conclut-il, cet hôtel est assez adapté à votre hyperesthésie auditive. Vous n′aurez pas de voisins. Je reconnais que c′est un piètre avantage, et comme en somme un autre voyageur peut y arriver demain, cela ne vaudrait pas la peine de choisir cet hôtel-là pour des résultats de précarité. Non, c′est à cause de l′aspect que je vous le recommande. Les chambres sont assez sympathiques, tous les meubles anciens et confortables, ça a quelque chose de rassurant.» Mais pour moi, moins artiste que Saint–Loup, le plaisir que peut donner une jolie maison était superficiel, presque nul, et ne pouvait pas calmer mon angoisse commençante, aussi pénible que celle que j′avais jadis à Combray quand ma mère ne venait pas me dire bonsoir ou celle que j′avais ressentie le jour de mon arrivée à Balbec dans la chambre trop haute qui sentait le vétiver. Saint–Loup le comprit à mon regard fixe. Saint-Loup empleaba a todo pasto la palabra hacer en lugar de parecer, porque la lengua hablada, como la lengua escrita, siente de tiempo en tiempo la necesidad de esas alteraciones del sentido de las palabras, de esos refinamientos de expresión. Y así como ocurre con frecuencia que los periodistas ignoren de qué escuela literaria provienen las elegancias que utilizan, así el vocabulario, la dicción inclusive de Saint-Loup, estaban hechos de la imitación de tres estetas diferentes, a ninguno de los cuales conocía, pero de quienes le habían sido indirectamente inculcados esos modos de lenguaje. —Por otra parte —concluyó—, ese hotel es bastante adecuado a su hiperestesia auditiva. No tendrá usted vecinos. Reconozco que es una triste ventaja, ycomo al fin y a cabo, mañana puede llegar otro viajero, no valdría la pena de escoger para ese hotel resultados precarios. No; si se lo recomiendo es por el aspecto. Las habitaciones son bastante simpáticas; los muebles, antiguos y confortables, lo cual ya es algo tranquilizador. Pero para mí, menos artista que Saint-Loup, el placer que puede proporcionar tina casa bonita era superficial, nulo casi, y no podía calmar mi angustia incipiente, tan penosa como la que sentía en otro tiempo en Combray cuando mi madre no iba a darme las buenas noches, o como la que había sentido el día de mi llegada a Balbec en la habitación demasiado alta que olía a espicanardo. Saint-Loup lo comprendió por mi mirada fija.
— Mais vous vous en fichez bien, mon pauvre petit, de ce joli palais, vous êtes tout pâle; moi, comme une grande brute, je vous parle de tapisseries que vous n′aurez pas même le coeur de regarder. Je connais la chambre où on vous mettrait, personnellement je la trouve très gaie, mais je me rends bien compte que pour vous avec votre sensibilité ce n′est pas pareil. Ne croyez pas que je ne vous comprenne pas, moi je ne ressens pas la même chose, mais je me mets bien à votre place. —Pero a usted le trae muy sin cuidado, ¡pobrecillo!, ese lindo palacio; está usted muy pálido. Yo, como un tonto, le estoy hablando de unas tapicerías que ni siquiera tendrá usted ánimos para mirar. Conozco la habitación en que le pondrían; para mi gusto la encuentro muy alegre, pero me doy perfecta cuenta de que para usted, con su sensibilidad, no es lo mismo. No crea que no lo comprendo; no siento lo que usted, pero me pongo en su lugar.
Un sous-officier qui essayait un cheval dans la cour, très occupé à le faire sauter, ne répondant pas aux saluts des soldats, mais envoyant des bordées d′injures à ceux qui se mettaient sur son chemin, adressa à ce moment un sourire à Saint–Loup et, s′apercevant alors que celui-ci avait un ami avec lui, salua. Mais son cheval se dressa de toute sa hauteur, écumant. Saint–Loup se jeta à sa tête, le prit par la bride, réussit à le calmer et revint à moi. Un suboficial que probaba un caballo en el patio, muy ocupado en hacerlo saltar, sin responder a los saludos de los soldados, pero lanzando chaparrones de injurias a los que se ponían en su camino, dirigió en aquel momento una sonrisa a Saint-Loup, y al darse cuenta entonces de que éste tenía consigo a un amigo, saludó. Pero el caballo se le fue a la empinada, espumarajeando. Saint-Loup se le abalanzó a la cabeza, lo tomó de la brida, consiguió calmarlo y volvió a mi lado.
— Oui, me dit-il, je vous assure que je me rends compte, que je souffre de ce que vous éprouvez; je suis malheureux, ajouta-t-il, en posant affectueusement sa main sur mon épaule, de penser que si j′avais pu rester près de vous, peut-être j′aurais pu, en causant avec vous jusqu′au matin, vous ôter un peu de votre tristesse. Je vous prêterais bien des livrés, mais vous ne pourrez pas lire si vous êtes comme cela. Et jamais je n′obtiendrai de me faire remplacer ici; voilà deux fois de suite que je l′ai fait parce que ma gosse était venue. —Sí —me dijo—, le aseguro que me doy cuenta, que sufro con lo que usted siente; me apena —añadió, poniéndome afectuosamente la mano en el hombro— pensar que si me hubiera sido posible quedarme cerca de usted acaso hubiese podido, quedándome a su lado, hablando con usted hasta la mañana, quitarle un poco de su tristeza. Le prestaría bastantes libros, pero no va usted a poder leer si se encuentra de esa manera. Y no habrá modo de conseguir qué me substituya aquí nadie; ya van dos veces seguidas que lo he hecho porque había venido mi chica.
Et il fronçait le sourcil à cause de son ennui et aussi de sa contention à chercher, comme un médecin, quel remède il pourrait appliquer à mon mal. Y fruncía el ceño, por su disgusto y también por el ahínco que ponía en buscar, como un médico, un remedio a mi mal.
— Cours donc faire du feu dans ma chambre, dit-il à un soldat qui passait. Allons, plus vite que ça, grouille-toi. —Anda, ve a encender lumbre en mi cuarto —dijo a un soldado que pasaba—. ¡Vamos, más aprisa, listo!
Puis, de nouveau, il se détournait vers moi, et le monocle et le regard myope faisaient allusion à notre grande amitié: Después se volvía hacia mí de nuevo, yel monóculo yla mirada miope hacían alusión a nuestra gran amistad.
— Non! vous ici, dans ce quartier où j′ai tant pensé à vous, je ne peux pas en croire mes yeux, je crois que je rêve. En somme, la santé, cela va-t-il plutôt mieux? Vous allez me raconter tout cela tout à l′heure. Nous allons monter chez moi, ne restons pas trop dans la cour, il fait un bon dieu de vent, moi je ne le sens même plus, mais pour vous qui n′êtes pas habitué, j′ai peur que vous n′ayez froid. Et le travail, vous y êtes-vous mis? Non? que vous êtes drôle! Si j′avais vos dispositions, je crois que j′écrirais du matin au soir. Cela vous amuse davantage de ne rien faire. Quel malheur que ce soient les médiocres comme moi qui soient toujours prêts à travailler et que ceux qui pourraient ne veuillent pas! Et je ne vous ai pas seulement demandé des nouvelles de Madame votre grand′mère. Son Proudhon ne me quitte pas. —¡Usted aquí, en este cuartel en que tanto he pensado en usted! No puedo dar crédito a mis ojos, me parece que sueño. En fin, ¿y esa salud, va mejor? Ahora mismo va usted a hablarme de todo ello. Vamos a subir a mi cuarto, no estemos demasiado en el patio, hace un viento del diablo; yo ni siquiera lo siento ya, pero tengo miedo de que usted, que no está acostumbrado, tenga frío, ¿qué, y ese trabajo, se ha puesto usted ya a él? ¿No? Pero, ¡qué hombre este! Si yo tuviera las disposiciones que usted, creo que escribiría de la mañana a la noche. Le divierte a usted más no hacer nada. ¡Qué lástima que sean los mediocres como yo los que siempre están dispuestos a trabajar, y que los que podrían hacerlo no quieran! Y ni siquiera le he preguntado por su señora abuela. Su Proudhon no se separa de mí.
Un officier, grand, beau, majestueux, déboucha à pas lents et solennels d′un escalier. Saint–Loup le salua et immobilisa la perpétuelle instabilité de son corps le temps de tenir la main à la hauteur du képi. Mais il l′y avait précipitée avec tant de force, se redressant d′un mouvement si sec, et, aussitôt le salut fini, la fit retomber par un déclanchement si brusque en changeant toutes les positions de l′épaule, de la jambe et du monocle, que ce moment fut moins d′immobilité que d′une vibrante tension où se neutralisaient les mouvements excessifs qui venaient de se produire et ceux qui allaient commencer. Cependant l′officier, sans se rapprocher, calme, bienveillant, digne, impérial, représentant en somme tout l′opposé de Saint–Loup, leva, lui aussi, mais sans se hâter, la main vers son képi. Un oficial, alto, guapo, majestuoso, desembocó, con pasos lentos y solemnes, de una escalera. Saint-Loup lo saludó e inmovilizó la perpetua inestabilidad de su cuerpo el tiempo preciso para tener la mano a la altura del quepis. Pero la había precipitado con tanta fuerza, irguiéndose con un movimiento tan seco y, una vez acabado el saludo, la hizo caer de nuevo con un ademán tan brusco, cambiando todas las posiciones del hombro, de la pierna y del monóculo, que aquel momento fue no tanto de inmovilidad como de una vibrante tensión en qué se neutralizaban los movimientos excesivos que acababan de producirse y los que iban a empezar. Mientras tanto, el oficial, sin acercarse, tranquilo, benévolo, digno, imperial, representando en suma, el polo opuesto de Saint- Loup, alzó, a su vez, pero sin apresurarse, la mano hacia su quepis.
— Il faut que je dise un mot au capitaine, me chuchota Saint–Loup; soyez assez gentil pour aller m′attendre dans ma chambre, c′est la seconde à droite, au troisième étage, je vous rejoins dans un moment. —Tengo que decirle dos palabras al capitán —me susurró Saint-Loup—. Tenga usted la bondad de ir a esperarme a mi cuarto el segundo a la derecha; en el tercer piso; soy con usted dentro de un momento.
Et, partant au pas de charge, précédé de son monocle qui volait en tous sens, il marcha droit vers le digne et lent capitaine dont on amenait à ce moment le cheval et qui, avant de se préparer à y monter, donnait quelques ordres avec une noblesse de gestes étudiée comme dans quelque tableau historique et s′il allait partir pour une bataille du premier Empire, alors qu′il rentrait simplement chez lui, dans la demeure qu′il avait louée pour le temps qu′il resterait à Doncières et qui était sise sur une place, nommée, comme par une ironie anticipée à l′égard de ce napoléonide, Place de la République! Je m′engageai dans l′escalier, manquant à chaque pas de glisser sur ces marches cloutées, apercevant des chambrées aux murs nus, avec le double alignement des lits et des paquetages. On m′indiqua la chambre de Saint–Loup. Je restai un instant devant sa porte fermée, car j′entendais remuer; on bougeait une chose, on en laissait tomber une autre; je sentais que la chambre n′était pas vide et qu′il y avait quelqu′un. Mais ce n′était que le feu allumé qui brûlait. Il ne pouvait pas se tenir tranquille, il déplaçait les bûches et fort maladroitement. J′entrai; il en laissa rouler une, en fit fumer une autre. Et même quand il ne bougeait pas, comme les gens vulgaires il faisait tout le temps entendre des bruits qui, du moment que je voyais monter la flamme, se montraient à moi des bruits de feu, mais que, si j′eusse été de l′autre côté du mur, j′aurais cru venir de quelqu′un qui se mouchait et marchait. Enfin, je m′assis dans la chambre. Des tentures de liberty et de vieilles étoffes allemandes du XVIIIe siècle la préservaient de l′odeur qu′exhalait le reste du bâtiment, grossière, fade et corruptible comme celle du pain bis. C′est là, dans cette chambre charmante, que j′eusse dîné et dormi avec bonheur et avec calme. Saint–Loup y semblait presque présent grâce aux livres de travail qui étaient sur sa table à côté des photographies parmi lesquelles je reconnus la mienne et celle de Mme de Guermantes, grâce au feu qui avait fini par s′habituer à la cheminée et, comme une bête couchée en une attente ardente, silencieuse et fidèle, laissait seulement de temps à autre tomber une braise qui s′émiettait, ou léchait d′une flamme la paroi de la cheminée. J′entendais le tic tac de la montre de Saint–Loup, laquelle ne devait pas être bien loin de moi. Ce tic tac changeait de place à tout moment, car je ne voyais pas la montre; il me semblait venir de derrière moi, de devant, d′à droite, d′à gauche, parfois s′éteindre comme s′il était très loin. Tout d′un coup je découvris la montre sur la table. Alors j′entendis le tic tac en un lieu fixe d′où il ne bougea plus. Je croyais l′entendre à cet endroit-là; je ne l′y entendais pas, je l′y voyais, les sons n′ont pas de lieu. Du moins les rattachons-nous à des mouvements et par là ont-ils l′utilité de nous prévenir de ceux-ci, de paraître les rendre nécessaires et naturels. Certes il arrive quelquefois qu′un malade auquel on a hermétiquement bouché les oreilles n′entende plus le bruit d′un feu pareil à celui qui rabâchait en ce moment dans la cheminée de Saint–Loup, tout en travaillant à faire des tisons et des cendres qu′il laissait ensuite tomber dans sa corbeille, n′entende pas non plus le passage des tramways dont la musique prenait son vol, à intervalles réguliers, sur la grand′place de Doncières. Alors que le malade lise, et les pages se tourneront silencieusement comme si elles étaient feuilletées par un dieu. La lourde rumeur d′un bain qu′on prépare s′atténue, s′allège et s′éloigne comme un gazouillement céleste. Le recul du bruit, son amincissement, lui ôtent toute puissance agressive à notre égard; affolés tout à l′heure par des coups de marteau qui semblaient ébranler le plafond sur notre tête, nous nous plaisons maintenant à les recueillir, légers, caressants, lointains comme un murmure de feuillages jouant sur la route avec le zéphir. On fait des réussites avec des cartes qu′on n′entend pas, si bien qu′on croit ne pas les avoir remuées, qu′elles bougent d′elles-mêmes et, allant au-devant de notre désir de jouer avec elles, se sont mises à jouer avec nous. Et à ce propos on peut se demander si pour l′Amour (ajoutons même à l′Amour l′amour de la vie, l′amour de la gloire, puisqu′il y a, paraît-il, des gens qui connaissent ces deux derniers sentiments) on ne devrait pas agir comme ceux qui, contre le bruit, au lieu d′implorer qu′il cesse, se bouchent les oreilles; et, à leur imitation, reporter notre attention, notre défensive, en nous-même, leur donner comme objet à réduire, non pas l′être extérieur que nous aimons, mais notre capacité de souffrir par lui. Y echando a andar a paso de carga, precedido de su monóculo, que volaba en todos los sentidos, se fue derecho hacia el digno ylento capitán, a quien traían en aquel momento el caballo yque, antes de disponerse a montar en él, daba algunas órdenes con una nobleza de ademanes estudiada, como en algún cuadro histórico y como si fuese a partir para una batalla del Primer Imperio, cuando lo cierto era que volvía sencillamente a su casa, al alojamiento que había alquilado para el tiempo que hubiera de estar en Doncières y que estaba enclavado en una plaza denominada, como por una ironía anticipada para con este napoleonida. ¡Plaza de la República! Me lancé escalones arriba, a punto de resbalara cada paso en aquellos peldaños claveteados, entreviendo crujías de desnudos muros, con la doble alineación de los petates y de los equipos. Me indicaron la habitación de Saint-Loup. Un instante me quedé parado ante su puerta cerrada, porque oía moverse a alguien; removían una cosa, dejaban caer otra; sentía yo que la habitación no estaba vacía, que había alguien en ella. Pero no era sino el fuego encendido, que ardía. No podía estar; tranquila, cambiaba de lugar los leños, y con harta torpeza. Entré; dejó rodar un leño, hizo humear otro. E, incluso cuando no se movía como la gente vulgar, dejaba de continuo oír ruidos que, desde el momento en que veía subir la llama, se me aparecían como ruidos del fuego, pero que, de haber estada al otro lado de la pared, hubiera creído que venían de alguien que se sonaba y paseaba. Por último me senté en la habitación. Colgaduras de liberty y viejas telas alemanas del siglo XVIII la preservaban del olor que exhalaba el resto del edificio, grosero, insulso y corruptible como el del pan moreno. Allí, en, aquella habitación encantadora, era donde yo hubiera cenado ydormido feliz ycon sosiego. Saint-Loup parecía presente casi, gracias a los libros de trabajo que estaban sobre su mesa al lado de unas fotografías, entre las que reconocí la mía y la de la señora de Guermantes, gracias al fuego que había acabado por hacerse a la chimenea y, como un animal echado en ardiente espera, silencioso y fiel, dejaba caer únicamente de cuando en cuando una brasa que se desmoronaba o lamía la pared con una llama de la chimenea. Oía yo el tictac del reloj de Saint-Loup, que no debía de estar muy lejos de mí. Este tictac cambiaba de lugar a cada momento, porque yo no veía el reloj; me parecía que venía de detrás de mí, de delante, por la derecha, por la izquierda, que se apagaba a veces como si estuviese muy lejos. De pronto descubrí el reloj sobre la mesa. Entonces oí el tictac en un lugar fijo, de donde ya no se movió. Cuando menos, creía oírlo en aquel punto; no lo oía en él, lo veía allí, los sonidos no tienen lugar. Por lo menos los referimos a movimientos y merced a ello poseen la utilidad de avisarnos de esos movimientos, de parecer como que los hacen necesarios y naturales. Ocurre a veces, desde luego, que un enfermo al cual han tapado herméticamente los oídos no oiga ya el crepitar de un fuego como el que en aquel momento machaconeaba en la chimenea de Saint-Loup, mientras trabajaba en hacer tizones y cenizas que hacía caer luego en su rejilla, como tampoco oye el paso de los tranvías, cuya música alzaba el vuelo, en intervalos regulares, en la plaza mayor de Doncières. Entonces, si el enfermo lee, las páginas pasarán silenciosamente, como si fuesen recorridas por la mano de un dios. El pesado rumor de un baño que alguien está preparando se atenúa, se aligera y se aleja como gorgojeo celestial. El retroceso del ruido, su adelgazamiento, le quitan todo poder agresivo respecto de nosotros; enloquecidos hace unos momentos por unos martillazos que parecían sacudir el techo sobre nuestra cabeza, nos complacemos ahora en recogerlos, ligeros, acariciadores, lejanos, como un murmullo de follajes que jugasen sobre la carretera con el céfiro Hace uno solitarios con cartas que no entiende, hasta el punto de que cree no haberlas barajado, que se mueven por sí solas, y que, adelantándose a nuestro deseo de jugar con ellas, se han puesto a jugar con nosotros. Y a este respecto cabe preguntarse si en lo que atañe al Amor (añadamos inclusive, al Amor, el amor a la vida, el amor a la gloria, ya que, según parece, hay gentes que conocen estos dos últimos sentimientos) no debería hacerse como los que, para defenderse contra el ruido, en lugar de implorar que cese, se tapan los oídos, y, a imitación de ellos, retraer nuestra atención, nuestra defensiva, a nosotros mismos, darles como objeto que reducir, no el ser exterior a quien amamos, sino nuestra capacidad de sufrir por él.
Pour revenir au son, qu′on épaississe encore les boules qui ferment le conduit auditif, elles obligent au pianissimo la jeune fille qui jouait au-dessus de notre tête un air turbulent; qu′on enduise une de ces boules d′une matière grasse, aussitôt son despotisme est obéi par toute la maison, ses lois mêmes s′étendent au dehors. Le pianissimo ne suffit plus, la boule fait instantanément fermer le clavier et la leçon de musique est brusquement finie; le monsieur qui marchait sur notre tête cesse d′un seul coup sa ronde; la circulation des voitures et des tramways est interrompue comme si on attendait un Chef d′État. Et cette atténuation des sons trouble même quelquefois le sommeil au lieu de le protéger. Hier encore les bruits incessants, en nous décrivant d′une façon continue les mouvements dans la rue et dans la maison, finissaient par nous endormir comme un livre ennuyeux; aujourd′hui, à la surface de silence étendue sur notre sommeil, un heurt plus fort que les autres arrive à se faire entendre, léger comme un soupir, sans lien avec aucun autre son, mystérieux; et la demande d′explication qu′il exhale suffit à nous éveiller. Que l′on retire pour un instant au malade les cotons superposés à son tympan, et soudain la lumière, le plein soleil du son se montre de nouveau, aveuglant, renaît dans l′univers; à toute vitesse rentre le peuple des bruits exilés; on assiste, comme si elles étaient psalmodiées par des anges musiciens, à la résurrection des voix. Les rues vides sont remplies pour un instant par les ailes rapides et successives des tramways chanteurs. Dans la chambre elle-même, le malade vient de créer, non pas, comme Prométhée, le feu, mais le bruit du feu. Et en augmentant, en relâchant les tampons d′ouate, c′est comme si on faisait jouer alternativement l′une et l′autre des deux pédales qu′on a ajoutées à la sonorité du monde extérieur. Volviendo al sonido, si se hace mayor una de las bolas que cierran el conducto auditivo, éstas obligan al pianissimo a la joven que tocaba, encima de nuestra cabeza, un aire turbulento; si se unta una de esas bolas de una materia grasa, su despotismo es obedecido inmediatamente por la casa toda, sus leyes se extienden inclusive al exterior. El pianissimo no basta ya, la bola hace que se cierre instantáneamente el teclado y la lección de música acaba bruscamente; el señor que paseaba sobre nuestra cabeza cesa de repente en su ronda; la circulación de los coches y de los tranvías queda interrumpida, como si se esperase a un jefe de Estado. Y esta atenuación de los sonidos turba incluso a veces el sueño en lugar de protegerlo. Todavía ayer, los ruidos incesantes, al describirnos de una manera continua los movimientos de la calle y de la casa, acababan por adormecernos como un libro aburrido; hoy, en la superficie de silencio extendida sobre nuestro sueño, un choque, más fuerte que los demás, llega a hacerse oír, leve como un suspiro, sin ligazón con ningún otro sonido, misterioso, y el requerimiento de explicación que exhala basta para despertarnos. Si se retiran por un instante los algodones superpuestos al tímpano del enfermo y, de pronto, la luz, el pleno sol del sonido se muestra de nuevo, cegador, renace en el universo, el pueblo vuelve a toda velocidad en rumores aislados, se asiste, como si fueran salmodiadas por ángeles músicos, a la resurrección de las voces Las calles vacías se llenan por un instante de las alas rápidas y sucesivas de los tranvías cantores. Y en la misma habitación, el enfermo acaba de crear, no, como Prometeo, el fuego, sino el ruido del fuego. Y al aumentar, al adelgazar los tapones de guata, es como si se hiciera funcionar, alternativamente, uno u otro de los dos pedales que se han añadido a la sonoridad del mundo exterior.
Seulement il y aussi des suppressions de bruits qui ne sont pas momentanées. Celui qui est devenu entièrement sourd ne peut même pas faire chauffer auprès de lui une bouillotte de lait sans devoir guetter des yeux, sur le couvercle ouvert, le reflet blanc, hyperboréen, pareil à celui d′une tempête de neige et qui est le signe prémonitoire auquel il est sage d′obéir en retirant, comme le Seigneur arrêtant les flots, les prises électriques; car déjà l′oeuf ascendant et spasmodique du lait qui bout accomplit sa crue en quelques soulèvements obliques, enfle, arrondit quelques voiles à demi chavirées qu′avait plissées la crème, en lance dans la tempête une en nacre et que l′interruption des courants, si l′orage électrique est conjuré à temps, fera toutes tournoyer sur elles-mêmes et jettera à la dérive, changées en pétales de magnolia. Mais si le malade n′avait pas pris assez vite les précautions nécessaires, bientôt ses livres et sa montre engloutis, émergeant à peine d′une mer blanche après ce mascaret lacté, il serait obligé d′appeler au secours sa vieille bonne qui, fût-il lui-même un homme politique illustre ou un grand écrivain, lui dirait qu′il n′a pas plus de raison qu′un enfant de cinq ans. A d′autres moments, dans la chambre magique, devant la porte fermée, une personne qui n′était pas là tout à l′heure a fait son apparition, c′est un visiteur qu′on n′a pas entendu entrer et qui fait seulement des gestes comme dans un de ces petits théâtres de marionnettes, si reposants pour ceux qui ont pris en dégoût le langage parlé. Et pour ce sourd total, comme la perte d′un sens ajoute autant de beauté au monde que ne fait son acquisition, c′est avec délices qu′il se promène maintenant sur une Terre presque édénique où le son n′a pas encore été créé. Les plus hautes cascades déroulent pour ses yeux seuls leur nappe de cristal, plus calmes que la mer immobile, comme des cataractes du Paradis. Comme le bruit était pour lui, avant sa surdité, la forme perceptible que revêtait la cause d′un mouvement, les objets remués sans bruit semblent l′être sans cause; dépouillés de toute qualité sonore, ils montrent une activité spontanée, ils semblent vivre; ils remuent, s′immobilisent, prennent feu d′eux-mêmes. D′eux-mêmes ils s′envolent comme les monstres ailés de la préhistoire. Dans la maison solitaire et sans voisins du sourd, le service qui, avant que l′infirmité fût complète, montrait déjà plus de réserve, se faisait silencieusement, est assuré maintenant, avec quelque chose de subreptice, par des muets, ainsi qu′il arrive pour un roi de féerie. Comme sur la scène encore, le monument que le sourd voit de sa fenêtre — caserne, église, mairie — n′est qu′un décor. Si un jour il vient à s′écrouler, il pourra émettre un nuage de poussière et des décombres visibles; mais moins matériel même qu′un palais de théâtre dont il n′a pourtant pas la minceur, il tombera dans l′univers magique sans que la chute de ses lourdes pierres de taille ternisse de la vulgarité d′aucun bruit la chasteté du silence. Sólo que hay también supresiones de ruidos que no son momentáneas. El que se ha quedado completamente sordo ni siquiera puede hacer calentar a su lado un cacillo con leche sin que tenga que espiar con los ojos, sobre la tapadera ladeada, el reflejo blanco, hiperbóreo, semejante al de una tempestad de nieve, y que es el signo premonitorio al cual es prudente obedecer retirando, como el Señor al detener las aguas, los enchufes eléctricos; porque ya el huevo ascendente y espasmódico de la leche que hierve lleva a cabo su crecida en algunas ebulliciones oblicuas, infla, redondea algunas velas medio zozobradas que había plegado la crema, arroja a la tempestad una de ellas, de nácar, y la interrupción de las corrientes, si se conjura a tiempo la tormenta eléctrica, hará girar todas esas velas sobre sí mismas y las lanzará a la deriva, trocadas en pétalos de magnolia. Pero si el enfermo no ha tomado suficientemente aprisa las precauciones, bien pronto, al emerger apenas de un mar blanco con sus libros y su reloj, pasada esta barra láctea, se vería obligado a pedir auxilio a su vieja criada, que, aun cuando el enfermo fuese un político ilustre o un gran escritor, le diría que tiene menos sentido que un niño de cinco años. En otros momentos, en la cámara mágica, ante la puerta cerrada, una persona que hace un instante no estaba allí ha hecho su aparición; es un visitante a quien no se ha oído entrar y que no hace más que ademanes, como en uno de esos teatrillos de fantoches, de tanto descanso para aquellos que han cobrado aborrecimiento al lenguaje hablado. Y en cuanto al sordo total, como la pérdida de un sentido añade al mundo tanta belleza como no da su adquisición, se pasea ahora en calmo de delicias por una Tierra casi edénica en que todavía no ha sido creado el sonido. Las más altas cascadas, desplegando para sus ojos solos su sábana de cristal, más tranquitas que el mar inmóvil, como cataratas del Paraíso. Como el ruido era para él, antes de su sordera, la forma perceptible bajo que yacía la causa de un movimiento, los objetos movidos sin ruido parece que lo sean sin causa; despojados de toda cualidad sonora, muestran una actividad espontánea, parecen vivir; agítanse; se inmovilizan, toman fuego de sí mismos. Alzan por sí mismos el vuelo, como los monstruos alados de la prehistoria. En la casa solitaria y sin vecinos del sordo, el servicio que, antes de que el achaque fuese completo, mostraba ya más reserva, se hacía silenciosamente, está asegurado ahora, con algo de subrepticio, por mudos, como le ocurre a un rey de comedia de magia. Como en el escenario, asimismo, el edificio que el sordo ve desde su ventana —cuartel, iglesia, alcaldía— no es más que una decoración. Si algún día llega a hundirse, podrá emitir una nube de polvo y escombros visibles; pero, menos material aún que un palacio de teatro, de cuya delgadez carece, empero, caerá en el universo mágico sin que la caída de sus pesados sillares de cantería empañe, con la vulgaridad de ningún ruido, la castidad del silencio.
Celui, bien plus relatif, qui régnait dans la petite chambre militaire où je me trouvais depuis un moment, fut rompu. La porte s′ouvrit, et Saint–Loup, laissant tomber son monocle, entra vivement. El mucho más relativo que reinaba en la camareta militar en que yo me encontraba desde hacía un momento, se quebró. Se abrió la puerta y Saint-Loup, dejando caer su monóculo, entró presuroso.
— Ah! Robert, qu′on est bien chez vous, lui dis-je; comme il serait bon qu′il fût permis d′y dîner et d′y coucher! —¡Qué a gusto se encuentra uno en este cuarto, Roberto! —le dije—; ¡qué bien, si estuviese permitido cenar y dormir aquí!
Et en effet, si cela n′avait pas été défendu, quel repos sans tristesse j′aurais goûté là, protégé par cette atmosphère de tranquillité, de vigilance et de gaieté qu′entretenaient mille volontés réglées et sans inquiétude, mille esprits insouciants, dans cette grande communauté qu′est une caserne où, le temps ayant pris la forme de l′action, la triste cloche des heures était remplacée par la même joyeuse fanfare de ces appels dont était perpétuellement tenu en suspens sur les pavés de la ville, émietté et pulvérulent, le souvenir sonore; — voix sûre d′être écoutée, et musicale, parce qu′elle n′était pas seulement le commandement de l′autorité à l′obéissance mais aussi de la sagesse au bonheur. Y, en efecto, de no haber estado prohibido, qué reposo sin tristeza hubiera saboreado allí, protegido por aquella atmósfera de tranquilidad, de vigilancia y de alegría que sostenían mil voluntades reguladas y sin inquietud, mil espíritus libres de cuidados, en la gran comunidad de un cuartel, donde, como el tiempo ha tomado la forma de la acción, la triste campana de las horas era sustituida por la misma gozosa charanga de las llamadas, cuyo recuerdo sonoro, desmigajado y pulverulento, se mantenía perpetuamente suspenso sobre el enlosado de la ciudad, voz segura de ser escuchada, y musical, porque no era sólo la orden de la autoridad a la obediencia, sino también de la cordura a la felicidad.
— Ah! vous aimeriez mieux coucher ici près de moi que de partir seul à l′hôtel, me dit Saint–Loup en riant. —¿Conque preferiría usted acostarse aquí, a mi lado, mejor que irse solo al hotel? — me dijo Saint-Loup, riendo.
— Oh! Robert, vous êtes cruel de prendre cela avec ironie, lui dis-je, puisque vous savez que c′est impossible et que je vais tant souffrir là-bas. —Es usted cruel, Roberto, en tomarlo con ironía —le dije— sabiendo como sabe que eso es imposible, y que allí voy a sufrir tanto.
— Eh bien! vous me flattez, me dit-il, car j′ai justement eu, de moi-même, cette idée que vous aimeriez mieux rester ici ce soir. Et c′est précisément cela que j′étais allé demander au capitaine. —Me adula usted —me dijo—, porque precisamente se me ha ocurrido la idea de que usted preferiría quedarse aquí esta noche. Y eso es precisamente lo que había ido a pedirle al capitán.
— Et il a permis? m′écriai-je. —¿Y lo ha permitido? —exclamé.
— Sans aucune difficulté. —Sin la menor dificultad.
— Oh! je l′adore! —¡Oh! ¡Lo adoro!
— Non, c′est trop. Maintenant laissez-moi appeler mon ordonnance pour qu′il s′occupe de notre dîner, ajouta-t-il, pendant que je me détournais pour cacher mes larmes. —No; eso es demasiado. Ahora déjeme usted que llame a mi ordenanza para que se ocupe de nuestra cena —añadió, mientras yo me volvía para ocultar mis lágrimas.
Plusieurs fois entrèrent l′un ou l′autre des camarades de Saint–Loup. Il les jetait à la porte. Varias veces entraron uno, u otro de los camaradas de Saint-Loup. Éste los ponía a la puerta.
— Allons, fous le camp. —Vamos, largaos de aquí.
Je lui demandais de les laisser rester. Yo le pedía que los dejara quedarse.
— Mais non, ils vous assommeraient: ce sont des êtres tout à fait incultes, qui ne peuvent parler que courses, si ce n′est pansage. Et puis, même pour moi, ils me gâteraient ces instants si précieux que j′ai tant désirés. Remarquez que si je parle de la médiocrité de mes camarades, ce n′est pas que tout ce qui est militaire manque d′intellectualité. Bien loin de là. Nous avons un commandant qui est un homme admirable. Il a fait un cours où l′histoire militaire est traitée comme une démonstration, comme une espèce d′algèbre. Même esthétiquement, c′est d′une beauté tour à tour inductive et déductive à laquelle vous ne seriez pas insensible. —Nada de eso; lo abrumarían a usted: son seres completamente incultos que no pueden hablar más que de carreras, como no sea de almohazar caballos. Y, además, por lo que a mí se refiere, me echarían a perder estos instantes tan preciosos que tanto he deseado. Tenga usted en cuenta que si hablo de la mediocridad de mis camaradas, no quiero decir que todo el que es militar carezca de intelectualidad, ni mucho menos. Tenernos un comandante que es un hombre admirable. Ha dado un curso en que trató la historia militar como una demostración, como una especie de álgebra. Estéticamente, incluso, el procedimiento es de una belleza sucesivamente inductiva y deductiva que no habría de dejarlo a usted insensible.
— Ce n′est pas le capitaine qui m′a permis de rester ici? —¿No es el capitán que me ha autorizado a quedarme aquí"
— Non, Dieu merci, car l′homme que vous «adorez» pour peu de chose est le plus grand imbécile que la terre ait jamais porté. Il est parfait pour s′occuper de l′ordinaire et de la tenue de ses hommes; il passe des heures avec le maréchal des logis chef et le maître tailleur. Voilà sa mentalité. Il méprise d′ailleurs beaucoup, comme tout le monde, l′admirable commandant dont je vous parle. Personne ne fréquente celui-là, parce qu′il est franc-maçon et ne va pas à confesse. Jamais le Prince de Borodino ne recevrait chez lui ce petit bourgeois. Et c′est tout de même un fameux culot de la part d′un homme dont l′arrière-grand-père était un petit fermier et qui, sans les guerres de Napoléon, serait probablement fermier aussi. Du reste il se rend bien un peu compte de la situation ni chair ni poisson qu′il a dans la société. Il va à peine au Jockey, tant il y est gêné, ce prétendu prince, ajouta Robert, qui, ayant été amené par un même esprit d′imitation à adopter les théories sociales de ses maîtres et les préjugés mondains de ses parents, unissait, sans s′en rendre compte, à l′amour de la démocratie le dédain de la noblesse d′Empire. —No, a Dios gracias, porque el hombre a quien usted adora por tan poca cosa es el imbécil más grande que haya habido jamás en la tierra. Es perfecto para ocuparse del rancho y del uniforme de sus hombres; se pasa las horas muertas con el sargento mayor y con el maestro sastre. Ésa es toda su mentalidad. Por lo demás, desdeña extraordinariamente, como todo el mundo, al admirable comandante de quien hablaba a usted. Nadie trata a éste porque es francmasón y no va a confesarse. El príncipe de Borodino no recibiría nunca en su casa a este pequeño burgués; lo cual, con todo, no deja de ser el colmo de la frescura de un hombre cuyo bisabuelo era un labriego, y que, de no ser por las guerras de Napoleón, sería probablemente también labrador. Por lo demás, se da cuenta de su situación —ni carne ni pescado— en sociedad. Ese supuesto príncipe va apenas al jockey, de tan violento como se encuentra allí —añadió Roberto, que, inducido por un espíritu de irritación a adoptar las teorías sociales de sus señores y los prejuicios mundanos de sus padres, unía, sin darse cuenta de ello, al amor a la democracia el desdén hacia la nobleza del Imperio.
Je regardais la photographie de sa tante et la pensée que Saint–Loup possédant cette photographie, il pourrait peut-être me la donner, me fit le chérir davantage et souhaiter de lui rendre mille services qui me semblaient peu de choses en échange d′elle. Car cette photographie c′était comme une rencontre de plus ajoutée à celles que j′avais déjà faites de Mme de Guermantes; bien mieux, une rencontre prolongée, comme si, par un brusque progrès dans nos relations, elle s′était arrêtée auprès de moi, en chapeau de jardin, et m′avait laissé pour la première fois regarder à loisir ce gras de joue, ce tournant de nuque, ce coin de sourcils (jusqu′ici voilés pour moi par la rapidité de son passage, l′étourdissement de mes impressions, l′inconsistance du souvenir); et leur contemplation, autant que celle de la gorge et des bras d′une femme que je n′aurais jamais vue qu′en robe montante, m′était une voluptueuse découverte, une faveur. Ces lignes qu′il me semblait presque défendu de regarder, je pourrais les étudier là comme dans un traité de la seule géométrie qui eût de la valeur pour moi. Plus tard, en regardant Robert, je m′aperçus que lui aussi était un peu comme une photographie de sa tante, et par un mystère presque aussi émouvant pour moi puisque, si sa figure à lui n′avait pas été directement produite par sa figure à elle, toutes deux avaient cependant une origine commune. Les traits de la duchesse de Guermantes qui étaient épinglés dans ma vision de Combray, le nez en bec de faucon, les yeux perçants, semblaient avoir servi aussi à découper — dans un autre exemplaire analogue et mince d′une peau trop fine — la figure de Robert presque superposable à celle de sa tante. Je regardais sur lui avec envie ces traits caractéristiques des Guermantes, de cette race restée si particulière au milieu du monde, où elle ne se perd pas et où elle reste isolée dans sa gloire divinement ornithologique, car elle semble issue, aux âges de la mythologie, de l′union d′une déesse et d′un oiseau. Yo miraba a la fotografía de su tía, y el pensamiento de que Saint-Loup, como poseedor de aquella fotografía, pudiera acaso dármela, me hizo quererlo más aún y sentirme deseoso de prestarle mil servicios, que me parecían poca cosa a cambio de aquélla. Porque esta fotografía era como un encuentro más, añadido a los que ya había tenido yo con la señora de Guermantes, o, mejor aún, un encuentro prolongado, como si ella, merced a un brusco progreso de nuestras relaciones, se hubiese detenido a mi lado, tocada con una pamela, y me hubiera dejado por vez primera contemplar a mis anchas aquella morbidez de la mejilla, aquella línea de la nuca, aquel ángulo de las cejas (hasta aquí veladas para mí por la rapidez de su paso, por el aturdimiento de mis impresiones, por la inconsistencia del recuerdo) y su contemplación, ni más ni menos que la del pecho y los brazos de una mujer a quien hasta entonces no hubiera visto sino con traje subido, era para mí un voluptuoso descubrimiento, un regalo. Estas líneas que me parecía casi prohibido mirar, podría estudiarlas en el retrato como en un tratado de la única geometría que tuviese valor para mí. Más tarde, al mirar a Roberto, me di cuenta de que también él era un poco como una fotografía de su tía, y en virtud de un misterio casi tan conmovedor para mí, ya que si el rostro de él no había sido directamente producido por el de ella, ambos tenían, sin embargo, un origen común. Los rasgos de la duquesa de Guermantes, que estaban prendidos en mi visión de Combray, la nariz en forma de pico de halcón, los ojos penetrantes, parecían haber servido asimismo para recortar, en otro ejemplar análogo y menos consistente, de piel demasiado fina, el semblante de Roberto, que podía casi superponerse al de su tía. Contemplaba en él con envidia aquellos rasgos característicos de los Guermantes, de esa raza que se ha conservado tan inconfundible en mitad del mundo, en que no se pierde y en el que permanece aislada en su gloria divinamente ornitológica, porque parece que haya nacido, en los tiempos de la mitología, de la unión de una diosa y de un pájaro.
Robert, sans en connaître les causes, était touché de mon attendrissement. Celui-ci d′ailleurs s′augmentait du bien-être causé par la chaleur du feu et par le vin de Champagne qui faisait perler en même temps des gouttes de sueur à mon front et des larmes à mes yeux; il arrosait des perdreaux; je les mangeais avec l′émerveillement d′un profane, de quelque sorte qu′il soit, quand il trouve dans une certaine vie qu′il ne connaissait pas ce qu′il avait cru qu′elle excluait (par exemple d′un libre penseur faisant un dîner exquis dans un presbytère). Et le lendemain matin en m′éveillant, j′allai jeter par la fenêtre de Saint–Loup qui, située fort haut, donnait sur tout le pays, un regard de curiosité pour faire la connaissance de ma voisine, la campagne, que je n′avais pas pu apercevoir la veille, parce que j′étais arrivé trop tard, à l′heure où elle dormait déjà dans la nuit. Mais de si bonne heure qu′elle fût éveillée, je ne la vis pourtant en ouvrant la croisée, comme on la voit d′une fenêtre de château, du côté de l′étang, qu′emmitouflée encore dans sa douce et blanche robe matinale de brouillard qui ne me laissait presque rien distinguer. Mais je savais qu′avant que les soldats qui s′occupaient des chevaux dans la cour eussent fini leur pansage, elle l′aurait dévêtue. En attendant je ne pouvais voir qu′une maigre colline, dressant tout contre le quartier son dos déjà dépouillé d′ombre, grêle et rugueux. A travers les rideaux ajourés de givre, je ne quittais pas des yeux cette étrangère qui me regardait pour la première fois. Mais quand j′eus pris l′habitude de venir au quartier, la conscience que la colline était là, plus réelle par conséquent, même quand je ne la voyais pas, que l′hôtel de Balbec, que notre maison de Paris auxquels je pensais comme à des absents, comme à des morts, c′est-à-dire sans plus guère croire à leur existence, fit que, même sans que je m′en rendisse compte, sa forme réverbérée se profila toujours sur les moindres impressions que j′eus à Doncières et, pour commencer par ce matin-là, sur la bonne impression de chaleur que me donna le chocolat préparé par l′ordonnance de Saint–Loup dans cette chambre confortable qui avait l′air d′un centre optique pour regarder la colline (l′idée de faire autre chose que la regarder et de s′y promener étant rendue impossible par ce même brouillard qu′il y avait). Imbibant la forme de la colline, associé au goût du chocolat et à toute la trame de mes pensées d′alors, ce brouillard, sans que je pensasse le moins du monde à lui, vint mouiller toutes mes pensées de ce temps-là, comme tel or inaltérable et massif était resté allié à mes impressions de Balbec, ou comme la présence voisine des escaliers extérieurs de grès noirâtre donnait quelque grisaille à mes impressions de Combray. Il ne persista d′ailleurs pas tard dans la matinée, le soleil commença par user inutilement contre lui quelques flèches qui le passementèrent de brillants puis en eurent raison. La colline put offrir sa croupe grise aux rayons qui, une heure plus tard, quand je descendis dans la ville, donnaient aux rouges des feuilles d′arbres, aux rouges et aux bleus des affiches électorales posées sur les murs une exaltation qui me soulevait moi-même et me faisait battre, en chantant, les pavés sur lesquels je me retenais pour ne pas bondir de joie. Roberto, sin conocer sus causas, estaba conmovido ante mi ternura. Ésta, por lo demás, aumentaba con el bienestar producido por el calor del fuego y con el vino de Champagne, que perlaba al mismo tiempo de gotas de sudor mi frente y de lágrimas mis ojos. Roberto rociaba unos pollos de perdiz; yo los comía con el estupor de un profano de cualquier clase cuando en cierta vida que no conocía encuentra precisamente aquello que había creído que esa vida excluyese (el pasmo, por ejemplo, de un librepensador al almorzar exquisitamente en una rectoral). Y a la mañana siguiente, al despertar, lo primero que hice fue lanzar desde la ventana de Saint-Loup, que, como estaba muy alta, dominaba toda la comarca, una mirada de curiosidad para trabar conocimiento con mi vecina, la campiña, que no había podido ver la víspera por haber llegado demasiado tarde, a la hora en que el campo dormía ya envuelto por la noche. Pero aun cuando se hubiese despertado muy temprano, sólo la vi, sin embargo, al abrir los postigos, como se la ve desde la ventana de un castillo, a la parte del estanque, arropada todavía en su suave y blanca vestidura matinal de niebla que casi no me dejaba distinguir nada. Pero yo sabía que antes de que los soldados que se ocupaban de los caballos en el patio hubiesen acabado de almohazarlos, la campiña se habría despojado de esa vestidura. Mientras tanto, sólo me era dado ver una descarnada colina que erguía frente por frente del cuartel su lomo despojado ya de sombra, agudo y rugoso. A través de los visillos calados de escarcha, mis ojos no se apartaban de aquella extraña que por primera vez me miraba. Mas cuando hube adquirido la costumbre de ir al cuartel, la conciencia de que la colina estaba allí, más real, por consiguiente, incluso cuando no la veía, que el hotel de Balbec, que nuestra casa de París, en los que pensaba como en unos ausentes, como en unos muertos, es decir, sin apenas creer ya en su existencia, hizo que, aun sin darme yo cuenta de ello, su forma reverberada se perfilase siempre sobre las menores impresiones que sentí en Doncières, y, para empezar por aquella mañana, sobre la buena impresión de calor que me dio el chocolate preparado por el ordenanza de Saint-Loup en aquella habitación confortable que tenía la apariencia de un centro óptico para mirar a la colina, ya que la misma niebla que había en ésta tornaba imposible la idea de hacer otra cosa que contemplarla y pasearse por ella. Empapando la forma de la colina, asociada al sabor del chocolate y a toda la trama de mis pensamientos de entonces, esa niebla, sin que yo pensase ni poco ni mucho en ella, vino a humedecer todos mis pensamientos de aquel entonces, del mismo modo que tal oro inalterable y macizo había permanecido ligado a mis impresiones de Balbec, o como la vecina presencia de los escalones de piedra negruzca comunicaba cierto tono gris a mis impresiones de Combray. No persistió, por lo demás, hasta muy entrada la mañana; el sol empezó por gastar inútilmente contra ella algunas flechas que la recamaron de brillantes, acabando por dominarla. La colina pudo ofrecer su grupa gris a los rayos que, una hora más tarde, cuando bajé a la ciudad, daban a los rojos de las hojas de los árboles, a los rojos y a los azules de los carteles electorales pegados en los muros tina exaltación que hasta a mí mismo me entonaba y me hacía golpear, cantando, el empedrado, conteniéndome para no brincar de alegría sobre él.
Mais, dès le second jour, il me fallut aller coucher à l′hôtel. Et je savais d′avance que fatalement j′allais y trouver la tristesse. Elle était comme un arome irrespirable que depuis ma naissance exhalait pour moi toute chambre nouvelle, c′est-à-dire toute chambre: dans celle que j′habitais d′ordinaire, je n′étais pas présent, ma pensée restait ailleurs et à sa place envoyait seulement l′habitude. Mais je ne pouvais charger cette servante moins sensible de s′occuper de mes affaires dans un pays nouveau, où je la précédais, où j′arrivais seul, où il me fallait faire entrer en contact avec les choses ce «Moi» que je ne retrouvais qu′à des années d′intervalles, mais toujours le même, n′ayant pas grandi depuis Combray, depuis ma première arrivée à Balbec, pleurant, sans pouvoir être consolé, sur le coin d′une malle défaite. Pero desde el segundo día tuve que ir a dormir al hotel. Y de antemano sabía que había de encontrar fatalmente en él la tristeza. Era corno un aroma irrespirable que desde mi nacimiento exhalaban para mí todas las habitaciones nuevas; es decir, todas las habitaciones: en la que de ordinario habitaba no me hallaba presente yo, mi pensamiento permanecía en otra parte y en su lugar enviaba solamente a la costumbre. Pero yo no podía encargar a esta sirvienta menos sensible que se ocupase de mis cosas en un país nuevo, donde la precedía; adonde llegaba solo, donde tenía que hacer entrar en contacto con las cosas al yo que no volvía a encontrar sino con intervalos de varios años, pero siempre el mismo, sin haber crecido desde Combray, desde mi primera llegada a Balbec, llorando, sin que pudiera consolárselo, en el rincón de tina maleta deshecha.
Or, je m′étais trompé. Je n′eus pas le temps d′être triste, car je ne fus pas un instant seul. C′est qu′il restait du palais ancien un excédent de luxe, inutilisable dans un hôtel moderne, et qui, détaché de toute affectation pratique, avait pris dans son désoeuvrement une sorte de vie: couloirs revenant sur leurs pas, dont on croisait à tous moments les allées et venues sans but, vestibules longs comme des corridors et ornés comme des salons, qui avaient plutôt l′air d′habiter là que de faire partie de l′habitation, qu′on n′avait pu faire entrer dans aucun appartement, mais qui rôdaient autour du mien et vinrent tout de suite m′offrir leur compagnie — sorte de voisins oisifs, mais non bruyants, de fantômes subalternes du passé à qui on avait concédé de demeurer sans bruit à la porte des chambres qu′on louait, et qui chaque fois que je les trouvais sur mon chemin se montraient pour moi d′une prévenance silencieuse. En somme, l′idée d′un logis, simple contenant de notre existence actuelle et nous préservant seulement du froid, de la vue des autres, était absolument inapplicable à cette demeure, ensemble de pièces, aussi réelles qu′une colonie de personnes, d′une vie il est vrai silencieuse, mais qu′on était obligé de rencontrer, d′éviter, d′accueillir, quand on rentrait. On tâchait de ne pas déranger et on ne pouvait regarder sans respect le grand salon qui avait pris, depuis le XVIIIe siècle, l′habitude de s′étendre entre ses appuis de vieil or, sous les nuages de son plafond peint. Et on était pris d′une curiosité plus familière pour les petites pièces qui, sans aucun souci de la symétrie, couraient autour de lui, innombrables, étonnées, fuyant en désordre jusqu′au jardin où elles descendaient si facilement par trois marches ébréchées. Ahora bien; me había engañado. No tuve tiempo de estar triste, porque ni un instante estuve solo. Es que del antiguo palacio quedaba un sobrante de lujo, inutilizable en un hotel moderno, y que, despojado de toda afectación práctica, había cobrado en su ociosidad una especie de vida; pasillos que volvían sobre sus pasos y cuyas idas y venidas sin finalidad cruzaba uno a cada momento; vestíbulos —largos como corredores y decorados coma salones, que más bien parecían habitar allí que formar parte de la habitación, que no había sido posible hacer entrar en ningún cuarto, pero que rondaban en torito al mío y vinieron enseguida a ofrecerme su compañía —a modo de vecinos ociosos, pero callados—, fantasmas subalternos del pasado a quienes se había permitido que permaneciesen sin hacer ruido a la puerta de las habitaciones alquiladas y que cada vez que me los encontraba en mi camino daban muestras de una silenciosa deferencia para conmigo. En resumen, la idea de una vivienda, simple continente de nuestra existencia actual y que nos resguarda tan sólo del frío de la vista de los demás, era absolutamente inaplicable a aquella morada, conjunto de habitaciones, tan reales como una colonia de personas asistidas de una vida silenciosa, desde luego, pero que estaba uno obligado a encontrar de nuevo, a evitar, a acoger, cuando volvía a casa. Trataba tino de no molestar y no podía contemplar sin respeto el gran salón que había adquirido, desde el siglo XVIII, la costumbre de extenderse entre sus soportes de oro viejo, bajo las nubes de su techo pintado. Y se sentía una curiosidad más familiar respecto de las reducidas, habitaciones que, sin el menor cuidado de la simetría, corríais en torno a aquél, innumerables, asombradas, huyendo en desorden hasta el jardín a que bajaban tan fácilmente por tres escalones mellados.
Si je voulais sortir ou rentrer sans prendre l′ascenseur ni être vu dans le grand escalier, un plus petit, privé, qui ne servait plus, me tendait ses marches si adroitement posées l′une tout près de l′autre, qu′il semblait exister dans leur gradation une proportion parfaite du genre de celles qui dans les couleurs, dans les parfums, dans les saveurs, viennent souvent émouvoir en nous une sensualité particulière. Mais celle qu′il y a à monter et à descendre, il m′avait fallu venir ici pour la connaître, comme jadis dans une station alpestre pour savoir que l′acte, habituellement non perçu, de respirer, peut être une constante volupté. Je reçus cette dispense d′effort que nous accordent seules les choses dont nous avons un long usage, quand je posai mes pieds pour la première fois sur ces marches, familières avant d′être connues, comme si elles possédaient, peut-être déposée, incorporée en elles par les maîtres d′autrefois qu′elles accueillaient chaque jour, la douceur anticipée d′habitudes que je n′avais pas contractées encore et qui même ne pourraient que s′affaiblir quand elles seraient devenues miennes. J′ouvris une chambre, la double porte se referma derrière moi, la draperie fit entrer un silence sur lequel je me sentis comme une sorte d′enivrante royauté; une cheminée de marbre ornée de cuivres ciselés, dont on aurait eu tort de croire qu′elle ne savait que représenter l′art du Directoire, me faisait du feu, et un petit fauteuil bas sur pieds m′aida à me chauffer aussi confortablement que si j′eusse été assis sur le tapis. Les murs étreignaient la chambre, la séparant du reste du monde et, pour y laisser entrer, y enfermer ce qui la faisait complète, s′écartaient devant la bibliothèque, réservaient l′enfoncement du lit des deux côtés duquel des colonnes soutenaient légèrement le plafond surélevé de l′alcôve. Et la chambre était prolongée dans le sens de la profondeur par deux cabinets aussi larges qu′elle, dont le dernier suspendait à son mur, pour parfumer le recueillement qu′on y vient chercher, un voluptueux rosaire de grains d′iris; les portes, si je les laissais ouvertes pendant que je me retirais dans ce dernier retrait, ne se contentaient pas de le tripler, sans qu′il cessât d′être harmonieux, et ne faisaient pas seulement goûter à mon regard le plaisir de l′étendue après celui de la concentration, mais encore ajoutaient, au plaisir de ma solitude, qui restait inviolable et cessait d′être enclose, le sentiment de la liberté. Ce réduit donnait sur une cour, belle solitaire que je fus heureux d′avoir pour voisine quand, le lendemain matin, je la découvris, captive entre ses hauts murs où ne prenait jour aucune fenêtre, et n′ayant que deux arbres jaunis qui suffisaient à donner une douceur mauve au ciel pur. Si quería salir o volver a mi cuarto sin tomar el ascensor ni que me viesen en la escalera principal, otra más pequeña, privada, que ya no prestaba servicio, me tendía sus peldaños tan hábilmente dispuestos uno a seguida de otro, que en su gradación parecía existir una proporción perfecta del género de las que en los colores, en los perfumes y en los sabores vienen frecuentemente a conmover en nosotros una sensualidad particular. Mas la que hay en subir y bajar por esta escalera había tenido que venir aquí para conocerla, como en otro tiempo a una estación alpestre para saber que el acto, habitualmente inadvertido, de respirar, puede ser un constante deleite. Recibí la exención de esfuerzo que sólo nos conceden aquellas cosas de que hemos hecho un largo uso, cuando puse por vez primera los pies en aquellos peldaños, familiares antes de ser conocidos, como si poseyesen, depositada acaso, incorporada a ellos por los dueños de antaño a quienes daban cada día acogida, la anticipada blandura de costumbres que aún no había contraído yo y que, además, no podría menos de debilitarse en cuanto me hubiese avezado a ellos. Abrí una habitación, la doble puerta volvió a cerrarse tras de mí, los cortinones hicieron entrar un silencio sobre el cual sentí como una embriagadora realeza; una chimenea de mármol decorada con cobres cincelados, que hubiera sido un error creer que sólo sabía representar el arte del Directorio, me daba fuego, y una butaquita baja de patas me ayudó a calentarme tan confortablemente corno si me hubiera sentado en la alfombra. Los muros ceñían la habitación, aislándola del resto del mundo, y, para dejar entrar en ella, para encerrar en ella lo que la hacía completa; separábanse ante la biblioteca, reservaban el hueco del lecho a cuyos lados unas columnas sostenían ligeramente el techo realzado de la alcoba. Y la habitación se prolongaba en profundidad en dos gabinetes tan anchos como ella, el último de los cuales colgaba de su muro, para perfumar el recogimiento que en él iba a buscarse, un voluptuoso rosario de iris; las puertas, si las dejaba abiertas mientras me acogía a este último retiro, no se contentaban con triplicarlo, sin que dejase de ser armonioso, ni hacían solamente gustar a mi mirada el placer de la extensión a par del de la contemplación, sino que, además, añadían al placer de mi soledad, que permanecía inviolable y dejaba de estar encerrada, el sentimiento de la libertad. Este escondrijo daba a un patio, hermoso, solitario, que me encantó tener por vecino cuando, a la mañana siguiente, lo descubrí, cautivo entre sus altos muros, en que no se abría ninguna ventana, y sin más que dos árboles amarillentos que bastaban para dar una dulzura malva al cielo puro.
Avant de me coucher, je voulus sortir de ma chambre pour explorer tout mon féerique domaine. Je marchai en suivant une longue galerie qui me fit successivement hommage de tout ce qu′elle avait à m′offrir si je n′avais pas sommeil, un fauteuil placé dans un coin, une épinette, sur une console un pot de face bleu rempli de cinéraires, et dans un cadre ancien le fantôme d′une dame d′autrefois aux cheveux poudrés mêlés de fleurs bleues et tenant à la main un bouquet d′oeillets. Arrivé au bout, son mur plein où ne s′ouvrait aucune porte me dit naîµ¥ment: «Maintenant il faut revenir, mais tu vois, tu es chez toi», tandis que le tapis moelleux ajoutait pour ne pas demeurer en reste que, si je ne dormais pas cette nuit, je pourrais très bien venir nu-pieds, et que les fenêtres sans volets qui regardaient la campagne m′assuraient qu′elles passeraient une nuit blanche et qu′en venant à l′heure que je voudrais je n′avais à craindre de réveiller personne. Et derrière une tenture je surpris seulement un petit cabinet qui, arrêté par la muraille et ne pouvant se sauver, s′était caché là, tout penaud, et me regardait avec effroi de son oeil-de-boeuf rendu bleu par le clair de lune. Je me couchai, mais la présence de l′édredon, des colonnettes, de la petite cheminée, en mettant mon attention à un cran où elle n′était pas à Paris, m′empêcha de me livrer au traintrain habituel de mes rêvasseries. Et comme c′est cet état particulier de l′attention qui enveloppe le sommeil et agit sur lui, le modifie, le met de plain-pied avec telle ou telle série de nos souvenirs, les images qui remplirent mes rêves, cette première nuit, furent empruntées à une mémoire entièrement distincte de celle que mettait d′habitude à contribution mon sommeil. Si j′avais été tenté en dormant de me laisser réentraîner vers ma mémoire coutumière, le lit auquel je n′étais pas habitué, la douce attention que j′étais obligé de prêter à mes positions quand je me retournais, suffisaient à rectifier ou à maintenir le fil nouveau de mes rêves. Il en est du sommeil comme de la perception du monde extérieur. Il suffit d′une modification dans nos habitudes pour le rendre poétique, il suffit qu′en nous déshabillant nous nous soyons endormi sans le vouloir sur notre lit, pour que les dimensions du sommeil soient changées et sa beauté sentie. On s′éveille, on voit quatre heures à sa montre, ce n′est que quatre heures du matin, mais nous croyons que toute la journée s′est écoulée, tant ce sommeil de quelques minutes et que nous n′avions pas cherché nous a paru descendu du ciel, en vertu de quelque droit divin, énorme et plein comme le globe d′or d′un empereur. Le matin, ennuyé de penser que mon grand-père était prêt et qu′on m′attendait pour partir du côté de Méséglise, je fus éveillé par la fanfare d′un régiment qui tous les jours passa sous mes fenêtres. Mais deux ou trois fois — et je le dis, car on ne peut bien décrire la vie des hommes si on ne la fait baigner dans le sommeil où elle plonge et qui, nuit après nuit, la contourne comme une presqu′île est cernée par la mer — le sommeil interposé fut en moi assez résistant pour soutenir le choc de la musique, et je n′entendis rien. Les autres jours il céda un instant; mais encore veloutée d′avoir dormi, ma conscience, comme ces organes préalablement anesthésiés, par qui une cautérisation, restée d′abord insensible, n′est perçue que tout à fait à sa fin et comme une légère brûlure, n′était touchée qu′avec douceur par les pointes aiguës des fifres qui la caressaient d′un vague et frais gazouillis matinal; et après cette étroite interruption où le silence s′était fait musique, il reprenait avec mon sommeil avant même que les dragons eussent fini de passer, me dérobant les dernières gerbes épanouies du bouquet jaillissant et sonore. Et la zone de ma conscience que ses tiges jaillissantes avaient effleurée était si étroite, si circonvenue de sommeil, que plus tard, quand Saint–Loup me demandait si j′avais entendu la musique, je n′étais pas plus certain que le son de la fanfare n′eût pas été aussi imaginaire que celui que j′entendais dans le jour s′élever après le moindre bruit au-dessus des pavés de la ville. Peut-être ne l′avais-je entendu qu′en un rêve, par la crainte d′être réveillé, ou au contraire de ne pas l′être et de ne pas voir le défilé. Car souvent quand je restais endormi au moment où j′avais pensé au contraire que le bruit m′aurait réveillé, pendant une heure encore je croyais l′être, tout en sommeillant, et je me jouais à moi-même en minces ombres sur l′écran de mon sommeil les divers spectacles auxquels il m′empêchait, mais auxquels j′avais l′illusion d′assister. Antes de acostarme quise salir de mi habitación para explorar todo mi maravilloso dominio. Eché a andar siguiendo una larga galería que me rindió sucesivamente el homenaje de cuanto podía ofrecerme si yo no hubiera tenido sueño: una butaca en un rincón, una espineta, sobre una consola un cacharro de porcelana azul lleno de cinerarias, y en un cuadro antiguo el fantasma de una dama de antaño, de cabellos empolvados, trenzados de flores azules y con un ramo de claveles en la mano. Al llegar al final, su pared enteriza, en que ninguna puerta se abría, me dijo ingenuamente: «Ahora hay que volver atrás, pero, ¿sabes?, estás en tu casa», mientras que el muelle tapiz añadía, por no ser menos, que si esta noche no dormía yo podría perfectamente ir descalzo a él, y las ventanas sin postigos que daban al campo me aseguraban que pasarían la noche en vela, y que podría venir a la hora que mejor me parecían sin temor a despertar a nadie. Y únicamente detrás de una colgadura sorprendí un gabinetito que, detenido por el muro y sin poder escaparse, se había escondido allí, avergonzado, y me miraba, medroso, con su ojo de buey que el claro de luna tornaba azul. Me acosté, pero la presencia del edredón, de las columnillas, de la pequeña chimenea, poniendo mi atención a un nivel a que no estaba en París, impidió que me entregase al ordinario tejemaneje de mis quimeras. Y como es este estado particular de la atención el que envuelve al sueño y actúa sobre él, lo modifica, lo pone en un mismo plano con tal o cual serie de nuestros recuerdos, las imágenes que en esta primera noche llenaron mis sueños fueron tomadas de una memoria por completo distinta de la que mi sueño ponía ordinariamente a contribución. Si hubiera sido tentado, mientras dormía, de dejarme arrastrar de nuevo hacia mi memoria ordinaria, el lecho a que no estaba habituado, la misteriosa atención que me veía obligado a prestar a mis posturas cada vez que me movía, hubiesen sido suficientes para rectificar o conservar el nuevo hilo de mis sueños. Ocurre con el sueño como con la percepción del inundo exterior. Basta una modificación introducida en nuestras costumbres para tornarlo poético; basta con que al desnudarnos nos hayamos quedado sin querer dormidos sobre nuestro lecho, para que las dimensiones del sueño cambien y su belleza sea percibida. Despierta uno, ve que su reloj marca las cuatro; no son más que las cuatro de la mañana, pero creemos que ha transcurrido todo el día, hasta tal punto ese sueño de unos minutos, que no habíamos buscado, nos ha parecido llovido del cielo, en virtud de algún derecho divino, enorme y grávido como el globo de oro de un emperador. A la mañana, fastidiado al pensar que mi abuelo estaba arreglado y que me esperaban para salir a dar una vuelta hacia Méséglise, me despertó la charanga de un regimiento que todos los días pasó por debajo de mis ventanas. Pero dos o tres veces —y lo digo porque no cabe describir bien la vida de los hombres sin hacerla bañarse en el sueño en que se sumerge y que noche tras noche la rodea como una península está cercada por el mar—, el sueño interpuesto fue bastante resistente en mí para resistir al choque de la música, y no oí nada. Los demás días cedió un instante; pero, aterciopelada todavía de haber dormido, mi conciencia, como esos órganos previamente anestesiados para los cuales una cauterización, que en el primer momento permanece insensible, no es percibida completamente hasta el final y como una ligera quemadura, sólo era suavemente afectada por las agudas punzadas de los pífanos que la acariciaban como un vago y fresco gorjeo matinal, y tras esta breve interrupción en que el silencio se había hecho música, tornaba a empezar con mi sueño aun antes de que los dragones hubieran acabado de pasar, hurtándome las últimas ramillas floridas del ramo saltante y sonoro. Y la zona de mi conciencia que sus tallos habían rozado al brotar era tan estrecha, tan enmarañada de sueño, que más tarde, cuando Saint-Loup me preguntaba si había oído la música, ya no estaba seguro de que el sonido de la banda no hubiera sido tan imaginario como el que oía durante el día alzarse con el menor rumor sobre las losas de la ciudad. Quizá lo había oído solamente entre sueños por temor a que me despertase o, por el contrario, de no despertar y no ver el desfile. Porque a menudo me ocurría, cuando me quedaba traspuesto en el momento en que había pensado, lejos de eso, que el ruido me habría despertado, que por espacio de una hora creía estar despierto aún, entre sueños, y me representaba a mí mismo, en tenues sombras, sobre la pantalla de mi sueño, los diversos espectáculos que ese sueño me vedaba, pero a los que me hacía la ilusión de asistir.
Ce qu′on aurait fait le jour, il arrive en effet, le sommeil venant, qu′on ne l′accomplisse qu′en rêve, c′est-à-dire après l′inflexion de l′ensommeillement, en suivant une autre voie qu′on n′eût fait éveillé. La même histoire tourne et a une autre fin. Malgré tout, le monde dans lequel on vit pendant le sommeil est tellement différent, que ceux qui ont de la peine à s′endormir cherchent avant tout à sortir du nôtre. Après avoir désespérément, pendant des heures, les yeux clos, roulé des pensées pareilles à celles qu′ils auraient eues les yeux ouverts, ils reprennent courage s′ils s′aperçoivent que la minute précédente a été toute alourdie d′un raisonnement en contradiction formelle avec les lois de la logique et l′évidence du présent, cette courte «absence» signifiant que la porte est ouverte par laquelle ils pourront peut-être s′échapper tout à l′heure de la perception du réel, aller faire une halte plus ou moins loin de lui, ce qui leur donnera un plus ou moins «bon» sommeil. Mais un grand pas est déjà fait quand on tourne le dos au réel, quand on atteint les premiers antres où les «autosuggestions» préparent comme des sorcières l′infernal fricot des maladies imaginaires ou de la recrudescence des maladies nerveuses, et guettent l′heure où les crises remontées pendant le sommeil inconscient se déclancheront assez fortes pour le faire cesser. Lo que se hubiera hecho por el día ocurre, en efecto, al llegar el sueño, que sólo en sueños se realiza; es decir, conforme a la curva del adormecimiento, siguiendo otro camino que el que se ha recorrido despierto. La misma historia cambia y tiene otro final. A pesar de todo, el mundo en que se vive durante el sueño es hasta tal punto diferente, que aquellos a quienes les cuesta trabajo dormirse tratan ante todo de salir del nuestro. Después de haber removido desesperadamente durante horas enteras, con los ojos cerrados, pensamientos análogos a los que hubieran tenido con los ojos abiertos, cobran nuevos ánimos si se dan cuenta de que el minuto precedente ha estado por entero preñado de un razonamiento en contradicción formal con las leyes de la lógica, y la evidencia del presente, esta corta ausencia, significa que está abierta la puerta por donde podrán acaso evadirse inmediatamente de la percepción de lo real, ir a hacer alto más o menos lejos de él, lo cual les deparará un sueño más o menos bueno. Pero ya se ha dado un gran paso cuando se vuelve la espalda a lo real, cuando se llega a los primeros antros donde las autosugestiones preparan como brujas el infernal brebaje de las enfermedades imaginarias o del recrudecimiento de las enfermedades nerviosas, y acechan la hora en que las crisis que han vuelto a surgir durante el sueño inconsciente habrán de desencadenarse con la fuerza suficiente para hacerlo cesar.
Non loin de là est le jardin réservé où croissent comme des fleurs inconnues les sommeils si différents les uns des autres, sommeil du datura, du chanvre indien, des multiples extraits de l′éther, sommeil de la belladone, de l′opium, de la valériane, fleurs qui restent closes jusqu′au jour où l′inconnu prédestiné viendra les toucher, les épanouir, et pour de longues heures dégager l′arome de leurs rêves particuliers en un être émerveillé et surpris. Au fond du jardin est le couvent aux fenêtres ouvertes où l′on entend répéter les leçons apprises avant de s′endormir et qu′on ne saura qu′au réveil; tandis que, présage de celui-ci, fait résonner son tic tac ce réveille-matin intérieur que notre préoccupation a réglé si bien que, quand notre ménagère viendra nous dire: il est sept heures, elle nous trouvera déjà prêt. Aux parois obscures de cette chambre qui s′ouvre sur les rêves, et où travaille sans cesse cet oubli des chagrins amoureux duquel est parfois interrompue et défaite par un cauchemar plein de réminiscences la tâche vite recommencée, pendent, même après qu′on est réveillé, les souvenirs des songes, mais si enténébrés que souvent nous ne les apercevons pour la première fois qu′en pleine après-midi quand le rayon d′une idée similaire vient fortuitement les frapper; quelques-uns déjà, harmonieusement clairs pendant qu′on dormait, mais devenus si méconnaissables que, ne les ayant pas reconnus, nous ne pouvons que nous hâter de les rendre à la terre, ainsi que des morts trop vite décomposés ou que des objets si gravement atteints et près de la poussière que le restaurateur le plus habile ne pourrait leur rendre une forme, et rien en tirer. Près de la grille est la carrière où les sommeils profonds viennent chercher des substances qui imprègnent la tête d′enduits si durs que, pour éveiller le dormeur, sa propre volonté est obligée, même dans un matin d′or, de frapper à grands coups de hache, comme un jeune Siegfried. Au delà encore sont les cauchemars dont les médecins prétendent stupidement qu′ils fatiguent plus que l′insomnie, alors qu′ils permettent au contraire au penseur de s′évader de l′attention; les cauchemars avec leurs albums fantaisistes, où nos parents qui sont morts viennent de subir un grave accident qui n′exclut pas une guérison prochaine. En attendant nous les tenons dans une petite cage à rats, où ils sont plus petits que des souris blanches et, couverts de gros boutons rouges, plantés chacun d′une plume, nous tiennent des discours cicéroniens. A côté de cet album est le disque tournant du réveil grâce auquel nous subissons un instant l′ennui d′avoir à rentrer tout à l′heure dans une maison qui est détruite depuis cinquante ans, et dont l′image est effacée, au fur et à mesure que le sommeil s′éloigne, par plusieurs autres, avant que nous arrivions à celle qui ne se présente qu′une fois le disque arrêté et qui coî­£ide avec celle que nous verrons avec nos yeux ouverts. No lejos de ese punto está el jardín reservado en que crecen como flores desconocidas los sopores, tan diferentes entre sí —sopor de estramonio, del cáñamo índico, de los múltiples extractos del éter, sopor de la, belladona, del opio,, de la valeriana, flores que permanecen cerradas hasta el día en que el desconocido predestinado venga a tocarlas, a hacerlas abrirse— y exhalar durante largas horas el aroma de sus sueños particulares, en un ser maravillado y sorprendido. Al fondo del jardín está el convento de abiertas ventanas en que se oye repetir las lecciones aprendidas antes de dormirse y que sólo se sabrán al despertar, mientras que, presagio de éste, hace resonar su tictac el despertador interior que nuestra preocupación ha regulado tan bien que cuando nuestra sirvienta venga a decirnos: «son las siete», nos encontrará ya despabilados. De las obscuras paredes de esta cámara que se abre sobre los sueños y en que trabaja sin cesar el olvido de las penas amorosas cuya labor prontamente recomenzada es interrumpida a veces y deshecha por una pesadilla llena de reminiscencias, cuelgan, aun después del despertar, los recuerdos de los sueños, pero tan entenebrecidos que a menudo no los percibimos por vez primera hasta que, en plena siesta, el rayo, de una idea similar viene fortuitamente a chocar con ellos; algunos, armoniosamente claros ya mientras dormíamos, pero que se han tornado tan inidentificables que, como no los hemos reconocido, no podemos hacer más que apresurarnos a devolverlos a la tierra, como a muertos que se han descompuesto demasiado aprisa, o como a objetos tan gravemente deteriorados y próximos al polvo que ni el restaurador más hábil podría devolverles la forma ni sacar nada de ellos. Cerca de la reja está la cantera adonde van los sueños profundos a buscar sustancias que impregnen la cabeza de unturas tan fuertes que para que el durmiente despierte se ve obligada su propia voluntad, incluso en una mañana de oro, a descargar tremendos hachazos como un joven Sigfredo. Más allá todavía, están las pesadillas que, según pretenden estúpidamente los médicos, fatigan más que el insomnio, cuando, por el contrario, permiten al hombre pensante evadirse de la atención; las pesadillas con sus álbumes fantasistas en que nuestros parientes muertos acaban de sufrir un grave accidente que no excluye una próxima curación. Mientras tanto, los guardamos en una ratonera, en la que son más pequeños que ratones blancos y, cubiertos de grandes botones rojos, adornados cada cual con una pluma, nos dirigen parrafadas ciceronianas. Al lado de este álbum está el disco giratorio del despertar, gracias al cual sufrimos por un instante el fastidio de volver enseguida a una casa destruida desde hace cincuenta años, y cuya imagen, a medida que el sueño se aleja, es borrada por otras muchas antes de que lleguemos a la que sólo se presenta una vez parado el disco y que coincide con la que vamos a ver con los ojos abiertos.
Quelquefois je n′avais rien entendu, étant dans un de ces sommeils où l′on tombe comme dans un trou duquel on est tout heureux d′être tiré un peu plus tard, lourd, surnourri, digérant tout ce que nous ont apporté, pareilles aux nymphes qui nourrissaient Hercule, ces agiles puissances végétatives, à l′activité redoublée pendant que nous dormons. Yo, a veces no había oído nada, yacente en uno de esos sopores en que se cae como en un agujero de que nos sentimos felices de ser extraídos un poco más tarde, grávidos, sobrealimentados, diciendo todo lo que nos han traído, como las ninfas que alimentaban a Hércules, esas ágiles potencias vegetativas cuya actividad redobla mientras dormimos.
On appelle cela un sommeil de plomb; il semble qu′on soit devenu soi-même, pendant quelques instants après qu′un tel sommeil a cessé, un simple bonhomme de plomb. On n′est plus personne. Comment, alors, cherchant sa pensée, sa personnalité comme on cherche un objet perdu, finit-on par retrouver son propre moi plutôt que tout autre? Pourquoi, quand on se remet à penser, n′est-ce pas alors une autre personnalité que l′antérieure qui s′incarne en nous? On ne voit pas ce qui dicte le choix et pourquoi, entre les millions d′êtres humains qu′on pourrait être, c′est sur celui qu′on était la veille qu′on met juste la main. Qu′est-ce qui nous guide, quand il y a eu vraiment interruption (soit que le sommeil ait été complet, ou les rêves, entièrement différents de nous)? Il y a eu vraiment mort, comme quand le coeur a cessé de battre et que des tractions rythmées de la langue nous raniment. Sans doute la chambre, ne l′eussions-nous vue qu′une fois, éveille-t-elle des souvenirs auxquels de plus anciens sont suspendus. Ou quelques-uns dormaient-ils en nous-mêmes, dont nous prenons conscience? La résurrection au réveil — après ce bienfaisant accès d′aliénation mentale qu′est le sommeil — doit ressembler au fond à ce qui se passe quand on retrouve un nom, un vers, un refrain oubliés. Et peut-être la résurrection de l′âme après la mort est-elle concevable comme un phénomène de mémoire. Se llama a esto un sueño de plomo, parece que uno mismo se haya convertido, por espacio de algunos instantes después de haber cesado un sueño así, en un simple monigote de plomo. Ya no somos personas. Entonces, ¿cómo es que al buscar uno su pensamiento, su personalidad, como quien busca un objeto perdido, acaba por recobrar su propio yo antes que otro alguno? ¿Por qué cuando empezamos a pensar de nuevo no es entonces la que encarna en nosotros otra personalidad que la anterior? No se ve qué es lo que dicta la elección y por qué, entre los millones de seres humanos que uno podría ser, va a poner precisamente la mano en aquel que era la víspera. ¿Qué es lo que nos guía cuando verdaderamente ha habido interrupción (ya haya sido completo el sueño o los sueños enteramente diferentes de nosotros)? Ha habido verdaderamente muerte, como cuando el corazón ha cesado de latir y unas tracciones rítmicas de la lengua nos reaniman. La habitación, desde luego, aunque solamente la hayamos visto una vez, despierta recuerdos de que penden otros más antiguos. ¿Dónde dormían en nosotros algunos de que adquirimos conciencia? La resurrección en el despertar —después de ese benéfico acceso de enajenación mental que es el sueño— debe de asemejarse, en el fondo, a lo que ocurre cuando se vuelve a encontrar un nombre, un verso, un estribillo olvidados. Y acaso quepa concebir la resurrección del alma allende la muerte como un fenómeno de memoria.
Quand j′avais fini de dormir, attiré par le ciel ensoleillé, mais retenu par la fraîcheur de ces derniers matins si lumineux et si froids où commence l′hiver, pour regarder les arbres où les feuilles n′étaient plus indiquées que par une ou deux touches d′or ou de rose qui semblaient être restées en l′air, dans une trame invisible, je levais la tête et tendais le cou tout en gardant le corps à demi caché dans mes couvertures; comme une chrysalide en voie de métamorphose, j′étais une créature double aux diverses parties de laquelle ne convenait pas le même milieu; à mon regard suffisait de la couleur, sans chaleur; ma poitrine par contre se souciait de chaleur et non de couleur. Je ne me levais que quand mon feu était allumé et je regardais le tableau si transparent et si doux de la matinée mauve et dorée à laquelle je venais d′ajouter artificiellement les parties de chaleur qui lui manquaient, tisonnant mon feu qui brûlait et fumait comme une bonne pipe et qui me donnait comme elle eût fait un plaisir à la fois grossier parce qu′il reposait sur un bien-être matériel et délicat parce que derrière lui s′estompait une pure vision. Mon cabinet de toilette était tendu d′un papier à fond d′un rouge violent que parsemaient des fleurs noires et blanches, auxquelles il semble que j′aurais dû avoir quelque peine à m′habituer. Mais elles ne firent que me paraître nouvelles, que me forcer à entrer non en conflit mais en contact avec elles, que modifier la gaieté et les chants de mon lever, elles ne firent que me mettre de force au coeur d′une sorte de coquelicot pour regarder le monde, que je voyais tout autre qu′à Paris, de ce gai paravent qu′était cette maison nouvelle, autrement orientée que celle de mes parents et où affluait un air pur. Certains jours, j′étais agité par l′envie de revoir ma grand′mère ou par la peur qu′elle ne fût souffrante; ou bien c′était le souvenir de quelque affaire laissée en train à Paris, et qui ne marchait pas: parfois aussi quelque difficulté dans laquelle, même ici, j′avais trouvé le moyen de me jeter. L′un ou l′autre de ces soucis m′avait empêché de dormir, et j′étais sans force contre ma tristesse, qui en un instant remplissait pour moi toute l′existence. Alors, de l′hôtel, j′envoyais quelqu′un au quartier, avec un mot pour Saint–Loup: je lui disais que si cela lui était matériellement possible — je savais que c′était très difficile — il fût assez bon pour passer un instant. Au bout d′une heure il arrivait; et en entendant son coup de sonnette je me sentais délivré de mes préoccupations. Je savais, que si elles étaient plus fortes que moi, il était plus fort qu′elles, et mon attention se détachait d′elles et se tournait vers lui qui avait à décider. Il venait d′entrer; et déjà il avait mis autour de moi le plein air où il déployait tant d′activité depuis le matin, milieu vital fort différent de ma chambre et auquel je m′adaptais immédiatement par des réactions appropriées. Cuando había acabado de dormir, atraído por el cielo soleado, pero detenido por la frialdad de esas postreras mañanas tan luminosas y tan glaciales en que comienza el invierno, para contemplar los árboles en que las hojas ya no estaban indicadas más que por uno o dos toques de oro o de rosa que parecían haber quedado en el aire, en una trama invisible, alzaba la cabeza y alargaba el cuello mientras mi cuerpo seguía semiescondido entre los cobertores; como una crisálida en vías de metamorfosis, era una criatura doble a cuyas diversas partes no convenía el mismo medio; a mi mirada le bastaba con el color, sin calor; mi pecho, en cambio, se cuidaba del calor y no del color. No me levantaba hasta que el fuego estaba encendido, y contemplaba el cuadro tan transparenté ydulce de la mañana malva ydorada a la que acababa de añadir artificialmente las partes de calor que le faltaban, atizando mi fuego que ardía y humeaba como una buena pipa y, como hubiera podido hacer ésta, me deparaba un goce ala vez grosero, ya que reposaba en un bienestar material, y delicado, porque tras él se esfumaba, una pura visión. Mi tocador estaba tapizado de un rojo violento sembrado de flores negras y blancas a que parece que me hubiera debido costar cierto trabajo acostumbrarme. Pero no hicieron más que parecerme nuevas, obligarme a entrar, no en conflicto, sino en contacto con ellas, modificar la alegría y los cantos de despertar; no hicieron más que ponerme a la fuerza en el corazón de una especie de amapola para mirar al mundo que veía por completo diferente que en París, del alegre biombo que era esta casa nueva, distintamente orientada que la de mis padres y a la que afluía un aire puro. Ciertos días me sentía agitado por el deseo de volver a ver a mi abuela o por el temor de que estuviese enferma, o bien era el recuerdo de algún asunto que había dejado en tramitación en París y que no adelantaba; a veces, también, alguna dificultad en qué, aun aquí, había encontrado modo de meterme. Uno u otro de estos cuidados no me habían dejado dormir, y me encontraba sin fuerzas contra mi tristeza, que en un momento, colmaba para mí toda la existencia. Entonces, desde el hotel, mandaba al cuartel a alguien con dos palabras para Saint-Loup: le decía que si le era materialmente posible —sabía que le era muy difícil— fuese tan bueno que se pasase un instante por mi cuarto. Al cabo de una hora llegaba, y al oír su campanillazo me sentía libre de mis preocupaciones. Sabía que si éstas eran más fuertes que yo, él era más fuerte que ellas, y mi atención se desprendía de ellas y se volvía hacia él, que había de decidir. Acababa de entrar y ya había extendido en torno a mí el aire libre en que desplegaba tanta actividad desde por la mañana medio vital muy diferente de mi habitación y al cual me adaptaba inmediatamente con reacciones adecuadas.
— J′espère que vous ne m′en voulez pas de vous avoir dérangé; j′ai quelque chose qui me tourmente, vous avez dû le deviner. —Espero que no me guardará usted rencor porque lo haya molestado; siento no sé qué que me atormenta, ya lo habrá usted adivinado.
— Mais non, j′ai pensé simplement que vous aviez envie de me voir et j′ai trouvé ça très gentil. J′étais enchanté que vous m′ayez fait demander. Mais quoi? ça ne va pas, alors? qu′est-ce qu′il y a pour votre service? —Nada de eso; he pensado sencillamente que tenía usted ganas de verme y me ha parecido muy amable. Encantado de que me haya hecho usted llamar. Pero, ¿qué, es que no se encuentra usted bien? ¿Qué puedo hacer en su servicio"
Il écoutait mes explications, me répondait avec précision; mais avant même qu′il eût parlé, il m′avait fait semblable à lui; à côté des occupations importantes qui le faisaient si pressé, si alerte, si content, les ennuis qui m′empêchaient tout à l′heure de rester un instant sans souffrir me semblaient, comme à lui, négligeables; j′étais comme un homme qui, ne pouvant ouvrir les yeux depuis plusieurs jours, fait appeler un médecin lequel avec adresse et douceur lui écarte la paupière, lui enlève et lui montre un grain de sable; le malade est guéri et rassuré. Tous mes tracas se résolvaient en un télégramme que Saint–Loup se chargeait de faire partir. La vie me semblait si différente, si belle, j′étais inondé d′un tel trop-plein de force que je voulais agir. Escuchaba mis explicaciones, me respondía con precisión; pero aun antes de que hubiese hablado me había hecho semejante a sí; al lado de las ocupaciones importantes que hacían de él un ser tan atrafagado, tan alerto, tan contento, las molestias que momentos antes me impedían estar ni un instante sin sufrir me parecían, como a él, desdeñables; era como un hombre que, después de llevar varios días sin poder abrir los ojos, hace llamar a un médico, el cual con habilidad ycon dulzura le separa los párpados, le quita yenseña un grano de arena; el enfermo queda curado y tranquilo. Todos mis trastornos se resolvían en un telegrama que Saint-Loup se encargaba de poner. La vida me parecía tan diferente, tan hermosa, me sentía inundado de tal exceso de fuerza, que quería hacer algo.
— Que faites-vous maintenant? disais-je à Saint–Loup. —¿Qué va usted a hacer ahora? —le decía a Saint-Loup.
— Je vais vous quitter, car on part en marche dans trois quarts d′heure et on a besoin de moi. —Voy a dejarlo a usted, porque dentro de tres cuartos de llora salimos de marcha y hago falta.
— Alors ça vous a beaucoup gêné de venir? —Entonces ¿le ha molestado a usted mucho venir a verme"
— Non, ça ne m′a pas gêné, le capitaine a été très gentil, il a dit que du moment que c′était pour vous il fallait que je vienne, mais enfin je ne veux pas avoir l′air d′abuser. —No, no me ha molestado; el capitán ha estado muy amable, ha dicho que desde el momento en que era cosa de usted, debía venir; pero, en fin, no quiero que parezca que abuso.
— Mais si je me levais vite et si j′allais de mon côté à l′endroit où vous allez manoeuvrer, cela m′intéresserait beaucoup, et je pourrais peut-être causer avec vous dans les pauses. —Pero si ahora yo me levantase pronto y me fuese yo solo al sitio donde van ustedes a hacer maniobras, me interesaría mucho verlas y de paso tal vez pudiese hablar con usted en los descansos.
— Je ne vous le conseille pas; vous êtes resté éveillé, vous vous êtes mis martel en tête pour une chose qui, je vous assure, est sans aucune conséquence, mais maintenant qu′elle ne vous agite plus, retournez-vous sur votre oreiller et dormez, ce qui sera excellent contre la déminéralisation de vos cellules nerveuses; ne vous endormez pas trop vite parce que notre garce de musique va passer sous vos fenêtres; mais aussitôt après, je pense que vous aurez la paix, et nous nous reverrons ce soir à dîner. —No se lo aconsejo; se ha desvelado usted, se ha inquietado por una cosa que, se lo aseguro, carece por completo de trascendencia, pero ahora que ya le ha dejado en paz, dése media vuelta en la almohada y duerma, que será un remedio excelente contra la desmineralización de sus células nerviosas; no se duerma demasiado pronto, porque nuestra condenada música va a pasar por debajo de sus ventanas; pero inmediatamente después me figuro que tendrá usted sosiego, y volveremos a vernos esta noche a la hora de cenar.
Mais un peu plus tard j′allai souvent voir le régiment faire du service en campagne, quand je commençai à m′intéresser aux théories militaires que développaient à dîner les amis de Saint–Loup et que cela devint le désir de mes journées de voir de plus près leurs différents chefs, comme quelqu′un qui fait de la musique sa principale étude et vit dans les concerts a du plaisir à fréquenter les cafés où l′on est mêlé à la vie des musiciens de l′orchestre. Pour arriver au terrain de manoeuvres il me fallait faire de grandes marches. Le soir, après le dîner, l′envie de dormir faisait par moments tomber ma tête comme un vertige. Le lendemain, je m′apercevais que je n′avais pas plus entendu la fanfare, qu′à Balbec, le lendemain des soirs où Saint–Loup m′avait emmené dîner à Rivebelle, je n′avais entendu le concert de la plage. Et au moment où je voulais me lever, j′en éprouvais délicieusement l′incapacité; je me sentais attaché à un sol invisible et profond par les articulations, que la fatigue me rendait sensibles, de radicelles musculeuses et nourricières. Je me sentais plein de force, la vie s′étendait plus longue devant moi; c′est que j′avais reculé jusqu′aux bonnes fatigues de mon enfance à Combray, le lendemain des jours où nous nous étions promenés du côté de Guermantes. Les poètes prétendent que nous retrouvons un moment ce que nous avons jadis été en rentrant dans telle maison, dans un tel jardin où nous avons vécu jeunes. Ce sont là pèlerinages fort hasardeux et à la suite desquels on compte autant de déceptions que de succès. Les lieux fixes, contemporains d′années différentes, c′est en nous-même qu′il vaut mieux les trouver. C′est à quoi peuvent, dans une certaine mesure, nous servir une grande fatigue que suit une bonne nuit. Celles-là du moins, pour nous faire descendre dans les galeries les plus souterraines du sommeil, où aucun reflet de la veille, aucune lueur de mémoire n′éclairent plus le monologue intérieur, si tant est que lui-même n′y cesse pas, retournent si bien le sol et le tuf de notre corps qu′elles nous font retrouver, là où nos muscles plongent et tordent leurs ramifications et aspirent la vie nouvelle, le jardin où nous avons été enfant. Il n′y a pas besoin de voyager pour le revoir, il faut descendre pour le retrouver. Ce qui a couvert la terre n′est plus sur elle, mais dessous; l′excursion ne suffit pas pour visiter la ville morte, les fouilles sont nécessaires. Mais on verra combien certaines impressions fugitives et fortuites ramènent bien mieux encore vers le passé, avec une précision plus fine, d′un vol plus léger, plus immatériel, plus vertigineux, plus infaillible, plus immortel, que ces dislocations organiques. Pero un poco más tarde di en ir con frecuencia a ver cómo hacía la instrucción de campaña del regimiento, cuando empecé a interesarme por las teorías militares que desarrollaban de sobremesa los amigos de Saint-Loup, y cuando pasó a ser el deseo de mis jornadas ver más de cerca a sus diferentes jefes, como quien hace de la música su principal estudio y vive en los conciertos tiene gusto en frecuentar los cafés en que se mezcla a la vida de los músicos de la orquesta. Para llegar al terreno donde hacían las maniobras tenía que darme grandes caminatas. A la noche, después de la cena, las ganas de dormir hacían, que a ratos se me fuese la cabeza como en un vértigo. A, la mañana siguiente me daba cuenta de que tampoco había oído la charanga, ni más ni menos que como en Balbec, a la mañana siguiente de las noches en que Saint-Loup me había llevado a cenar a Rivebelle, no había oído el concierto de la playa. Y en el momento en que quería levantarme sentía deliciosamente la incapacidad de hacerlo; me sentía atado a un suelo invisible y profundo por las articulaciones que la fatiga me tornaba sensibles de raicillas musculosas y nutrices. Me sentía lleno de fuerza, la vida se extendía más larga ante mí; es que había retrocedido a las dulces fatigas de mi infancia en Combray, a la mañana siguiente de los días en que nos habíamos paseado por la parte de Guermantes. Los poetas pretenden que volvemos a encontrar por un momento lo que en otro tiempo hemos sido, al entrar de nuevo en tal casa, en tal jardín en que hemos vivido de jóvenes. Son peregrinaciones esas harto arriesgadas y al final de las cuales se cosechan tantas decepciones como éxitos. Donde más vale encontrar los lugares fijos contemporáneos de diferentes años es en nosotros mismos. Para eso es para lo que hasta cierto punto puede servirnos una gran fatiga que sigue a una buena noche. Pero éstas, por lo menos, para hacernos bajar a las galerías más subterráneas del sueño, en que ningún reflejo de la vigilia, en que ningún fulgor de memoria alumbra ya el monólogo interior, si es que éste no cesa en ese punto, remueven también el suelo y el subsuelo de nuestro cuerpo que nos hacen volver a encontrar allí donde nuestros músculos se hunden yretuercen sus ramificaciones yaspiran la vida nueva, el jardín en que hemos sido niños. No hace falta viajar para volverlo a ver; lo que hay que hacer es descender para encontrarlo de nuevo. Lo que la tierra ha cubierto ya no está sobre ella, sino debajo; no basta con la excursión para visitar la ciudad muerta, son necesarias las excavaciones. Pero ya se verá cómo ciertas impresiones fugitivas y fortuitas nos retrotraen mucho mejor aún hacia el pasado, con una precisión más aguda, con un vuelo más ligero, más inmaterial, más vertiginoso, más infalible, más inmortal, que esas dislocaciones orgánicas.
Quelquefois ma fatigue était plus grande encore: j′avais, sans pouvoir me coucher, suivi les manoeuvres pendant plusieurs jours. Que le retour à l′hôtel était alors béni! En entrant dans mon lit, il me semblait avoir enfin échappé à des enchanteurs, à des sorciers, tels que ceux qui peuplent les «romans» aimés de notre XVIIe siècle. Mon sommeil et ma grasse matinée du lendemain n′étaient plus qu′un charmant conte de fées. Charmant; bienfaisant peut-être aussi. Je me disais que les pires souffrances ont leur lieu d′asile, qu′on peut toujours, à défaut de mieux, trouver le repos. Ces pensées me menaient fort loin. A veces mi fatiga era mayor aún: sin poderme acostar, había seguido por espacio de varios días las maniobras. ¡Cómo bendecía entonces la vuelta al hotel! Al meterme en la cama me parecía haber escapado por fin de unos hechiceros,, de unos brujos como los que pueblan las novelas dilectas de nuestro siglo XVII. Mi sueño ymi opulenta mañana del día siguiente ya no eran más que un encantador cuento de hadas. Encantador, bienhechor acaso también. Me decía a mí mismo que hay un lugar de asilo contra los peores sufrimientos, que, a falta de otra cosa mejor, puede encontrarse el reposo. Estos pensamientos me llevaban muy lejos.
Les jours où il y avait repos et où Saint–Loup ne pouvait cependant pas sortir, j′allais souvent le voir au quartier. C′était loin; il fallait sortir de la ville, franchir le viaduc, des deux côtés duquel j′avais une immense vue. Une forte brise soufflait presque toujours sur ces hauts lieux, et emplissait les bâtiments construits sur trois côtés de la cour qui grondaient sans cesse comme un antre des vents. Tandis que, pendant qu′il était occupé à quelque service, j′attendais Robert, devant la porte de sa chambre ou au réfectoire, en causant avec tels de ses amis auxquels il m′avait présenté (et que je vins ensuite voir quelquefois, même quand il ne devait pas être là), voyant par la fenêtre, à cent mètres au-dessous de moi, la campagne dépouillée mais où çà et là des semis nouveaux, souvent encore mouillés de pluie et éclairés par le soleil, mettaient quelques bandes vertes d′un brillant et d′une limpidité translucide d′émail, il m′arrivait d′entendre parler de lui; et je pus bien vite me rendre compte combien il était aimé et populaire. Chez plusieurs engagés, appartenant à d′autres escadrons, jeunes bourgeois riches qui ne voyaient la haute société aristocratique que du dehors et sans y pénétrer, la sympathie qu′excitait en eux ce qu′ils savaient du caractère de Saint–Loup se doublait du prestige qu′avait à leurs yeux le jeune homme que souvent, le samedi soir, quand ils venaient en permission à Paris, ils avaient vu souper au Café de la Paix avec le duc d′Uzès et le prince d′Orléans. Et à cause de cela, dans sa jolie figure, dans sa façon dégingandée de marcher, de saluer, dans le perpétuel lancé de son monocle, dans «la fantaisie» de ses képis trop hauts, de ses pantalons d′un drap trop fin et trop rose, ils avaient introduit l′idée d′un «chic» dont ils assuraient qu′étaient dépourvus les officiers les plus élégants du régiment, même le majestueux capitaine à qui j′avais dû de coucher au quartier, lequel semblait, par comparaison, trop solennel et presque commun. Los días en que había descanso y en que Saint-Loup, sin embargo, no, podía salir, solía ir yo a verlo al cuartel. Estaba lejos; había que salir de la ciudad, dejar atrás el viaducto, a uno y otro lado del cual se me ofrecía una vista inmensa: Una fuerte brisa soplaba casi siempre sobre aquellos elevados parajes y henchía todos los edificios del cuartel, que zumbaban incesantemente como entre vientos. Mientras que, en tanto se hallaba ocupado en algún servicio, esperaba yo a Roberto ante la puerta de su habitación o en el comedor, charlando con algunos de sus amigos a quienes me había presentado (y a los que fui luego a ver algunas veces, incluso cuando sabía que no había de encontrarlo a él), viendo por la ventana, a cien metros por debajo de mí, el campo desnudo, pero en el que, acá y allá, nuevas sementeras, a menudo empapadas aún de lluvia e iluminadas por el sol, ponían fajas de un brillo y de una translúcida limpidez de esmalte, me ocurría oír hablar de él y pronto pude darme cuenta de cómo lo querían todos y hasta qué punto era popular. Para muchos voluntarios, pertenecientes a otros escuadrones, jóvenes burgueses acomodados que sólo veían la alta sociedad aristocrática desde fuera y sin penetrar en la misma, la simpatía que en ellos excitaba lo que sabían del carácter de Saint-Loup se redoblaba con el prestigio que ante sus ojos tenía el joven a quien frecuentemente, los sábados por la noche, cuando iban a París con licencia, habían visto cenar en el café de la Paz con el duque de Uzés y el príncipe de Orleáns. Y por eso, en su rostro agraciado, en su desgarbado modo de andar, de saludar, en el perpetuo brincar de su monóculo, en la fantasía de sus quepis demasiado altos, de sus pantalones de paño demasiado fino y de un rojo demasiado claro, habían introducido la idea de un chic de que aseguraban se hallaban desprovistos los oficiales más elegantes del regimiento, incluso el majestuoso capitán a quien había debido yo el dormir en el cuartel, y que parecía, en comparación, demasiado solemne y casi vulgar.
L′un disait que le capitaine avait acheté un nouveau cheval. «Il peut acheter tous les chevaux qu′il veut. J′ai rencontré Saint–Loup dimanche matin allée des Acacias, il monte avec un autre chic!» répondait l′autre, et en connaissance de cause; car ces jeunes gens appartenaient à une classe qui, si elle ne fréquente pas le même personnel mondain, pourtant, grâce à l′argent et au loisir, ne diffère pas de l′aristocratie dans l′expérience de toutes celles des élégances qui peuvent s′acheter. Tout au plus la leur avait-elle, par exemple en ce qui concernait les vêtements, quelque chose de plus appliqué, de plus impeccable, que cette libre et négligente élégance de Saint–Loup qui plaisait tant à ma grand′mère. C′était une petite émotion pour ces fils de grands banquiers ou d′agents de change, en train de manger des huîtres après le théâtre, de voir à une table voisine de la leur le sous-officier Saint–Loup. Et que de récits faits au quartier le lundi, en rentrant de permission, par l′un d′eux qui était de l′escadron de Robert et à qui il avait dit bonjour «très gentiment»; par un autre qui n′était pas du même escadron, mais qui croyait bien que malgré cela Saint–Loup l′avait reconnu, car deux ou trois fois il avait braqué son monocle dans sa direction. Decía uno que el capitán había comprado un caballo nuevo. Ya puede comprarse todos los caballos que quiera. He encontrado a Saint-Loup el domingo por la mañana en el paseo de las acacias, ¡monta con otro señorío!, respondió otro, y con conocimiento de causa, ya que aquellos jóvenes pertenecían a una clase que, si no trata asiduamente al mismo personal mundano, con todo, gracias al dinero y al ocio, no difiere de la aristocracia en la experiencia de todas aquellas elegancias que pueden comprarse. La suya, a lo sumo, tenía, en lo concerniente al atuendo, por ejemplo, un viso algo más esmerado, más impecable que la libre y negligente indolencia de Saint-Loup, que tanto agradaba a mi abuela. Para aquellos hijos de grandes banqueros o de agentes de cambio era una pequeña emoción, cuando se sentaban a comer ostras, a la salida del teatro, ver en una mesa vecina de la suya al alférez Saint-Loup. Y qué de relatos hacían el lunes en cuartel, acabado el permiso, uno que era del escuadrón de Saint-Loup, y a quien éste había saludado amabilísimo, otro que no era del mismo escuadrón, pero que estaba seguro de que, a pesar de esto, Saint-Loup lo había reconocido porque había apuntado en dirección suya dos o tres veces su monóculo.
— Oui, mon frère l′a aperçu à «la Paix», disait un autre qui avait passé la journée chez sa maîtresse, il paraît même qu′il avait un habit trop large et qui ne tombait pas bien. —Sí, mi hermano lo ha visto en la Paz —decía otro que se había pasado el día en casa de su querida—. Es más, parece que llevaba un frac demasiado holgado y que no le sentaba bien.
— Comment était son gilet? —¿Cómo era el chaleco que llevaba"
— Il n′avait pas de gilet blanc, mais mauve avec des espèces de palmes, époilant! —No llevaba chaleco blanco, sino malva, con algo así como tinas palmas, ¡estupendo!
Pour les anciens (hommes du peuple ignorant le Jockey et qui mettaient seulement Saint–Loup dans la catégorie des sous-officiers très riches, où ils faisaient entrer tous ceux qui, ruinés ou non, menaient un certain train, avaient un chiffre assez élevé de revenus ou de dettes et étaient généreux avec les soldats), la démarche, le monocle, les pantalons, les képis de Saint–Loup, s′ils n′y voyaient rien d′aristocratique, n′offraient pas cependant moins d′intérêt et de signification. Ils reconnaissaient dans ces particularités le caractère, le genre qu′ils avaient assignés une fois pour toutes à ce plus populaire des gradés du régiment, manières pareilles à celles de personne, dédain de ce que pourraient penser les chefs, et qui leur semblait la conséquence naturelle de sa bonté pour le soldat. Le café du matin dans la chambrée, ou le repos sur les lits pendant l′après-midi, paraissaient meilleurs, quand quelque ancien servait à l′escouade gourmande et paresseuse quelque savoureux détail sur un képi qu′avait Saint–Loup. En cuanto a los veteranos (hombres del pueblo que nada sabían del Jockey y que incluían sencillamente a Saint-Loup en la categoría de los alféreces muy ricos, en la que hacían entrar a todos aquellos que, arruinados o no, llevaban cierto género de vida, tenían un capítulo bastante crecido de rentas o de deudas y eran generosos con los soldados), si en el porte, en el monóculo, en los pantalones, en los quepis de Saint-Loup no veían nacía aristocrático, no les ofrecían, con todo, menos interés y significación. Reconocían en esas particularidades el carácter, el género que de una vez para siempre habían asignado al más popular de los graduados del regimiento, modales que no se parecían a los de nadie, desdén de lo que pudieran pensar los jefes y que les parecía consecuencia natural de su bondad para con el soldado. El café de la mañana en el dormitorio común o el reposo en los petates a la hora de la siesta parecían mejores cuando algún veterano servía al pelotón, regalón y perezoso, algún sabroso detalle sobré un quepis que tenía Saint-Loup.
— Aussi haut comme mon paquetage. —Es tan alto como mi mochila.
— Voyons, vieux, tu veux nous la faire à l′oseille, il ne pouvait pas être aussi haut que ton paquetage, interrompait un jeune licencié ès lettres qui cherchait, en usant de ce dialecte, à ne pas avoir l′air d′un bleu et, en osant cette contradiction, à se faire confirmer un fait qui l′enchantait. —Bueno, tú lo que estás es queriendo darnos la castaña. ¿Cómo va a ser tan alto como tu mochila? —interrumpía un joven licenciado en letras, que trataba, al emplear este lenguaje, de no parecer un pipiolo, y al atreverse a esta contradicción trataba de hacerse confirmar un hecho dile le encantaba.
— Ah! il n′est pas aussi haut que mon paquetage? Tu l′as mesuré peut-être. Je te dis que le lieutenant-colon le fixait comme s′il voulait le mettre au bloc. Et faut pas croire que mon fameux Saint–Loup s′épatait: il allait, il venait, il baissait la tête, il la relevait, et toujours ce coup du monocle. Faudra voir ce que va dire le capiston. Ah! il se peut qu′il ne dise rien, mais pour sûr que cela ne lui fera pas plaisir. Mais ce képi-là, il n′a encore rien d′épatant. Il paraît que chez lui, en ville, il en a plus de trente. —¡Ah! ¿Conque no es tan alto como mi mochila? ¡Habrás ido tú a medirlo! Te digo que el teniente coronel le clavaba unos ojos como si quisiera largarle un arresto. Y no vayáis a figureras que Saint-Loup se aturullase: iba y venía, bajaba la cabeza, volvía a levantarla y a cada paso se plantaba el monóculo. Habrá que ver lo que diga el capitán Bueno, puede que no diga nada, pero de seguro que no habrá gracia. Y el quepis ese aún no tiene nada de particular. ¡Parece que en su casa de la ciudad tiene más de treinta por el estilo!
— Comment que tu le sais, vieux? Par notre sacré cabot? demandait le jeune licencié avec pédantisme, étalant les nouvelles formes grammaticales qu′il n′avait apprises que de fraîche date et dont il était fier de parer sa conversation. —¿Cómo lo sabes tú, compadre? ¿Por el mangante de nuestro cabo? —preguntó el joven licenciado con pedantería, haciendo alarde de las nuevas formas gramaticales que hasta hacía poco no había aprendido y con las que se sentía orgulloso de adornar, su conversación.
— Comment que je le sais? Par son ordonnance, pardi! —¿Que cómo lo sé? ¡Por su ordenanza, hombre!
— Tu parles qu′en voilà un qui ne doit pas être malheureux! —¡Ese sí que es un tío que no debe de irle mal!
— Je comprends! Il a plus de braise que moi, pour sûr! Et encore il lui donne tous ses effets, et tout et tout. Il n′avait pas à sa suffisance à la cantine. Voilà mon de Saint–Loup qui s′est amené et le cuistot en à entendu: «Je veux qu′il soit bien nourri, ça coûtera ce que ça coûtera.» —¡Ya lo creo! Más potra tiene que yo. ¡Ya puede decirlo! Y encima le da toda su ropa, y de todo. No tenía bastante con lo que le daban en la cantina. Bueno, pues mi Saint-Loup que se presenta, y el furriel que ha tenido que oír lo que venía al caso: «Quiero que esté bien alimentado, cueste lo que cueste.»
Et l′ancien rachetait l′insignifiance des paroles par l′énergie de l′accent, en une imitation médiocre qui avait le plus grand succès. Y el veterano compensaba la insignificancia de las palabras con la energía del tono en una imitación mediocre que alcanzaba el éxito más feliz.
Au sortir du quartier je faisais un tour, puis, en attendant le moment où j′allais quotidiennement dîner avec Saint–Loup, à l′hôtel où lui et ses amis avaient pris pension, je me dirigeais vers le mien, sitôt le soleil couché, afin d′avoir deux heures pour me reposer et lire. Sur la place, le soir posait aux toits en poudrière du château de petits nuages rosés assortis à la couleur des briques et achevait le raccord en adoucissant celles-ci d′un reflet. Un tel courant de vie affluait à mes nerfs qu′aucun de mes mouvements ne pouvait l′épuiser; chacun de mes pas, après avoir touché un pavé de la place, rebondissait, il me semblait avoir aux talons les ailes de Mercure. L′une des fontaines était pleine d′une lueur rouge, et dans l′autre déjà le clair de lune rendait l′eau de la couleur d′une opale. Entre elles des marmots jouaient, poussaient des cris, décrivaient des cercles, obéissant à quelque nécessité de l′heure, à la façon des martinets ou des chauves-souris. A côté de l′hôtel, les anciens palais nationaux et l′orangerie de Louis XVI dans lesquels se trouvaient maintenant la Caisse d′épargne et le corps d′armée étaient éclairés du dedans par les ampoules pâles et dorées du gaz déjà allumé qui, dans le jour encore clair, seyait à ces hautes et vastes fenêtres du XVIIIe siècle où n′était pas encore effacé le dernier reflet du couchant, comme eût fait à une tête avivée de rouge une parure d′écaille blonde, et me persuadait d′aller retrouver mon feu et ma lampe qui, seule dans la façade de l′hôtel que j′habitais, luttait contre le crépuscule et pour laquelle je rentrais, avant qu′il fût tout à fait nuit, par plaisir, comme on fait pour le goûter. Je gardais, dans mon logis, la même plénitude de sensation que j′avais eue dehors. Elle bombait de telle façon l′apparence de surfaces qui nous semblent si souvent plates et vides, la flamme jaune du feu, le papier gros bleu de ciel sur lequel le soir avait brouillonné, comme un collégien, les tire-bouchons d′un crayonnage rose, la tapis à dessin singulier de la table ronde sur laquelle une rame de papier écolier et un encrier m′attendaient avec un roman de Bergotte, que, depuis, ces choses ont continué à me sembler riches de toute une sorte particulière d′existence qu′il me semble que je saurais extraire d′elles s′il m′était donné de les retrouver. Je pensais avec joie à ce quartier que je venais de quitter et duquel la girouette tournait à tous les vents. Comme un plongeur respirant dans un tube qui monte jusqu′au-dessus de la surface de l′eau, c′était pour moi comme être relié à la vie salubre, à l′air libre, que de me sentir pour point d′attache ce quartier, ce haut observatoire dominant la campagne sillonnée de canaux d′émail vert, et sous les hangars et dans les bâtiments duquel je comptais pour un précieux privilège, que je souhaitais durable, de pouvoir me rendre quand je voulais, toujours sûr d′être bien reçu. Yo, al salir del cuartel, daba una vuelta; luego, esperando el momento en que iba cotidianamente a almorzar con Saint-Loup al hotel en que habían tomado pensión él y sus amigos, me dirigía hacia el mío, en cuanto el sol se ponía, con objeto de tener dos horas para descansar y leer. En la plaza, la atardecida ponía en los tejados de polvorín del castillo nubecillas sonrosadas que hacían juego con el color de los ladrillos, y acababa el enlace suavizando esos ladrillos con un reflejo. A mis nervios afluía tal corriente de vida —que ninguno de mis movimientos podía agotarla; cada uno de mis pasos, después de haber tocado una losa de la plaza, rebotaba, me parecía como si tuviera en los talones las alas de Mercurio. Una de las fuentes estaba llena de un fulgor rojo, y en la otra el claro de luna ponía ya el agua del color de un ópalo. Entre las dos jugaban unos chiquillos, daban gritos, describían círculos, obedeciendo a alguna necesidad de la hora, a la manera de los vencejos o de los murciélagos. Al lado del hotel, los antiguos palacios nacionales y la estufa de naranjos de Luis XVI, en que se encontraban ahora la Caja de Ahorros y el cuerpo de tropa, estaban iluminados desde dentro por las pálidas y doradas ampollas del gas, encendido ya, que a la luz del día, claro aún, cuadraba bien a aquellas altas y vastas ventanas del siglo XVIII, en las que todavía no se había borrado el último reflejo del poniente, como le hubiera sentado bien a una cabeza avivada con toques de rojo un prendido de concha rubia, yme persuadía a ir en busca de mi fuego yde mi lámpara, que, sola en la fachada del hotel donde yo vivía, luchaba contra el crepúsculo, y por la cual volvía yo a casa, antes que fuese completamente de noche, por gusto, como quien vuelve para la merienda. En mi aposento conservaba la misma plenitud de sensación que había tenido fuera.. Abombaba de tal forma la apariencia de superficies que con tanta frecuencia nos parecen triviales y vacuas, la llama amarilla del fuego, el papel vasto y azul del cielo sobre el cual había esbozado el poniente, como un colegial, los garabatos de un apunte color de rosa, el tapete de extraño dibujo de la mesa redonda sobre la que me esperaban, con una novela de Bergotte, una resma de papel corriente y un tintero, que estas cosas han seguido después pareciéndome grávidas de todo un modo particular de existencia que me parece que sabría extraer de ellas si me fuera dado volverlas a encontrar. Pensaba con alegría en el cuartel que acababa de dejar y cuya veleta giraba a todos los, vientos. Como un buzo a respirar por un tubo que sube hasta salir fuera de la superficie del agua, era para mí, como un ser ligado de nuevo a la vida salubre, al aire libre, sentir como punto de enlace aquel cuartel, aquel alto observatorio que dominaba la campiña surcada por canales de esmalte verde y bajo cuyos cobertizos y a cuyos edificios contaba yo, gracias a un precioso privilegio que deseaba fuese duradero, con poder ir cuando quisiera, seguro siempre de ser bien recibido.
A sept heures je m′habillais et je ressortais pour aller dîner avec Saint–Loup à l′hôtel où il avait pris pension. J′aimais m′y rendre à pied. L′obscurité était profonde, et dès le troisième jour commença à souffler, aussitôt la nuit venue, un vent glacial qui semblait annoncer la neige. Tandis que je marchais, il semble que j′aurais dû ne pas cesser un instant de penser à Mme de Guermantes; ce n′était que pour tâcher d′être rapproché d′elle que j′étais venu dans la garnison de Robert. Mais un souvenir, un chagrin, sont mobiles. Il y a des jours où ils s′en vont si loin que nous les apercevons à peine, nous les croyons partis. Alors nous faisons attention à d′autres choses. Et les rues de cette ville n′étaient pas encore pour moi, comme là où nous avons l′habitude de vivre, de simples moyens d′aller d′un endroit à un autre. La vie que menaient les habitants de ce monde inconnu me semblait devoir être merveilleuse, et souvent les vitres éclairées de quelque demeure me retenaient longtemps immobile dans la nuit en mettant sous mes yeux les scènes véridiques et mystérieuses d′existences où je ne pénétrais pas. Ici le génie du feu me montrait en un tableau empourpré la taverne d′un marchand de marrons où deux sous-officiers, leurs ceinturons posés sur des chaises, jouaient aux cartes sans se douter qu′un magicien les faisait surgir de la nuit, comme dans une apparition de théâtre, et les évoquait tels qu′ils étaient effectivement à cette minute même, aux yeux d′un passant arrêté qu′ils ne pouvaient voir. Dans un petit magasin de bric-à-brac, une bougie à demi consumée, en projetant sa lueur rouge sur une gravure, la transformait en sanguine, pendant que, luttant contre l′ombre, la clarté de la grosse lampe basanait un morceau de cuir, niellait un poignard de paillettes étincelantes, sur des tableaux qui n′étaient que de mauvaises copies déposait une dorure précieuse comme la patine du passé ou le vernis d′un maître, et faisait enfin de ce taudis où il n′y avait que du toc et des croûtes, un inestimable Rembrandt. Parfois je levais les yeux jusqu′à quelque vaste appartement ancien dont les volets n′étaient pas fermés et où des hommes et des femmes amphibies, se réadaptant chaque soir à vivre dans un autre élément que le jour, nageaient lentement dans la grasse liqueur qui, à la tombée de la nuit, sourd incessamment du réservoir des lampes pour remplir les chambres jusqu′au bord de leurs parois de pierre et de verre, et au sein de laquelle ils propageaient, en déplaçant leurs corps, des remous, onctueux et dorés. Je reprenais mon chemin, et souvent dans la ruelle noire qui passe devant la cathédrale, comme jadis dans le chemin de Méséglise, la force de mon désir m′arrêtait; il me semblait qu′une femme allait surgir pour le satisfaire; si dans l′obscurité je sentais tout d′un coup passer une robe, la violence même du plaisir que j′éprouvais m′empêchait de croire que ce frôlement fût fortuit et j′essayais d′enfermer dans mes bras une passante effrayée. Cette ruelle gothique avait pour moi quelque chose de si réel, que si j′avais pu y lever et y posséder une femme, il m′eût été impossible de ne pas croire que c′était l′antique volupté qui allait nous unir, cette femme eût-elle été une simple raccrocheuse postée là tous les soirs, mais à laquelle auraient prêté leur mystère l′hiver, le dépaysement, l′obscurité et le moyen âge. Je songeais à l′avenir: essayer d′oublier Mme de Guermantes me semblait affreux, mais raisonnable et, pour la première fois, possible, facile peut-être. Dans le calme absolu de ce quartier, j′entendais devant moi des paroles et des rires qui devaient venir de promeneurs à demi avinés qui rentraient. Je m′arrêtais pour les voir, je regardais du côté où j′avais entendu le bruit. Mais j′étais obligé d′attendre longtemps, car le silence environnant était si profond qu′il avait laissé passer avec une netteté et une force extrêmes des bruits encore lointains. Enfin, les promeneurs arrivaient non pas devant moi comme j′avais cru, mais fort loin derrière. Soit que le croisement des rues, l′interposition des maisons eussent causé par réfraction cette erreur d′acoustique, soit qu′il soit très difficile de situer un son dont la place ne nous est pas connue, je m′étais trompé, tout autant sur la distance, que sur la direction. A las siete me vestía y volvía a salir para ir a almorzar con Saint-Loup en el hotel en que éste se alojaba. Me gustaba ir a pie. La oscuridad era profunda, y desde el tercer día empezó a soplar, en cuanto llegaba la noche, un viento glacial que parecía anunciar nieve. Según iba andando, parece que no hubiera debido dejar ni un instante de pensar en la señorita de Guermantes; si había venido a la guarnición de Roberto, había sido exclusivamente para tratar de aproximarme más a ella. Pero un recuerdo, una pena, son móviles. Hay días en que se van tan lejos que los distinguimos apenas, creemos que han desaparecido. Entonces ponemos atención en otras cosas. Y las calles de la ciudad todavía no eran para mí, como allí donde tenemos costumbre de vivir, simples medios de ir de un sitio a otro. La vida que hacían los habitantes de aquel mundo desconocido me parecía que había de ser maravillosa, y a menudo me detenían, inmóvil, largo rato, en lo oscuro, las vidrieras iluminadas de alguna casa al poner ante mis ojos las escenas verídicas y misteriosas de existencias en que yo no penetraba. Aquí el genio del fuego me mostraba en un cuadro empurpurado la tienda de un vendedor de castañas en que los dos suboficiales, con los cintos en unas sillas, jugaban a las cartas sin sospechar que un mago les hacía surgir de la noche, como, en una aparición de teatro, y los evocaba tales como efectivamente eran en aquel mismo minuto ante los ojos de un transeúnte que se había detenido y a quien mal podían ver ellos. En un baratillo, una vela medio consumida, al proyectar su rojo fulgor sobre un grabado, lo transformaba en una sanguina, mientras que, al luchar contra la sombra, la claridad de la lámpara grande atezaba un trozo de cuero, nielaba un puñado de lentejuelas chispeantes, depositaba sobre unos cuadros que no pasaban de ser malas copias un dorado precioso como la pátina del pasado o el barniz del maestro, y hacía, en fin, de aquel chiribitil en que no había más que cosas falsas y mamarrachos, un inestimable Rembrandt. A veces alzaba yo los ojos hasta algún vasto piso antiguo cuyas contraventanas no estaban cerradas y en que unos hombres y mujeres anfibios, readaptándose todas las tardes a vivir en otro elemento que por el día, nadaban lentamente en el craso licor que, a la caída de la noche, surte incesantemente del depósito de las lámparas para llenar las habitaciones hasta el borde de sus tabiques de piedra yde vidrio, yen cuyo seno esos hombres ymujeres que propagan, al cambiar de lugar sus cuerpos, remolinos untuosos y dorados. Seguía mi camino, y a menudo, en la negra calleja que pasa por delante de la catedral, como en otro tiempo en el camino de Méséglise, la fuerza de mi deseo me detenía; me parecía que iba a surgir una mujer para satisfacerlo; si en la oscuridad sentía de repente pasar unas faldas, la violencia misma del goce que experimentaba me impedía creer que aquel roce fuese fortuito y trataba de aprisionar entre mis brazos a una transeúnte aterrorizada. Aquella calleja gótica tenía para mí algo tan real, que si en ella hubiese podido aprisionar y poseer a una mujer me hubiera sido imposible de creer que era el antiguo goce lo que iba a unirnos, aunque esa mujer hubiera sido una simple buscona, a la cual, empero, hubiesen prestado su misterio el invierno, la añoranza, la oscuridad y la Edad Media. Pensaba yo en el porvenir: tratar de olvidar a la señora de Guermantes me parecía espantoso, pero sensato, y, por primera vez, posible, fácil acaso. En la calma absoluta de aquel barrio oía delante de mí palabras y risas que sin duda procedían de paseantes medio avinados que volvían hacia sus casas. Me detuve para verlos, miré hacia la parte en que había oído el barullo. Pero me veía obligado a esperar largo rato, ya que el silencio circundante era tan profundo que había dejado pasar con una nildez y una fuerza extrema rumores todavía lejanos. Por fin, los paseantes llegaban, no por delante de mí, como me había figurado, sino muy lejos, a mi espalda. Fuese que los cruces de calles, la interposición de las casas hubieran causado por refracción este error de acústica, o que sea muy difícil situar un sonido cuyo lugar no nos es conocido, me había equivocado, así en la distancia como en la dirección.
Le vent grandissait. Il était tout hérissé et grenu d′une approche de neige; je regagnais la grand′rue et sautais dans le petit tramway où de la plate-forme un officier qui semblait ne pas les voir répondait aux saluts des soldats balourds qui passaient sur le trottoir, la face peinturlurée par le froid; et elle faisait penser, dans cette cité que le brusque saut de l′automne dans ce commencement d′hiver semblait avoir entraînée plus avant dans le nord, à la face rubiconde que Breughel donne à ses paysans joyeux, ripailleurs et gelés. El viento arreciaba. Venía erizado y granado de una proximidad de nieve; yo llegaba a la calle mayor y subía al diminuto tranvía desde cuya plataforma un oficial que parecía no verlos respondía a los saludos de los soldados abobados que pasaban por la acera con la cara pintarrajeada por el frío, y esa cara hacía pensar —en esta ciudad a la que el brusco salto del otoño a este comienzo del invierno parecía haber arrastrado hacia el norte— en la rubicunda faz que Brueghel da a sus campesinos alegres, tragones y helados.
Et précisément à l′hôtel où j′avais rendez-vous avec Saint–Loup et ses amis et où les fêtes qui commençaient attiraient beaucoup de gens du voisinage et d′étrangers, c′était, pendant que je traversais directement la cour qui s′ouvrait sur de rougeoyantes cuisines où tournaient des poulets embrochés, où grillaient des porcs, où des homards encore vivants étaient jetés dans ce que l′hôtelier appelait le «feu éternel», une affluence (digne de quelque «Dénombrement devant Bethléem» comme en peignaient les vieux maîtres flamands) d′arrivants qui s′assemblaient par groupes dans la cour, demandant au patron ou à l′un de ses aides (qui leur indiquaient de préférence un logement dans la ville quand ils ne les trouvaient pas d′assez bonne mine) s′ils pourraient être servis et logés, tandis qu′un garçon passait en tenant par le cou une volaille qui se débattait. Et dans la grande salle à manger que je traversai le premier jour, avant d′atteindre la petite pièce où m′attendait mon ami, c′était aussi à un repas de l′Évangile figuré avec la naîµ¥té du vieux temps et l′exagération des Flandres que faisait penser le nombre des poissons, des poulardes, des coqs de bruyères, des bécasses, des pigeons, apportés tout décorés et fumants par des garçons hors d′haleine qui glissaient sur le parquet pour aller plus vite et les déposaient sur l′immense console où ils étaient découpés aussitôt, mais où— beaucoup de repas touchant à leur fin, quand j′arrivais — ils s′entassaient inutilisés; comme si leur profusion et la précipitation de ceux qui les apportaient répondaient, beaucoup plutôt qu′aux demandes des dîneurs, au respect du texte sacré scrupuleusement suivi dans sa lettre, mais naîµ¥ment illustré par des détails réels empruntés à la vie locale, et au souci esthétique et religieux de montrer aux yeux l′éclat de la fête par la profusion des victuailles et l′empressement des serviteurs. Un d′entre eux au bout de la salle songeait, immobile près d′un dressoir; et pour demander à celui-là, qui seul paraissait assez calme pour me répondre, dans quelle pièce on avait préparé notre table, m′avançant entre les réchauds allumés çà et là afin d′empêcher que se refroidissent les plats des retardataires (ce qui n′empêchait pas qu′au centre de la salle les desserts étaient tenus par les mains d′un énorme bonhomme quelquefois supporté sur les ailes d′un canard en cristal, semblait-il, en réalité en glace, ciselée chaque jour au fer rouge, par un cuisinier sculpteur, dans un goût bien flamand), j′allai droit, au risque d′être renversé par les autres, vers ce serviteur dans lequel je crus reconnaître un personnage qui est de tradition dans ces sujets sacrés et dont il reproduisait scrupuleusement la figure camuse, naîµ¥ et mal dessinée, l′expression rêveuse, déjà à demi presciente du miracle d′une présence divine que les autres n′ont pas encore soupçonnée. Ajoutons qu′en raison sans doute des fêtes prochaines, à cette figuration fut ajouté un supplément céleste recruté tout entier dans un personnel de chérubins et de séraphins. Un jeune ange musicien, aux cheveux blonds encadrant une figure de quatorze ans, ne jouait à vrai dire d′aucun instrument, mais rêvassait devant un gong ou une pile d′assiettes, cependant que des anges moins enfantins s′empressaient à travers les espaces démesurés de la salle, en y agitant l′air du frémissement incessant des serviettes qui descendaient le long de leurs corps en formes d′ailes de primitifs, aux pointes aiguës. Fuyant ces régions mal définies, voilées d′un rideau de palmes, d′où les célestes serviteurs avaient l′air, de loin, de venir de l′empyrée, je me frayai un chemin jusqu′à la petite salle où était la table de Saint–Loup. J′y trouvai quelques-uns de ses amis qui dînaient toujours avec lui, nobles, sauf un ou deux roturiers, mais en qui les nobles avaient dès le collège flairé des amis et avec qui ils s′étaient liés volontiers, prouvant ainsi qu′ils n′étaient pas, en principe, hostiles aux bourgeois, fussent-ils républicains, pourvu qu′ils eussent les mains propres et allassent à la messe. Dès la première fois, avant qu′on se mît à table, j′entraînai Saint–Loup dans un coin de la salle à manger, et devant tous les autres, mais qui ne nous entendaient pas, je lui dis: Y precisamente en el hotel en que yo estaba citado con Saint-Loup y con sus amigos, y al que las fiestas que empezaban atraían mucha gente de las cercanías y extranjeros, mientras yo, atravesaba directamente al patio que daba a unas cocinas al rojo en que giraban los pollos espetados en asadores, en que se asaban cerdos sobre parrillas, en que langostas vivas aún eran arrojadas al que el fondista llamaba «el fuego eterno», había una afluencia (digna de un Empadronamiento a las puertas de Belén como los que pintaban los viejos maestros flamencos) de gente que llegaba y se apiñaba en los, patios, preguntando al patrón o a alguno de sus ayudantes (que les indicaba de preferencia un alojamiento en la ciudad cuando no le parecían de bastante buena pinta) si podrían ser servidos y alojados, mientras un muchacho pasaba llevando cogida del pescuezo un ave que se debatía. Y el vasto comedor que atravesé el primer día, antes de llegar a la reducida habitación en que me esperaba mi amigo, también hacía pensar en una comida del evangelio, figurada con la ingenuidad del tiempo antiguo y la exageración de Flandes, el número de pescados, de pollos cebados, de gallos silvestres, ti; chochas, de pichones que llegaban emperifollados y humeando, traídos por mozos jadeantes que se deslizaban por el suelo encerado para ir más deprisa y los depositaban en la inmensa consola en que eran trinchados inmediatamente, pero en la que -muchos almuerzos tocaban a su fin cuando yo llegaba- se amontonaban sin utilizar, como si su profusión y la precipitación de quienes los traían respondiesen, mucho más que a los pedidos de los comensales, al respeto al texto sagrado, escrupulosamente seguido en lo que se refería a la letra, pero ingenuamente ilustrado con detalles tomados de la vida social, y al cuidado estético y religioso de mostrar ajos ojos la magnificencia de la fiesta mediante la profusión de las vituallas y la solicitud de los sirvientes. Uno de éstos, al final de la sala, soñaba, inmóvil, al lado de un aparador, y para preguntar a éste, único que parecía suficientemente sereno para responderme, en qué habitación habían dispuesto nuestra mesa, avanzando por entre los infiernillos encendidos aquí y allá para impedir que se enfriasen los platos de los retrasados (lo que no impedía que los postres, en el centro de la sala, estuvieran sostenidos por la mano de un enorme muñeco a que servían de soporte, a veces, las alas de un pato de cristal, a lo que parecía, en realidad de hielo labrado todos los días con un hierro al rojo por un cocinero escultor en un gusto de pura cepa flamenca), me fui derecho, con riesgo de ser derribado por los demás, hacia aquel servidor en quien creí reconocer a un personaje que es tradicional en estos temas sagrados y cuyo semblante estupefacto, ingenuo y mal dibujado, cuya expresión soñadora, semipresente ya del milagro de una presencia divina que los demás no han sospechado aún, reproducía escrupulosamente. Añadamos que, en atención, sin duda, a las fiestas próximas, se agregó a esta figuración un suplemento celeste reclutado por entero entre un personal de querubines y serafines. Un juvenil ángel músico de rubios cabellos que encuadraban un rostro de catorce anos, no tañía, a decir verdad, instrumento alguno, sino que soñaba ante un gongo o un rimero de platos, mientras que otros ángeles menos infantiles azacanaban por los desmesurados ámbitos de la sala agitando en ellos el aire con la incesante ráfaga de las servilletas que bajaban a lo largo de su cuerpo en forma de alas de primitivos, de puntas agudas. Huyendo de estas regiones mal definidas, veladas por una cortina de palmas, por donde los celestes servidores parecía de lejos, que viniesen del empíreo, me abrí camino hasta la salita en que estaba la mesa de Saint-Loup. En ella encontré a algunos de sus amigos que almorzaban siempre con él nobles, salvo uno o dos plebeyos en quienes los nobles, sin embargo, desde el colegio, habían venteado amigos y a los que se habían unido gustosos, probando así que no eran, en principio, hostiles a los burgueses, aun cuando fueran republicanos, con tal que tuviesen las manos limpias y fuesen a misa. Desde el primer momento, antes de sentarnos a la mesa, me llevé a Saint-Loup a un rincón del comedor, y delante de todos los demás, que, sin embargo, no nos oían, le dije:
— Robert, le moment et l′endroit sont mal choisis pour vous dire cela, mais cela ne durera qu′une seconde. Toujours j′oublie de vous le demander au quartier; est-ce que ce n′est pas Mme de Guermantes dont vous avez la photographie sur la table? —Roberto, el momento y el sitio están mal escogidos para decirle a usted una cosa, pero va a ser solamente un segundo. Siempre me olvido, de preguntárselo en el cuartel: ¿no es de la señora de Guermantes la fotografía que tiene usted encima de la mesa"
— Mais si, c′est ma bonne tante. —Claro que sí; es tía mía.
— Tiens, mais c′est vrai, je suis fou, je l′avais su autrefois, je n′y avais jamais songé; mon Dieu, vos amis doivent s′impatienter, parlons vite, ils nous regardent, ou bien une autre fois, cela n′a aucune importance. —¡Pues es verdad! ¡Estoy tonto! ¡Si lo sabía! ¡Por Dios! No había pensado nunca en ello. Sus amigos de usted deben de estar impacientes, hablemos aprisa, que nos miran, o ya hablaremos de ello otra vez, no tiene ninguna importancia.
— Mais si, marchez toujours, ils sont là pour attendre. —Nada de eso, siga usted; no tienen cosa mejor que hacer que esperar.
— Pas du tout, je tiens à être poli; ils sont si gentils; vous savez, du reste, je n′y tiens pas autrement. —De ningún modo. Me importa mostrarme cortés con ellos, ¡son tan amables! Por lo demás, ya le digo que no es cosa que me interese demasiado.
— Vous la connaissez, cette brave Oriane? —¿Conoce usted a la gran Oriana"
Cette «brave Oriane», comme il eût dit cette «bonne Oriane», ne signifiait pas que Saint–Loup considérât Mme de Guermantes comme particulièrement bonne. Dans ce cas, bonne, excellente, brave, sont de simples renforcements de «cette», désignant une personne qu′on connaît et dont on ne sait trop que dire avec quelqu′un qui n′est pas de votre intimité. «Bonne» sert de hors-d′oeuvre et permet d′attendre un instant qu′on ait trouvé: «Est-ce que vous la voyez souvent?» ou «Il y a des mois que je ne l′ai vue», ou «Je la vois mardi» ou «Elle ne doit plus être de la première jeunesse». Este «gran Oriana», como hubiera podido decir «la buena de Oriana», no quería decir que Saint-Loup considerase a la señora cíe Guermantes como particularmente buena. En este caso, buena, excelente, grande, son simples refuerzos del esa que designa a una persona a quien ambos interlocutores conocen, y de la cual no acabamos de saber qué decir a quien no es de nuestra intimidad. Buena sirve como entremés y permite esperar un instante a que se haya encontrado él: «¿La ve usted a menudo?», o «Hace varios meses que no la he visto», o «La veré el martes», o «Ya no debe de ser ninguna niña».
— Je ne peux pas vous dire comme cela m′amuse que ce soit sa photographie, parce que nous habitons maintenant dans sa maison et j′ai appris sur elle des choses inou (j′aurais été bien embarrassé de dire lesquelles) qui font qu′elle m′intéresse beaucoup, à un point de vue littéraire, vous comprenez, comment dirai-je, à un point de vue balzacien, vous qui êtes tellement intelligent, vous comprenez cela à demi-mot; mais finissons vite, qu′est-ce que vos amis doivent penser de mon éducation! —No puedo decirle qué alegrón me da qué sea su fotografía, porque ahora vivimos en su misma casa, y me han contado de ella cosas inauditas (que hubiera visto perplejo para decir cuáles) que hacen que me interese mucho desde un punto de vista literario, ¿comprende usted?, desde un punto de vista, ¿cómo diría yo?, balzaciano; usted que es tan inteligente lo comprenderá con media palabra; pero acabemos pronto, ¡qué estarán pensando de mi educación mis amigos!
— Mais ils ne pensent rien du tout; je leur ai dit que vous êtes sublime et ils sont beaucoup plus intimidés que vous. —¡Qué han de pensar! Les he dicho que es usted sublime, y están mucho más intimidados que usted.
— Vous êtes trop gentil. Mais justement, voilà: Mme de Guermantes ne se doute pas que je vous connais, n′est-ce pas? —Es usted demasiado amable. Pero, ahora qué caigo en ello, la señora de Guermantes no supone que yo lo conozco a usted, ¿verdad"
— Je n′en sais rien; je ne l′ai pas vue depuis l′été dernier puisque je ne suis pas venu en permission depuis qu′elle est rentrée. —No lo sé; no he vuelto a verla desde el verano pasado, porque desde su regreso no me han concedido ningún permiso.
— C′est que je vais vous dire, on m′a assuré qu′elle me croit tout à fait idiot. —Es que, verá usted, me han asegurado que me cree rematadamente idiota.
— Cela, je ne le crois pas: Oriane n′est pas un aigle, mais elle n′est tout de même pas stupide. —Eso no lo creo. Oriana no es una águila; pero, así y todo, no es ninguna estúpida.
— Vous savez que je ne tiens pas du tout en général à ce que vous publiez les bons sentiments que vous avez pour moi, car je n′ai pas d′amour-propre. Aussi je regrette que vous ayez dit des choses aimables sur mon compte à vos amis (que nous allons rejoindre dans deux secondes). Mais pour Mme de Guermantes, si vous pouviez lui faire savoir, même avec un peu d′exagération, ce que vous pensez de moi, vous me feriez un grand plaisir. —Ya sabe usted que no me hace ninguna gracia, en general, que publique usted los buenos sentimientos que respecto de mí le animan, porque carezco de amor propio. Así, siento que haya dicho usted cosas amables a cuenta mía a sus amigos (a cuyo lado vamos a volver dentro de dos segundos). Pero por lo que toca a la señora de Guermantes, si pudiera usted hacerle saber, aunque fuera con un poco de exageración, lo que piensa usted de mí, me causaría un gran placer:
— Mais très volontiers, si vous n′avez que cela à me demander, ce n′est pas trop difficile, mais quelle importance cela peut-il avoir ce qu′elle peut penser de vous? Je suppose que vous vous en moquez bien; en tout cas si ce n′est que cela, nous pourrons en parler devant tout le monde ou quand nous serons seuls, car j′ai peur que vous vous fatiguiez à parler debout et d′une façon si incommode, quand nous avons tant d′occasions d′être en tête à tête. —Lo haré con muchísimo gusto; si no es más que eso lo que tiene usted que pedirme, la cosa no es muy difícil. Pero ¿qué importancia puede tener lo que ella pueda pensar de usted? Supongo que a usted le traerá sin cuidado; de todas formas, si no es más que eso, podernos hablar de ello delante de todo el mundo, porque temo que se fatigue usted hablando de pie y de una manera tan incómoda, cuando tantas ocasiones tenemos de estar juntos.
C′était bien justement cette incommodité qui m′avait donné le courage de parler à Robert; la présence des autres était pour moi un prétexte m′autorisant à donner à mes propos un tour bref et décousu, à la faveur duquel je pouvais plus aisément dissimuler le mensonge que je faisais en disant à mon ami que j′avais oublié sa parenté avec la duchesse et pour ne pas lui laisser le temps de me poser sur mes motifs de désirer que Mme de Guermantes me sût lié avec lui, intelligent, etc., des questions qui m′eussent d′autant plus troublé que je n′aurais pas pu y répondre. Era precisamente esa incomodidad lo que me había dado ánimos para hablar a Roberto: la presencia de los demás era para mí un pretexto que me autorizaba a dar a mis frases un sesgo corto y deshilvanado, a favor del cual podía disimular más fácilmente la mentira en que incurría al decir a mi amigo que había olvidado su parentesco con la duquesa y para no dejarle tiempo a que me hiciese preguntas sobre los motivos que tenía para desear que la señora de Guermantes supiese que yo era amigo suyo, inteligente, etcétera, preguntas que me hubieran desconcertado tanto más cuanto que no hubiera podido responder a ellas.
— Robert, pour vous si intelligent, cela m′étonne que vous ne compreniez pas qu′il ne faut pas discuter ce qui fait plaisir à ses amis mais le faire. Moi, si vous me demandiez n′importe quoi, et même je tiendrais beaucoup à ce que vous me demandiez quelque chose, je vous assure que je ne vous demanderais pas d′explications. Je vais plus loin que ce que je désire; je ne tiens pas à connaître Mme de Guermantes; mais j′aurais dû, pour vous éprouver, vous dire que je désirerais dîner avec Mme de Guermantes et je sais que vous ne l′auriez pas fait. —Me extraña, Roberto, que siendo usted como es tan inteligente no comprenda que no debemos discutir lo que proporciona un placer a nuestros amigos, sino hacerlo. Yo, si usted me pidiera algo —y, es más, tendría un verdadero gusto en que me pidiera usted alguna cosa—, le aseguro que no le pediría explicaciones. Voy más allá de lo que deseo; no tengo ningún empeño en conocer a la señora de Guermantes, pero aunque no fuese más que por probarlo, debía haberle dicho que deseaba almorzar en casa de la señora de Guermantes, y estoy seguro de que usted no lo hubiera hecho.
— Non seulement je l′aurais fait, mais je le ferai. -No sólo lo hubiera hecho, sino que lo haré.
— Quand cela? -¿Cuándo"
— Dès que je viendrai à Paris, dans trois semaines, sans doute. -En cuanto vuelva a París, de aquí a tres semanas, sin duda.
— Nous verrons, d′ailleurs elle ne voudra pas. Je ne peux pas vous dire comme je vous remercie. -Ya lo veremos; aparte de que no querrá ella. No puedo decirle a usted cuánto se lo agradezco.
— Mais non, ce n′est rien. -¡Pero si no vale la pena!
— Ne me dites pas cela, c′est énorme, parce que maintenant je vois l′ami que vous êtes; que la chose que je vous demande soit importante ou non, désagréable ou non, que j′y tienne en réalité ou seulement pour vous éprouver, peu importe, vous dites que vous le ferez, et vous montrez par là la finesse de votre intelligence et de votre coeur. Un ami bête eût discuté. -No me diga usted eso; -es absurdo, porque ahora veo qué amigo es usted para mí. Sea o no importante lo que pido, desagradable o no, que en realidad tenga valor para mí o que sea tan sólo por ponerlo a usted a prueba, importa poco; usted me dice que lo hará, yme demuestra con ello la delicadeza de su inteligencia yde su corazón. Un amigo estúpido hubiera discutido.
C′était justement ce qu′il venait de faire; mais peut-être je voulais le prendre par l′amour-propre; peut-être aussi j′étais sincère, la seule pierre de touche du mérite me semblant être l′utilité dont on pouvait être pour moi à l′égard de l′unique chose qui me semblât importante, mon amour. Puis j′ajoutai, soit par duplicité, soit par un surcroît véritable de tendresse produit par la reconnaissance, par l′intérêt et par tout ce que la nature avait mis des traits mêmes de Mme de Guermantes en son neveu Robert: Eso era justamente lo que acababa de hacer él; pero tal vez quisiera yo cazar, por el lado del amor propio: quizá, también, fuese sincero, pareciéndome que la única piedra de toque del mérito era la utilidad de que podía serme la gente con respecto a la única cosa que apareciese como importante, y que era mi amor. Después añadí, fuese por duplicidad, fuese por una auténtica crecida de ternura producida por el agradecimiento, por el interés y por cuánto de los rasgos de la señora de Guermantes había puesto en su sobrino Roberto la naturaleza:
— Mais voilà qu′il faut rejoindre les autres et je ne vous ai demandé que l′une des deux choses, la moins importante, l′autre l′est plus pour moi, mais je crains que vous ne me la refusiez; cela vous ennuierait-il que nous nous tutoyions? -Pero tenemos que volver al lado de los demás: y aún no le he pedido a usted más que una de las dos cosas, la menos importante; la otra lo es más para mí, pero temo que me la niegue usted: ¿le molestaría que nos tuteásemos"
— Comment m′ennuyer, mais voyons! joie! pleurs de joie! félicité inconnue! —¡Molestarme! ¡Por Dios! ¡Alegría! ¡Lágrimas de alegría! ¡Felicidad insólita!
— Comme je vous remercie . . . te remercie. Quand vous aurez commencé! Cela me fait un tel plaisir que vous pouvez ne rien faire pour Mme de Guermantes si vous voulez, le tutoiement me suffit. —¡Si viera usted cómo se lo agradezco... te lo agradezco! Bueno, cuando usted haya empezado. Es para mí un goce tan grande que, si le parece, puede usted no hacer nada en lo que se refiere a la señora de Guermantes; con el tuteo me basta.
— On fera les deux. —Se harán las dos cosas.
— Ah! Robert! Écoutez, dis-je encore à Saint–Loup pendant le dîner — oh! c′est d′un comique cette conversation à propos interrompus et du reste je ne sais pas pourquoi — vous savez la dame dont je viens de vous parler? —¡Ah! Roberto, oiga usted —volví a decir a Saint-Loup durante la comida—. ¡Oh, es tan cómica ésta conversación a retazos! Y, por otra parte, no sé por qué, ¿sabe usted?, la señora de que acabo de hablarle...
— Oui. —Sí.
— Vous savez bien qui je veux dire? —Ya sabe usted a quién me refiero.
— Mais voyons, vous me prenez pour un crétin du Valais, pour un demeuré. —Pero, bueno, me está usted tomando por un cretino de Valais, por un retrasado...
— Vous ne voudriez pas me donner sa photographie? —¿No querría usted darme su fotografía"
Je comptais lui demander seulement de me la prêter. Mais au moment de parler, j′éprouvai de la timidité, je trouvai ma demande indiscrète et, pour ne pas le laisser voir, je la formulai plus brutalement et la grossis encore, comme si elle avait été toute naturelle. Pensaba pedirle solamente que me la prestase. Pero en el momento de hablar me sentí acometido de timidez, encontré indiscreta mi petición, y, por no dejarlo ver, la formulé más brutalmente, la abulté todavía más, como si hubiera sido absolutamente natural.
— Non, il faudrait que je lui demande la permission d′abord, me répondit-il. —No; antes tendría que pedirle permiso a ella —me respondió.
Aussitôt il rougit. Je compris qu′il avait une arrière-pensée, qu′il m′en prêtait une, qu′il ne servirait mon amour qu′à moitié, sous la réserve de certains principes de moralité, et je le détestai. Inmediatamente se sonrojó. Comprendí que le quedaba un pensamiento oculto, que me atribuía a mí otro, que sólo a medias serviría a mi amor, bajo la reserva de ciertos principios de moralidad, y lo aborrecí.
Et pourtant j′étais touché de voir combien Saint–Loup se montrait autre à mon égard depuis que je n′étais plus seul avec lui et que ses amis étaient en tiers. Son amabilité plus grande m′eût laissé indifférent si j′avais cru qu′elle était voulue; mais je la sentais involontaire et faite seulement de tout ce qu′il devait dire à mon sujet quand j′étais absent et qu′il taisait quand j′étais seul avec lui. Dans nos tête-à-tête, certes, je soupçonnais le plaisir qu′il avait à causer avec moi, mais ce plaisir restait presque toujours inexprimé. Maintenant les mêmes propos de moi, qu′il goûtait d′habitude sans le marquer, il surveillait du coin de l′oeil s′ils produisaient chez ses amis l′effet sur lequel il avait compté et qui devait répondre à ce qu′il leur avait annoncé. La mère d′une débutante ne suspend pas davantage son attention aux répliques de sa fille et à l′attitude du public. Si j′avais dit un mot dont, devant moi seul, il n′eût que souri, il craignait qu′on ne l′eût pas bien compris, il me disait: «Comment, comment?» pour me faire répéter, pour faire faire attention, et aussitôt se tournant vers les autres et se faisant, sans le vouloir, en les regardant avec un bon rire, l′entraîneur de leur rire, il me présentait pour la première fois l′idée qu′il avait de moi et qu′il avait dû souvent leur exprimer. De sorte que je m′apercevais tout d′un coup moi-même du dehors, comme quelqu′un qui lit son nom dans le journal ou qui se voit dans une glace. Y, sin embargo, me sentía conmovido al ver cuán diferente se mostraba Saint-Loup para conmigo desde el momento en que ya no estaba a solas con él y que sus amigos hacían de terceros. Su mayor amabilidad me hubiera dejado indiferente si hubiese creído que fuera afectada; pero la sentía involuntaria y hecha solamente de todo lo que debía decir acerca de mí cuando yo estaba ausente y que callaba cuando me encontraba a solas con él. En nuestros coloquios íntimos sospechaba yo, desde luego, el placer que encontraba él en charlar conmigo, pero ese placer seguía siendo casi siempre inesperado Ahora, ante las mismas frases mías que de ordinario saboreaba sin percatarse de ello, espiaba con el rabillo del ojo si producían en sus amigos el efecto con que había contado él y que debía responder a lo que él les había anunciado. La madre de una debutante no tiene más pendiente su atención del papel de su hija y de la actitud del público. Si yo había dicho alguna frase ante la cual, a solas conmigo, hubiera sonreído simplemente, temía que no la hubiesen comprendido los demás, me decía: «¿Cómo?, ¿cómo?», para hacérmela repetir con objeto de hacer que prestasen atención, y a seguida, volviéndose hacia los demás y convirtiéndose, sin querer, al mirarlos con expresión risueña, en entrenador de su risa, me presentaba por vez primera la idea que tenía de mí y que a menudo debía de haberles expresado. De suerte que yo me percibía súbitamente a mí mismo desde fuera, como quien lee su propio nombre en el período o se ve en un espejo.
Il m′arriva un de ces soirs-là de vouloir raconter une histoire assez comique sur Mme Blandais, mais je m′arrêtai immédiatement car je me rappelai que Saint–Loup la connaissait déjà et qu′ayant voulu la lui dire le lendemain de mon arrivée, il m′avait interrompu en me disant: «Vous me l′avez déjà racontée à Balbec.» Je fus donc surpris de le voir m′exhorter à continuer en m′assurant qu′il ne connaissait pas cette histoire et qu′elle l′amuserait beaucoup. Je lui dis: «Vous avez un moment d′oubli, mais vous allez bientôt la reconnaître. — Mais non, je te jure que tu confonds. Jamais tu ne me l′as dite. Va.» Et pendant toute l′histoire il attachait fiévreusement ses regards ravis tantôt sur moi, tantôt sur ses camarades. Je compris seulement quand j′eus fini au milieu des rires de tous qu′il avait songé qu′elle donnerait une haute idée de mon esprit à ses camarades et que c′était pour cela qu′il avait feint de ne pas la connaître. Telle est l′amitié. Una de esas noches me ocurrió que quise contar una historia bastante cómica a propósito de la señora de Blandais, pero me detuve inmediatamente, recordando que Saint-Loup conocía ya la anécdota y que, al querer decírsela al día siguiente de mi llegada, me había atajado diciéndome: «Ya me la ha contado usted en Balbec». Así es que me quedé estupefacto cuando vi que Saint-Loup me exhortaba a que continuase, asegurándome que no conocía aquella historia, y que le divertía mucho. Le dije: «No se acuerda usted en este momento, pero la reconocerá enseguida». «No, te juro que te engañas. No me la has contado nunca. Anda.» Y en lo que duró la historia, clavaba febrilmente sus miradas, encantado, tan pronto en mí como en sus compañeros. Sólo cuando hube acabado entre las risas de todos, comprendí que Saint-Loup había pensado que la historia daría una elevada idea de mi ingenio a sus camaradas, y que por eso había fingido no conocerla. Así es la amistad.
Le troisième soir, un de ses amis auquel je n′avais pas eu l′occasion de parler les deux premières fois, causa très longuement avec moi; et je l′entendais qui disait à mi-voix à Saint–Loup le plaisir qu′il y trouvait. Et de fait nous causâmes presque toute la soirée ensemble devant nos verres de sauternes que nous ne vidions pas, séparés, protégés des autres par les voiles magnifiques d′une de ces sympathies entre hommes qui, lorsqu′elles n′ont pas d′attrait physique à leur base, sont les seules qui soient tout à fait mystérieuses. Tel, de nature énigmatique, m′était apparu à Balbec ce sentiment que Saint–Loup ressentait pour moi, qui ne se confondait pas avec l′intérêt de nos conversations, détaché de tout lien matériel, invisible, intangible et dont pourtant il éprouvait la présence en lui-même comme une sorte de phlogistique, de gaz, assez pour en parler en souriant. Et peut-être y avait-il quelque chose de plus surprenant encore dans cette sympathie née ici en une seule soirée, comme une fleur qui se serait ouverte en quelques minutes, dans la chaleur de cette petite pièce. Je ne pus me tenir de demander à Robert, comme il me parlait de Balbec, s′il était vraiment décidé qu′il épousât Mlle d′Ambresac. Il me déclara que non seulement ce n′était pas décidé, mais qu′il n′en avait jamais été question, qu′il ne l′avait jamais vue, qu′il ne savait pas qui c′était. Si j′avais vu à ce moment-là quelques-unes des personnes du monde qui avaient annoncé ce mariage, elles m′eussent fait part de celui de Mlle d′Ambresac avec quelqu′un qui n′était pas Saint–Loup et de celui de Saint–Loup avec quelqu′un qui n′était pas Mlle d′Ambresac. Je les eusse beaucoup étonnées en leur rappelant leurs prédictions contraires et encore si récentes. Pour que ce petit jeu puisse continuer et multiplier les fausses nouvelles en en accumulant successivement sur chaque nom le plus grand nombre possible, la nature a donné à ce genre de joueurs une mémoire d′autant plus courte que leur crédulité est plus grande. A la tercera noche, uno de sus amigos con quien no había tenido ocasión de hablar las dos primeras veces, habló largamente conmigo, y le oí decir a media voz a Saint-Loup el gusto que le daba nuestra charla. Y, en efecto, pasamos juntos casi toda la velada hablando ante nuestros vasos de sauternes que no vaciábamos, separados, protegidos de los demás por los velos magníficos de una de esas simpatías entre hombres que, cuando no tienen por base un atractivo físico, son las únicas que sean completamente misteriosas. Así, dotado de esa naturaleza enigmática, me había parecido en Balbec el sentimiento que Saint-Loup experimentaba respecto de mí, sentimiento que no se confundía con el interés de nuestras conversaciones, desligado de todo vínculo material, invisible, intangible, y cuya presencia, empero, sentía en sí como una especie de flogístico, de gas, suficiente para hablar ¿e ello riéndose Y tal vez había algo más sorprendente aún en esta simpatía nacida aquí en una sola velada, como una flor que se hubiera abierto en unos minutos al calor de esta reducida habitación. No pude menos de preguntarle a Saint-Loup, a tiempo que estaba hablándome de Balbec, si era cosa verdaderamente decidida que se casaba con la señorita de Ambresac. Me declaró que no sólo no era cosa decidida, sino que nunca se había tratado de ello, que jamás había visto a tal señorita, que no sabía quién era. Si yo hubiese visto en aquel momento a algunas de las personas de la buena sociedad que habían anunciado esa boda, me hubiesen dado parte de la de la señorita de Ambresac con otro que no fuera Saint-Loup, y de la de Saint-Loup con una señorita diferente de la de Ambresac. Yo las hubiera dejado sobremanera estupefactas al recordarles sus predicciones contrarias y tan recientes aún. Para que este pequeño juego pueda continuar y multiplicar las noticias falsas, acumulando sucesivamente el mayor número de ellas, la naturaleza ha dotado a ese género de jugadores de una memoria tanto más exigua cuanto mayor es su credulidad.
Saint–Loup m′avait parlé d′un autre de ses camarades qui était là aussi, avec qui il s′entendait particulièrement bien, car ils étaient dans ce milieu les deux seuls partisans de la révision du procès Dreyfus. Saint-Loup me había hablado de otro de sus camaradas que también se encontraba allí, con el cual se entendía particularmente bien, ya que ambos eran en aquel medio los dos únicos partidarios de la revisión del proceso Dreyfus.
— Oh! lui, ce n′est pas comme Saint–Loup, c′est un énergumène, me dit mon nouvel ami; il n′est même pas de bonne foi. Au début, il disait: «Il n′y a qu′à attendre, il y a là un homme que je connais bien, plein de finesse, de bonté, le général de Boisdeffre; on pourra, sans hésiter, accepter son avis.» Mais quand il a su que Boisdeffre proclamait la culpabilité de Dreyfus, Boisdeffre ne valait plus rien; le cléricalisme, les préjugés de l′état-major l′empêchaient de juger sincèrement, quoique personne ne soit, ou du moins ne fût aussi clérical, avant son Dreyfus, que notre ami. Alors il nous a dit qu′en tout cas on saurait la vérité, car l′affaire allait être entre les mains de Saussier, et que celui-là, soldat républicain (notre ami est d′une famille ultra-monarchiste), était un homme de bronze, une conscience inflexible. Mais quand Saussier a proclamé l′innocence d′Esterhazy, il a trouvé à ce verdict des explications nouvelles, défavorables non à Dreyfus, mais au général Saussier. C′était l′esprit militariste qui aveuglait Saussier (et remarquez que lui est aussi militariste que clérical, ou du moins qu′il l′était, car je ne sais plus que penser de lui). Sa famille est désolée de le voir dans ces idées-là. —¡Oh!, lo que es ése no es como Saint-Loup; es un energúmeno —me dijo mi nuevo amigo—; ni siquiera va de buena fe. Al principio decía: «No hay más que esperar; tenemos un hombre a quien conozco bien: Agudo y bueno, el general de Boisdeffre; a cierra ojos podremos admitir su parecer». Pero cuando supo que Boisdeffre proclamaba la culpabilidad de Dreyfus, ya no valía nada Boisdeffre; el clericalismo, los prejuicios del Estado Mayor le impedían juzgar sinceramente, aun cuando nadie sea o fuese, por lo menos, tan clerical como nuestro amigo antes de su Dreyfus. Entonces nos dijo que de todas maneras se sabría la verdad, porque el asunto iba a ir a. manos de Saussier, y que éste, soldado republicano (nuestro amigo pertenece a una familia ultra monárquica), era un hombre de bronce, una conciencia inflexible. Pero cuando Saussier ha proclamado la inocencia de Esterhazy, nuestro amigo encontró nuevas explicaciones de ese veredicto, desfavorables, no para Dreyfus, sino para el general Saussier. Lo que cegaba a Saussier era el espíritu militarista (y observe usted que nuestro amigo es tan militarista como clerical, o, por lo menos, lo era, porque ya no sé qué pensar de él). Su familia está desolada de verlo dominado por esas ideas.
— Voyez-vous, dis-je et en me tournant à demi vers Saint–Loup, pour ne pas avoir l′air de m′isoler, ainsi que vers son camarade, et pour le faire participer à la conversation, c′est que l′influence qu′on prête au milieu est surtout vraie du milieu intellectuel. On est l′homme de son idée; il y a beaucoup moins d′idées que d′hommes, ainsi tous les hommes d′une même idée sont pareils. Comme une idée n′a rien de matériel, les hommes qui ne sont que matériellement autour de l′homme d′une idée ne la modifient en rien. —Mire usted —dije, volviéndome a medias hacia Saint-Loup porque no pareciese que me aislaba, al mismo tiempo que me volvía a su compañero para hacerle participar de la conversación—. Es que la influencia que se atribuye al ambiente es particularmente cierta en lo que se refiere al ambiente intelectual. Cada uno es el hombre de su idea; hay muchas menos ideas que hombres, y así, todos los hombres aferrados a la misma idea se parecen. Como una idea no tiene nada de material, los hombres que sólo materialmente están en torno al hombre de una idea no modifican a ésta ni poco ni mucho.
Saint–Loup ne se contenta pas de ce rapprochement. Dans un délire de joie que redoublait sans doute celle qu′il avait à me faire briller devant ses amis, avec une volubilité extrême il me répétait en me bouchonnant comme un cheval arrivé le premier au poteau: «Tu es l′homme le plus intelligent que je connaisse, tu sais.» Il se reprit et ajouta: «avec Elstir. — Cela ne te fâche pas, n′est-ce pas? tu comprends, scrupule. Comparaison: je te le dis comme on aurait dit à Balzac: Vous êtes le plus grand romancier du siècle, avec Stendhal. Excès de scrupule, tu comprends, au fond immense admiration. Non? tu ne marches pas pour Stendhal?» ajoutait-il avec une confiance naîµ¥ dans mon jugement, qui se traduisait par une charmante interrogation souriante, presque enfantine, de ses yeux verts. «Ah! bien, je vois que tu es de mon avis, Bloch déteste Stendhal, je trouve cela idiot de sa part. La Chartreuse, c′est tout de même quelque chose d′énorme! Je suis content que tu sois de mon avis. Qu′est-ce que tu aimes le mieux dans La Chartreuse? réponds, me disait-il avec une impétuosité juvénile (et sa force physique, menaçante, donnait presque quelque chose d′effrayant à sa question), Mosca? Fabrice?» Je répondais timidement que Mosca avait quelque chose de M. de Norpois. Sur quoi tempête de rire du jeune Siegfried–Saint-Loup. Je n′avais pas fini d′ajouter: «Mais Mosca est bien plus intelligent, moins pédantesque» que j′entendis Robert crier bravo en battant effectivement des mains, en riant à s′étouffer, et en criant: «D′une justesse! Excellent! Tu es inouí¬¦#187; Saint-Loup no se contentó con esta comparación. En un delirio de alegría, que sin duda redoblaba la que sentía al hacerme brillar ante sus amigos, con extremada volubilidad, me repetía, palmoteándome como a un caballo que ha llegado el primero a la meta: —¿Sabes que eres el hombre más inteligente que conozco" Se corrigió, y añadió: —Tú y Elstir. ¿No te molesta, verdad? ¿Comprendes? Es un escrúpulo. Comparación: te lo digo como pudiera decirse a Balzac: es usted el novelista más grande del siglo, con Stendhal. Exceso de escrúpulo, ¿Comprendes?; en el fondo, una admiración inmensa ¿No? No le regateas méritos a Stendhal, ¿verdad? —añadía con una ingenua confianza en mi juicio, confianza que traducía en una encantadora interrogación sonriente, casi infantil, de sus ojos verdes. —Buenos, veo que eres de mi opinión. Bloch detesta a Stendhal; en él me parece estúpido. De todas maneras, La cartuja es enorme, ¿no? Me alegra que seas de mi parecer. ¿Qué es lo que más te gusta de La Cartuja?, contesta —me decía con juvenil impetuosidad. Y su fuerza física, amenazadora, daba casi algo espantoso a su pregunta—. ¿Mosca? ¿Fabricio" o respondía tímidamente que Mosca tenía algo del señor de Norpois. Afirmación que desencadenaba una tempestad de risa en el joven Sigfredo Saint-Loup. No había acabado de añadir: Pero Mosca es mucho más inteligente, menos pedantesco — cuando oí a Roberto gritar «¡bravo!», aplaudiendo realmente, riendo hasta ahogarse, y gritando: «¡Exacto ¡Excelente! Eres único».
A ce moment je fus interrompu par Saint–Loup parce qu′un des jeunes militaires venait en souriant de me désigner à lui en disant: «Duroc, tout à fait Duroc.» Je ne savais pas ce que ça voulait dire, mais je sentais que l′expression du visage intimidé était plus que bienveillante. Quand je parlais, l′approbation des autres semblait encore de trop à Saint–Loup, il exigeait le silence. Et comme un chef d′orchestre interrompt ses musiciens en frappant avec son archet parce que quelqu′un a fait du bruit, il réprimanda le perturbateur: «Gibergue, dit-il, il faut vous taire quand on parle. Vous direz ça après. Allez, continuez», me dit-il. En este momento me interrumpió Saint-Loup porque uno de los militares jóvenes acababa, sonriendo, de señalarme, diciéndole: «Duroc, es Duroc calcado». Yo no sabía qué quería decir con eso, pero sentía que la expresión del rostro intimidado era más que benévola. Cuando yo hablaba, hasta la aprobación de los demás le parecía a Saint-Loup excesiva, y exigía silencio. Y como un director de orquesta que interrumpe a sus músicos dando un golpe con la batuta porque alguien ha hecho ruido, riñó al perturbador. —Gilbergue —dijo—, debe usted callar cuando está Hablando alguien. Ya dirá usted luego lo que tenga que decir. Vamos, siga usted —me dijo.
Je respirai, car j′avais craint qu′il ne me fît tout recommencer. Respiré, porque temía que me hiciese volver a empezar.
— Et comme une idée, continuai-je, est quelque chose qui ne peut participer aux intérêts humains et ne pourrait jouir de leurs avantages, les hommes d′une idée ne sont pas influencés par l′intérêt. —Y como una idea —empecé— es algo dile no puede participar de los intereses humanos ni podría gozar de sus beneficios, los hombres de una idea no son influidos por el interés.
— Dites donc, ça vous en bouche un coin, mes enfants, s′exclama après que j′eus fini de parler Saint–Loup, qui m′avait suivi des yeux avec la même sollicitude anxieuse que si j′avais marché sur la corde raide. Qu′est-ce que vous vouliez dire, Gibergue? —¡Me parece que ha dicho algo, chicos! —exclamó, después que yo hube acabado de hablar, Saint-Loup, que me había seguido con los ojos con la misma solicitud ansiosa que si hubiera estado andando por la cuerda floja—. ¿Qué es lo que quería usted decir, Gilbergue"
— Je disais que monsieur me rappelait beaucoup le commandant Duroc. Je croyais l′entendre. —Decía que el señor me recordaba mucho al comandante Duroc. Me parecía estar oyéndolo.
— Mais j′y ai pensé bien souvent, répondit Saint–Loup, il y a bien des rapports, mais vous verrez que celui-ci a mille choses que n′a pas Duroc. —También yo he pensado en ello más de una vez —respondió Saint-Loup—; hay muchos puntos de contacto entre los dos, pero ya verán ustedes cómo éste tiene miles de cosas que no tiene Duroc.
De même qu′un frère de cet ami de Saint–Loup, élève à la Schola Cantorum, pensait sur toute nouvelle oeuvre musicale nullement comme son père, sa mère, ses cousins, ses camarades de club, mais exactement comme tous les autres élèves de la Schola, de même ce sous-officier noble (dont Bloch se fit une idée extraordinaire quand je lui en parlai, parce que, touché d′apprendre qu′il était du même parti que lui, il l′imaginait cependant, à cause de ses origines aristocratiques et de son éducation religieuse et militaire, on ne peut plus différent, paré du même charme qu′un natif d′une contrée lointaine) avait une «mentalité», comme on commençait à dire, analogue à celle de tous les dreyfusards en général et de Bloch en particulier, et sur laquelle ne pouvaient avoir aucune espèce de prise les traditions de sa famille et les intérêts de sa carrière. C′est ainsi qu′un cousin de Saint–Loup avait épousé une jeune princesse d′Orient qui, disait-on, faisait des vers aussi beaux que ceux de Victor Hugo ou d′Alfred de Vigny et à qui, malgré cela, on supposait un esprit autre que ce qu′on pouvait concevoir, un esprit de princesse d′Orient recluse dans un palais des Mille et une Nuits. Aux écrivains qui eurent le privilège de l′approcher fut réservée la déception, ou plutôt la joie, d′entendre une conversation qui donnait l′idée non de Schéhérazade, mais d′un être de génie du genre d′Alfred de Vigny ou de Victor Hugo. Así como un hermano de este amigo de Saint-Loup, alumno de la Schola Cantorutn, pensaba de toda obra musical nueva, en modo alguno corno su padre, su madre, sus primos, sus camaradas de club, sino exactamente como todos los demás alumnos de la Schola, así este alférez noble (del cual se formó Bloch una idea extraordinaria cuando le hablé de él, porque, conmovido al enterarse de que era de su mismo partido, se lo imaginaba, sin embargo, por sus orígenes aristocráticos ysu educación religiosa ymilitar, que no podía ser más diferente de la suya, adornado del mismo encanto que un natural de una comarca remota) tenía una mentalidad, como empezaba a decirse entonces, análoga a la de todos los dreyfusistas en general y a la de Bloch en particular, y sobre la cual no podían tener el menor influjo las tradiciones de su familia ni los intereses de su carrera. Así se había casado un primo de Saint-Loup con una princesa de Oriente que, según decían, hacía versos tan hermosos como los de Víctor Hugo o de Alfredo de Vigny, y a la cual, a pesar de ello, se le suponía un espíritu diferente del que pudiera concebirse, un espíritu de princesa de Oriente recluida en un palacio de Las mily una noches. Los escritores que tuvieron el privilegio de acercarse a ella se encontraron con la decepción a más bien con la alegría de oír una conversación que daba la idea, no de una Scheherezada, sino de un ser genial del linaje de Alfredo de Vigny o de Víctor Hugo.
Je me plaisais surtout à causer avec ce jeune homme, comme avec les autres amis de Robert du reste, et avec Robert lui-même, du quartier, des officiers de la garnison, de l′armée en général. Grâce à cette échelle immensément agrandie à laquelle nous voyons les choses, si petites qu′elles soient, au milieu desquelles nous mangeons, nous causons, nous menons notre vie réelle, grâce à cette formidable majoration qu′elles subissent et qui fait que le reste, absent du monde, ne peut lutter avec elles et prend, à côté, l′inconsistance d′un songe, j′avais commencé à m′intéresser aux diverses personnalités du quartier, aux officiers que j′apercevais dans la cour quand j′allais voir Saint–Loup ou, si j′étais réveillé, quand le régiment passait sous mes fenêtres. J′aurais voulu avoir des détails sur le commandant qu′admirait tant Saint–Loup et sur le cours d′histoire militaire qui m′aurait ravi «même esthétiquement». Je savais que chez Robert un certain verbalisme était trop souvent un peu creux, mais d′autres fois signifiait l′assimilation d′idées profondes qu′il était fort capable de comprendre. Malheureusement, au point de vue armée, Robert était surtout préoccupé en ce moment de l′affaire Dreyfus. Il en parlait peu parce que seul de sa table il était dreyfusard; les autres étaient violemment hostiles à la révision, excepté mon voisin de table, mon nouvel ami, dont les opinions paraissaient assez flottantes. Admirateur convaincu du colonel, qui passait pour un officier remarquable et qui avait flétri l′agitation contre l′armée en divers ordres du jour qui le faisaient passer pour antidreyfusard, mon voisin avait appris que son chef avait laissé échapper quelques assertions qui avaient donné à croire qu′il avait des doutes sur la culpabilité de Dreyfus et gardait son estime à Picquart. Sur ce dernier point, en tout cas, le bruit de dreyfusisme relatif du colonel était mal fondé, comme tous les bruits venus on ne sait d′où qui se produisent autour de toute grande affaire. Car, peu après, ce colonel, ayant été chargé d′interroger l′ancien chef du bureau des renseignements, le traita avec une brutalité et un mépris qui n′avaient encore jamais été égalés. Quoi qu′il en fût et bien qu′il ne se fût pas permis de se renseigner directement auprès du colonel, mon voisin avait fait à Saint–Loup la politesse de lui dire — du ton dont une dame catholique annonce à une dame juive que son curé blâme les massacres de juifs en Russie et admire la générosité de certains Israélites — que le colonel n′était pas pour le dreyfusisme — pour un certain dreyfusisme au moins — l′adversaire fanatique, étroit, qu′on avait représenté. Lo que más me gustaba era hablar con este joven, como con los restantes amigos de Roberto, por lo demás, y con el propio Roberto, del cuartel, de los oficiales de la guarnición, del ejército en general. Gracias a esa escala, inmensamente ampliada, en que vemos las cosas, por pequeñas que sean, en cuyo círculo comemos, charlamos, vivimos nuestra vida real; gracias a ese formidable aumento que sufren y que hace que el resto ausente del mundo no pueda luchar con ellas y adquiera, a su lado, la inconsistencia de un sueño, había empezado a interesarme por las diversas personalidades del cuartel, por los oficiales que encontraba en el patio cuando iba a ver a Saint-Loup, o, si estaba despierto, cuando el regimiento pasaba por debajo de mis ventanas. Hubiera querido saber detalles acerca del comandante a quien tanto admiraba Saint-Loup, y sobre el curso de historia militar, que me habría encantado estéticamente inclusive. Sabía que, en Roberto, cierto verbalismo solía ser con demasiada frecuencia un tanto huero; pero otras veces significaba la asimilación de ideas profundas que era muy capaz de comprender. Desgraciadamente, desde el punto de vista del ejército, Roberto estaba preocupado, sobre todo en aquel momento, por el asunto Dreyfus. Hablaba poco de ello, porque era el único dreyfusista de su mesa; los demás eran violentamente hostiles a la revisión, salvo mi vecino de mesa, mi, nuevo amigo, cuyas opiniones parecían bastante flotantes. Admirador convencido del coronel, que pasaba por ser un oficial notable y que había censurado la agitación contra el ejército en diversas órdenes del día, que lo hacían pasar por antidreyfusista, mi vecino había sabido que su jefe había dejado escapar algunas afirmaciones que habían permitido creer que tenía dudas en cuanto ala culpabilidad de Dreyfus y que conservaba su estimación a Picard. Respecto a este último punto, en todo caso, el rumor del relativo dreyfusismo del coronel estaba mal fundado, como todos los rumores que, sin que nadie sepa de dónde vienen, se producen en torno a toda cuestión de importancia. Porque, poco después, como este coronel fuese encargado de interrogar al antiguo jefe de la oficina de informes, lo trató con una brutalidad y un desprecio que jamás habían sido igualados hasta entonces. Fuese de ello lo que fuere, y aun cuando no se hubiera permitido informarse directamente del coronel, mi vecino había tenido para con Saint-Loup la cortesía —en el tono con que una dama católica anuncia a una dama judía que su cura reprueba las matanzas de judíos en Rusia y admira la generosidad de ciertos israelitas— de decirle que el coronel no era para el dreyfusismo —para cierto dreyfusismo, cuando menos— el adversario fanático, limitado, que se había imaginado la gente.
— Cela ne m′étonne pas, dit Saint–Loup, car c′est un homme intelligent. Mais, malgré tout, les préjugés de naissance et surtout le cléricalisme l′aveuglent. Ah! me dit-il, le commandant Duroc, le professeur d′histoire militaire dont je t′ai parlé, en voilà un qui, paraît-il, marche à fond dans nos idées. Du reste, le contraire m′eût étonné, parce qu′il est non seulement sublime d′intelligence, mais radical-socialiste et franc-maçon. —No me extraña —dijo Saint-Loup—, porque es un hombre inteligente. Pero, a pesar de todo, los prejuicios de nacimiento y, sobre todo, el clericalismo lo ciegan. ¡Ah! —me dijo—, el comandante Duroc, el profesor de Historia militar de que te he hablado, ése sí que, a lo que parece, comparte por completo nuestras ideas. Por lo demás, me hubiera chocado lo contrario, porque no sólo es de tina inteligencia sublime, sino radical socialista y francmasón.
Autant par politesse pour ses amis à qui les professions de foi dreyfusardes de Saint–Loup étaient pénibles que parce que le reste m′intéressait davantage, je demandai à mon voisin si c′était exact que ce commandant fît, de l′histoire militaire, une démonstration d′une véritable beauté esthétique. Tanto por cortesía para con sus amigos, a quienes las profesiones de fe dreyfusistas de Saint-Loup les resultaban desagradables, como porque el resto me interesaba más, pregunté a mi vecino si era exacto que aquel comandante hacía una demostración de la historia militar de verdadera belleza estética.
— C′est absolument vrai. «Es absolutamente cierto.»
— Mais qu′entendez-vous par là? —Pero ¿qué entiende usted por esto"
— Eh bien! par exemple, tout ce que vous lisez, je suppose, dans le récit d′un narrateur militaire, les plus petits faits, les plus petits événements, ne sont que les signes d′une idée qu′il faut dégager et qui souvent en recouvre d′autres, comme dans un palimpseste. De sorte que vous avez un ensemble aussi intellectuel que n′importe quelle science ou n′importe quel art, et qui est satisfaisant pour l′esprit. —Verá usted: todo lo que usted lee, supongamos que en la relación de un narrador militar, los hechos más menudos, los acontecimientos más pequeños, no son más que signos de una idea que hay que poner al desnudo, y que con frecuencia encubre otras, como un palimpsesto. De manera que tiene usted un conjunto tan intelectual como el que puedan ofrecer una ciencia o un arte cualesquiera, y que es satisfactorio para el espíritu.
— Exemples, si je n′abuse pas. —Por medio de ejemplos, si no me engaño.
— C′est difficile à te dire comme cela, interrompit Saint–Loup. Tu lis par exemple que tel corps a tenté . . . Avant même d′aller plus loin, le nom du corps, sa composition, ne sont pas sans signification. Si ce n′est pas la première fois que l′opération est essayée, et si pour la même opération nous voyons apparaître un autre corps, ce peut être le signe que les précédents ont été anéantis ou fort endommagés par ladite opération, qu′ils ne sont plus en état de la mener à bien. Or, il faut s′enquérir quel était ce corps aujourd′hui anéanti; si c′étaient des troupes de choc, mises en réserve pour de puissants assauts: un nouveau corps de moindre qualité a peu de chance de réussir là où elles ont échoué. De plus, si ce n′est pas au début d′une campagne, ce nouveau corps lui-même peut être composé de bric et de broc, ce qui, sur les forces dont dispose encore le belligérant, sur la proximité du moment où elles seront inférieures à celles de l′adversaire, peut fournir des indications qui donneront à l′opération elle-même que ce corps va tenter une signification différente, parce que, s′il n′est plus en état de réparer ses pertes, ses succès eux-mêmes ne feront que l′acheminer, arithmétiquement, vers l′anéantissement final. D′ailleurs, le numéro désignatif du corps qui lui est opposé n′a pas moins de signification. Si, par exemple, c′est une unité beaucoup plus faible et qui a déjà consommé plusieurs unités importantes de l′adversaire, l′opération elle-même change de caractère car, dût-elle se terminer par la perte de la position que tenait le défenseur, l′avoir tenue quelque temps peut être un grand succès, si avec de très petites forces cela a suffi à en détruire de très importantes chez l′adversaire. Tu peux comprendre que si, dans l′analyse des corps engagés, on trouve ainsi des choses importantes, l′étude de la position elle-même, des routes, des voies ferrées qu′elle commande, des ravitaillements qu′elle protège est de plus grande conséquence. Il faut étudier ce que j′appellerai tout le contexte géographique, ajouta-t-il en riant. (Et en effet, il fut si content de cette expression, que, dans la suite, chaque fois qu′il l′employa, même des mois après, il eut toujours le même rire.) Pendant que l′opération est préparée par l′un des belligérants, si tu lis qu′une de ses patrouilles est anéantie dans les environs de la position par l′autre belligérant, une des conclusions que tu peux tirer est que le premier cherchait à se rendre compte des travaux défensifs par lesquels le deuxième a l′intention de faire échec à son attaque. Une action particulièrement violente sur un point peut signifier le désir de le conquérir, mais aussi le désir de retenir là l′adversaire, de ne pas lui répondre là où il a attaqué, ou même n′être qu′une feinte et cacher, par ce redoublement de violence, des prélèvements de troupes à cet endroit. (C′est une feinte classique dans les guerres de Napoléon.) D′autre part, pour comprendre la signification d′une manoeuvre, son but probable et, par conséquent, de quelles autres elle sera accompagnée ou suivie, il n′est pas indifférent de consulter beaucoup moins ce qu′en annonce le commandement et qui peut être destiné à tromper l′adversaire, à masquer un échec possible, que les règlements militaires du pays. Il est toujours à supposer que la manoeuvre qu′a voulu tenter une armée est celle que prescrivait le règlement en vigueur dans les circonstances analogues. Si, par exemple, le règlement prescrit d′accompagner une attaque de front par une attaque de flanc, si, cette seconde attaque ayant échoué, le commandement prétend qu′elle était sans lien avec la première et n′était qu′une diversion, il y a chance pour que la vérité doive être cherchée dans le règlement et non dans les dires du commandement. Et il n′y a pas que les règlements de chaque armée, mais leurs traditions, leurs habitudes, leurs doctrines. L′étude de l′action diplomatique toujours en perpétuel état d′action ou de réaction sur l′action militaire ne doit pas être négligée non plus. Des incidents en apparence insignifiants, mal compris à l′époque, t′expliqueront que l′ennemi, comptant sur une aide dont ces incidents trahissent qu′il a été privé, n′a exécuté en réalité qu′une partie de son action stratégique. De sorte que, si tu sais lire l′histoire militaire, ce qui est récit confus pour le commun des lecteurs est pour toi un enchaînement aussi rationnel qu′un tableau pour l′amateur qui sait regarder ce que le personnage porte sur lui, tient dans les mains, tandis que le visiteur ahuri des musées se laisse étourdir et migrainer par de vagues couleurs. Mais, comme pour certains tableaux où il ne suffit pas de remarquer que le personnage tient un calice, mais où il faut savoir pourquoi le peintre lui a mis dans les mains un calice, ce qu′il symbolise par là, ces opérations militaires, en dehors même de leur but immédiat, sont habituellement, dans l′esprit du général qui dirige la campagne, calquées sur des batailles plus anciennes qui sont, si tu veux, comme le passé, comme la bibliothèque, comme l′érudition, comme l′étymologie, comme l′aristocratie des batailles nouvelles. Remarque que je ne parle pas en ce moment de l′identité locale, comment dirais-je, spatiale des batailles. Elle existe aussi. Un champ de bataille n′a pas été ou ne sera pas à travers les siècles que le champ d′une seule bataille. S′il a été champ de bataille, c′est qu′il réunissait certaines conditions de situation géographique, de nature géologique, de défauts même propres à gêner l′adversaire (un fleuve, par exemple, le coupant en deux) qui en ont fait un bon champ de bataille. Donc il l′a été, il le sera. On ne fait pas un atelier de peinture avec n′importe quelle chambre, on ne fait pas un champ de bataille avec n′importe quel endroit. Il y a des lieux prédestinés. Mais encore une fois, ce n′est pas de cela que je parlais, mais du type de bataille qu′on imite, d′une espèce de décalque stratégique, de pastiche tactique, si tu veux: la bataille d′Ulm, de Lodi, de Leipzig, de Cannes. Je ne sais s′il y aura encore des guerres ni entre quels peuples; mais s′il y en a, sois sûr qu′il y aura (et sciemment de la part du chef) un Cannes, un Austerlitz, un Rosbach, un Waterloo, sans parler des autres, quelques-uns ne se gênent pas pour le dire. Le maréchal von Schieffer et le général de Falkenhausen ont d′avance préparé contre la France une bataille de Cannes, genre Annibal, avec fixation de l′adversaire sur tout le front et avance par les deux ailes, surtout par la droite en Belgique, tandis que Bernhardi préfère l′ordre oblique de Frédéric le Grand, Leuthen plutôt que Cannes. D′autres exposent moins crûment leurs vues, mais je te garantis bien, mon vieux, que Beauconseil, ce chef d′escadron à qui je t′ai présenté l′autre jour et qui est un officier du plus grand avenir, a potassé sa petite attaque du Pratzen, la connaît dans les coins, la tient en réserve et que si jamais il a l′occasion de l′exécuter, il ne ratera pas le coup et nous la servira dans les grandes largeurs. L′enfoncement du centre à Rivoli, va, ça se refera s′il y a encore des guerres. Ce n′est pas plus périmé que l′Iliade. J′ajoute qu′on est presque condamné aux attaques frontales parce qu′on ne veut pas retomber dans l′erreur de 70, mais faire de l′offensive, rien que de l′offensive. La seule chose qui me trouble est que, si je ne vois que des esprits retardataires s′opposer à cette magnifique doctrine, pourtant un de mes plus jeunes maîtres, qui est un homme de génie, Mangin, voudrait qu′on laisse sa place, place provisoire, naturellement, à la défensive. On est bien embarrassé de lui répondre quand il cite comme exemple Austerlitz où la défense n′est que le prélude de l′attaque et de la victoire. —Es difícil decirte cómo —interrumpió Saint-Loup—. Tú lees, pongo por caso, que tal cuerpo ha intentado... Aun antes de pasar más adelante, el nombre del cuerpo, su composición, no carecen de significado. Si no es la primera vez que se ensaya la operación, y si para la misma operación vemos que aparece otro cuerpo, esto puede ser señal de que los cuerpos precedentes han sido aniquilados o muy maltratados por esa operación, que ya no están en estado de llevarla a término. Ahora bien; es preciso informarse de qué cuerpo era el que hoy ha sido aniquilado, si eran tropas de combate, dejadas en reserva para ataques de importancia, ya que un nuevo cuerpo de calidad inferior tiene pocas probabilidades de salir airoso allí donde ellas han fracasado. Además, si no se está en los comienzos de una campaña, ese mismo cuerpo nuevo puede estar compuesto de elementos tomados de acá y de allá, lo cual, en lo que se refiere a las fuerzas de que todavía dispone el beligerante, a la proximidad del momento en que esas fuerzas serán inferiores a las del adversario, puede facilitar indicaciones que darán a la misma operación que ese cuerpo va a intentar una significación diferente, porque, si ya no se halla en estado de reparar sus pérdidas, sus mismos triunfos no harán más que encaminarlo, aritméticamente, hacia el aniquilamiento final. Por otra parte, el número que designa al cuerpo que se le opone no tiene menos significación. Si, por ejemplo, es una unidad mucho más débil y que ha consumido ya varias unidades importantes del adversario,, la misma operación cambia de carácter, porque, aun cuando hubiese de acabar con la pérdida de la posición que el defensor ocupaba, el haberla ocupado durante algún tiempo puede ser un gran triunfo, si con fuerzas mínimas ha bastado para destruir otras muy importantes del adversario. Como puedes comprender, si en el análisis de los cuerpos comprometidos se encuentran cosas de tal importancia, el estudio de la posición misma, de las vías férreas, de las carreteras que esa posición domina, de los avituallamientos que protege, tienen mayores consecuencias aún. Hay que estudiar lo que llamaré todo el contexto militar —añadió, riéndose. (Y, en efecto, quedó tan satisfecho de esta expresión que, más adelante, cada vez que la empleaba, incluso meses después, tenía siempre la misma risa). Mientras que uno de los beligerantes prepara la acción, si lees que una de sus patrullas es destruida en las inmediaciones de la posición por el otro beligerante, una de las conclusiones que puedes sacar es que el primero trataba de percatarse de los trabajos defensivos con que el segundo tiene intención de hacer fracasar su ataque. Una acción particularmente violenta en un punto dado puede significar el deseo de conquistar ese punto, pero también el deseo de retener en él al adversario, de no responder a un ataque allí donde ha atacado o no ser más que una finta, inclusive, y ocultar, bajo esa intensificación de la violencia, disminuciones de tropas en ese lugar (finta clásica en las guerras de Napoleón). Por otra parte, para comprender el significado de una maniobra, su objetivo probable y, por consiguiente, de qué otras irá acompañado o seguida, no es indiferente consultar no tanto lo que sobre ese particular anuncie el mando —lo cual puede estar destinado a engañar al adversario, a disfrazar un posible fracaso—, como las ordenanzas militares del país. Siempre es de suponer que la maniobra que ha querido intentar un ejército es la que prescribía la ordenanza en vigor en circunstancias análogas. Si, por ejemplo, la ordenanza prescribe que un ataque de frente vaya acompañado de un ataque por el flanco; si, al fracasar este segundo ataque, el mando pretende que este último no tenía ninguna conexión con el primero y que sólo era una diversión, hay probabilidades de que la verdad deba buscarse en la ordenanza y no en lo que diga el mando. Y no sólo hay las ordenanzas de cada ejército, sino sus tradiciones, sus costumbres, sus doctrinas. El estudio de la acción diplomática en perpetuo estado de acción o de reacción sobre la acción militar, tampoco debe ser desatendido. Incidentes en apariencia insignificantes, mal comprendidos en su tiempo, te explicarán que el enemigo, contando con un auxilio de que esos incidentes explican que se ha visto privado, no ha ejecutado en realidad sino una parte de su acción estratégica. De suerte que, si sabes leer la historia militar, lo que es narración confusa para el común de los lectores será para ti un encadenamiento tan racional como un cuadro lo es para el aficionado que sabe mirar lo que el personaje lleva sobre sí y tiene en las manos, en tanto que el visitante atolondrado de los museos se deja atontar y poner la cabeza hecha un bombo por unos vagos colores. Pero, como ocurre con determinados cuadros, que no basta observar que el personaje sostiene un cáliz, sino que hay que saber por qué le ha puesto el pintor un cáliz en las manos, lo que simboliza con eso, esas operaciones militares, aun fuera de su fin inmediato, están de ordinario en el espíritu del general que dirige la campaña, calcadas en campañas más antiguas que son, si quieres, como el pasado, como la biblioteca, como la erudición, como la etimología, como la aristocracia de las nuevas batallas. Repara que no hablo en este momento de la identidad local, como yo diría, espacial de las batallas También existe. Un campo de batalla no ha sido, o no será a través de los siglos, más que el campo de una sola batalla. Si ha sido campo de batalla es porque reunía determinadas condiciones de situación geográfica, de naturaleza geológica, defectos, inclusive, propios para estorbar al adversario (porque un río lo cortase en dos) y que han hecho de ese lugar un buen campo de batalla. Por consiguiente, lo ha sido, lo será. No se Hace un estudio de pintor de una habitación cualquiera; no se hace un campo de batalla de cualquier lugar. Hay lugares predestinados. Pero, una vez más, no es de esto de lo que hablaba, sino del tipo de batalla que se imita, de una especie de calco estratégico, de remedo táctico, si quieres: la batalla de Ulm, de Lodi, de Leipzig, de Cannas. No sé si habrá guerras aún, ni entre qué pueblos; pero si las hay, ten por seguro que habrá (y conscientemente por parte del jefe) un Cannas, un Austerlitz, un Rosbach, un Waterloo, sin hablar de las demás; algunos no se muerden la lengua para decirlo. El mariscal von Schieffer y el general de Falkenhausen han preparado de antemano contra Francia una batalla de Cannas, del género Aníbal, con fijación del adversario en todo el frente y avance por las dos alas, sobre todo por la derecha, en Bélgica, mientras que Bernhadi prefiere el orden oblicuo de Federico el Grande, Lenthen más bien que Camias. Otros exponen con menos crudeza sus miras, pero te garantizo, querido, que Beauconseil, el comandante de caballería ese a quien te he presentado el otro día y que es un oficial de mucho porvenir, ha madurado su pequeño ataque al Pratzen, se lo sabe palmo a palmo, lo guarda en reserva, y, como alguna vez tenga ocasión de ejecutarlo, no le fallará el golpe y nos servirá su plan en gran escala. El rompimiento del centro en Rívoli, ¡bueno!, eso volverá a hacerse como haya nuevas guerras. Está tan poco mandado recoger como la Ríada. Añado que estamos casi condenados a los ataques de frente, porque no se quiere volver a caer en el error del 70, sino hacer la ofensiva, nada más que la ofensiva. Lo único que me desconcierta es que si sólo a espíritus retardatarios veo oponerse a esta magnífica doctrina, con todo, uno de mis maestros más jóvenes, que es un hombre de genio,, Mangin, quisiera que se dejase su puesto, puesto provisional, naturalmente, a la defensiva. No se sabe qué responderle cuando cita como ejemplo a Austerlitz, donde la defensiva no es más que el preludio del ataque y de la victoria.»
Ces théories de Saint–Loup me rendaient heureux. Elles me faisaient espérer que peut-être je n′étais pas dupe dans ma vie de Doncières, à l′égard de ces officiers dont j′entendais parler en buvant du sauternes qui projetait sur eux son reflet charmant, de ce même grossissement qui m′avait fait paraître énormes, tant que j′étais à Balbec, le roi et la reine d′Océanie, la petite société des quatre gourmets, le jeune homme joueur, le beau-frère de Legrandin, maintenant diminués à mes yeux jusqu′à me paraître inexistants. Ce qui me plaisait aujourd′hui ne me deviendrait peut-être pas indifférent demain, comme cela m′était toujours arrivé jusqu′ici, l′être que j′étais encore en ce moment n′était peut-être pas voué à une destruction prochaine, puisque, à la passion ardente et fugitive que je portais, ces quelques soirs, à tout ce qui concernait la vie militaire, Saint–Loup, par ce qu′il venait de me dire touchant l′art de la guerre, ajoutait un fondement intellectuel, d′une nature permanente, capable de m′attacher assez fortement pour que je pusse croire, sans essayer de me tromper moi-même, qu′une fois parti, je continuerais à m′intéresser aux travaux de mes amis de Doncières et ne tarderais pas à revenir parmi eux. Afin d′être plus assuré pourtant que cet art de la guerre fût bien un art au sens spirituel du mot: Estas teorías de Saint-Loup me hacían feliz. Me permitían esperar que acaso no me engañase en mi vida de Doncières respecto de estos oficiales de quienes oía hablar bebiendo el sauternes que proyectaba sobre ellos su reflejo de hechizo, con el mismo fenómeno de aumento que había hecho que me pareciesen enormes, mientras estaba en Balbec, el rey y la reina de Oceanía, la minúscula sociedad de los cuatro sibaritas, el joven jugador, el cuñado de Legrandin, disminuidos ahora a mis ojos hasta parecerme inexistentes. Lo que hoy me agradaba tal vez no llegase a serme indiferente mañana, como me había ocurrido siempre hasta aquí; el ser que todavía era yo en este momento acaso no estuviese llamado a una destrucción próxima, ya que a la pasión ardiente y fugitiva; que ponía yo en estos escasos días en todo lo concerniente a la vida militar, Saint-Loup, con lo que acababa de decirme tocante al arte de la guerra, añadía un fundamento intelectual de naturaleza permanente, capaz de sujetarme con bastante fuerza para que pudiese creer, sin tratar de engañarme a mí mismo, que, una vez fuera de allí, seguiría interesándome por los trabajos de mis amigos de Doncières, y que no tardaría en volver a su lado. A fin de estar más seguro, sin embargo, de que ese arte de la guerra fuese propiamente un arte en el sentido espiritual de la palabra:
— Vous m′intéressez, pardon, tu m′intéresses beaucoup, dis-je à Saint–Loup, mais dis-moi, il y a un point qui m′inquiète. Je sens que je pourrais me passionner pour l′art militaire, mais pour cela il faudrait que je ne le crusse pas différent à tel point des autres arts, que la règle apprise n′y fût pas tout. Tu me dis qu′on calque des batailles. Je trouve cela en effet esthétique, comme tu disais, de voir sous une bataille moderne une plus ancienne, je ne peux te dire comme cette idée me plaît. Mais alors, est-ce que le génie du chef n′est rien? Ne fait-il vraiment qu′appliquer des règles? Ou bien, à science égale, y a-t-il de grands généraux comme il y a de grands chirurgiens qui, les éléments fournis par deux états maladifs étant les mêmes au point de vue matériel, sentent pourtant à un rien, peut-être fait de leur expérience, mais interprété, que dans tel cas ils ont plutôt à faire ceci, dans tel cas plutôt à faire cela, que dans tel cas il convient plutôt d′opérer, dans tel cas de s′abstenir? —Me interesa usted, perdón, me interesas mucho —le dije a Saint-Loup—; pero, mira, hay un punto que me preocupa. Siento que podría apasionarme por el arte militar, mas para ello sería preciso que no lo creyese hasta tal extremo diferente de las demás artes que en él no lo fuese todo la regla aprendida. Me dices que las batallas se calcan Encuentro estético, en efecto, como decías tú, ver bajo una batalla moderna otra más antigua; no puedo decirte cómo me gusta esta idea. Pero entonces, ¿es que el genio del jefe no es nada? ¿No hace realmente más que aplicar reglas? ¿O bien, en igualdad de saber, hay grandes generales, como hay grandes cirujanos que, con ser los mismos desde un punto de vista material los elementos dados por dos estados morbosos, sienten, sin embargo, por un detalle ínfimo, debido tal vez a su experiencia, pero sometido luego a interpretación, que en el caso tal deben hacer de preferencia tal cosa, que en el caso cual deben hacer más bien lo otro, que en tal otro caso es preferible operar, y que en el caso de más allá conviene abstenerse"
— Mais je crois bien! Tu verras Napoléon ne pas attaquer quand toutes les règles voulaient qu′il attaquât, mais une obscure divination le lui déconseillait. Par exemple, vois à Austerlitz ou bien, en 1806, ses instructions à Lannes. Mais tu verras des généraux imiter scolastiquement telle manoeuvre de Napoléon et arriver au résultat diamétralement opposé. Dix exemples de cela en 1870. Mais même pour l′interprétation de ce que peut faire l′adversaire, ce qu′il fait n′est qu′un symptôme qui peut signifier beaucoup de choses différentes. Chacune de ces choses a autant de chance d′être la vraie, si on s′en tient au raisonnement et à la science, de même que, dans certains cas complexes, toute la science médicale du monde ne suffira pas à décider si la tumeur invisible est fibreuse ou non, si l′opération doit être faite ou pas. C′est le flair, la divination genre Mme de Thèbes (tu me comprends) qui décide chez le grand général comme chez le grand médecin. Ainsi je t′ai dit, pour te prendre un exemple, ce que pouvait signifier une reconnaissance au début d′une bataille. Mais elle peut signifier dix autres choses, par exemple faire croire à l′ennemi qu′on va attaquer sur un point pendant qu′on veut attaquer sur un autre, tendre un rideau qui l′empêchera de voir les préparatifs de l′opération réelle, le forcer à amener des troupes, à les fixer, à les immobiliser dans un autre endroit que celui où elles sont nécessaires, se rendre compte des forces dont il dispose, le tâter, le forcer à découvrir son jeu. Même quelquefois, le fait qu′on engage dans une opération des troupes énormes n′est pas la preuve que cette opération soit la vraie; car on peut l′exécuter pour de bon, bien qu′elle ne soit qu′une feinte, pour que cette feinte ait plus de chances de tromper. Si j′avais le temps de te raconter à ce point de vue les guerres de Napoléon, je t′assure que ces simples mouvements classiques que nous étudions, et que tu nous verras faire en service en campagne, par simple plaisir de promenade, jeune cochon; non, je sais que tu es malade, pardon! eh bien, dans une guerre, quand on sent derrière eux la vigilance, le raisonnement et les profondes recherches du haut commandement, on est ému devant eux comme devant les simples feux d′un phare, lumière matérielle, mais émanation de l′esprit et qui fouille l′espace pour signaler le péril aux vaisseaux. J′ai même peut-être tort de te parler seulement littérature de guerre. En réalité, comme la constitution du sol, la direction du vent et de la lumière indiquent de quel côté un arbre poussera, les conditions dans lesquelles se font une campagne, les caractéristiques du pays où on manoeuvre, commandent en quelque sorte et limitent les plans entre lesquels le général peut choisir. De sorte que le long des montagnes, dans un système de vallées, sur telles plaines, c′est presque avec le caractère de nécessité et de beauté grandiose des avalanches que tu peux prédire la marche des armées. —¡Pues ya lo creo! Verás que Napoleón no ataca cuando todas las reglas exigíais que atacase, sino que una obscura adivinación le disuadía de hacerlo. Por ejemplo, fíjate en Austerlitz, o bien, en 1806, en sus instrucciones de Lannes. Pero verás que algunos generales imitan escolásticamente tal maniobra de Napoleón, y llegan al resultado diametralmente opuesto. Diez ejemplos de ellos tenemos en 1870. Pero aun en lo que se refiere a la interpretación de lo que puede hacer el adversario, lo que hace no es más que un síntoma que puede significar muchas cosas diferentes. Cada una de esas cosas posee iguales probabilidades de ser la verdadera, si nos atenemos al razonamiento y a la ciencia, del mismo modo que en ciertos casos complejos toda la ciencia médica del mundo no bastará, para decidir si el tumor invisible es fibroso a no, si debe hacerse o no la operación. Es el olfato, la adivinación del género de madame de Thèbes (ya me entiendes) lo que decide, en el general como en el gran médico. Así he dicho, para ponerte un ejemplo, lo que podía significar un reconocimiento al principio de una batalla. Pero eso mismo puede significar otras diez cosas; por ejemplo: hacer creer al enemigo que se va a atacar por un punto, mientras que se quiere atacar por otro; tender una cortina que le impida ver los preparativos de la operación real; obligarle a reunir tropas, a fijarlas, a inmovilizarlas en otro sitio que allí donde son necesarias; percatarse de las fuerzas de que dispone, tantearlo, forzarlo a que descubra su juego. Incluso, a veces, el hecho de que se comprometan en una operación tropas enormes no prueba que esa operación sea la verdadera; porque puede ejecutarse seriamente, bien que sea sólo una finta, para que esa finta tenga más probabilidades de engañar. Si tuviera tiempo de relatarte desde este punto de vista las guerras de Napoleón, te aseguro que los simples movimientos clásicos que estudiamos y que nos verás hacer cuando estemos de servicio en el campo, por simple gusto de pasear, bergante... no, bien sé que estás enfermo, ¡perdón!; bueno, pues en una guerra, cuando se siente tras esos movimientos la vigilancia, el razonamiento y las profundas investigaciones del alto mando, se siente uno conmovido ante ellos como ante los simples fuegos de un faro, luz material, pero emanación del espíritu, que hurga el espacio para señalar el peligro a los barcos. Acaso haga mal, incluso, en hablarte solamente de la literatura de la guerra. En realidad, así como la constitución del suelo, la dirección del viento y de la luz indican de qué lado ha de crecer un árbol; así las condiciones en que se lleva a cabo una campaña, las características del terreno en que se maniobra, dirigen en cierto modo y limitan los planes en que puede escoger el general. De manera que siguiendo las montañas, en un sistema de valles, en determinadas llanuras, puedes, casi con el carácter de necesidad y de grandiosa belleza de las avalanchas, predecir la marcha de los ejércitos.
— Tu me refuses maintenant la liberté chez le chef, la divination chez l′adversaire qui veut lire dans ses plans, que tu m′octroyais tout à l′heure. —Niegas ahora la libertad del jefe, la adivinación del adversario que quiere leer en sus planes, cuando hace un instante la admitías.
— Mais pas du tout! Tu te rappelles ce livre de philosophie que nous lisions ensemble à Balbec, la richesse du monde des possibles par rapport au monde réel. Eh bien! c′est encore ainsi en art militaire. Dans une situation donnée, il y aura quatre plans qui s′imposent et entre lesquels le général a pu choisir, comme une maladie peut suivre diverses évolutions auxquelles le médecin doit s′attendre. Et là encore la faiblesse et la grandeur humaines sont des causes nouvelles d′incertitude. Car entre ces quatre plans, mettons que des raisons contingentes (comme des buts accessoires à atteindre, ou le temps qui presse, ou le petit nombre et le mauvais ravitaillement de ses effectifs) fassent préférer au général le premier plan, qui est moins parfait mais d′une exécution moins coûteuse, plus rapide, et ayant pour terrain un pays plus riche pour nourrir son armée. Il peut, ayant commencé par ce premier plan dans lequel l′ennemi, d′abord incertain, lira bientôt, ne pas pouvoir y réussir, à cause d′obstacles trop grands — c′est ce que j′appelle l′aléa né de la faiblesse humaine — l′abandonner et essayer du deuxième ou du troisième ou du quatrième plan. Mais il se peut aussi qu′il n′ait essayé du premier — et c′est ici ce que j′appelle la grandeur humaine — que par feinte, pour fixer l′adversaire de façon à le surprendre là où il ne croyait pas être attaqué. C′est ainsi qu′à Ulm, Mack, qui attendait l′ennemi à l′ouest, fut enveloppé par le nord où il se croyait bien tranquille. Mon exemple n′est du reste pas très bon. Et Ulm est un meilleur type de bataille d′enveloppement que l′avenir verra se reproduire parce qu′il n′est pas seulement un exemple classique dont les généraux s′inspireront, mais une forme en quelque sorte nécessaire (nécessaire entre d′autres, ce qui laisse le choix, la variété), comme un type de cristallisation. Mais tout cela ne fait rien parce que ces cadres sont malgré tout factices. J′en reviens à notre livre de philosophie, c′est comme les principes rationnels, ou les lois scientifiques, la réalité se conforme à cela, à peu près, mais rappelle-toi le grand mathématicien Poincaré, il n′est pas sûr que les mathématiques soient rigoureusement exactes. Quant aux règlements eux-mêmes, dont je t′ai parlé, ils sont en somme d′une importance secondaire, et d′ailleurs on les change de temps en temps. Ainsi pour nous autres cavaliers, nous vivons sur le Service en Campagne de 1895 dont on peut dire qu′il est périmé, puisqu′il repose sur la vieille et désuète doctrine qui considère que le combat de cavalerie n′a guère qu′un effet moral par l′effroi que la charge produit sur l′adversaire. Or, les plus intelligents de nos maîtres, tout ce qu′il y a de meilleur dans la cavalerie, et notamment le commandant dont je te parlais, envisagent au contraire que la décision sera obtenue par une véritable mêlée où on s′escrimera du sabre et de la lance et où le plus tenace sera vainqueur non pas simplement moralement et par impression de terreur, mais matériellement. —¡Nada de eso! ¿Recuerdas aquel libro de filosofía que leíamos juntos en Balbec, la riqueza del mundo de las posibilidades respecto del mundo real? Pues, bueno, lo mismo ocurre en arte militar. En una situación dada habrá cuatro planes que se impongan, y entre los cuales ha podido escoger el general, como una enfermedad puede seguir diversas evoluciones con las que el médico debe contar. Y también en esto son nuevas causas de incertidumbre la debilidad y la grandeza humanas. Porque entre esos cuatro planes pongamos que razones contingentes (como son fines accesorios que hay que conseguir, o el tiempo, que apremia, o el escaso número y el mal avituallamiento de sus hombres en efectivo) hagan que el general prefiera el primer plan, que es menos perfecto, pero de ejecución menos costosa, más rápida, y que tiene por terreno una comarca más rica para alimentar a su ejército. Es posible que, habiendo empezado por ese primer plan que el enemigo, inseguro al principio, leerá de corrido bien pronto, al no poder salir adelante con él, debido a obstáculos demasiado grandes —es lo que llamo yo el albur nato de la debilidad humana—, el general tenga que abandonarlo y acometer el segundo, el tercero o el cuarto. Mas puede ocurrir asimismo que sólo haya intentado el primero —y es lo que yo llamo la grandeza humana— por finta, para inmovilizar al adversario de modo que lo sorprenda allí por donde no creía que hubiera de ser atacado. Así fue como en Ulm, Mack, que esperaba al enemigo por el oeste, se vio envuelto por el norte, donde se creía sobradamente tranquilo. Mi ejemplo, por lo demás, no es muy bueno. Y Ulm es uno de los mejores tipos de batalla de movimientos envolventes que el porvenir verá reproducirse, porque no sólo es un ejemplo clásico en que habrán de inspirarse los generales, sino una forma en cierto modo necesaria (necesaria entre otras, lo cual deja margen a la opción, a la variedad), como un tipo de cristalización. Pero todo esto no quiere decir nada, ya que estos cuadros son, a pesar de todo, ficticios. Vuelvo a nuestro libro de filosofía; es lo mismo que los principios racionales, o que las leyes científicas: la realidad se ajusta, sobre poco más o menos, a esto; pero acuérdate del gran matemático Poincaré: no es seguro que las matemáticas sean rigurosamente exactas. En cuanto a las ordenanzas de que te he hablado, tienen, en suma, una importancia secundaria, y, por otra parte, cambian de tiempo en tiempo. Así; nosotros, los de caballería, vivimos con arreglo al Servicio de campaña de 1895, del cual puede decirse que está mandado recoger, ya que descansa en la añeja y anticuada doctrina que considera que el combate de caballería tiene poco más que un efecto moral, por el terror que la carga produce en el adversario. Ahora bien, los más inteligentes de nuestros maestros, lo mejor de la caballería, y especialmente el comandante de que antes te hablaba, consideran, por el contrario, que la decisión se conseguirá gracias a una verdadera refriega en que se esgriman el sable yla lanza, yen la que el más tenaz saldrá vencedor, no sólo moralmente y por la impresión de terror, sino materialmente.
— Saint–Loup a raison et il est probable que le prochain Service en Campagne portera la trace de cette évolution, dit mon voisin. —Tiene razón Saint-Loup, y es probable que el próximo Servicio de campaña presente la huella de esa evolución —dijo mi vecino.
— Je ne suis pas fâché de ton approbation, car tes avis semblent faire plus impression que les miens sur mon ami, dit en riant Saint–Loup, soit que cette sympathie naissante entre son camarade et moi l′agaçât un peu, soit qu′il trouvât gentil de la consacrer en la constatant aussi officiellement. Et puis j′ai peut-être diminué l′importance des règlements. On les change, c′est certain. Mais en attendant ils commandent la situation militaire, les plans de campagne et de concentration. S′ils reflètent une fausse conception stratégique, ils peuvent être le principe initial de la défaite. Tout cela, c′est un peu technique pour toi, me dit-il. Au fond, dis-toi bien que ce qui précipite le plus l′évolution de l′art de la guerre, ce sont les guerres elles-mêmes. Au cours d′une campagne, si elle est un peu longue, on voit l′un des belligérants profiter des leçons que lui donnent les succès et les fautes de l′adversaire, perfectionner les méthodes de celui-ci qui, à son tour, enchérit. Mais cela c′est du passé. Avec les terribles progrès de l′artillerie, les guerres futures, s′il y a encore des guerres, seront si courtes qu′avant qu′on ait pu songer à tirer parti de l′enseignement, la paix sera faite. —No me desagrada tu aprobación, porque tus opiniones parece que hacen más impresión que las mías en mi amigo —dijo, riendo, Saint-Loup, bien porque esta simpatía naciente entre su camarada y yo le irritase un tanto, bien porque le pareciese delicado consagrarla reconociéndola tan oficialmente—. Y, por otra parte, acaso he disminuido la importancia de las ordenanzas. Verdad es que cambian. Pero mientras no son alteradas, dirigen la situación militar, los planes de campaña y de concentración. Si reflejan una falsa concepción estratégica, pueden ser el principio inicial de la derrota. Todo esto es un poco técnico para ti —me dijo—. En el fondo, di que lo que más precipita la evolución del arte de la guerra son las mismas guerras. En el curso de una campaña, si es un poco larga, se ve cómo cada beligerante aprovecha las lecciones que le dan los triunfos y las equivocaciones del adversario, y cómo perfecciona los métodos de éste, que a su vez compite con él en el mismo juego. Pero esto pertenece al pasado. Con los tremendos progresos de la artillería, las guerras futuras, si es que llega a haberlas aún, serán tan cortas que, antes de que se haya podido pensar en sacar partido de la lección, se habrá hecho la paz.
— Ne sois pas si susceptible, dis-je à Saint–Loup, répondant à ce qu′il avait dit avant ces dernières paroles. Je t′ai écouté avec assez d′avidité! —No seas tan susceptible —le dije a Saint-Loup, respondiendo a lo que había dicho antes de estas últimas palabras—. ¡Con bastante avidez te he estado escuchando!
— Si tu veux bien ne plus prendre la mouche et le permettre, reprit l′ami de Saint–Loup, j′ajouterai à ce que tu viens de dire que, si les batailles s′imitent et se superposent, ce n′est pas seulement à cause de l′esprit du chef. Il peut arriver qu′une erreur du chef (par exemple son appréciation insuffisante de la valeur de l′adversaire) l′amène à demander à ses troupes des sacrifices exagérés, sacrifices que certaines unités accompliront avec une abnégation si sublime, que leur rôle sera par là analogue à celui de telle autre unité dans telle autre bataille, et seront cités dans l′histoire comme des exemples interchangeables: pour nous en tenir à 1870, la garde prussienne à Saint–Privat, les turcos à Froeschviller et à Wissembourg. —Si consientes en no volver a amoscarte, y me lo permites —terció el amigo de Saint- Loup—, añadiré a lo que acabas de decir que si las batallas se imitan y superponen no es sólo por el talento del jefe. Puede ocurrir que un error del jefe (por ejemplo, su apreciación insuficiente del valor del adversario) le lleve a exigir de sus tropas sacrificios exagerados, sacrificios que ciertas unidades llevarán a cabo con una abnegación tan sublime que su papel será, por ello, análogo al de tal otra unidad en tal otra batalla, y ambas serán citadas en la historia como ejemplos intercambiables: para atenernos a 1870, la Guardia prusiana en Saint-Privat; los turcos en Froeschviller y Wissembourg.
— Ah! interchangeables, très exact! excellent! tu es intelligent, dit Saint–Loup. —¡Oh! ¡Intercambiables! ¡Exactísimo! ¡Excelente! ¡Qué inteligente eres! — dijo Saint- Loup.
Je n′étais pas indifférent à ces derniers exemples, comme chaque fois que sous le particulier on me montrait le général. Mais pourtant le génie du chef, voilà ce qui m′intéressait, j′aurais voulu me rendre compte en quoi il consistait, comment, dans une circonstance donnée, où le chef sans génie ne pourrait résister à l′adversaire, s′y prendrait le chef génial pour rétablir la bataille compromise, ce qui, au dire de Saint–Loup, était très possible et avait été réalisé par Napoléon plusieurs fois. Et pour comprendre ce que c′était que la valeur militaire, je demandais des comparaisons entre les généraux dont je savais les noms, lequel avait le plus une nature de chef, des dons de tacticien, quitte à ennuyer mes nouveaux amis, qui du moins ne le laissaient pas voir et me répondaient avec une infatigable bonté. Estos últimos ejemplos, como me ocurría cuantas veces alguien me mostraba lo general bajo lo particular, no me dejaban indiferente. Pero, así y todo, lo que me interesaba era el genio del jefe; hubiera querido darme cuenta de en qué consistía, de cómo, en una circunstancia dada en que un jefe falto de genio no podría resistir al adversario, se las arreglaría el jefe genial para restablecer la batalla comprometida, cosa que, al decir de Saint-Loup, era muy posible y había sido realizada numerosas veces por Napoleón. Y para comprender lo que era el valor militar, solicitaba comparaciones entre aquellos generales cuyos nombres me eran conocidos, cuál poseía en mayor medida naturaleza de jefe, dotes de táctico, con riesgo de aburrir a mis nuevos amigos, que por lo menos no lo dejaban ver y me respondían con infatigable bondad.
Je me sentais séparé— non seulement de la grande nuit glacée qui s′étendait au loin et dans laquelle nous entendions de temps en temps le sifflet d′un train qui ne faisait que rendre plus vif le plaisir d′être là, ou les tintements d′une heure qui heureusement était encore éloignée de celle où ces jeunes gens devraient reprendre leurs sabres et rentrer — mais aussi de toutes les préoccupations extérieures, presque du souvenir de Mme de Guermantes, par la bonté de Saint–Loup à laquelle celle de ses amis qui s′y ajoutait donnait comme plus d′épaisseur; par la chaleur aussi de cette petite salle à manger, par la saveur des plats raffinés qu′on nous servait. Ils donnaient autant de plaisir à mon imagination qu′à ma gourmandise; parfois le petit morceau de nature d′où ils avaient été extraits, bénitier rugueux de l′huître dans lequel restent quelques gouttes d′eau salée, ou sarment noueux, pampres jaunis d′une grappe de raisin, les entourait encore, incomestible, poétique et lointain comme un paysage, et faisant se succéder au cours du dîner les évocations d′une sieste sous une vigne et d′une promenade en mer; d′autres soirs c′est par le cuisinier seulement qu′était mise en relief cette particularité originale des mets, qu′il présentait dans son cadre naturel comme une oeuvre d′art; et un poisson cuit au court-bouillon était′ apporté dans un long plat en terre, où, comme il se détachait en relief sur des jonchées d′herbes bleuâtres, infrangible mais contourné encore d′avoir été jeté vivant dans l′eau bouillante, entouré d′un cercle de coquillages d′animalcules satellites, crabes, crevettes et moules, il avait l′air d′apparaître dans une céramique de Bernard Palissy. Me sentía separado, no sólo de la vasta noche glacial que se extendía a lo lejos, y en la que oíamos de cuando en cuando el pitido de un tren, que no hacía más que intensificar el placer de estar allí, o las campanadas de una hora que afortunadamente estaba lejos aún de aquella en que estos jóvenes tendrían que coger de nuevo sus sables y volverse a casa, sino también de todas las preocupaciones externas, casi del recuerdo de la señora de Guermantes, gracias a la bondad de Saint-Loup, a la que la de sus amigos, que se añadía a ella, daba como más espesor; gracias al calor, también, de esta reducida habitación donde comíamos, al sabor de los exquisitos platos que en ella nos servían, y que daban tanto gusto a mi imaginación como a mi gula; a veces, la parcela de naturaleza de que habían sido extraídos, rugosa pila de agua bendita de la ostra en que quedan algunas gotas de agua salada, o sarmiento nudoso, pámpanos amarillentos de un racimo de uva, los rodeaba aún, incomestible, poética y remota como un paisaje, haciendo que se sucediesen en el curso del almuerzo las evocaciones de una siesta bajo una viña y de un paseo por mar; otras noches era el cocinero tan sólo quien ponía de relieve esta particularidad original de los manjares, que presentaba en su cuadro natural como una obra de arte, y nos traían un pescado cocido en media salsa en una besuguera de barro, en la que, como se destacaba en relieve sobre puñados de hierbas azuladas, infrangible, pero retorcido aún de haber sido arrojado con vida al agua hirviente, rodeado de un círculo de animalillos satélites, cangrejos, quisquillas y almejas, era como si apareciese en una cerámica de Bernardo Palissy.
— Je suis jaloux, je suis furieux, me dit Saint–Loup, moitié en riant, moitié sérieusement, faisant allusion aux interminables conversations à part que j′avais avec son ami. Est-ce que vous le trouvez plus intelligent que moi? est-ce que vous l′aimez mieux que moi? Alors, comme ça, il n′y en a plus que pour lui? (Les hommes qui aiment énormément une femme, qui vivent dans une société d′hommes à femmes se permettent des plaisanteries que d′autres qui y verraient moins d′innocence n′oseraient pas.) —Tengo celos, estoy furioso —me dijo Saint-Loup, medio en broma, medio en serio, haciendo alusión a las interminables conversaciones que yo sostenía aparte con su amigo—. ¿Lo encuentra usted más inteligente que yo? ¿Lo prefiere a mí? Vamos, ¿es que ya nadie más que él existe para usted? —Los hombres que quieren desaforadamente a una mujer, que viven en una sociedad de mujeriegos, se permiten bromas a que no se atreverían otros que verían en ellas menos inocencia.
Dès que la conversation devenait générale, on évitait de parler de Dreyfus de peur de froisser Saint–Loup. Pourtant, une semaine plus tard, deux de ses camarades firent remarquer combien il était curieux que, vivant dans un milieu si militaire, il fût tellement dreyfusard, presque antimilitariste: «C′est, dis-je, ne voulant pas entrer dans des détails, que l′influence du milieu n′a pas l′importance qu′on croit . . . » Certes, je comptais m′en tenir là et ne pas reprendre les réflexions que j′avais présentées à Saint–Loup quelques jours plus tôt. Malgré cela, comme ces mots-là, du moins, je les lui avais dits presque textuellement, j′allais m′en excuser en ajoutant: «C′est justement ce que l′autre jour . . . » Mais j′avais compté sans le revers qu′avait la gentille admiration de Robert pour moi et pour quelques autres personnes. Cette admiration se complétait d′une si entière assimilation de leurs idées, qu′au bout de quarante-huit heures il avait oublié que ces idées n′étaient pas de lui. Aussi en ce qui concernait ma modeste thèse, Saint–Loup, absolument comme si elle eût toujours habité son cerveau et si je ne faisais que chasser sur ses terres, crut devoir me souhaiter la bienvenue avec chaleur et m′approuver. En cuanto la conversación se generalizaba, evitábase hablar de Dreyfus, por temor de molestar a Saint-Loup. Sin embargo, una semana más tarde, dos de sus camaradas hicieron notar lo curioso que era que, viviendo en un ambiente tan militar, fuese hasta tal punto dreyfusista, antimilitarista casi. —Es —dije yo, sin querer entrar en detalles— que la influencia del medio no tiene la influencia que se cree... En realidad, contaba con detenerme en este punto y no repetir las reflexiones que días antes había expuesto a Saint-Loup. Sin embargo, como estas palabras, por lo menos, se las había dicho casi textualmente, iba a disculparme diciendo: «Eso es, precisamente, lo que el otro día...» Pero no había contado con el reverso que tenía la delicada admiración de Roberto respecto a mí y a algunas otras personas. Esta admiración se completa con una tan completa admiración por sus ideas, que al cabo de cuarenta y ocho horas se había olvidado de que esas ideas no eran de él. Así; en lo que concernía a mi modesta tesis, Saint-Loup, absolutamente como si ésta hubiese habitado siempre su cerebro y yo no hiciera otra cosa que cazar en su coto, se creyó en el deber de darme calurosamente la bienvenida y aprobar:
— Mais oui! le milieu n′a pas d′importance. —¡Pues claro que sí! El medio no tiene importancia.
Et avec la même force que s′il avait peur que je l′interrompisse ou ne le comprisse pas: Y con la misma fuerza que si tuviese miedo de que yo lo interrumpiera o de que no lo comprendiese
— La vraie influence, c′est celle du milieu intellectuel! On est l′homme de son idée! —¡La verdadera influencia es la del medio intelectual! ¡Cada cual es el hombre de su idea!
Il s′arrêta un instant, avec le sourire de quelqu′un qui a bien digéré, laissa tomber son monocle, et posant son regard comme une vrille sur moi: Detúvose un instante, con la sonrisa del que ha digerido bien; dejó caer su monóculo, y clavando en mí su mirada como una barrena.
— Tous les hommes d′une même idée sont pareils, me dit-il, d′un air de défi. Il n′avait sans doute aucun souvenir que je lui avais dit peu de jours auparavant ce qu′il s′était en revanche si bien rappelé. —Todos los hombres de la misma idea son semejantes —me dijo, con expresión de desafío. Sin duda no conservaba ningún recuerdo de que yo le había dicho días antes lo que él, en desquite, había recordado tan bien.
Je n′arrivais pas tous les soirs au restaurant de Saint–Loup dans les mêmes dispositions. Si un souvenir, un chagrin qu′on a, sont capables de nous laisser au point que nous ne les apercevions plus, ils reviennent aussi et parfois de longtemps ne nous quittent. Il y avait des soirs où, en traversant la ville pour aller vers le restaurant, je regrettais tellement Mme de Guermantes, que j′avais peine à respirer: on aurait dit qu′une partie de ma poitrine avait été sectionnée par un anatomiste habile, enlevée, et remplacée par une partie égale de souffrance immatérielle, par un équivalent de nostalgie et d′amour. Et les points de suture ont beau avoir été bien faits, on vit assez malaisément quand le regret d′un être est substitué aux viscères, il a l′air de tenir plus de place qu′eux, on le sent perpétuellement, et puis, quelle ambigueacute; d′être obligé de penser une partie de son corps! Seulement il semble qu′on vaille davantage. A la moindre brise on soupire d′oppression, mais aussi de langueur. Je regardais le ciel. S′il était clair, je me disais: «Peut-être elle est à la campagne, elle regarde les mêmes étoiles», et qui sait si, en arrivant au restaurant, Robert ne va pas me dire: «Une bonne nouvelle, ma tante vient de m′écrire, elle voudrait te voir, elle va venir ici.» Ce n′est pas dans le firmament seul que je mettais la pensée de Mme de Guermantes. Un souffle d′air un peu doux qui passait semblait m′apporter un message d′elle, comme jadis de Gilberte dans les blés de Méséglise: on ne change pas, on fait entrer dans le sentiment qu′on rapporte à un être bien des éléments assoupis qu′il réveille mais qui lui sont étrangers. Et puis ces sentiments particuliers, toujours quelque chose en nous s′efforce de les amener à plus de vérité, c′est-à-dire de les faire se rejoindre à un sentiment plus général, commun à toute l′humanité, avec lequel les individus et les peines qu′ils nous causent nous sont seulement une occasion de communiquer. Ce qui mêlait quelque plaisir à ma peine c′est que je la savais une petite partie de l′universel amour. Sans doute de ce que je croyais reconnaître des tristesses que j′avais éprouvées à propos de Gilberte, ou bien quand le soir, à Combray, maman ne restait pas dans ma chambre, et aussi le souvenir de certaines pages de Bergotte, dans la souffrance que j′éprouvais et à laquelle Mme de Guermantes, sa froideur, son absence, n′étaient pas liées clairement comme la cause l′est à l′effet dans l′esprit d′un savant, je ne concluais pas que Mme de Guermantes ne fût pas cette cause. N′y a-t-il pas telle douleur physique diffuse, s′étendant par irradiation dans des régions extérieures à la partie malade, mais qu′elle abandonne pour se dissiper entièrement si un praticien touche le point précis d′où elle vient? Et pourtant, avant cela, son extension lui donnait pour nous un tel caractère de vague et de fatalité, qu′impuissants à l′expliquer, à la localiser même, nous croyions impossible de la guérir. Tout en m′acheminant vers le restaurant je me disais: «Il y a déjà quatorze jours que je n′ai vu Mme de Guermantes.» Quatorze jours, ce qui ne paraissait une chose énorme qu′à moi qui, quand il s′agissait de Mme de Guermantes, comptais par minutes. Pour moi ce n′était plus seulement les étoiles et la brise, mais jusqu′aux divisions arithmétiques du temps qui prenaient quelque chose de douloureux et de poétique. Chaque jour était maintenant comme la crête mobile d′une colline incertaine: d′un côté, je sentais que je pouvais descendre vers l′oubli; de l′autre, j′étais emporté par le besoin de revoir la duchesse. Et j′étais tantôt plus près de l′un ou de l′autre, n′ayant pas d′équilibre stable. Un jour je me dis: «Il y aura peut-être une lettre ce soir» et en arrivant dîner j′eus le courage de demander à Saint–Loup: No llegaba yo todos los días a la fonda de Saint- Loup en la misma disposición de ánimo. Si un recuerdo, una pena que tenemos, son capaces de abandonarnos hasta el punto de que ya no los distingamos, también vuelven y, durante mucho tiempo, a veces, no nos dejan. Había tardes en que, al atravesar la ciudad para ir hacia la fonda, hasta tal punto echaba de menos a la señora de Guermantes que me costaba trabajo, respirar: hubiérase dicho que una parte de mi pecho había sido seccionada por un hábil anatómico, que me la hubiesen, quitado y substituido con una parte igual de sufrimiento inmaterial, un equivalente de nostalgia y de amor. Y de nada sirve que los puntos de sutura hayan sido bien dados; se vive con bastante trabajo cuando la añoranza de un ser viene a sustituir a las vísceras, parece como que ocupa más espacio que éstas, la siente uno perpetuamente, y luego, qué ambigüedad la de verse obligado a pensar un aparte de su propio cuerpo. Únicamente parece que valga tino más. A la menor brisa se suspira de opresión, pero también de languidez. Miraba yo al cielo. Si estaba claro, me decía: «acaso esté en el campo y contemple las mismas estrellas»; y quién sabe si cuando llegue ala fonda no me dirá Roberto: «¡Una buena noticia! Acaba de escribirme mi tía, quisiera verte, va a venir aquí». No sólo en el firmamento ponía yo el pensamiento de la señora de Guermantes. Un soplo de aire un poco suave que pasaba parecía traerme un mensaje suyo, como en otro tiempo me lo traía de Gilberta, en los trigales de Méséglise no cambiamos, hacemos entrar en el sentimiento que referimos a un ser muchos elementos adormecidos que ese ser despierta, pero que le son extraños. Y luego hay algo en, nosotros que se esfuerza en reducir esos sentimientos particulares a una mayor verdad; es decir, a hacer que se adhieran a un sentimiento más general, común a toda la humanidad, conque los individuos y los trabajos que nos dan son para nosotros no más que ocasión de comunicarnos. Lo que mezclaba algún placer a mi pena es que yo sabía que ésta era una parcela del amor universal. Sin duda que, porque creyese reconocer tristezas que había sufrido por Gilberta, o cuando, a la noche, en Combray, mamá no se quedaba en mi alcoba, así corno también el recuerdo de ciertas páginas de Bergotte en el sufrimiento que sentía y al cual la señora de Guermantes, su frialdad, su ausencia, no estaban unidas claramente como la causa y el efecto en el espíritu de un sabio, no deducía yo que la señora de Guermantes no fuese esa causa. ¿No hay dolores físicos difusos que se extienden por irradiación a regiones exteriores a la parte enferma, pero que abandonan esas regiones para disiparse por completo si un práctico toca en el punto preciso de donde esos dolores vienen? Y, sin embargo, antes de eso, su extensión les daba para nosotros tal carácter de vaguedad, de fatalidad, que, impotentes para explicarlos, para localizarlos siquiera, creíamos imposible su curación. Mientras me dirigía a la fonda, me decía: «Hace catorce días que no he visto ala señora de Guermantes». Catorce días, cosa que sólo me parecía enorme a mí, que, cundo se trataba de la señora de Guermantes, contaba por minutos. Para mí, no sólo ya las estrellas y la brisa, sino las divisiones aritméticas del tiempo cobraban un sentido doloroso y poético. Cada día era ahora como la movible cresta de una imprecisa colina: por una parte sentía yo que podía descender hasta el olvido; por la otra, me sentía arrebatado por la necesidad de volver a ver a la duquesa. Y tan pronto me hallaba más cerca de una vertiente como de la otra, falto de equilibrio estable. Un día me dije: «Quizá haya carta esta noche», y al llegar al almuerzo tuve valor para decir a Saint-Loup
— Tu n′as pas par hasard des nouvelles de Paris? —¿Has tenido, por casualidad, noticias de París"
— Si, me répondit-il d′un air sombre, elles sont mauvaises. —Sí —me respondió con gesto avinagrado—; malas noticias.
Je respirai en comprenant que ce n′était que lui qui avait du chagrin et que les nouvelles étaient celles de sa maîtresse. Mais je vis bientôt qu′une de leurs conséquences serait d′empêcher Robert de me mener de longtemps chez sa tante. Respiré al comprender que a quien afectaba la pena era exclusivamente a él, y que las noticias eran de su querida. Pero bien pronto vi que una de sus consecuencias iba a ser impedir a Roberto que me llevase en mucho tiempo a casa de su tía.
J′appris qu′une querelle avait éclaté entre lui et sa maîtresse, soit par correspondance, soit qu′elle fût venue un matin le voir entre deux trains. Et les querelles, même moins graves, qu′ils avaient eues jusqu′ici, semblaient toujours devoir être insolubles. Car elle était de mauvaise humeur, trépignait, pleurait, pour des raisons aussi incompréhensibles que celles des enfants qui s′enferment dans un cabinet noir, ne viennent pas dîner, refusant toute explication, et ne font que redoubler de sanglots quand, à bout de raisons, on leur donne des claques. Saint–Loup souffrit horriblement de cette brouille, mais c′est une manière de dire qui est trop simple, et fausse par là l′idée qu′on doit se faire de cette douleur. Quand il se retrouva seul, n′ayant plus qu′à songer à sa maîtresse partie avec le respect pour lui qu′elle avait éprouvé en le voyant si énergique, les anxiétés qu′il avait eues les premières heures prirent fin devant l′irréparable, et la cessation d′une anxiété est une chose si douce, que la brouille, une fois certaine, prit pour lui un peu du même genre de charme qu′aurait eu une réconciliation. Ce dont il commença à souffrir un peu plus tard furent une douleur, un accident secondaires, dont le flux venait incessamment de lui-même, à l′idée que peut-être elle aurait bien voulu se rapprocher; qu′il n′était pas impossible qu′elle attendît un mot de lui; qu′en attendant, pour se venger elle ferait peut-être, tel soir, à tel endroit, telle chose, et qu′il n′y aurait qu′à lui télégraphier qu′il arrivait pour qu′elle n′eût pas lieu; que d′autres peut-être profitaient du temps qu′il laissait perdre, et qu′il serait trop tard dans quelques jours pour la retrouver car elle serait prise. De toutes ces possibilités il ne savait rien, sa maîtresse gardait un silence qui finit par affoler sa douleur jusqu′à lui faire se demander si elle n′était pas cachée à Doncières ou partie pour les Indes. Me enteré de que había surgido una disputa entre él y su amante, ya fuese por correspondencia o porque ella hubiera venido a verlo una mañana, entre dos trenes. Y las riñas, con ser menos graves, que hasta aquí habían tenido, parecía siempre que hubieran de ser insolubles. Porque ella se ponía de mal humor, pataleaba, lloraba por razones tan incomprensibles como los niños que se encierran en un cuarto a obscuras, no salen a comer, negándose a la menor explicación, y no hacen más que redoblar sus sollozos cuando, agotadas todas las razones, se les dan unos cachetes. Saint-Loup sufrió horriblemente con esa riña, pero ésta es una manera de decir demasiado simple y falsea, por consiguiente, la idea que importa formarse de ese dolor. Cuando volvió a encontrarse a solas, sin tener ya que pensar en su querida, que se había ido llena del respeto que hacia él había sentido al verlo tan enérgico, las ansiedades que había experimentado en las primeras horas cesaron ante lo irreparable, y el final de una ansiedad es una cosa tan dulce, que la ruptura, una vez cierta, adquirió para él un poco del mismo género de encanto que hubiera tenido una reconciliación. Así, de lo que empezó a sufrir algo más tarde fue de un dolor, de un accidente secundario, cuyo flujo le llegaba incesantemente de sí mismo, ante la idea de que tal vez ella hubiera querido de buena gana volver a arreglarse, que no era imposible que esperase ana palabra suya, que mientras tanto, por vengarse, acaso hiciese en tal sitio tal cosa, y que no tendría más que telegrafiarle que llegaba para que ya no tuviese lugar de hacerla, que otros aprovechaban quizá el tiempo que él dejaba perder y que dentro de algunos momentos sería demasiado tarde para recuperarla, porque ya no estaría libre. Nada sabía de todas estas posibilidades; su amante guardaba un silencio que acabó por enloquecer su dolor hasta moverlo, a preguntarse si no estaría escondida en Doncières o si habría ido a las Indias.
On a dit que le silence était une force; dans un tout autre sens, il en est une terrible à la disposition de ceux qui sont aimés. Elle accroît l′anxiété de qui attend. Rien n′invite tant à s′approcher d′un être que ce qui en sépare, et quelle plus infranchissable barrière que le silence? On a dit aussi que le silence était un supplice, et capable de rendre fou celui qui y était astreint dans les prisons. Mais quel supplice — plus grand que de garder le silence — de l′endurer de ce qu′on aime! Robert se disait: «Que fait-elle donc pour qu′elle se taise ainsi? Sans doute, elle me trompe avec d′autres?» Il disait encore: «Qu′ai-je donc fait pour qu′elle se taise ainsi? Elle me hait peut-être, et pour toujours.» Et il s′accusait. Ainsi le silence le rendait fou en effet, par la jalousie et par le remords. D′ailleurs, plus cruel que celui des prisons, ce silence-là est prison lui-même. Une clôture immatérielle, sans doute, mais impénétrable, cette tranche interposée d′atmosphère vide, mais que les rayons visuels de l′abandonné ne peuvent traverser. Est-il un plus terrible éclairage que le silence, qui ne nous montre pas une absente, mais mille, et chacune se livrant à quelque autre trahison? Parfois, dans une brusque détente, ce silence, Robert croyait qu′il allait cesser à l′instant, que la lettre attendue allait venir. Il la voyait, elle arrivait, il épiait chaque bruit, il était déjà désaltéré, il murmurait: «La lettre! La lettre!» Après avoir entrevu ainsi une oasis imaginaire de tendresse, il se retrouvait piétinant dans le désert réel du silence sans fin. Se ha dicho que el silencio es una fuerza; en otro sentido lo es, terrible, cuando está a disposición de aquellos que son amados. Acrece la ansiedad del que espera. Nada nos incita tanto a aproximarnos a un ser como lo que de él nos separa, y ¿qué muro más infranqueable que el silencio? Se ha dicho también que el silencio era un suplicio capaz de volver loco a quien estaba condenado a él en prisiones. Pero, ¡qué suplicio, mayor aún que el de guardar silencio, el de soportarlo de parte de aquel a quien se quiere! Roberto se decía: «Pero, ¿qué hace, que calla así? Sin duda me engaña con otros». Se decía asimismo: «¿Qué he hecho yo para que calle así? Tal vez me odie y para siempre». Y se acusaba. Así, el silencio lo volvía loco, en efecto, de celos y de remordimiento. Por otra parte, este silencio, más cruel que el de las cárceles, es a su vez una cárcel. Es un tabique inmaterial, sin duda, pero impenetrable, capa interpuesta de atmósfera vacía, pero que no pueden atravesar los rayos visuales del abandonado. ¿Hay luz más terrible que la del silencio, que no nos muestra una ausente, sino mil, y cada una de ellas entregándose a alguna otra traición? Roberto, a veces, en un brusco descanso, creía que este silencio iba a cesar al momento, que la carta esperada iba a llegar. La veía, llegaba, espiaba cada ruido, desaparecía ya su ansia, murmuraba «¡La carta! ¡La carta!» Después de haber entrevisto así un imaginario oasis de ternura, volvía a encontrarse pataleando en el desierto real del silencio sin fin.
Il souffrait d′avance, sans en oublier une, toutes les douleurs d′une rupture qu′à d′autres moments il croyait pouvoir éviter, comme les gens qui règlent toutes leurs affaires en vue d′une expatriation qui ne s′effectuera pas, et dont la pensée, qui ne sait plus où elle devra se situer le lendemain, s′agite momentanément, détachée d′eux, pareille à ce coeur qu′on arrache à un malade et qui continue à battre, séparé du reste du corps. En tout cas, cette espérance que sa maîtresse reviendrait lui donnait le courage de persévérer dans la rupture, comme la croyance qu′on pourra revenir vivant du combat aide à affronter la mort. Et comme l′habitude est, de toutes les plantes humaines, celle qui a le moins besoin de sol nourricier pour vivre et qui apparaît la première sur le roc en apparence le plus désolé, peut-être en pratiquant d′abord la rupture par feinte, aurait-il fini par s′y accoutumer sincèrement. Mais l′incertitude entretenait chez lui un état qui, lié au souvenir de cette femme, ressemblait à l′amour. Il se forçait cependant à ne pas lui écrire, pensant peut-être que le tourment était moins cruel de vivre sans sa maîtresse qu′avec elle dans certaines conditions, ou qu′après la façon dont ils s′étaient quittés, attendre ses excuses était nécessaire pour qu′elle conservât ce qu′il croyait qu′elle avait pour lui sinon d′amour, du moins d′estime et de respect. Il se contentait d′aller au téléphone, qu′on venait d′installer à Doncières, et de demander des nouvelles, ou de donner des instructions à une femme de chambre qu′il avait placée auprès de son amie. Ces communications étaient du reste compliquées et lui prenaient plus de temps parce que, suivant les opinions de ses amis littéraires relativement à la laideur de la capitale, mais surtout en considération de ses bêtes, de ses chiens, de son singe, de ses serins et de son perroquet, dont son propriétaire de Paris avait cessé de tolérer les cris incessants, la maîtresse de Robert venait de louer une petite propriété aux environs de Versailles. Cependant lui, à Doncières, ne dormait plus un instant la nuit. Une fois, chez moi, vaincu par la fatigue, il s′assoupit un peu. Mais tout d′un coup, il commença à parler, il voulait courir, empêcher quelque chose, il disait: «Je l′entends, vous ne . . . vous ne. . . . » Il s′éveilla. Il me dit qu′il venait de rêver qu′il était à la campagne chez le maréchal des logis chef. Celui-ci avait tâché de l′écarter d′une certaine partie de la maison. Saint–Loup avait deviné que le maréchal des logis avait chez lui un lieutenant très riche et très vicieux qu′il savait désirer beaucoup son amie. Et tout à coup dans son rêve il avait distinctement entendu les cris intermittents et réguliers qu′avait l′habitude de pousser sa maîtresse aux instants de volupté. Il avait voulu forcer le maréchal des logis de le mener à la chambre. Et celui-ci le maintenait pour l′empêcher d′y aller, tout en ayant un certain air froissé de tant d′indiscrétion, que Robert disait qu′il ne pourrait jamais oublier. Sufría de antemano, sin olvidar uno, todos los dolores de una ruptura que en otros momentos creía poder evitar, como esas personas que arreglan sus asuntos con miras a una expatriación que no habrá de realizarse, y cuyo pensamiento, que ya no sabe dónde habrá de situarse al siguiente día, se agita momentáneamente, desgarrado de sus cuidados, semejante al corazón que se arranca a un enfermo y que sigue latiendo separado del resto del cuerpo. De todas formas, la esperanza de que su querida volvería le daba ánimos para perseverar en la ruptura, como la creencia de que se podrá volver con vida del combate ayuda a afrontar la muerte. Y como la costumbre es, de todas las plantas humanas, la que menos necesita de suelo nutricio para vivir, y la primera que surge sobre la roca en apariencia más desolada, tal vez fingiendo primero la ruptura hubiera acabado por acostumbrarse sinceramente a ella. Pero la incertidumbre lo tenía en un estado que, unido al recuerdo de aquella mujer, se parecía al amor. Se obligaba, mientras tanto, a no escribirle, pensando acaso, que era menos cruel el tormento de vivir sin su querida que el de vivir con ella en ciertas condiciones, o que, dada la forma en que se habían separado, era necesario esperar sus excusas para que ella conservase lo que él creía que sentía hacia él: si no amor, por lo menos estimación y respeto. Contentábase con ir al teléfono que acababan de instalar en Doncières y pedir noticias o dar instrucciones a una doncella que había puesto al lado de su amiga. Estas comunicaciones eran, por otra parte, complicadas, ya que, siguiendo las opiniones de sus amigos literarios tocante a la fealdad de la capital, aunque, sobre todo, en consideración a sus bichos, a sus perros, a su mono, a sus canarios y a su loro, cuyos incesantes gritos había cesado de tolerar su casero de París, la querida de Roberto acababa de alquilar un hotelito en los alrededores de Versalles. Mientras tanto él, en Doncières, ya no dormía ni un instante por la noche. Una vez, en mi cuarto, vencido por la fatiga, se quedó medio traspuesto. Pero de repente empezó a hablar, quería correr, impedir algo; decía: «Lo oigo, usted no..., usted no...». Se despertó. Me dijo que acababa de soñar que estaba en el campo, en casa del sargento mayor de caballería. Éste había tratado de alejarlo de cierta parte de la casa. Saint-Loup había adivinado que el sargento tenía alojado a un teniente muy rico y muy vicioso, del cual sabía que deseaba mucho a su amiga. Y de pronto había oído distintamente los quejidos intermitentes y regulares que tenía costumbre de lanzar ella en los instantes de goce. Había querido obligar al sargento a que la llevase a la habitación. Y éste lo sujetaba para impedir que fuese a la alcoba, mientras dejaba traslucir cierta expresión molesta ante tanta indiscreción, que Roberto decía que jamás podría olvidarlo.
— Mon rêve est idiot, ajouta-t-il encore tout essoufflé. —Mi sueño es idiota —añadió, sofocado.
Mais je vis bien que, pendant l′heure qui suivit, il fut plusieurs fois sur le point de téléphoner à sa maîtresse pour lui demander de se réconcilier. Mon père avait le téléphone depuis peu, mais je ne sais si cela eût beaucoup servi à Saint–Loup. D′ailleurs il ne me semblait pas très convenable de donner à mes parents, même seulement à un appareil posé chez eux, ce rôle d′intermédiaire entre Saint–Loup et sa maîtresse, si distinguée et noble de sentiments que pût être celle-ci. Le cauchemar qu′avait eu Saint–Loup s′effaça un peu de son esprit. Le regard distrait et fixe, il vint me voir durant tous ces jours atroces qui dessinèrent pour moi, en se suivant l′un l′autre, comme la courbe magnifique de quelque rampe durement forgée d′où Robert restait à se demander quelle résolution son amie allait prendre. Pero vi perfectamente que, durante la hora que siguió a su sueño, estuvo varias veces a punto de telefonear a su querida para pedirle que se reconciliasen. Mi padre hacía poco que tenía teléfono, pero no sé si esto le hubiera servido de mucho a Saint-Loup. Por otra parte, no me parecía muy conveniente asignar a mis padres, ni aun siquiera a un aparato instalado en su casa, semejante papel de medianeros entre Saint-Loup ysu querida, por distinguida ynoble de sentimientos que ésta pudiera ser. La pesadilla que había tenido Saint-Loup se borró un tanto de su espíritu. Fija y distraída la mirada, fue a verme en todos aquellos días atroces que dibujaron para mí, al sucederse uno tras otro, cómo la curva magnífica de una escalera duramente forjada, desde la cual seguía preguntándose Roberto qué resolución iría a adoptar su amiga.
Enfin, elle lui demanda s′il consentirait à pardonner. Aussitôt qu′il eut compris que la rupture était évitée, il vit tous les inconvénients d′un rapprochement. D′ailleurs il souffrait déjà moins et avait presque accepté une douleur dont il faudrait, dans quelques mois peut-être, retrouver à nouveau la morsure si sa liaison recommençait. Il n′hésita pas longtemps. Et peut-être n′hésita-t-il que parce qu′il était enfin certain de pouvoir reprendre sa maîtresse, de le pouvoir, donc de le faire. Seulement elle lui demandait, pour qu′elle retrouvât son calme, de ne pas revenir à Paris au 1er janvier. Or, il n′avait pas le courage d′aller à Paris sans la voir. D′autre part elle avait consenti à voyager avec lui, mais pour cela il lui fallait un véritable congé que le capitaine de Borodino ne voulait pas lui accorder. Ésta, por fin, le preguntó si consentiría en perdonar. En cuanto él hubo comprendido que la ruptura estaba evitada, vio todos los inconvenientes de un arreglo. Por otra parte, sufría menos ya y casi había aceptado un dolor cuya mordedura habría de volver a encontrar acaso de allí a pocos meses si sus relaciones se reanudaban. No dudó mucho, y quizá no dudó sino porque al fin estaba seguro de poder tomar de nuevo a su querida; de poder, y por consiguiente, de hacerlo. Lo único que le pidió ella para recobrar su tranquilidad, fue que no volviese a París el ° de enero. Ahora bien, él no tenía valor para ir a París sin verla. Ella, por otra parte, había consentido en viajar con él, más para esto hacía falta una licencia en regla, que el capitán de Borodino no quería concederle.
— Cela m′ennuie à cause de notre visite chez ma tante qui se trouve ajournée. Je retournerai sans doute à Paris à Pâques. —Me Fastidia por nuestra visita a mi tía, que ahora queda aplazada. Seguramente, volveré a París por Pascuas.
— Nous ne pourrons pas aller chez Mme de Guermantes à ce moment-là, car je serai déjà à Balbec. Mais ça ne fait absolument rien. —Para entonces no podremos ir a casa de la señora de Guermantes, porque ya estaré en Balbec. Pero eso no tiene ninguna importancia.
— A Balbec? mais vous n′y étiez allé qu′au mois d′août. —¿En Balbec? ¡Pero si todavía estuvo usted allí en agosto!
— Oui, mais cette année, à cause de ma santé, on doit m′y envoyer plus tôt. —Sí; pero este año, por causa de mi salud, tienen que mandarme a Balbec más pronto.
Toute sa crainte était que je ne jugeasse mal sa maîtresse, après ce qu′il m′avait raconté. «Elle est violente seulement parce qu′elle est trop franche, trop entière dans ses sentiments. Mais c′est un être sublime. Tu ne peux pas t′imaginer les délicatesses de poésie qu′il y a chez elle. Elle va passer tous les ans le jour des morts à Bruges. C′est «bien», n′est-ce pas? Si jamais tu la connais, tu verras, elle a une grandeur. . . . » Et comme il était imbu d′un certain langage qu′on parlait autour de cette femme dans des milieux littéraires: «Elle a quelque chose de sidéral et même de vatique, tu comprends ce que je veux dire, le poète qui était presque un prêtre.» Todo su temor era que yo juzgase mal a su querida por lo que él me había contado. «Es violenta únicamente porque es demasiada franca, demasiado entera en sus sentimientos. Pero es un ser sublime. No puedes imaginarte las delicadezas de poesía que hay en ella. Todos los años se va a pasar el día de Difuntos a Brujas. Es un rasgo bien, ¿verdad? Si llegas a conocerla algún día, ya verás qué grandeza. . . « Y como estaba imbuido de cierto lenguaje que se hablaba en los medios literarios en torno a aquella mujer «Tiene un no sé qué sideral, vatídico, inclusive; ya entiendes lo que quiero decir; el poeta que era casi un sacerdote».
Je cherchai pendant tout le dîner un prétexte qui permît à Saint–Loup de demander à sa tante de me recevoir sans attendre qu′il vînt à Paris. Or, ce prétexte me fut fourni par le désir que j′avais de revoir des tableaux d′Elstir, le grand peintre que Saint–Loup et moi nous avions connu à Balbec. Prétexte où il y avait, d′ailleurs, quelque vérité car si, dans mes visites à Elstir, j′avais demandé à sa peinture de me conduire à la compréhension et à l′amour de choses meilleures qu′elle-même, un dégel véritable, une authentique place de province, de vivantes femmes sur la plage (tout au plus lui eussé-je commandé le portrait des réalités que je n′avais pas su approfondir, comme un chemin d′aubépine, non pour qu′il me conservât leur beauté mais me la découvrît), maintenant au contraire, c′était l′originalité, la séduction de ces peintures qui excitaient mon désir, et ce que je voulais surtout voir, c′était d′autres tableaux d′Elstir. Durante todo el almuerzo busqué un pretexto que permitiese a Saint-Loup pedir a su tía que me recibiera sin esperar a que fuese él a París. El pretexto me lo deparó mi deseo de volver a ver cuadros de Elstir, el gran pintor que Saint-Loup y yo habíamos conocido en Balbec. Pretexto en que; por otra parte había cierto fondo de verdad, puesto que si en mis visitas a Elstir había pedido a su pintura que me llevase a la comprensión y al amor de cosas mejores que ella misma, a un verdadero deshielo, a una auténtica plaza de provincias, a unas mujeres vivas en la playa (a lo sumo le hubiese encargado el retrato de las realidades en que yo, no había sabido profundizar, como un camino entre espinos blancos, por ejemplo; no para que me conservara su belleza, sino para que me la descubriese), ahora, en cambio, era la originalidad, la seducción de esas mismas pinturas lo que excitaba mi deseo, y lo que, sobre todo, quería ver era otros cuadros de Elstir.
Il me semblait d′ailleurs que ses moindres tableaux, à lui, étaient quelque chose d′autre que les chefs-d′oeuvre de peintres même plus grands. Son oeuvre était comme un royaume clos, aux frontières infranchissables, à la matière sans seconde. Collectionnant avidement les rares revues où on avait publié des études sur lui, j′y avais appris que ce n′était que récemment qu′il avait commencé à peindre des paysages et des natures mortes, mais qu′il avait commencé par des tableaux mythologiques (j′avais vu les photographies de deux d′entre eux dans son atelier), puis avait été longtemps impressionné par l′art japonais. Me parecía, por otra parte, que sus menores cuadros eran cosa distinta de las obras maestras de otros pintores más grandes, inclusive. Su obra era como un reino cerrado, de fronteras infranqueables, de materia sin par. Coleccionando ávidamente las raras revistas en que se habían publicado estudios acerca de él, me había enterado de que hasta hacía poco no había comenzado a pintar paisajes y naturalezas muertas, que había empezado por hacer cuadros mitológicos (de dos de ellos había visto yo, fotografías en su estudio), y que después, por espacio de mucho tiempo, había sido impresionado por el arte japonés.
Certaines des oeuvres les plus caractéristiques de ses diverses manières se trouvaient en province. Telle maison des Andelys où était un de ses plus beaux paysages m′apparaissait aussi précieuse, me donnait un aussi vif désir du voyage, qu′un village chartrain dans la pierre meulière duquel est enchâssé un glorieux vitrail; et vers le possesseur de ce chef-d′oeuvre, vers cet homme qui au fond de sa maison grossière, sur la grand′rue, enfermé comme un astrologue, interrogeait un de ces miroirs du monde qu′est un tableau d′Elstir et qui l′avait peut-être acheté plusieurs milliers de francs, je me sentais porté par cette sympathie qui unit jusqu′aux coeurs, jusqu′aux caractères de ceux qui pensent de la même façon que nous sur un sujet capital. Or, trois oeuvres importantes de mon peintre préféré étaient désignées, dans l′une de ces revues, comme appartenant à Mme de Guermantes. Ce fut donc en somme sincèrement que, le soir où Saint–Loup m′avait annoncé le voyage de son amie à Bruges, je pus, pendant le dîner, devant ses amis, lui jeter comme à l′improviste: Algunas de las obras más características de sus diversas maneras se hallaban en provincias. Tal casa de Andelys, en que estaba uno de sus paisajes más hermosos, se me aparecía tan preciosa, me infundía tan vivo deseo del viaje corno un villorrio chartrense en cuya piedra arenisca está embutida una gloriosa vidriera; y hacia el poseedor de aquella obra maestra, hacia el hombre que en el fondo de su tosca casa con vistas a la calle Mayor, encerrado como un astrólogo, interrogaba uno de esos espejos del mundo que es un cuadro de Elstir, que a lo mejor habría comprado por unos miles de francos, me sentía impulsado por esa simpatía que une hasta los corazones, los caracteres inclusive de aquellos que piensan de la misma manera que nosotros sobre un punto capital. El caso era que tres obras importantes de mi pintor preferido aparecían designadas en una de aquellas revistas como pertenecientes a la señora de Guermantes. Sinceramente, pues, en fin de cuentas, pude, la tarde en que Saint-Loup me había anunciado el viaje de su amiga a Brujas, lanzarle como de improviso, delante de sus amigos:
—Écoute, tu permets? dernière conversation au sujet de la dame dont nous avons parlé. Tu te rappelles Elstir, le peintre que j′ai connu à Balbec? —Oye, perdona un momento... La última conversación que tuvimos respecto de la señora aquella de que hemos hablado... ¿Te acuerdas de Elstir, el pintor a quien conocí en Balbec"
— Mais, voyons, naturellement. —¡Claro que me acuerdo!
— Tu te rappelles mon admiration pour lui? —Recordarás mi admiración hacia él.
— Très bien, et la lettre que nous lui avions fait remettre. —Perfectamente, como también la carta que hicimos que le entregasen.
— Eh bien, une des raisons, pas des plus importantes, une raison accessoire pour laquelle je désirerais connaître ladite dame, tu sais toujours bien laquelle? —Bueno, pues una de las razones, no de las más importantes, sino una razón accesoria, por la que desearía conocer a esa señora; bien sabes cuál digo...
— Mais oui! que de parenthèses! —¡Pues no he de saberlo! ¡Cuánto paréntesis!
— C′est qu′elle a chez elle au moins un très beau tableau d′Elstir. — ...es que tiene en su casa por lo menos un cuadro de Elstir, hermosísimo.
— Tiens, je ne savais pas. —¡Hombre!, no lo sabía.
— Elstir sera sans doute à Balbec à Pâques, vous savez qu′il passe maintenant presque toute l′année sur cette côte. J′aurais beaucoup aimé avoir vu ce tableau avant mon départ. Je ne sais si vous êtes en termes assez intimes avec votre tante: ne pourriez-vous, en me faisant assez habilement valoir à ses yeux pour qu′elle ne refuse pas, lui demander de me laisser aller voir le tableau sans vous, puisque vous ne serez pas là? —Elstir estará seguramente en Balbec por Pascua; ya sabe usted que ahora pasa casi todo el año en esta costa. Me hubiera gustado mucho ver el cuadro ese antes de marcharme. No sé si usted estará en relación de suficiente intimidad con su tía: ¿no podría, haciéndome valer a sus ojos con bastante maña para que no se niegue, pedirle que me deje ir a ver sin usted el cuadro, ya que para entonces no estará usted allí"
— C′est entendu, je réponds pour elle, j′en fais mon affaire. —Délo usted por hecho, respondo de ella;, eso es cosa mía.
— Robert, comme je vous aime! —¡No sabe usted cómo lo quiero, Roberto!
— Vous êtes gentil de m′aimer mais vous le seriez aussi de me tutoyer comme vous l′aviez promis et comme tu avais commencé de le faire. —Es usted muy amable en quererme; pero también lo sería si me tutease, como me había prometido y como habías empezado a hacerlo.
— J′espère que ce n′est pas votre départ que vous complotez, me dit un des amis de Robert. Vous savez, si Saint–Loup part en permission, cela ne doit rien changer, nous sommes là. Ce sera peut-être moins amusant pour vous, mais on se donnera tant de peine pour tâcher de vous faire oublier son absence. —Espero que no será su partida lo que está usted maquinando —me dijo uno de los amigos de Roberto—. Mire usted, si Saint-Loup se va con permiso, nada ha de cambiar por ello; aquí estamos nosotros. Acaso sea menos divertido para usted, pero nos tomaremos todo el trabajo que sea preciso para tratar de hacerle olvidar su ausencia.
En effet, au moment où on croyait que l′amie de Robert irait seule à Bruges, on venait d′apprendre que le capitaine de Borodino, jusque-là d′un avis contraire, venait de faire accorder au sous-officier Saint–Loup une longue permission pour Bruges. Voici ce qui s′était passé. Le Prince, très fier de son opulente chevelure, était un client assidu du plus grand coiffeur de la ville, autrefois garçon de l′ancien coiffeur de Napoléon III. Le capitaine de Borodino était au mieux avec le coiffeur car il était, malgré ses façons majestueuses, simple avec les petites gens. Mais le coiffeur, chez qui le Prince avait une note arriérée d′au moins cinq ans et que les flacons de «Portugal», d′«Eau des Souverains», les fers, les rasoirs, les cuirs enflaient non moins que les shampoings, les coupes de cheveux, etc., plaçait plus haut Saint–Loup qui payait rubis sur l′ongle, avait plusieurs voitures et des chevaux de selle. Mis au courant de l′ennui de Saint–Loup de ne pouvoir partir avec sa maîtresse, il en parla chaudement au Prince ligoté d′un surplis blanc dans le moment que le barbier lui tenait la tête renversée et menaçait sa gorge. Le récit de ces aventures galantes d′un jeune homme arracha au capitaine-prince un sourire d′indulgence bonapartiste. Il est peu probable qu′il pensa à sa note impayée, mais la recommandation du coiffeur l′inclinait autant à la bonne humeur qu′à la mauvaise celle d′un duc. Il avait encore du savon plein le menton que la permission était promise et elle fut signée le soir même. Quant au coiffeur, qui avait l′habitude de se vanter sans cesse et, afin de le pouvoir, s′attribuait, avec une faculté de mensonge extraordinaire, des prestiges entièrement inventés, pour une fois qu′il rendit un service signalé à Saint–Loup, non seulement il n′en fit pas sonner le mérite, mais, comme si la vanité avait besoin de mentir, et, quand il n′y a pas lieu de le faire, cède la place à la modestie, n′en reparla jamais à Robert. En efecto, en el momento en que se creía que la amiga de Roberto tendría que irse sola a Brujas, acababa de saberse que el capitán de Borodino, que hasta entonces se mostraba de parecer opuesto, acababa de hacer que se concediese al alférez Saint-Loup una larga licencia para ir a Brujas. He aquí lo que había pasado. El príncipe, orgullosísimo de su opulenta cabellera era cliente asiduo del principal peluquero de la ciudad, dependiente en otro tiempo del antiguo peluquero de Napoleón III. El capitán de Borodino, se llevaba muy bien con el peluquero, porque era, a pesar de sus misteriosos modales, sencillo con los humildes. Mas el peluquero, en cuya casa tenía el príncipe una cuenta atrasada de cinco años, lo menos, cuenta que engrosaban los frascos de Portugal, de Agua de los Soberanos, las tenacillas, las navajas de afeitar, los suavizadores, no menos que los shampoings, los cortes de pelo, etcétera, ponía por encima de aquél a Saint-Loup, que pagaba a pedir de boca y tenía varios coches y caballos de silla. Enterado del apuro de Saint-Loup por no poder acompañar a su querida, habló calurosamente del caso al príncipe, agarrotado por una blanca sobrepelliz, en el momento en que el barbero le tenía con la cabeza derribada hacia atrás y amenazaba a su garganta. El relato de aquellas aventuras galantes de un joven arrancó al capitán-príncipe una sonrisa de indulgencia bonapartista. Es poco probable que pensase en su cuenta, por pagar aún, pero la recomendación del peluquero le inclinaba tanto al buen humor como al malo la recomendación de un duque. Aun tenía llena de jabón la barbilla cuando ya estaba prometida la licencia, que fue firmada aquella misma tarde. En cuanto al peluquero, que tenía la costumbre de alabarse de continuo y, para poder hacerlo, se atribuía con una facultad de mentira extraordinaria prestigios completamente inventados, para una vez que prestó un señalado servicio a Saint-Loup no sólo no echó a vuelo su mérito; sino que, como si la vanidad tuviese necesidad de mentir y cuando no había lugar a hacerlo cediese el puesto a la modestia, jamás volvió a hablar del caso a Roberto.
Tous les amis de Robert me dirent qu′aussi longtemps que je resterais à Doncières, ou à quelque époque que j′y revinsse, s′il n′était pas là, leurs voitures, leurs chevaux, leurs maisons, leurs heures de liberté seraient à moi et je sentais que c′était de grand coeur que ces jeunes gens mettaient leur luxe, leur jeunesse, leur vigueur au service de ma faiblesse. Todos me dijeron que mientras siguiese en Doncières, o en cualquier época que volviera, si Roberto no estaba allí, sus coches, sus caballos, sus casas, las horas que tuviesen libres estarían a mi disposición, y yo sentía que aquellos muchachos ponían de todo corazón su lujo, su juventud, su vigor al servicio de mi debilidad.
— Pourquoi du reste, reprirent les amis de Saint–Loup après avoir insisté pour que je restasse, ne reviendriez-vous pas tous les ans? vous voyez bien que cette petite vie vous plaît! Et, même, vous vous intéressez à tout ce qui se passe au régiment comme un ancien. —Por lo demás —continuaron los amigos de Saint-Loup después que hubieron insistido para que me quedase—, ¿por qué no ha de volver usted todos los años? Ya ve usted que esta vida le gusta. E, incluso se interesa por todo lo que ocurre en el regimiento, lo mismo que si fuese un veterano.
Car je continuais à leur demander avidement de classer les différents officiers dont je savais les noms, selon l′admiration plus ou moins grande qu′ils leur semblaient mériter, comme jadis, au collège, je faisais faire à mes camarades pour les acteurs du Théâtre-Français. Si à la place d′un des généraux que j′entendais toujours citer en tête de tous les autres, un Galliffet ou un Négrier, quelque ami de Saint–Loup disait: «Mais Négrier est un officier général des plus médiocres» et jetait le nom nouveau, intact et savoureux de Pau ou de Geslin de Bourgogne, j′éprouvais la même surprise heureuse que jadis quand les noms épuisés de Thiron ou de Febvre se trouvaient refoulés par l′épanouissement soudain du nom inusité d′Amaury. «Même supérieur à Négrier? Mais en quoi? donnez-moi un exemple.» Je voulais qu′il existât des différences profondes jusqu′entre les officiers subalternes du régiment, et j′espérais, dans la raison de ces différences, saisir l′essence de ce qu′était la supériorité militaire. L′un de ceux dont cela m′eût le plus intéressé d′entendre parler, parce que c′est lui que j′avais aperçu le plus souvent, était le prince de Borodino. Mais ni Saint–Loup, ni ses amis, s′ils rendaient en lui justice au bel officier qui assurait à son escadron une tenue incomparable, n′aimaient l′homme. Sans parler de lui évidemment sur le même ton que de certains officiers sortis du rang et francs-maçons, qui ne fréquentaient pas les autres et gardaient à côté d′eux un aspect farouche d′adjudants, ils ne semblaient pas situer M. de Borodino au nombre des autres officiers nobles, desquels à vrai dire, même à l′égard de Saint–Loup, il différait beaucoup par l′attitude. Eux, profitant de ce que Robert n′était que sous-officier et qu′ainsi sa puissante famille pouvait être heureuse qu′il fût invité chez des chefs qu′elle eût dédaignés sans cela, ne perdaient pas une occasion de le recevoir à leur table quand s′y trouvait quelque gros bonnet capable d′être utile à un jeune maréchal des logis. Seul, le capitaine de Borodino n′avait que des rapports de service, d′ailleurs excellents, avec Robert. C′est que le prince, dont le grand-père avait été fait maréchal et prince-duc par l′Empereur, à la famille de qui il s′était ensuite allié par son mariage, puis dont le père avait épousé une cousine de Napoléon III et avait été deux fois ministre après le coup d′État, sentait que malgré cela il n′était pas grand′ chose pour Saint–Loup et la société des Guermantes, lesquels à leur tour, comme il ne se plaçait pas au même point de vue qu′eux, ne comptaient guère pour lui. Il se doutait que, pour Saint–Loup, il était — lui apparenté aux Hohenzollern — non pas un vrai noble mais le petit-fils d′un fermier, mais, en revanche, considérait Saint–Loup comme le fils d′un homme dont le comté avait été confirmé par l′Empereur — on appelait cela dans le faubourg Saint–Germain les comtes refaits — et avait sollicité de lui une préfecture, puis tel autre poste placé bien bas sous les ordres de S.A. le prince de Borodino, ministre d′État, à qui l′on écrivait «Monseigneur» et qui était neveu du souverain. Porque yo seguía pidiéndoles ávidamente que clasificasen a aquellos oficiales cuyos nombres sabía, según la mayor o menor admiración que parecían merecerles, ni más ni menos que antaño,, en el colegio, obligaba a hacer a mis compañeros con los actores del teatro francés. Si en lugar de los generales que oía citar: siempre a la cabeza de todos, un Gollifet o un Négrier, algún amigo de Saint-Loup decía: «Pero Négrier es uno de los generales más mediocres», y lanzaba el nombre nuevo, intacto y sabroso de Pau o de Geslin de Bourgogne, sentía yo la misma sorpresa dichosa que antaño, cuando los nombres agotados de Thiron o de Febvre eran rechazados por la súbita aflorescencia del inusitado nombre de Amaury. «¿Superior incluso a Négrier? Pero, ¿en qué? Póngame usted un ejemplo.» Quería yo que existiesen diferencias profundas hasta entre los oficiales subalternos del regimiento, y esperaba captar en la razón de esas diferencias la esencia de lo que constituía la superioridad militar. De uno de los que más me hubiera interesado oír hablar, porque era a quien había visto más a menudo, era del príncipe de Borodino. Pero ni a Saint-Loup ni a sus amigos, si bien hacían justicia en él al oficial bizarro, que aseguraba a su escuadrón un orden incomparable, les hacía gracia el hombre. Sin hablar de él, desde luego, en el mismo tono con que se referían a ciertos oficiales procedentes de la clase de tropa yfrancmasones, que no trataban a los demás y conservaban respecto de ellos un aspecto huraño de ayudantes, no parecía que incluyesen al señor de Borodino en el número de los restantes oficiales nobles, de los cuales, a decir verdad, incluso en lo que se refería a Saint-Loup, difería mucho en la actitud. Ellos, aprovechándose de que Roberto no era más que suboficial y de que así su poderosa familia podía darse por contenta con que fuese invitado por unos jefes a los que, de no ser por eso, hubiera desdeñado, no perdían ocasión de recibirlo a su mesa cuando se encontraba en ella algún personaje de campanillas capaz de ser útil a un joven sargento de caballería. Sólo el capitán de Borodino no tenía otras relaciones que las del servicio, por lo demás excelentes, con Roberto, es que el príncipe, cuyo abuelo había sido hecho mariscal y príncipe-duque por el emperador, con cuya familia había entroncado luego por su matrimonio, el príncipe, cuyo padre, después, se había casado con una prima de Nappleón III y había sido por dos veces ministro después del golpe de Estado, sentía que, a pesar de eso, no era ninguna gran cosa para Saint-Loup y la sociedad de los Guermantes, los cuales, a su vez, como el príncipe no se situaba en el mismo punto de vista que ellos, contaban apenas para él. Sospechaba que para Saint-Loup, emparentado con los Hohenzollern, era, no un auténtico noble, sino el nieto de un colono; pero él, en desquite, consideraba a Saint-Loup como al hijo de un hombre cuyo condado había sido confirmado por el emperador —que era lo que se llamaba en el barrio de Saint-Germain los condes rehechos— y que había solicitado de aquél un gobierno civil, y luego tal otro puesto, situado muy bajo, a las órdenes de S. A. el príncipe de Borodino, ministro de Estado, a quien se daba tratamiento de monseñor por escrito y que era sobrino del soberano.
Plus que neveu peut-être. La première princesse de Borodino passait pour avoir eu des bontés pour Napoléon Ier qu′elle suivit à l′île d′Elbe, et la seconde pour Napoléon III. Et si, dans la face placide du capitaine, on retrouvait de Napoléon Ier, sinon les traits naturels du visage, du moins la majesté étudiée du masque, l′officier avait surtout dans le regard mélancolique et bon, dans la moustache tombante, quelque chose qui faisait penser à Napoléon III; et cela d′une façon si frappante qu′ayant demandé après Sedan à pouvoir rejoindre l′Empereur, et ayant été éconduit par Bismarck auprès de qui on l′avait mené, ce dernier levant par hasard les yeux sur le jeune homme qui se disposait à s′éloigner, fut saisi soudain par cette ressemblance et, se ravisant, le rappela et lui accorda l′autorisation que, comme à tout le monde, il venait de lui refuser. Más que sobrino, acaso. La primera princesa de Borodino pasaba por haber tenido ciertas complacencias para con Napoleón I, a quien siguió a la isla de Oba, y la segunda para con Napoleón III. Y si en la plácida faz del capitán se encontraban de Napoleón I, ya que no los rasgos naturales del rostro, por lo menos la majestad estudiada de la máscara, el oficial tenía, sobre todo en la mirada melancólica y bondadosa, en los bigotes caídos, algo que hacía pensar en Napoleón III, y de manera tan sorprendente que, como hubiera solicitado después de Sedán que se le permitiese ir al lado del emperador, y como hubiese sido despedido por Bismarck, a cuya presencia lo habían llevado, este último, al azar por casualidad los ojos hasta aquel joven que se disponía a alejarse, se sintió súbitamente impresionado por el parecido, y cambiando de parecer, lo mandó llamar yle concedió la autorización que como a todo el mundo acababa de negarle.
Si le prince de Borodino ne voulait pas faire d′avances à Saint–Loup ni aux autres membres de la société du faubourg Saint–Germain qu′il y avait dans le régiment (alors qu′il invitait beaucoup deux lieutenants roturiers qui étaient des hommes agréables), c′est que, les considérant tous du haut de sa grandeur impériale, il faisait, entre ces inférieurs, cette différence que les uns étaient des inférieurs qui se savaient l′être et avec qui il était charmé de frayer, étant, sous ses apparences de majesté, d′une humeur simple et joviale, et les autres des inférieurs qui se croyaient supérieurs, ce qu′il n′admettait pas. Aussi, alors que tous les officiers du régiment faisaient fête à Saint–Loup, le prince de Borodino à qui il avait été recommandé par le maréchal de X . . . se borna à être obligeant pour lui dans le service, où Saint–Loup était d′ailleurs exemplaire, mais il ne le reçut jamais chez lui, sauf en une circonstance particulière où il fut en quelque sorte forcé de l′inviter, et, comme elle se présentait pendant mon séjour, lui demanda de m′amener. Je pus facilement, ce soir-là, en voyant Saint–Loup à la table de son capitaine, discerner jusque dans les manières et l′élégance de chacun d′eux la différence qu′il y avait entre les deux aristocraties: l′ancienne noblesse et celle de l′Empire. Issu d′une caste dont les défauts, même s′il les répudiait de toute son intelligence, avaient passé dans son sang, et qui, ayant cessé d′exercer une autorité réelle depuis au moins un siècle, ne voit plus dans l′amabilité protectrice qui fait partie de l′éducation qu′elle reçoit, qu′un exercice comme l′équitation ou l′escrime, cultivé sans but sérieux, par divertissement, à l′encontre des bourgeois que cette noblesse méprise assez pour croire que sa familiarité les flatte et que son sans-gêne les honorerait, Saint–Loup prenait amicalement la main de n′importe quel bourgeois qu′on lui présentait et dont il n′avait peut-être pas entendu le nom, et en causant avec lui (sans cesser de croiser et de décroiser les jambes, se renversant en arrière, dans une attitude débraillée, le pied dans la main) l′appelait «mon cher». Mais au contraire, d′une noblesse dont les titres gardaient encore leur signification, tout pourvus qu′ils restaient de riches majorats récompensant de glorieux services, et rappelant le souvenir de hautes fonctions dans lesquelles on commande à beaucoup d′hommes et où l′on doit connaître les hommes, le prince de Borodino — sinon distinctement, et dans sa conscience personnelle et claire, du moins en son corps qui le révélait par ses attitudes et ses façons — considérait son rang comme une prérogative effective; à ces mêmes roturiers que Saint–Loup eût touchés à l′épaule et pris par le bras, il s′adressait avec une affabilité majestueuse, où une réserve pleine de grandeur tempérait la bonhomie souriante qui lui était naturelle, sur un ton empreint à la fois d′une bienveillance sincère et d′une hauteur voulue. Cela tenait sans doute à ce qu′il était moins éloigné des grandes ambassades et de la cour, où son père avait eu les plus hautes charges et où les manières de Saint–Loup, le coude sur la table et le pied dans la main, eussent été mal reçues, mais surtout cela tenait à ce que cette bourgeoisie, il la méprisait moins, qu′elle était le grand réservoir où le premier Empereur avait pris ses maréchaux, ses nobles, où le second avait trouvé un Fould, un Rouher. Si el príncipe de Borodino no quería ser el que diese los primeros pasos hacia Saint- Loup y los demás miembros de la sociedad del barrio de Saint-Germain que estaban en el regimiento (mientras que Invitaba con gran frecuencia a dos tenientes de clase baja, amables en su trato) era porque, como los consideraba a todos ellos desde lo alto de su imperial grandeza, establecía entre aquellos inferiores la diferencia de que unos sabían serlo, y él, por su parte, sentíase encantado de frisar con ellos, ya que, bajo sus majestuosas apariencias, era hombre de humor sencillo y jovial, al paso que los otros eran inferiores que se tenían por superiores, cosa por que el príncipe no pasaba. Así, mientras que todos los oficiales del regimiento mimaban a Saint-Loup, el príncipe de Borodino, a quien aquél había sido recomendado por el mariscal X..., se limitó a mostrarse atento con él en los actos del servicio, en el que, por lo demás, el comportamiento de Saint-Loup era ejemplar; pero no lo recibió nunca en su casa, fuera de una circunstancia particular en que se vio en cierto modo forzado a invitarlo, y, como fue durante mi estancia en Doncières, le pidió que me llevase consigo. Aquella noche, viendo a Saint-Loup a la mesa de su capitán, pude discernir fácilmente hasta en las maneras y en la elegancia de cada uno de ellos la diferencia que había entre ambas aristocracias: la antigua nobleza y la del Imperio. Nacido de una casta cuyos defectos, aun cuando los repudiase con toda su inteligencia, habían pasado a su sangre, y que por haber dejado de ejercer una autoridad real desde hace un siglo por lo menos ya no ve en la amabilidad protectora que forma parte de la educación que recibe otra cosa que un ejercicio, como la equitación o la esgrima, cultivado sin finalidad seria, por mera diversión, frente a los burgueses a quienes esa nobleza desprecia suficientemente para creer que su familiaridad los halaga y que su descortesía los honraría, Saint-Loup estrechaba amistosamente la mano dé cualquier burgués que le presentasen ycuyo nombre acaso no había oído, yal hablar con él (sin cesar de cruzar y descruzar las piernas, se retrepaba en su asiento, en una actitud de abandono, cogiéndose el pie con la mano) lo llamaba querido. En cambio, como procedente de una nobleza cuyos títulos conservaban todavía su significación, provistos como seguían estando de ricos mayorazgos que recompensaban gloriosos servicios y refrescaban el recuerdo de altas funciones en las que se ejerce mando sobre muchos hombres y en las que es preciso conocer a los hombres: el príncipe de Borodino —si no distintamente y en su conciencia personal y clara, cuando menos en su cuerpo, que lo revelaba en sus actitudes y en sus modales— consideraba su rango como una prerrogativa efectiva; a los mismos plebeyos a quienes Saint-Loup hubiera dado un golpecito en el hombro y cogido del brazo, el príncipe se dirigía con majestuosa afabilidad, en que una reserva llena de grandeza atemperaba la bonachonería sonriente y de una altanería deliberada. Debíase esto, sin duda, a que estaba menos alejado de las grandes embajadas y de la corte, donde su padre había ocupado los cargos más elevados, y donde los modales de Saint-Loup, con el codo puesto sobre la mesa y cogiéndose el pie con la mano, hubieran sido mal recibidos; pero, sobre todo, se debía a que despreciaba menos a la burguesía, porque era, el gran depósito de donde había sacado el primer emperador sus mariscales, sus nobles, y en que había encontrado el segundo un Fould, un Rouher.
Sans doute, fils ou petit-fils d′empereur, et qui n′avait plus qu′à commander un escadron, les préoccupations de son père et de son grand-père ne pouvaient, faute d′objet à quoi s′appliquer, survivre réellement dans la pensée de M. de Borodino. Mais comme l′esprit d′un artiste continue à modeler bien des années après qu′il est éteint la statue qu′il sculpta, elles avaient pris corps en lui, s′y étaient matérialisées, incarnées, c′était elles que reflétait son visage. C′est avec, dans la voix, la vivacité du premier Empereur qu′il adressait un reproche à un brigadier, avec la mélancolie songeuse du second qu′il exhalait la bouffée d′une cigarette. Quand il passait en civil dans les rues de Doncières un certain éclat dans ses yeux, s′échappant de sous le chapeau melon, faisait reluire autour du capitaine un incognito souverain; on tremblait quand il entrait dans le bureau du maréchal des logis chef, suivi de l′adjudant, et du fourrier comme de Berthier et de Masséna. Quand il choisissait l′étoffe d′un pantalon pour son escadron, il fixait sur le brigadier tailleur un regard capable de déjouer Talleyrand et tromper Alexandre; et parfois, en train de passer une revue d′installage, il s′arrêtait, laissant rêver ses admirables yeux bleus, tortillait sa moustache, avait l′air d′édifier une Prusse et une Italie nouvelles. Mais aussitôt, redevenant de Napoléon III Napoléon Ier, il faisait remarquer que le paquetage n′était pas astiqué et voulait goûter à l′ordinaire des hommes. Et chez lui, dans sa vie privée, c′était pour les femmes d′officiers bourgeois (à la condition qu′ils ne fussent pas francs-maçons) qu′il faisait servir non seulement une vaisselle de Sèvres bleu de roi, digne d′un ambassadeur (donnée à son père par Napoléon, et qui paraissait plus précieuse encore dans la maison provinciale qu′il habitait sur le Mail, comme ces porcelaines rares que les touristes admirent avec plus de plaisir dans l′armoire rustique d′un vieux manoir aménagé en ferme achalandée et prospère), mais encore d′autres présents de l′Empereur: ces nobles et charmantes manières qui elles aussi eussent fait merveille dans quelque poste de représentation, si pour certains ce n′était pas être voué pour toute sa vie au plus injuste des ostracismes que d′être «né», des gestes familiers, la bonté, la grâce et, enfermant sous un émail bleu de roi aussi, des images glorieuses, la relique mystérieuse, éclairée et survivante du regard. Et à propos des relations bourgeoises que le prince avait à Doncières, il convient de dire ceci. Le lieutenant-colonel jouait admirablement du piano, la femme du médecin-chef chantait comme si elle avait eu un premier prix au Conservatoire. Ce dernier couple, de même que le lieutenant-colonel et sa femme, dînaient chaque semaine chez M. de Borodino. Ils étaient certes flattés, sachant que, quand le Prince allait à Paris en permission, il dînait chez Mme de Pourtalès, chez les Murat, etc. Mais ils se disaient: «C′est un simple capitaine, il est trop heureux que nous venions chez lui. C′est du reste un vrai ami pour nous.» Mais quand M. de Borodino, qui faisait depuis longtemps des démarches pour se rapprocher de Paris, fut nommé à Beauvais, il fit son déménagement, oublia aussi complètement les deux couples musiciens que le théâtre de Doncières et le petit restaurant d′où il faisait souvent venir son déjeuner, et à leur grande indignation ni le lieutenant-colonel, ni le médecin-chef, qui avaient si souvent dîné chez lui, ne reçurent plus, de toute leur vie, de ses nouvelles. Sin duda por ser hijo o nieto de emperador y no tener que mandar sino un escuadrón, las preocupaciones de su padre y de su abuelo no podían, faltas de objeto a que aplicarse, sobrevivir realmente en el pensamiento del señor de Borodino. Pero de igual suerte que el espíritu de un artista sigue modelando muchos años después de haberse extinguido la estatua que esculpió, así esas preocupaciones habían tomado cuerpo en él, se habían materializado, encarnado, y eran ellas lo que su rostro reflejaba. Con la vivacidad, en la voz, del primer emperador, dirigía un reproche a un cabo, como con la melancolía ensoñadora del segundo exhalaba la bocanada de humo de un cigarrillo. Cuando pasaba vestido de paisano por las calles de Doncières, cierto fulgor, en sus ojos, escapándose por bajo el ala del sombrero hongo, hacía relucir en torno al capitán un incógnito soberano; le temblaban cuando entraba en la oficina del sargento mayor, seguido del ayudante ydel furriel como de Berthier yde Masséna. Cuando escogía una tela de pantalón para su escuadrón, clavada en el cabo sastre una mirada capaz de chasquear a Talleyrand y de engañar a Alejandro; a veces, mientras pasaba revista de policía, deteníase, dejando que soñasen sus admirables ojos azules, se retorcía el bigote, parecía como que estuviese edificando una Prusia y una Italia nuevas: , Pero inmediatamente, trocándose nuevamente de Napoleón III en Napoleón I, hacía notar que los equipos no estaban limpios y quería probar el rancho de la tropa. Y en su casa, en su vida privada, era para las mujeres de los oficiales burgueses (a condición de que éstos no fueran francmasones), para quienes hacía sacar no sólo una vajilla de Sévres de un azul regio, digna de un embajador (regalada a su padre por Napoleón, y que parecía más preciosa aún en la casa provinciana en que vivía, encima del juego de mallo, como esas raras porcelanas que los turistas admiran con más gusto en el rústico armario de una vieja casa solariega dispuesta como una granja acreditada y próspera), sino también otros presentes del emperador: aquellos nobles y encantadores modales que hubieran encajado asimismo a maravilla en algún cargo de representación, si el ser bien nacido no hubiese equivalido para ciertos hombres a estar reducidos de por vicia al más injusto de los ostracismos, ademanes familiares, bondad, gracia y, encerrando en un esmalte azul igualmente regio gloriosas imágenes, la reliquia misteriosa, clara y superviviente de la mirada. Y a propósito de las relaciones burguesas que tenía en Doncières el príncipe, hay algo que conviene decir. El teniente coronel tocaba admirablemente el piano; la mujer del médico jefe cantaba como si hubiese tenido un primer premio del Conservatorio. Esta última pareja, lo mismo que el teniente coronel y su mujer, cenaban una vez por semana en casa del señor de Borodino. Sentíanse lisonjeados, desde luego, ya que sabían que cuando el príncipe iba a París en uso de licencia, almorzaba en casa de la señora de Pourtalés, con los Murax, etc. Pero se decían; es un simple capitán, demasiada suerte tiene con que vengamos a su casa. Por lo demás, es un verdadero amigo para nosotros. Pero cuando el señor de Borodino, que desde hacía tiempo venía haciendo gestiones para acercarse a París, fue destinado a Beauvais y cambió de residencia, se olvidó completamente, también, de los dos matrimonios músicos tanto como del teatro de Doncières y del pequeño restaurante de donde hacía traer a menudo su almuerzo, y, con gran indignación de ellos, ni el teniente coronel, ni el médico jefe, que con tanta frecuencia habían almorzado en su casa, volvieron a recibir en su vida noticias suyas.
Un matin, Saint–Loup m′avoua, qu′il avait écrit à ma grand′mère pour lui donner de mes nouvelles et lui suggérer l′idée, puisque un service téléphonique fonctionnait entre Doncières et Paris, de causer avec moi. Bref, le même jour, elle devait me faire appeler à l′appareil et il me conseilla d′être vers quatre heures moins un quart à la poste. Le téléphone n′était pas encore à cette époque d′un usage aussi courant qu′aujourd′hui. Et pourtant l′habitude met si peu de temps à dépouiller de leur mystère les forces sacrées avec lesquelles nous sommes en contact que, n′ayant pas eu ma communication immédiatement, la seule pensée que j′eus ce fut que c′était bien long, bien incommode, et presque l′intention d′adresser une plainte. Comme nous tous maintenant, je ne trouvais pas assez rapide à mon gré, dans ses brusques changements, l′admirable féerie à laquelle quelques instants suffisent pour qu′apparaisse près de nous, invisible mais présent, l′être à qui nous voulions parler, et qui restant à sa table, dans la ville qu′il habite (pour ma grand′mère c′était Paris), sous un ciel différent du nôtre, par un temps qui n′est pas forcément le même, au milieu de circonstances et de préoccupations que nous ignorons et que cet être va nous dire, se trouve tout à coup transporté à des centaines de lieues (lui et toute l′ambiance où il reste plongé) près de notre oreille, au moment où notre caprice l′a ordonné. Et nous sommes comme le personnage du conte à qui une magicienne, sur le souhait qu′il en exprime, fait apparaître dans une clarté surnaturelle sa grand′mère ou sa fiancée, en train de feuilleter un livre, de verser des larmes, de cueillir des fleurs, tout près du spectateur et pourtant très loin, à l′endroit même où elle se trouve réellement. Nous n′avons, pour que ce miracle s′accomplisse, qu′à approcher nos lèvres de la planchette magique et à appeler — quelquefois un peu trop longtemps, je le veux bien — les Vierges Vigilantes dont nous entendons chaque jour la voix sans jamais connaître le visage, et qui sont nos Anges gardiens dans les ténèbres vertigineuses dont elles surveillent jalousement les portes; les Toutes–Puissantes par qui les absents surgissent à notre côté, sans qu′il soit permis de les apercevoir: les Danas de l′invisible qui sans cesse vident, remplissent, se transmettent les urnes des sons; les ironiques Furies qui, au moment que nous murmurions une confidence à une amie, avec l′espoir que personne ne nous entendait, nous crient cruellement: «J′écoute»; les servantes toujours irritées du Mystère, les ombrageuses prêtresses de l′Invisible, les Demoiselles du téléphone! Una mañana me confesó Saint-Loup que había escrito a mi abuela para darle noticias mías y sugerirle la idea de que, ya que funcionaba entre Doncières y París un servicio telefónico, hablase conmigo. En resumen, que aquel mismo día iba a hacerme llamar al aparato, y mi amigo me aconsejó que estuviese hacia las cuatro menos cuarto en Teléfonos. El teléfono todavía no era en aquella época de uso tan corriente como hoy. Y, sin embargo, la costumbre tarda tan poco en despojar de su misterio las formas sagradas con que estamos en contacto, que, como no obtuviese comunicación inmediatamente, lo único que se me ocurrió fue que aquello era muy largo, muy incómodo, y casi tuve intenciones de presentar una reclamación. Como todos ahora, no encontraba suficientemente rápida para mi gusto, en sus bruscos cambios, la admirable maravilla a que bastan unos instantes para que aparezca a nuestro lado, invisible pero presente, el ser a quien querríamos hablar y que, sin moverse de su mesa, en el pueblo en que habita (París, en el caso de mi abuela), bajo un cielo diferente del nuestro, con un tiempo que por fuerza no es el mismo, en medio de circunstancias y de preocupaciones que ignoramos y que ese ser va a decirnos, se encuentra súbitamente transportado a centenares de leguas (él y todo el ambiente en que permanece sumergido), cerca de nuestro oído, en el momento en que nuestro capricho lo ha ordenado. Y somos como el personaje del cuento a quien una hechicera, atendiendo al deseo que aquél ha formulado, hace aparecerse en una claridad sobrenatural a su abuela o su novia hojeando un libro, derramando lágrimas, cogiendo flores, muy cerca del espectador y, sin embargo, muy lejos, en el mismo paraje en que realmente se encuentra. Para que este milagro se efectúe no tenemos más que acercar nuestros labios a la tablilla mágica y llamar —con insistencia, demasiado excesiva a veces, convengo en ello— a las Vírgenes Vigilantes, cuya voz oímos todos los días sin conocer nunca su rostro, y que son nuestros Ángeles de la Guarda en las tinieblas vertiginosas, cuyas puertas vigilan celosamente; a las Todopoderosas por cuya intercesión surgen a nuestro lado los ausentes sin que nos esté permitido verlos; a las Danaides dé lo invisible que incesantemente vacían, colmar, se transmiten las urnas de los sonidos; a las irónicas Furias que, en el momento en que susurramos una confidencia a una amiga, con la esperanza de que nadie nos oiga, nos gritan cruelmente: «¡Escucho!»; a las siervas perennemente irritadas del Misterio, sacerdotisas recelosas de lo Invisible — a las señoritas del teléfono.
Et aussitôt que notre appel a retenti, dans la nuit pleine d′apparitions sur laquelle nos oreilles s′ouvrent seules, un bruit léger — un bruit abstrait — celui de la distance supprimée — et la voix de l′être cher s′adresse à nous. Y tan pronto como nuestra llamada ha resonado en la noche llena de apariciones, a la cual sólo nuestros oídos se abren, un ligero ruido —un ruido abstracto, el de la distancia suprimida—, y la voz del ser querido se dirige a nosotros.
C′est lui, c′est sa voix qui nous parle, qui est là. Mais comme elle est loin! Que de fois je n′ai pu l′écouter sans angoisse, comme si devant cette impossibilité de voir, avant de longues heures de voyage, celle dont la voix était si près de mon oreille, je sentais mieux ce qu′il y a de décevant dans l′apparence du rapprochement le plus doux, et à quelle distance nous pouvons être des personnes aimées au moment où il semble que nous n′aurions qu′à étendre la main pour les retenir. Présence réelle que cette voix si proche — dans la séparation effective! Mais anticipation aussi d′une séparation éternelle! Bien souvent, écoutant de la sorte, sans voir celle qui me parlait de si loin, il m′a semblé que cette voix clamait des profondeurs d′où l′on ne remonte pas, et j′ai connu l′anxiété qui allait m′étreindre un jour, quand une voix reviendrait ainsi (seule et ne tenant plus à un corps que je ne devais jamais revoir) murmurer à mon oreille des paroles que j′aurais voulu embrasser au passage sur des lèvres à jamais en poussière. Es él, es su voz que nos habla, que está ahí. Pero, ¡qué lejos está! ¡Cuántas veces no he podido menos de escucharla con angustia, tomo si ante esta imposibilidad de ver antes de largas horas de viaje a aquélla cuya voz estaba tan cerca de mi oído sintiese mejor lo que hay de falaz en la apariencia de la más dulce aproximación y a qué distancia podemos estar de las personas queridas en el momento en que parece que no tendríamos más que alargar la mano para retenerla! ¡Presencia real esta voz tan próxima, en la separación efectiva! ¡Pero, también, anticipaciones de una separación eterna! A menudo, escuchando así, sin ver a la que me hablaba de tan lejos, me ha parecido que aquella voz clamaba desde las profundidades de que no se vuelve a subir, y he conocido la ansiedad que habría de estrangularme un día, cuando una voz volviese así (sola, sin depender ya de un cuerpo que jamás había de volver a ver yo) a murmurar a mi oído palabras que hubiera querida besar a su paso por unos labios para siempre reducidos a polvo.
Ce jour-là, hélas, à Doncières, le miracle n′eut pas lieu. Quand j′arrivai au bureau de poste, ma grand′mère m′avait déjà demandé; j′entrai dans la cabine, la ligne était prise, quelqu′un causait qui ne savait pas sans doute qu′il n′y avait personne pour lui répondre car, quand j′amenai à moi le récepteur, ce morceau de bois se mit à parler comme Polichinelle; je le fis taire, ainsi qu′au guignol, en le remettant à sa place, mais, comme Polichinelle, dès que je le ramenais près de moi, il recommençait son bavardage. Je finis, en désespoir de cause, en raccrochant définitivement le récepteur, par étouffer les convulsions de ce tronçon sonore qui jacassa jusqu′à la dernière seconde et j′allai chercher l′employé qui me dit d′attendre un instant; puis je parlai, et après quelques instants de silence, tout d′un coup j′entendis cette voix que je croyais à tort connaître si bien, car jusque-là, chaque fois que ma grand′mère avait causé avec moi, ce qu′elle me disait, je l′avais toujours suivi sur la partition ouverte de son visage où les yeux tenaient beaucoup de place; mais sa voix elle-même, je l′écoutais aujourd′hui pour la première fois. Et parce que cette voix m′apparaissait changée dans ses proportions dès l′instant qu′elle était un tout, et m′arrivait ainsi seule et sans l′accompagnement des traits de la figure, je découvris combien cette voix était douce; peut-être d′ailleurs ne l′avait-elle jamais été à ce point, car ma grand′mère, me sentant loin et malheureux, croyait pouvoir s′abandonner à l′effusion d′une tendresse que, par «principes» d′éducatrice, elle contenait et cachait d′habitude. Elle était douce, mais aussi comme elle était triste, d′abord à cause de sa douceur même presque décantée, plus que peu de voix humaines ont jamais dû l′être, de toute dureté, de tout élément de résistance aux autres, de tout égoî²­e; fragile à force de délicatesse, elle semblait à tout moment prête à se briser, à expirer en un pur flot de larmes, puis l′ayant seule près de moi, vue sans le masque du visage, j′y remarquais, pour la première fois, les chagrins qui l′avaient fêlée au cours de la vie. Aquel día, por desgracia, en Doncières, el milagro no se efectuó. Cuando entré en la cabina, mi abuela había llamado ya; entré en la cabina, la línea estaba tornada, charlaba alguien que sin duda no sabía que no había nadie que le respondiese cuando yo acerqué a mí el receptor, y el trozo de madera se puso a hablar como Polichinela; lo hice callar, lo mismo que en el guiñol, volviendo a ponerlo en su sitio; pero, como Polichinela, desde el punto en que lo acercaba de nuevo a mí reanudaba su cháchara. Acabé, en último extremo, colgando definitivamente el receptor, para ahogar las convulsiones de aquel tarugo sonoro que estuvo picoteando hasta el último segundo, y me fui en busca del empleado, que me dijo que esperase un instante; después hablé, y al cabo de unos instantes de silencio, súbitamente, oí aquella voz que sin razón creía conocer tan bien, porque hasta entonces, cada vez que mi abuela hablaba conmigo, yo había seguido siempre lo que ella me decía en la partitura abierta de su rostro, en que los ojos entraban por mucho, mientras que su voz, propiamente, la escuchaba hoy por vez primera. Y como esa voz se me aparecía en sus proporciones desde el instante en que era un todo, y me llegaba de esta suerte sola, sin el acompañamiento de los rasgos del rostro, descubrí hasta qué punto era dulce; acaso, por lo demás, no lo había sido nunca en tal grado, porque mi abuela, al sentirme lejos y desgraciado, creía poder abandonarse a la efusión de una ternura que, por principios de educación, contenía y celaba de ordinario. Era dulce, pero también qué triste, en primer lugar por su dulzura misma, decantada casi, como muy pocas voces humanas han debido estarlo nunca, de toda dureza, de todo elemento de resistencia a los demás, de todo egoísmo; frágil en fuerza de delicadeza, parecía en todo momento pronto a quebrarse, a expirar en un puro raudal de lágrimas; además, al verla cerca de mí, sola, sin la máscara del rostro, noté en ella, por vez primera, las penas que la habían agrietado en el curso de la vida.
Était-ce d′ailleurs uniquement la voix qui, parce qu′elle était seule, me donnait cette impression nouvelle qui me déchirait? Non pas; mais plutôt que cet isolement de la voix était comme un symbole, une évocation, un effet direct d′un autre isolement, celui de ma grand′mère, pour la première fois séparée de moi. Les commandements ou défenses qu′elle m′adressait à tout moment dans l′ordinaire de la vie, l′ennui de l′obéissance ou la fièvre de la rébellion qui neutralisaient la tendresse que j′avais pour elle, étaient supprimés en ce moment et même pouvaient l′être pour l′avenir (puisque ma grand′mère n′exigeait plus de m′avoir près d′elle sous sa loi, était en train de me dire son espoir que je resterais tout à fait à Doncières, ou en tout cas que j′y prolongerais mon séjour le plus longtemps possible, ma santé et mon travail pouvant s′en bien trouver); aussi, ce que j′avais sous cette petite cloche approchée de mon oreille, c′était, débarrassée des pressions opposées qui chaque jour lui avaient fait contrepoids, et dès lors irrésistible, me soulevant tout entier, notre mutuelle tendresse. Ma grand′mère, en me disant de rester, me donna un besoin anxieux et fou de revenir. Cette liberté qu′elle me laissait désormais, et à laquelle je n′avais jamais entrevu qu′elle pût consentir, me parut tout d′un coup aussi triste que pourrait être ma liberté après sa mort (quand je l′aimerais encore et qu′elle aurait à jamais renoncé à moi). Je criais: «Grand′mère, grand′mère», et j′aurais voulu l′embrasser; mais je n′avais près de moi que cette voix, fantôme aussi impalpable que celui qui reviendrait peut-être, me visiter quand ma grand′mère serait morte. «Parle-moi»; mais alors il arriva que, me laissant plus seul encore, je cessai tout d′un coup de percevoir cette voix. Ma grand′mère ne m′entendait plus, elle n′était plus en communication avec moi, nous avions cessé d′être en face l′un de l′autre, d′être l′un pour l′autre audibles, je continuais à l′interpeller en tâtonnant dans la nuit, sentant que des appels d′elle aussi devaient s′égarer. Je palpitais de la même angoisse que, bien loin dans le passé, j′avais éprouvée autrefois, un jour que petit enfant, dans une foule, je l′avais perdue, angoisse moins de ne pas la retrouver que de sentir qu′elle me cherchait, de sentir qu′elle se disait que je la cherchais; angoisse assez semblable à celle que j′éprouverais le jour où on parle à ceux qui ne peuvent plus répondre et de qui on voudrait au moins tant faire entendre tout ce qu′on ne leur a pas dit, et l′assurance qu′on ne souffre pas. Il me semblait que c′était déjà une ombre chérie que je venais de laisser se perdre parmi les ombres, et seul devant l′appareil, je continuais à répéter en vain: «Grand′mère, grand′mère», comme Orphée, resté seul, répète le nom de la morte. Je me décidais à quitter la poste, à aller retrouver Robert à son restaurant pour lui dire que, allant peut-être recevoir une dépêche qui m′obligerait à revenir, je voudrais savoir à tout hasard l′horaire des trains. Et pourtant, avant de prendre cette résolution, j′aurais voulu une dernière fois invoquer les Filles de la Nuit, les Messagères de la parole, les Divinités sans visage; mais les capricieuses Gardiennes n′avaient plus voulu ouvrir les portes merveilleuses, ou sans doute elles ne le purent pas; elles eurent beau invoquer inlassablement, selon leur coutume, le vénérable inventeur de l′imprimerie et le jeune prince amateur de peinture impressionniste et chauffeur (lequel était neveu du capitaine de Borodino), Gutenberg et Wagram laissèrent leurs supplications sans réponse et je partis, sentant que l′Invisible sollicité resterait sourd. Por otra parte, ¿era únicamente la voz quien, por estar sola, me daba esta nueva impresión que me desgarraba? No, sino más bien que este aislamiento de la voz era como un símbolo, una evocación, un efecto directo de otro aislamiento, el de mi abuela, por primera vez separada de mí. Las órdenes o prohibiciones que me dirigía a cada paso en la vida ordinaria, el fastidio de la obediencia o la fiebre de la rebelión que neutralizaban la ternura que hacia ella sentía yo, eran suprimidas en este momento e inclusive podían serlo para lo por venir (puesto que mi abuela ya no exigía el tenerme cerca de sí, bajo su ley, me estaba diciendo su esperanza de que me quedase definitivamente en Doncières, o que, en todo caso, prolongase mi estancia todo el tiempo posible, con lo que muy bien pudieran salir ganando mi salud y mi trabajo); así, lo que tenía bajo la campanilla aproximada a mi oreja, era, descargada de las presiones opuestas que día a día la habían contrapesado, y desde ese punto irresistible, agitando todo mi ser, nuestra mutua ternura. Al decirme mi abuela que me quedase, me infundió una necesidad ansiosa y loca de regresar. La libertad que desde ese momento me dejaba y en la que jamás había atisbado yo que pudiese consentir, me pareció de pronto tan triste como pudiera serlo mi libertad después de la muerte de ella (cuando la querría aún y ella hubiese renunciado para siempre a mí): Grité: «¡Abuela, abuela!», y hubiera querido abrazarla; pero no tenía a mi lado sino aquella voz, fantasma, tan impalpable como la que volvería acaso a visitarme cuando mi abuela estuviese muerta: «Háblame»; pero entonces ocurrió que, dejándome más sólo aún, cesé súbitamente de percibir aquella voz. Mi abuela ya no me oía, ya no estaba en comunicación conmigo, habíamos cesado de estar el uno frente al otro, de ser audibles el uno para el otro, yo seguía interpelándola a tientas en la noche, sintiendo que también debían de extraviarse las llamadas de ella. Latía con la misma angustia que muy atrás, en el pasado, había sentido en otro tiempo, un día que, de chico, la había perdido entre la multitud, angustia no tanto de no volver a encontrarla como de sentir que me buscaba, de sentir que se decía que yo la buscaba; angustia bastante parecida a la que habría de sentir el día en que habla uno a los que ya no pueden responder con tanta ansia y a los que quisiéramos hacer oír por lo menos todo lo que no les hemos dicho, y la seguridad de que no sufrimos. Me parecía que era ya una sombra querida la que acababa de dejar perderse entre las sombras, y, solo ante el aparato, seguía repitiendo en vano: «Abuela, abuela», como Orfeo, al quedarse solo, repite el nombre de la muerta. Me decidí a abandonar la oficina del teléfono e ir en busca de Roberto a su fonda para decirle que, como quizá recibiese un aviso que me obligaría a volver a casa, quisiera saber por si acaso el horario de los trenes. Y, sin embargo, antes de tomar esta resolución, hubiera querido por última vez invocar a las Hijas de la Noche, a las Mensajeras de la palabra, a las divinidades sin rostro; pero las caprichosas Guardianas no habían querido abrir las puertas maravillosas, o sin duda no pudieron hacerlo; en vano invocaron infatigablemente, conforme a su costumbre, al venerable inventor de la imprenta y al joven príncipe aficionado a la pintura impresionista y al automóvil (que era sobrino del capitán de Borodino): Gutenberg y Wagram dejaron sin respuesta sus súplicas, y me marché, sintiendo que lo Invisible solicitado permanecería sordo.
En arrivant auprès de Robert et de ses amis, je ne leur avouai pas que mon coeur n′était plus avec eux, que mon départ était déjà irrévocablement décidé. Saint–Loup parut me croire, mais j′ai su depuis qu′il avait, dès la première minute, compris que mon incertitude était simulée, et que le lendemain il ne me retrouverait pas. Tandis que, laissant les plats refroidir auprès d′eux, ses amis cherchaient avec lui dans l′indicateur le train que je pourrais prendre pour rentrer à Paris, et qu′on entendait dans la nuit étoilée et froide les sifflements des locomotives, je n′éprouvais certes plus la même paix que m′avaient donnée ici tant de soirs l′amitié des uns, le passage lointain des autres. Ils ne manquaient pas pourtant, ce soir, sous une autre forme à ce même office. Mon départ m′accabla moins quand je ne fus plus obligé d′y penser seul, quand je sentis employer à ce qui s′effectuait l′activité plus normale et plus saine de mes énergiques amis, les camarades de Robert, et de ces autres êtres forts, les trains dont l′allée et venue, matin et soir, de Doncières à Paris, émiettait rétrospectivement ce qu′avait de trop compact et insoutenable mon long isolement d′avec ma grand′mère, en des possibilités quotidiennes de retour. Al llegar al lado de Roberto y de sus amigos no les confesé que mi corazón ya no estaba con ellos, que mi partida estaba ya irrevocablemente decidida. Roberto pareció creerme; pero después he sabido que desde el primer momento había comprendido que mi incertidumbre era simulada, y que a la mañana siguiente no me encontraría ya. Mientras sus amigos, dejando enfriar a su lado los platos, buscaban con él en la guía el tren que podía tomar yo para volver a París yse oían en la noche estrellada yfría los silbidos de las locomotoras; yo no sentía ya, desde luego; la misma paz que tantas noches me habían dado aquí la amistad de los, unos, el paso lejano de las otras. No faltaban, empero, esta tarde, en otra forma, al mismo oficio. Mi partida me abrumó menos cuando ya no me vi obligado a pensar en ella yo solo, cuando sentí que en lo que estaba efectuándose se empleaba la actividad más normal y más sana de mis enérgicos amigos, los camaradas de Saint-Loup, y de aquellos otros seres fuertes, los trenes, cuyo ir y venir, mañana y noche, de Dancières a París, desmoronaba retrospectivamente lo que de excesivamente compacto e insostenible había en mi largo aislamiento respecto de mi abuela, en posibilidades cotidianas de retorno.
— Je ne doute pas de la vérité de tes paroles et que tu ne comptes pas partir encore, me dit en riant Saint–Loup, mais fais comme si tu partais et viens me dire adieu demain matin de bonne heure, sans cela je cours le risque de ne pas te revoir; je déjeune justement en ville, le capitaine m′a donné l′autorisation; il faut que je sois rentré à deux heures au quartier car on va en marche toute la journée. Sans doute, le seigneur chez qui je déjeune, à trois kilomètres d′ici, me ramènera à temps pour être au quartier à deux heures. —No dudo de la verdad de tus palabras y de que no pienses en marcharte aún —me dijo riendo Saint-Loup—, pero haz como si te fueses y ven a decirme adiós mañana por la mañana temprano, porque si no, corro el riesgo de no volverte a ver; almuerzo precisamente en la ciudad, me ha dado autorización el capitán; tengo que estar de vuelta a las dos en el cuartel, porque salimos de marcha para todo el día. Seguramente el señor en cuya casa almuerzo, a tres kilómetros de aquí, me traerá a tiempo para estar en el cuartel a las dos.
A peine disait-il ces mots qu′on vint me chercher de mon hôtel; on m′avait demandé de la poste au téléphone. J′y courus car elle allait fermer. Le mot interurbain revenait sans cesse dans les réponses que me donnaient les employés. J′étais au comble de l′anxiété car c′était ma grand′mère qui me demandait. Le bureau allait fermer. Enfin j′eus la communication. «C′est toi, grand′mère?» Une voix de femme avec un fort accent anglais me répondit: «Oui, mais je ne reconnais pas votre voix.» Je ne reconnaissais pas davantage la voix qui me parlait, puis ma grand′mère ne me disait pas «vous». Enfin tout s′expliqua. Le jeune homme que sa grand′mère avait fait demander au téléphone portait un nom presque identique au mien et habitait une annexe de l′hôtel. M′interpellant le jour même où j′avais voulu téléphoner à ma grand′mère, je n′avais pas douté un seul instant que ce fût elle qui me demandât. Or c′était par une simple coî­£idence que la poste et l′hôtel venaient de faire une double erreur. Apenas dijo estas palabras cuando vinieron a buscarme de mi hotel: habían llamado de Teléfonos. Corrí a la oficina, porque iban a cerrar. La palabra interurbano reaparecía incesantemente en las respuestas que me daban los empleados. Yo estaba en el colino de la ansiedad porque quien me llamaba era mi abuela. Iban a cerrar la oficina. Por fin obtuve comunicación. «¿Eres tú, abuela?» Una voz de mujer, con acento inglés muy marcado, me respondió: «Sí, pero no reconozco su voz». Tampoco yo reconocía la voz que me hablaba; además, mi abuela no me llamaba nunca de usted. Por fin se explicó todo. El joven a quien había llamado al teléfono su abuela llevaba un nombre casi idéntico al mío y vivía en un anejo del hotel. Al llamarme el mismo día en que había querido telefonear a mi abuela, yo no había dudado ni un instante que fuese ella quien preguntase por mí. Así que en la oficina de teléfonos y en el hotel acababan de cometer un doble error por una simple coincidencia.
Le lendemain matin, je me mis en retard, je ne trouvai pas Saint–Loup déjà parti pour déjeuner dans ce château voisin. Vers une heure et demie, je me préparais à aller à tout hasard au quartier pour y être dès son arrivée, quand, en traversant une des avenues qui y conduisait, je vis, dans la direction même où j′allais, un tilbury qui, en passant près de moi, m′obligea à me garer; un sous-officier le conduisait le monocle à l′oeil, c′était Saint–Loup. A côté de lui était l′ami chez qui il avait déjeuné et que j′avais déjà rencontré une fois à l′hôtel où Robert dînait. Je n′osais pas appeler Robert comme il n′était pas seul, mais voulant qu′il s′arrêtât pour me prendre avec lui, j′attirai son attention par un grand salut qui était censé motivé par la présence d′un inconnu. Je savais Robert myope, j′aurais pourtant cru que, si seulement il me voyait, il ne manquerait pas de me reconnaître; or, il vit bien le salut et le rendit, mais sans s′arrêter; et, s′éloignant à toute vitesse, sans un sourire, sans qu′un muscle de sa physionomie bougeât, il se contenta de tenir pendant deux minutes sa main levée au bord de son képi, comme il eût répondu à un soldat qu′il n′eût pas connu. Je courus jusqu′au quartier, mais c′était encore loin; quand j′arrivai, le régiment se formait dans la cour où on ne me laissa pas rester, et j′étais désolé de n′avoir pu dire adieu à Saint–Loup; je montai à sa chambre, il n′y était plus; je pus m′informer de lui à un groupe de soldats malades, des recrues dispensées de marche, le jeune bachelier, un ancien, qui regardaient le régiment se former. Al día siguiente por la mañana me retrasé; no encontré a Saint-Loup, que había salido ya para ir a almorzar al castillo vecino de que me había hablado. A eso de la una y media me disponía a ir al acaso al cuartel para estar allí cuando Roberto llegase, cuando, al atravesar una de las avenidas que llevaban a aquél, vi, en la misma dirección en que yo iba, un tílburi que, al pasar junto a mí, me obligó a hacerme a un lado: lo conducía un suboficial con el monóculo en el ojo; era Saint-Loup. A su lado iba el amigo en cuya casa había almorzado y con quien ya me había encontrado una vez en el hotel donde cenaba Roberto. No me atreví a llamar a éste, como no iba solo; pero, queriendo que se detuviese pairo que me llevara consigo, atraje su atención con un gran saludo que bien se veía era motivado por la presencia de un desconocido. Sabía yo que Roberto era miope, y, sin embargo, creía que sólo con que me viese no dejaría de reconocerme; pero es el caso que vio el saludo perfectamente y lo devolvió, pero sin pararse; y al alejarse a toda prisa, sin una sonrisa, sin que un músculo de su fisonomía se moviese, se contentó con tener por espacio de dos minutos la mano alzada hasta el borde del quepis, como si hubiese respondido a un soldado a quien no hubiera conocido. Corrí hasta el cuartel, pero aún estaba lejos; cuando llegué, el regimiento formaba en el patio, donde no me dejaron quedarme. Desolado por no haber podido despedirme de Saint-Loup, subí a su habitación. Ya no estaba allí; pude informarme de él por un grupo de soldados enfermos, reclutas rebajados de marcha, un mozo bachiller, un veterano, que veían formar al regimiento.
— Vous n′avez pas vu le maréchal des logis Saint–Loup? demandai-je. —¿No han visto ustedes al sargento Saint-Loup? —pregunté.
— Monsieur, il est déjà descendu, dit l′ancien. —Ha bajado, señor —dijo el veterano.
— Je ne l′ai pas vu, dit le bachelier. —No lo he visto —dijo el bachiller.
— Tu ne l′as pas vu, dit l′ancien, sans plus s′occuper de moi, tu n′as pas vu notre fameux Saint–Loup, ce qu′il dégotte avec son nouveau phalzard! Quand le capiston va voir ça, du drap d′officier! —¿No lo has visto? —dijo el veterano, sin ocuparse ya de mí—. ¿No has visto a nuestro famoso Saint-Loup? Está que quita la cabeza con su uniforme nuevo. ¡Cuando lo vea el capitán! Paño de oficial.
— Ah! tu en as des bonnes, du drap d′officier, dit le jeune bachelier qui, malade à la chambre, n′allait pas en marche et s′essayait non sans une certaine inquiétude à être hardi avec les anciens. Ce drap d′officier, c′est du drap comme ça. —¡Quita de ahí! ¡Paño de oficial! —dijo el mozo bachiller, que, rebajado de servicio por enfermo, no salía de marcha y se ensayaba, no sin cierta inquietud, en mostrarse audaz con los veteranos—. Ese paño de oficial tiene tanto de paño como de cualquier otra cosa.
— Monsieur? demanda avec colère l′«ancien» qui avait parlé du phalzard. —¿Cómo, señor? —preguntó con cólera el veterano que había hablado del uniforme.
Il était indigné que le jeune bachelier mît en doute que ce phalzard fût en drap d′officier, mais, Breton, né dans un village qui s′appelle Penguern–Stereden, ayant appris le français aussi difficilement que s′il eût été Anglais ou Allemand, quand il se sentait possédé par une émotion, il disait deux ou trois fois «monsieur» pour se donner le temps de trouver ses paroles, puis après cette préparation il se livrait à son éloquence, se contentant de répéter quelques mots qu′il connaissait mieux que les autres, mais sans hâte, en prenant ses précautions contre son manque d′habitude de la prononciation. Estaba indignado de que el mozo bachiller pusiera en duda que el uniforme aquel fuese de paño de oficial; pero, corno bretón que era, nacido en un lugar que se llama Penguern- Stereden, había aprendido el francés con tanta dificultad como si hubiera sido inglés o alemán, y cuando se sentía poseído por alguna emoción decía dos o tres veces señor para darse tiempo a encontrar las palabras, y luego de esta preparación se entregaba a su elocuencia, contentándose con repetir algunos vocablos que conocía mejor que los otros, pero sin prisa, tomando precauciones contra su falta de costumbre de la pronunciación.
— Ah! c′est du drap comme ça? reprit-il, avec une colère dont s′accroissaient progressivement l′intensité et la lenteur de son débit. Ah! c′est du drap comme ça? quand je te dis que c′est du drap d′officier, quand je-te-le-dis, puisque je-te-le-dis, c′est que je le sais, je pense. —¡Ah!, ¿conque tiene tanto de paño como de cualquier otra cosa? —prosiguió, con una cólera que aumentaba progresivamente la intensidad y la lentitud de su expansión—. ¡Ah!, ¿conque como de otra cosa cualquiera?... Cuando te digo yo que es paño de oficial, cuando te-lo-digo, puesto-que-te-lo-digo, será que lo sé de buena tinta, me parece a mí.
— Ah! alors, dit le jeune bachelier vaincu par cette argumentation. C′est pas à nous qu′il faut faire des boniments à la noix de coco. —¡Ah, entonces...! —dijo el mozo bachiller, vencido por esta argumentación—. Si es así, no voy a ser yo quien te lo discuta.
— Tiens, v′là justement le capiston qui passe. Non, mais regarde un peu Saint–Loup; c′est ce coup de lancer la jambe; et puis sa tête. Dirait-on un sous-off? Et le monocle; ah! il va un peu partout. —¡Hombre!, ahí va precisamente el capitán. Pero repara en Saint-Loup, en el modo que tiene de echar la pierna. Cualquiera dice que es un suboficial... Y el monóculo, ¡ah!, lo que es ése va a cualquier parte.
Je demandai à ces soldats que ma présence ne troublait pas à regarder aussi par la fenêtre. Ils ne m′en empêchèrent pas, ni ne se dérangèrent. Je vis le capitaine de Borodino passer majestueusement en faisant trotter son cheval, et semblant avoir l′illusion qu′il se trouvait à la bataille d′Austerlitz. Quelques passants étaient assemblés devant la grille du quartier pour voir le régiment sortir. Droit sur son cheval, le visage un peu gras, les joues d′une plénitude impériale, l′oeil lucide, le Prince devait être le jouet de quelque hallucination comme je l′étais moi-même chaque fois qu′après le passage du tramway le silence qui suivait son roulement me semblait parcouru et strié par une vague palpitation musicale. J′étais désolé de ne pas avoir dit adieu à Saint–Loup, mais je partis tout de même, car mon seul souci était de retourner auprès de ma grand′mère: jusqu′à ce jour, dans cette petite ville, quand je pensais à ce que ma grand-mère faisait seule, je me la représentais telle qu′elle était avec moi, mais en me supprimant, sans tenir compte des effets sur elle de cette suppression; maintenant, j′avais à me délivrer au plus vite, dans ses bras, du fantôme, insoupçonné jusqu′alors et soudain évoqué par sa voix, d′une grand′mère réellement séparée de moi, résignée, ayant, ce que je ne lui avais encore jamais connu, un âge, et qui venait de recevoir une lettre de moi dans l′appartement vide où j′avais déjà imaginé maman quand j′étais parti pour Balbec. Pedí a estos soldados, a quienes mi presencia no cohibía ni poco ni mucho, que me dejasen mirar también por la ventana. No me pusieron obstáculo a ello, ni cambiaron de lugar. Vi pasar majestuosamente al capitán de Borodino, que hacía trotar a su caballo y parecía hacerse la ilusión de que se encontraba en la batalla de Austerlitz. Algunos transeúntes se habían reunido ante la verja del cuartel para ver salir al regimiento. Tieso en su caballo, ligeramente carnoso el rostro, las mejillas de una plenitud imperial; lúcida la mirada, el príncipe debía de ser juguete de alguna alucinación, como yo mismo lo era cada vez que, después de haber pasado un tranvía, el silencio que seguía a su fragor me parecía recorrido y estriado por una vaga palpitación musical. Me sentía desolado por no haberle dicho adiós a Saint-Loup; pero así y todo me marché porque mi única preocupación era la de volver al lado de mi abuela: hasta ese día, en aquella pequeña ciudad, cuando pensaba en lo que mi abuela, sola, hacía, me la representaba tal como estaba conmigo, pero suprimiéndome a mí mismo, sin tener en cuenta los efectos de esta supresión en ella; ahora, tenía que librarme cuanto antes, en sus brazos, del fantasma, hasta entonces insospechado y súbitamente evocado por su voz, de una abuela realmente separada de mí, resignada, que tenía —cosa que nunca le había conocido aún— una edad determinada, y que acababa de recibir una carta mía en el piso vacío en que ya me había imaginado a mamá cuando mi viaje a Balbec.
Hélas, ce fantôme-là, ce fut lui que j′aperçus quand, entré au salon sans que ma grand′mère fût avertie de mon retour, je la trouvai en train de lire. J′étais là, ou plutôt je n′étais pas encore là puisqu′elle ne le savait pas, et, comme une femme qu′on surprend en trahi de faire un ouvrage qu′elle cachera si on entre, elle était livrée à des pensées qu′elle n′avait jamais montrées devant moi. De moi — par ce privilège qui ne dure pas et où nous avons, pendant le court instant du retour, la faculté d′assister brusquement à notre propre absence — il n′y avait là que le témoin, l′observateur, en chapeau et manteau de voyage, l′étranger qui n′est pas de la maison, le photographe qui vient prendre un cliché des lieux qu′on ne reverra plus. Ce qui, mécaniquement, se fit à ce moment dans mes yeux quand j′aperçus ma grand′mère, ce fut bien une photographie. Nous ne voyons jamais les êtres chéris que dans le système animé, le mouvement perpétuel de notre incessante tendresse, laquelle, avant de laisser les images que nous présente leur visage arriver jusqu′à nous, les prend dans son tourbillon, les rejette sur l′idée que nous nous faisons d′eux depuis toujours, les fait adhérer à elle, coî­£ider avec elle. Comment, puisque le front, les joues de ma grand′mère, je leur faisais signifier ce qu′il y avait de plus délicat et de plus permanent dans son esprit, comment, puisque tout regard habituel est une nécromancie et chaque visage qu′on aime le miroir du passé, comment n′en eussé-je pas omis ce qui en elle avait pu s′alourdir et changer, alors que, même dans les spectacles les plus indifférents de la vie, notre oeil, chargé de pensée, néglige, comme ferait une tragédie classique, toutes les images qui ne concourent pas à l′action et ne retient que celles qui peuvent en rendre intelligible le but? Mais qu′au lieu de notre oeil ce soit un objectif purement matériel, une plaque photographique, qui ait regardé, alors ce que nous verrons, par exemple dans la cour de l′Institut, au lieu de la sortie d′un académicien qui veut appeler un fiacre, ce sera sa titubation, ses précautions pour ne pas tomber en arrière, la parabole de sa chute, comme s′il était ivre ou que le sol fût couvert de verglas. Il en est de même quand quelque cruelle ruse du hasard empêche notre intelligente et pieuse tendresse d′accourir à temps pour cacher à nos regards ce qu′ils ne doivent jamais contempler, quand elle est devancée par eux qui, arrivés les premiers sur place et laissés à eux-mêmes, fonctionnent mécaniquement à la façon de pellicules, et nous montrent, au lieu de l′être aimé qui n′existe plus depuis longtemps mais dont elle n′avait jamais voulu que la mort nous fût révélée, l′être nouveau que cent fois par jour elle revêtait d′une chère et menteuse ressemblance. Et, comme un malade qui ne s′était pas regardé depuis longtemps, et composant à tout moment le visage qu′il ne voit pas d′après l′image idéale qu′il porte de soi-même dans sa pensée, recule en apercevant dans une glace, au milieu d′une figure aride et déserte, l′exhaussement oblique et rose d′un nez gigantesque comme une pyramide d′Égypte, moi pour qui ma grand′mère c′était encore moi-même, moi qui ne l′avais jamais vue que dans mon âme, toujours à la même place du passé, à travers la transparence des souvenirs contigus et superposés, tout d′un coup, dans notre salon qui faisait partie d′un monde nouveau, celui du temps, celui où vivent les étrangers dont on dit «il vieillit bien», pour la première fois et seulement pour un instant, car elle disparut bien vite, j′aperçus sur le canapé, sous la lampe, rouge, lourde et vulgaire, malade, rêvassant, promenant au-dessus d′un livre des yeux un peu fous, une vieille femme accablée que je ne connaissais pas. Desgraciadamente, fue ese fantasma lo que vi cuando, habiendo entrado en el salón sin que mi abuela estuviese advertida de mi vuelta, la encontré leyendo. Allí estaba yo, o, mejor dicho, aún no estaba allí, puesto que ella no lo sabía, y como una mujer a quien se sorprende cuando está haciendo una labor que esconderá si alguien entra, se había entregado a pensamientos que jamás había mostrado delante de mí. De mí —por ese privilegio que no dura y en que tenemos durante el breve instante del regreso la facultad de asistir bruscamente a nuestra propia ausencia— no había allí más que el testigo, el observador, con sombrero y gabán de viaje; el extraño que no es de la casa, el fotógrafo que viene a tomar un clisé de unos lugares que no volverán a verse. Lo que, mecánicamente, se produjo en aquel momento en mis ojos cuando vi a mi abuela, fue realmente una fotografía. Nunca vemos a los seres queridos como no sea en el sistema animado, en el movimiento perpetuo de nuestra incesante ternura, que antes de dejar que las imágenes que su rostro nos presenta lleguen hasta nosotros arrebata en su torbellino a esos seres, los lanza sobre la idea que de ellos nos formamos desde siempre, hace que se adhieran a ella, que coincidan con ella. Atribuyendo como atribuía yo a la frente, a las mejillas de mi abuela la significación de lo más delicado y más permanente que había en su espíritu, puesto que toda mirada habitual es una nigromancia y que todo rostro á que tenemos amor es espejo del pasado, ¿cómo no había de haber omitido yo en su semblante lo que en mi abuela había podido envejecer y cambiar, cuando, aun en los espectáculos más indiferentes de la vida, nuestro ojo, cargado de pensamiento, desdeña como pudiera hacer una tragedia clásica, todas las imágenes que no concurren a la acción y retiene exclusivamente aquellas que pueden hacer inteligible el fin de la misma? Simplemente con que, en lugar de nuestro ojo, sea un objetivo puramente material, una placa fotográfica, lo que haya mirado, entonces lo que veremos en el patio del Instituto, por ejemplo, será en lugar de la salida de un académico que quiere llamar un coche de punto, sus titubeos, sus precauciones para no quedarse atrás, la parábola de su caída, como si estuviese ebrio o el suelo estuviera cubierto de escarcha. Lo mismo ocurre cuando alguna cruel astucia del azar impide que nuestra inteligente y piadosa ternura acuda a tiempo de ocultar a nuestras miradas lo que jamás deben contemplar, cuando esas miradas la dejan atrás, llegan antes que ella y, abandonadas a sí mismas, funcionan mecánicamente, a la manera de una película, y en Migar del ser querido que ya no existe desde hace mucho; pero cuya muerte nunca había deseado esa ternura nuestra que nos fuese revelada, nos muestran al ser nuevo que cien veces cada día vestía aquella de un amado y engañoso parecido. Y así como un enfermo que desde hace mucho tiempo no se había visto a sí mismo y venía componiendo a cada momento el semblante que no ve, ajustándolo a la imagen ideal que de sí mismo lleva en su pensamiento, retrocede al percibir en un espejo, en medio de un rostro árido y desierto, la prominencia oblicua y sonrosada de tina nariz gigantesca como una pirámide de Egipto, así yo, para quien mi abuela era todavía yo mismo, yo, que jamás la había visto fuera de mi alma, siempre en el mismo lugar del pasado, a través de la transparencia de los recuerdos contiguos y superpuestos, de repente, en nuestro salón, que formaba parte de un mundo, el del tiempo, el mundo en que viven, los extraños de quienes se dice «lleva bien su vejez», por vez primera y sólo por un instante, porque desapareció bien pronto, distinguí en el canapé, bajo la lámpara, colorada, pesada y vulgar, enferma, soñando, paseando por un libro unos ojos un poco extraviados, a una vieja consumida, desconocida para mí.
A ma demande d′aller voir les Elstirs de Mme de Guermantes, Saint–Loup m′avait dit: «Je réponds pour elle.» Et malheureusement, en effet, pour elle ce n′était que lui qui avait répondu. Nous répondons aisément des autres quand, disposant dans notre pensée les petites images qui les figurent, nous faisons manoeuvrer celles-ci à notre guise. Sans doute même à ce moment-là nous tenons compte des difficultés provenant de la nature de chacun, différente de la nôtre, et nous ne manquons pas d′avoir recours à tel ou tel moyen d′action puissant sur elle, intérêt, persuasion, émoi, qui neutralisera des penchants contraires. Mais ces différences d′avec notre nature, c′est encore notre nature qui les imagine; ces difficultés, c′est nous qui les levons; ces mobiles efficaces, c′est nous qui les dosons. Et quand les mouvements que dans notre esprit nous avons fait répéter à l′autre personne, et qui la font agir à notre gré, nous voulons les lui faire exécuter dans la vie, tout change, nous nous heurtons à des résistances imprévues qui peuvent être invincibles. L′une des plus fortes est sans doute celle que peut développer en une femme qui n′aime pas, le dégoût que lui inspire, insurmontable et fétide, l′homme qui l′aime: pendant les longues semaines que Saint–Loup resta encore sans venir à Paris, sa tante, à qui je ne doutai pas qu′il eût écrit pour la supplier de le faire, ne me demanda pas une fois de venir chez elle voir les tableaux d′Elstir. Al pedirle que fuésemos a ver los Elstir de la señora de Guermantes, Saint-Loup me había dicho: «Yo respondo de ella». Y, desgraciadamente, en efecto, sólo él había respondido. Respondemos fácilmente de los demás cuando, al disponer en nuestro pensamiento las figurillas que los representan, las hacemos moverse a nuestro antoja. Claro está que hasta en ese momento tenemos en cuenta las dificultades que provienen de la naturaleza de cada uno, diferente de la nuestra, y no dejamos de recurrir a tal o cual medio de acción asistido de poder sobre esa naturaleza, interés, persuasión, emoción, que neutralice las inclinaciones contrarias. Pero esas diferencias respecto de nuestra naturaleza es nuestra propia naturaleza la que las imagina, somos nosotros quienes ponemos esas diferencias; somos nosotros quienes dosificamos esos móviles eficaces. Y cuando los movimientos que hemos hecho repetir en nuestro espíritu a la otra persona y que la hacen obrar a nuestro antojo queremos hacérselos ejecutar en la vida, todo cambia, chocamos con resistencias no previstas, que pueden ser invencibles. Una de las más poderosas es, sin duda, la que puede desarrollar, en una mujer que no ama, la repulsión que le inspira, insuperable y fétido, el hombre que la ama: durante las largas semanas que estuvo aún Saint-Loup sin volver a París, su tía, a quien no dudaba yo que habría escrito él para rogarle que lo hiciera, ni una sola vez me instó a que fuese a su casa a ver los cuadros de Elstir.
Je reçus des marques de froideur de la part d′une autre personne de la maison. Ce fut de Jupien. Trouvait-il que j′aurais dû entrer lui dire bonjour, à mon retour de Doncières, avant même de monter chez moi? Ma mère me dit que non, qu′il ne fallait pas s′étonner. Françoise lui avait dit qu′il était ainsi, sujet à de brusques mauvaises humeurs, sans raison. Cela se dissipait toujours au bout de peu de temps. Recibí muestras de frialdad por parte de otra persona de la casa. Fue de Jupien. ¿Le parecería que debía haber entrado a saludarlo, a mi regreso de Doncières, antes de haber subido siquiera a mi casa? Mi madre me dijo que no, que no había por qué extrañarse. Francisca le había dicho que era así, que le acometían bruscos arrechuchos de mal humor, irrazonado. Al cabo de poco tiempo se le pasaban.
Cependant l′hiver finissait. Un matin, après quelques semaines de giboulées et de tempêtes, j′entendis dans ma cheminée — au lieu du vent informe, élastique et sombre qui me secouait de l′envie d′aller au bord de la mer — le roucoulement des pigeons qui nichaient dans la muraille: irisé, imprévu comme une première jacinthe déchirant doucement son coeur nourricier pour qu′en jaillît, mauve et satinée, sa fleur sonore, faisant entrer comme une fenêtre ouverte, dans ma chambre encore fermée et noire, la tiédeur, l′éblouissement, la fatigue d′un premier beau jour. Ce matin-là, je me surpris à fredonner un air de café-concert que j′avais oublié depuis l′année où j′avais dû aller à Florence et à Venise. Tant l′atmosphère, selon le hasard des jours, agit profondément sur notre organisme et tire des réserves obscures où nous les avions oubliées les mélodies inscrites que n′a pas déchiffrées notre mémoire. Un rêveur plus conscient accompagna bientôt ce musicien que j′écoutais en moi, sans même avoir reconnu tout de suite ce qu′il jouait. A todo esto, acababa el invierno. Una mañana, después de algunas semanas de aguaceros y tormentas, oí en mi chimenea —en lugar del viento informe, elástico y sombrío que me removía con el deseo de irme a orillas del mar— el zurear de los pichones que anidaban en la medianería: irisado, imprevisto como un primer jacinto, desgarrando dulcemente su corazón nutricio para que de él brotase, malva y satinada, su flor sonora, haciendo entrar, como una ventana abierta, en mi alcoba, cerrada y en tinieblas aún, la tibieza, el deslumbramiento, la cansera de un primer día bueno. Aquella mañana me sorprendí canturreando una cancioncilla de café-concert que había olvidado desde el año en que debía haber ido a Florencia y a Venecia. Tan profundamente obra la atmósfera, al azar de los días, sobre nuestro organismo, y extrae de las obscuras reservas en que las habíamos olvidado las melodías inscriptas que nuestra memoria no ha descifrado. Un soñador más consciente acompañó bien pronto al músico que escuchaba yo en mí sin haber reconocido siquiera, al pronto, lo que canturreaba.
Je sentais bien que les raisons n′étaient pas particulières à Balbec pour lesquelles, quand j′y étais arrivé, je n′avais plus trouvé à son église le charme qu′elle avait pour moi avant que je la connusse; qu′à Florence, à Parme ou à Venise, mon imagination ne pourrait pas davantage se substituer à mes yeux pour regarder. Je le sentais. De même, un soir du Ier janvier, à la tombée de la nuit, devant une colonne d′affiches, j′avais découvert l′illusion qu′il y a à croire que certains jours de fête diffèrent essentiellement des autres. Et pourtant je ne pouvais pas empêcher que le souvenir du temps pendant lequel j′avais cru passer à Florence la semaine sainte ne continuât à faire d′elle comme l′atmosphère de la cité des Fleurs, à donner à la fois au jour de Pâques quelque chose de florentin, et à Florence quelque chose de pascal. La semaine de Pâques était encore loin; mais dans la rangée des jours qui s′étendait devant moi, les jours saints se détachaient plus clairs au bout des jours mitoyens. Touchés d′un rayon comme certaines maisons d′un village qu′on aperçoit au loin dans un effet d′ombre et de lumière, ils retenaient sur eux tout le soleil. Me daba perfecta cuenta de que no pertenecían particularmente a Balbec las razones en virtud de las cuales, al llegar allí, no había encontrado ya en su iglesia el encanto que tenía para mí antes de que la conociese; que en Florencia, en Parma o en Venecia tampoco podría mi imaginación sustituir a mis ojos para mirar. Lo sentía. Del mismo modo, una tarde de primero de año, casi de noche ya, había descubierto, ante una cartelera, la ilusión que hay en creer que ciertos días de fiesta difieren esencialmente de los demás. Y, sin embargo, no podía impedir que el recuerdo del tiempo durante el cual había creído pasar en Florencia la Semana Santa siguiese haciendo de ésta como la atmósfera de la ciudad de las Flores, dando al mismo tiempo al día de Pascua algo de florentino, y a Florencia algo de pascual. La semana de Pascuas estaba lejos aún; pero en la hilera de días que se extendía ante mí, los días santos se recortaban más claros al final de los días que caían en medio. Tocados por un rayo luminoso, como ciertas casas de un pueblo que divisamos a lo lejos en un efecto de luz y sombra, retenían sobre sí todo el sol.
Le temps était devenu plus doux. Et mes parents eux-mêmes, en me conseillant de me promener, me fournissaient un prétexte à continuer mes sorties du matin. J′avais voulu les cesser parce que j′y rencontrais Mme de Guermantes. Mais c′est à cause de cela même que je pensais tout le temps à ces sorties, ce qui me faisait trouver à chaque instant une raison nouvelle de les faire, laquelle n′avait aucun rapport avec Mme de Guermantes et me persuadait aisément que, n′eût-elle pas existé, je n′en eusse pas moins manqué de me promener à cette même heure. El tiempo se había vuelto más templado. Y hasta mis padres, al aconsejarme que pasease, me deparaban un pretexto para continuar mis salidas por la mañana. Había querido yo suspenderlas, porque en ellas me encontraba con la señora de Guermantes. Pero justamente por eso me pasaba todo el tiempo pensando en esas salidas, lo cual me hacía encontrar a cada instante una nueva razón para salir, que no tenía relación ninguna con la señora de Guermantes y me persuadía fácilmente de que, aun cuando ésta no hubiera existido, no por ello hubiera dejado yo de pasearme a esa misma hora.
Hélas! si pour moi rencontrer toute autre personne qu′elle eût été indifférent, je sentais que, pour elle, rencontrer n′importe qui excepté moi eût été supportable. Il lui arrivait, dans ses promenades matinales, de recevoir le salut de bien des sots et qu′elle jugeait tels. Mais elle tenait leur apparition sinon pour une promesse de plaisir, du moins pour un effet du hasard. Et elle les arrêtait quelquefois car il y a des moments où on a besoin de sortir de soi, d′accepter l′hospitalité de l′âme des autres, à condition que cette âme, si modeste et laide soit-elle, soit une âme étrangère, tandis que dans mon coeur elle sentait avec exaspération que ce qu′elle eût retrouvé, c′était elle. Aussi, même quand j′avais pour prendre le même chemin une autre raison que de la voir, je tremblais comme un coupable au moment où elle passait; et quelquefois, pour neutraliser ce que mes avances pouvaient avoir d′excessif, je répondais à peine à son salut, ou je la fixais du regard sans la saluer, ni réussir qu′à l′irriter davantage et à faire qu′elle commença en plus à me trouver insolent et mal élevé. ¡Ay!, si el encontrarme con cualquier otra persona que ella hubiera sido indiferente para mí, sentía que, para ella, encontrarse con otro cualquiera que yo hubiera sido tolerable. En sus paseos matinales le ocurría recibir el saludo de muchos necios y que por tales tenía ella. Pero consideraba su aparición, si no como una promesa de goce, por lo menos como efecto de la casualidad. Y los paraba, a veces, porque hay momentos en que necesita uno salir de sí, aceptar la hospitalidad del alma de los demás, a condición de que esa alma, por modesta y fea que pueda ser, sea una alma ajena, al paso que sentía con exasperación que lo que hubiera encontrado en el corazón mío era a ella misma. Así, hasta cuando tenía para tomar el mismo camino otra razón que la de verla, temblaba yo como un culpable en el momento en que pasaba ella, y a veces, por neutralizar lo que de excesivo pudiera haber en mi adelantarme, respondía apenas a su saludo o clavaba en ella los ojos sin saludarla ni conseguir otra cosa que irritarla todavía más y hacer que encima empezase a parecerles insolente y mal educado..
Elle avait maintenant des robes plus légères, ou du moins plus claires, et descendait la rue où déjà, comme si c′était le printemps, devant les étroites boutiques intercalées entre les vastes façades des vieux hôtels aristocratiques, à l′auvent de la marchande de beurre, de fruits, de légumes, des stores étaient tendus contre le soleil. Je me disais que la femme que je voyais de loin marcher, ouvrir son ombrelle, traverser la rue, était, de l′avis des connaisseurs, la plus grande artiste actuelle dans l′art d′accomplir ces mouvements et d′en faire quelque chose de délicieux. Cependant elle s′avançait ignorante de cette réputation éparse; son corps étroit, réfractaire et qui n′en avait rien absorbé était obliquement cambré sous une écharpe de surah violet; ses yeux maussades et clairs regardaient distraitement devant elle et m′avaient peut-être aperçu; elle mordait le coin de sa lèvre; je la voyais redresser son manchon, faire l′aumône à un pauvre, acheter un bouquet de violettes à une marchande, avec la même curiosité que j′aurais eue à regarder un grand peintre donner des coups de pinceau. Et quand, arrivée à ma hauteur, elle me faisait un salut auquel s′ajoutait parfois un mince sourire, c′était comme si elle eût exécuté pour moi, en y ajoutant une dédicace, un lavis qui était un chef-d′oeuvre. Chacune de ses robes m′apparaissait comme une ambiance naturelle, nécessaire, comme la projection d′un aspect particulier de son âme. Un de ces matins de carême où elle allait déjeuner en ville, je la rencontrai dans une robe d′un velours rouge clair, laquelle était légèrement échancrée au cou. Le visage de Mme de Guermantes paraissait rêveur sous ses cheveux blonds. J′étais moins triste que d′habitude parce que la mélancolie de son expression, l′espèce de claustration que la violence de la couleur mettait autour d′elle et le reste du monde, lui donnaient quelque chose de malheureux et de solitaire qui me rassurait. Cette robe me semblait la matérialisation autour d′elle des rayons écarlates d′un coeur que je ne lui connaissais pas et que j′aurais peut-être pu consoler; réfugiée dans la lumière mystique de l′étoffe aux flots adoucis elle me faisait penser à quelque sainte des premiers âges chrétiens. Alors j′avais honte d′affliger par ma vue cette martyre. «Mais après tout la rue est à tout le monde.» Ahora llevaba trajes más ligeros, o por lo menos más claros, y bajaba por la calle en que ya, como si estuviéramos en primavera, ante las estrechas tiendas intercaladas entre las vastas fachadas de los rancios hoteles aristocráticos, sobre la muestra de la tendera de manteca, de frutas, de legumbres, estaban echados los toldos contra el sol. Me decía yo que la mujer a quien veía desde lejos andar, abrir la sombrilla, cruzar la calle, era, a juicio de los entendidos, la artista actual más grande en el arte de realizar esos movimientos y hacer de ellos una cosa deliciosa. Ella, mientras tanto, avanzaba, ignorante de esa reputación difusa; su cuerpo cenceño, refractario, y que nada de aquélla había absorbido, se acercaba oblicuamente, bajo un chal de surá violeta; sus ojos desabridos y claros miraban distraídamente ante sí, y tal vez me habían visto; se mordía la comisura de los labios; la veía arreglarse el manguito, dar limosna a un pobre, comprar un ramillete de violetas a una florista, con la misma curiosidad que hubiera sentido al ver a un gran pintor dar pinceladas. Y cuando, al llegar junto a mí, me hacía un saludo al cual se agregaba a veces una ligera sonrisa, era como si hubiese hecho para mí, añadiéndole tina dedicatoria, un dibujo a la aguada, que era una obra maestra. Cada uno de sus vestidos se me aparecía como un ambiente natural, necesario, como proyección de un aspecto particular de su alma. Una de las mañanas de cuaresma en que iba ella a almorzar fuera de casa, me la encontré con un traje de terciopelo, rojo claro, ligeramente descotado en el cuello. El semblante de la señora de Guermantes parecía pensativo bajo sus cabellos rubios. Yo estaba menos triste que de costumbre porque la melancolía de su expresión, la manera de claustración que la violencia del color ponía en torno a ella y el resto del mundo, le daban un viso de desventura y de soledad que me tranquilizaba. Aquel traje me parecía de materialización, en torno a ella, de los rayos escarlata de un corazón que no le conocía y que acaso hubiera podido consolar yo; refugiada en la luz mística de la tela de suavizadas ondas, me hacía pensar en alguna santa de los primeros tiempos cristianos. Entonces me daba vergüenza de afligir con mi vista a aquella mártir: «Pero al fin y al cabo la calle es de todo el mundo».
«La rue est à tout le monde», reprenais-je en donnant à ces mots un sens différent et en admirant qu′en effet dans la rue populeuse souvent mouillée de pluie, et qui devenait précieuse comme est parfois la rue dans les vieilles cités de l′Italie, la duchesse de Guermantes mêlât à la vie publique des moments de sa vie secrète, se montrant ainsi à chacun, mystérieuse, coudoyée de tous, avec la splendide gratuité des grands chefs-d′oeuvre. Comme je sortais le matin après être resté éveillé toute la nuit, l′après-midi, mes parents me disaient de me coucher un peu et de chercher le sommeil. Il n′y a pas besoin pour savoir le trouver de beaucoup de réflexion, mais l′habitude y est très utile et même l′absence de la réflexion. Or, à ces heures-là, les deux me faisaient défaut. Avant de m′endormir je pensais si longtemps que je ne le pourrais, que, même endormi, il me restait un peu de pensée. Ce n′était qu′une lueur dans la presque obscurité, mais elle suffisait pour faire se refléter dans mon sommeil, d′abord l′idée que je ne pourrais dormir, puis, reflet de ce reflet, l′idée que c′était en dormant que j′avais eu l′idée que je ne dormais pas, puis, par une réfraction nouvelle, mon éveil . . . à un nouveau somme où je voulais raconter à des amis qui étaient entrés dans ma chambre que, tout à l′heure en dormant, j′avais cru que je ne dormais pas. Ces ombres étaient à peine distinctes; il eût fallu une grande et bien vaine délicatesse de perception pour les saisir. Ainsi plus tard, à Venise, bien après le coucher du soleil, quand il semble qu′il fasse tout à fait nuit, j′ai vu, grâce à l′écho invisible pourtant d′une dernière note de lumière indéfiniment tenue sur les canaux comme par l′effet de quelque pédale optique, les reflets des palais déroulés comme à tout jamais en velours plus noir sur le gris crépusculaire des eaux. Un de mes rêves était la synthèse de ce que mon imagination avait souvent cherché à se représenter, pendant la veille, d′un certain paysage marin et de son passé médiéval. Dans mon sommeil je voyais une cité gothique au milieu d′une mer aux flots immobilisés comme sur un vitrail. Un bras de mer divisait en deux la ville; l′eau verte s′étendait à mes pieds; elle baignait sur la rive opposée une église orientale, puis des maisons qui existaient encore dans le XIVe siècle, si bien qu′aller vers elles, c′eût été remonter le cours des âges. Ce rêve où la nature avait appris l′art, où la mer était devenue gothique, ce rêve où je désirais, où je croyais aborder à l′impossible, il me semblait l′avoir déjà fait souvent. Mais comme c′est le propre de ce qu′on imagine en dormant de se multiplier dans le passé, et de paraître, bien qu′étant nouveau, familier, je crus m′être trompé. Je m′aperçus au contraire que je faisais en effet souvent ce rêve. La calle es de todo el mundo, proseguía, dando a estas palabras un sentido diferente, y admirándome que, en efecto, en la populosa calle, a menudo húmeda de lluvia, y que se ponía preciosa, como lo es a veces la calle en las viejas ciudades de Italia, la duquesa de Guermantes mezclase a la vida pública momentos de su vida secreta, mostrándose así a cada uno, misteriosa, codeada por todos, con la espléndida gratitud de las grandes obras maestras. Corno yo salía por la mañana, después de haberme pasado toda la noche despierto, a la hora de la siesta me decían mis padres que me echara un poco y cogiese el sueño. No hace falta para saber encontrarlo mucha reflexión; pero la costumbre e incluso la ausencia de la reflexión son muy útiles para ello. El caso es que una y otra me faltaban a esas horas. Antes de dormirme pensaba tanto tiempo que no iba a poder dormir que, aun adormecido, me quedaba todavía un poco de pensamiento. No era más que un fulgor en la oscuridad, casi completa, pero bastaba para hacer reflejarse en mi sueño, primero, la idea de que no iba a poder dormir; luego, reflejo de ese reflejo, la idea de que era durmiendo como me había venido la idea de que no dormía; después, por una nueva refracción, mi despertar... en un nuevo sopor en el que quería contar a unos amigos que habían entrado en mi habitación que un momento antes, mientras dormía, había creído que no dormía. Estas sombras eran apenas distintas; hubiera hecho falta una grande y harto vana delicadeza de percepción para apresarlas. Así, más tarde, en Venecia, mucho después de la puesta del sol, cuando parece que es completamente de noche, he visto, gracias al eco invisible, sin embargo, de una última nota de luz indefinidamente sostenida sobre los canales como por efecto de un pedal óptico, los reflejos de los palacios desplegados como para siempre en terciopelo más negro sobre el gris crepuscular de las aguas. Uno de iris sueños era la síntesis de lo que mi imaginación había tratado a menudo de representarse, durante la vigilia, de un determinado paisaje marino y de su pasado medieval. En mi sueño veía una ciudad gótica en medio de un mar de olas inmovilizadas como en un vitral. Un brazo de mar dividía en dos la ciudad; el agua verde se extendía a mis pies; bañaba en la orilla opuesta una iglesia oriental, luego unas casas que existían aún en el siglo XIV, hasta el punto de que ir hacia ellas hubiera sido remontar el curso de los tiempos. Este sueño, en que la naturaleza, había aprendido del arte, en que el mar se había hecho gótico, este sueño, en que yo deseaba, en que creía abordar lo imposible, me parecía haberlo tenido ya a menudo. Mas como es propio de lo que uno se imagina mientras duerme multiplicarse en el pasado y aparecer, sin dejar de ser nuevo, como familiar, creí haberme engañado. Me di cuenta, por el contrario, de que, en efecto, tenía con frecuencia este sueño.
Les amoindrissements mêmes qui caractérisent le sommeil se reflétaient dans le mien, mais d′une façon symbolique: je ne pouvais pas dans l′obscurité distinguer le visage des amis qui étaient là, car on dort les yeux fermés; moi qui me tenais sans fin des raisonnements verbaux en rêvant, dès que je voulais parler à ces amis je sentais le son s′arrêter dans ma gorge, car on ne parle pas distinctement dans le sommeil; je voulais aller à eux et je ne pouvais pas déplacer mes jambes, car on n′y marche pas non plus; et tout à coup, j′avais honte de paraître devant eux, car on dort déshabillé. Telle, les yeux aveugles, les lèvres scellées, les jambes liées, le corps nu, la figure du sommeil que projetait mon sommeil lui-même avait l′air de ces grandes figures allégoriques où Giotto a représenté l′Envie avec un serpent dans la bouche, et que Swann m′avait données. Hasta las disminuciones que caracterizan el sueño se reflejaban en el mío, pero de una manera simbólica: yo no podía distinguir en la oscuridad el rostro de los amigos que estaban allí, porque se duerme con los ojos cerrados; yo, que me dirigía a mí mismo razonamientos verbales sin fin mientras soñaba, en el momento en que quería dirigirme a mis amigos sentía que el sonido se detenía en mi garganta, porque no se habla distintamente en el sueño; quería ir hacia ellos y no podía cambiar de lugar mis piernas, porque tampoco se anda en el sueño; y, de repente, me daba vergüenza de aparecer delante de ellos, porque se duerme desvestido. Así, con los ojos ciegos, los labios sellados, las piernas atadas, el cuerpo desnudo, el bulto del sueño que proyectaba mi sueño mismo parecía una de esas grandes figuras alegóricas en que Giotto ha representado a la Envidia con una serpiente en la boca y que Swann me había dado.
Saint–Loup vint à Paris pour quelques heures seulement. Tout en m′assurant qu′il n′avait pas eu l′occasion de parler de moi à sa cousine: «Elle n′est pas gentille du tout, Oriane, me dit-il, en se trahissant naîµ¥ment, ce n′est plus mon Oriane d′autrefois, on me l′a changée. Je t′assure qu′elle ne vaut pas la peine que tu t′occupes d′elle. Tu lui fais beaucoup trop d′honneur. Tu ne veux pas que je te présente à ma cousine Poictiers? ajouta-t-il sans se rendre compte que cela ne pourrait me faire aucun plaisir. Voilà une jeune femme intelligente et qui te plairait. Elle a épousé mon cousin, le duc de Poictiers, qui est un bon garçon, mais un peu simple pour elle. Je lui ai parlé de toi. Elle m′a demandé de t′amener. Elle est autrement jolie qu′Oriane et plus jeune. C′est quelqu′un de gentil, tu sais, c′est quelqu′un de bien.» C′étaient des expressions nouvellement — d′autant plus ardemment — adoptées par Robert et qui signifiaient qu′on avait une nature délicate: «Je ne te dis pas qu′elle soit dreyfusarde, il faut aussi tenir compte de son milieu, mais enfin elle dit: «S′il était innocent quelle horreur ce serait qu′il fût à l′île du Diable.» Tu comprends, n′est-ce pas? Et puis enfin c′est une personne qui fait beaucoup pour ses anciennes institutrices, elle a défendu qu′on les fasse monter par l′escalier de service. Je t′assure, c′est quelqu′un de très bien. Dans le fond Oriane ne l′aime pas parce qu′elle la sent plus intelligente.» Saint-Loup vino a París por unas horas solamente. Asegurándome que no había tenido ocasión de hablar de mí a su prima —No es nada amable Oriana —me dijo, traicionándose ingenuamente—, ya no es mi Oriana de antaño, me la han cambiado. Te aseguro que no vale la pena de que te ocupes de ella. Le haces demasiado honor. ¿No quieres que te presente a mi prima la de Poictiers? —añadió, sin darse cuenta de que eso no podía proporcionarme ningún placer—. Esa sí que es una joven inteligente y que te gustaría. Se ha casado con mi primo el duque de Poictiers, que es un buen chico, pero un poco simple para ella. Le he hablado de ti. Me ha pedido que te lleve a su casa. Es mucho más bonita que Oriana, y más joven. Es lo que se dice una mujer amable, ¿sabes?, es una mujer bien. Eran expresiones estas recién —y tanto más ardientemente— adoptadas por Roberto, y que significaban que su prima tenía una naturaleza delicada. —No te diré que sea dreyfusista; también hay que tener en cuenta el medio en que vive; pero; en fin, dice:. «Si fuese inocente, ¡qué horror que estuviera en la Isla del Diablo!» Comprendes, ¿verdad? Y luego, en fin, es una persona que hace mucho por sus antiguas institutrices: ha prohibido que las hagan subir por la escalera de servicio. Te aseguro que es una criatura muy bien. En el fondo, Oriana no la quiere porque se da cuenta de que es más inteligente.
Quoique absorbée par la pitié que lui inspirait un valet de pied des Guermantes — lequel ne pouvait aller voir sa fiancée même quand la Duchesse était sortie car cela eût été immédiatement rapporté par la loge — Françoise fut navrée de ne s′être pas trouvée là au moment de la visite de Saint–Loup, mais c′est qu′elle maintenant en faisait aussi. Elle sortait infailliblement les jours où j′avais besoin d′elle. C′était toujours pour aller voir son frère, sa nièce, et surtout sa propre fille arrivée depuis peu à Paris. Déjà la nature familiale de ces visites que faisait Françoise ajoutait à mon agacement d′être privé de ses services, car je prévoyais qu′elle parlerait de chacune comme d′une de ces choses dont on ne peut se dispenser, selon les lois enseignées à Saint–André-des-Champs. Aussi je n′écoutais jamais ses excuses sans une mauvaise humeur fort injuste et à laquelle venait mettre le comble la manière dont Françoise disait non pas: «j′ai été voir mon frère, j′ai été voir ma nièce», mais: «j′ai été voir le frère, je suis entrée «en courant» donner le bonjour à la nièce (ou à ma nièce la bouchère)». Quant à sa fille, Françoise eût voulu la voir retourner à Combray. Mais la nouvelle Parisienne, usant, comme une élégante, d′abréviatifs, mais vulgaires, elle disait que la semaine qu′elle devrait aller passer à Combray lui semblerait bien longue sans avoir seulement «l′Intran». Elle voulait encore moins aller chez la soeur de Françoise dont la province était montagneuse, car «les montagnes, disait la fille de Françoise en donnant à «intéressant» un sens affreux et nouveau, ce n′est guère intéressant». Elle ne pouvait se décider à retourner à Méséglise où «le monde est si bête», où, au marché, les commères, les «pétrousses» se découvriraient un cousinage avec elle et diraient: «Tiens, mais c′est-il pas la fille au défunt Bazireau?» Elle aimerait mieux mourir que de retourner se fixer là-bas, «maintenant qu′elle avait goûté à la vie de Paris», et Françoise, traditionaliste, souriait pourtant avec complaisance à l′esprit d′innovation qu′incarnait la nouvelle «Parisienne» quand elle disait: «Eh bien, mère, si tu n′as pas ton jour de sortie, tu n′as qu′à m′envoyer un pneu.» Aunque absorbida por la lástima que le inspiraba un lacayo de los Guermantes —que no podía ir a ver a su novia, ni siquiera cuando la duquesa había salido, porque inmediatamente le habrían ido con el cuento de la portería—, Francisca se sintió desolada por no haber estado en casa en el momento de la visita de Saint-Loup; pero es que ahora también ella hacía visitas. Salía infaliblemente los días en que yo tenía necesidad de ella. Era siempre para ir a ver a su hermano, a su sobrina, y sobre todo a su propia hija, que había llegado hacía poco a París. Ya la naturaleza familiar de estas visitas que hacía Francisca aumentaba mi irritación de verme privado de sus servicios, porque preveía que había de hablar de cada una de ellas como de una de esas cosas de que no es posible dispensarse, según las leyes enseñadas en Saint-André-des-Champs. Así, jamás escuchaba sus excusas sin un mal humor harto injusto, al cual venía a poner colmo la manera que tenía Francisca de decir, no: «he, ido a ver a mi hermano, he ido a ver a mi sobrina», sino «he estado a ver al hermano, he entrado corriendo a saludar a la sobrina (o a mi sobrina la carnicera)». En cuanto a su hija, Francisca hubiera querido verla volver a Combray Pero la nueva parisiense, usando como una elegante de abreviaturas, sólo que vulgares, decía que la semana que tuviera que pasar en Combray le parecería muy larga, sin tener siquiera l′Intran.3 Menos aún quería irse a casa de la hermana de Francisca, cuya tierra era montañosa, porque «las montañas —decía la hija de Francisca, dando a la palabra interesante un sentido espantoso ynuevo— no son una cosa muy interesante». No podía decidirse a volver a Méséglise, donde «la gente es tan bruta, donde en el mercado las comadres, las «paletas», descubrirían que tenían parentesco con ella, y dirían «¡Toma!, pero, ¿no es la hija del finado Bazireau?» Mejor, querría morir que volver para quedarse allá, «ahora que le había tomado el gusto a la vida de París, y Francisca, tradicionalista, sonreía, sin embargo, con complacencia ante el espíritu de innovación que encarnaba la nueva parisiense cuando decía: «Pues bueno, madre, el día que no te toque salir no tienes más que ponerme un continental
Le temps était redevenu froid. «Sortir? pourquoi? pour prendre la crève», disait Françoise qui aimait mieux rester à la maison pendant la semaine que sa fille, le frère et la bouchère étaient allés passer à Combray. D′ailleurs, dernière sectatrice en qui survécût obscurément la doctrine de ma tante Léonie — sachant la physique — Françoise ajoutait en parlant de ce temps hors de saison: «C′est le restant de la colère de Dieu!» Mais je ne répondais à ses plaintes que par un sourire plein de langueur, d′autant plus indifférent à ces prédictions que, de toutes manières, il ferait beau pour moi; déjà je voyais briller le soleil du matin sur la colline de Fiesole, je me chauffais à ses rayons; leur force m′obligeait à ouvrir et à fermer à demi les paupières, en souriant, et, comme des veilleuses d′albâtre, elles se remplissaient d′une lueur rose. Ce n′était pas seulement les cloches qui revenaient d′Italie, l′Italie était venue avec elles. Mes mains fidèles ne manqueraient pas de fleurs pour honorer l′anniversaire du voyage que j′avais dû faire jadis, car depuis qu′à Paris le temps était redevenu froid, comme une autre année au moment de nos préparatifs de départ à la fin du carême, dans l′air liquide et glacial qui les baignait les marronniers, les platanes des boulevards, l′arbre de la cour de notre maison, entr′ouvraient déjà leurs feuilles comme dans une coupe d′eau pure les narcisses, les jonquilles, les anémones du Ponte–Vecchio. El tiempo había vuelto a ponerse frío. «¿Salir? ¿Para qué? ¿Para pillar la muerte?», decía Francisca que prefería quedarse en casa durante la semana que su hija, el hermano y la carnicera se habían ido a pasar a Combray. Por otra parte, como última sectaria en quien sobrevivía oscuramente la doctrina de mi tía Leonia, Francisca, que sabía de física, añadía, hablando de este tiempo fuera de sazón: «¡Es el resto de la cólera de Dios!» Pero yo no respondía a sus lamentaciones más que con una sonrisa llena de indolencia, tanto más indiferente a semejantes predicciones cuanto que de todas maneras había de hacer buen tiempo para mí; ya veía brillar el sol de la mañana sobre la colina de Frésole, me calentaba con sus rayos; su fuerza me obligaba a abrir yentornar los párpados sonriendo, yéstos, como lamparillas de alabastro, se colmaban de una claridad sonrosada. No eran sólo las campanas las que volvían de Italia; Italia había venido con esa luz. Mis manos fieles no carecerían de flores para honrar el aniversario del viaje que debía haber hecho yo en otro tiempo, porque desde que en París habían vuelto a enfriarse los días, como otro año, en el momento en que hacíamos nuestros preparativos de viaje, a fines de la cuaresma, en el aire líquido y glacial que bañaba los castaños, los plátanos de los bulevares, el árbol del patio de nuestra casa, entreabrían ya sus hojas como en una copa de agua pura los narcisos, los junquillos, las anémonas del Ponte-Vecchio.
Mon père nous avait raconté qu′il savait maintenant par A.J. où allait M. de Noirpois quand il le rencontrait dans la maison. Mi padre nos había contado que ahora sabía por A. J. adónde iba el señor de Norpois cuando él se lo encontraba en la casa.
— C′est chez Mme de Villeparisis, il la connaît beaucoup, je n′en savais rien. Il paraît que c′est une personne délicieuse, une femme supérieure. Tu devrais aller la voir, me dit-il. Du reste, j′ai été très étonné. Il m′a parlé de M. de Guermantes comme d′un homme tout à fait distingué: je l′avais toujours pris pour une brute. Il paraît qu′il sait infiniment de choses, qu′il a un goût parfait, il est seulement très fier de son nom et de ses alliances. Mais du reste, au dire de Noirpois, sa situation est énorme, non seulement ici, mais partout en Europe. Il paraît que l′empereur d′Autriche, l′empereur de Russie le traitent tout à fait en ami. Le père Noirpois m′a dit que Mme de Villeparisis t′aimait beaucoup et que tu ferais dans son salon la connaissance de gens intéressants. Il m′a fait un grand éloge de toi, tu le retrouveras chez elle et il pourrait être pour toi d′un bon conseil même si tu dois écrire. Car je vois que tu ne feras pas autre chose. On peut trouver cela une belle carrière, moi ce n′est pas ce que j′aurais préféré pour toi, mais tu seras bientôt un homme, nous ne serons pas toujours auprès de toi, et il ne faut pas que nous t′empêchions de suivre ta vocation. —Va a casa de la señora de Villeparisis, la conoce mucho, yo no sabía nada. Parece que es una persona deliciosa, una mujer superior. Debías ir a verla tú —me dijo—. Por otra parte, me he quedado asombradísimo. Me ha hablado del señor Guermantes como de un hombre de lo más distinguido; yo lo había tomado siempre por una bestia. Parece que sabe una infinidad de cosas, que tiene un gusto perfecto, únicamente que está muy orgulloso de su nombre y de su parentela. Pero por lo demás, según dice de Norpois, su situación es privilegiada, no sólo aquí, sino en toda Europa. Parece que el emperador de Austria, el emperador de Rusia, lo tratan lo que se dice como a un amigo. El bueno de Norpois me ha dicho que la señora de Villeparisis te quería mucho, y que en su salón conocerías gente interesante. Me ha hecho un gran elogio de ti; en casa de ella te lo encontrarás, e incluso podría aconsejarte bien si has de escribir. Porque estoy viendo que no vas a hacer otra cosa. Eso podrá parecerles a algunos una buena carrera; yo no es la que hubiera preferido para ti, pero pronto serás un hombre, no vamos a estar siempre a tu lado, y no debemos impedirte que sigas tu vocación.
Si, au moins, j′avais pu commencer à écrire! Mais quelles que fussent les conditions dans lesquelles j′abordasse ce projet (de même, hélas! que celui de ne plus prendre d′alcool, de me coucher de bonne heure, de dormir, de me bien porter), que ce fût avec emportement, avec méthode, avec plaisir, en me privant d′une promenade, en l′ajournant et en la réservant comme récompense, en profitant d′une heure de bonne santé, en utilisant l′inaction forcée d′un jour de maladie, ce qui finissait toujours par sortir de mes efforts, c′était une page blanche, vierge de toute écriture, inéluctable comme cette carte forcée que dans certains tours on finit fatalement par tirer, de quelque façon qu′on eût préalablement brouillé le jeu. Je n′étais que l′instrument d′habitudes de ne pas travailler, de ne pas me coucher, de ne pas dormir, qui devaient se réaliser coûte que coûte; si je ne leur résistais pas, si je me contentais du prétexte qu′elles tiraient de la première circonstance venue que leur offrait ce jour-là pour les laisser agir à leur guise, je m′en tirais sans trop de dommage, je reposais quelques heures tout de même, à la fin de la nuit, je lisais un peu, je ne faisais pas trop d′excès; mais si je voulais les contrarier, si je prétendais entrer tôt dans mon lit, ne boire que de l′eau, travailler, elles s′irritaient, elles avaient recours aux grands moyens, elles me rendaient tout à fait malade, j′étais obligé de doubler la dose d′alcool, je ne me mettais pas au lit de deux jours, je ne pouvais même plus lire, et je me promettais une autre fois d′être plus raisonnable, c′est-à-dire moins sage, comme une victime qui se laisse voler de peur, si elle résiste, d′être assassinée. ¡Si a lo menos hubiera podido yo empezar a escribir! Pero cualesquiera que fuesen las condiciones en que abordase este proyecto (lo mismo ¡ay! que el de no volver a tomar alcohol, acostarme temprano, dormir, estar bien), fuese con arrebato, con método, con gusto, privándome de un paseo, aplazándolo y reservándolo como recompensa, aprovechando una hora de encontrarme bien, utilizando la inacción forzada de un día de enfermedad, lo que acababa siempre por resultar de mis esfuerzos era una página en blanco, virgen de toda escritura, ineluctable, como esa carta forzosa que en ciertos juegos se acaba por echar fatalmente, de cualquier manera que se hayan barajado antes las cartas. Yo no era más que el instrumento de unos hábitos de no trabajar, de no acostarme, de no dormir, que tenían que realizarse a toda costa; si no me resistía a ellos, si me contentaba con el pretexto que tomaban de la primera circunstancia que les ofreciese aquel día para dejarlos obrar a su antojo, salía del paso sin demasiado perjuicio, descansaba unas cuantas horas; de todas maneras, al final de la noche, leía un poco, no hacía demasiados excesos; pero si quería contrariarlos, si pretendía meterme en cama temprano, no beber más que agua, trabajar, se irritaban, acudían a los grandes recursos, me ponían materialmente enfermo, me veía obligado a duplicar la dosis de alcohol, no me metía en la cama en dos días, ni siquiera podía leer ya, y me prometía para otra vez ser más prudente, es decir, ser menos sensato, como una víctima que se deja robar por miedo a que si se resiste la asesinen.
Mon père dans l′intervalle avait rencontré une fois ou deux M. de Guermantes, et maintenant que M. de Norpois lui avait dit que le duc était un homme remarquable, il faisait plus attention à ses paroles. Justement ils parlèrent, dans la cour, de Mme de Villeparisis. «Il m′a dit que c′était sa tante; il prononce Viparisi. Il m′a dit qu′elle était extraordinairement intelligente. Il a même ajouté qu′elle tenait un bureau d′esprit», ajouta mon père impressionné par le vague de cette expression qu′il avait bien lue une ou deux fois dans des Mémoires, mais à laquelle il n′attachait pas un sens précis. Ma mère avait tant de respect pour lui que, le voyant ne pas trouver indifférent que Mme de Villeparisis tînt bureau d′esprit, elle jugea que ce fait était de quelque conséquence. Bien que par ma grand′mère elle sût de tout temps ce que valait exactement la marquise, elle s′en fit immédiatement une idée plus avantageuse. Ma grand′mère, qui était un peu souffrante, ne fut pas d′abord favorable à la visite, puis s′en désintéressa. Depuis que nous habitions notre nouvel appartement, Mme de Villeparisis lui avait demandé plusieurs fois d′aller la voir. Et toujours ma grand′mère avait répondu qu′elle ne sortait pas en ce moment, dans une de ces lettres que, par une habitude nouvelle et que nous ne comprenions pas, elle ne cachetait plus jamais elle-même et laissait à Françoise le soin de fermer. Quant à moi, sans bien me représenter ce «bureau d′esprit», je n′aurais pas été très étonné de trouver la vieille dame de Balbec installée devant un «bureau», ce qui, du reste, arriva. Mi padre, entretanto, se había encontrado una o dos veces con el señor de Guermantes, y ahora que el señor de Norpois le había dicho que el duque era un hombre notable, ponía más atención a sus palabras. Precisamente hablaron en el patio de la señora de Villeparisis. «Me ha dicho que era su tía; él pronuncia Villeparis. Me ha dicho de ella que era extraordinariamente inteligente. Ha añadido, incluso, que tenía abierta tienda de ingenio», añadió mi padre, impresionado por la vaguedad de esta expresión que había leído una o dos veces en algunas memorias, pero a la que no vinculaba un sentido preciso. Pero mi madre sentía tanto respeto hacia él que, al ver que no le era indiferente que la señora de Villeparisis tuviese abierta tienda de ingenio, juzgó que el hecho era de alguna trascendencia. A pesar de saber toda la vida por mi abuela lo que valía exactamente la marquesa, se formó inmediatamente una idea de ella más ventajosa. Mi abuela, que estaba un poco indispuesta, no se mostró muy favorable en el primer momento a la visita; después se desinteresó de ella. Desde que vivíamos en nuestro nuevo piso, la señora de Villeparisis la había instado varias veces a que fuese a verla. Y mi abuela había respondido siempre que no salía en aquellos momentos, con una de aquellas cartas que, por una costumbre nueva y que no comprendíamos, ya no sellaba por su propia mano, dejando a Francisca el cuidado de cerrarla. En cuanto a mí, sin acabar de representarme la «tienda de ingenio», no me hubiera extrañado gran cosa encontrarme a la anciana dama de Balbec instalada delante de un buró, como por lo demás llegó a ocurrir.
Mon père aurait bien voulu par surcroît savoir si l′appui de l′Ambassadeur lui vaudrait beaucoup de voix à l′Institut où il comptait se présenter comme membre libre. A vrai dire, tout en n′osant pas douter de l′appui de M. de Norpois, il n′avait pourtant pas de certitude. Il avait cru avoir affaire à de mauvaises langues quand on lui avait dit au ministère que M. de Norpois désirant être seul à y représenter l′Institut, ferait tous les obstacles possibles à une candidature qui, d′ailleurs, le gênerait particulièrement en ce moment où il en soutenait une autre. Pourtant, quand M. Leroy–Beaulieu lui avait conseillé de se présenter et avait supputé ses chances, avait-il été impressionné de voir que, parmi les collègues sur qui il pouvait compter en cette circonstance, l′éminent économiste n′avait pas cité M. de Norpois. Mon père n′osait poser directement la question à l′ancien ambassadeur mais espérait que je reviendrais de chez Mme de Villeparisis avec son élection faite. Cette visite était imminente. La propagande de M. de Norpois, capable en effet d′assurer à mon père les deux tiers de l′Académie, lui paraissait d′ailleurs d′autant plus probable que l′obligeance de l′Ambassadeur était proverbiale, les gens qui l′aimaient le moins reconnaissant que personne n′aimait autant que lui à rendre service. Et, d′autre part, au ministère sa protection s′étendait sur mon père d′une façon beaucoup plus marquée que sur tout autre fonctionnaire. Mi padre hubiera querido saber de buena gana, por añadidura, si el apoyo del embajador le valdría muchos votos en el Instituto, al cual contaba con presentarse como supernumerario. A decir verdad, bien que no se atreviese a dudar del apoyo del señor de Norpois, no lo tenía por muy seguro, sin embargo. Había creído que serían murmuraciones de malas lenguas cuando le habían dicho en el Ministerio que el señor de Norpois deseaba ser el único que representase allí al Instituto y que opondría todos los obstáculos posibles a su candidatura que, por lo demás, le molestaría sobremanera desde el momento en que justamente apoyaba otra. A pesar de todo, mi padre, cuando el señor Leroy-Beaulieu le había aconsejado que se presentase y había calculado sus probabilidades de triunfo se había sentido impresionado al ver que entre los colegas con quienes podía contar en tal circunstancia no había citado el eminente economista al señor de Norpois. Mi padre no se atrevía a plantearle directamente la cuestión al antiguo embajador, pero esperaba que yo volvería de casa de la señora de Villeparisis con su elección hecha. La visita era inminente. La propaganda del señor de Norpois, capaz, en efecto, de asegurar a mi padre las dos terceras partes de la Academia, le parecía, por otra parte, tanto más probable cuanto que la complacencia del embajador era proverbial, ya que hasta la gente que le tenía menos simpatías reconocía que no había nadie que fuese tan amigo como él de prestar servicios. Y, por lo demás, en el Ministerio, su protección se extendía sobre mi padre de manera mucho más señalada que sobre ningún otro funcionario.
Mon père fit une autre rencontre mais qui, celle-là, lui causa un étonnement, puis une indignation extrêmes. Il passa dans la rue près de Mme Sazerat, dont la pauvreté relative réduisait la vie à Paris à de rares séjours chez une amie. Personne autant que Mme Sazerat n′ennuyait mon père, au point que maman était obligée une fois par an de lui dire d′une voix douce et suppliante: «Mon ami, il faudrait bien que j′invite une fois Mme Sazerat, elle ne restera pas tard» et même: «Écoute, mon ami, je vais te demander un grand sacrifice, va faire une petite visite à Mme Sazerat. Tu sais que je n′aime pas t′ennuyer, mais ce serait si gentil de ta part.» Mon père riait, se fâchait un peu, et allait faire cette visite. Malgré donc que Mme Sazerat ne le divertît pas, mon père, la rencontrant, alla vers elle en se découvrant, mais, à sa profonde surprise, Mme Sazerat se contenta d′un salut glacé, forcé par la politesse envers quelqu′un qui est coupable d′une mauvaise action ou est condamné à vivre désormais dans un hémisphère différent. Mon père était rentré fâché, stupéfait. Le lendemain ma mère rencontra Mme Sazerat dans un salon. Celle-ci ne lui tendit pas la main et lui sourit d′un air vague et triste comme à une personne avec qui on a joué dans son enfance, mais avec qui on a cessé depuis lors toutes relations parce qu′elle a mené une vie de débauches, épousé un forçat ou, qui pis est, un homme divorcé. Or de tous temps mes parents accordaient et inspiraient à Mme Sazerat l′estime la plus profonde. Mais (ce que ma mère ignorait) Mme Sazerat, seule de son espèce à Combray, était dreyfusarde. Mon père, ami de M. Méline, était convaincu de la culpabilité de Dreyfus. Il avait envoyé promener avec mauvaise humeur des collègues qui lui avaient demandé de signer une liste révisionniste. Il ne me reparla pas de huit jours quand il apprit que j′avais suivi une ligne de conduite différente. Ses opinions étaient connues. On n′était pas loin de le traiter de nationaliste. Quant à ma grand′ mère que seule de la famille paraissait devoir enflammer un doute généreux, chaque fois qu′on lui parlait de l′innocence possible de Dreyfus, elle avait un hochement de tête dont nous ne comprenions pas alors le sens, et qui était semblable à celui d′une personne qu′on vient déranger dans des pensées plus sérieuses. Ma mère, partagée entre son amour pour mon père et l′espoir que je fusse intelligent, gardait une indécision qu′elle traduisait par le silence. Enfin mon grand-père, adorant l′armée (bien que ses obligations de garde national eussent été le cauchemar de son âge mûr), ne voyait jamais à Combray un régiment défiler devant la grille sans se découvrir quand passaient le colonel et le drapeau. Tout cela était assez pour que Mme Sazerat, qui connaissait à fond la vie de désintéressement et d′honneur de mon père et de mon grand-père, les considérât comme des suppôts de l′Injustice. On pardonne les crimes individuels, mais non la participation à un crime collectif. Dès qu′elle le sut antidreyfusard, elle mit entre elle et lui des continents et des siècles. Ce qui explique qu′à une pareille distance dans le temps et dans l′espace, son salut ait paru imperceptible à mon père et qu′elle n′eût pas songé à une poignée de main et à des paroles lesquelles n′eussent pu franchir les mondes qui les séparaient. Mi padre tuvo otro encuentro, sólo que éste le causó un asombro, luego una indignación, extremados. Pasó, en la calle, por junto a la señora de Sazerat, cuya relativa pobreza la obligaba a reducir su vida de París a raras, temporadas que pasaba en casa de alguna amiga. No había nadie que tanto encocorase a mi padre como la señora de Sazerat, hasta el punto de que mamá se veía obligada una vez al año a decirle con voz dulce y suplicante: «Hijito, creo que deberías invitar alguna vez a la señora de Sazerat; no se quedará hasta muy tarde», e incluso: «Oye, hijito, voy a pedirte un gran sacrificio: que vayas a hacer una visita a la señora de Sazerat. Bien sabes que no me gusta molestarte, pero serías tan bueno si lo hicieras...». Mi padre se reía, se enfurruñaba un poco e iba a hacer la visita. Así, a pesar de que la señora de Sazerat, no le hacía ninguna gracia, mi padre, al encontrarla, se fue hacia ella, descubriéndose; pero, con profunda sorpresa suya, la señora de Sazerat se contentó con un saludo glacial impuesto por la cortesía para con quien es culpable de alguna mala acción o está condenado a vivir en lo sucesivo en diferente hemisferio que uno. Mi padre había vuelto a casa ofendido, estupefacto. Al día siguiente mi madre se encontró en un salón a la señora de Sazerat. Ésta no le tendió la mano yle sonrió con una expresión vaga ytriste, cómo a una persona con quien se ha jugado en la infancia, pero con la que se ha roto luego todo género de relaciones porque se ha entregado a una vida de disipación, se ha casado con un licenciado de presidio o, peor aún, con un hombre divorciado. El caso era que mis padres habían concedido e inspirado siempre a la señora de Sazerat la más profunda estima. Pero (cosa que mi madre ignoraba), la señora de Sazerat, única de su género en Combray, era dreyfusista. Mi padre, amigo del señor Méline, estaba convencido de la culpabilidad de Dreyfus. Había mandado a paseo, malhumorado, a unos colegas que le habían pedido que pusiera su firma en una lista revisionista. No volvió a hablarme en ocho días cuando supo que yo había seguido una línea de conducta diferente. Sus opiniones eran conocidas de sobra. La gente no andaba muy lejos de tacharlo de nacionalista. En cuanto a mi abuela, la única de la familia a quien parecía que debiera inflamar una duda generosa, cada vez que le hablaban de la posible inocencia de Dreyfus hacía con la cabeza un movimiento cuyo sentido no comprendíamos entonces, y que era semejante al de una persona a quien se va a distraer de pensamientos más serios. Mi madre, dividida entre su amor a mi padre y la esperanza de que yo fuese inteligente, se mantenía en una indecisión que traducía en el silencio. Por último, mi abuelo, que adoraba al ejército (aun cuando sus obligaciones de guardia nacional hubieran sido la pesadilla de su edad madura), nunca veía desfilar un regimiento por delante de su verja, en Combray, que no se descubriese cuando pasaban el coronel y la bandera. Todo esto era suficiente para que la señora de Sazerat, que conocía a fondo la vida de desinterés yhonorabilidad de mi padre yde mi abuelo, los considerase cómo secuaces de la injusticia. Se perdonan los crímenes individuales, pero no la participación en un crimen colectivo. Desde el punto en que supo que mi padre era antidreyfusista, puso, entre ella yél continentes ysiglos enteros. Así se explica que, a tal distancia en el tiempo y en el espacio, su saludo le hubiera parecido imperceptible a mi padre y que ella no hubiese pensado en un apretón de manos y en unas palabras que no hubieran podido atravesar los mundos que los separaban.
Saint–Loup, devant venir à Paris, m′avait promis de me mener chez Mme de Villeparisis où j′espérais, sans le lui avoir dit, que nous rencontrerions Mme de Guermantes. Il me demanda de déjeuner au restaurant avec sa maîtresse que nous conduirions ensuite à une répétition. Nous devions aller la chercher le matin, aux environs de Paris où elle habitait. Saint-Loup, que tenía que venir a París, me había prometido llevarme a casa de la señora de Villeparisis, donde yo esperaba, sin habérselo dicho, que encontraríamos a la señora de Guermantes. Roberto me pidió que almorzase en un restaurante con su querida, a la que llevaríamos luego a un ensayo de teatro. Debíamos ir a buscarla, por la mañana, a los alrededores de París, donde vivía.
J′avais demandé à Saint–Loup que le restaurant où nous déjeunerions (dans la vie des jeunes nobles qui dépensent de l′argent le restaurant joue un rôle aussi important que les caisses d′étoffe dans les contes arabes) fût de préférence celui où Aimé m′avait annoncé qu′il devait entrer comme maître d′hôtel en attendant la saison de Balbec. C′était un grand charme pour moi qui rêvais à tant de voyages et en faisais si peu, de revoir quelqu′un qui faisait partie plus que de mes souvenirs de Balbec, mais de Balbec même, qui y allait tous les ans, qui, quand la fatigue ou mes cours me forçaient à rester à Paris, n′en regardait pas moins, pendant les longues fins d′après-midi de juillet, en attendant que les clients vinssent dîner, le soleil descendre et se coucher dans la mer, à travers les panneaux de verre de la grande salle à manger derrière lesquels, à l′heure où il s′éteignait, les ailes immobiles des vaisseaux lointains et bleuâtres avaient l′air de papillons exotiques et nocturnes dans une vitrine. Magnétisé lui-même par son contact avec le puissant aimant de Balbec, ce maître d′hôtel devenait à son tour aimant pour moi. J′espérais en causant avec lui être déjà en communication avec Balbec, avoir réalisé sur place un peu du charme du voyage. Yo le había pedido a Saint-Loup que el restaurante donde almorzásemos (en la vida de los jóvenes nobles que se gastan el dinero, el restaurante desempeña un papel de tanta importancia como el de los cofres de telas en los cuentos árabes) fuese de preferencia aquel en que Amado me había anunciado que iba a entrar de maître d′hôtel mientras no empezaba la temporada de Balbec. Era un gran encanto para mí, que soñaba con tantos viajes y que tan pocos hacía, volver a ver a alguien que formaba parte, más aún que de mis recuerdos de Balbec, del mismo Balbec, que iba allí todos los años, que, cuando el cansancio o mis estudios me obligaban a quedarme en París, no por eso dejaba de contemplar durante los largos finales de las siestas de julio, esperando a que viniesen a cenar los clientes, el sol que descendía y se ponía en el mar a través de las cristaleras del amplio comedor, tras de las cuales, a la hora en que el sol se extinguía, las alas inmóviles de los barcos remotos y azuleantes parecían mariposas exóticas y nocturnas en una vitrina. Magnetizado también él por su contacto con el poderoso imán de Balbec, aquel maître d′hôtel se convertía a su vez en imán para mí. Esperaba yo, al hablar con él, estar ya en comunicación con Balbec, haber realizado, sin moverme del mismo sitio, un poco del encanto del viaje.
Je quittai dès le matin la maison, où je laissai Françoise gémissante parce que le valet de pied fiancé n′avait pu encore une fois, la veille au soir, aller voir sa promise. Françoise l′avait trouvé en pleurs; il avait failli aller gifler le concierge, mais s′était contenu, car il tenait à sa place. Salí desde por la mañana de casa, donde dejé a Francisca gimiendo porque el novio lacayo no había podido, una vez más, la víspera de noche ir a ver a su prometida.
Avant d′arriver chez Saint–Loup, qui devait m′attendre devant sa porte, je rencontrai Legrandin, que nous avions perdu de vue depuis Combray et qui, tout grisonnant maintenant, avait gardé son air jeune et candide. Il s′arrêta. Francisca se lo había encontrado deshecho en lágrimas; había estado a punto de ir a darle de bofetadas al portero, pero se había contenido porque tenía apego a su colocación.
— Ah! vous voilà, me dit-il, homme chic, et en redingote encore! Voilà une livrée dont mon indépendance ne s′accommoderait pas. Il est vrai que vous devez être un mondain, faire des visites! Pour aller rêver comme je le fais devant quelque tombe à demi détruite, ma lavallière et mon veston ne sont pas déplacés. Vous savez que j′estime la jolie qualité de votre âme; c′est vous dire combien je regrette que vous alliez la renier parmi les Gentils. En étant capable de rester un instant dans l′atmosphère nauséabonde, irrespirable pour moi, des salons, vous rendez contre votre avenir la condamnation, la damnation du Prophète. Je vois cela d′ici, vous fréquentez les «coeurs légers», la société des châteaux; tel est le vice de la bourgeoisie contemporaine. Ah! les aristocrates, la Terreur a été bien coupable de ne pas leur couper le cou à tous. Ce sont tous de sinistres crapules quand ce ne sont pas tout simplement de sombres idiots. Enfin, mon pauvre enfant, si cela vous amuse! Pendant que vous irez à quelque five o′clock, votre vieil ami sera plus heureux que vous, car seul dans un faubourg, il regardera monter dans le ciel violet la lune rose. La vérité est que je n′appartiens guère à cette Terre où je me sens si exilé; il faut toute la force de la loi de gravitation pour m′y maintenir et que je ne m′évade pas dans une autre sphère. Je suis d′une autre planète. Adieu, ne prenez pas en mauvaise part la vieille franchise du paysan de la Vivonne qui est aussi resté le paysan du Danube. Pour vous prouver que je fais cas de vous, je vais vous envoyer mon dernier roman. Mais vous n′aimerez pas cela; ce n′est pas assez déliquescent, assez fin de siècle pour vous, c′est trop franc, trop honnête; vous, il vous faut du Bergotte, vous l′avez avoué, du faisandé pour les palais blasés de jouisseurs raffinés. On doit me considérer dans votre groupe comme un vieux troupier; j′ai le tort de mettre du coeur dans ce que j′écris, cela ne se porte plus; et puis la vie du peuple ce n′est pas assez distingué pour intéresser vos snobinettes. Allons, tâchez de vous rappeler quelquefois la parole du Christ: «Faites cela et vous vivrez.» Adieu, ami. Antes de llegar acaso, de Saint-Loup, que debía esperarme delante de su puerta, me encontré a Legrandin, a quien habíamos perdido de vista desde Combray y que, completamente cano ahora, había conservado su aspecto juvenil y candoroso: Se detuvo. —¡Hola! —me dijo—, elegante! ¡Y encima, de levita! Ahí tiene usted una librea a que no se avendría mi independencia. Verdad es que usted debe de ser un hombre de mundo, que tiene que hacer visitas. Para ir a divagar como yo lo hago ante alguna tumba medio en ruinas, mi chalina y mi chaqueta no están fuera de lugar. Ya sabe usted que aprecio la hermosa calidad de su alma; con esto quiero decirle cuánto siento que vaya a renegar de ella entre los gentiles. Al ser capaz de permanecer un instante en la atmósfera nauseabunda, para mí irrespirable, de los salones, lanza usted contra su propio porvenir la sentencia, la condenación del Profeta. Desde aquí veo que se trata usted con los corazones ligeros, que frecuenta la sociedad de los castillos; ése es el vicio de la burguesía contemporánea. ¡Ah, los aristócratas! ¡Cuánta culpa ha tenido el Terror en no cortarles el pescuezo a todos ellos! No son más que unos siniestros juerguistas, cuando no simplemente unos tétricos idiotas. ¡En fin, pobre hijo mío, si eso le divierte! Mientras usted va a un five o′clock cualquiera, su viejo amigo será más dichoso que usted, porque, solo en un arrabal, contemplará cómo sube por el cielo violeta la luna rosa. La verdad es que apenas pertenezco ya a esta Tierra en que me siento tan expatriado; hace falta toda la fuerza de la ley de la gravitación para mantenerme en ella y que no me evada a otra esfera. Yo soy de otro planeta. Adiós, no tome usted a mala parte la rancia franqueza del aldeano del Vivona que ha seguido siendo al mismo tiempo el aldeano del Danubio. Para demostrarle que hago caso de usted, voy a mandarle mi última novela. Pero no le ha de gustar; no es bastante delicuescente, bastante fin de siglo para usted; es una cosa demasiado franca, demasiado honrada; usted necesita cosas de Bergotte, usted mismo lo ha confesado, golosinas manidas para paladares estragados de refinados catadores. En el grupo de usted deben de considerarme como una antigualla; cometo el error de poner el corazón en lo que escribo, eso ya no se lleva, y, además, la vida del pueblo no es bastante distinguida para interesar a sus esnobinetas. Bueno, procure usted recordar las palabras de Cristo: «Haced esto y viviréis.» Adiós, amigo mío.
Ce n′est pas de trop mauvaise humeur contre Legrandin que je le quittai. Certains souvenirs sont comme des amis communs, ils savent faire des réconciliations; jeté au milieu des champs semés de boutons d′or où s′entassaient les ruines féodales, le petit pont de bois nous unissait, Legrandin et moi, comme les deux bords de la Vivonne. No me separé de Legrandin poseído de demasiado mal humor contra él. Ciertos recuerdos son como amigos comunes, saben hacer reconciliaciones; tendido en medio de los campos sembrados de botones de oro en que se amontonaban las ruinas feudales, el puentecillo de madera nos unía a Legrandin y a mí como a las dos márgenes del Vivona.
Ayant quitté Paris où, malgré le printemps commençant, les arbres des boulevards étaient à peine pourvus de leurs premières feuilles, quand le train de ceinture nous arrêta, Saint–Loup et moi, dans le village de banlieue où habitait sa maîtresse, ce fut un émerveillement de voir chaque jardinet pavoisé par les immenses reposoirs blancs des arbres fruitiers en fleurs. C′était comme une des fêtes singulières, poétiques, éphémères et locales qu′on vient de très loin contempler à époques fixes, mais celle-là donnée par la nature. Les fleurs des cerisiers sont si étroitement collées aux branches, comme un blanc fourreau, que de loin, parmi les arbres qui n′étaient presque ni fleuris, ni feuillus, on aurait pu croire, par ce jour de soleil encore si froid, que c′était de la neige, fondue ailleurs, qui était encore restée après les arbustes. Mais les grands poiriers enveloppaient chaque maison, chaque modeste cour, d′une blancheur plus vaste, plus unie, plus éclatante et comme si tous les logis, tous les enclos du village fussent en train de faire, à la même date, leur première communion. Después de haber dejado París, donde, a pesar de la primavera que apuntaba ya, los árboles del bulevar estaban apenas provistos de sus primeras hojas, cuando el tren de circunvalación nos dejó a Saint-Loup y a mí en el pueblecito de los arrabales en que vivía su querida, fue cosa de pasmo ver cada jardinillo empavesado por los inmensos altares blancos de los árboles frutales en flor. Era como una de esas singulares fiestas poéticas, efímeras y locales que viene uno de muy lejos a contemplar en épocas fijas, con la diferencia de que ésta era la naturaleza quien la daba. Las flores de los cerezos están tan pegadas a las ramas como una envoltura blanca que de lejos, por entre los árboles que casi no estaban aún florecidos ni cubiertos de hojas, hubiera podido creerse, en aquel día de sol tan frío aún, que era la nieve, derretida en otros sitios, que había quedado sin deshacerse al pie de los arbolillos. Pero los altos perales envolvían cada casa, cada patio modesto en una blancura más vasta, más deslumbradora, como si todas las viviendas, todos los cercados del pueblo estuviesen a punto de hacer en la misma fecha su primera comunión.
Ces villages des environs de Paris gardent encore à leurs portes des parcs du XVIIe et du XVIIIe siècle, qui furent les «folies» des intendants et des favorites. Un horticulteur avait utilisé l′un d′eux situé en contre-bas de la route pour la culture des arbres fruitiers (ou peut-être conservé simplement le dessin d′un immense verger de ce temps-là). Cultivés en quinconces, ces poiriers, plus espacés, moins avancés que ceux que j′avais vus, formaient de grands quadrilatères — séparés par des murs bas — de fleurs blanches sur chaque côté desquels la lumière venait se peindre différemment, si bien que toutes ces chambres sans toit et en plein air avaient l′air d′être celles du Palais du Soleil, tel qu′on aurait pu le retrouver dans quelque Crète; et elles faisaient penser aussi aux chambres d′un réservoir ou de telles parties de la mer que l′homme pour quelque pêche ou ostréiculture subdivise, quand on voyait des branches, selon l′exposition, la lumière venir se jouer sur les espaliers comme sur les eaux printanières et faire déferler ça et là, étincelant parmi le treillage à claire-voie et rempli d′azur des branches, l′écume blanchissante d′une fleur ensoleillée et mousseuse. Estos pueblecitos de los alrededores de París conservan todavía a sus puertas parques de los siglos XVII y XVIII, que fueron las locuras de los intendentes y de las favoritas. Un horticultor había utilizado uno de ellos, situado al pie mismo de la carretera, para el cultivo de árboles frutales (o acaso habría conservado simplemente el trazado de un inmenso jardín de aquel tiempo). Plantados a tresbolillo, estos perales, más espaciados, menos precoces que los que yo había visto, formaban grandes cuadriláteros —separados por muros bajos— de flores blancas, que cada uno de cuyos lados iba a pintarse diferentemente la luz, tanto que todas aquellas alcobas sin techo y al aire libre tenían la traza de ser las del Palacio del Sol, tal como hubieran podido descubrirse en alguna Creta, y hacían pensar también en los compartimientos de un depósito o en ciertas parcelas de mar que el hombre subdivide para algún género de pesca o de ostricultura, cuando se veía la luz ir desde las ramas, según la exposición, a jugar en las espalderas como sobre las aguas primaverales y hacer romperse acá y allá, centelleando por entre el enrejado de celosía y lleno de azul de la enramada, la albeante espuma de una flor soleada y vaporosa.
C′était un village ancien, avec sa vieille mairie cuite et dorée devant laquelle, en guise de mâts de cocagne et d′oriflammes, trois grands poiriers étaient, comme pour une fête civique et locale, galamment pavoisés de satin blanc. Era un pueblecito antiguo, con su vetusta alcaldía retostada y dorada, ante la cual, a guisa de palos de cucaña y de oriflamas, tres grandes perales estaban, como para una fiesta cívica y local, galanamente empavesados de raso blanco. Nunca me habló Roberto más tiernamente de su amiga que durante este trayecto. .
Jamais Robert ne me parla plus tendrement de son amie que pendant ce trajet. Seule elle avait des racines dans son coeur; l′avenir qu′il avait dans l′armée, sa situation mondaine, sa famille, tout cela ne lui était pas indifférent certes, mais ne comptait en rien auprès des moindres choses qui concernaient sa maîtresse. Cela seul avait pour lui du prestige, infiniment plus de prestige que les Guermantes et tous les rois de la terre. Je ne sais pas s′il se formulait à lui-même qu′elle était d′une essence supérieure à tout, mais je sais qu′il n′avait de considération, de souci, que pour ce qui la touchait. Par elle, il était capable de souffrir, d′être heureux, peut-être de tuer. Il n′y avait vraiment d′intéressant, de passionnant pour lui, que ce que voulait, ce que ferait sa maîtresse, que ce qui se passait, discernable tout au plus par des expressions fugitives, dans l′espace étroit de son visage et sous son front privilégié. Si délicat pour tout le reste, il envisageait la perspective d′un brillant mariage, seulement pour pouvoir continuer à l′entretenir, à la garder. Si on s′était demandé à quel prix il l′estimait, je crois qu′on n′eût jamais pu imaginer un prix assez élevé. S′il ne l′épousait pas c′est parce qu′un instinct pratique lui faisait sentir que, dès qu′elle n′aurait plus rien à attendre de lui, elle le quitterait ou du moins vivrait à sa guise, et qu′il fallait la tenir par l′attente du lendemain. Car il supposait que peut-être elle ne l′aimait pas. Sans doute, l′affection générale appelée amour devait le forcer — comme elle fait pour tous les hommes —à croire par moments qu′elle l′aimait. Mais pratiquement il sentait que cet amour qu′elle avait pour lui n′empêchait pas qu′elle ne restât avec lui qu′à cause de son argent, et que le jour où elle n′aurait plus rien à attendre de lui elle s′empresserait (victime des théories de ses amis de la littérature et tout en l′aimant, pensait-il) de le quitter. Sólo ella tenía raíces en su corazón; el porvenir que esperaba a Roberto en el ejército, su situación mundana, su familia, nada de eso le era indiferente, por supuesto, pero todo ello no pesaba nada en comparación de las menores cosas que concernían a su querida Era la única cosa que tuviese para él prestigio, un prestigio infinitamente mayor que el de los Guermantes y el de todos los reyes de la tierra juntos. No sé si se formulaba a sí mismo su convicción de que aquella mujer era de una esencia superior a todo, pero lo que sé es que no tenía consideración ni cuidado más que para lo que a ella se refería. Por ella era capaz de sufrir, de ser dichoso, acaso de matarse. Para él no había nada que fuese realmente interesante, apasionante, fuera de lo que quisiera, de lo que haría su amante, de lo que pasaba, discernible a lo sumo por expresiones fugitivas, en el angosto espacio de su rostro y bajo su frente privilegiada. Tan delicado para todo lo demás, hacía cara a la perspectiva de un matrimonio brillante sólo por poder seguir sosteniéndola, por conservarla. Si uno se hubiera preguntado en qué precio la estimaba, creo que jamás hubiera podido imaginarse un precio bastante subido. Si no se casaba con ella era porque un instinto práctico le hacía sentir que en el momento en que ella ya no tuviese nada que esperar de él lo dejaría o, por lo menos, viviría a su antojo, y que tenía que tenerla sujeta con la espera del mañana. Porque Roberto suponía que tal vez no lo quisiera ella. Claro está que la pasión genérica llamada amor debía obligarlo —como hace con todos los hombres— a creer a ratos que su querida lo amaba. Pero prácticamente sentía que ese amor que ella le tenía no era óbice para que si seguía con él fuese por su dinero, y que el día en que ya no tuviese que esperar nada más de él se apresuraría (víctima de las teorías de sus amigos literatos, y aun queriéndolo, pensaba él) a dejarlo.
— Je lui ferai aujourd′hui, si elle est gentille, me dit-il, un cadeau qui lui fera plaisir. C′est un collier qu′elle a vu chez Boucheron. C′est un peu cher pour moi en ce moment: trente mille francs. Mais ce pauvre loup, elle n′a pas tant de plaisir dans la vie. Elle va être joliment contente. Elle m′en avait parlé et elle m′avait dit qu′elle connaissait quelqu′un qui le lui donnerait peut-être. Je ne crois pas que ce soit vrai, mais je me suis à tout hasard entendu avec Boucheron, qui est le fournisseur de ma famille, pour qu′il me le réserve. Je suis heureux de penser que tu vas la voir; elle n′est pas extraordinaire comme figure, tu sais (je vis bien qu′il pensait tout le contraire et ne disait cela que pour que mon admiration fût plus grande), elle a surtout un jugement merveilleux; devant toi elle n′osera peut-être pas beaucoup parler, mais je me réjouis d′avance de ce qu′elle me dira ensuite de toi; tu sais, elle dit des choses qu′on peut approfondir indéfiniment, elle a vraiment quelque chose de pythique. —Hoy voy a hacerle, como sea buena —me dijo—, un regalo que le ha de gustar. Es un collar que he visto en casa de Boucheron. Un poco caro resultan para mí en estos momentos treinta mil francos. Pero mi lobita no tiene tantos goces en su vida. Se va a poner la mar de contenta. Me había hablado de ello y me había dicho que conocía a alguien que acaso se lo diera. No creo que sea cierto, pero por si acaso me he entendido con Boucheron, que es el proveedor de mi familia, para que me lo reserve. Soy feliz sólo de pensar que vas a verla; de cara no es ninguna cosa extraordinaria, ¿sabes? (vi perfectamente que pensaba todo lo contrario y que lo decía tan sólo porque mi admiración fuese mayor), lo que tiene, sobre todo, es una inteligencia maravillosa; acaso no se atreva a hablar, mucho delante de ti, pero me regodeo de antemano con lo queme va a decir de ti luego, porque, ¡si vieras!, dice unas cosas que pueden profundizarse hasta el infinito, realmente tiene algo de pítica.
Pour arriver à la maison qu′elle habitait, nous longions de petits jardins, et je ne pouvais m′empêcher de m′arrêter, car ils avaient toute une floraison de cerisiers et de poiriers; sans doute vides et inhabités hier encore comme une propriété qu′on n′a pas louée, ils étaient subitement peuplés et embellis par ces nouvelles venues arrivées de la veille et dont à travers les grillages on apercevait les belles robes blanches au coin des allées. Para llegar a la casa en que vivía pasábamos por delante de unos jardinillos, y yo no podía menos de detenerme, porque estaban cuajados de cerezos yde perales en flor; seguramente vacíos y deshabitados aún ayer como una propiedad por alquilar, estaban súbitamente poblados y embellecidos por aquellas recién venidas de la víspera, cuyos hermosos ropajes blancos se divisaban a través de las rejas en el ángulo de las avenidas.
—Écoute, puisque je vois que tu veux regarder tout cela, être poétique, me dit Robert, attends-moi là, mon amie habite tout près, je vais aller la chercher. —Oye, como veo que quieres contemplar todo esto, poético ser me dijo Roberto—, espérame aquí; mi amiga vive muy cerca, voy a ir a buscarla.
En l′attendant je fis quelques pas, je passais devant de modestes jardins. Si je levais la tête, je voyais quelquefois des jeunes filles aux fenêtres, mais même en plein air et à la hauteur d′un petit étage, ça et là, souples et légères, dans leur fraîche toilette mauve, suspendues dans les feuillages, de jeunes touffes de lilas se laissaient balancer par la brise sans s′occuper du passant qui levait les yeux jusqu′à leur entresol de verdure. Je reconnaissais en elles les pelotons violets disposés à l′entrée du parc de M. Swann, passé la petite barrière blanche, dans les chauds après-midi du printemps, pour une ravissante tapisserie provinciale. Je pris un sentier qui aboutissait à une prairie. Un air froid y soufflait vif comme à Combray, mais, au milieu de la terre grasse, humide et campagnarde qui eût pu être au bord de la Vivonne, n′en avait pas moins surgi, exact au rendez-vous comme toute la bande de ses compagnons, un grand poirier blanc qui agitait en souriant et opposait au soleil, comme un rideau de lumière matérialisée et palpable, ses fleurs convulsées par la brise, mais lissées et glacées d′argent par les rayons. Mientras lo esperaba di unos cuantos pasos, yendo y viniendo por delante de algunos jardines modestos. Si levantaba la cabeza veía a algunas muchachas en las ventanas, pero en pleno aire libre y a la altura de un primer piso, acá yallá, esbeltos yligeros, con sus frescas galas malva, colgados del follaje, tiernos manojos de lilas se dejaban columpiar por la brisa sin cuidarse del transeúnte que alzaba los ojos hasta su entresuelo de verdura. Reconocía yo en ellas los ovillos violeta dispuestos a la entrada del parque de Swann, pasada la pequeña cancela blanca, en las cálidas siestas de primavera, para una encantadora tapicería provinciana. Eché a andar por un sendero que iba a dar a una pradera. Soplaba en ésta un aire frío, vivo, lo mismo que en Combray; pero en medio de la tierra grasa, húmeda y aldeana que Hubiera podido estar a orillas del Vivona, no había dejado de surgir, puntual a la cita como toda la bandada de sus compañeros, un gran peral blanco que agitaba sonriendo y oponía al sol, como una cortina de luz materializada y palpable, sus flores convulsas por la brisa, pero bruñidas y barnizadas de plata por los rayos solares.
Tout à coup, Saint–Loup apparut accompagné de sa maîtresse et alors, dans cette femme qui était pour lui tout l′amour, toutes les douceurs possibles de la vie, dont la personnalité mystérieusement enfermée dans un corps comme dans un Tabernacle était l′objet encore sur lequel travaillait sans cesse l′imagination de mon ami, qu′il sentait qu′il ne connaîtrait jamais, dont il se demandait perpétuellement ce qu′elle était en elle-même, derrière le voile des regards et de la chair, dans cette femme, je reconnus à l′instant «Rachel quand du Seigneur», celle qui, il y a quelques années — les femmes changent si vite de situation dans ce monde-là, quand elles en changent — disait à la maquerelle: «Alors, demain soir, si vous avez besoin de moi pour quelqu′un, vous me ferez chercher.» De repente apareció Saint-Loup, acompañado de su querida. y entonces, en aquella mujer que era para él todo el amor, todas las dulzuras posibles de la vida, cuya personalidad misteriosamente encerrada en un cuerpo como en un Tabernáculo era, además, el objeto sobre que laboraba incesantemente la imaginación de mi amigo, que sentía que no conocería nunca y ante el cual se preguntaba perpetuamente lo que era ella en sí misma, tras el velo de las miradas y de la carne, reconocí al instante en aquella mujer a Rachel quand du Seigneur, la misma que hacía unos años —¡las mujeres cambian tan aprisa de situación en este mundo, cuando cambian! —decía a la alcahueta: —Entonces, mañana por la tarde, si necesita de mí para alguno, me manda usted buscar.
Et quand on était «venu la chercher» en effet, et qu′elle se trouvait seule dans la chambre avec ce quelqu′un, elle savait si bien ce qu′on voulait d′elle, qu′après avoir fermé à clef, par précaution de femme prudente, ou par geste rituel, elle commençait à ôter toutes ses affaires, comme on fait devant le docteur qui va vous ausculter, et ne s′arrêtant en route que si le «quelqu′un», n′aimant pas la nudité, lui disait qu′elle pouvait garder sa chemise, comme certains praticiens qui, ayant l′oreille très fine et la crainte de faire se refroidir leur malade, se contentent d′écouter la respiration et le battement du coeur à travers un linge. A cette femme dont toute la vie, toutes les pensées, tout le passé, tous les hommes par qui elle avait pu être possédée, m′étaient chose si indifférente que, si elle me l′eût contée, je ne l′eusse écoutée que par politesse et à peine entendue, je sentis que l′inquiétude, le tourment, l′amour de Saint–Loup s′étaient appliqués jusqu′à faire — de ce qui était pour moi un jouet mécanique — un objet de souffrances infinies, le prix même de l′existence. Voyant ces deux éléments dissociés (parce que j′avais connu «Rachel quand du Seigneur» dans une maison de passe), je comprenais que bien des femmes pour lesquelles des hommes vivent, souffrent, se tuent, peuvent être en elles-mêmes ou pour d′autres ce que Rachel était pour moi. L′idée qu′on pût avoir une curiosité douloureuse à l′égard de sa vie me stupéfiait. J′aurais pu apprendre bien des coucheries d′elle à Robert, lesquelles me semblaient la chose la plus indifférente du monde. Et combien elles l′eussent peiné! Et que n′avait-il pas donné pour les connaître, sans y réussir! Y cuando habían «ido a buscarla» efectivamente y se encontraba a solas en la alcoba con alguno, sabía tan bien lo que querían de ella, que, después de haber echado la llave, por precaución de mujer prudente o por ademán ritual, empezaba a quitarse todas sus prendas, como hace uno delante del doctor que va a auscultarlo, y no se detenía como no fuese que el alguna, por no gustar de la desnudez, le dijera que podía quedarse en camisa, como ciertos prácticos que, dotados de un oído muy fino y por temor a hacer resfriarse a su enfermo, se contentan con escuchar la respiración y el latir del corazón a través de un lienzo. Ante aquella mujer cuya vida entera, cuyos pensamientos todos, como todo su pasado, los hombres por quien había podido ser poseída, eran para mí cosa tan indiferente que, si me lo hubiese contado, la hubiera escuchado meramente por cortesía y sin oírla apenas, sentí que la inquietud, el tormento, el amor de Saint-Loup se habían afanado hasta hacer, de lo que para mí era un juguete mecánico, un objeto de sufrimientos infinitos, el valor mismo de la existencia. Al ver estos dos elementos disociados (porque yo había conocido a Rachel quand du Seigneur en una casa de compromiso) comparaba yo para mis adentros cuántas otras mujeres por las que viven, sufren y se matan los hombres, pueden ser en sí mismas o para otros lo que Raquel era para mí. La idea de que pudiera sentir nadie una curiosidad dolorosa respecto de su vida me dejaba estupefacto. Hubiera podido enterar a Roberto de no pocas dormidas de ella, que me parecían la cosa más indiferente del mundo. A él, en cambio, ¡cómo lo habrían apenado! ¡Y qué no habría dado por conocerlas, sin conseguirlo!
Je me rendais compte de tout ce qu′une imagination humaine peut mettre derrière un petit morceau de visage comme était celui de cette femme, si c′est l′imagination qui l′a connue d′abord; et, inversement, en quels misérables éléments matériels et dénués de toute valeur pouvait se décomposer ce qui était le but de tant de rêveries, si, au contraire, cela avait été, connue d′une manière opposée, par la connaissance la plus triviale. Je comprenais que ce qui m′avait paru ne pas valoir vingt francs quand cela m′avait été offert pour vingt francs dans la maison de passe, où c′était seulement pour moi une femme désireuse de gagner vingt francs, peut valoir plus qu′un million, que la famille, que toutes les situation enviées, si on a commencé par imaginer en elle un être inconnu, curieux à connaître, difficile à saisir, à garder. Sans doute c′était le même mince et étroit visage que nous voyions Robert et moi. Mais nous étions arrivés à lui par les deux routes opposées qui ne communiqueront jamais, et nous n′en verrions jamais la même face. Ce visage, avec ses regards, ses sourires, les mouvements de sa bouche, moi je l′avais connu du dehors comme étant celui d′une femme quelconque qui pour vingt francs ferait tout ce que je voudrais. Aussi les regards, les sourires, les mouvements de bouche m′avaient paru seulement significatifs d′actes généraux, sans rien d′individuel, et sous eux je n′aurais pas eu la curiosité de chercher une personne. Mais ce qui m′avait en quelque sorte été offert au départ, ce visage consentant, ç‘avait été pour Robert un point d′arrivée vers lequel il s′était dirigé à travers combien d′espoirs, de doutes, de soupçons, de rêves. Il donnait plus d′un million pour avoir, pour que ne fût pas offert à d′autres, ce qui m′avait été offert comme à chacun pour vingt francs. Pour quel motif, cela, il ne l′avait pas eu à ce prix, peut tenir au hasard d′un instant, d′un instant pendant lequel celle qui semblait prête à se donner se dérobe, ayant peut-être un rendez-vous, quelque raison qui la rende plus difficile ce jour-là. Si elle a affaire à un sentimental, même si elle ne s′en aperçoit pas, et surtout si elle s′en aperçoit, un jeu terrible commence. Incapable de surmonter sa déception, de se passer de cette femme, il la relance, elle le fuit, si bien qu′un sourire qu′il n′osait plus espérer est payé mille fois ce qu′eussent dû l′être les dernières faveurs. Il arrive même parfois dans ce cas, quand on a eu, par un mélange de naîµ¥té dans le jugement et de lâcheté devant la souffrance, la folie de faire d′une fille une inaccessible idole, que ces dernières faveurs, ou même le premier baiser, on ne l′obtiendra jamais, on n′ose même plus le demander pour ne pas démentir des assurances de platonique amour. Et c′est une grande souffrance alors de quitter la vie sans avoir jamais su ce que pouvait être le baiser de la femme qu′on a le plus aimée. Les faveurs de Rachel, Saint–Loup pourtant avait réussi par chance à les avoir toutes. Certes, s′il avait su maintenant qu′elles avaient été offertes à tout le monde pour un louis, il eût sans doute terriblement souffert, mais n′eût pas moins donné un million pour les conserver, car tout ce qu′il eût appris n′eût pas pu le faire sortir — car cela est au-dessus des forces de l′homme et ne peut arriver que malgré lui par l′action de quelque grande loi naturelle — de la route dans laquelle il était et d′où ce visage ne pouvait lui apparaître qu′à travers les rêves qu′il avait formés, d′où ces regards, ces sourires, ce mouvement de bouche étaient pour lui la seule révélation d′une personne dont il aurait voulu connaître la vraie nature et posséder à lui seul les désirs. L′immobilité de ce mince visage, comme celle d′une feuille de papier soumise aux colossales pressions de deux atmosphères, me semblait équilibrée par deux infinis qui venaient aboutir à elle sans se rencontrer, car elle les séparait. Et en effet, la regardant tous les deux, Robert et moi, nous ne la voyions pas du même côté du mystère. Me hacía yo cargo de todo lo que una imaginación humana puede poner tras un pedacito de cara como era la de aquella mujer, con tal que sea la imaginación la que primero la ha conocido, e inversamente en qué míseros elementos materiales y desprovistos de todo valor, inestimables, podía descomponerse lo que era el fin de tantos ensueños si, por el contrario, hubiera sido conocido eso mismo de una manera opuesta, con el conocimiento más trivial. Comprendía que lo que me había parecido que no valía veinte francos cuando me lo habían ofrecido por veinte francos en la casa de compromiso, donde no era para mí más que una mujer deseosa de ganarse esos veinte francos, puede valer más de un millón, más que la familia, más que todas las situaciones codiciadas, si se ha empezado por imaginar en ello un ser desconocido, curioso de conocer, difícil de apresar, de conservar. Sin duda era la misma cara fina ymenuda la que veíamos Roberto y yo, Pero habíamos llegado a ella por los dos caminos opuestos que no se comunicarán nunca, y jamás veríamos la misma luz de esa cara. Aquel rostro, con sus miradas, con sus sonrisas, con los mohines de su boca, lo había conocido yo por fuera, como el rostro de una forma cualquiera que por veinte francos haría cuanto yo quisiese: Así, las miradas, las sonrisas, los mohines me habían parecido únicamente expresivos de actos genéricos, sin nada individual, y no hubiera tenido la curiosidad de buscar bajo ellos una persona. Pero lo que había sido en cierto modo ofrecido en el punto de partida, aquel rostro consentidor, había sido para Roberto un punto de llegada hacia el cual se había dirigido a través de cuántas esperanzas, dudas, sospechas, ensueños. Daba más de un millón por tener, porque no fuese ofrecido a otros, lo que a mí se me había ofrecido como a cualquier otro, por veinte francos. Por qué motivo no había tenido él eso mismo a ese precio, es cosa que puede deberse a la casualidad de un instante, de un instante durante el cual aquella que parecía dispuesta a darse se niega, quizá porque tenga una cita o alguna otra razón que la haga más difícil ese día. Si tropieza con un sentimental, aun cuando ella no se percate del caso y sobre todo si se percata de ello, comienza un juego terrible, Incapaz de sobreponerse a su decepción, de pasarse sin esa mujer, él la acosa, ella le huye, hasta el extremo de que una sonrisa, que él ya no se atrevía a esperar, es pagada mil veces más de lo que hubieran debido serlo los últimos favores. Ocurre inclusive a veces, en ese caso, cuando se ha cometido, por una mezcla de candorosidad en el juicio y de cobardía ante el sufrimiento, la locura de convertir a una pelandusca en un ídolo inaccesible, que esos mismos favores últimos, o el primer beso que sea, jamás los conseguirá uno ni se atreve ya siquiera a solicitarlos, por no desmentir seguridades de amor platónico. Y es un gran sufrimiento entonces dejar la vida sin haber sabido nunca lo que podía ser el beso de la mujer que más se ha querido: Saint-Loup, sin embargo, había conseguido, por suerte, poseer todos los favores de Raquel. Desde luego que si ahora hubiese sabido que esos favores habían sido ofrecidos a todo el mundo por un luis, habría sufrido terriblemente, sin duda, mas no por ello hubiera dejado de dar un millón por conservarlos, puesto que todo lo que hubiese llegado a saber no habría podido hacerle apartarse —ya que eso está por encima de las fuerzas del hombre y no puede ocurrir como no sea despecho suyo, merced a la acción de alguna gran ley natural— del camino en que se encontraba y desde el que ese rostro no podía aparecérsele sino a través de los sueños que había forjado él mismo, desde el que aquellas miradas, aquellas sonrisas, aquel mohín de la boca eran para él la única revelación de una persona cuya verdadera naturaleza hubiera querido conocer y poseer él sólo sus deseos. La inmovilidad de aquel fino rostro, como la de una hoja de papel sometida a las colosales presiones de dos atmósferas, me parecía equilibrada por dos infinitos que venían a dar en ella sin encontrarse, porque ella los separaba. Y, en efecto, al mirarla los dos, ni Roberto ni yo la veíamos por el mismo lado del misterio.
Ce n′était pas «Rachel quand du Seigneur» qui me semblait peu de chose, c′était la puissance de l′imagination humaine, l′illusion sur laquelle reposaient les douleurs de l′amour, que je trouvais grandes. Robert vit que j′avais l′air ému. Je détournai les yeux vers les poiriers et les cerisiers du jardin d′en face pour qu′il crût que c′était leur beauté qui me touchait. Et elle me touchait un peu de la même façon, elle mettait aussi près de moi de ces choses qu′on ne voit pas qu′avec ses yeux, mais qu′on sent dans son coeur. Ces arbustes que j′avais vus dans le jardin, en les prenant pour des dieux étrangers, ne m′étais-je pas trompé comme Madeleine quand, dans un autre jardin, un jour dont l′anniversaire allait bientôt venir, elle vit une forme humaine et «crut que c′était le jardinier»? Gardiens des souvenirs de l′âge d′or, garants de la promesse que la réalité n′est pas ce qu′on croit, que la splendeur de la poésie, que l′éclat merveilleux de l′innocence peuvent y resplendir et pourront être la récompense que nous nous efforcerons de mériter, les grandes créatures blanches merveilleusement penchées au-dessus de l′ombre propice à la sieste, à la pêche, à la lecture, n′était-ce pas plutôt des anges? J′échangeais quelques mots avec la maîtresse de Saint–Loup. Nous coupâmes par le village. Les maisons en étaient sordides. Mais à côté des plus misérables, de celles qui avaient un air d′avoir été brûlées par une pluie de salpêtre, un mystérieux voyageur, arrêté pour un jour dans la cité maudite, un ange resplendissant se tenait debout, étendant largement sur elle l′éblouissante protection de ses ailes d′innocence en fleurs: c′était un poirier. Saint–Loup fit quelques pas en avant avec moi: No era Rachel quand du Seigneur lo que me parecía poca cosa eran el poder de la imaginación humana, la ilusión en que descansaban los dolores del amor, que me parecían grandes. Roberto vio que yo parecía impresionado. Desvié los ojos hacia los perales y cerezos del jardín de enfrente, porque creyese que era la belleza de aquellos lo que me impresionaba. Y sí que me conmovía un poco; de la misma manera ponía también cerca de mí cosas de esas que no ve uno como no sea con sus propios ojos, pero que cuando las ve le llegan al fondo del corazón. Al tomar por dioses extraños los arbolillos que había visto en el jardín, no me había engañado como la Magdalena cuando, en otro jardín, un día cuyo aniversario iba a llegar bien pronto, vio una forma humana y «creyó que era el jardinero». Custodios de los recuerdos de la edad de oro, fiadores de la promesa de que la realidad no es lo que se cree, de que el esplendor de la poesía, el maravilloso fulgor de la inocencia pueden resplandecer en aquélla y podrán ser la recompensa que nos afanemos por merecer, las grandes criaturas blancas maravillosamente inclinadas sobre la sombra propicia a la siesta, a la pesca, a la lectura, ¿no eran más bien ángeles? Cambié algunas palabras con la querida de Saint-Loup. Cortamos por el pueblo. Las casas de éste eran sórdidas. Pero junto a las más miserables, a aquéllas que tenían facha de haber sido abrasadas por una lluvia de salitre, un misterioso viajero, detenido por un día en la ciudad maldita, un ángel resplandeciente, se erguía en pie, extendiendo ampliamente sobre aquélla la protección deslumbradora de sus alas de inocencia en flor: era un peral. Saint-Loup se adelantó unos pasos conmigo
— J′aurais aimé que nous puissions, toi et moi, attendre ensemble, j′aurais même été plus content de déjeuner seul avec toi, et que nous restions seuls jusqu′au moment d′aller chez ma tante. Mais ma pauvre gosse, ça lui fait tant de plaisir, et elle est si gentille pour moi, tu sais, je n′ai pu lui refuser. Du reste, elle te plaira, c′est une littéraire, une vibrante, et puis c′est une chose si gentille de déjeuner avec elle au restaurant, elle est si agréable, si simple, toujours contente de tout. —Me hubiera gustado que pudiéramos esperar tú y yo juntos; me habría satisfecho más, incluso, almorzar solo contigo, y que hubiéramos estado los dos solos hasta el momento de ir a casa de mi tía. Pero a mi pobre chiquilla le gusta tanto eso y es tan buena para conmigo, ¿comprendes?, que no he podido negárselo. Por lo demás, te ha de gustar, es una criatura literaria, vibrante, y luego que está tan bien eso de almorzar con ella en el restaurante, es tan agradable, tan sencilla, se muestra siempre tan satisfecha de todo...
Je crois pourtant que, précisément ce matin-là, et probablement pour la seule fois, Robert s′évada un instant hors de la femme que, tendresse après tendresse, il avait lentement composée, et aperçut tout d′un coup à quelque distance de lui une autre Rachel, un double d′elle, mais absolument différent et qui figurait une simple petite grue. Quittant le beau verger, nous allions prendre le train pour rentrer à Paris quand, à la gare, Rachel, marchant à quelques pas de nous, fut reconnue et interpellée par de vulgaires «poules» comme elle était et qui d′abord, la croyant seule, lui crièrent: «Tiens, Rachel, tu montes avec nous? Lucienne et Germaine sont dans le wagon et il y a justement encore de la place; viens, on ira ensemble au skating», et s′apprêtaient à lui présenter deux «calicots», leurs amants, qui les accompagnaient, quand, devant l′air légèrement gêné de Rachel, elles levèrent curieusement les yeux un peu plus loin, nous aperçurent et s′excusant lui dirent adieu en recevant d′elle un adieu aussi, un peu embarrassé mais amical. C′étaient deux pauvres petites poules, avec des collets en fausse loutre, ayant à peu près l′aspect qu′avait Rachel quand Saint–Loup l′avait rencontrée la première fois. Il ne les connaissait pas, ni leur nom, et voyant qu′elles avaient l′air très liées avec son amie, eut l′idée que celle-ci avait peut-être eu sa place, l′avait peut-être encore, dans une vie insoupçonnée de lui, fort différente de celle qu′il menait avec elle, une vie où on avait les femmes pour un louis tandis qu′il donnait plus de cent mille francs par an à Rachel. Il ne fit pas qu′entrevoir cette vie, mais aussi au milieu une Rachel tout autre que celle qu′il connaissait, une Rachel pareille à ces deux petites poules, une Rachel à vingt francs. En somme Rachel s′était un instant dédoublée pour lui, il avait aperçu à quelque distance de sa Rachel la Rachel petite poule, la Rachel réelle, à supposer que la Rachel poule fût plus réelle que l′autre. Robert eut peut-être l′idée alors que cet enfer où il vivait, avec la perspective et la nécessité d′un mariage riche, d′une vente de son nom, pour pouvoir continuer à donner cent mille francs par an à Rachel, il aurait peut-être pu s′en arracher aisément, et avoir les faveurs de sa maîtresse, comme ces calicots celles de leurs grues, pour peu de chose. Mais comment faire? Elle n′avait démérité en rien. Moins comblée, elle serait moins gentille, ne lui dirait plus, ne lui écrirait plus de ces choses qui le touchaient tant et qu′il citait avec un peu d′ostentation à ses camarades, en prenant soin de faire remarquer combien c′était gentil d′elle, mais en omettant qu′il l′entretenait fastueusement, même qu′il lui donnât quoi que ce fût, que ces dédicaces sur une photographie ou cette formule pour terminer une dépêche, c′était la transmutation sous sa forme la plus réduite et la plus précieuse de cent mille francs. S′il se gardait de dire que ces rares gentillesses de Rachel étaient payées par lui, il serait faux — et pourtant ce raisonnement simpliste, on en use absurdement pour tous les amants qui casquent, pour tant de maris — de dire que c′était par amour-propre, par vanité. Saint–Loup était assez intelligent pour se rendre compte que tous les plaisirs de la vanité, il les aurait trouvés aisément et gratuitement dans le monde, grâce à son grand nom, à son joli visage, et que sa liaison avec Rachel, au contraire, était ce qui l′avait mis un peu hors du monde, faisait qu′il y était moins coté. Non, cet amour-propre à vouloir paraître avoir gratuitement les marques apparentes de prédilection de celle qu′on aime, c′est simplement un dérivé de l′amour, le besoin de se représenter à soi-même et aux autres comme aimé par ce qu′on aime tant. Rachel se rapprocha de nous, laissant les deux poules monter dans leur compartiment; mais, non moins que la fausse loutre de celles-ci et l′air guindé des calicots, les noms de Lucienne et de Germaine maintinrent un instant la Rachel nouvelle. Un instant il imagina une vie de la place Pigalle, avec des amis inconnus, des bonnes fortunes sordides, des après-midi de plaisirs na, promenade ou partie de plaisir, dans ce Paris où l′ensoleillement des rues depuis le boulevard de Clichy ne lui sembla pas le même que la clarté solaire où il se promenait avec sa maîtresse, mais devoir être autre, car l′amour, et la souffrance qui fait un avec lui, ont, comme l′ivresse, le pouvoir de différencier pour nous les choses. Ce fut presque comme un Paris inconnu au milieu de Paris même qu′il soupçonna, sa liaison lui apparut comme l′exploration d′une vie étrange, car si avec lui Rachel était un peu semblable à lui-même, pourtant c′était bien une partie de sa vie réelle que Rachel vivait avec lui, même la partie la plus précieuse à cause des sommes folles qu′il lui donnait, la partie qui la faisait tellement envier des amies et lui permettrait un jour de se retirer à la campagne ou de se lancer dans les grands théâtres, après avoir fait sa pelote. Robert aurait voulu demander à son amie qui étaient Lucienne et Germaine, les choses qu′elles lui eussent dites si elle était montée dans leur compartiment, à quoi elles eussent ensemble, elle et ses camarades, passé une journée qui eût peut-être fini comme divertissement suprême, après les plaisirs du skating, à la taverne de l′Olympia, si lui, Robert, et moi n′avions pas été présents. Un instant les abords de l′Olympia, qui jusque-là lui avaient paru assommants, excitèrent sa curiosité, sa souffrance, et le soleil de ce jour printanier donnant dans la rue Caumartin où, peut-être, si elle n′avait pas connu Robert, Rachel fût allée tantôt et eût gagné un louis, lui donnèrent une vague nostalgie. Mais à quoi bon poser à Rachel des questions, quand il savait d′avance que la réponse serait ou un simple silence ou un mensonge ou quelque chose de très pénible pour lui sans pourtant lui décrire rien? Les employés fermaient les portières, nous montâmes vite dans une voiture de première, les perles admirables de Rachel rapprirent à Robert qu′elle était une femme d′un grand prix, il la caressa, la fit rentrer dans son propre coeur où il la contempla, intériorisée, comme il avait toujours fait jusqu′ici — sauf pendant ce bref instant où il l′avait vue sur une place Pigalle de peintre impressionniste — et le train partit. Creo, sin, embargo, que precisamente aquella mañana, y probablemente por única vez, Roberto se evadió un instante fuera de la mujer que, ternura tras ternura, había compuesto lentamente él mismo, y descubrió de pronto a alguna distancia de sí otra Raquel, un doble de ella, pero absolutamente diferente y que figuraba una simple pirujilla. Saliendo del hermoso jardín íbamos a tomar el tren para volver a París cuando, en la estación, Raquel, que iba a unos cuantos pasos de nosotros, fue reconocida y llamada por unas vulgares niñas como ella que en el primer momento, creyéndola sola, le gritaron: «¡Eh, Raquel, vente con nosotros! ¡Luciana y Germana están en el vagón, yprecisamente queda sitio aún! Anda, iremos juntas al skating», y se disponían a presentarle a dos horteras, sus amantes, que las acompañaban, cuando, ante la expresión ligeramente cohibida de Raquel, alzaron curiosamente los ojos un poco más lejos, nos vieron, y, disculpándose, le dijeron adiós, recibiendo de ella un adiós también un tanto cortado, pero amistoso. Eran dos pobres pirujas, con cuellos de falsa nutria, con la misma facha, sobre poco más o menos, que tenía Raquel la primera vez que la había encontrado Saint-Loup. Éste no las conocía ni sabía su nombre, y al ver que parecían estar muy unidas a su amiga le asaltó la idea de que acaso ésta había tenido su lugar, lo tenía tal vez aún, en una vida insospechada de él, muy diferente de la que vivía con ella, una vida en que tenía uno mujeres por un luis, mientras que él le daba más de cien mil francos al año a Raquel. No hizo más que entrever esa vida, pero también, en medio de ella, una Raquel por completo distinta de la que conocía él, una Raquel parecida a aquellas dos pirujillas, una Raquel de a veinte francos. Raquel, en suma, se había desdoblado por un instante para él, que había visto a cierta distancia de su Raquel la Raquel pirujilla, la Raquel real, suponiendo que la Raquel piruja fuese más real que la otra. Acaso tuvo entonces Roberto la idea de que quizá hubiera podido librarse fácilmente del infierno en que vivía con la perspectiva y la necesidad de una boda rica, de una venta de su nombre para poder seguir dándole cien mil francos al año a Raquel, y gozar de los favores de su querida, como aquellos horteras de los favores de sus chicas, por poca, cosa. Pero, ¿qué hacer? Raquel no había desmerecido en nada. Menos agasajada, sería menos amable; ya no le diría, ya no le escribiría aquellas cosas qué tanto lo conmovían y que citaba con un poco de ostentación a sus camaradas, teniendo buen cuidado de hacer notar qué amable era todo aquello por parte de ella, pero omitiendo que la sostenía fastuosamente, e incluso que le daba nada, que las dedicatorias puestas en una fotografía o que tal fórmula para acabar una esquela eran la transmutación, en su forma más reducida y preciosa, de cien mil francos. Si se guardaba de decir que esas raras atenciones de Raquel las pagaba él sería falso —y, sin embargo, como razonamiento simplista, se echa absurdamente mano de ello para todos los amantes que aflojan la mosca, para tantos maridos— decir que lo hiciese por amor propio, por vanidad. Saint-Loup era bastante inteligente para darse cuenta de que todos los goces de la vanidad los hubiera encontrado él fácil y gratuitamente en su mundo, gracias a su ilustre nombre, a su linda cara, y que sus relaciones con Raquel eran, por el contrario, lo que lo había puesto un poco aparte de ese mundo, haciendo que fuese menos cotizado en él. No, ese amor propio de querer hacer ver que se consiguen gratuitamente las muestras aparentes de predilección de aquella a quien se quiere, es simplemente una derivación del amor, la necesidad de representarse ante uno mismo y a los ojos de los demás como amado por aquello a quien tanto se ama. Raquel se acercó a nosotros, dejando a las dos pelanduscas subir a su departamento; pero, no menos que la falsa nutria de aquéllas y que la vitola envarada de los horteras, los nombres de Luciana y Germana sostuvieron por un instante la nueva Raquel. Por un momento imaginó Roberto una vida de la plaza Pigalle, con amigos desconocidos, sórdidas rachas de buena suerte, siestas de ingenuas diversiones, paseo o gira por ese París en que lo soleado de las calles desde el bulevar de Clichy no le pareció lo mismo que la claridad solar en que se paseaba con su querida, sino que debía ser diferente, porque el amor y el sufrimiento que forma una sola cosa con él, tienen, como la embriaguez, el poder de diferenciar para nosotros las cosas. Fue casi como un París desconocido en medio del mismo París el que sospechó; sus relaciones se le aparecieron como la explotación de una vida ajena, porque si con él era Raquel un poco semejante a él mismo, sin embargo, era efectivamente una parte de su vida real la que con él vivía, la parte más preciosa, inclusive, merced a las locas cantidades que le daba él, la parte que la hacía ser tan envidiada por las amigas y que le permitiría algún día retirarse al campo o lanzarse a los grandes teatros, después de haber hecho su pepita. Roberto hubiera querido preguntar a su amiga, quiénes eran Luciana y Germana, las cosas que le habrían dicho de haber subido ella a su departamento; por qué hubieran ido juntas ella y sus compañeras a pasar un día que acaso habría acabado, como suprema diversión, tras los placeres del skating, en el bar del Olympia de no haber estado presentes Roberto y yo. Por un instante, los contactos con el Olympia, que hasta entonces le habían parecido insoportables, excitaron su curiosidad; su sufrimiento y el sol de este día primaveral que daba en la calle Caumartin, adonde, acaso, si no hubiera conocido a Roberto, habría ido Raquel un poco más tarde y donde hubiera ganado un luis, le comunicaron una vaga nostalgia. Más, ¿para qué hacer preguntas a Raquel si de antemano sabía que la respuesta sería un simple silencio, o, un embuste, o algo dolorosísimo para él, sin que, a pesar de eso, le dijese nada? Los empleados, cerraban las portezuelas; subimos aprisa a un coche de primera; las perlas admirables de Raquel hicieron saber de nuevo a Roberto que era una mujer de gran mérito; la acarició, la hizo volver a entrar en su corazón, donde la contempló, entrañada, como había hecho siempre hasta aquí — salvo en lo que duró el breve instante en que la había visto en una plaza Pigalle de pintor impresionista—, y el tren arrancó.
C′était du reste vrai qu′elle était une «littéraire». Elle ne s′interrompit de me parler livres, art nouveau, tolstoî²­e, que pour faire des reproches à Saint–Loup qu′il bût trop de vin. Era, por lo demás, cierto que se trataba de una criatura literaria. No cesó de hablarme de libros, de arte nuevo, de tolstoísmo, como no fuera para reprochar a Roberto el que bebiese demasiado vino.
— Ah! si tu pouvais vivre un an avec moi on verrait, je te ferais boire de l′eau et tu serais bien mieux. —¡Ay!, si pudiera vivir un año conmigo, ya veríamos, te haría beber agua y estarías mucho mejor.
— C′est entendu, partons. —Conformes, ¡hala!
— Mais tu sais bien que j′ai beaucoup à travailler (car elle prenait au sérieux l′art dramatique). D′ailleurs que dirait ta famille? —Bien sabes que tengo que trabajar mucho (porque tomaba en serio el arte dramático). Además, ¿qué diría tu familia"
Et elle se mit à me faire sur sa famille des reproches qui me semblèrent du reste fort justes, et auxquels Saint–Loup, tout en désobéissant à Rachel sur l′article du Champagne, adhéra entièrement. Moi qui craignais tant le vin pour Saint–Loup et sentais la bonne influence de sa maîtresse, j′étais tout prêt à lui conseiller d′envoyer promener sa famille. Les larmes montèrent aux yeux de la jeune femme parce que j′eus l′imprudence de parler de Dreyfus. Y se puso a exponerme, a cuenta de la familia de él, reproches que me parecieron, por lo demás, muy justos, y a los que Saint-Loup, bien que desobedeciese a Raquel en el capítulo del champaña, se adhirió por entero. Yo, que tanto temía al vino por Saint-Loup y que me daba cuenta de la buena intención de su querida, estaba completamente dispuesto a aconsejarle que mandase a paseo a su familia. Las lágrimas acudieron a los ojos de la joven porque cometí la imprudencia de nombrar a Dreyfus.
— Le pauvre martyr, dit-elle en retenant un sanglot, ils le feront mourir là-bas. —¡Pobre mártir! —dijo, conteniendo un sollozo—; lo van a hacer morir allá tan lejos.
— Tranquillise-toi, Zézette, il reviendra, il sera acquitté, l′erreur sera reconnue. —Tranquilízate, Zézette, volverá, lo absolverán, se reconocerá el error.
— Mais avant cela il sera mort! Enfin au moins ses enfants porteront un nom sans tache. Mais penser à ce qu′il doit souffrir, c′est ce qui me tue! Et croyez-vous que la mère de Robert, une femme pieuse, dit qu′il faut qu′il reste à l′île du Diable, même s′il est innocent? n′est-ce pas une horreur? —¡Pero antes de eso habrá muerto! En fin, por lo menos sus hijos llevarán un nombre sin mancha. ¡Pero lo que me mata es pensar lo que debe de sufrir! Y ¿querrá usted creer que la madre de Roberto, una mujer piadosa, dice que es preciso que siga en la isla del Diablo, aun cuando sea inocente? ¿No es un horror"
— Oui, c′est absolument vrai, elle le dit, affirma Robert. C′est ma mère, je n′ai rien à objecter, mais il est bien certain qu′elle n′a pas la sensibilité de Zézette. —Sí; es absolutamente cierto, lo ha dicho —afirmó Roberto—. Es mi madre, nada tengo que objetar; pero es bien cierto que no tiene la sensibilidad de Zézette.
En réalité, ces déjeuners «choses si gentilles» se passaient toujours fort mal. Car dès que Saint–Loup se trouvait avec sa maîtresse dans un endroit public, il s′imaginait qu′elle regardait tous les hommes présents, il devenait sombre, elle s′apercevait de sa mauvaise humeur qu′elle s′amusait peut-être à attiser, mais que, plus probablement, par amour-propre bête, elle ne voulait pas, blessée par son ton, avoir l′air de chercher à désarmer; elle faisait semblant de ne pas détacher ses yeux de tel ou tel homme, et d′ailleurs ce n′était pas toujours par pur jeu. En effet, que le monsieur qui au théâtre ou au café se trouvait leur voisin, que tout simplement le cocher du fiacre qu′ils avaient pris, eût quelque chose d′agréable, Robert, aussitôt averti par sa jalousie, l′avait remarqué avant sa maîtresse; il voyait immédiatement en lui un de ces êtres immondes dont il m′avait parlé à Balbec, qui pervertissent et déshonorent les femmes pour s′amuser, il suppliait sa maîtresse de détourner de lui ses regards et par là-même le lui désignait. Or, quelquefois elle trouvait que Robert avait eu si bon goût dans ses soupçons, qu′elle finissait même par cesser de le taquiner pour qu′il se tranquillisât et consentît à aller faire une course pour qu′il lui laissât le temps d′entrer en conversation avec l′inconnu, souvent de prendre rendez-vous, quelquefois même d′expédier une passade. Je vis bien dès notre entrée au restaurant que Robert avait l′air soucieux. C′est que Robert avait immédiatement remarqué, ce qui nous avait échappé à Balbec, que, au milieu de ses camarades vulgaires, Aimé, avec un éclat modeste, dégageait, bien involontairement, le romanesque qui émane pendant un certain nombre d′années de cheveux légers et d′un nez grec, grâce à quoi il se distinguait au milieu de la foule des autres serviteurs. Ceux-ci, presque tous assez âgés, offraient des types extraordinairement laids et accusés de curés hypocrites, de confesseurs papelards, plus souvent d′anciens acteurs comiques dont on ne retrouve plus guère le front en pain de sucre que dans les collections de portraits exposés dans le foyer humblement historique de petits théâtres désuets où ils sont représentés jouant des rôles de valets de chambre ou de grands pontifes, et dont ce restaurant semblait, grâce à un recrutement sélectionné et peut-être à un mode de nomination héréditaire, conserver le type solennel en une sorte de collège augural. Malheureusement, Aimé nous ayant reconnus, ce fut lui qui vint prendre notre commande, tandis que s′écoulait vers d′autres tables le cortège des grands prêtres d′opérette. Aimé s′informa de la santé de ma grand′mère, je lui demandai des nouvelles de sa femme et de ses enfants. Il me les donna avec émotion, car il était homme de famille. Il avait un air intelligent, énergique, mais respectueux. La maîtresse de Robert se mit à le regarder avec une étrange attention. Mais les yeux enfoncés d′Aimé, auxquels une légère myopie donnait une sorte de profondeur dissimulée, ne trahirent aucune impression au milieu de sa figure immobile. Dans l′hôtel de province où il avait servi bien des années avant de venir à Balbec, le joli dessin, un peu jauni et fatigué maintenant, qu′était sa figure, et que pendant tant d′années, comme telle gravure représentant le prince Eugène, on avait vu toujours à la même place, au fond de la salle à manger presque toujours vide, n′avait pas dû attirer de regards bien curieux. Il était donc resté longtemps, sans doute faute de connaisseurs, ignorant de la valeur artistique de son visage, et d′ailleurs peu disposé à la faire remarquer, car il était d′un tempérament froid. Tout au plus quelque Parisienne de passage, s′étant arrêtée une fois dans la ville, avait levé les yeux sur lui, lui avait peut-être demandé de venir la servir dans sa chambre avant de reprendre le train, et dans le vide translucide, monotone et profond de cette existence de bon mari et de domestique de province, avait enfoui le secret d′un caprice sans lendemain que personne n′y viendrait jamais découvrir. Pourtant Aimé dut s′apercevoir de l′insistance avec laquelle les yeux de la jeune artiste restaient attachés sur lui. En tout cas elle n′échappa pas à Robert sur le visage duquel je voyais s′amasser une rougeur non pas vive comme celle qui l′empourprait s′il avait une brusque émotion, mais faible, émiettée. En realidad, aquellos almuerzos tan encantadores transcurrían muy mal siempre. Porque desde el momento en que Saint-Loup se encontraba con su querida en un sitio público, imaginaba que ella miraba a todos los hombres presentes, tornábase receloso; ella se daba cuenta de su mal humor, que se divertía tal vez en atizar, pero que, más probablemente, por estúpido amor propio, no quería, ofendida por su tono, parecer que quería desarmar; fingía no quitar ojo a tal o cual hombre, y, por otra parte, no siempre era por puro juego. En efecto, conque el caballero que en el café o en el teatro les tocaba de vecino, simplemente conque el cochero del coche de punto que habían tomado tuviese algo agradable, Roberto, advertido enseguida por sus celos, lo había notado antes que su querida; veía inmediatamente en él uno de esos seres inmundos de que me había hablado en Balbec, que pervierten y deshonran a las mujeres por divertirse; suplicaba a su querida que apartase de él sus miradas, y precisamente con eso se lo señalaba. El caso es que a ella le parecía algunas veces que Roberto había tenido tan buen gusto en sus suspicacias, que acababa incluso por dejar de hacerlo rabiar para que se tranquilizase y consintiera en ir a hacer algún recado, con objeto de que le diese tiempo de trabar conversación con el desconocido, a menudo de concertar una cita, e incluso, tales veces, de satisfacer un capricho. Desde nuestra entrada en el restaurante vi bien claro que Roberto parecía preocupado. Es que Roberto había observado inmediatamente, cosa que se nos había escapado en Balbec, que, en medio de sus camaradas vulgares, Amado, con modesto brillo, irradiaba, harto involuntariamente, el aura novelesca que trasciende durante cierto número de años de una fina cabellera y de una nariz griega, merced a lo cual se distinguía en medio de la muchedumbre de los demás sirvientes. Estos, casi todos de bastante edad, ofrecían tipos extraordinariamente feos y acusados de curas hipócritas, de confesores mojigatos, con más frecuencia de viejos actores cómicos, cuya frente de pilón de azúcar apenas se encuentra ya más que en las colecciones de retratos expuestos en el fayer humildemente histórico de los teatrillos pasados de moda, en que aparecen representados desempeñando papeles de ayuda de cámara o de sumos pontífices y cuyo tipo solemne parecía conservar este restaurante, gracias a un reclutamiento seleccionado y acaso a una forma de nombramiento hereditario, en un a modo de colegio augural. Desgraciadamente, como Amado nos « había reconocido, fue él quien vino a tomar nota de lo que queríamos para almorzar, mientras fluía hacia otras mesas el cortejo de los sumos sacerdotes de opereta. Amado se informó de la salud de mi abuela; yo le pedí noticias de su mujer y de sus hijos. Me las dio conmovido, porque era hombre casero. Tenía una expresión inteligente, enérgica, pero respetuosa. La querida de Roberto se puso a mirarlo con extraña atención. Pero los ojos hundidos de Amado, a los que cierta ligera miopía daba como una profundidad disimulada, no traicionaron impresión alguna, en medio de su inmóvil semblante. En el hotel de provincias, donde había servido muchos años antes de ir a Balbec, el dibujo gracioso, un poco avejentado y cansado ahora, de su cara, que durante tantos años, como tal grabado que representaba al príncipe Eugenio, se había visto siempre en el mismo sitio, al fondo del comedor, casi siempre vacío, no había debido de atraer miradas muy curiosas. Así es que Amado había permanecido largo tiempo, sin duda por falta de entendidos, ignorante del valor artístico de su propio rostro, y, por lo demás, poco dispuesto a hacerlo notar, pues era hombre de temperamento frío. A lo sumo, alguna parisiense de paso que se hubiese detenido una vez en la ciudad había puesto en él los ojos, le había pedido acaso que fuera a servirle la comida a su habitación antes de volver a tomar el tren, y en el vacío translúcido, monótono yprofundo de aquella existencia de buen marido yde criado de provincias, había enterrado el secreto de un capricho sin consecuencias, que jamás llegaría a descubrir nadie. Sin embargo, Amado debió de darse cuenta de la insistencia con que los ojos de la joven artista permanecían clavados en él. En todo caso, para quien no pasó inadvertida fue para Roberto, bajo cuya fisonomía veía yo irse acumulando una rubicundez, no viva como la que lo arrebolaría de sentir una emoción brusca, sino débil, difusa.
— Ce maître d′hôtel est très intéressant, Zézette? demanda-t-il à sa maîtresse après avoir renvoyé Aimé assez brusquement. On dirait que tu veux faire une étude d′après lui. —¿Es muy interesante ese maître d′hôtel, Zézette? —preguntó a su querida, después de haber despachado a Amado con bastante brusquedad—. ¡Cualquiera diría que quieres hacer un estudio de él!
— Voilà que ça commence, j′en étais sûre! —¡Ya empezamos! ¡Estaba segura!
— Mais qu′est-ce qui commence, mon petit? Si j′ai eu tort, je n′ai rien dit, je veux bien. Mais j′ai tout de même le droit de te mettre en garde contre ce larbin que je connais de Balbec (sans cela je m′en ficherais pas mal), et qui est une des plus grandes fripouilles que la terre ait jamais portées. —¿Qué es lo que empieza, hijita? Si me he equivocado, no he dicho nada; perfectamente. Pero de todas maneras tengo derecho a ponerte en guardia contra ese lacayuelo, a quien conozco de Balbec (si así no fuera, valiente cuidado me daría), y que es uno de los randas más grandes que hayan venido al mundo.
Elle parut vouloir obéir à Robert et engagea avec moi une conversation littéraire à laquelle il se mêla. Je ne m′ennuyais pas en causant avec elle, car elle connaissait très bien les oeuvres que j′admirais et était à peu près d′accord avec moi dans ses jugements; mais comme j′avais entendu dire par Mme de Villeparisis qu′elle n′avait pas de talent, je n′attachais pas grande importance à cette culture. Elle plaisantait finement de mille choses, et eût été vraiment agréable si elle n′eût pas affecté d′une façon agaçante le jargon des cénacles et des ateliers. Elle l′étendait d′ailleurs à tout, et, par exemple, ayant pris l′habitude de dire d′un tableau s′il était impressionniste ou d′un opéra s′il était wagnérien: «Ah! c′est bien», un jour qu′un jeune homme l′avait embrassée sur l′oreille et que, touché qu′elle simulât un frisson, il faisait le modeste, elle dit: «Si, comme sensation, je trouve que c′est bien.» Mais surtout ce qui m′étonnait, c′est que les expressions propres à Robert (et qui d′ailleurs étaient peut-être venues à celui-ci de littérateurs connus par elle), elle les employait devant lui, lui devant elle, comme si c′eût été un langage nécessaire et sans se rendre compte du néant d′une originalité qui est à tous. Raquel pareció como si quisiera obedecer a Roberto, y entabló conmigo una conversación literaria, en la que terció él. Yo no me aburría hablando con ella, porque conocía muy bien las obras que yo admiraba y estaba sobre poco más o menos de acuerdo conmigo en sus juicios; pero como había oído decir de ella a la señora de Villeparisis que no tenía talento, no concedía gran importancia a esa cultura. Raquel bromeaba agudamente a cuenta de mil cosas, y hubiera sido realmente agradable si no hubiera usado afectadamente, de una aranera irritante, la jerga de los cenáculos y de los estudios de pintor. La aplicaba, por otra parte, a todo, y así, por ejemplo, como había tomado la costumbre de decir de un cuadro, si era impresionista, o de una ópera, si era wagneriana: «¡Ah, qué bien!», cierto día que un joven la había besado en la oreja y, halagado al ver que ella simulaba un escalofrío, se hacía el modesto, dijo ella: «Sí, como sensación me parece una sensación bien». Pero lo que sobre todo me chocaba era que las expresiones peculiares de Roberto (y que, por lo demás, acaso le habían venido a éste de literatos conocidos por medio de ella), las empleasen ella delante de él, él delante de ella, como si hubiera sido un lenguaje necesario, y sin darse cuenta de lo vano de una originalidad que es de todos.
Elle était, en mangeant, maladroite de ses mains à un degré qui laissait supposer qu′en jouant la comédie sur la scène elle devait se montrer bien gauche. Elle ne retrouvait de la dextérité que dans l′amour, par cette touchante prescience des femmes qui aiment tant le corps de l′homme qu′elles devinent du premier coup ce qui fera le plus de plaisir à ce corps pourtant si différent du leur. Mientras comía, las manos de ella eran de una torpeza de movimientos tal que permitía suponer que cuando estuviere representando en escena tenía que mostrarse desmañadísima. Sólo volvía a encontrar la destreza en el amor, gracias a esa enternecedora presciencia de las mujeres que tanto amor tienen al cuerpo del hombre, que adivinan al instante qué es lo que proporcionará más placer a ese cuerpo, tan diferente, sin embargo, del suyo.
Je cessai de prendre part à la conversation quand on parla théâtre, car sur ce chapitre Rachel était trop malveillante. Elle prit, il est vrai, sur un ton de commisération — contre Saint–Loup, ce qui prouvait qu′elle l′attaquait souvent devant lui — la défense de la Berma, en disant: «Oh! non, c′est une femme remarquable. Évidemment ce qu′elle fait ne nous touche plus, cela ne correspond plus tout à fait à ce que nous cherchons, mais il faut la placer au moment où elle est venue, on lui doit beaucoup. Elle a fait des choses bien, tu sais. Et puis c′est une si brave femme, elle a un si grand coeur, elle n′aime pas naturellement les choses qui nous intéressent, mais elle a eu, avec un visage assez émouvant, une jolie qualité d′intelligence.» (Les doigts n′accompagnent pas de même tous les jugements esthétiques. S′il s′agit de peinture, pour montrer que c′est un beau morceau, en pleine pâte, on se contente de faire saillir le pouce. Mais la «jolie qualité d′esprit» est plus exigeante. Il lui faut deux doigts, ou plutôt deux ongles, comme s′il s′agissait de faire sauter une poussière.) Mais — cette exception faite — la maîtresse de Saint–Loup parlait des artistes les plus connus sur un ton d′ironie et de supériorité qui m′irritait, parce que je croyais — faisant erreur en cela —— que c′était elle qui leur était inférieure. Elle s′aperçut très bien que je devais la tenir pour une artiste médiocre et avoir au contraire beaucoup de considération pour ceux qu′elle méprisait. Mais elle ne s′en froissa pas, parce qu′il y a dans le grand talent non reconnu encore, comme était le sien, si sûr qu′il puisse être de lui-même, une certaine humilité, et que nous proportionnons les égards que nous exigeons, non à nos dons cachés, mais à notre situation acquise. (Je devais, une heure plus tard, voir au théâtre la maîtresse de Saint–Loup montrer beaucoup de déférence envers les mêmes artistes sur lesquels elle portait un jugement si sévère.) Aussi, si peu de doute qu′eût dû lui laisser mon silence, n′en insista-t-elle pas moins pour que nous dînions le soir ensemble, assurant que jamais la conversation de personne ne lui avait autant plu que la mienne. Si nous n′étions pas encore au théâtre, où nous devions aller après le déjeuner, nous avions l′air de nous trouver dans un «foyer» qu′illustraient des portraits anciens de la troupe, tant les maîtres d′hôtel avaient de ces figures qui semblent perdues avec toute une génération d′artistes hors ligne du Palais–Royal; ils avaient l′air d′académiciens aussi: arrêté devant un buffet, l′un examinait des poires avec la figure et la curiosité désintéressée qu′eût pu avoir M. de Jussieu. D′autres, à côté de lui, jetaient sur la salle les regards empreints de curiosité et de froideur que des membres de l′Institut déjà arrivés jettent sur le public tout en échangeant quelques mots qu′on n′entend pas. C′étaient des figures célèbres parmi les habitués. Cependant on s′en montrait un nouveau, au nez raviné, à la lèvre papelarde, qui avait l′air d′église et entrait en fonctions pour la première fois, et chacun regardait avec intérêt le nouvel élu. Mais bientôt, peut-être pour faire partir Robert afin de se trouver seule avec Aimé, Rachel se mit à faire de l′oeil à un jeune boursier qui déjeunait à une table voisine avec un ami. Dejé de tomar parte en la conversación en cuanto se habló de teatro, porque en ese capítulo Raquel era demasiado malévola. Verdad es que hizo, en un tono de conmiseración —en contra de Saint-Loup, lo cual probaba que a menudo la atacaba delante de él— , la defensa de la Berma, diciendo: «¡Oh, no! Es una mujer notable. Evidentemente, lo que ella hace ya no nos causa impresión, no corresponde ya por completo a lo que nosotros buscamos, pero hay que situarla en el momento en que surgió; se le debe mucho. Ha hecho algunas cosas bien, ¡vaya! Y, además, es una mujer tan buena, tiene un corazón tan grande; naturalmente, no le gustan las cosas que a nosotros nos interesan; pero además de una fisonomía bastante impresionante, ha tenido cierta graciosa calidad de inteligencia». (Los dedos no acompañan de igual manera todos los juicios estéticos. Si se trata de pintura, para demostrar que es un hermoso trozo, bien empastado, nos contentamos con hacer resaltar el pulgar. Pero la «graciosa calidad de espíritu» es más exigente. Necesita dos dedos, o más bien dos uñas, como si se tratase de hacer saltar una mota de polvo.) Pero —hecha esta excepción— la querida de Saint-Loup hablaba de los artistas más conocidos en un tono de ironía y de superioridad que me irritaba, porque creía —incurriendo con ello en un error que era ella la que era inferior a aquellos. Se dio cuenta perfectamente de que yo debía de tenerla por una artista mediocre y que, en cambio, sentía una gran estima por aquellos a quienes ella desdeñaba. Pero no se molestó por eso, porque hay en el gran talento no reconocido aún, como era el suyo, por seguro que pueda estar de sí mismo, cierta humildad, y también porque adecuamos los miramientos que exigimos, no a nuestros dones ocultos, sino a nuestra situación adquirida. (Una hora más tarde había de ver yo en el teatro a la querida de Saint-Loup dando muestras de una gran deferencia respecto de aquellos mismos artistas acerca de quienes formulaba un juicio tan severo.) Así, por pocas dudas que mi silencio hubiera debido de dejarle, no por ello insistió menos en que cenásemos juntos aquella noche, afirmando que jamás le había agradado tanto como la mía la conversación de nadie. Si no estábamos aún en el teatro adonde debíamos ir después del almuerzo, parecía como si nos encontrásemos en un foyer que ilustraban antiguos retratos de la compañía, hasta tal punto tenían los maîtres d′hôtel fisonomías de esas qué parecen haberse perdido con toda una generación de artistas excepcionales del Palais-Royal; tenían facha de académicos también: parado ante un trinchero, uno de ellos examinaba unas peras con la cara y la curiosidad desinteresada que hubiera podido mostrar el señor de Jussieu; otros, junto a él, lanzaban sobre la sala esas miradas troqueladas de curiosidad y de frialdad que los miembros del Instituto que han llegado ya lanzan sobre el público mientras cambian entre sí algunas palabras que no se les oyen. Eran caras célebres entre los clientes. Éstos, sin embargo, se señalaban unos a otros a un camarero nuevo de nariz tortuosa, de jeta pacata, que tenía aire de iglesia yentraba en funciones por vez primera, y todos miraban con interés al novel elegido. Pero bien pronto, acaso para hacer salir a Roberto para encontrarse a solas con Amado, Raquel empezó a lanzar miradas a un joven becario que almorzaba con un amigo en una mesa próxima.
— Zézette, je te prierai de ne pas regarder ce jeune homme comme cela, dit Saint–Loup sur le visage de qui les hésitantes rougeurs de tout à l′heure s′étaient concentrées en une nuée sanglante qui dilatait et fonçait les traits distendus de mon ami; si tu dois nous donner en spectacle, j′aime mieux déjeuner de mon côté et aller t′attendre au théâtre. —Zézette, te suplico que no mires así al joven ese —dijo Saint-Loup, en cuyo rostro los vacilantes rubores de hacía un instante se habían concentrado en un nubarrón sangriento que dilataba y sombreaba los distendidos rasgos de mi amigo—; si es que has de ponernos en evidencia, prefiero almorzar yo solo e ir a esperarte al teatro.
A ce moment on vint dire à Aimé qu′un monsieur le priait de venir lui parler à la portière de sa voiture. Saint–Loup, toujours inquiet et craignant qu′il ne s′agît d′une commission amoureuse à transmettre à sa maîtresse, regarda par la vitre et aperçut au fond de son coupé, les mains serrées dans des gants blancs rayés de noir, une fleur à la boutonnière, M. de Charlus. En este momento vinieron a decir a Amado que un caballero le rogaba que saliera a hablar con él a la portezuela de su coche. Saint-Loup, inquieto siempre y temiendo que se tratase de alguna comisión amorosa que transmitir a su querida, miró por el cristal y vio en el fondo de su cupé, enfundadas las manos en unos guantes blancos rayados de negro, con una flor en el ojal de la solapa, al señor de Charlus.
— Tu vois, me dit-il à voix basse, ma famille me fait traquer jusqu′ici. Je t′en prie, moi je ne peux pas, mais puisque tu connais bien le maître d′hôtel, qui va sûrement nous vendre, demande-lui de ne pas aller à la voiture. Au moins que ce soit un garçon qui ne me connaisse pas. Si on dit à mon oncle qu′on ne me connaît pas, je sais comment il est, il ne viendra pas voir dans le café, il déteste ces endroits-là. N′est-ce pas tout de même dégoûtant qu′un vieux coureur de femmes comme lui, qui n′a pas dételé, me donne perpétuellement des leçons et vienne m′espionner! —Ya lo ves —me dijo en voz baja—, mi familia me hace acosar hasta aquí. Hazme el favor, yo no puedo, pero tú que conoces bien al maître d′hôtel, que seguramente va a vendernos, pídele que no salga al coche. Por lo menos, que sea un camarero que no me conozca. Si le dicen a mi tío que no me conocen, sé cómo es, no entrará al café a mirar, detesta estos sitios. De todas maneras ¿no es irritante que un mujeriego corrido como él, que todavía no se ha retirado ni mucho menos, me esté dando lecciones continuamente y venga a espiarme"
Aimé, ayant reçu mes instructions, envoya un de ses commis qui devait dire qu′il ne pouvait pas se déranger et que, si on demandait le marquis de Saint–Loup, on dise qu′on ne le connaissait pas. La voiture repartit bientôt. Mais la maîtresse de Saint–Loup, qui n′avait pas entendu nos propos chuchotés à voix basse et avait cru qu′il s′agissait du jeune homme à qui Robert lui reprochait de faire de l′oeil, éclata en injures. Amado, después que hubo recibido mis instrucciones, mandó a uno de sus ayudantes con encargo de decir que el maître d′hôtel no podía salir y, si le preguntaban por el marqués de Saint-Loup, que dijese que no lo conocían. El coche se fue enseguida. Pero la querida de Saint-Loup, que no había entendido nuestras frases, susurradas en voz baja, y se había figurado que se trataba del joven «a quien Roberto le reprochaba que mirase, se desató en improperios.
— Allons bon! c′est ce jeune homme maintenant? tu fais bien de me prévenir; oh! c′est délicieux de déjeuner dans ces conditions! Ne vous occupez pas de ce qu′il dit, il est un peu piqué et surtout, ajouta-t-elle en se tournant vers moi, il dit cela parce qu′il croit que ça fait élégant, que ça fait grand seigneur d′avoir l′air jaloux. —¡Bueno! ¿Ahora es el joven ese? Haces bien en advertirme; ¡oh, es delicioso almorzar en estas condiciones! No haga usted caso de lo que dice, está un poco picado, y, sobre todo —añadió, volviéndose hacia mí—, dice eso porque tiene la creencia de que resulta elegante, que imprime cierto tono de señorón dárselas de celoso.
Et elle se mit à donner avec ses pieds et avec ses mains des signes d′énervement. Y empezó a dar muestras de nerviosidad con los pies y con las manos.
— Mais, Zézette, c′est pour moi que c′est désagréable. Tu nous rends ridicules aux yeux de ce monsieur, qui va être persuadé que tu lui fais des avances et qui m′a l′air tout ce qu′il y a de pis. —Pero Zézette, ¡si para quien es desagradable es para mí! Nos pones en un ridículo a los ojos de ese señor, que va a quedar convencido de que te estás insinuando con él, y que me parece que tiene una pinta de lo peor.
— Moi, au contraire, il me plaît beaucoup; d′abord il a des yeux ravissants, et qui ont une manière de regarder les femmes! on sent qu′il doit les aimer. —Pues a mí, en cambio, me gusta mucho; en primer lugar, tiene unos ojos arrebatadores y una manera de mirar a las mujeres...; se ve que deben de gustarle.
— Tais-toi au moins jusqu′à ce que je sois parti, si tu es folle, s′écria Robert. Garçon, mes affaires. —¡Cállate, por lo menos hasta que yo me haya marchado, si es, que estás loca! — clamó Roberto—. Mozo, mi cuenta.
Je ne savais si je devais le suivre. Yo no sabía si debía seguirlo.
— Non, j′ai besoin d′être seul, me dit-il sur le même ton dont il venait de parler à sa maîtresse et comme s′il était tout fâché contre moi. Sa colère était comme une même phrase musicale sur laquelle dans un opéra se chantent plusieurs répliques, entièrement différentes entre elles, dans le livret, de sens et de caractère, mais qu′elle réunit par un même sentiment. Quand Robert fut parti, sa maîtresse appela Aimé et lui demanda différents renseignements. Elle voulait ensuite savoir comment je le trouvais. —No, necesito estar solo —me dijo en el mismo tono con que acababa de hablar a su querida y como si estuviese muy irritado contra mí. Su cólera era como una misma frase musical sobre la que, en una ópera, se cantan varias réplicas, enteramente diferentes entre sí, en el libreto, de sentido y de carácter, pero que aquélla reúne por medio de un mismo sentimiento. Cuando Roberto hubo salido, su querida llamó a Amado y le pidió diferentes informes. Después quería saber qué me parecía a mí de él.
— Il a un regard amusant, n′est-ce pas? Vous comprenez, ce qui m′amuserait ce serait de savoir ce qu′il peut penser, d′être souvent servie par lui, de l′emmener en voyage. Mais pas plus que ça. Si on était obligé d′aimer tous les gens qui vous plaisent, ce serait au fond assez terrible. Robert a tort de se faire des idées. Tout ça, ça se forme dans ma tête, Robert devrait être bien tranquille. (Elle regardait toujours Aimé.) Tenez, regardez les yeux noirs qu′il a, je voudrais savoir ce qu′il y a dessous. —Tiene una mirada graciosa, ¿no es verdad? Como usted comprende, lo que a mí me divertiría sería saber lo que puede pensar ese hombre, que me sirviera a menudo, llevármelo de viaje. Pero nada más que eso. Si estuviésemos obligados a querer a toda la gente que nos gusta, sería, en el fondo, bastante terrible. No tiene razón Roberto para hacerse figuraciones. Todo esto son cosas que se me pasan por la cabeza. Roberto debería estar muy tranquilo. —Seguía sin dejar de mirar a Amado—. Fíjese qué ojos negros tiene, me gustaría saber qué hay debajo de ellos.
Bientôt on vint lui dire que Robert la faisait demander dans un cabinet particulier où, en passant par une autre entrée, il était allé finir de déjeuner sans retraverser le restaurant. Je restai ainsi seul, puis à mon tour Robert me fit appeler. Je trouvai sa maîtresse étendue sur un sofa, riant sous les baisers, les caresses qu′il lui prodiguait. Ils buvaient du Champagne. «Bonjour, vous!» lui dit-elle, car elle avait appris récemment cette formule qui lui paraissait le dernier mot de la tendresse et de l′esprit. J′avais mal déjeuné, j′étais mal à l′aise, et sans que les paroles de Legrandin y fussent pour quelque chose, je regrettais de penser que je commençais dans un cabinet de restaurant et finirais dans des coulisses de théâtre cette première après-midi de printemps. Après avoir regardé l′heure pour voir si elle ne se mettrait pas en retard, elle m′offrit du Champagne, me tendit une de ses cigarettes d′Orient et détacha pour moi une rose de son corsage. Je me dis alors: «Je n′ai pas trop à regretter ma journée; ces heures passées auprès de cette jeune femme ne sont pas perdues pour moi puisque par elle j′ai, chose gracieuse et qu′on ne peut payer trop cher, une rose, une cigarette parfumée, une coupe de Champagne.» Je me le disais parce qu′il me semblait que c′était douter d′un caractère esthétique, et par là justifier, sauver ces heures d′ennui. Peut-être aurais-je dû penser que le besoin même que j′éprouvais d′une raison qui me consolât de mon ennui suffisait à prouver que je ne ressentais rien d′esthétique. Quant à Robert et à sa maîtresse, ils avaient l′air de ne garder aucun souvenir de la querelle qu′ils avaient eue quelques instants auparavant, ni que j′y eusse assisté. Ils n′y firent aucune allusion, ils ne lui cherchèrent aucune excuse pas plus qu′au contraste que faisaient avec elle leurs façons de maintenant. A force de boire du Champagne avec eux, je commençai à éprouver un peu de l′ivresse que je ressentais à Rivebelle, probablement pas tout à fait la même. Non seulement chaque genre d′ivresse, de celle que donne le soleil ou le voyage à celle que donne la fatigue ou le vin, mais chaque degré d′ivresse, et qui devrait porter une «cote» différente comme celles qui indiquent les fonds dans la mer, met à nu en nous, exactement à la profondeur où il se trouve, un homme spécial. Le cabinet où se trouvait Saint–Loup était petit, mais la glace unique qui le décorait était de telle sorte qu′elle semblait en réfléchir une trentaine d′autres, le long, d′une perspective infinie; et l′ampoule électrique placée au sommet du cadre devait le soir, quand elle était allumée, suivie de la procession d′une trentaine de reflets pareils à elle-même, donner au buveur même solitaire l′idée que l′espace autour de lui se multipliait en même temps que ses sensations exaltées par l′ivresse et qu′enfermé seul dans ce petit réduit, il régnait pourtant sur quelque chose de bien plus étendu, en sa courbe indéfinie et lumineuse, qu′une allée du «Jardin de Paris». Or, étant alors à ce moment-là ce buveur, tout d′un coup, le cherchant dans la glace, je l′aperçus, hideux, inconnu, qui me regardait. La joie de l′ivresse était plus forte que le dégoût; par gaîté ou bravade, je lui souris et en même temps il me souriait. Et je me sentais tellement sous l′empire éphémère et puissant de la minute où les sensations sont si fortes que je ne sais si ma seule tristesse ne fut pas de penser que, le moi affreux que je venais d′apercevoir, c′était peut-être son dernier jour et que je ne rencontrerais plus jamais cet étranger dans le cours de ma vie. No tardaron en venir a decirle que Roberto la llamaba para que fuese a un gabinete reservado, adonde, entrando por otra puerta, había ido a acabar de almorzar, sin pasar otra vez por la sala del restaurante. Resultó con ello que me quedé solo; después me mandó llamar a mí Roberto. Encontré a su querida tendida en un sofá, riendo bajo los besos y las caricias que le prodigaba él. Bebían champaña. «Buenos días, usted», le dijo ella, porque había aprendido recientemente esta fórmula, que le parecía la última palabra del humo y del ingenio. Yo había almorzado mal, me sentía a disgusto, y sin que las frases de Legrandin entrasen para nada en ello, lamentaba pensar que empezaba en un reservado de restaurante e iba a acabar entre unos bastidores de teatro aquella primera tarde de primavera. Después de haber mirado la hora, por ver si no se retrasaría, Raquel me ofreció champaña, me tendió uno de sus cigarrillos de Oriente y se quitó para mí una rosa del pecho. Entonces me dije: estas horas que paso al lado de esta muchacha no son para mí horas perdidas, ya que merced a ella tengo —don gracioso y que a ningún precio es demasiado caro— una rosa, un cigarrillo, una copa de champaña. Me lo decía a mí mismo porque me parecía que era tanto como dotar de un carácter estético, y por ende justificar, salvar estas horas de aburrimiento. Acaso hubiera debido pensar que la necesidad misma que sentía yo de una razón que me consolase de mi aburrimiento bastaba para probar que no sentía nada estético. En cuanto a Roberto y su querida, parecía que no guardasen ningún recuerdo de la riña que habían tenido momentos antes, ni de que yo hubiera asistido a ella. No hicieron ninguna alusión a lo ocurrido, no le buscaron ninguna disculpa, como tampoco al contraste que con la pasada discusión hacían sus maneras de ahora. A fuerza de beber champaña con ellos empecé a sentir un poco la embriaguez que experimentaba en Rivebelle, probablemente no del todo la misma. No sólo cada género de embriaguez, desde la que da el sol o el viaje hasta la que producen la fatiga o el vino, sino cada grado de embriaguez, que debería llevar una cota, diferente como las que indican los fondos en el mar, pone al desnudo en nosotros, exactamente a la profundidad en que se encuentra, un hombre especial. El reservado en que se hallaba Saint-Loup era pequeño, pero el único espejo de luna que lo decoraba era de tal suerte que parecía reflejar otros treinta a lo largo de una perspectiva infinita; y la bombilla eléctrica puesta en lo alto del marco debía al atardecer, cuando la encendían, seguida de la procesión de una treintena de reflejos semejantes a sí misma, dar al bebedor, aun solitario, la idea de que el espacio en derredor suyo se multiplicaba al mismo tiempo que sus sensaciones exaltadas por la embriaguez, y que, encerrado a solas en aquel exiguo recinto, reinaba empero, sobre algo mucho más extenso, en su curva indefinida y luminosa, que una avenida del «jardín de París». Ahora bien, como en aquel momento era yo ese bebedor, de repente, al buscarlo en el espejo lo descubrí, repulsivo, desconocido, que me miraba. La alegría de la embriaguez era más fuerte que la repulsión; por broma o por baladronada le sonreí y al mismo tiempo me sonreía él. Y yo me sentía hasta tal punto bajo el imperio efímero y poderoso del minuto en que las sensaciones son tan fuertes, que no sé si mi única tristeza no fue pensar que para el yo espantoso que acababa de percibir acaso fuese éste su último día, y que jamás volvería a encontrar a aquel extraño en el curso de mi vida.
Robert était seulement fâché que je ne voulusse pas briller davantage aux yeux de sa maîtresse. Roberto estaba enfadado únicamente porque yo no quisiera brillar más a los ojos de su querida.
— Voyons, ce monsieur que tu as rencontré ce matin et qui mêle le snobisme et l′astronomie, raconte-le-lui, je ne me rappelle pas bien — et il la regardait du coin de l′oeil. —Vamos a ver, —el señor ese que te encontraste esta mañana yque mezcla el snobismo— con la astronomía, cuéntaselo, yo no lo recuerdo bien —y la miraba con el rabillo del ojo.
— Mais, mon petit, il n′y a rien à dire d′autre que ce que tu viens de dire. —¡Pero, hijo mío, si no tiene nada más que contar que lo que acabas de decir tú!
— Tu es assommant. Alors raconte les choses de Françoise aux Champs-Élysées, cela lui plaira tant! —Eres insoportable. Entonces cuenta las cosas de Francisca en los Campos. Elíseos, eso le ha de gustar mucho.
— Oh oui! Bobbey m′a tant parlé de Françoise. Et en prenant Saint–Loup par le menton, elle redit, par manque d′invention, en attirant ce menton vers la lumière: «Bonjour, vous!» —¡Oh, sí! ¡Bobbey me ha hablado tanto de Francisca Y cogiendo a Saint-Loup por la barbilla, repitió, por falta de invención, atrayendo aquella barbilla hacia la luz: «¡Buenos días, usted!»
Depuis que les acteurs n′étaient plus exclusivement, pour moi, les dépositaires, en leur diction et leur jeu, d′une vérité artistique, ils m′intéressaient en eux-mêmes; je m′amusais, croyant avoir devant moi les personnages d′un vieux roman comique, de voir du visage nouveau d′un jeune seigneur qui venait d′entrer dans la salle, l′ingénue écouter distraitement la déclaration que lui faisait le jeune premier dans la pièce, tandis que celui-ci, dans le feu roulant de sa tirade amoureuse, n′en dirigeait pas moins une oeillade enflammée vers une vieille dame assise dans une loge voisine, et dont les magnifiques perles l′avaient frappé; et ainsi, surtout grâce aux renseignements que Saint–Loup me donnait sur la vie privée des artistes, je voyais une autre pièce, muette et expressive, se jouer sous la pièce parlée, laquelle d′ailleurs, quoique médiocre, m′intéressait; car j′y sentais germer et s′épanouir pour une heure, à la lumière de la rampe, faites de l′agglutinement sur le visage d′un acteur d′un autre visage de fard et de carton, sur son âme personnelle des paroles d′un rôle. Desde que los actores ya no eran exclusivamente, para mí, depositarios, en su dicción y en su manera de accionar, de una verdad artística, me interesaban en sí mismos, me divertía, creyendo tener delante de mí los personajes de una vieja novela cómica, en ver cómo ante la fisonomía nueva de un caballero que acababa de entrar en la sala, la ingenua escuchaba distraídamente la declaración que le hacía el galán en la obra, mientras que éste, en el fuego graneado de su tirada amorosa, no dejaba por ello de dirigir una ojeada inflamada hacia una vieja dama sentada en un palco próximo, y cuyas magníficas perlas lo habían deslumbrado; y así, gracias sobre todo a los informes que Saint-Loup me daba acerca de la vida privada de los artistas, veía yo otra representación muda y expresiva por debajo de la representación hablada que, por otra parte, aunque mediocre, me interesaba, porque sentía germinar en ella y florecer por una hora a la luz de la batería, hechas del aglutinamiento en el rostro de un actor de otra fisonomía de colorete y de cartón, las palabras de un papel sobre su alma personal.
Ces individualités éphémères et vivaces que sont les personnages d′une pièce séduisante aussi, qu′on aime, qu′on admire, qu′on plaint, qu′on voudrait retrouver encore, une fois qu′on a quitté le théâtre, mais qui déjà se sont désagrégées en un comédien qui n′a plus la condition qu′il avait dans la pièce, en un texte qui ne montre plus le visage du comédien, en une poudre colorée qu′efface le mouchoir, qui sont retournées en un mot à des éléments qui n′ont plus rien d′elles, à cause de leur dissolution, consommée sitôt après la fin du spectacle, font, comme celle d′un être aimé, douter de la réalité du moi et méditer sur le mystère de la mort. Esas individualidades efímeras y vivaces que son los personajes, de una obra seductora también, a que cobramos amor, que admiramos, que compadecernos, que quisiéramos volver a encontrar, una vez que hemos abandonado el teatro, pero que ya se han desagregado en un comediante que no tiene ya la condición que tenía en la obra, en un texto que deja de mostrar el rostro del comediante, en unos polvos coloreados que borra el pañuelo, que se han resuelto, en una palabra, en elementos que ya no tienen nada de ellas debido a su disolución, consumada inmediatamente después del final del espectáculo, hacen, como la de un ser querido dudar de la realidad del yo y meditar sobre el misterio de la muerte.
Un numéro du programme me fut extrêmement pénible. Une jeune femme que détestaient Rachel et plusieurs de ses amies devait y faire dans des chansons anciennes un début sur lequel elle avait fondé toutes ses espérances d′avenir et celles des siens. Cette jeune femme avait une croupe trop proéminente, presque ridicule, et une voix jolie mais trop menue, encore affaiblie par l′émotion et qui contrastait avec cette puissante musculature. Rachel avait aposté dans la salle un certain nombre d′amis et d′amies dont le rôle était de décontenancer par leurs sarcasmes la débutante, qu′on savait timide, de lui faire perdre la tête de façon qu′elle fît un fiasco complet après lequel le directeur ne conclurait pas d′engagement. Dès les premières notes de la malheureuse, quelques spectateurs, recrutés pour cela, se mirent à se montrer son dos en riant, quelques femmes qui étaient du complot rirent tout haut, chaque note flûtée augmentait l′hilarité voulue qui tournait au scandale. La malheureuse, qui suait de douleur sous son fard, essaya un instant de lutter, puis jeta autour d′elle sur l′assistance des regards désolés, indignés, qui ne firent que redoubler les huées. L′instinct d′imitation, le désir de se montrer spirituelles et braves, mirent de la partie de jolies actrices qui n′avaient pas été prévenues, mais qui lançaient aux autres des oeillades de complicité méchante, se tordaient de rire, avec de violents éclats, si bien qu′à la fin de la seconde chanson et bien que le programme en comportât encore cinq, le régisseur fit baisser le rideau. Je m′efforçai de ne pas plus penser à cet incident qu′à la souffrance de ma grand′mère quand mon grand-oncle, pour la taquiner, faisait prendre du cognac à mon grand-père, l′idée de la méchanceté ayant pour moi quelque chose de trop douloureux. Et pourtant, de même que la pitié pour le malheur n′est peut-être pas très exacte, car par l′imagination nous recréons toute une douleur sur laquelle le malheureux obligé de lutter contre elle ne songe pas à s′attendrir, de même la méchanceté n′a probablement pas dans l′âme du méchant cette pure et voluptueuse cruauté qui nous fait si mal à imaginer. La haine l′inspire, la colère lui donne une ardeur, une activité qui n′ont rien de très joyeux; il faudrait le sadisme pour en extraire du plaisir, le méchant croit que c′est un méchant qu′il fait souffrir. Rachel s′imaginait certainement que l′actrice qu′elle faisait souffrir était loin d′être intéressante, en tout cas qu′en la faisant huer, elle-même vengeait le bon goût en se moquant du grotesque et donnait une leçon à une mauvaise camarade. Néanmoins, je préférai ne pas parler de cet incident puisque je n′avais eu ni le courage ni la puissance de l′empêcher; il m′eût été trop pénible, en disant du bien de la victime, de faire ressembler aux satisfactions de la cruauté les sentiments qui animaient les bourreaux de cette débutante. Un número del programa que me resultó extremadamente molesto: Una joven, —a la que detestaban Raquel y varias de sus amigas, debía hacer en él, con unas canciones antiguas, una primera aparición en que habían fundado todas sus esperanzas sobre su porvenir y las de los suyos. Tenía esta joven una grupa demasiado prominente, ridícula casi, y una voz bonita, pero demasiado delgada, debilitada, además, por la emoción, y que contrastaba con aquella poderosa musculatura. Raquel había apostado en la sala cierto número de amigos y amigas, cuyo papel consistía en desconcertar con sus sarcasmos a la debutante, a quien sabían tímida, y hacerle perder la cabeza de manera que tuviese un fracaso completo, después del cual el director no cerraría el contrato. Desde las primeras notas de la desventurada, algunos espectadores, reclutados con ese fin, empezaron a indicarse unos a otros la espalda de aquélla, riéndose; algunas mujeres que entraban en la conjura se rieron alto; cada nota aflautada aumentaba la deliberada hilaridad, que derivaba hacia el escándalo. La desdichada, que sudaba de dolor bajo su colorete, trató por un instante de luchar, después atizó en derredor de ella, sobre la concurrencia, miradas desoladas indignadas, que no hicieron más que redoblar los abucheos. El instinto de imitación, el deseo de mostrarse ingeniosas y atrevidas, hicieron entrar en el juego a algunas lindas actrices que no habían sido avisadas, pero que lanzaban a las otras miradas de complicidad maligna; se retorcían de risa, con violentas carcajadas, tanto que al final de la segunda canción, y a pesar de que el programa anunciaba cinco más, el director de escena Hizo bajar el telón. Yo me esforcé por no pensar en este incidente más que en la aflicción: de mi abuela cuando mi tío-abuelo, por verla rabiar, hacía tomar coñac a mi abuelo, ya que la idea de la perversidad era demasiado dolorosa para mí. Y sin embargo, de igual suerte que la compasión ante la desgracia no es muy exacta, acaso porque con la imaginación recreamos todo un dolor ante el que el desgraciado obligado a luchar contra él no piensa en enternecerse, así la perversidad no tiene probablemente en el alma del malvado la pura y voluptuosa crueldad que tanto daño nos hace al imaginárnosla. El odio la inspira; la cólera le da un ardor, una actividad que no tienen precisamente nada de gozosos; haría falta el sadismo para extraer de ella placer, y el malvado cree que es un malvado aquel a quien él hace sufrir. Raquel se figuraba, desde luego, que la actriz a la que hacía sufrir estaba lejos de ser interesante; en todo caso, que al hacerla abuchear vengaba al buen gusto burlándose de lo grotesco y dando una lección a una pésima compañera. Con todo, preferí no hablar del incidente; ya que no había tenido valor ni poder para impedirlo, me hubiera dolido demasiado, si hablaba bien de la víctima, hacer que se asemejasen a las satisfacciones de la crueldad los sentimientos que animaban a los verdugos de la debutante.
Mais le commencement de cette représentation m′intéressa encore d′une autre manière. Il me fit comprendre en partie la nature de l′illusion dont Saint–Loup était victime à l′égard de Rachel et qui avait mis un abîme entre les images que nous avions de sa maîtresse, lui et moi, quand nous la voyions ce matin même sous les poiriers en fleurs. Rachel jouait un rôle presque de simple figurante, dans la petite pièce. Mais vue ainsi, c′était une autre femme. Rachel avait un de ces visages que l′éloignement — et pas nécessairement celui de la salle à la scène, le monde n′étant pour cela qu′un plus grand théâtre — dessine et qui, vus de près, retombent en poussière. Placé à côté d′elle, on ne voyait qu′une nébuleuse, une voie lactée de taches de rousseur, de tout petits boutons, rien d′autre. A une distance convenable, tout cela cessait d′être visible et, des joues effacées, résorbées, se levait, comme un croissant de lune, un nez si fin, si pur, qu′on aurait souhaité être l′objet de l′attention de Rachel, la revoir autant qu′on voudrait, la posséder auprès de soi, si jamais on ne l′avait vue autrement et de près. Ce n′était pas mon cas, mais c′était celui de Saint–Loup quand il l′avait vue jouer la première fois. Alors, il s′était demandé comment l′approcher, comment la connaître, en lui s′était ouvert tout un domaine merveilleux — celui où elle vivait — d′où émanaient des radiations délicieuses, mais où il ne pourrait pénétrer. Il sortit du théâtre se disant qu′il serait fou de lui écrire, qu′elle ne lui répondrait pas, tout prêt à donner sa fortune et son nom pour la créature qui vivait en lui dans un monde tellement supérieur à ces réalités trop connues, un monde embelli par le désir et le rêve, quand du théâtre, vieille petite construction qui avait elle-même l′air d′un décor, il vit, à la sortie des artistes, par une porte déboucher la troupe gaie et gentiment chapeautée des artistes qui avaient joué. Des jeunes gens qui les connaissaient étaient là à les attendre. Le nombre des pions humains étant moins nombreux que celui des combinaisons qu′ils peuvent former, dans une salle où font défaut toutes les personnes qu′on pouvait connaître, il s′en trouve une qu′on ne croyait jamais avoir l′occasion de revoir et qui vient si à point que le hasard semble providentiel, auquel pourtant quelque autre hasard se fût sans doute substitué si nous avions été non dans ce lieu mais dans un différent où seraient nés d′autres désirs et où se serait rencontrée quelque autre vieille connaissance pour les seconder. Les portes d′or du monde des rêves s′étaient refermées sur Rachel avant que Saint–Loup l′eût vue sortir, de sorte que les taches de rousseur et les boutons eurent peu d′importance. Ils lui déplurent cependant, d′autant que, n′étant plus seul, il n′avait plus le même pouvoir de rêver qu′au théâtre devant elle. Mais, bien qu′il ne pût plus l′apercevoir, elle continuait à régir ses actes comme ces astres qui nous gouvernent par leur attraction, même pendant les heures où ils ne sont pas visibles à nos yeux. Aussi, le désir de la comédienne aux fins traits qui n′étaient même pas présents au souvenir de Robert, fit que, sautant sur l′ancien camarade qui par hasard était là, il se fit présenter à la personne sans traits et aux taches de rousseur, puisque c′était la même, et en se disant que plus tard on aviserait de savoir laquelle des deux cette même personne était en réalité. Elle était pressée, elle n′adressa même pas cette fois-là la parole à Saint–Loup, et ce ne fut qu′après plusieurs jours qu′il put enfin, obtenant qu′elle quittât ses camarades, revenir avec elle. Il l′aimait déjà. Le besoin de rêve, le désir d′être heureux par celle à qui on a rêvé, font que beaucoup de temps n′est pas nécessaire pour qu′on confie toutes ses chances de bonheur à celle qui quelques jours auparavant n′était qu′une apparition fortuite, inconnue, indifférente, sur les planchers de la scène. Pero el comienzo de la representación me interesó además de otra manera. Me hizo comprender en parte la naturaleza de la ilusión de que era víctima Saint-Loup, con respecto a Raquel, y que había abierto un abismo entre las imágenes que teníamos Roberto y yo de su querida cuando la veíamos aquella misma mañana bajo los perales en flor. Raquel desempeñaba un papel poco menos que de comparsa en la obrilla. Pero vista así era otra mujer tenía una de esas fisonomías que el alejamiento —y no necesariamente el que media entre la sala y el escenario, ya que en ese respecto el mundo no es sino un teatro más grande— dibuja y que, vistas de cerca, vuelven a caer convertidas en polvo. Cuando se estaba cerca de ella no se veía más que una nebulosa, una vía láctea de pecas, de granitos, nada más. A una distancia prudente todo ello dejaba de ser visible, y de las mejillas borradas, reabsorbidas, se alzaba como una luna en creciente una nariz tan fina, tan pura, que hubiera querido uno ser objeto de la atención de Raquel, volverla a ver siempre que a uno le apeteciera, tenerla junto a sí, si es que nunca la había visto de otra manera y de cerca. No era ése mi caso, pero sí el de Saint-Loup cuando la había visto trabajar por vez primera. Entonces se había preguntado cómo se acercaría a ella, cómo haría para conocerla; se había abierto en él todo un orbe maravilloso —aquel en que ella vivía—, de que emanaban deliciosas irradiaciones, pero en el que no podría penetrar él. Salió del teatro diciéndose que sería una locura escribirle, que no le contestaría, dispuesto a dar su fortuna y su nombre por la criatura que vivía en él en un mundo tan superior a esas realidades demasiado conocidas, un mundo embellecido por el deseo y por el ensueño, cuando vio que del teatro, un edificio vetusto y chiquito que parecía una decoración más, a la salida de las artistas, desembocaba por una puerta el tropel alegre y graciosamente ensombrerado de las artistas que habían estado representando. Algunos jóvenes que las conocían estaban esperándolas. Como el número de peones humanos es menor que el de combinaciones que pueden formar, en una sala en que faltan todas las personas que podría uno conocer se encuentra a una a la que no se creía tener nunca ocasión de volver a ver, y que llega tan a punto que la casualidad parece providencial casi, a pesar de que otra cualquiera hubiese podido substituirla de habernos hallado no en ese lugar, sino en otro diferente en el que habrían nacido otros deseos y hubiéramos encontrado algún otro antiguo conocido que secundase la obra de la casualidad. Las puertas de oro del mundo de los sueños habían vuelto a cerrarse tras Raquel antes de que Saint-Loup la hubiese visto salir del teatro, con lo que las pecas y los granitos tuvieron escasa importancia. Le desagradaron, sin embargo, en cuanto, al cesar de estar solo, no tuvo ya el mismo poder de ensoñar que en el teatro. . Pero ese poder, bien que ya no pudiera darse cuenta de él, seguía rigiendo sus actos como esos astros que nos gobiernan merced a su atracción, incluso durante las horas en que no son visibles a nuestros ojos. Así, el deseo de la comediante de finos rasgos, que ni siquiera estaban presentes en el recuerdo de Roberto, determinó que éste, abalanzándose al antiguo camarada que por casualidad estaba allí, se hiciese presentar a la persona sin rasgos y con pecas, puesto que era la misma, y diciéndose que ya más tarde trataría de saber cuál de las dos era en realidad esa misma persona. Ella tenía prisa, ni siquiera dirigió de esa vez la palabra a Saint-Loup, y sólo varios días después había podido él por fin, consiguiendo que dejase a sus compañeras, volver con ella. La quería ya. La necesidad de ensueño, el deseo de ser dichoso merced a aquello con que se ha soñado hacen que no sea menester mucho tiempo para que uno confíe todas sus probabilidades de felicidad ala que pocos días antes no era más que una aparición fortuita, desconocida, indiferente, en las tablas del escenario.
Quand, le rideau tombé, nous passâmes sur le plateau, intimidé de m′y promener, je voulus parler avec vivacité à Saint–Loup; de cette façon mon attitude, comme je ne savais pas laquelle on devait prendre dans ces lieux nouveaux pour moi, serait entièrement accaparée par notre conversation et on penserait que j′y étais si absorbé, si distrait, qu′on trouverait naturel que je n′eusse pas les expressions de physionomie que j′aurais dû avoir dans un endroit où, tout à ce que je disais, je savais à peine que je me trouvais; et saisissant, pour aller plus vite, le premier sujet de conversation: Cuando, bajado el telón, pasamos al escenario, intimidado al pasearme por el mismo, quise hablar con vivacidad a Saint-Loup; de esa manera, mi actitud, como yo no sabía cuál debía adoptarse en aquellos lugares nuevos para mí, sería enteramente acaparada por nuestra conversación y los demás pensarían que yo estaba tan enfrascado en ella, tan distraído, que encontrarían natural que no tuviese las expresiones de fisonomía que hubiera debido tener en un sitio en que, entregado por completo a lo que estaba diciendo, sabía apenas que me encontraba; y cogiendo al vuelo, para ir más aprisa, el primer tema de conversación:
— Tu sais, dis-je à Robert, que j′ai été pour te dire adieu le jour de mon départ, nous n′avons jamais eu l′occasion d′en causer. Je t′ai salué dans la rue. —¿Sabes —le dije a Roberto— que he estado a decirte adiós el día de mi marcha" Nunca he tenido ocasión de hablar de ello. Te he saludado en la calle.
— Ne m′en parle pas, me répondit-il, j′en ai été désolé; nous nous sommes rencontrés tout près du quartier, mais je n′ai pas pu m′arrêter parce que j′étais déjà très en retard. Je t′assure que j′étais navré. —No me hables de eso —me respondió—, me ha tenido desolado; nos hemos encontrado junto al cuartel, pero no pude detenerme porque iba ya muy retrasado. Te aseguro que estaba consternado.
Ainsi il m′avait reconnu! Je revoyais encore le salut entièrement impersonnel qu′il m′avait adressé en levant la main à son képi, sans un regard dénonçant qu′il me connût, sans un geste qui manifestât qu′il regrettait de ne pouvoir s′arrêter. Évidemment cette fiction qu′il avait adoptée à ce moment-là, de ne pas me reconnaître, avait dû lui simplifier beaucoup les choses. Mais j′étais stupéfait qu′il eût su s′y arrêter si rapidement et avant qu′un réflexe eût décelé sa première impression. J′avais déjà remarqué à Balbec que, à côté de cette sincérité naîµ¥ de son visage dont la peau laissait voir par transparence le brusque afflux de certaines émotions, son corps avait été admirablement dressé par l′éducation à un certain nombre de dissimulations de bienséance et, comme un parfait comédien, il pouvait dans sa vie de régiment, dans sa vie mondaine, jouer l′un après l′autre des rôles différents. Dans l′un de ses rôles il m′aimait profondément, il agissait à mon égard presque comme s′il était mon frère; mon frère, il l′avait été, il l′était redevenu, mais pendant un instant il avait été un autre personnage qui ne me connaissait pas et qui, tenant les rênes, le monocle à l′oeil, sans un regard ni un sourire, avait levé la main à la visière de son képi pour me rendre correctement le salut militaire! ¡Así es que me había reconocido! Volvía a ver yo el saludo completamente impersonal que me había dirigido alzando la mano hasta el quepis, sin una mirada reveladora de que me conociese, sin un gesto que manifestase que sentía no poder pararse. Evidentemente, la ficción que en aquel momento había adoptado de no reconocerme había debido de simplificarle mucho las cosas. Pero a mí me dejaba estupefacto eso de que hubiera sabido detenerse tan rápidamente en ella y antes de que un reflejo hubiera revelado su primera impresión. Ya había observado yo en Balbec que, al lado de aquella ingenua sinceridad de su rostro, cuya piel dejaba ver por transparencia el brusco afluir de determinadas emociones, su cuero, había sido admirablemente adiestrado por la educación en cierto número de disimulos de urbanidad y como un perfecto comediante podía, en su vida de regimiento, en su vida mundana, desempeñar uno tras otro diferentes papeles. En uno de sus papeles me quería profundamente, se portaba conmigo como si fuera hermano mío; había sido mi hermano, había vuelto a serlo; pero por un instante había sido otro personaje que no me conocía y que, alzando las bridas, encajado el monóculo en el ojo, sin una mirada ni una sonrisa, se había llevado la mano a la visera del quepis para devolverme correctamente el saludo militar.
Les décors encore plantés entre lesquels je passais, vus ainsi de près et dépouillés de tout ce que leur ajoutent l′éloignement et l′éclairage que le grand peintre qui les avait brossés avait calculés, étaient misérables, et Rachel, quand je m′approchai d′elle, ne subit pas un moindre pouvoir de destruction. Les ailes de son nez charmant étaient restées dans la perspective, entre la salle et la scène, tout comme le relief des décors. Ce n′était plus elle, je ne la reconnaissais que grâce à ses yeux où son identité s′était réfugiée. La forme, l′éclat de ce jeune astre si brillant tout à l′heure avaient disparu. En revanche, comme si nous nous approchions de la lune et qu′elle cessât de nous paraître de rose et d′or, sur ce visage si uni tout à l′heure je ne distinguais plus que des protubérances, des taches, des fondrières. Malgré l′incohérence où se résolvaient de près, non seulement le visage féminin mais les toiles peintes, j′étais heureux d′être là, de cheminer parmi les décors, tout ce cadre qu′autrefois mon amour de la nature m′eût fait trouver ennuyeux et factice, mais auquel sa peinture par Goethe dans Wilhelm Meister avait donné pour moi une certaine beauté; et j′étais déjà charmé d′apercevoir, au milieu de journalistes ou de gens du monde amis des actrices, qui saluaient, causaient, fumaient comme à la ville, un jeune homme en toque de velours noir, en jupe hortensia, les joues crayonnées de rouge comme une page d′album de Watteau, lequel, la bouche souriante, les yeux au ciel, esquissant de gracieux signes avec les paumes de ses mains, bondissant légèrement, semblait tellement d′une autre espèce que les gens raisonnables en veston et en redingote au milieu desquels il poursuivait comme un fou son rêve extasié, si étranger aux préoccupations de leur vie, si antérieur aux habitudes de leur civilisation, si affranchi des lois de la nature, que c′était quelque chose d′aussi reposant et d′aussi frais que de voir un papillon égaré dans une foule, de suivre des yeux, entres les frises, les arabesques naturelles qu′y traçaient ses ébats ailés, capricieux et fardés. Mais au même instant Saint–Loup s′imagina que sa maîtresse faisait attention à ce danseur en train de repasser une dernière fois une figure du divertissement dans lequel il allait paraître, et sa figure se rembrunit. Las decoraciones armadas aún, por entre las que pasaba yo, vistas así de cerca y despojadas de todo lo que les añaden la lejanía yla iluminación que el gran pintor que las había hecho a brochazos había calculado, eran miserables, y Raquel, cuando me acerqué a ella, no sufrió de un menor poder de destrucción. Las aletas de su nariz encantadora se habían quedado en la perspectiva, entre la sala y el escenario, lo mismo que el relieve de las decoraciones. Ya no era ella; sólo la reconocía gracias a sus ojos, en que su identidad se había refugiado. La forma, el fulgor de aquel astro joven, tan brillante momentos antes, habían desaparecido. En cambio, como si nos acercásemos a la luna ydejase de parecernos de rosa yde oro, en aquel rostro tan terso hacía un instante no distinguía yo más que protuberancias, manchas, hoyos. A pesar de la incoherencia en que se resolvían de cerca, no sólo el rostro femenino, sino las telas pintadas, yo me sentía feliz de estar allí andando por entre las decoraciones, en medio de todo aquel marco que en otro tiempo mi amor a la naturaleza me hubiera hecho encontrar aburrido y artificioso, pero al que su pintura hecha por Goethe en el Wilhelm Meister, había dado para mí cierta belleza; y ya estaba encantado al descubrir en el medio de periodistas o agentes de la buena sociedad, amigos de los artistas que saludaban, charlaban, fumaban como si estuvieran en la calle, a un joven con gorro de terciopelo negro, con faldas color hortensia, coloreadas de rojo las mejillas como una página de álbum de Watteau, el cual, con la boca sonriente, vueltos al cielo los ojos, esbozando graciosos ademanes con las palmas de las manos, botando ligeramente, parecía tan de otra especie que la gente sesuda de chaqueta y de levita en medio de la cual perseguía como un loco su ensueño extasiado, tan ajeno a las preocupaciones de su vida, tan anterior a las costumbres de su civilización, tan emancipado de las leyes de la naturaleza, que resultaba tan confortante y tan fresco como ver a una mariposa extraviada entre una muchedumbre seguir con los ojos por entre las bambalinas bajas los arabescos naturales que en ellas trazaban sus jugueteos alados, caprichosos y pintados. Pero en el mismo instante Saint-Loup se imaginó que su querida ponía atención en aquel danzarín que estaba ensayando por última vez una figura del intermedio en que iba a parecer, y se le anubló el semblante.
— Tu pourrais regarder d′un autre côté, lui dit-il d′un air sombre. Tu sais que ces danseurs ne valent pas la corde sur laquelle ils feraient bien de monter pour se casser les reins, et ce sont des gens à aller après se vanter que tu as fait attention à eux. Du reste tu entends bien qu′on te dit d′aller dans ta loge t′habiller. Tu vas encore être en retard. —Podías mirar para otro lado —le dijo con expresión recelosa—. Ya sabes que esos danzantes no valen lo que la cuerda a que harían bien en subir para partirse la crisma, y son gente capaz de ir después jactándose de que has puesto en ellos los ojos. Además, ya oyes que te están diciendo que vayas a tu cuarto de vestir. Todavía vas a llegar con retraso.
Trois messieurs — trois journalistes — voyant l′air furieux de Saint–Loup, se rapprochèrent, amusés, pour entendre ce qu′on disait. Et comme on plantait un décor de l′autre côté nous fûmes resserrés contre eux. Tres caballeros —tres periodistas— al ver la expresión furibunda de Saint-Loup se acercaron alborozados a oír lo que se decía. Y como del otro lado estaban armando una decoración, nos vimos apretados contra ellos.
— Oh! mais je le reconnais, c′est mon ami, s′écria la maîtresse de Saint–Loup en regardant le danseur. Voilà qui est bien fait, regardez-moi ces petites mains qui dansent comme tout le reste de sa personne! —¡Oh, pero si lo conozco, es amigo mío! —exclamó la querida de Saint-Loup mirando al danzarín—. ¡Qué bien lo hace! ¡Mire usted esas manitas que danzan lo mismo que todo el resto de su cuerpo!
Le danseur tourna la tête vers elle, et sa personne humaine apparaissant sous le sylphe qu′il s′exerçait à être, la gelée droite et grise de ses yeux trembla et brilla entre ses cils raidis et peints, et un sourire prolongea des deux côtés sa bouche dans sa face pastellisée de rouge; puis, pour amuser la jeune femme, comme une chanteuse qui nous fredonne par complaisance l′air où nous lui avons dit que nous l′admirions, il se mit à refaire le mouvement de ses paumes, en se contrefaisant lui-même avec une finesse de pasticheur et une bonne humeur d′enfant. El bailarín volvió la cabeza hacia ella, y al aparecer su persona humana bajo el silfo que se adiestraba en ser, la escarcha recta y gris de sus ojos brilló entre sus pestañas tiesas y pintadas, yuna sonrisa prolongó a un lado y otro su boca, en su faz pintada de rojo al pastel; después, por divertir a la joven, como una cantante que por complacencia nos canturrea el aire en que le hemos dicho que la admirábamos, empezó a hacer de nuevo el mismo movimiento con las palmas de las manos, remedándose a sí mismo con un primor de pastichista y un buen humor de niño.
— Oh! c′est trop gentil, ce coup de s′imiter soi-même, s′écria-t-elle en battant des mains. —¡Oh! ¡No puede ser más encantadora la ocurrencia de remedarse a sí mismo! — exclamó ella batiendo palmas.
— Je t′en supplie, mon petit, lui dit Saint–Loup d′une voix désolée, ne te donne pas en spectacle comme cela, tu me tues, je te jure que si tu dis un mot de plus, je ne t′accompagne pas à ta loge, et je m′en vais; voyons, ne fais pas la méchante. — Ne reste pas comme cela dans la fumée de cigare, cela va te faire mal, me dit Saint–Loup avec cette sollicitude qu′il avait pour moi depuis Balbec. —Hijita, te lo suplico —le dijo Saint-Loup con voz desolada—, no te des en espectáculo de esa manera, me matas; te juro que como digas una palabra más no te acompaño a tu camarín y me voy; vamos, no seas mala, —No te quedes así en medio del humo del cigarro, te va hacer daño —me dijo Saint- Loup con la solicitud que tenía para conmigo desde Balbec.
— Oh! quel bonheur si tu t′en vas. —¡Oh, qué suerte, si te vas!
— Je te préviens que je ne reviendrai plus. —Te advierto que no volveré más.
— Je n′ose pas l′espérer. —No me atrevo a esperarlo.
—Écoute, tu sais, je t′ai promis le collier si tu étais gentille, mais du moment que tu me traites comme cela. . . . —Mira, ya sabes que te he prometido el collar como fueses buena, pero ya que me tratas de esa manera...
— Ah! voilà une chose qui ne m′étonne pas de toi. Tu m′avais fait une promesse, j′aurais bien dû penser que tu ne la tiendrais pas. Tu veux faire sonner que tu as de l′argent, mais je ne suis pas intéressée comme toi. Je m′en fous de ton collier. J′ai quelqu′un qui me le donnera. —¡Ah! Ahí tienes una cosa que no me extraña en ti. Me habías hecho una promesa, hubiera debido pensar de sobra que no la cumplirías. Quieres hacer ver que tienes dinero, pero yo no soy interesada como tú. Me trae completamente sin cuidado tu collar. Tengo quien me lo dé.
— Personne d′autre ne pourra te le donner, car je l′ai retenu chez Boucheron et j′ai sa parole qu′il ne le vendra qu′à moi. —Nadie más que yo podrá dártelo, porque lo he dejado apartado en casa de Boucheron y me ha dado palabra de que sólo me lo venderá a mí.
— C′est bien cela, tu as voulu me faire chanter, tu as pris toutes tes précautions d′avance. C′est bien ce qu′on dit: Marsantes, Mater Semita, ça sent la race, répondit Rachel répétant une étymologie qui reposait sur un grossier contresens car Semita signifie «sente» et non «Sémite», mais que les nationalistes appliquaient à Saint–Loup à cause des opinions dreyfusardes qu′il devait pourtant à l′actrice. (Elle était moins bien venue que personne à traiter de Juive Mme de Marsantes à qui les ethnographes de la société ne pouvaient arriver à trouver de juif que sa parenté avec les Lévy-Mirepoix.) Mais tout n′est pas fini, sois-en sûr. Une parole donnée dans ces conditions n′a aucune valeur. Tu as agi par traîtrise avec moi. Boucheron le saura et on lui en donnera le double, de son collier. Tu auras bientôt de mes nouvelles, sois tranquille. —Está bien, has querido cogerme en el lazo, has tomado de antemano todas tus precauciones. Es realmente lo que se dice Marsantes, Mater Semita, huele a la casta — respondió Raquel repitiendo una etimología que descansaba en un grosero contrasentido; ya que Semita significa sefdero y no senvita, pero que los nacionalistas aplicaban a Saint- Loup por sus opiniones dreyfusistas, que debían sin embargo, a la actriz. Ésta se hallaba menos indicada que nadie para motejar de judía a la señora de Marsantes, a quien los etnógrafos de la buena sociedad no podían llegar a encontrar nada de judío fuera de su parentesco con los Lévy-Mirepoix—. Pero no han de quedar así las cosas, tenlo por seguro. Una palabra dada en esas condiciones no tiene ningún valor. Has obrado conmigo a traición. Boucheron ha de saberlo y se le dará el doble de lo que vale su collar. No has de tardar en tener noticias, estáte tranquilo.
Robert avait cent fois raison. Mais les circonstances sont toujours si embrouillées que celui qui a cent fois raison peut avoir eu une fois tort. Et je ne pus m′empêcher de me rappeler ce mot désagréable et pourtant bien innocent qu′il avait eu à Balbec: «De cette façon, j′ai barre sur elle.» Roberto tenía razón cien veces. Pero las circunstancias son siempre tan complejas que el que tiene razón cien veces puede no tenerla una. Y no pude menos de acordarme de la frase desagradable y sin embargo tan inocente que le había oído en Balbec: «De esa manera la tengo metida en un puño».
— Tu as mal compris ce que je t′ai dit pour le collier. Je ne te l′avais pas promis d′une façon formelle. Du moment que tu fais tout ce qu′il faut pour que je te quitte, il est bien naturel, voyons, que je ne te le donne pas; je ne comprends pas où tu vois de la traîtrise là dedans, ni que je suis intéressé. On ne peut pas dire que je fais sonner mon argent, je te dis toujours que je suis un pauvre bougre qui n′a pas le sou. Tu as tort de le prendre comme ça, mon petit. En quoi suis-je intéressé? Tu sais bien que mon seul intérêt, c′est toi. —Has entendido mal lo que te he dicho respecto al collar. Note lo había prometido de una manera formal. Desde el momento en que haces todo lo necesario para que yo te deje, es muy natural, me parece, que no te lo dé; no comprendo dónde ves la traición en eso, ni que yo sea interesado. No puede decirse que yo haga sonar mi dinero, siempre te digo que soy un pobre diablo que no tiene donde caerse muerto. Haces mal en tomarlo de esa manera, hijita. ¿Qué tengo yo de interesado? Bien sabes que mi único interés es el tuyo.
— Oui, oui, tu peux continuer, lui dit-elle ironiquement, en esquissant le geste de quelqu′un qui vous fait la barbe. Et se tournant vers le danseur: —¡Sí, sí!, puedes seguir —le dijo ella irónicamente, esbozando el gesto del que le está tomando a uno el pelo. Y volviéndose al bailarín:
— Ah! vraiment il est épatant avec ses mains. Moi qui suis une femme, je ne pourrais pas faire ce qu′il fait là. Et se tournant vers lui en lui montrant les traits convulsés de Robert: «Regarde, il souffre», lui dit-elle tout bas, dans l′élan momentané d′une cruauté sadique qui n′était d′ailleurs nullement en rapport avec ses vrais sentiments d′affection pour Saint–Loup. —Verdaderamente tiene unas manos pasmosas. Yo, con ser una mujer, no podría hacer lo que está haciendo él. Y volviéndose hacia él y señalándole los rasgos convulsos de Roberto: —Mira, sufre —le dijo por lo bajo, con el momentáneo impulso de una crueldad sádica que por lo demás no guardaba ninguna relación con sus verdaderos sentimientos de cariño respecto a Roberto.
—Écoute, pour le dernière fois, je te jure que tu auras beau faire, tu pourras avoir dans huit jours tous les regrets du monde, je ne reviendrai pas, la coupe est pleine, fais attention, c′est irrévocable, tu le regretteras un jour, il sera trop tard. —Oye: por última vez te juro que ya puedes hacer lo que quieras; así tengas de aquí a ocho días todos los remordimientos del mundo, no volveré; la copa está llena, ten cuidado, es irrevocable; algún día has de sentirlo, será demasiado tarde.
Peut-être était-il sincère et le tourment de quitter sa maîtresse lui semblait-il moins cruel que celui de rester près d′elle dans certaines conditions. Quizá fuese sincero, y el tormento de dejar a su querida le parecía menos cruel que el de seguir a su lado en ciertas condiciones.
— Mais mon petit, ajouta-t-il en s′adressant à moi, ne reste pas là, je te dis, tu vas te mettre à tousser. —Pero, hijo —añadió, dirigiéndose a mí—, ya te he dicho que no sigas ahí, vas a empezar a toser.
Je lui montrai le décor qui m′empêchait de me déplacer. Il toucha légèrement son chapeau et dit au journaliste: Le indiqué la decoración que me impedía cambiar de sitio. Se llevó ligeramente la mano al sombrero y dijo al periodista:
— Monsieur, est-ce que vous voudriez bien jeter votre cigare, la fumée fait mal à mon ami. —Caballero, ¿tendría usted la bondad de tirar su cigarro? A mi amigo le hace daño el humo.
Sa maîtresse, ne l′attendant pas, s′en allait vers sa loge, et se retournant: Su querida, que no esperaba por él, se iba hacia su camarín, y, volviéndose
— Est-ce qu′elles font aussi comme ça avec les femmes, ces petites mains-là? jeta-t-elle au danseur du fond du théâtre, avec une voix facticement mélodieuse et innocente d′ingénue, tu as l′air d′une femme toi-même, je crois qu′on pourrait très bien s′entendre avec toi et une de mes amies. —¿Hacen lo mismo con las mujeres esas manitas? —lanzó al bailarín desde el fondo del teatro, con una voz artificiosamente melodiosa e inocente de ingenua—. Pareces una mujer, creo que podría una entenderse muy bien contigo y con una dé mis amigas.
— Il n′est pas défendu de fumer, que je sache; quand on est malade, on n′a qu′à rester chez soi, dit le journaliste. —No está prohibido fumar, que yo sepa; cuando se está enfermo, no hay más que quedarse en casa —dijo el periodista.
Le danseur sourit mystérieusement à l′artiste. El bailarín sonrió misteriosamente a la artista.
— Oh! tais-toi, tu me rends folle, lui cria-t-elle, on en fera des parties! —¡Oh, cállate, que me vuelves loca! —le gritó ella—. ¡Ya verás qué juegos hacemos!
— En tout cas, monsieur, vous n′êtes pas très aimable, dit Saint–Loup au journaliste, toujours sur un ton poli et doux, avec l′air de constatation de quelqu′un qui vient de juger rétrospectivement un incident terminé. —En todo caso, caballero, no es usted muy amable —dijo Saint-Loup al periodista, siempre en tono cortés y suave, con el aire de comprobación del que acaba de juzgar retrospectivamente un incidente liquidado.
A ce moment, je vis Saint–Loup lever son bras verticalement au-dessus de sa tête comme s′il avait fait signe à quelqu′un que je ne voyais pas, ou comme un chef d′orchestre, et en effet — sans plus de transition que, sur un simple geste d′archet, dans une symphonie ou un ballet, des rythmes violents succèdent à un gracieux andante — après les paroles courtoises qu′il venait de dire, il abattit sa main, en une gifle retentissante, sur la joue du journaliste. En ese momento vi a Saint-Loup que levantaba el brazo verticalmente por encima de su cabeza como si hubiera hecho señas a alguien a quien yo no veía, o como un director de orquesta, y en efecto —sin más transición que como, a un simple ademán hecho con el arco, en una sinfonía o en un ballet, unos ritmos violentos suceden a un gracioso andante—, tras las palabras corteses que acababa de decir, dejó caer su mano, en un bofetada resonante, sobre la mejilla del periodista.
Maintenant qu′aux conversations cadencées des diplomates, aux arts riants de la paix, avait succédé l′élan furieux de la guerre, les coups appelant les coups, je n′eusse pas été trop étonné de voir les adversaires baignant dans leur sang. Mais ce que je ne pouvais pas comprendre (comme les personnes qui trouvent que ce n′est pas de jeu que survienne une guerre entre deux pays quand il n′a encore été question que d′une rectification de frontière, ou la mort d′un malade alors qu′il n′était question que d′une grosseur du foie), c′était comment Saint–Loup avait pu faire suivre ces paroles qui appréciaient une nuance d′amabilité, d′un geste qui ne sortait nullement d′elles, qu′elles n′annonçaient pas, le geste de ce bras levé non seulement au mépris du droit des gens, mais du principe de causalité, en une génération spontanée de colère, ce geste créé ex nihilo. Heureusement le journaliste qui, trébuchant sous la violence du coup, avait pâli et hésité un instant ne riposta pas. Quant à ses amis, l′un avait aussitôt détourné la tête en regardant avec attention du côté des coulisses quelqu′un qui évidemment ne s′y trouvait pas; le second fit semblant qu′un grain de poussière lui était entré dans l′oeil et se mit à pincer sa paupière en faisant des grimaces de souffrance; pour le troisième, il s′était élancé en s′écriant: Ahora que alas conversaciones acompasadas de los diplomáticos, a las risueñas artes de la paz, había sucedido el ímpetu furioso de la guerra, como los golpes llaman a los golpes, no me hubiera extrañado demasiado ver a los adversarios bañándose en su sangre. Pero lo que yo no podía comprender (como las personas que encuentran que no está dentro de las reglas del juego el que surja una guerra entre dos países cuando aún no ha habido más que una rectificación de fronteras, o la muerte de un enfermo cuando sólo se trataba de un tumor del hígado) era cómo Saint-Loup había podido hacer seguir a aquellas palabras, que apreciaban un matiz de amabilidad, de un ademán que en modo alguno salía de ellas, que ellas no anunciaban, el ademán de aquel brazo alzado no sólo con desprecio del derecho de gentes, sino del principio de causalidad, en una generación espontánea de cólera, ademán creado ex nihilo. Afortunadamente, el periodista, que, tambaleándose con la violencia del golpe, había palidecido y vacilado un instante, no respondió. En cuanto a sus amigos, el uno había vuelto enseguida la cabeza, mirando atentamente del lado de las bambalinas hacia alguien que evidentemente no se encontraba allí; el segundo hizo como que se le había metido en el ojo una mota de polvo y empezó a pellizcarse el párpado haciendo muecas de dolor; en cuanto al tercero, había echado a correr, gritando:
— Mon Dieu, je crois qu′on va lever le rideau, nous n′aurons pas nos places. —¡Ay, Dios!, me parece que van a levantar el telón; nos vamos a quedar sin nuestros asientos.
J′aurais voulu parler à Saint–Loup, mais il était tellement rempli par son indignation contre le danseur, qu′elle venait adhérer exactement à la surface de ses prunelles; comme une armature intérieure, elle tendait ses joues, de sorte que son agitation intérieure se traduisant par une entière inamovibilité extérieure, il n′avait même pas le relâchement, le «jeu» nécessaire pour accueillir un mot de moi et y répondre. Les amis du journaliste, voyant que tout était terminé, revinrent auprès de lui, encore tremblants. Mais, honteux de l′avoir abandonné, ils tenaient absolument à ce qu′il crût qu′ils ne s′étaient rendu compte de rien. Aussi s′étendaient-ils l′un sur sa poussière dans l′oeil, l′autre sur la fausse alerte qu′il avait eue en se figurant qu′on levait le rideau, le troisième sur l′extraordinaire ressemblance d′une personne qui avait passé avec son frère. Et même ils lui témoignèrent une certaine mauvaise humeur de ce qu′il n′avait pas partagé leurs émotions. Yo hubiera querido hablar con Saint-Loup, pero estaba tan lleno de su indignación contra el bailarín, que esa indignación acudía a adherirse exactamente a la superficie de sus pupilas; como una armazón interior distendía sus mejillas, de modo que como su agitación interna se traducía en una total inamovilidad exterior, ni siquiera tenía la elasticidad, el juego necesario para recibir unas palabras mías y responder a ellas. Los amigos del periodista, al ver que todo había terminado, volvieron al lado suyo, trémulos aún. Pero avergonzados de haberlo abandonado, estaban absolutamente empeñados en que creyese que no se habían dado cuenta de nada. Así no acababan, el uno a cuenta de su mota de polvo en un ojo, el otro acerca de la falsa alarma que había tenido al figurarse que alzaban el telón, el tercero sobre la extraordinaria semejanza de una persona que había pasado con su hermano. E incluso le dejaron ver cierto mal humor porque no había compartido sus emociones.
— Comment, cela ne t′a pas frappé? Tu ne vois donc pas clair? —¡Cómo! ¿No te lo ha parecido a ti? ¿Es que no ves"
— C′est-à-dire que vous êtes tous des capons, grommela le journaliste giflé. —Lo que os digo es que sois todos unos capones —rezongó el periodista abofeteado.
Inconséquents avec la fiction qu′ils avaient adoptée et en vertu de laquelle ils auraient dû— mais ils n′y songèrent pas — avoir l′air de ne pas comprendre ce qu′il voulait dire, ils proférèrent une phrase qui est de tradition en ces circonstances: «Voilà que tu t′emballes, ne prends pas la mouche, on dirait que tu as le mors aux dents!» Inconsecuentes con la ficción que habían adoptado y en virtud de la cual hubieran debido —pero no pensaron en ello— hacer como que no comprendían lo que quería decir, profirieron una frase que es tradicional en tales circunstancias: «Ya te estás sulfurando, no te amosques, ¡parece que te has desbocado!»
J′avais compris le matin, devant les poiriers en fleurs, l′illusion sur laquelle reposait son amour pour «Rachel quand du Seigneur», je ne me rendais pas moins compte de ce qu′avaient au contraire de réel les souffrances qui naissaient de cet amour. Peu à peu celle qu′il ressentait depuis une heure, sans cesser, se rétracta, rentra en lui, une zone disponible et souple parut dans ses yeux. Nous quittâmes le théâtre, Saint–Loup et moi, et marchâmes d′abord un peu. Je m′étais attardé un instant à un angle de l′avenue Gabriel d′où je voyais souvent jadis arriver Gilberte. J′essayai pendant quelques secondes de me rappeler ces impressions lointaines, et j′allais rattraper Saint–Loup au pas «gymnastique», quand je vis qu′un monsieur assez mal habillé avait l′air de lui parler d′assez près. J′en conclus que c′était un ami personnel de Robert; cependant ils semblaient se rapprocher encore l′un de l′autre; tout à coup, comme apparaît au ciel un phénomène astral, je vis des corps ovos prendre avec une rapidité vertigineuse toutes les positions qui leur permettaient de composer, devant Saint–Loup, une instable constellation. Lancés comme par une fronde ils me semblèrent être au moins au nombre de sept. Ce n′étaient pourtant que les deux poings de Saint–Loup, multipliés par leur vitesse à changer de place dans cet ensemble en apparence idéal et décoratif. Mais cette pièce d′artifice n′était qu′une roulée qu′administrait Saint–Loup, et dont le caractère agressif au lieu d′esthétique me fut d′abord révélé par l′aspect du monsieur médiocrement habillé, lequel parut perdre à la fois toute contenance, une mâchoire, et beaucoup de sang. Il donna des explications mensongères aux personnes qui s′approchaient pour l′interroger, tourna la tête et, voyant que Saint–Loup s′éloignait définitivement pour me rejoindre, resta à le regarder d′un air de rancune et d′accablement, mais nullement furieux. Saint–Loup au contraire l′était, bien qu′il n′eût rien reçu, et ses yeux étincelaient encore de colère quand il me rejoignit. L′incident ne se rapportait en rien, comme je l′avais cru, aux gifles du théâtre. C′était un promeneur passionné qui, voyant le beau militaire qu′était Saint–Loup, lui avait fait des propositions. Mon ami n′en revenait pas de l′audace de cette «clique» qui n′attendait même plus les ombres nocturnes pour se hasarder, et il parlait des propositions qu′on lui avait faites avec la même indignation que les journaux d′un vol à main armée, osé en plein jour, dans un quartier central de Paris. Pourtant le monsieur battu était excusable en ceci qu′un plan incliné rapproche assez vite le désir de la jouissance pour que la seule beauté apparaisse déjà comme un consentement. Or, que Saint–Loup fût beau n′était pas discutable. Des coups de poing comme ceux qu′il venait de donner ont cette utilité, pour des hommes du genre de celui qui l′avait accosté tout à l′heure, de leur donner sérieusement à réfléchir, mais toutefois pendant trop peu de temps pour qu′ils puissent se corriger et échapper ainsi à des châtiments judiciaires. Ainsi, bien que Saint–Loup eût donné sa raclée sans beaucoup réfléchir, toutes celles de ce genre, même si elles viennent en aide aux lois, n′arrivent pas à homogénéiser les moeurs. Aún cuando yo había comprendido por la mañana, ante los perales en flor, la ilusión en que descansaba su amor hacia Rachel quand du Seigneur, no por ello me daba menos cuenta de lo que tenían de real, en cambio, los sufrimientos que nacían de ese amor. Poco a poco, el dolor que desde hacía una hora venía sintiendo, sin cesar, se retrajo, volvió a entrar en sí, yuna zozobra disponible yelástica apareció en sus ojos. Salimos los dos del teatro y anduvimos un poco, primeramente. Yo me había rezagado un instante en la esquina de la avenida Gabriel, desde donde veía llegar a menudo en otro tiempo a Gilberta. Probé durante algunos segundos a recordar aquellas impresiones lejanas, e iba a reunirme de nuevo con Saint-Loup a paso gimnástico, cuando vi que un señor malamente trajeado parecía estar hablándole bastante cerca. Concluí de ello que sería algún amigo personal de Roberto; a todo esto, parecían aproximarse todavía más el uno al otro; de pronto, como aparece en el cielo un fenómeno astral, vi unos cuerpos ovoideos que adoptaban con vertiginosa rapidez todas las posiciones que les permitían componer, delante de Saint-Loup, una inestable constelación. Lanzados como con honda, me pareció que eran lo menos siete. Sin embargo, no eran más que los dos puños de Saint-Loup, multiplicados por su rapidez en cambiar de lugar en aquel conjunto en apariencia ideal y decorativo. Pero esa obra de artificio no era sino una tunda que administraba Saint-Loup, y cuyo carácter agresivo en vez de estético me fue revelado primeramente por el aspecto del señor mediocremente trajeado, que pareció perder a un tiempo el aplomo, una mandíbula y mucha sangre. Dio explicaciones mentirosas a las personas que se acercaban a interrogarlo, volvió la cabeza, al ver que Saint-Loup se alejaba definitivamente para reunirse conmigo, se quedó mirándolo con expresión de rencor y de abatimiento, pero en modo alguno furioso. Saint-Loup, en cambio, lo estaba, a pesar de no haber recibido ningún golpe, y sus ojos chispeaban todavía de cólera cuando llegó junto a mí. El incidente no se refería en nada, como yo había creído, a las bofetadas del teatro. Era un paseante apasionado que, al ver al apuesto militar que era Saint-Loup, le había hecho ciertas proposiciones. Mi amigo no salía de su asombro ante la audacia de aquel mangante, que ni siquiera esperaba las sombras nocturnas para arriesgarse, y hablaba de las proposiciones que le había Hecho con la misma indignación con que los periódicos hablan de un robo a mano armada cometido osadamente en pleno día en un barrio céntrico de París. Sin embargo, el caballero apaleado era disculpable en cuanto que un plano inclinado acerca el deseo al goce lo suficientemente aprisa para que la simple belleza aparezca ya como un consentimiento. Ahora bien, no cabía discutir que Saint- Loup fuese guapo. Unos puñetazos como los que acababa de dar tienen, para los hombres del género del que un momento antes lo había abordado, la utilidad de darles que pensar seriamente, si bien, con todo, durante un tiempo suficientemente escaso para que puedan corregirse y escapar así a los castigos de la justicia. Así, bien que Saint-Loup hubiese dado su vapuleo sin meditarlo mucho, todas las palizas de este género, aun cuando vayan en ayuda de las leyes, no llegan a homogeneizar las costumbres.
Ces incidents, et sans doute celui auquel il pensait le plus, donnèrent sans doute à Robert le désir d′être un peu seul. Au bout d′un moment il me demanda de nous séparer et que j′allasse de mon côté chez Mme de Villeparisis, il m′y retrouverait, mais aimait mieux que nous n′entrions pas ensemble pour qu′il eût l′air d′arriver seulement à Paris plutôt que de donner à penser que nous avions déjà passé l′un avec l′autre une partie de l′après-midi. Estos incidentes, y sin duda aquel en que pensaba más, comunicaron indudablemente a Roberto el deseo de encontrarse solo por un rato. Al cabo de un momento me pidió que nos separásemos y que yo, por mi parte, fuese a casa de la señora de Villeparisis, adonde iría él a encontrarme; pero prefería que no entrásemos juntos, para que pareciese que acababa de llegar solo a París, mejor que hacer pensar que habíamos pasado ya parte de la tarde juntos.





II. (DEUXIèME PARTIE)

...
Comme je l′avais supposé avant de faire la connaissance de Mme de Villeparisis à Balbec, il y avait une grande différence entre le milieu où elle vivait et celui de Mme de Guermantes. Mme de Villeparisis était une de ces femmes qui, nées dans une maison glorieuse, entrées par leur mariage dans une autre qui ne l′était pas moins, ne jouissent pas cependant d′une grande situation mondaine, et, en dehors de quelques duchesses qui sont leurs nièces ou leurs belles-soeurs, et même d′une ou deux têtes couronnées, vieilles relations de famille, n′ont dans leur salon qu′un public de troisième ordre, bourgeoisie, noblesse de province ou tarée, dont la présence a depuis longtemps éloigné les gens élégants et snobs qui ne sont pas obligés d′y venir par devoirs de parenté ou d′intimité trop ancienne. Certes je n′eus au bout de quelques instants aucune peine à comprendre pourquoi Mme de Villeparisis s′était trouvée, à Balbec, si bien informée, et mieux que nous-mêmes, des moindres détails du voyage que mon père faisait alors en Espagne avec M. de Norpois. Mais il n′était pas possible malgré cela de s′arrêter à l′idée que la liaison, depuis plus de vingt ans, de Mme de Villeparisis avec l′Ambassadeur pût être la cause du déclassement de la marquise dans un monde où les femmes les plus brillantes affichaient des amants moins respectables que celui-ci, lequel d′ailleurs n′était probablement plus depuis longtemps pour la marquise autre chose qu′un vieil ami. Mme de Villeparisis avait-elle eu jadis d′autres aventures? étant alors d′un caractère plus passionné que maintenant, dans une vieillesse apaisée et pieuse qui devait peut-être pourtant un peu de sa couleur à ces années ardentes et consumées, n′avait-elle pas su, en province où elle avait vécu longtemps, éviter certains scandales, inconnus des nouvelles générations, lesquelles en constataient seulement l′effet dans la composition mêlée et défectueuse d′un salon fait, sans cela, pour être un des plus purs de tout médiocre alliage? Cette «mauvaise langue» que son neveu lui attribuait lui avait-elle, dans ces temps-là, fait des ennemis? l′avait-elle poussée à profiter de certains succès auprès des hommes pour exercer des vengeances contre des femmes? Tout cela était possible; et ce n′est pas la façon exquise, sensible — nuançant si délicatement non seulement les expressions mais les intonations — avec laquelle Mme de Villeparisis parlait de la pudeur, de la bonté, qui pouvait infirmer cette supposition; car ceux qui non seulement parlent bien de certaines vertus, mais même en ressentent le charme et les comprennent à merveille (qui sauront en peindre dans leurs Mémoires une digne image), sont souvent issus, mais ne font pas eux-mêmes partie, de la génération muette, fruste et sans art, qui les pratiqua. Celle-ci se reflète en eux, mais ne s′y continue pas. A la place du caractère qu′elle avait, on trouve une sensibilité, une intelligence, qui ne servent pas à l′action. Et qu′il y eût ou non dans la vie de Mme de Villeparisis de ces scandales qu′eût effacés l′éclat de son nom, c′est cette intelligence, une intelligence presque d′écrivain de second ordre bien plus que de femme du monde, qui était certainement la cause de sa déchéance mondaine. Como había supuesto yo antes de conocer a la señora de Villeparisis en Balbec, había una gran diferencia entre el medio en que aquélla vivía y el de la señora de Guermantes. La señora de Villeparisis era una de esas mujeres que, habiendo nacido en una casa gloriosa y entrado, por su matrimonio, en otra que no lo era menos, no gozan, sin embargo, de una gran situación mundana, y, fuera de algunas duquesas que son sobrinas o cuñadas suyas, e incluso de una o dos testas coronadas, antiguas relaciones de familia, sólo tienen en su salón un público de tercer orden, burguesía, nobleza de provincias o venida a menos, cuya presencia ha alejado hace mucho tiempo ala gente elegante ya los snobs que no están obligados a frecuentar ese salón por deberes de parentesco o de una intimidad demasiado añeja. No me costó ningún trabajo, desde luego, al cabo de unos instantes, comprender por qué parecía estar la señora de Villeparisis; en Balbec, tan bien informada —mejor que nosotros mismos— de los menores detalles del viaje que hacía entonces mi padre por España con el señor de Norpois. Mas a pesar de eso no era posible detenerse en la idea de que las relaciones, desde hacía más de veinte años, de la señora de Villeparisis, con el embajador pudieran ser causa del cambio de situación de la marquesa en un mundo en que las mujeres más brillantes hacían ostentación de amantes menos respetables que aquél, que probablemente ya no era para la marquesa, desde hacía tiempo, otra cosa que a un antiguo amigo. ¿Había tenido en otro tiempo la señora de Villeparisis otras aventuras? Por ser entonces de un carácter más apasionado qué ahora, en una vejez aquietada y piadosa que debía acaso, empero, un poco de su color a aquellos años ardientes y consumidos, ¿no había sabido, en provincias, donde había vivido mucho tiempo, evitar ciertos escándalos desconocidos para las nuevas generaciones, que verificaban solamente el efecto de los mismos en la composición mezclada y defectuosa de un salón que, de no ser por eso, estaba llamado a ser uno de los más puros de toda aleación mediocre? . ¿Le había creado enemigos, en aquellos tiempos, la mala lengua que su sobrino le atribuía? ¿La habría impulsado a aprovecharse de ciertos éxitos con los hombres para ejercer venganzas contra las mujeres? Todo ello era posible; y la manera exquisita, sensible —matizando tan delicadamente no sólo las expresiones, sino las entonaciones— con que la señora de Villeparisis hablaba del pudor, de la bondad, no podía quitar fuerza a esa suposición; porque los que no sólo hablan bien de ciertas virtudes, sino que sienten, inclusive, su hechizo y las comprenden a maravilla; los que sabrán pintar en sus Memorias una digna imagen de ellas, han salido a menudo de la generación muda, torpe y sin arte, que las practicó, pero no forman parte de ella. Ésta se refleja pero no se continúa en ellos. En lugar del carácter que esa generación tenía, se encuentra una sensibilidad, una inteligencia, que no sirven para la acción. Y, hubiese habido o no en la vida de la señora de Villeparisis escándalos de esos, que habría borrado el brillo de su nombre, esa inteligencia, una inteligencia casi de escritor de segundo orden mucho más que de mujer de mundo, era evidentemente la causa de su decadencia mundana.
Sans doute c′étaient des qualités assez peu exaltantes, comme la pondération et la mesure, que prônait surtout Mme de Villeparisis; mais pour parler de la mesure d′une façon entièrement adéquate, la mesure ne suffit pas et il faut certains mérites d′écrivains qui supposent une exaltation peu mesurée; j′avais remarqué à Balbec que le génie de certains grands artistes restait incompris de Mme de Villeparisis; et qu′elle ne savait que les railler finement, et donner à son incompréhension une forme spirituelle et gracieuse. Mais cet esprit et cette grâce, au degré où ils étaient poussés chez elle, devenaient eux-mêmes — dans un autre plan, et fussent-ils déployés pour méconnaître les plus hautes oeuvres — de véritables qualités artistiques. Or, de telles qualités exercent sur toute situation mondaine une action morbide élective, comme disent les médecins, et si désagrégeante que les plus solidement assises ont peine à y résister quelques années. Ce que les artistes appellent intelligence semble prétention pure à la société élégante qui, incapable de se placer au seul point de vue d′où ils jugent tout, ne comprenant jamais l′attrait particulier auquel ils cèdent en choisissant une expression ou en faisant un rapprochement, éprouve auprès d′eux une fatigue, une irritation d′où naît très vite l′antipathie. Pourtant dans sa conversation, et il en est de même des Mémoires d′elle qu′on a publiés depuis, Mme de Villeparisis ne montrait qu′une sorte de grâce tout à fait mondaine. Ayant passé à côté de grandes choses sans les approfondir, quelquefois sans les distinguer, elle n′avait guère retenu des années où elle avait vécu, et qu′elle dépeignait d′ailleurs avec beaucoup de justesse et de charme, que ce qu′elles avaient offert de plus frivole. Mais un ouvrage, même s′il s′applique seulement à des sujets qui ne sont pas intellectuels, est encore une oeuvre de l′intelligence, et pour donner dans un livre, ou dans une causerie qui en diffère peu, l′impression achevée de la frivolité, il faut une dose de sérieux dont une personne purement frivole serait incapable. Dans certains Mémoires écrits par une femme et considérés comme un chef-d′oeuvre, telle phrase qu′on cite comme un modèle de grâce légère m′a toujours fait supposer que pour arriver à une telle légèreté l′auteur avait dû posséder autrefois une science un peu lourde, une culture rébarbative, et que, jeune fille, elle semblait probablement à ses amies un insupportable bas bleu. Et entre certaines qualités littéraires et l′insuccès mondain, la connexité est si nécessaire, qu′en lisant aujourd′hui les Mémoires de Mme de Villeparisis, telle épithète juste, telles métaphores qui se suivent, suffiront au lecteur pour qu′à leur aide il reconstitue le salut profond, mais glacial, que devait adresser à la vieille marquise, dans l′escalier d′une ambassade, telle snob comme Mme Leroi, qui lui cornait peut-être un carton en allant chez les Guermantes mais ne mettait jamais les pieds dans son salon de peur de s′y déclasser parmi toutes ces femmes de médecins ou de notaires. Un bas bleu, Mme de Villeparisis en avait peut-être été un dans sa prime jeunesse, et, ivre alors de son savoir, n′avait peut-être pas su retenir contre des gens du monde moins intelligents et moins instruits qu′elle, des traits acérés que le blessé n′oublie pas. Desde luego eran cualidades bastantes poco exultantes, como la ponderación y la mesura, las que ensalzaba sobre todo la señora de Villeparisis; mas para hablar de la mesura de una manera enteramente adecuada no es suficiente la mesura a secas, y son menester ciertos méritos de escritor que suponen una exaltación poco mesurada; yo había observado en Balbec que el genio de ciertos grandes artistas permanecía incomprendido para la señora de Villeparisis, y que ésta sólo sabía burlarse agudamente de ellos y dar a su incomprensión una forma ingeniosa ygraciosa. Pero ese ingenio yesa gracia, en el grado a que eran llevados por ella, se convertían a su vez —en otro plano, y aunque fuesen desplegados por estimar mal las obras más eminentes— en verdaderas cualidades artísticas. Ahora bien, esas cualidades ejercen en toda situación mundana una acción morbosa electiva, como dicen los médicos, y tan disgregadora, que las situaciones más sólidamente cimentadas resisten difícilmente a ella algunos años. Lo que los artistas llaman inteligencia se aparece como pura pretensión a la sociedad elegante que, incapaz de situarse en el punto de vista único desde el que los artistas lo juzgan todo, sin comprender nunca el particular atractivo a que ceden al elegir una expresión o al acercar entre sí dos cosas, siente respecto de ellos una fatiga, una irritación, de que nace muy aprisa la antipatía. En su conversación, sin embargo, y lo mismo ocurre con las Memorias suyas que después se han publicado, la señora de Villeparisis no mostraba sino un género de gracia completamente mundana. Como había pasado al lado de grandes cosas sin profundizar en ellas, sin distinguirlas a veces, apenas había conservado de los años en que había vivido yque, por lo demás, describía con mucha justeza yángel, otra cosa que lo más frívolo que esos años habían ofrecido. Pero una obra, aun cuando se aplique solamente a temas que no son intelectuales, sigue siendo obra de inteligencia, y para dar en un libro, o en una charla que difiere poco de un libro, la impresión acabada de la frivolidad, hace falta una dosis de seriedad de que sería incapaz una persona puramente frívola. En ciertas Memorias escritas por una mujer y consideradas como una obra maestra, tal frase que se cita como modelo, de gracia ligera me ha hecho suponer siempre que, para llegar a una ligereza semejante, la autora había tenido que poseer en otro tiempo un saber un tanto pesado, una cultura repelente, y que, de muchacha, parecía probablemente a sus amigas una insoportable literata. Y es tan necesaria la conexión entre ciertas cualidades literarias y la falta de éxito mundano, que al leer hoy las Memorias de la señora de Villeparisis, tal epíteto justo, tales metáforas que se siguen, bastarán al lector para que con su ayuda reconstituya el saludo profundo, pero glacial, que debía dirigir a la vieja marquesa, en la escalera de una Embajada, una snob como la señora de Leroi, que tal vez le dejaba un tarjetón doblado de paso que iba a casa de los Guermantes, pero que nunca ponía los pies en su salón por miedo a rebajarse en medio de todas aquellas mujeres de médicos o de notarios. La señora de Villeparisis había sido acaso una literata en su juventud, yembriagada entonces de su saber, quizá no hubiera sabido contener, contra gentes de su mundo menos inteligentes y menos instruidas que ella, aceradas ocurrencias de esas que el lastimado no olvida.
Puis le talent n′est pas un appendice postiche qu′on ajoute artificiellement à ces qualités différentes qui font réussir dans la société, afin de faire, avec le tout, ce que les gens du monde appellent une «femme complète». Il est le produit vivant d′une certaine complexion morale où généralement beaucoup de qualités font défaut et où prédomine une sensibilité dont d′autres manifestations que nous ne percevons pas dans un livre peuvent se faire sentir assez vivement au cours de l′existence, par exemple telles curiosités, telles fantaisies, le désir d′aller ici ou là pour son propre plaisir, et non en vue de l′accroissement, du maintien, ou pour le simple fonctionnement des relations mondaines. J′avais vu à Balbec Mme de Villeparisis enfermée entre ses gens et ne jetant pas un coup d′oeil sur les personnes assises dans le hall de l′hôtel. Mais j′avais eu le pressentiment que cette abstention n′était pas de l′indifférence, et il paraît qu′elle ne s′y était pas toujours cantonnée. Elle se toquait de connaître tel ou tel individu qui n′avait aucun titre à être reçu chez elle, parfois parce qu′elle l′avait trouvé beau, ou seulement parce qu′on lui avait dit qu′il était amusant, ou qu′il lui avait semblé différent des gens qu′elle connaissait, lesquels, à cette époque où elle ne les appréciait pas encore parce qu′elle croyait qu′ils ne la lâcheraient jamais, appartenaient tous au plus pur faubourg Saint–Germain. Ce bohème, ce petit bourgeois qu′elle avait distingué, elle était obligée de lui adresser ses invitations, dont il ne pouvait pas apprécier la valeur, avec une insistance qui la dépréciait peu à peu aux yeux des snobs habitués à coter un salon d′après les gens que la maîtresse de maison exclut plutôt que d′après ceux qu′elle reçoit. Certes, si à un moment donné de sa jeunesse, Mme de Villeparisis, blasée sur la satisfaction d′appartenir à la fine fleur de l′aristocratie, s′était en quelque sorte amusée à scandaliser les gens parmi lesquels elle vivait, à défaire délibérément sa situation, elle s′était mise à attacher de l′importance à cette situation après qu′elle l′eut perdue. Elle avait voulu montrer aux duchesses qu′elle était plus qu′elles, en disant, en faisant tout ce que celles-ci n′osaient pas dire, n′osaient pas faire. Mais maintenant que celles-ci, sauf celles de sa proche parenté, ne venaient plus chez elle, elle se sentait amoindrie et souhaitait encore de régner, mais d′une autre manière que par l′esprit. Elle eût voulu attirer toutes celles qu′elle avait pris tant de soin d′écarter. Combien de vies de femmes, vies peu connues d′ailleurs (car chacun, selon son âge, a comme un monde différent, et la discrétion des vieillards empêche les jeunes gens de se faire une idée du passé et d′embrasser tout le cycle), ont été divisées ainsi en périodes contrastées, la dernière toute employée à reconquérir ce qui dans la deuxième avait été si gaiement jeté au vent. Jeté au vent de quelle manière? Les jeunes gens se le figurent d′autant moins qu′ils ont sous les yeux une vieille et respectable marquise de Villeparisis et n′ont pas l′idée que la grave mémorialiste d′aujourd′hui, si digne sous sa perruque blanche, ait pu être jadis une gaie soupeuse qui fit peut-être alors les délices, mangea peut-être la fortune d′hommes couchés depuis dans la tombe; qu′elle se fût employée aussi à défaire, avec une industrie persévérante et naturelle, la situation qu′elle tenait de sa grande naissance ne signifie d′ailleurs nullement que, même à cette époque reculée, Mme de Villeparisis n′attachât pas un grand prix à sa situation. De même l′isolement, l′inaction où vit un neurasthénique peuvent être ourdis par lui du matin au soir sans lui paraître pour cela supportables, et tandis qu′il se dépêche d′ajouter une nouvelle maille au filet qui le retient prisonnier, il est possible qu′il ne rêve que bals, chasses et voyages. Nous travaillons à tout moment à donner sa forme à notre vie, mais en copiant malgré nous comme un dessin les traits de la personne que nous sommes et non de celle qu′il nous serait agréable d′être. Les saluts dédaigneux de Mme Leroi pouvaient exprimer en quelques manière la nature véritable de Mme de Villeparisis, ils ne répondaient aucunement à son désir. Además, el talento no es un apéndice postizo que se añada artificialmente a esas cualidades diferenciadas que hacen triunfar en sociedad con objeto de hacer con el total lo que las gentes de inundo llaman una mujer completa. El talento es el producto vivo de cierta complexión moral en la que faltar generalmente muchas cualidades y en que predomina una sensibilidad, algunas de cuyas otras manifestaciones que no percibimos en un libro pueden hacerse sentir con bastante fuerza en el curso de la existencia, por ejemplo tales curiosidades, tales fantasías, el deseo de ir aquí o allá por gusto, y no con miras al acrecentamiento, al sostenimiento, o para el simple funcionamiento de las relaciones mundanas. Yo había visto en Balbec a la señora de Villeparisis encerrada entre su gente y sin lanzar una ojeada a las personas sentadas en el hall del hotel. Pero había tenido el presentimiento de que esa abstención no era indiferencia, y parece que no siempre se había amurallado en ella. Se le antojaba conocer a tal o cual individuo sin ningún título para ser recibido en su casa, a veces porque le había parecido guapo, o simplemente porque le habían dicho que era divertido, o porque le había parecido diferente de las gentes que conocía, que, en esa época en que no las apreciaba aún porque creía que no la abandonarían nunca, pertenecían todas al más puro faubourg Saint- Germain. Frente al bohemio, al pequeño burgués a quien había distinguido, se veía obligada a dirigirle sus invitaciones, cuyo valor no podía apreciar él, con una insistencia que la depreciaba poco a poco a los ojos de los snobs, acostumbrados a clasificar un salón por aquella gente a quien la señora de la casa excluye más bien que por aquellos a quien recibe. Evidentemente, la señora de Villeparisis, si en un momento dado de su juventud, hastiada de la satisfacción de pertenecer a la flor y nata de la aristocracia, se había divertido en cierto modo en escandalizar a la gente entre que vivía, en deshacer deliberadamente su situación, había empezado a conceder importancia a esa misma situación después que la hubo perdido. Había querido demostrar a las duquesas que era más que ellas, diciendo, haciendo todo lo que aquéllas no se atrevían a decir, no osaban hacer. Pero ahora que ellas, salvo sus parientas próximas, no iban ya a su casa, la marquesa se sentía disminuida y deseaba todavía reinar, pero de otra manera que por el ingenio. Hubiera querido atraer a todas aquellas que tanto cuidado había puesto en alejar. ¡Cuántas vidas de mujeres, vidas por lo demás poco conocidas (porque cada uno, según su edad, tiene como un mundo diferente, y la discreción de los viejos impide a los jóvenes formarse una idea del pasado y abarcar todo el ciclo), han estado divididas así en períodos opuestos en contraste, el último de ellos empleado por entero en reconquistar lo que en el segundo había sido lanzado tan alegremente al viento! Lanzado al viento, ¿de qué manera? Los jóvenes se lo figuran tanto menos cuanto que tienen ante los ojos una anciana y respetable marquesa de Villeparisis y no tienen idea de que la grave autora de Memorias de hoy, tan digna bajo su peluca, blanca, haya podido ser antaño una alegre trasnochadora que hizo acaso entonces las delicias, se comió acaso la fortuna de hombres tendidos después en la tumba; que se hubiera aplicado asimismo a deshacer con una industria perseverante y natural, la situación que debía a su ilustre nacimiento, en modo alguno significa, por otra parte, que ni aun en esa época remota dejara de conceder la señora de Villeparisis un gran valor a su posición. Del mismo modo, el aislamiento, la inacción en que vive un neurasténico pueden ser urdidos por él de la mañana a la noche, sin que por eso le parezcan soportables, y mientras se afana en añadir una nueva malla a la red que lo tiene preso, es posible que no piense más que en bailes, cacerías y viajes. Trabajamos en todos los momentos en dar su forma a nuestra vida, pero copiando a pesar nuestro, como un dibujo, los rasgos de la personó que somos y no los de aquella que nos resultaría agradable ser. Los saludos desdeñosos de la señora de Leroi, si podían expresar en cierto modo la verdadera naturaleza de la señora de Villeparisis, de ningún modo respondían a sus deseos.
Sans doute, au même moment où Mme Leroi, selon une expression chère à Mme Swann, «coupait» la marquise, celle-ci pouvait chercher à se consoler en se rappelant qu′un jour la reine Marie–Amélie lui avait dit: «Je vous aime comme une fille.» Mais de telles amabilités royales, secrètes et ignorées, n′existaient que pour la marquise, poudreuses comme le diplôme d′un ancien premier prix du Conservatoire. Les seuls vrais avantages mondains sont ceux qui créent de la vie, ceux qui peuvent disparaître sans que celui qui en a bénéficié ait à chercher à les retenir ou à les divulguer, parce que dans la même journée cent autres leur succèdent. Se rappelant de telles paroles de la reine, Mme de Villeparisis les eût pourtant volontiers troquées contre le pouvoir permanent d′être invitée que possédait Mme Leroi, comme, dans un restaurant, un grand artiste inconnu, et de qui le génie n′est écrit ni dans les traits de son visage timide, ni dans la coupe désuète de son veston râpé, voudrait bien être même le jeune coulissier du dernier rang de la société mais qui déjeune à une table voisine avec deux actrices, et vers qui, dans une course obséquieuse et incessante, s′empressent patron, maître d′hôtel, garçons, chasseurs et jusqu′aux marmitons qui sortent de la cuisine en défilés pour le saluer comme dans les féeries, tandis que s′avance le sommelier, aussi poussiéreux que ses bouteilles, bancroche et ébloui comme si, venant de la cave, il s′était tordu le pied avant de remonter au jour. Sin duda que, en el mismo momento en que la señora de Leroi, según una expresión cara a la señora de Swann, payaba a la marquesa, ésta podía tratar de consolarse recordando que un día la reina. María Amelia le había dicho: «La quiero a usted como a una hija». Pero estas amabilidades regias, secretas e ignoradas, sólo existían para la marquesa polvorientas como el diploma de un antiguo primer premio del Conservatorio. Las únicas ventajas mundanas auténticas son aquellas que crean vida, aquellas que pueden desaparecer sin que aquel a quien han beneficiado tenga que tratar de retenerlas o de divulgarlas, porque otras cien suceden en el mismo día. Al recordar tales palabras de la reina, la señora de Villeparisis las hubiera trocado de buena gana, sin embargo, por el poder permanente de ser invitada que poseía la señora de Leroi como en un restaurante un gran artista desconocido y cuyo genio no está escrito ni en los rasgos de su tímido semblante, ni en el corte pasado de moda de su traspillada chaqueta, quisiera ser hasta el joven zurupeto del último peldaño de la sociedad, pero que almuerza en una mesa próxima con dos actrices y hacia el que en carrera obsequiosa e incesante se muestran solícitos el patrón, el maître d′hôtel, los camareros, los botones y hasta los pinches que desfilan para saludarlo como en las comedias de magia, mientras se adelanta, el repostero, tan polvoriento como sus botellas, patizambo y deslumbrado, cual si al subir de la bodega se hubiera torcido un pie, antes de volver a salir a la luz del día.
Il faut dire pourtant que, dans le salon de Mme de Villeparisis, l′absence de Mme Leroi, si elle désolait la maîtresse de maison, passait inaperçue aux yeux d′un grand nombre de ses invités. Ils ignoraient totalement la situation particulière de Mme Leroi, connue seulement du monde élégant, et ne doutaient pas que les réceptions de Mme de Villeparisis ne fussent, comme en sont persuadés aujourd′hui les lecteurs de ses Mémoires, les plus brillantes de Paris. Preciso es decir, sin embargo, que en el salón de la señora de Villeparisis la ausencia de la señora de Leroi, si desolaba el alma de la casa, pasaba inadvertida a los ojos de un gran número de sus invitados, que ignoraban totalmente la particular situación de la señora de Leroi, conocida tan sólo del mundo elegante, y no dudaban que las recepciones de la señora de Villeparisis fuesen, como hoy están convencidos de ello los lectores de sus Memorias, las más brillantes de París.
A cette première visite qu′en quittant Saint–Loup j′allai faire à Mme de Villeparisis, suivant le conseil que M. de Norpois avait donné à mon père, je la trouvai dans son salon tendu de soie jaune sur laquelle les canapés et les admirables fauteuils en tapisseries de Beauvais se détachaient en une couleur rose, presque violette, de framboises mûres. A côté des portraits des Guermantes, des Villeparisis, on en voyait — offerts par le modèle lui-même — de la reine Marie–Amélie, de la reine des Belges, du prince de Joinville, de l′impératrice d′Autriche. Mme de Villeparisis, coiffée d′un bonnet de dentelles noires de l′ancien temps (qu′elle conservait avec le même instinct avisé de la couleur locale ou historique qu′un hôtelier breton qui, si parisienne que soit devenue sa clientèle, croit plus habile de faire garder à ses servantes la coiffe et les grandes manches), était assise à un petit bureau, où devant elle, à côté de ses pinceaux, de sa palette et d′une aquarelle de fleurs commencée, il y avait dans des verres, dans des soucoupes, dans des tasses, des roses mousseuses, des zinnias, des cheveux de Vénus, qu′à cause de l′affluence à ce moment-là des visites elle s′était arrêtée de peindre, et qui avaient l′air d′achalander le comptoir d′une fleuriste dans quelque estampe du XVIIIe siècle. Dans ce salon légèrement chauffé à dessein, parce que la marquise s′était enrhumée en revenant de son château, il y avait, parmi les personnes présentes quand j′arrivai, un archiviste avec qui Mme de Villeparisis avait classé le matin les lettres autographes de personnages historiques à elle adressées et qui étaient destinées à figurer en fac-similés comme pièces justificatives dans les Mémoires qu′elle était en train de rédiger, et un historien solennel et intimidé qui, ayant appris qu′elle possédait par héritage un portrait de la duchesse de Montmorency, était venu lui demander la permission de reproduire ce portrait dans une planche de son ouvrage sur la Fronde, visiteurs auxquels vint se joindre mon ancien camarade Bloch, maintenant jeune auteur dramatique, sur qui elle comptait pour lui procurer à l′oeil des artistes qui joueraient à ses prochaines matinées. Il est vrai que le kaléidoscope social était en train de tourner et que l′affaire Dreyfus allait précipiter les Juifs au dernier rang de l′échelle sociale. Mais, d′une part, le cyclone dreyfusiste avait beau faire rage, ce n′est pas au début d′une tempête que les vagues atteignent leur plus grand courroux. Puis Mme de Villeparisis, laissant toute une partie de sa famille tonner contre les Juifs, était jusqu′ici restée entièrement étrangère à l′Affaire et ne s′en souciait pas. Enfin un jeune homme comme Bloch, que personne ne connaissait, pouvait passer inaperçu, alors que de grands Juifs représentatifs de leur parti étaient déjà menacés. Il avait maintenant le menton ponctué d′un «bouc», il portait un binocle, une longue redingote, un gant, comme un rouleau de papyrus à la main. Les Roumains, les Égyptiens et les Turcs peuvent détester les Juifs. Mais dans un salon français les différences entre ces peuples ne sont pas si perceptibles, et un Israélite faisant son entrée comme s′il sortait du fond du désert, le corps penché comme une hyène, la nuque obliquement inclinée et se répandant en grands «salams», contente parfaitement un goût d′orientalisme. Seulement il faut pour cela que le Juif n′appartienne pas au «monde», sans quoi il prend facilement l′aspect d′un lord, et ses façons sont tellement francisées que chez lui un nez rebelle, poussant, comme les capucines, dans des directions imprévues, fait penser au nez de Mascarille plutôt qu′à celui de Salomon. Mais Bloch n′ayant pas été assoupli par la gymnastique du «Faubourg», ni ennobli par un croisement avec l′Angleterre ou l′Espagne, restait, pour un amateur d′exotisme, aussi étrange et savoureux à regarder, malgré son costume européen, qu′un Juif de Decamps. Admirable puissance de la race qui du fond des siècles pousse en avant jusque dans le Paris moderne, dans les couloirs de nos théâtres, derrière les guichets de nos bureaux, à un enterrement, dans la rue, une phalange intacte stylisant la coiffure moderne, absorbant, faisant oublier, disciplinant la redingote, demeurant, en somme, toute pareille à celle des scribes assyriens peints en costume de cérémonie à la frise d′un monument de Suse qui défend les portes du palais de Darius. (Une heure plus tard, Bloch allait se figurer que c′était par malveillance antisémitique que M. de Charlus s′informait s′il portait un prénom juif, alors que c′était simplement par curiosité esthétique et amour de la couleur locale.) Mais, au reste, parler de permanence de races rend inexactement l′impression que nous recevons des Juifs, des Grecs, des Persans, de tous ces peuples auxquels il vaut mieux laisser leur variété. Nous connaissons, par les peintures antiques, le visage des anciens Grecs, nous avons vu des Assyriens au fronton d′un palais de Suse. Or il nous semble, quand nous rencontrons dans le monde des Orientaux appartenant à tel ou tel groupe, être en présence de créatures que la puissance du spiritisme aurait fait apparaître. Nous ne connaissions qu′une image superficielle; voici qu′elle a pris de la profondeur, qu′elle s′étend dans les trois dimensions, qu′elle bouge. La jeune dame grecque, fille d′un riche banquier, et à la mode en ce moment, a l′air d′une de ces figurantes qui, dans un ballet historique et esthétique à la fois, symbolisent, en chair et en os, l′art hellénique; encore, au théâtre, la mise en scène banalise-t-elle ces images; au contraire, le spectacle auquel l′entrée dans un salon d′une Turque, d′un Juif, nous fait assister, en animant les figures, les rend plus étranges, comme s′il s′agissait en effet d′être évoqués par un effort médiumnique. C′est l′âme (ou plutôt le peu de chose auquel se réduit, jusqu′ici du moins, l′âme, dans ces sortes de matérialisations), c′est l′âme entrevue auparavant par nous dans les seuls musées, l′âme des Grecs anciens, des anciens Juifs, arrachée à une vie tout à la fois insignifiante et transcendentale, qui semble exécuter devant nous cette mimique déconcertante. Dans la jeune dame grecque qui se dérobe, ce que nous voudrions vainement étreindre, c′est une figure jadis admirée aux flancs d′un vase. Il me semblait que si j′avais dans la lumière du salon de Mme de Villeparisis pris des clichés d′après Bloch, ils eussent donné d′Israël cette même image, si troublante parce qu′elle ne paraît pas émaner de l′humanité, si décevante parce que tout de même elle ressemble trop à l′humanité, et que nous montrent les photographies spirites. Il n′est pas, d′une façon plus générale, jusqu′à la nullité des propos tenus par les personnes au milieu desquelles nous vivons qui ne nous donne l′impression du surnaturel, dans notre pauvre monde de tous les jours où même un homme de génie de qui nous attendons, rassemblés comme autour d′une table tournante, le secret de l′infini, prononce seulement ces paroles, les mêmes qui venaient de sortir des lèvres de Bloch: «Qu′on fasse attention à mon chapeau haut de forme.» En esa primera visita que, al dejar a Saint-Loup, fui a hacer a la señora de Villeparisis, siguiendo el consejo que el señor de Norpois había dado a mi padre, la encontré en su salón tapizado de seda amarilla, sobre la cual los canapés y las admirables butacas dé tapicería de Beauvais se destacaban con un color rosa, casi violeta, de frambuesas maduras. Al lado de los retratos de los Guermantes, de los Villeparisis, se veían otros — ofrecidos por el propio modelo— de la reina María Amelia, de la reina de los belgas, del príncipe de Joinville, de la emperatriz de Austria. La señora de Villeparisis, tocada con un gorro de encajes negros de la antigua época (que conservaba con el mismo sagaz instinto del color local o histórico de un fondista bretón que, por parisiense que haya llegado a ser su clientela, cree más hábil hacer conservar a sus criadas la cofia y las amplias mangas), estaba sentada ante un bufetillo, en el que, delante de sí, junto a sus pinceles, a su paleta y a una acuarela de flores empezada, había en vasos, en platillos, en tazas, rosas vaporosas, zinnias, cabellos de Venus que, por la afluencia de visitas en aquel momento, había dejado de pintar, y que parecían atraer parroquianos al mostrador de una florista en alguna estampa del siglo XVIII. En aquel salón, ligeramente caldeado adrede porque la marquesa se había acatarrado al volver de su castillo, había entre las personas presentes cuando yo llegué un archivero, con quien la señora de Villeparisis había estado clasificando por la mañana las cartas autógrafas que le habían dirigido personajes históricos, y que estaban destinadas a figurar en facsímil como documentos justificativos en las Memorias que estaba redactando, y un historiador solemne e intimidado que, al saber que la marquesa poseía por herencia un retrato de la duquesa de Montmorency, había venido a pedirle permiso para reproducir ese retrato en una plancha de su obra sobre la Fronda, visitantes a los cuales vino a agregarse mi antiguo camarada Bloch, ahora joven autor dramático con el que contaba la marquesa para que le facilitase gratuitamente artistas que trabajasen en sus próximas matinées. Verdad es que el calidoscopio social estaba a punto de dar vuelta y que la cuestión Dreyfus iba a precipitar a los judíos al último peldaño de la escala social. Pero, por una parte, de nada servía que el ciclón dreyfusista hiciese estragos; no es al comienzo de una tempestad cuando las olas alcanzan su rigor máximo. Además, la señora de Villeparisis, dejando a todo un sector de su familia tronar contra los judíos, había permanecido hasta aquí completamente ajena al affaire y no se preocupaba de él. Por último, un joven como Bloch, a quien nadie conocía, podía pasar inadvertido, al paso que algunos grandes judíos representativos de su partido se hallaban ya amenazados. Bloch llevaba ahora la barbilla puntuada por una perilla de chivo, gastaba anteojos, una levita larga, llevaba un guante, como un rollo de papiro, en la mano. Los rumanos, los egipcios y los turcos pueden detestar a los judíos. Pero en un salón francés las diferencias entre esos pueblos no son tan perceptibles, y un israelita que hace su entrada como si saliera del fondo del desierto con el cuerpo inclinado como una hiena, la nuca oblicuamente humillada y deshaciéndose en grandes zalemas, satisface perfectamente un gusto de orientalismo. Sólo que para ello es preciso que el judío no pertenezca al «gran mundo», ya que en ese caso adopta fácilmente las trazas de un lord, y sus modales son hasta tal punto afrancesados que en él una nariz rebelde, que crece, como las capuchinas, en direcciones imprevistas, hace pensar en la nariz de Mascarille antes que en la de Salomón. Pero como Bloch no había sido flexibilizado por la gimnasia del Faubourg, ni ennoblecido por un cruzamiento con Inglaterra o con España, seguía siendo para un deleitante de exotismo tan extraño y sabroso de ver, a despecho de su traje europeo, como un judío de Decamp. ¡Admirable poder de la raza que desde el fondo de los siglos crece y empuja en el moderno París, inclusive en los pasillos de nuestros teatros, tras las ventanillas de nuestras oficinas, en un entierro, en la calle; a una falange intacta que estilizando el tocado moderno, absorbiendo, haciendo olvidar, disciplinando la levita, permanece, en suma, idéntica a la de los escribas asirios que, pintados en traje de ceremonia en el friso de un monumento de Susa, defienden las puertas del palacio de Darío! (Una hora más tarde, Bloch había de figurarse que era por malignidad antisemítica por lo que el señor de Charlus se informaba de si llevaba un nombre judío, cuando era sencillamente por curiosidad estética y por amor al color local.) Pero, por lo demás, hablar de permanencia de razas traduce inexactamente la impresión que recibimos de los judíos, de los griegos, de los persas, de todos esos pueblos a los que vale más dejarles su variedad. Conocemos por las pinturas antiguas el rostro de los antiguos griegos; hemos visto asirios en el frontón de un palacio de Susa. Ahora bien, cuando nos encontramos en sociedad con orientales que pertenecen a tal o cual grupo, nos parece hallarnos en presencia de unas criaturas que el poder del espiritismo hubiera hecho aparecer. No conocíamos más que una imagen superficial; resulta que esa imagen ha cobrado profundidad, que se extiende en las tres dimensiones, que se mueve. La damisela griega, hija de un rico banquero y de moca en este momento, tiene las trazas de una de esas figurantas que en un ballet histórico yestético a la vez simbolizan en carne yhueso el arte helénico, yaun en el teatro la escenografía trivializa esas imágenes; en cambio, el espectáculo a que nos hace asistir la entrada de una turca, de un judío en un salón, al animar las figuras las torna más extrañas, como si en efecto se tratase de seres evocados por un esfuerzo mediumnímico. Es el alma (o más bien la poca cosa a que se reduce, hasta aquí a lo menos, el alma en ese linaje de materializaciones), es el alma entrevista antes por nosotros exclusivamente en los museos, el alma de los antiguos griegos, de los antiguos judíos, arrancada a una vida a la vez insignificante y trascendental, la que parece ejecutar ante nosotros esa mímica desconcertante. En la damisela griega que se esquiva, lo que quisiéramos vanamente estrechar es una figura admirada antaño en las paredes de un vaso. Me parecía que si hubiera sacado unos clisés de Bloch a la luz del salón de la señora de Villeparisis, hubieran dado esa misma imagen de Israel tan turbadora porque no parece emanar de la humanidad, tan decepcionante porque así y todo se parece demasiado ala humanidad que nos muestran las fotografías espiritualistas. De una manera más general, hasta la nulidad de las frases emitidas por aquellas personas entre las cuales vivimos nos da la impresión de lo sobrenatural en nuestro pobre mundo de todos los días, en que hasta un hombre de genio, de quien esperamos apiñados como en torno a una mesa giratoria el secreto del infinito, pronuncia solamente estas palabras —las mismas que acababan de salir de labios de Bloch—: «Que tengan cuidado con mi sombrero de copa».
— Mon Dieu, les ministres, mon cher monsieur, était en train de dire Mme de Villeparisis s′adressant plus particulièrement à mon ancien camarade, et renouant le fil d′une conversation que mon entrée avait interrompue, personne ne voulait les voir. Si petite que je fusse, je me rappelle encore le roi priant mon grand-père d′inviter M. Decazes à une redoute où mon père devait danser avec la duchesse de Berry. «Vous me ferez plaisir, Florimond», disait le roi. Mon grand-père, qui était un peu sourd, ayant entendu M. de Castries, trouvait la demande toute naturelle. Quand il comprit qu′il s′agissait de M. Decazes, il eut un moment de révolte, mais s′inclina et écrivit le soir même à M. Decazes en le suppliant de lui faire la grâce et l′honneur d′assister à son bal qui avait lieu la semaine suivante. Car on était poli, monsieur, dans ce temps-là, et une maîtresse de maison n′aurait pas su se contenter d′envoyer sa carte en ajoutant à la main: «une tasse de thé», ou «thé dansant», ou «thé musical». Mais si on savait la politesse on n′ignorait pas non plus l′impertinence. M. Decazes accepta, mais la veille du bal on apprenait que mon grand-père se sentant souffrant avait décommandé la redoute. Il avait obéi au roi, mais il n′avait pas eu M. Decazes à son bal. . . . — Oui, monsieur, je me souviens très bien de M. Molé, c′était un homme d′esprit, il l′a prouvé quand il a reçu M. de Vigny à l′Académie, mais il était très solennel et je le vois encore descendant dîner chez lui son chapeau haut de forme à la main. —Dios mío, a los ministros, caballero —estaba diciendo la señora de Villeparisis, dirigiéndose más particularmente a mi antiguo camarada y reanudando el hilo de una conversación que mi entrada había interrumpido—, nadie podía verlos. Con ser yo muy niña, todavía me acuerdo del rey rogándole a mi abuelo que invitase al señor Decaze a un baile de trajes en que mi padre había de bailar con la duquesa de Berry. «Me proporcionará usted un placer, Florimundo», decía el rey. Mi abuelo, que era sordo, como había entendido «señor de Castries», encontraba la petición completamente natural. Cuando comprendió que se trataba de Decaze tuvo un momento de rebeldía, pero bajó la cabeza y escribió aquella misma noche a Decaze suplicándole que le concediera la gracia y el honor de asistir a su baile, que se celebraba a la semana siguiente. Porque la gente, caballero, era cortés, en aquel tiempo, y una señora de su casa no hubiera sabido contentarse con mandar su tarjeta, añadiendo a mano: «una taza de té», o «té danzante», o «té musical». Mas si se conocía la urbanidad, tampoco se ignoraba la impertinencia. El señor Decaze aceptó; pero la víspera del baile se sabía que mi abuelo, por encontrarse mal, había suspendido la fiesta. Había obedecido al rey, pero no había recibido al señor Decaze en su baile . . . Sí, señor, me acuerdo muy bien del señor Molé, era hombre de talento, lo demostró cuando recibió al señor de Vigny en la Academia; pero era muy solemne, y todavía lo veo bajando a cenar en su casa con su sombrero de copa en la mano.
— Ah! c′est bien évocateur d′un temps assez pernicieusement philistin, car c′était sans doute une habitude universelle d′avoir son chapeau à la main chez soi, dit Bloch, désireux de profiter de cette occasion si rare de s′instruire, auprès d′un témoin oculaire, des particularités de la vie aristocratique d′autrefois, tandis que l′archiviste, sorte de secrétaire intermittent de la marquise, jetait sur elle des regards attendris et semblait nous dire: «Voilà comme elle est, elle sait tout, elle a connu tout le monde, vous pouvez l′interroger sur ce que vous voudrez, elle est extraordinaire.» —¡Ah!, ¡qué bien evoca eso un tiempo bastante perniciosamente filisteo!, porque sin duda era una costumbre universal la de llevar uno el sombrero en la mano en su propia casa —dijo Bloch, deseoso de aprovechar esta ocasión tan rara de instruirse, por un testigo ocular, de las particularidades de la vida aristocrática de antaño, mientras el archivero, a modo de secretario intermitente de la marquesa, lanzaba sobre ella miradas enternecidas y parecía decirnos «Ahí tienen ustedes cómo es, lo sabe todo, ha conocido a todo el mundo, pueden interrogarla sobre lo que quieran, es extraordinaria.»
— Mais non, répondit Mme de Villeparisis tout en disposant plus près d′elle le verre où trempaient les cheveux de Vénus que tout à l′heure elle recommencerait à peindre, c′était une habitude à M. Molé, tout simplement. Je n′ai jamais vu mon père avoir son chapeau chez lui, excepté, bien entendu, quand le roi venait, puisque le roi étant partout chez lui, le maître de la maison n′est plus qu′un visiteur dans son propre salon. —¡Nada, de eso! —respondió la señora de Villeparisis, poniendo más cerca de sí el vaso en que se humedecían los cabellos de Venus que dentro de un rato comenzaría a pintar otra vez—, era una costumbre del señor Molé, sencillamente. Jamás he visto a mi padre con sombrero en casa, salvo, claro está, cuando venía el rey, ya que como el rey está en su casa en todas partes, el amo de la casa no es más que un visitante en su propio salón.
— Aristote nous a dit dans le chapitre II . . ., hasarda M. Pierre, l′historien de la Fronde, mais si timidement que personne n′y fit attention. Atteint depuis quelques semaines d′insomnie nerveuse qui résistait à tous les traitements, il ne se couchait plus et, brisé de fatigue, ne sortait que quand ses travaux rendaient nécessaire qu′il se déplaçât. Incapable de recommencer souvent ces expéditions si simples pour d′autres mais qui lui coûtaient autant que si pour les faire il descendait de la lune, il était surpris de trouver souvent que la vie de chacun n′était pas organisée d′une façon permanente pour donner leur maximum d′utilité aux brusques élans de la sienne. Il trouvait parfois fermée une bibliothèque qu′il n′était allé voir qu′en se campant artificiellement debout et dans une redingote comme un homme de Wells. Par bonheur il avait rencontré Mme de Villeparisis chez elle et allait voir le portrait. —Aristóteles nos dejó dicho en el capítulo II... —aventuró el señor Pierre, el historiador de la Fronda, pero tan tímidamente que nadie puso atención en él. Atacado desde hacía algunas semanas por un insomnio nervioso que resistía a todos los tratamientos, ya no se acostaba y, rendido de fatiga, no salía de casa más que cuando sus trabajos hacían necesario que se moviese. Incapaz de volver a empezar a menudo esas explicaciones tan sencillas para otros, pero que a él le costaban tanto como si para hacerlas bajase de la luna, estaba sorprendido de encontrarse can frecuencia con que la vida de los demás no estaba organizada de una manera permanente para dar su máxima de utilidad a los bruscas impulsos de la suya. A veces encontraba cerrada una biblioteca, que sólo había ido a ver plantándose artificialmente en pie y dentro de una levita, como un hombre de Wells. Afortunadamente, había encontrado en casa a la señora de Villeparisis e iba a ver el retrato.
Bloch lui coupa la parole. Bloch le cortó la palabra.
— Vraiment, dit-il en répondant à ce que venait de dire Mme de Villeparisis au sujet du protocole réglant les visites royales, je ne savais absolument pas cela — comme s′il était étrange qu′il ne le sût pas. —Verdaderamente —dijo, respondiendo a lo que acababa de decir la señora de Villeparisis a propósito del protocolo que regía para las visitas reales —no sabía absolutamente nada de eso— como si fuera extraño que no la supiese él.
— A propos de ce genre de visites, vous savez la plaisanterie stupide que m′a faite hier matin mon neveu Basin? demanda Mme de Villeparisis à l′archiviste. Il m′a fait dire, au lieu de s′annoncer, que c′était la reine de Suède qui demandait à me voir. —A propósito de ese género de visitas, ¿sabe usted la estúpida broma que me ha gastado ayer de mañana mi sobrino Basin? —preguntó la señora de Villeparisis al archivero—. En lugar de anunciarse, hizo que me dijesen que quería verme la reina de Suecia.
— Ah! il vous a fait dire cela froidement comme cela! Il en a de bonnes! s′écria Bloch en s′esclaffant, tandis que l′historien souriait avec une timidité majestueuse. —¡Ah, hizo que le dijesen a usted eso! ¡Así, sin más ni más! —exclamó Bloch, desternillándose de risa, mientras el historiador sonreía con majestuosa timidez.
— J′étais assez étonnée parce que je n′étais revenue de la campagne que depuis quelques jours; j′avais demandé pour être un peu tranquille qu′on ne dise à personne que j′étais à Paris, et je me demandais comment la reine de Suède le savait déjà, reprit Mme de Villeparisis laissant ses visiteurs étonnés qu′une visite de la reine de Suède ne fût en elle-même rien d′anormal pour leur hôtesse. —A mí me extrañó bastante, porque no hacía más que unos días que había vuelto del campo; había pedido, para estar un poco tranquila, que no dijesen a nadie que estaba en París, y me preguntaba cómo lo sabía ya la reina de Suecia —continuó la señora de Villeparisis, dejando a sus visitantes pasmados de que una visita de la reina de Suecia no fuese en sí nada anormal para su huésped.
Certes si le matin Mme de Villeparisis avait compulsé, avec l′archiviste la documentation de ses Mémoires, en ce moment elle en essayait à son insu le mécanisme et le sortilège sur un public moyen, représentatif de celui où se recruteraient un jour ses lecteurs. Le salon de Mme de Villeparisis pouvait se différencier d′un salon véritablement élégant d′où auraient été absentes beaucoup de bourgeoises qu′elle recevait et où on aurait vu en revanche telles des dames brillantes que Mme Leroi avait fini par attirer, mais cette nuance n′est pas perceptible dans ses Mémoires, où certaines relations médiocres qu′avait l′auteur disparaissent, parce qu′elles n′ont pas l′occasion d′y être citées; et des visiteuses qu′il n′avait pas n′y font pas faute, parce que dans l′espace forcément restreint qu′offrent ces Mémoires, peu de personnes peuvent figurer, et que si ces personnes sont des personnages princiers, des personnalités historiques, l′impression maximum d′élégance que des Mémoires puissent donner au public se trouve atteinte. Au jugement de Mme Leroi, le salon de Mme de Villeparisis était un salon de troisième ordre; et Mme de Villeparisis souffrait du jugement de Mme Leroi. Mais personne ne sait plus guère aujourd′hui qui était Mme Leroi, son jugement s′est évanoui, et c′est le salon de Mme de Villeparisis, où fréquentait la reine de Suède, où avaient fréquenté le duc d′Aumale, le duc de Broglie, Thiers, Montalembert, Mgr Dupanloup, qui sera considéré comme un des plus brillants du XIXe siècle par cette postérité qui n′a pas changé depuis les temps d′Homère et de Pindare, et pour qui le rang enviable c′est la haute naissance, royale ou quasi royale, l′amitié des rois, des chefs du peuple, des hommes illustres. Evidentemente, si la señora de Villeparisis había compulsado por la mañana con el archivero la documentación de sus Memorias, en aquel momento ensayaba sin querer su mecanismo y su sortilegio sobre un público medio, representativo de aquel entre que habrían de reclutarse un día sus lectores. El salón de la señora de Villeparisis podía diferenciarse de un salón verdaderamente elegante, del que hubieran estado ausentes muchas burguesas a quienes recibía ella, y en el que se habrían visto, en desquite, algunas de las brillantes damas que la señora de Leroi había acabado por atraerse; pero este matiz no es perceptible en sus Memorias, en que ciertas relaciones mediocres que el autor tenía desaparecen porque no tienen ocasión de ser citadas; y no faltan en ellas visitantes que no había, porque en el espacio forzosamente restringido que esas Memorias ofrecen pueden figurar pocas personas, y si esas personas son personajes principescos, personalidades históricas, la máxima impresión de elegancia que pueden dar al público unas Memorias se encuentra conseguida. A juicio de la señora de Leroi, el salón de la señora de Villeparisis era un salón de tercer orden; y a la señora de Villeparisis le dolía el juicio de la señora de Leroi. Pero apenas sabe hoy nadie quién era la señora de Leroi, su juicio se ha desvanecido, y es el salón de la señora de Villeparisis, que frecuentaba la reina de Suecia, que habían frecuentado el duque de Aumale, el duque de Broglie, Thiers, Montalembert, monseñor Dupanloup, el que será considerado como uno de los más brillantes del siglo XIX por esa posteridad que no ha cambiado desde los tiempos de Homero y de Píndaro, y para la que el rango envidiable es la encumbrada cuna, regia o casi regia; la amistad de los reyes, de los jefes del pueblo, de los hombres ilustres.
Or, de tout cela Mme de Villeparisis avait un peu dans son salon actuel et dans les souvenirs, quelquefois retouchés légèrement, à l′aide desquels elle le prolongeait dans le passé. Puis M. de Norpois, qui n′était pas capable de refaire une vraie situation à son amie, lui amenait en revanche les hommes d′État étrangers ou français qui avaient besoin de lui et savaient que la seule manière efficace de lui faire leur cour était de fréquenter chez Mme de Villeparisis. Peut-être Mme Leroi connaissait-elle aussi ces éminentes personnalités européennes. Mais en femme agréable et qui fuit le ton des bas bleus elle se gardait de parler de la question d′Orient aux premiers ministres aussi bien que de l′essence de l′amour aux romanciers et aux philosophes. «L′amour? avait-elle répondu une fois à une dame prétentieuse qui lui avait demandé: «Que pensez-vous de l′amour?» L′amour? je le fais souvent mais je n′en parle jamais.» Quand elle avait chez elle de ces célébrités de la littérature et de la politique elle se contentait, comme la duchesse de Guermantes, de les faire jouer au poker. Ils aimaient souvent mieux cela que les grandes conversations à idées générales où les contraignait Mme de Villeparisis. Mais ces conversations, peut-être ridicules dans le monde, ont fourni aux «Souvenirs» de Mme de Villeparisis de ces morceaux excellents, de ces dissertations politiques qui font bien dans des Mémoires comme dans les tragédies à la Corneille. D′ailleurs les salons des Mme de Villeparisis peuvent seuls passer à la postérité parce que les Mme Leroi ne savent pas écrire, et le sauraient-elles, n′en auraient pas le temps. Et si les dispositions littéraires des Mme de Villeparisis sont la cause du dédain des Mme Leroi, à son tour le dédain des Mme Leroi sert singulièrement les dispositions littéraires des Mme de Villeparisis en faisant aux dames bas bleus le loisir que réclame la carrière des lettres. Dieu qui veut qu′il y ait quelques livres bien écrits souffle pour cela ces dédains dans le coeur des Mme Leroi, car il sait que si elles invitaient à dîner les Mme de Villeparisis, celles-ci laisseraient immédiatement leur écritoire et feraient atteler pour huit heures. Ahora bien, la señora de Villeparisis tenía un poco de todo eso en su salón actual y en los recuerdos, a veces retocados ligeramente, con ayuda de los cuales lo prolongaba en el pasado. Además, el señor de Norpois, que no era capaz de reconstituir para su amiga una situación sólida, le llevaba en desquite aquellos hombres de Estado, extranjeros o franceses, que tenían necesidad de él, y sabían que la única manera eficaz de hacerle la corte era frecuentar la casa de la señora de Villeparisis. Quizá la señora de Leroi conociese también a esas mismas eminentes personalidades europeas. Pero como mujer agradable y que huye del tono de las marisabidillas, se libraba muy bien de hablarles de la cuestión de Oriente a los primeros ministros, así como de la esencia del amor a los novelistas o a los filósofos. «¿El amor?, había respondido una vez a una dama presuntuosa que le había preguntado: «¿Qué piensa usted del amor?» ¿El amor? Lo hago a menudo, pero jamás hablo de él.» Guando tenía en su casa algunas de esas celebridades de la literatura y de la política se contentaba, como la duquesa de Guermantes, con hacerlas jugar al poker. Con frecuencia lo preferían a las grandes conversaciones sobre ideas generales a que las forzaba la señora de Villeparisis. Pero esas conversaciones, ridículas acaso en sociedad, han dado a los Recuerdos de la señora de Villeparisis algunos de esos trozos excelentes de esas disertaciones políticas que hacen tan bien en unas Memorias como en las tragedias a lo Corneille. Por lo demás, los salones de las señoras de Villeparisis son los únicos que pueden pasar ala posteridad, porque las señoras de Leroi no saben escribir, y aunque supiesen hacerlo no tendrían tiempo para ello. Y si las disposiciones literarias de las señoras de Villeparisis son causa del desdén de las señoras de Leroi, a su vez el desdén de las señoras de Leroi sirve singularmente a las disposiciones literarias de las señoras de Villeparisis, concediendo a las damas literatas el ocio que reclama la carrera de las letras. Dios, que quiere que haya algunos libros bien escritos, atiza para ello esos desdenes en el corazón de las señoras de Leroi, porque sabe que si invitasen a almorzar a las señoras de Villeparisis, éstas dejarían inmediatamente su escritorio y harían enganchar para las ocho.
Au bout d′un instant entra d′un pas lent et solennel une vieille dame d′une haute taille et qui, sous son chapeau de paille relevé, laissait voir une monumentale coiffure blanche à la Marie–Antoinette. Je ne savais pas alors qu′elle était une des trois femmes qu′on pouvait observer encore dans la société parisienne et qui, comme Mme de Villeparisis, tout en étant d′une grande naissance, avaient été réduites, pour des raisons qui se perdaient dans la nuit des temps et qu′aurait pu nous dire seul quelque vieux beau de cette époque, à ne recevoir qu′une lie de gens dont on ne voulait pas ailleurs. Chacune de ces dames avait sa «duchesse de Guermantes», sa nièce brillante qui venait lui rendre des devoirs, mais ne serait pas parvenue à attirer chez elle la «duchesse de Guermantes» d′une des deux autres. Mme de Villeparisis était fort liée avec ces trois dames, mais elle ne les aimait pas. Peut-être leur situation assez analogue à la sienne lui en présentait-elle une image qui ne lui était pas agréable. Puis aigries, bas bleus, cherchant, par le nombre des saynètes qu′elles faisaient jouer, à se donner l′illusion d′un salon, elles avaient entre elles des rivalités qu′une fortune assez délabrée au cours d′une existence peu tranquille forçait à compter, à profiter du concours gracieux d′un artiste, en une sorte de lutte pour la vie. De plus la dame à la coiffure de Marie–Antoinette, chaque fois qu′elle voyait Mme de Villeparisis, ne pouvait s′empêcher de penser que la duchesse de Guermantes n′allait pas à ses vendredis. Sa consolation était qu′à ces mêmes vendredis ne manquait jamais, en bonne parente, la princesse de Poix, laquelle était sa Guermantes à elle et qui n′allait jamais chez Mme de Villeparisis quoique Mme de Poix fût amie intime de la duchesse. Al cabo de un instante entró con paso lento y solemne una vieja dama muy alta, que bajo su sombrero de paja de alas levantadas dejaba ver un monumental peinado blanco a lo María Antonieta. No sabía yo entonces que era una de las tres mujeres que podían observarse todavía en la buena sociedad parisiense y que, como la señora de Villeparisis, con ser de encumbrada cuna, se habían visto reducidas, por razones que se perdían en la noche de los tiempos y que sólo hubiera podido decirnos algún viejo currutaca de aquella época, a no recibir más que a una hez de gente con quien no querían nada en otros sitios. Cada una de estas damas tenía su «duquesa de Guermantes», su sobrina brillante que iba a devolverle la visita, pero no hubiera conseguido atraer a su casa a la «duquesa de Guermantes» de ninguna de las otras dos. La señora de Villeparisis estaba muy unida con las tres damas, pero no las quería. Quizá su situación, bastante análoga a la suya propia, le presentaba una imagen de ésta que no le resultaba nada agradable. Además, agriadas, sabihondas, tratando, con el número de comedias caseras que hacían representar en sus recepciones, de darse la ilusión de un salón, tenían entre sí rivalidades a las que una fortuna bastante mermada en el curso de una existencia poco tranquila obligaba a tomar en cuenta, a aprovechar el concurso gracioso de una artista, en una especie de lucha por la vida. Además, la dama del peinado a lo María Antonieta, cada vez que veía a la señora de Villeparisis, no podía menos de pensar que la duquesa de Guermantes no iba a sus viernes. El consuelo que tenía era que nunca faltaba a esos mismos viernes, a fuer de buena parienta, la princesa de Poix, que era su Guermantes y que nunca iba a casa de la señora de Villeparisis, a pesar de que la de Poix era amiga íntima de la duquesa.
Néanmoins de l′hôtel du quai Malaquais aux salons de la rue de Tournon, de la rue de la Chaise et du faubourg Saint–Honoré, un lien aussi fort que détesté unissait les trois divinités déchues, desquelles j′aurais bien voulu apprendre, en feuilletant quelque dictionnaire mythologique de la société, quelle aventure galante, quelle outrecuidance sacrilège, avaient amené la punition. La même origine brillante, la même déchéance actuelle entraient peut-être pour beaucoup dans telle nécessité qui les poussait, en même temps qu′à se haî°¬ à se fréquenter. Puis chacune d′elles trouvait dans les autres un moyen commode de faire des politesses à leurs visiteurs. Comment ceux-ci n′eussent-ils pas cru pénétrer dans le faubourg le plus fermé, quand on les présentait à une dame fort titrée dont la soeur avait épousé un duc de Sagan ou un prince de Ligne? D′autant plus qu′on parlait infiniment plus dans les journaux de ces prétendus salons que des vrais. Même les neveux «gratins» à qui un camarade demandait de les mener dans le monde (Saint–Loup tout le premier) disaient: «Je vous conduirai chez ma tante Villeparisis, ou chez ma tante X . . ., c′est un salon intéressant.» Ils savaient surtout que cela leur donnerait moins de peine que de faire pénétrer lesdits amis chez les nièces ou belles-soeurs élégantes de ces dames. Les hommes très âgés, les jeunes femmes qui l′avaient appris d′eux, me dirent que si ces vieilles dames n′étaient pas reçues, c′était à cause du dérèglement extraordinaire de leur conduite, lequel, quand j′objectai que ce n′est pas un empêchement à l′élégance, me fut représenté comme ayant dépassé toutes les proportions aujourd′hui connues. L′inconduite de ces dames solennelles qui se tenaient assises toutes droites prenait, dans la bouche de ceux qui en parlaient, quelque chose que je ne pouvais imaginer, proportionné à la grandeur des époques anté-historiques, à l′âge du mammouth. Bref ces trois Parques à cheveux blancs, bleus ou roses, avaient filé le mauvais coton d′un nombre incalculable de messieurs. Je pensai que les hommes d′aujourd′hui exagéraient les vices de ces temps fabuleux, comme les Grecs qui composèrent Icare, Thésée, Hercule avec des hommes qui avaient été peu différents de ceux qui longtemps après les divinisaient. Mais on ne fait la somme des vices d′un être que quand il n′est plus guère en état de les exercer, et qu′à la grandeur du châtiment social, qui commence à s′accomplir et qu′on constate seul, on mesure, on imagine, on exagère celle du crime qui a été commis. Dans cette galerie de figures symboliques qu′est le «monde», les femmes véritablement légères, les Messalines complètes, présentent toujours l′aspect solennel d′une dame d′au moins soixante-dix ans, hautaine, qui reçoit tant qu′elle peut, mais non qui elle veut, chez qui ne consentent pas à aller les femmes dont la conduite prête un peu à redire, à laquelle le pape donne toujours sa «rose d′or», et qui quelquefois a écrit sur la jeunesse de Lamartine un ouvrage couronné par l′Académie française. «Bonjour Alix», dit Mme de Villeparisis à la dame à coiffure blanche de Marie–Antoinette, laquelle dame jetait un regard perçant sur l′assemblée afin de dénicher s′il n′y avait pas dans ce salon quelque morceau qui pût être utile pour le sien et que, dans ce cas, elle devrait découvrir elle-même, car Mme de Villeparisis, elle n′en doutait pas, serait assez maligne pour essayer de le lui cacher. C′est ainsi que Mme de Villeparisis eut grand soin de ne pas présenter Bloch à la vieille dame de peur qu′il ne fît jouer la même saynète que chez elle dans l′hôtel du quai Malaquais. Ce n′était d′ailleurs qu′un rendu. Car la vieille dame avait eu la veille Mme Ristori qui avait dit des vers, et avait eu soin que Mme de Villeparisis à qui elle avait chipé l′artiste italienne ignorât l′événement avant qu′il fût accompli. Pour que celle-ci ne l′apprît pas par les journaux et ne s′en trouvât pas froissée, elle venait le lui raconter, comme ne se sentant pas coupable. Mme de Villeparisis, jugeant que ma présentation n′avait pas les mêmes inconvénients que celle de Bloch, me nomma à la Marie–Antoinette du quai. Celle-ci cherchant, en faisant le moins de mouvements possible, à garder dans sa vieillesse cette ligne de déesse de Coysevox qui avait, il y a bien des années, charmé la jeunesse élégante, et que de faux hommes de lettres célébraient maintenant dans des bouts rimés — ayant pris d′ailleurs l′habitude de la raideur hautaine et compensatrice, commune à toutes les personnes qu′une disgrâce particulière oblige à faire perpétuellement des avances — abaissa légèrement la tête avec une majesté glaciale et la tournant d′un autre côté ne s′occupa pas plus de moi que si je n′eusse pas existé. Son attitude à double fin semblait dire à Mme de Villeparisis: «Vous voyez que je n′en suis pas à une relation près et que les petits jeunes —à aucun point de vue, mauvaise langue — ne m′intéressent pas.» Mais quand, un quart d′heure après, elle se retira, profitant du tohu-bohu elle me glissa à l′oreille de venir le vendredi suivant dans sa loge, avec une des trois dont le nom éclatant — elle était d′ailleurs née Choiseul — me fit un prodigieux effet. Con todo, del hotel del quai Malaquais a los salones de la calle de Tournon, de la calle de la Chaise ydel faubourg Saint-Honoré, un lazo tan fuerte como aborrecido unía a las tres divinidades venidas a menos, acerca de las cuales hubiera querido yo de buena gana llegar a saber, hojeando algún diccionario mitológico de la buena sociedad, qué aventura galante, qué sacrílega jactancia habían traído su castigo. El mismo origen brillante, la misma decadencia actual entraban acaso por mucho en la necesidad que las movía, al mismo tiempo que a aborrecerse, a frecuentarse. Además, cada una de ellas encontraba en las otras un cómodo medio de hacer finezas a sus visitantes. ¿Cómo no habían de creer éstos que penetraban en lo más cerrado del faubourg cuando se les presentaba a una dama muy encopetada, cuya hermana se había casado con un duque de Sagan o con un príncipe de Ligne? Tanto más cuanto que en los periódicos se hablaba infinitamente más de esos supuestos salones que de los verdaderos. Hasta los sobrinos gomosos a quienes pedía algún camarada que lo presentasen en sociedad (Saint-Loup el primero) decían: «Lo llevaré a usted a casa de mi tía la de Villeparisis o a casa de mi tía la de X..., es, un salón interesante». Sabían, sobre todo, que eso les costaría menos trabajo que hacer entrar a los susodichos amigos en casa de las sobrinas o de las cuñadas elegantes de aquellas damas. Los hombres entrados en años, las jóvenes que lo habían sabido por ellos, me dijeron que si no se recibía a estas ancianas damas era por la extraordinaria relajación de su conducta, cuyo desenfreno, cuando objeté yo que eso no es un impedimento para la elegancia, me representaron como algo que había excedido de todas las proporciones hoy conocidas. Los extravíos de aquellas solemnes damas que adoptaban al sentarse una rigurosa tiesura, cobraban en labios de los que hablaban de ellos un no sé qué imposible de imaginar para mí, algo proporcionado a la magnitud de las épocas antehistóricas, a la edad del mamut. En resumen: aquellas tres Parcas de cabellos blancos, azules o rojos, habían dado al traste con la hacienda de un número incalculable de caballeros. Pensaba yo que los hombres de hoy exageraban los vicios de estos tiempos fabulosos, como los griegos que compusieron a Ícaro, a Teseo, a Hércules con hombres que habían sido poco diferentes de aquellos que mucho tiempo después los divinizaban. Pero no se hace la suma de los vicios de un ser más que cuando apenas está ya en condiciones de ejercerlos, y cuando por la magnitud del castigo social que empieza a cumplirse y que es lo único que se echa de ver, medimos, nos imaginamos, exageramos la del crimen que ha sido cometido. En la galería de figuras simbólicas que es el gran mundo; las mujeres verdaderamente livianas, las Mesalinas acabadas, presentan siempre el aspecto solemne de una dama de setenta años, por lo menos, altanera, que recibe a tantos como puede, pero no a quienes quiere, a cuya casa no consienten en ir las mujeres cuya conducta se presta un tanto a la murmuración, y a la que el papa da siempre su «rosa de oro», y que algunas veces ha escrito, sobre la juventud de Lamartine, una obra laureada por la Academia Francesa. «Buenas tardes, Alix», dijo la señora de Villeparisis a la dama del peinado blanco a lo María Antonieta, que lanzaba una mirada penetrante sobre la concurrencia, con el fin de ver si no habría en el salón algún elemento que pudiera ser útil para el suyo, y que, en ese caso, tendría que descubrir por sí misma, ya que la señora de Villeparisis, no le cabía duda, sería suficientemente astuta para tratar de ocultárselo. Así, la señora de Villeparisis tuvo buen cuidado de no presentar a Bloch a la vieja dama, por temor a que hiciese representar la misma obra que en su casa en el hotel del quai Malaquais. Con ello, por otra parte, no hacía más que pagarle en la misma moneda. Porque la vetusta dama había tenido el día antes en su casa a la señora Ristori, que había recitado versos y había tenido buen cuidado de que la señora de Villeparisis, a quien había birlado la artista italiana, ignorase el acontecimiento antes de que estuviese consumado. Para que no se enterase de ello por los periódicos y no se encontrase molesta a cuenta del caso, venía a contárselo, como si no se sintiera culpable. La señora de Villeparisis, juzgando que mi presentación no tenía los mismos inconvenientes que la de Bloch, dijo mi nombre a la María Antonieta del quai. Ésta, buscando en su senectud aquella línea de diosa de Coysevox que había, hace muchos años, hechizado a la juventud elegante y que celebraban ahora en versos de pie forzado algunos falsos hombres de letras —además, había tomado la costumbre de la tiesura altanera y compensadora, común a todas las personas a las que una desgracia particular obliga a ser ellas perpetuamente quienes tomen la iniciativa—, inclinó ligeramente la cabeza con una majestad glacial y, volviéndola a otra parte, no se ocupó más de mí, como si yo no hubiera existido. Su actitud de doble fin parecía decir a la señora de Villeparisis: «Ya ve usted que no concedo importancia a una relación más o menos, y que los jovencitos —desde ningún punto de vista, mala lengua— no me interesan». Pero cuando un cuarto de hora después se retiró, aprovechándose del barullo, me deslizó al oído que fuese a su choza el viernes siguiente, con una de las tres cuyo nombre deslumbrador, —por lo demás, ella era Choiseul de nacimiento— me produjo un efecto prodigioso.
— Monsieur, j′crois que vous voulez écrire quelque chose sur Mme la duchesse de Montmorency, dit Mme de Villeparisis à l′historien de la Fronde, avec cet air bougon dont, à son insu, sa grande amabilité était froncée par le recroquevillement boudeur, le dépit physiologique de la vieillesse, ainsi que par l′affectation d′imiter le ton presque paysan de l′ancienne aristocratie. J′vais vous montrer son portrait, l′original de la copie qui est au Louvre. —Creo que quiere usted escribir algo sobre la duquesa de Montmorency, caballero — dijo la señora de Villeparisis al historiador de la Fronda, con aquella expresión malhumorada que, a pesar suyo, tornaba ceñuda su extraordinaria amabilidad, por las arrugas de enfado, el despecho fisiológico de la vejez, tanto como por la afectación del tono casi aldeano de la antigua aristocracia —. Voy a enseñarle a usted su retrato, el original de la copia que está en el Louvre.
Elle se leva en posant ses pinceaux près de ses fleurs, et le petit tablier qui apparut alors à sa taille et qu′elle portait pour ne pas se salir avec ses couleurs, ajoutait encore à l′impression presque d′une campagnarde que donnaient son bonnet et ses grosses lunettes et contrastait avec le luxe de sa domesticité, du maître d′hôtel qui avait apporté le thé et les gâteaux, du valet de pied en livrée qu′elle sonna pour éclairer le portrait de la duchesse de Montmorency, abbesse dans un des plus célèbres chapitres de l′Est. Tout le monde s′était levé. «Ce qui est assez amusant, dit-elle, c′est que dans ces chapitres où nos grand′tantes étaient souvent abbesses, les filles du roi de France n′eussent pas été admises. C′étaient des chapitres très fermés. — Pas admises les filles du Roi, pourquoi cela? demanda Bloch stupéfait. — Mais parce que la Maison de France n′avait plus assez de quartiers depuis qu′elle s′était mésalliée.» L′étonnement de Bloch allait grandissant. «Mésalliée, la Maison de France? Comment ça? — Mais en s′alliant aux Médicis, répondit Mme de Villeparisis du ton le plus naturel. Le portrait est beau, n′est-ce pas? et dans un état de conservation parfaite», ajouta-t-elle. Se levantó, dejando sus pinceles junto alas flores, y el delantalito que apareció entonces en su cintura y que llevaba para no ensuciarse con los colores aumentaba aún la impresión casi de campesina que daban su gorro ysus gruesas gafas yque contrastaba con el lujo de su servidumbre, del maestresala que había traído el té y los pastelillos, del mozo de librea a quien llamó para que alumbrase el retrato de la duquesa de Montmorency, abadesa de uno de los capítulos más célebres del este. Todo el mundo se había puesto de pie. —Lo que no deja de ser gracioso —dijo ella— es que en esos capítulos en que a menudo— eran abadesas nuestras tías-abuelas no hubiesen sido admitidas las hijas del rey de Francia. Eran unos cabildos muy cerrados. —No admitir a las hijas del rey... ¿Por qué? —preguntó Bloch estupefacto. —Pues porque la Casa de Francia ya no tenía suficientes cuarteles de nobleza desde que había contraído un enlace desigual. El pasmo de Bloch iba siendo cada vez mayor. —¿Contraer un matrimonio desigual la Casa de Francia ¿Cómo así —Al entroncar con los Médicis —respondió la señora de Villeparisis en el tono más natural—. El retrato es bonito, ¿verdad?, y se halla en un estado de conservación perfecto —añadió.
— Ma chère amie, dit la dame coiffée à la Marie–Antoinette, vous vous rappelez que quand je vous ai amené Liszt il vous a dit que c′était celui-là qui était la copie. —Recordará usted, mi querida amiga —dijo la dama peinada a lo María Antonieta—, que cuando le traje a Liszt le dijo a usted que el que era copia era éste.
— Je m′inclinerai devant une opinion de Liszt en musique, mais pas en peinture! D′ailleurs, il était déjà gâteux et je ne me rappelle pas qu′il ait jamais dit cela. Mais ce n′est pas vous qui me l′avez amené. J′avais dîné vingt fois avec lui chez la princesse de Sayn–Wittgenstein. —Me inclinaré ante una opinión de Liszt en música, pero no en pintura. Aparte de que ya estaba chocho y que no recuerdo que haya dicho nunca semejante cosa. Pero no fue usted quien me lo trajo. Ya había cenado yo con él veinte veces en casa de la princesa de Sayn-Wittgenstein.
Le coup d′Alix avait raté, elle se tut, resta debout et immobile. Des couches de poudre plâtrant son visage, celui-ci avait l′air d′un visage de pierre. Et comme le profil était noble, elle semblait, sur un socle triangulaire et moussu caché par le mantelet, la déesse effritée d′un parc. El golpe de Alix había marrado: se calló, siguió en pie e inmóvil. Con las capas de polvo que adobaban su rostro, éste semejaba un rostro de piedra. Y como el perfil era noble, parecía, sobre un zócalo triangular y vaporoso oculto por la manteleta, la descascarillada diosa de un parque.
— Ah! voilà encore un autre beau portrait, dit l′historien. —¡Ah! Otro hermoso retrato —dijo el historiador.
La porte s′ouvrit et la duchesse de Guermantes entra. Se abrió la puerta y entró la duquesa de Guermantes.
— Tiens, bonjour, lui dit sans un signe de tête Mme de Villeparisis en tirant d′une poche de son tablier une main qu′elle tendit à la nouvelle arrivante; et cessant aussitôt de s′occuper d′elle pour se retourner vers l′historien: C′est le portrait de la duchesse de La Rochefoucauld. . . . —Hola, buenas tardes —le dijo, sin hacer siquiera un movimiento de cabeza, la señora de Villeparisis, sacando de un bolsillo de su delantal una mano que tendió a la recién llegada, y, dejando inmediatamente de ocuparse de ella para volverse hacia el historiador—: Es el retrato de la duquesa de La Rochefoucauld...
Un jeune domestique, à l′air hardi et à la figure charmante (mais rognée si juste pour rester aussi parfaite que le nez un peu rouge et la peau légèrement enflammée semblaient garder quelque trace de la récente et sculpturale incision) entra portant une carte sur un plateau. Un criado joven, de apuesta planta y fisonomía encantadora (pero arrogante, lo justo para seguir siendo perfecta, lo mismo que la nariz un poco encarnada y la piel ligeramente encendida como si guardasen alguna huella de la reciente y natural incisión), entró, trayendo una tarjeta en una salvilla.
— C′est ce monsieur qui est déjà venu plusieurs fois pour voir Madame la Marquise. —Es el señor que ha venido ya varias veces a ver ala señora marquesa.
— Est-ce que vous lui avez dit que je recevais? —¿Es que le ha dicho usted que recibo?
— Il a entendu causer. —Ha oído hablar.
— Eh bien! soit, faites-le entrer. C′est un monsieur qu′on m′a présenté, dit Mme de Villeparisis. Il m′a dit qu′il désirait beaucoup être reçu ici. Jamais je ne l′ai autorisé à venir. Mais enfin voilà cinq fois qu′il se dérange, il ne faut pas froisser les gens. Monsieur, me dit-elle, et vous, monsieur, ajouta-t-elle en désignant l′historien de la Fronde, je vous présente ma nièce, la duchesse de Guermantes. —Bueno, sea, hágalo pasar. Es un señor que me han presentado —dijo la señora de Villeparisis—. Me ha dicho que deseaba mucho ser recibido aquí. Yo nunca lo he autorizado a que viniese. Pero, en fin, ya van cinco veces que se toma esa molestia, no hay que irritar a la gente. Caballero —me dijo a mí—, y usted, señor —añadió, apuntando al historiador de la Fronda—: les presento a ustedes a mi sobrina la duquesa de Guermantes.
L′historien s′inclina profondément ainsi que moi et, semblant supposer que quelque réflexion cordiale devait suivre ce salut, ses yeux s′animèrent et il s′apprêtait à ouvrir la bouche quand il fut refroidi par l′aspect de Mme de Guermantes qui avait profité de l′indépendance de son torse pour le jeter en avant avec une politesse exagérée et le ramener avec justesse sans que son visage et son regard eussent paru avoir remarqué qu′il y avait quelqu′un devant eux; après avoir poussé un léger soupir, elle se contenta de manifester de la nullité de l′impression que lui produisaient la vue de l′historien et la mienne en exécutant certains mouvements des ailes du nez avec une précision qui attestait l′inertie absolue de son attention désoeuvrée. El historiador se inclinó profundamente, lo mismo que yo, y, pareciendo suponer que a ese saludo debía seguir alguna reflexión cordial, sus ojos se animaron y se disponía a abrir la boca cuando le dejó helado el aspecto de la señora de Guermantes, que había aprovechado la independencia de su torso para lanzarlo hacia adelante con una cortesía exagerada y retraerlo con justeza sin que su semblante ni su mirada pareciesen haber notado que hubiera alguien ante ellos; después de haber lanzado un ligero suspiro se contentó con manifestar la nulidad de la impresión que le producían la vista del historiador y la mía ejecutando ciertos movimientos con las aletas de la nariz, con una precisión que daba testimonio de la absoluta inercia de su desocupada atención.
Le visiteur importun entra, marchant droit vers Mme de Villeparisis, d′un air ingénu et fervent, c′était Legrandin. El visitante importuno entró, yéndose derecho a la señora de Villeparisis con una expresión ingenua y ferviente; era Legrandin.
— Je vous remercie beaucoup de me recevoir, madame, dit-il en insistant sur le mot «beaucoup»: c′est un plaisir d′une qualité tout à fait rare et subtile que vous faites à un vieux solitaire, je vous assure que sa répercussion. . . . —Le agradezco mucho que me haya recibido, señora —dijo, insistiendo en la palabra mucho—; es un placer de una calidad enteramente rara y sutil el que concede usted a un viejo solitario; le aseguro que su repercusión...
Il s′arrêta net en m′apercevant. Se detuvo en seco al verme.
— Je montrais à monsieur le beau portrait de la duchesse de La Rochefoucauld, femme de l′auteur des Maximes, il me vient de famille. —Estaba enseñándole a este señor el hermoso retrato de la duquesa de La Rochefoucauld, la mujer del autor de las Máximas; me viene de familia.
Mme de Guermantes, elle, salua Alix, en s′excusant de n′avoir pu, cette année comme les autres, aller la voir. «J′ai eu de vos nouvelles par Madeleine», ajouta-t-elle. La señora de Guermantes saludó a Alix, disculpándose por no haber podido, este año como los otros, ir a verla. —He tenido noticias de usted por Magdalena —añadió.
— Elle a déjeuné chez moi ce matin, dit la marquise du quai Malaquais avec la satisfaction de penser que Mme de Villeparisis n′en pourrait jamais dire autant. —Esta mañana ha almorzado en mi casa —dijo la marquesa del quai Malaquais con la satisfacción de pensar que nunca podría decir otro tanto la señora de Villeparisis.
Cependant je causais avec Bloch, et craignant, d′après ce qu′on m′avait dit du changement à son égard de son père, qu′il n′enviât ma vie, je lui dis que la sienne devait être plus heureuse. Ces paroles étaient de ma part un simple effet de l′amabilité. Mais elle persuade aisément de leur bonne chance ceux qui ont beaucoup d′amour-propre, ou leur donne le désir de persuader les autres. «Oui, j′ai en effet une vie délicieuse, me dit Bloch d′un air de béatitude. J′ai trois grands amis, je n′en voudrais pas un de plus, une maîtresse adorable, je suis infiniment heureux. Rare est le mortel à qui le Père Zeus accorde tant de félicités.» Je crois qu′il cherchait surtout à se louer et à me faire envie. Peut-être aussi y avait-il quelque désir d′originalité dans son optimisme. Il fut visible qu′il ne voulait pas répondre les mêmes banalités que tout le monde: «Oh! ce n′était rien, etc.» quand, à ma question: «Était-ce joli?» posée à propos d′une matinée dansante donnée chez lui et à laquelle je n′avais pu aller, il me répondit d′un air uni, indifférent comme s′il s′était agi d′un autre: «Mais oui, c′était très joli, on ne peut plus réussi. C′était vraiment ravissant.» Yo, mientras tanto, charlaba con Bloch, y temiendo, por lo que me habían dicho del cambio de actitud de su padre respecto de él, que envidiase mi vida, le dije que la suya debía de ser más dichosa. Estas palabras eran, por parte mía, simple efecto de la amabilidad. Pero ésta persuade fácilmente de su buena suerte a aquellos que tienen mucho amor propio, o les da el deseo de persuadir de ello a los demás. «Sí, en efecto, llevo una vida deliciosa —me dijo Bloch con expresión de beatitud—. Tengo tres grandes amigos, no quisiera uno más, y una querida adorable. Soy infinitamente dichoso. Raro es el mortal a quien el padre Zeus concede tantas venturas». Creo que se trataba sobre todo de jactarse y de darme envidia. Acaso hubiera también algún deseo de originalidad en su optimismo. Se vio a las claras que no quería responder las mismas trivialidades que todo el mundo: «¡Oh, no valió nada!, etc.», cuando a mi pregunta: «¿Estuvo bonito aquello?», formulada a propósito de una matinée con baile dada en su casa y a la que yo no había podido asistir, me respondió en un tono igual, indiferente, como si se hubiese tratado de otro: «Sí, estuvo muy bonito, no cabía nada mejor. Resultó arrebatador, realmente».
— Ce que vous nous apprenez là m′intéresse infiniment, dit Legrandin à Mme de Villeparisis, car je me disais justement l′autre jour que vous teniez beaucoup de lui par la netteté alerte du tour, par quelque chose que j′appellerai de deux termes contradictoires, la rapidité lapidaire et l′instantané immortel. J′aurais voulu ce soir prendre en note toutes les choses que vous dites; mais je les retiendrai. Elles sont, d′un mot qui est, je crois, de Joubert, amies de la mémoire. Vous n′avez jamais lu Joubert? Oh! vous lui auriez tellement plu! Je me permettrai dès ce soir de vous envoyer ses oeuvres, très fier de vous présenter son esprit. Il n′avait pas votre force. Mais il avait aussi bien de la grâce. —Eso que nos cuenta usted me interesa extraordinariamente —dijo Legrandin a la señora de Villeparisis—, porque precisamente me decía yo el otro día que usted tenía mucho dé él en la claridad alerta de los giros, en un no sé qué que llamaré con dos términos contradictorios: rapidez lapidaria y espontaneidad inmortal. Hubiera querido tomar nota esta tarde de todas las cosas que dice usted; pero las retendré. Son, con una frase que creo es de Joubert, amigas de la memoria. ¿No ha leído usted nunca a Joubert" ¡Le habría gustado tanto! Esta misma noche me permitiré enviarle a usted sus obras, orgullosísimo de presentarle su talento. No tenía la fuerza que usted. Pero también tenía gracia, y mucha.
J′avais voulu tout de suite aller dire bonjour à Legrandin, mais il se tenait constamment le plus éloigné de moi qu′il pouvait, sans doute dans l′espoir que je n′entendisse pas les flatteries qu′avec un grand raffinement d′expression, il ne cessait à tout propos de prodiguer à Mme de Villeparisis. Yo había querido ir a saludar enseguida a Legrandin, pero éste se mantenía constantemente tan lejos de mí como podía, sin duda con la esperanza de que yo no oyese las lisonjas que, con un gran refinamiento de expresión, no cesaba de prodigar, con cualquier motivo, a la señora de Villeparisis.
Elle haussa les épaules en souriant comme s′il avait voulu se moquer et se tourna vers l′historien. Ésta se encogió de hombros, sonriendo, como si hubiera querido burlarse, y se volvió al historiador.
— Et celle-ci, c′est la fameuse Marie de Rohan, duchesse de Chevreuse, qui avait épousé en premières noces M. de Luynes. —Y ésta es la famosa María de Rohan, duquesa de Chevreuse, que estuvo casada en primeras nupcias con el señor de Luynes.
— Ma chère, Mme de Luynes me fait penser à Yolande; elle est venue hier chez moi; si j′avais su que vous n′aviez votre soirée prise par personne, je vous aurais envoyé chercher; Mme Ristori, qui est venue à l′improviste, a dit devant l′auteur des vers de la reine Carmen Sylva, c′était d′une beauté! —Querida, la señora de Luynes me hace pensar en Yolanda; ha estado ayer en casa; si llego a saber que no tenía usted la tarde comprometida con nadie, la hubiera mandado buscar. La señora Ristori, que llegó de improviso, dijo delante del mismo autor unos versos de la reina Carmen Sylva; ¡era una hermosura!
«Quelle perfidie! pensa Mme de Villeparisis. C′est sûrement de cela qu′elle parlait tout bas, l′autre jour, à Mme de Beaulaincourt et à Mme de Chaponay.»— J′étais libre, mais je ne serais pas venue, répondit-elle. J′ai entendu Mme Ristori dans son beau temps, ce n′est plus qu′une ruine. Et puis je déteste les vers de Carmen Sylva. La Ristori est venue ici une fois, amenée par la duchesse d′Aoste, dire un chant de l′Enfer, de Dante. Voilà où elle est incomparable. —¡Qué perfidia! —pensó la señora de Villeparisis—. Seguramente de eso es de lo que le hablaba en voz baja el otro día a la señora de Beaulaincourt y a la de Chaponay. Estaba libre, pero no hubiera ido —respondió—. He oído a la Ristori en sus buenos tiempos, ahora ya no es más que una ruina. Y, además, detesto los versos de Carmen Sylva. La Ristori ha venido aquí una vez, la trajo la duquesa de Aosta para que dijese un canto del Infierno, del Dante. Ahí sí que es incomparable.
Alix supporta le coup sans faiblir. Elle restait de marbre. Son regard était perçant et vide, son nez noblement arqué. Mais une joue s′écaillait. Des végétations légères, étranges, vertes et roses, envahissaient le menton. Peut-être un hiver de plus la jetterait bas. Alix soportó el golpe sin desfallecer. Su mirada era penetrante y vacía, su nariz noblemente arqueada. Pero una mejilla se desconchaba. Ligeras vegetaciones extrañas, verdes y sonrosadas, invadían la barbilla. Quizá un invierno más la echase abajo.
— Tenez, monsieur, si vous aimez la peinture, regardez le portrait de Mme de Montmorency, dit Mme de Villeparisis à Legrandin pour interrompre les compliments qui recommençaient. —Mire usted, caballero, si le gusta a usted la pintura, vea el retrato de la señora de Montmorency —dijo la señora de Villeparisis a Legrandin para atajar los cumplidos que volvían a empezar.
Profitant de ce qu′il s′était éloigné, Mme de Guermantes le désigna à sa tante d′un regard ironique et interrogateur. Aprovechándose de que Legrandin se había alejado, la señora de Guermantes se lo señaló a su tía con una mirada irónica e interrogadora.
— C′est M. Legrandin, dit à mi-voix Mme de Villeparisis; il a une soeur qui s′appelle Mme de Cambremer, ce qui ne doit pas, du reste, te dire plus qu′à moi. —Es el señor Legrandin —dijo a media voz la señora de Villeparisis—; tiene una hermana que se llama la señora de Cambremer, cosa que, por otra parte, no debe de decirte más que a mí.
— Comment, mais je la connais parfaitement, s′écria en mettant sa main devant sa bouche Mme de Guermantes. Ou plutôt je ne la connais pas, mais je ne sais pas ce qui a pris à Basin, qui rencontre Dieu sait où le mari, de dire à cette grosse femme de venir me voir. Je ne peux pas vous dire ce que ç‘a été que sa visite. Elle m′a raconté qu′elle était allée à Londres, elle m′a énuméré tous les tableaux du British. Telle que vous me voyez, en sortant de chez vous je vais fourrer un carton chez ce monstre. Et ne croyez pas que ce soit des plus faciles, car sous prétexte qu′elle est mourante elle est toujours chez elle et, qu′on y aille à sept heures du soir ou à neuf heures du matin, elle est prête à vous offrir des tartes aux fraises. —¡Cómo! ¡Pero si la conozco perfectamente! —exclamó poniéndose la mano ante la boca la señora de Guermantes—. Por mejor decir, no la conozco; pero no sé qué ventolera le ha dado a Basin, que encuentra Dios sabe dónde a su marido, de decirle a esa mujerota que fuese a verme. No puedo decirle a usted lo que ha sido su visita. Me ha contado que ha estado en Londres; me ha enumerado todos los cuadros del British. Aquí donde usted me ve, en cuanto salga de su casa voy a dejar tarjeta en casa de ese monstruo. Y no crea usted que sea de las más fáciles, porque con el pretexto de que está agonizando, siempre se la encuentra en casa, y, vaya una a las siete de la tarde o a las nueve de la mañana, está dispuesta a ofrecerle tartas de fresa.
— Mais bien entendu, voyons, c′est un monstre, dit Mme de Guermantes à un regard interrogatif de sa tante. C′est une personne impossible: elle dit «plumitif», enfin des choses comme ça. — Qu′est-ce que ça veut dire «plumitif»? demanda Mme de Villeparisis à sa nièce? — Mais je n′en sais rien! s′écria la duchesse avec une indignation feinte. Je ne veux pas le savoir. Je ne parle pas ce français-là. Et voyant que sa tante ne savait vraiment pas ce que voulait dire plumitif, pour avoir la satisfaction de montrer qu′elle était savante autant que puriste et pour se moquer de sa tante après s′être moquée de Mme de Cambremer:— Mais si, dit-elle avec un demi-rire, que les restes de la mauvaise humeur jouée réprimaient, tout le monde sait ça, un plumitif c′est un écrivain, c′est quelqu′un qui tient une plume. Mais c′est une horreur de mot. C′est à vous faire tomber vos dents de sagesse. Jamais on ne me ferait dire ça. —¡Pues claro que sí; vamos, es un monstruo! —dijo la señora de Guermantes respondiendo a una mirada interrogativa de su tía—. Es una persona imposible; dice plumífero; en fin, cosas por ese estilo. —¿Qué quiere decir eso de plumífero? —preguntó la señora de Villeparisis a su sobrina: —¡Yo qué sé! —exclamó la duquesa con fingida indignación—. No quiero saberlo. Yo no hablo ese francés. Y al ver que su tía no sabía realmente qué quería decir plumífero, por darse la satisfacción de demostrar que era ten sabia como purista y por burlarse de su tía después de haberse burlado de la señora de Cambremer —¡Sí! —dijo con una risita que reprimían los restos del mal humor afectado—; todo el mundo lo sabe, un plumífero es un escritor, cualquiera que tiene una pluma. Pero es una palabra horrorosa. Es como para que se le caigan a uno las muelas del juicio. Lo que es a mí jamás me harían decir semejante cosa.
— Comment, c′est le frère! je n′ai pas encore réalisé. Mais au fond ce n′est pas incompréhensible. Elle a la même humilité de descente de lit et les mêmes ressources de bibliothèque tournante. Elle est aussi flagorneuse que lui et aussi embêtante. Je commence à me faire assez bien à l′idée de cette parenté. ¡Cómo, es el hermano! Aún no me he enterado. Pero en el fondo no es inverosímil. Ella tiene la misma humildad de salto de cama y los mismos recursos de biblioteca circulante. Es tan aduladora como él, y tan insoportable. Empiezo a hacerme bastante bien a la idea de ese parentesco.
— Assieds-toi, on va prendre un peu de thé, dit Mme de Villeparisis à Mme de Guermantes, sers-toi toi-même, toi tu n′as pas besoin de voir les portraits de tes arrière-grand′mères, tu les connais aussi bien que moi. —Siéntate, vamos a tomar un poco de té —dijo la señora de Villeparisis a la de Guermantes—; sírvete tú misma; no necesitas ver los retratos de tus tatarabuelas, los conoces tan bien como yo.
Mme de Villeparisis revint bientôt s′asseoir et se mit à peindre. Tout le monde se rapprocha, j′en profitai pour aller vers Legrandin et, ne trouvant rien de coupable à sa présence chez Mme de Villeparisis, je lui dis sans songer combien j′allais à la fois le blesser et lui faire croire à l′intention de le blesser: «Eh bien, monsieur, je suis presque excusé d′être dans un salon puisque je vous y trouve.» M. Legrandin conclut de ces paroles (ce fut du moins le jugement qu′il porta sur moi quelques jours plus tard) que j′étais un petit être foncièrement méchant qui ne se plaisait qu′au mal. La señora de Villeparisis volvió bien pronto a sentarse y se puso a pintar. Todo el mundo se acercó a ella, circunstancia que aproveché para ir hacia Legrandin, y como no encontraba nada culpable en su presencia en casa de la señora de Villeparisis, le dije, sin pensar hasta qué punto iba a la vez a ofenderlo y a hacerle creer en la intención de ofenderlo: —¡Vaya, caballero!, casi estoy disculpado por estar en un salón, ya que lo encuentro a usted en él. El señor Legrandin dedujo de estas palabras (tal fue, al menos, el juicio que formuló respecto a mí días más tarde), que yo era una criatura fundamentalmente atravesada, que sólo me complacía en el mal.
«Vous pourriez avoir la politesse de commencer par me dire bonjour», me répondit-il, sans me donner la main et d′une voix rageuse et vulgaire que je ne lui soupçonnais pas et qui, nullement en rapport rationnel avec ce qu′il disait d′habitude, en avait un autre plus immédiat et plus saisissant avec quelque chose qu′il éprouvait. C′est que, ce que nous éprouvons, comme nous sommes décidés à toujours le cacher, nous n′avons jamais pensé à la façon dont nous l′exprimerions. Et tout d′un coup, c′est en nous une bête immonde et inconnue qui se fait entendre et dont l′accent parfois peut aller jusqu′à faire aussi peur à qui reçoit cette confidence involontaire, elliptique et presque irrésistible de votre défaut ou de votre vice, que ferait l′aveu soudain indirectement et bizarrement proféré par un criminel ne pouvant s′empêcher de confesser un meurtre dont vous ne le saviez pas coupable. Certes je savais bien que l′idéalisme, même subjectif, n′empêche pas de grands philosophes de rester gourmands ou de se présenter avec ténacité à l′Académie. Mais vraiment Legrandin n′avait pas besoin de rappeler si souvent qu′il appartenait à une autre planète quand tous ses mouvements convulsifs de colère ou d′amabilité étaient gouvernés par le désir d′avoir une bonne position dans celle-ci. —Ya podía usted tener la cortesía de empezar por saludarme —me respondió sin darme la mano ycon una voz irritada yvulgar que yo no sospechaba en él y que, sin guardar la menor relación racional con lo que decía de costumbre, tenía otra más inmediata y palmaria con algo que sentía en aquel momento. Y es que aquello que sentimos, como estamos decididos a ocultarlo siempre, no hemos pensado nunca en la forma en que lo expresaríamos. Y de repente lo que se deja oír en nosotros es una bestia inmunda y desconocida cuyo acento, a veces, puede llegar a dar a aquel que recibe esa confidencia involuntaria, elíptica y casi irresistible de vuestro defecto o de vuestro vicio tanto miedo como el que produciría la confesión subitánea, indirecta y extrañamente proferida por un criminal que no pudiese menos que confesar un crimen de que no le sabíais culpable. Yo, naturalmente, sabía muy bien que el idealismo, aun subjetivo, no impide a grandes filósofos seguir siendo unos glotones o presentarse con tenacidad a la Academia. Pero en rigor, Legrandin no tenía por qué recordar tan a menudo que pertenecía a otro planeta cuando todos sus movimientos convulsivos de cólera o de amabilidad estaban regidos por el deseo de lograr una buena posición, en éste.
— Naturellement, quand on me persécute vingt fois de suite pour me faire venir quelque part, continua-t-il à voix basse, quoique j′aie bien droit à ma liberté, je ne peux pourtant pas agir comme un rustre. —¡Naturalmente, cuando me persiguen veinte veces seguidas para hacerme ir a algún sitio —continuó en voz baja—, aunque yo tenga perfecto derecho a mi libertad, no puedo, de todas maneras, proceder como un patán!
Mme de Guermantes s′était assise. Son nom, comme il était accompagné de son titre, ajoutait à sa personne physique son duché qui se projetait autour d′elle et faisait régner la fraîcheur ombreuse et dorée des bois des Guermantes au milieu du salon, à l′entour du pouf où elle était. Je me sentais seulement étonné que leur ressemblance ne fût pas plus lisible sur le visage de la duchesse, lequel n′avait rien de végétal et où tout au plus le couperosé des joues — qui auraient dû, semblait-il, être blasonnées par le nom de Guermantes —était l′effet, mais non l′image, de longues chevauchées au grand air. Plus tard, quand elle me fut devenue indifférente, je connus bien des particularités de la duchesse, et notamment (afin de m′en tenir pour le moment à ce dont je subissais déjà le charme alors sans savoir le distinguer) ses yeux, où était captif comme dans un tableau le ciel bleu d′une après-midi de France, largement découvert, baigné de lumière même quand elle ne brillait pas; et une voix qu′on eût crue, aux premiers sons enroués, presque canaille, où traînait, comme sur les marches de l′église de Combray ou la pâtisserie de la place, l′or paresseux et gras d′un soleil de province. Mais ce premier jour je ne discernais rien, mon ardente attention volatilisait immédiatement le peu que j′eusse pu recueillir et où j′aurais pu retrouver quelque chose du nom de Guermantes. En tout cas je me disais que c′était bien elle que désignait pour tout le monde le nom de duchesse de Guermantes: la vie inconcevable que ce nom signifiait, ce corps la contenait bien; il venait de l′introduire au milieu d′êtres différents, dans ce salon qui la circonvenait de toutes parts et sur lequel elle exerçait une réaction si vive que je croyais voir, là où cette vie cessait de s′étendre, une frange d′effervescence en délimiter les frontières: dans la circonférence que découpait sur le tapis le ballon de la jupe de pékin bleu, et, dans les prunelles claires de la duchesse, à l′intersection des préoccupations, des souvenirs, de la pensée incompréhensible, méprisante, amusée et curieuse qui les remplissaient, et des images étrangères qui s′y reflétaient. Peut-être eussé-je été un peu moins ému si je l′eusse rencontrée chez Mme de Villeparisis à une soirée, au lieu de la voir ainsi à un des «jours» de la marquise, à un de ces thés qui ne sont pour les femmes qu′une courte halte au milieu de leur sortie et où, gardant le chapeau avec lequel elles viennent de faire leurs courses, elles apportent dans l′enfilade des salons la qualité de l′air du dehors et donnent plus jour sur Paris à la fin de l′après-midi que ne font les hautes fenêtres ouvertes dans lesquelles on entend les roulements des victorias: Mme de Guermantes était coiffée d′un canotier fleuri de bleuets; et ce qu′ils m′évoquaient, ce n′était pas, sur les sillons de Combray où si souvent j′en avais cueilli, sur le talus contigu à la haie de Tansonville, les soleils des lointaines années, c′était l′odeur et la poussière du crépuscule, telles qu′elles étaient tout à l′heure, au moment où Mme de Guermantes venait de les traverser, rue de la Paix. D′un air souriant, dédaigneux et vague, tout en faisant la moue avec ses lèvres serrées, de la pointe de son ombrelle, comme de l′extrême antenne de sa vie mystérieuse, elle dessinait des ronds sur le tapis, puis, avec cette attention indifférente qui commence par ôter tout point de contact avec ce que l′on considère soi-même, son regard fixait tour à tour chacun de nous, puis inspectait les canapés et les fauteuils mais en s′adoucissant alors de cette sympathie humaine qu′éveille la présence même insignifiante d′une chose que l′on connaît, d′une chose qui est presque une personne; ces meubles n′étaient pas comme nous, ils étaient vaguement de son monde, ils étaient liés à la vie de sa tante; puis du meuble de Beauvais ce regard était ramené à la personne qui y était assise et reprenait alors le même air de perspicacité et de cette même désapprobation que le respect de Mme de Guermantes pour sa tante l′eût empêchée d′exprimer, mais enfin qu′elle eût éprouvée si elle eût constaté sur les fauteuils au lieu de notre présence celle d′une tache de graisse ou d′une couche de poussière. La señora de Guermantes se había sentado. Su nombre, como estaba acompañado de su título, añadía a su persona física su ducado, que se proyectaba en torno suyo yhacía reinar el frescor umbrío ydorado de los bosques de los Guermantes en medio del salón, en derredor del taburete en que estaba sentada ella. A mí lo único que me extrañaba era que la semejanza no fuese más legible en el rostro de la duquesa, que nada tenía de vegetal, y en el que a lo sumo las pecas de las mejillas —que parecía que hubieran debido estar blasonadas con el nombre de los Guermantes— eran efecto, pero no imagen, de largas galopadas al aire libre. Más tarde, cuando hubo llegado a serme indiferente, conocí muchas particularidades de la duquesa, y especialmente (para atenerme de momento a aquella cuyo hechizo sufría yo ya entonces sin saber distinguirla), sus ojos, en que estaba cautivo corno en un cuadro el cielo azul de una tarde de Francia, ampliamente despejado, bañado en luz hasta cuando ésta no brillaba; y una voz que se hubiera creído, por los primeros sonidos roncos, canallesca casi, en la que se arrastraba, como en las gradas de la iglesia de Combray o en la pastelería de la plaza, el oro perezoso y craso de un sol de provincias. Pero ese primer día no distinguí nada; mi ardiente atención volatilizaba inmediatamente lo poco que hubiese podido recoger y en que hubiera podido volver a encontrar algo del nombre de Guermantes. En todo caso me decía que era realmente ella lo que designaba para todo el mundo el nombre de duquesa de Guermantes: la vida inconcebible que ese nombre significaba la contenía realmente aquel cuerpo; acababa de introducirla en medio de unos seres indiferentes, en este salón que la cercaba por todas partes y sobre el cual ejercía una reacción tan viva que me parecía ver, allí donde esa vida dejaba de extenderse, que una ola de efervescencia delimitaba sus fronteras: en la circunferencia que recortaba sobre el tapiz el globo de la falda de pequín azul, y en las claras pupilas de la duquesa, en la intersección de las preocupaciones, de los recuerdos, del pensamiento incomprensible, desdeñoso, divertido y curioso que las llenaban, y de las imágenes extrañas que en ellas se reflejaban. Quizá me hubiera impresionado un poco menos de haberla encontrado en casa de la señora de Villeparisis una tarde cualquiera, en lugar de verla en uno de estos días de la marquesa, en uno de esos tés que no son para las mujeres más que un breve alto en medio de su salida y en los que, al conservar puesto el sombrero con que acaban de hacer sus compras, traen a la hilera de salones la calidad del aire de afuera y dan más luz a París al final de la tarde que los altos ventanales abiertos en que se oye el rodar de las victorias: la señora de Guermantes estaba tocada con un sombrero de paja florido de acianos, y lo que éstos me evocaban no eran los soles de los años remotos, sobre los surcos de Combray, en que tantas veces había cogido yo esas flores en la pendiente inmediata al seto de Tansonville; era el olor y el polvo del crepúsculo, tales como eran hacía un instante, en el momento en que la señora de Guermantes acababa de atravesarlos en la calle de la Paix. Con expresión sonriente, desdeñosa y vaga, sin dejar de hacer un mohín con sus labios apretados, con la punta de su sombrilla, como con la extrema antena de su vida misteriosa, dibujaba redondeles en la alfombra; luego, con esa atención indiferente que empieza por quitar todo punto de contacto con lo que considera uno mismo, su mirada se posaba sucesivamente en cada uno de nosotros; después inspeccionaba los canapés y las butacas, pero suavizándose entonces con la simpatía humana que despierta la presencia, por insignificante que sea, de una cosa que se conoce, de una cosa que es casi una persona; aquellos muebles no eran como nosotros, pertenecían vagamente a su mismo mundo, estaban ligados a la vida de su tía; después, del mueble de Beauvais la mirada volvía a la persona que en él estaba sentada, y entonces recobraba la misma expresión de perspicacia y de la misma desaprobación que el respeto de la señora de Guermantes a su tía le hubiera impedido expresar, pero que, al fin y al cabo, hubiera sentido de haber advertido en las butacas, en lugar de nuestra presencia, la de una mancha de grasa o de una capa de polvo.
L′excellent écrivain G—— entra; il venait faire à Mme de Villeparisis une visite qu′il considérait comme une corvée. La duchesse, qui fut enchantée de le retrouver, ne lui fit pourtant pas signe, mais tout naturellement il vint près d′elle, le charme qu′elle avait, son tact, sa simplicité la lui faisant considérer comme une femme d′esprit. D′ailleurs la politesse lui faisait un devoir d′aller auprès d′elle, car, comme il était agréable et célèbre, Mme de Guermantes l′invitait souvent à déjeuner même en tête à tête avec elle et son mari, ou l′automne, à Guermantes, profitait de cette intimité pour le convier certains soirs à dîner avec des altesses curieuses de le rencontrer. Car la duchesse aimait à recevoir certains hommes d′élite, à la condition toutefois qu′ils fussent garçons, condition que, même mariés, ils remplissaient toujours pour elle, car comme leurs femmes, toujours plus ou moins vulgaires, eussent fait tache dans un salon où il n′y avait que les plus élégantes beautés de Paris, c′est toujours sans elles qu′ils étaient invités; et le duc, pour prévenir toute susceptibilité, expliquait à ces veufs malgré eux que la duchesse ne recevait pas de femmes, ne supportait pas la société des femmes, presque comme si c′était par ordonnance du médecin et comme il eût dit qu′elle ne pouvait rester dans une chambre où il y avait des odeurs, manger trop salé, voyager en arrière ou porter un corset. Il est vrai que ces grands hommes voyaient chez les Guermantes la princesse de Parme, la princesse de Sagan (que Françoise, entendant toujours parler d′elle, finit par appeler, croyant ce féminin exigé par la grammaire, la Sagante), et bien d′autres, mais on justifiait leur présence en disant que c′était la famille, ou des amies d′enfance qu′on ne pouvait éliminer. Persuadés ou non par les explications que le duc de Guermantes leur avait données sur la singulière maladie de la duchesse de ne pouvoir fréquenter des femmes, les grands hommes les transmettaient à leurs épouses. Quelques-unes pensaient que la maladie n′était qu′un prétexte pour cacher sa jalousie, parce que la duchesse voulait être seule à régner sur une cour d′adorateurs. De plus naîµ¥s encore pensaient que peut-être la duchesse avait un genre singulier, voire un passé scandaleux, que les femmes ne voulaient pas aller chez elle, et qu′elle donnait le nom de sa fantaisie à la nécessité. Les meilleures, entendant leur mari dire monts et merveilles de l′esprit de la duchesse, estimaient que celle-ci était si supérieure au reste des femmes qu′elle s′ennuyait dans leur société car elles ne savent parler de rien. Et il est vrai que la duchesse s′ennuyait auprès des femmes, si leur qualité princière ne leur donnait pas un intérêt particulier. Mais les épouses éliminées se trompaient quand elles s′imaginaient qu′elle ne voulait recevoir que des hommes pour pouvoir parler littérature, science et philosophie. Car elle n′en parlait jamais, du moins avec les grands intellectuels. Si, en vertu de la même tradition de famille qui fait que les filles de grands militaires gardent au milieu de leurs préoccupations les plus vaniteuses le respect des choses de l′armée, petite-fille de femmes qui avaient été liées avec Thiers, Mérimée et Augier, elle pensait qu′avant tout il faut garder dans son salon une place aux gens d′esprit, mais avait d′autre part retenu de la façon à la fois condescendante et intime dont ces hommes célèbres étaient reçus à Guermantes le pli de considérer les gens de talent comme des relations familières dont le talent ne vous éblouit pas, à qui on ne parle pas de leurs oeuvres, ce qui ne les intéresserait d′ailleurs pas. Puis le genre d′esprit Mérimée et Meilhac et Halévy, qui était le sien, la portait, par contraste avec le sentimentalisme verbal d′une époque antérieure, à un genre de conversation qui rejette tout ce qui est grandes phrases et expression de sentiments élevés, et faisait qu′elle mettait une sorte d′élégance quand elle était avec un poète ou un musicien à ne parler que des plats qu′on mangeait ou de la partie de cartes qu′on allait faire. Cette abstention avait, pour un tiers peu au courant, quelque chose de troublant qui allait jusqu′au mystère. Si Mme de Guermantes lui demandait s′il lui ferait plaisir d′être invité avec tel poète célèbre, dévoré de curiosité il arrivait à l′heure dite. La duchesse parlait au poète du temps qu′il faisait. On passait à table. «Aimez-vous cette façon de faire les oeufs?» demandait-elle au poète. Devant son assentiment, qu′elle partageait, car tout ce qui était chez elle lui paraissait exquis, jusqu′à un cidre affreux qu′elle faisait venir de Guermantes: «Redonnez des oeufs à monsieur», ordonnait-elle au maître d′hôtel, cependant que le tiers, anxieux, attendait toujours ce qu′avaient sûrement eu l′intention de se dire, puisqu′ils avaient arrangé de se voir malgré mille difficultés avant son départ, le poète et la duchesse. Mais le repas continuait, les plats étaient enlevés les uns après les autres, non sans fournir à Mme de Guermantes l′occasion de spirituelles plaisanteries ou de fines historiettes. Cependant le poète mangeait toujours sans que duc ou duchesse eussent eu l′air de se rappeler qu′il était poète. Et bientôt le déjeuner était fini et on se disait adieu, sans avoir dit un mot de la poésie, que tout le monde pourtant aimait, mais dont, par une réserve analogue à celle dont Swann m′avait donné l′avant-goût, personne ne parlait. Cette réserve était simplement de bon ton. Mais pour le tiers, s′il y réfléchissait un peu, elle avait quelque chose de fort mélancolique, et les repas du milieu Guermantes faisaient alors penser à ces heures que des amoureux timides passent souvent ensemble à parler de banalités jusqu′au moment de se quitter, et sans que, soit timidité, pudeur, ou maladresse, le grand secret qu′ils seraient plus heureux d′avouer ait pu jamais passer de leur coeur à leurs lèvres. D′ailleurs il faut ajouter que ce silence gardé sur les choses profondes qu′on attendait toujours en vain le moment de voir aborder, s′il pouvait passer pour caractéristique de la duchesse, n′était pas chez elle absolu. Mme de Guermantes avait passé sa jeunesse dans un milieu un peu différent, aussi aristocratique, mais moins brillant et surtout moins futile que celui où elle vivait aujourd′hui, et de grande culture. Il avait laissé à sa frivolité actuelle une sorte de tuf plus solide, invisiblement nourricier et où même la duchesse allait chercher (fort rarement car elle détestait le pédantisme) quelque citation de Victor Hugo ou de Lamartine qui, fort bien appropriée, dite avec un regard senti de ses beaux yeux, ne manquait pas de surprendre et de charmer. Parfois même, sans prétentions, avec pertinence et simplicité, elle donnait à un auteur dramatique académicien quelque conseil sagace, lui faisait atténuer une situation ou changer un dénouement. Entró el excelente escritor G...; venía a hacer a la señora de Villeparisis una visita que consideraba como una carga engorrosa. La duquesa, encantada de volver a encontrarlo, no le hizo, sin embargo la menor seña; pero él, con la mayor naturalidad, fue al lado de ella, ya que el hechizo que poseía, su tacto, su simplicidad, hacían que la considerase como una mujer de talento. Por lo demás, la cortesía hacía que fuese para él un deber ir a su lado, porque, como era un hombre agradable y célebre, la señora de Guermantes lo invitaba a menudo a almorzar en la intimidad con ella y su marido, o bien por el otoño, en Guermantes, aprovechaba esa intimidad para invitarlo a cenar, ciertas noches, con altezas que sentían curiosidad por encontrarse con él. Porque a la duquesa le gustaba recibir a ciertos hombres selectos, a condición, sin embargo, de que fuesen solteros, condición que aun de casados llenaban siempre para ella, ya que, como quiera que sus mujeres, más o menos vulgares siempre, hubieran hecho mal papel en un salón al que sólo iban las bellezas más elegantes de París, se los invitaba siempre sin ellas; y el duque, para salir al paso de cualquier susceptibilidad, explicaba a aquellos viudos por fuerza que la duquesa no recibía mujeres, que no soportaba la sociedad de las mujeres, casi como si fuese por prescripción del médico y como hubiera dicho que no podía estar en una habitación en que hubiese olores fuertes, comer manjares demasiado salados, viajar en un vagón de cola o gastar corsé. Verdad es que aquellos grandes hombres veían en casa de los Guermantes a la princesa de Parma, a la princesa de Sagan (a la que Francisca, que siempre estaba oyendo hablar de ella, acabó por llamar, creyendo exigido por la gramática ese femenino, la Saganta) y otras muchas; pero se justificaba su presencia diciendo que eran de la familia o amigas de la infancia a las que no se podía eliminar. Persuadidos o no por las explicaciones que el duque de Guermantes les había dado acerca de la singular enfermedad de la duquesa de no poder tratarse con mujeres, los grandes hombres las transmitían a sus esposas. Algunas pensaban que la enfermedad no era más que un pretexto para ocultar los celos, porque la duquesa quería ser la única que reinase sobre una corte de adoradores. Otras, aun más ingenuas, pensaban que tal vez fuese la duquesa de un género especial, que acaso tuviera, inclusive, un pasado escandaloso, que las mujeres no querrían ir a su casa y que daba el nombre de su fantasía a la necesidad. Las mejores, al oír decir a su marido montes y montañas del talento de la duquesa, estimaban que ésta era tan superior al resto de las mujeres que se aburría en la sociedad de ellas porque no saben hablar de nada. Y es verdad que la duquesa se aburría con las mujeres si su condición principesca no les comunicaba un interés particular. Pero las esposas eliminadas se engañaban al imaginarse que no quisiera recibir más que a hombres para poder hablar de literatura, de ciencia y de filosofía. Porque jamás hablaba de tales cosas, al menos con los grandes intelectuales. Si en virtud de la misma tradición de familia que hace que las hijas de grandes militares conserven en medio de sus preocupaciones más vanidosas el respeto a las cosas del ejército, la duquesa, nieta de mujeres que habían estado relacionadas con Thiers, Mérimée y Augier, pensaba que, ante todo, debe uno reservar en su salón un lugar a la gente de talento; pero, por otra parte, le había quedado de la manera, a la vez condescendiente e íntima, con que esos hombres célebres eran recibidos en Guermantes, el hábito de considerar a las gentes dotadas de ingenio como relaciones familiares, cuyo talento no lo deslumbra a uno, a quienes no se les habla de sus obras, cosa que, por lo demás, no les interesaría. Además, el género de ingenio a lo Mérimée, a lo Meilhac, a lo Halévy, que era el suyo, la llevaba, por contraste con el sentimentalismo verbal de una época anterior, a un género de conversación que rechaza todo lo que sea grandes frases y expresión de sentimientos elevados, y hacía que pusiera cierta clase de elegancia, cuando estaba con un poeta o con un músico, en no hablar más que de los platos que estaban comiendo o de la partida de naipes que iban a jugar. Esa abstención tenía para un tercero que no estuviese muy al corriente no poco de desconcertante, que llegaba hasta el misterio. Si la señora de Guermantes le preguntaba si le agradaría ser invitado en unión de tal o cual poeta célebre, llegaba a la hora señalada devorado por la curiosidad. La duquesa le hablaba al poeta del tiempo que hacía. Pasaban a la mesa. «¿Le gusta a usted esta manera de poner los huevos?», preguntaba al poeta. Ante su asentimiento, que compartía, porque todo lo que era de su propia casa le parecía exquisito, hasta una sidra espantosa que hacía traer de Guermantes: «Sírvale más huevos al señor», ordenaba al maestresala, mientras el tercero, ansioso, seguía esperando lo que seguramente había sido la intención —puesto que habían dispuesto las cosas para verse, a pesar de mil dificultades, antes de que saliese de viaje el poeta— de éste yde la duquesa. Pero seguía el almuerzo yretiraban los platos unos tras otros, no sin deparar a la señora de Guermantes ocasión para ingeniosas bromas o agudas anécdotas. El poeta, a todo esto, seguía comiendo, sin que ni el duque ni la duquesa pareciesen acordarse de que fuese poeta. Y poco después había terminado el almuerzo y se decían adiós sin haber hablado una palabra de poesía, que a todos les gustaba, sin embargo, pero de la que, en virtud de una reserva análoga ala de Swann me había hecho conocer por anticipado, nadie hablaba. Esa reserva era sencillamente de buen tono. Mas para el extraño, a poco que reflexionase sobre ella, tenía algo sobremanera melancólico, y las comidas del medio de Guermantes hacían pensar entonces en esas horas que los enamorados tímidos pasan juntos a menudo hablando de trivialidades hasta el momento de dejarse y sin que, sea por timidez, por pudor o por torpeza, el gran secreto que serían más dichosos en confesar haya podido pasar nunca de su corazón a sus labios. Por otra parte, hay que añadir que ese silencio respecto de las cosas profundas que esperaba uno siempre en vano que llegase el momento de abordar, si podía pasar por característico de la duquesa; no era absoluto en ella. La señora de Guermantes había pasado su juventud en un medio un tanto diferente, tan aristocrático, pero menos brillante y, sobre todo, menos fútil que el ambiente en que vivía hoy, y de una gran cultura. Había dejado en su frivolidad actual una a modo de capa más sólida, invisiblemente nutricia y a la que incluso iba a buscar la duquesa (rarísimas veces, porque detestaba la pedantería) alguna cita de Víctor Hugo o de Lamartine, que, muy bien traída, dicha con una sentida mirada de sus hermosos ojos, no dejaba de sorprender y de encantar. A veces, incluso, sin pretensiones, con pertinencia y sencillez, daba a un autor dramático académico algún consejo sagaz, le hacía atenuar una situación o cambiar un desenlace.
Si, dans le salon de Mme de Villeparisis, tout autant que dans l′église de Combray, au mariage de Mlle Percepied, j′avais peine à retrouver dans le beau visage, trop humain, de Mme de Guermantes, l′inconnu de son nom, je pensais du moins que, quand elle parlerait, sa causerie, profonde, mystérieuse, aurait une étrangeté de tapisserie médiévale, de vitrail gothique. Mais pour que je n′eusse pas été déçu par les paroles que j′entendrais prononcer à une personne qui s′appelait Mme de Guermantes, même si je ne l′eusse pas aimée, il n′eût pas suffi que les paroles fussent fines, belles et profondes, il eût fallu qu′elles reflétassent cette couleur amarante de la dernière syllabe de son nom, cette couleur que je m′étais dès le premier jour étonné de ne pas trouver dans sa personne et que j′avais fait se réfugier dans sa pensée. Sans doute j′avais déjà entendu Mme de Villeparisis, Saint–Loup, des gens dont l′intelligence n′avait rien d′extraordinaire prononcer sans précaution ce nom de Guermantes, simplement comme étant celui d′une personne qui allait venir en visite ou avec qui on devait dîner, en n′ayant pas l′air de sentir, dans ce nom, des aspects de bois jaunissants et tout un mystérieux coin de province. Mais ce devait être une affectation de leur part comme quand les poètes classiques ne nous avertissent pas des intentions profondes qu′ils ont cependant eues, affectation que moi aussi je m′efforçais d′imiter en disant sur le ton le plus naturel: la duchesse de Guermantes, comme un nom qui eût ressemblé à d′autres. Du reste tout le monde assurait que c′était une femme très intelligente, d′une conversation spirituelle, vivant dans une petite coterie des plus intéressantes: paroles qui se faisaient complices de mon rêve. Car quand ils disaient coterie intelligente, conversation spirituelle, ce n′est nullement l′intelligence telle que je la connaissais que j′imaginais, fût-ce celle des plus grands esprits, ce n′était nullement de gens comme Bergotte que je composais cette coterie. Non, par intelligence, j′entendais une faculté ineffable, dorée, imprégnée d′une fraîcheur sylvestre. Même en tenant les propos les plus intelligents (dans le sens où je prenais le mot «intelligent» quand il s′agissait d′un philosophe ou d′un critique), Mme de Guermantes aurait peut-être déçu plus encore mon attente d′une faculté si particulière, que si, dans une conversation insignifiante, elle s′était contentée de parler de recettes de cuisine ou de mobilier de château, de citer des noms de voisines ou de parents à elle, qui m′eussent évoqué sa vie. Si en el salón de la señora de Villeparisis, lo mismo que en la iglesia de Combray, en la boda de la señorita de Percepied, me costaba trabajo encontrar en el hermoso rostro, demasiado humano, de la señora de Guermantes la incógnita de su nombre, pensaba por lo menos que cuando hablaba, su charla, profunda, misteriosa, tendría una extraña calidad de tapicería medieval, de vidriera gótica. Mas para que no me hubiera sentido defraudado por las palabras que oyese pronunciar a una persona que se llamaba señora de Guermantes, aun cuando yo no la hubiese querido, tampoco hubiera bastado con que sus frases fueran agudas, hermosas y profundas; hubiera sido preciso que reflejasen el color amaranto de la última sílaba de su nombre, aquel color que desde el primer día me había chocado no encontrar en su persona y que había hecho refugiarse en su pensamiento. Naturalmente que ya había oído a la señora de Villeparisis, a Saint-Loup, a gentes cuya inteligencia no tenía nada de extraordinario, pronunciar sin preocupación alguna ese nombre de Guermantes, sencillamente como si fuese una persona que iba a venir de visita o con la cual hubiese uno de almorzar, sin que parecieran percibir en ese nombre aspectos de bosques amarillentos y todo un misterioso rincón de provincias. Pero eso debía de ser una afectación suya, como cuando los poetas clásicos no nos advierten respecto a las profundas intenciones que sin embargo han tenido; afectación que también yo me esforzaba en imitar diciendo en el tono más natural «la duquesa de Guermantes», como un nombre que se hubiera parecido a cualesquiera otros. Por lo demás, todo el mundo aseguraba de ella que era una mujer muy inteligente, de una conversación ingeniosa, que vivía en un reducido círculo de los más interesantes; palabras que se hacían cómplices de mi ensueño. Porque cuando decían círculo inteligente, conversación ingeniosa, lo que yo me imaginaba no era de ningún modo la inteligencia tal como ya la conocía, aunque fuese la de los más grandes ingenios; de ningún modo se componía de gente como Bergotte ese círculo. No; lo que yo entendía por inteligencia era una facultad inefable, dorada, impregnada de un frescor silvestre. Aun pronunciando las frases más inteligentes (en el sentido en que tomaba yo la palabra inteligente cuando se trataba de un filósofo o de un crítico), la señora de Guermantes habría defraudado acaso mi espera de una facultad tan particular, todavía más que si en una conversación insignificante se hubiera contentado con hablar de recetas de cocina o del mobiliario de un castillo con citar nombres de vecinas o de parientes suyos que me hubiesen evocado su vida.
— Je croyais trouver Basin ici, il comptait venir vous voir, dit Mme de Guermantes à sa tante. —Creí que encontraría aquí a Basin, pensaba venir a verla a usted —dijo la señora de Guermantes a su tía.
— Je ne l′ai pas vu, ton mari, depuis plusieurs jours, répondit d′un ton susceptible et fâché Mme de Villeparisis. Je ne l′ai pas vu, ou enfin peut-être une fois, depuis cette charmante plaisanterie de se faire annoncer comme la reine de Suède. —Hace varios días que no he visto a tu marido —respondió en tono susceptible y molesto la señora, de Villeparisis—. No lo he visto o a lo sumo una vez, acaso, desde la encantadora broma de hacerse anunciar como la reina de Suecia.
Pour sourire Mme de Guermantes pinça le coin de ses lèvres comme si elle avait mordu sa voilette. La señora de Guermantes, para sonreír, plegó las comisuras de los labios como si, hubiera mordido su velillo.
— Nous avons dîné avec elle hier chez Blanche Leroi, vous ne la reconnaîtriez pas, elle est devenue énorme, je suis sûre qu′elle est malade. —Hemos almorzado ayer con ella en casa de Blanca Leroi; no la conocería usted, pues se ha puesto enorme; estoy segura de que está enferma.
— Je disais justement à ces messieurs que tu lui trouvais l′air d′une grenouille. —Precisamente estaba diciéndoles a estos señores que tú le encontrabas parecido con una rana.
Mme de Guermantes fit entendre une espèce de bruit rauque qui signifiait qu′elle ricanait par acquit de conscience. La señora de Guermantes, para sonreír, plegó las comisuras de significaba que se reía zumbonamente, por cumplido.
— Je ne savais pas que j′avais fait cette jolie comparaison, mais, dans ce cas, maintenant c′est la grenouille qui a réussi à devenir aussi grosse que le boeuf. Ou plutôt ce n′est pas tout à fait cela, parce que toute sa grosseur s′est amoncelée sur le ventre, c′est plutôt une grenouille dans une position intéressante. —No sabía que hubiese hecho yo esa linda comparación; pero en ese casa ahora es la rana que ha conseguido ponerse tan abultada como el buey. O mejor dicho, no es precisamente eso, porque toda la gordura se le ha amontonado en el vientre; es más bien una rana en estado interesante.
— Ah! je trouve ton image drôle, dit Mme de Villeparisis qui était au fond assez fière, pour ses visiteurs, de l′esprit de sa nièce. —¡Ah!, la comparación tiene muchísima gracia —dijo la señora de Villeparisis, que en el fondo se sentía bastante orgullosa ante sus visitantes del ingenio de su sobrina.
— Elle est surtout arbitraire, répondit Mme de Guermantes en détachant ironiquement cette épithète choisie, comme eût fait Swann, car j′avoue n′avoir jamais vu de grenouille en couches. En tout cas cette grenouille, qui d′ailleurs ne demande pas de roi, car je ne l′ai jamais vue plus folâtre que depuis la mort de son époux, doit venir dîner à la maison un jour de la semaine prochaine. J′ai dit que je vous préviendrais à tout hasard. —Sobre todo es arbitraria —respondió la señora de Guermantes, recalcando irónicamente este epíteto selecto, como hubiera hecho Swann—, porque confieso que nunca he visto una rana de parto. En todo caso, esa rana, que por lo demás no clama por rey, ya que nunca la he visto más desatada que desde la muerte de su esposo, ha de ir a almorzar a casa un día de la semana que viene. He dicho que le avisaría a usted de todas formas.
Mme de Villeparisis fit entendre une sorte de grommellement indistinct. La señora de Villeparisis dejó oír una especie de murmullo indistinto.
— Je sais qu′elle a dîné avant-hier chez Mme de Mecklembourg, ajouta-t-elle. Il y avait Hannibal de Bréauté. Il est venu me le raconter, assez drôlement je dois dire. —Ya sé que ha almorzado anteayer en casa de la señora de Mecklembourg —añadió—. Estaba allí Aníbal de Bréauté. Ha venido a contármelo con bastante gracia, debo confesarlo.
— Il y avait à ce dîner quelqu′un de bien plus spirituel encore que Babal, dit Mme de Guermantes, qui, si intime qu′elle fût avec M. de Bréauté-Consalvi, tenait à le montrer en l′appelant par ce diminutif. C′est M. Bergotte. —Había en ese almuerzo alguien más ingenioso aún que Babal —dijo la señora de Guermantes, que, con ser tan íntima del señor de Bréauté-Consalvi, trataba de demostrarlo llamándolo por el diminutivo—. Es el señor Bergotte.
Je n′avais pas songé que Bergotte pût être considéré comme spirituel; de plus il m′apparaissait comme mêlé à l′humanité intelligente, c′est-à-dire infiniment distant de ce royaume mystérieux que j′avais aperçu sous les toiles de pourpre d′une baignoire et où M. de Bréauté, faisant rire la duchesse, tenait avec elle, dans la langue des Dieux, cette chose inimaginable: une conversation entre gens du faubourg Saint–Germain. Je fus navré de voir l′équilibre se rompre et Bergotte passer par-dessus M. de Bréauté. Mais, surtout, je fus désespéré d′avoir évité Bergotte le soir de Phèdre, de ne pas être allé à lui, en entendant Mme de Guermantes dire à Mme de Villeparisis: Yo no había pensado que Bergotte pudiera ser considerado como ingenioso; además se me aparecía como mezclado a la humanidad inteligente, es decir, infinitamente distante del reino misterioso que yo había divisado bajo las colgaduras de púrpura de una platea, y en el que el señor de Bréauté, haciendo reír a la duquesa, sostenía con ella en la lengua de los Dioses esta cosa inimaginable una conversación entre gente del barrio de Saint- Germain. Quedé consternado al ver que el equilibrio se rompía y que Bergotte pasaba por encima del señor de Bréauté. Pero lo que sobre todo me sumió en la desesperación fue el haber evitado a Bergotte la tarde de Fedra, no haber ido a su encuentro, cuando oí a la señora de Guermantes decir a la de Villeparisis:
— C′est la seule personne que j′aie envie de connaître, ajouta la duchesse en qui on pouvait toujours, comme au moment d′une marée spirituelle, voir le flux d′une curiosité à l′égard des intellectuels célèbres croiser en route le reflux du snobisme aristocratique. Cela me ferait un plaisir! —Es la única persona a quien tengo ganas de conocer — añadió la duquesa, en quien podía siempre como en el momento de una marea espiritual verse el flujo de una curiosidad respecto de los intelectuales célebres cruzándose en el camino con el reflujo del snobismo aristocrático—. ¡Cómo me gustaría!
La présence de Bergotte à côté de moi, présence qu′il m′eût été si facile d′obtenir, mais que j′aurais crue capable de donner une mauvaise idée de moi à Mme de Guermantes, eût sans doute eu au contraire pour résultat qu′elle m′eût fait signe de venir dans sa baignoire et m′eût demandé d′amener un jour déjeuner le grand écrivain. La presencia de Bergotte a mi lado, presencia que me hubiera sido tan fácil conseguir, pero que yo hubiera creído que podía dar mala idea de mí a la señora de Guermantes, hubiese tenido sin duda como resultado, por el contrario, que la duquesa me hubiera hecho seña para que fuese a su platea y me pidiese que le llevara a almorzar un día al gran escritor.
— Il paraît qu′il n′a pas été très aimable, on l′a présenté à M. de Cobourg et il ne lui a pas dit un mot, ajouta Mme de Guermantes, en signalant ce trait curieux comme elle aurait raconté qu′un Chinois se serait mouché avec du papier. Il ne lui a pas dit une fois «Monseigneur», ajouta-t-elle, d′un air amusé par ce détail aussi important pour elle que le refus par un protestant, au cours d′une audience du pape, de se mettre à genoux devant Sa Sainteté. —Parece que no ha estado muy amable; se lo han presentado al señor de Coburgo y no le ha dicho una palabra —agregó la señora de Guermantes señalando este rasgo curioso como hubiera contado qué un chino se sonaba las narices con un papel—. Ni una sola vez lo llamó «monseñor» —añadió aparentemente divertida por este detalle tan importante para ella como la negativa de un protestante, en el curso dé una audiencia con el Papa, al hincarse de rodillas ante Su Santidad.
Intéressée par ces particularités de Bergotte, elle n′avait d′ailleurs pas l′air de les trouver blâmables, et paraissait plutôt lui en faire un mérite sans qu′elle sût elle-même exactement de quel genre. Malgré cette façon étrange de comprendre l′originalité de Bergotte, il m′arriva plus tard de ne pas trouver tout à fait négligeable que Mme de Guermantes, au grand étonnement de beaucoup, trouvât Bergotte plus spirituel que M. de Bréauté. Ces jugements subversifs, isolés et, malgré tout, justes, sont ainsi portés dans le monde par de rares personnes supérieures aux autres. Et ils y dessinent les premiers linéaments de la hiérarchie des valeurs telle que l′établira la génération suivante au lieu de s′en tenir éternellement à l′ancienne. Interesada por estas particularidades de Bergotte, no parecía, por lo demás, que las hallase censurables, y más bien se dijera que las consideraba en él como un mérito, sin que ella misma supiera exactamente de qué género. No obstante esta extraña manera de comprender la originalidad de Bergotte, me ocurrió más tarde descubrir que no era completamente de desdeñar el que la señora de Guermantes, con gran extrañeza de muchos, hallase a Bergotte más ingenioso que al señor de Bréauté. Estos juicios subversivos, aislados, y sin embargo justísimos, son formulados así en el gran mundo por algunas raras personas superiores a las demás. Y en ellos dibujan los primeros trazos de la jerarquía de los valores tal cómo habrá de establecerla la generación siguiente en lugar de atenerse eternamente a la antigua.
Le comte d′Argencourt, chargé d′affaires de Belgique et petit-cousin par alliance de Mme de Villeparisis, entra en boitant, suivi bientôt de deux jeunes gens, le baron de Guermantes et S.A. le duc de Châtellerault, à qui Mme de Guermantes dit: «Bonjour, mon petit Châtellerault», d′un air distrait et sans bouger de son pouf, car elle était une grande amie de la mère du jeune duc, lequel avait, à cause de cela et depuis son enfance, un extrême respect pour elle. Grands, minces, la peau et les cheveux dorés, tout à fait de type Guermantes, ces deux jeunes gens avaient l′air d′une condensation de la lumière printanière et vespérale qui inondait le grand salon. Suivant une habitude qui était à la mode à ce moment-là, ils posèrent leurs hauts de forme par terre, près d′eux. L′historien de la Fronde pensa qu′ils étaient gênés comme un paysan entrant à la mairie et ne sachant que faire de son chapeau. Croyant devoir venir charitablement en aide à la gaucherie et à la timidité qu′il leur supposait: El conde de Argencourt, encargado de Negocios de Bélgica, y primo en tercer grado, por afinidad, de la señora de Villeparisis, entró cojeando, seguido poco después por dos jóvenes, el barón de Guermantes y S. A. el duque de Châtellerault, al cual dijo la señora de Guermantes: «¡Hola, Châtellerault chico!», con expresión distraída y sin moverse de su taburete, porque era grande amiga de la madre del joven duque, el cual, debido a esto y desde su infancia, tenía un extremado respeto para ella. Altos, cenceños, con la piel y el cabello dorados, completamente del tipo Guermantes, los dos jóvenes parecían una condensación de la luz primaveral y vesperal que inunda el vasto salón. Siguiendo una costumbre que estaba de moda por aquel entonces, dejaron sus sombreros de copa en el suelo, cerca de sí. El historiador de la Fronda pensó que debían de estar molestos como un aldeano que entra en la alcaldía y no sabe qué hacer con el sombrero. Creyendo que debía acudir caritativamente en auxilio de la torpeza, y la timidez que les suponía
— Non, non, leur dit-il, ne les posez pas par terre, vous allez les abîmer. —No, no —les dijo—; no los dejen ustedes en el suelo, van ustedes a aplastarlos.
Un regard du baron de Guermantes, en rendant oblique le plan de ses prunelles, y roula tout à coup une couleur d′un bleu cru et tranchant qui glaça le bienveillant historien. Una mirada del barón de Guermantes, poniendo oblicuo el plano de sus pupilas, hizo pasar por éstas de pronto un color de un azul duro y cortante que dejó helado al bondadoso historiador.
— Comment s′appelle ce monsieur, me demanda le baron, qui venait de m′être présenté par Mme de Villeparisis? —¿Cómo se llama ese caballero? —me preguntó el barón, que acababa de serme presentado por la señora de Villeparisis.
— M. Pierre, répondis-je à mi-voix. —El señor Pierre —respondí a media voz.
— Pierre de quoi? —¿Pierre... qué"
— Pierre, c′est son nom, c′est un historien de grande valeur. —Pierre es su apellido, es un historiador de gran valía.
— Ah! . . . vous m′en direz tant. —¡Ah, si lo dice usted!
— Non, c′est une nouvelle habitude qu′ont ces messieurs de poser leurs chapeaux à terre, expliqua Mme de Villeparisis, je suis comme vous, je ne m′y habitue pas. Mais j′aime mieux cela que mon neveu Robert qui laisse toujours le sien dans l′antichambre. Je lui dis, quand je le vois entrer ainsi, qu′il a l′air de l′horloger et je lui demande s′il vient remonter les pendules. —No, es una costumbre nueva que tienen estos señores de dejar los sombreros en el suelo —explicó la señora de Villeparisis— ; a mí me pasa lo que a usted, que no acabo de hacerme a ella. Pero prefiero esa a lo que hace mi sobrino Roberto, que siempre deja el sombrero en la antesala. Le digo cuando lo veo entrar así que parece el relojero, y le pregunto si viene a dar cuerda a los relojes.
— Vous parliez tout à l′heure, madame la marquise, du chapeau de M. Molé, nous allons bientôt arriver à faire, comme Aristote, un chapitre des chapeaux, dit l′historien de la Fronde, un peu rassuré par l′intervention de Mme de Villeparisis, mais pourtant d′une voix encore si faible que, sauf moi, personne ne l′entendit. —Hace un momento hablaba usted, señora marquesa, del sombrero del señor Molé; no tardaremos en llegar a hacer lo que Aristóteles en el capítulo de los sombreros—, dijo el historiador de la Fronda, algo más tranquilo gracias a la intervención de la señora de Villeparisis; pero así y todo, con una voz tan débil aún, que salvo yo no lo oyó nadie.
— Elle est vraiment étonnante la petite duchesse, dit M. d′Argencourt en montrant Mme de Guermantes qui causait avec G . . . Dès qu′il y a un homme en vue dans un salon, il est toujours à côté d′elle. Évidemment cela ne peut être que le grand pontife qui se trouve là. Cela ne peut pas être tous les jours M. de Borelli, Schlumberger ou d′Avenel. Mais alors ce sera M. Pierre Loti ou Edmond Rostand. Hier soir, chez les Doudeauville, où, entre parenthèses, elle était splendide sous son diadème d′émeraudes, dans une grande robe rose à queue, elle avait d′un côté d′elle M. Deschanel, de l′autre l′ambassadeur d′Allemagne: elle leur tenait tête sur la Chine; le gros public, à distance respectueuse, et qui n′entendait pas ce qu′ils disaient, se demandait s′il n′y allait pas y avoir la guerre. Vraiment on aurait dit une reine qui tenait le cercle. —La verdad es que es pasmosa la duquesita —dijo el señor de Argencourt, señalando a la señora de Guermantes, que hablaba con G...—. En el momento en que hay en un salón algún hombre que esté de moda, se lo encuentra siempre al lado de ella. Evidentemente, no puede ser nadie más que el sumo pontífice el que esté con ella. No pueden ser todos los días Borelli, Schlumberger o d′Avenel. Pero entonces serán Pierre Loti o Edmond Rostand. Ayer tarde, en casa de los Doudeauville, donde, entre paréntesis, estaba espléndida con su diadema de esmeraldas, con un magnífico traje rosa de cola, tenía a un lado al señor Deschanel, al otro al embajador de Alemania; se las tenía tiesas a propósito de la China; el gran público, que estaba a una distancia respetuosa y no oía lo que se decían, se preguntaba si no iba a estallar una guerra. La verdad es que parecía una reina que sostenía un asedio.
Chacun s′était rapproché de Mme de Villeparisis pour la voir peindre. Todos se habían acercado a la señora de Villeparisis para verla pintar.
— Ces fleurs sont d′un rose vraiment céleste, dit Legrandin, je veux dire couleur de ciel rose. Car il y a un rose ciel comme il y a un bleu ciel. Mais, murmura-t-il pour tâcher de n′être entendu que de la marquise, je crois que je penche encore pour le soyeux, pour l′incarnat vivant de la copie que vous en faites. Ah! vous laissez bien loin derrière vous Pisanello et Van Huysun, leur herbier minutieux et mort. —Esas flores son de un rosa verdaderamente celeste —decía Legrandin—; quiero decir, color de cielo rosa. Porque hay un rosa celeste como hay un azul celeste. Pero — murmuró, tratando de que sólo lo oyese la marquesa— creo que aún me inclino más a lo sedoso, al encarnado vivo de la copia que hace usted de ellas. ¡Oh!, deja usted muy atrás a Pisanello ya Van Huysun, ysu herbario minucioso y muerto.
Un artiste, si modeste qu′il soit, accepte toujours d′être préféré à ses rivaux et tâche seulement de leur rendre justice. Un artista, por modesto que sea, acepta siempre verse preferido a sus rivales y se limita a tratar de hacerles justicia.
— Ce qui vous fait cet effet-là, c′est qu′ils peignaient des fleurs de ce temps-là que nous ne connaissons plus, mais ils avaient une bien grande science. —Lo que a usted le produce ese efecto es que ellos pintaban flores de aquel tiempo, que ya no conocemos, pero tenían una gran maestría.
— Ah! des fleurs de ce temps-là, comme c′est ingénieux, s′écria Legrandin. —¡Ah! ¡Flores de aquel tiempo! ¡Qué ingenioso! —exclamó Legrandin.
— Vous peignez en effet de belles fleurs de cerisier . . . ou de roses de mai, dit l′historien de la Fronde non sans hésitation quant à la fleur, mais avec de l′assurance dans la voix, car il commençait à oublier l′incident des chapeaux. —Pinta usted, en efecto, flores de cerezo... o rosas de mayo muy hermosas —dijo el historiador de la Fronda, no sin alguna vacilación— en cuanto a la flor, pero con aplomo en la voz, porque empezaba a olvidar el incidente de los sombreros.
— Non, ce sont des fleurs de pommier, dit la duchesse de Guermantes en s′adressant à sa tante. —No, son flores de manzano —dijo la duquesa de Guermantes dirigiéndose a su tía.
— Ah! je vois que tu es une bonne campagnarde; comme moi, tu sais distinguer les fleurs. —¡Ah!, ya veo que eres buena campesina; sabes distinguir las flores lo mismo que yo.
— Ah! oui, c′est vrai! mais je croyais que la saison des pommiers était déjà passée, dit au hasard l′historien de la Fronde pour s′excuser. —¡Ah, sí!¡¡Es verdad! Pero creía que había pasado ya el tiempo de los manzanos — dijo al buen tuntún el historiador de la Fronda, para disculparse.
— Mais non, au contraire, ils ne sont pas en fleurs, ils ne le seront pas avant une quinzaine, peut-être trois semaines, dit l′archiviste qui, gérant un peu les propriétés de Mme de Villeparisis, était plus au courant des choses de la campagne. —No, al contrario, aún no han echado flor; no estarán en flor hasta dentro de quince días, de tres semanas acaso —dijo el archivero, que, como administraba hasta cierto punto las propiedades de la señora de Villeparisis, estaba más al corriente de las cosas del campo.
— Oui, et encore dans les environs de Paris où ils sont très en avance. En Normandie, par exemple, chez son père, dit-elle en désignant le duc de Châtellerault, qui a de magnifiques pommiers au bord de la mer, comme sur un paravent japonais, ils ne sont vraiment roses qu′après le 20 mai. —Sí, y aun eso, en los alrededores de París, donde están muy adelantados. En Normandía, por ejemplo, en casa del padre de éste —dijo señalando al duque de Châtellerault—, que tiene unos pomares magníficos a orillas del mar, como en un biombo japonés, no se ponen realmente de color rosa hasta después del 20 de mayo.
— Je ne les vois jamais, dit le jeune duc, parce que ça me donne la fièvre des foins, c′est épatant. —Yo no los veo nunca —dijo el joven duque—, porque me dan la fiebre del heno. ¡Mire usted que es grande eso! .
— La fièvre des foins, je n′ai jamais entendu parler de cela, dit l′historien. —La fiebre del heno... Nunca he oído hablar de ella —dijo el historiador.
— C′est la maladie à la mode, dit l′archiviste. —Es la enfermedad de moda —dijo el archivero.
—Ça dépend, cela ne vous donnerait peut-être rien si c′est une année où il y a des pommes. Vous savez le mot du Normand. Pour une année où il y a des pommes . . . dit M. d′Argencourt, qui n′étant pas tout à fait français, cherchait à se donner l′air parisien. —Eso, según; quizá no le diese a usted si fuese un año en que hubiera manzanas. Ya sabe usted el dicho del normando: «¡Para un año que hay manzanas...!» —dijo el señor de Argencourt, que, sin ser francés del todo, trataba de dárselas de parisiense.
— Tu as raison, répondit à sa nièce Mme de Villeparisis, ce sont des pommiers du Midi. C′est une fleuriste qui m′a envoyé ces branches-là en me demandant de les accepter. Cela vous étonne, monsieur Vallenères, dit-elle en se tournant vers l′archiviste, qu′une fleuriste m′envoie des branches de pommier? Mais j′ai beau être une vieille dame, je connais du monde, j′ai quelques amis, ajouta-t-elle en souriant par simplicité, crut-on généralement, plutôt, me sembla-t-il, parce qu′elle trouvait du piquant à tirer vanité de l′amitié d′une fleuriste quand on avait d′aussi grandes relations. —Tienes razón —respondió a su sobrina la señora de Villeparisis—, son flores de manzano del Mediodía. Una florista me ha mandado estas ramas, rogándome que las aceptase. Le chocará a usted, señor Valmère —dijo volviéndose al archivero—, que una florista me mande ramas de manzano. Pero, a pesar de ser una vieja, conozco gente, tengo algunos amigos —añadió sonriendo por sencillez, según creyó la mayor parte de los presentes, o más bien, a lo que me pareció, porque encontraba divertido envanecerse de la amistad de una florista cuando se tenían relaciones tan encopetadas.
Bloch se leva pour venir à son tour admirer les fleurs que peignait Mme de Villeparisis. Bloch se levantó para ir a admirar a su vez las flores que pintaba la señora de Villeparisis.
— N′importe, marquise, dit l′historien regagnant sa chaise, quand même reviendrait une de ces révolutions qui ont si souvent ensanglanté l′histoire de France — et, mon Dieu, par les temps où nous vivons on ne peut savoir, ajouta-t-il en jetant un regard circulaire et circonspect comme pour voir s′il ne se trouvait aucun «mal pensant» dans le salon, encore qu′il n′en doutât pas — avec un talent pareil et vos cinq langues, vous seriez toujours sûre de vous tirer d′affaire. L′historien de la Fronde goûtait quelque repos, car il avait oublié ses insomnies. Mais il se rappela soudain qu′il n′avait pas dormi depuis six jours, alors une dure fatigue, née de son esprit, s′empara de ses jambes, lui fit courber les épaules, et son visage désolé pendait, pareil à celui d′un vieillard. —Así como así, marquesa —dijo el historiador volviendo a su asiento—, aun cuando volviese una de esas revoluciones que tan a menudo han ensangrentado la historia de Francia, y en estos tiempos en que vivimos, ¡Dios mío!, no puede uno saber... —añadió lanzando una mirada circular y circunspecta como para ver si había alguno «de la cáscara amarga» en el salón, aunque no lo esperase con un talento como ése y con sus cinco lenguas, siempre estaría usted segura de salir adelante. El historiador de la Fronda paladeaba cierto descanso, porque se había olvidado de sus insomnios. Pero de pronto recordó que hacía seis días que no había dormido, y entonces una ruda fatiga, nacida de su mente, se apoderó de sus piernas, le hizo encorvar la espalda, y su rostro desolado colgaba semejante al de un viejo.
Bloch voulut faire un geste pour exprimer son admiration, mais d′un coup de coude il renversa le vase où était la branche et toute l′eau se répandit sur le tapis. Bloch quiso hacer un ademán para expresar su admiración, pero de un codazo tiró el vaso en que estaba la rama, y toda el agua se vertió sobre el tapiz.
— Vous avez vraiment des doigts de fée, dit à la marquise l′historien qui, me tournant le dos à ce moment-là, ne s′était pas aperçu de la maladresse de Bloch. —Tiene usted verdaderamente dedos de hada —dijo a la marquesa el historiador, que, como estaba vuelto de espaldas a mí en aquel momento, no se había dado cuenta de la torpeza de Bloch.
Mais celui-ci crut que ces mots s′appliquaient à lui, et pour cacher sous une insolence la honte de sa gaucherie: Pero éste creyó que la frase se aplicaba a él, y para ocultar bajo una insolencia la vergüenza de su desmaño:
— Cela ne présente aucune importance, dit-il, car je ne suis pas mouillé. —No tiene ninguna importancia —dijo—, porque no me he mojado.
Mme de Villeparisis sonna et un valet de pied vint essuyer le tapis et ramasser les morceaux de verre. Elle invita les deux jeunes gens à sa matinée ainsi que la duchesse de Guermantes à qui elle recommanda: La señora de Villeparisis llamó, y un lacayo vino a secar el tapiz y a recoger los pedazos de cristal. La señora invitó a su matinée a los dos jóvenes, así como ala duquesa de Guermantes, a la que advirtió:
— Pense à dire à Gisèle et à Berthe (les duchesses d′Auberjon et de Portefin) d′être là un peu avant deux heures pour m′aider, comme elle aurait dit à des maîtres d′hôtel extras d′arriver d′avance pour faire les compotiers. —No te olvides de decirles a Gisela y a Berta (las duquesas de Auberjon y de Portefin) que estén aquí un poco antes de las dos para ayudarme —como hubiera dicho a unos maestresalas contratados para la fiesta que viniesen antes de la hora para preparar las compoteras.
Elle n′avait avec ses parents princiers, pas plus qu′avec M. de Norpois, aucune de ces amabilités qu′elle avait avec l′historien, avec Cottard, avec Bloch, avec moi, et ils semblaient n′avoir pour elle d′autre intérêt que de les offrir en pâture à notre curiosité. C′est qu′elle savait qu′elle n′avait pas à se gêner avec des gens pour qui elle n′était pas une femme plus ou moins brillante, mais la soeur susceptible, et ménagée, de leur père ou de leur oncle. Il ne lui eût servi à rien de chercher à briller vis-à-vis d′eux, à qui cela ne pouvait donner le change sur le fort ou le faible de sa situation, et qui mieux que personne connaissaient son histoire et respectaient la race illustre dont elle était issue. Mais surtout ils n′étaient plus pour elle qu′un résidu mort qui ne fructifierait plus; ils ne lui feraient pas connaître leurs nouveaux amis, partager leurs plaisirs. Elle ne pouvait obtenir que leur présence ou la possibilité de parler d′eux à sa réception de cinq heures, comme plus tard dans ses Mémoires dont celle-ci n′était qu′une sorte de répétition, de première lecture à haute voix devant un petit cercle. Et la compagnie que tous ces nobles parents lui servaient à intéresser, à éblouir, à enchaîner, la compagnie des Cottard, des Bloch, des auteurs dramatiques notoires, historiens de la Fronde de tout genre, c′était dans celle-là que, pour Mme de Villeparisis —à défaut de la partie du monde élégant qui n′allait pas chez elle —étaient le mouvement, la nouveauté, les divertissements et la vie; c′étaient ces gens-là dont elle pouvait tirer des avantages sociaux (qui valaient bien qu′elle leur fît rencontrer quelquefois, sans qu′ils la connussent jamais, la duchesse de Guermantes): des dîners avec des hommes remarquables dont les travaux l′avaient intéressée, un opéra-comique ou une pantomime toute montée que l′auteur faisait représenter chez elle, des loges pour, des spectacles curieux. Bloch se leva pour partir. Il avait dit tout haut que l′incident du vase de fleurs renversé n′avait aucune importance, mais ce qu′il disait tout bas était différent, plus différent encore ce qu′il pensait: «Quand on n′a pas des domestiques assez bien stylés pour savoir placer un vase sans risquer de tremper et même de blesser les visiteurs on ne se mêle pas d′avoir de ces luxes-là», grommelait-il tout bas. Il était de ces gens susceptibles et «nerveux» qui ne peuvent supporter d′avoir commis une maladresse qu′ils ne s′avouent pourtant pas, pour qui elle gâte toute la journée. Furieux, il se sentait des idées noires, ne voulait plus retourner dans le monde. C′était le moment où un peu de distraction est nécessaire. Heureusement, dans une seconde, Mme de Villeparisis allait le retenir. Soit parce qu′elle connaissait les opinions de ses amis et le flot d′antisémitisme qui commençait à monter, soit par distraction, elle ne l′avait pas présenté aux personnes qui se trouvaient là. Lui, cependant, qui avait peu l′usage du monde, crut qu′en s′en allant il devait les saluer, par savoir-vivre, mais sans amabilité; il inclina plusieurs fois le front, enfonça son menton barbu dans son faux-col, regardant successivement chacun à travers son lorgnon, d′un air froid et mécontent. Mais Mme de Villeparisis l′arrêta; elle avait encore à lui parler du petit acte qui devait être donné chez elle, et d′autre part elle n′aurait pas voulu qu′il partît sans avoir eu la satisfaction de connaître M. de Norpois (qu′elle s′étonnait de ne pas voir entrer), et bien que cette présentation fût superflue, car Bloch était déjà résolu à persuader aux deux artistes dont il avait parlé de venir chanter à l′oeil chez la marquise, dans l′intérêt de leur gloire, à une de ces réceptions où fréquentait l′élite de l′Europe. Il avait même proposé en plus une tragédienne «aux yeux purs, belle comme Héra», qui dirait des proses lyriques avec le sens de la beauté plastique. Mais à son nom Mme de Villeparisis avait refusé, car c′était l′amie de Saint–Loup. No tenía con sus parientes principescos, como tampoco con el señor de Norpois, ninguna de las amabilidades que tenía para con el historiador, para con Cottard, para con Bloch, para conmigo, y parecía que aquellos no tuviesen para ella otro interés que el de ofrecerlos como pasto a nuestra curiosidad. Es que sabía que no tenía por qué molestarse por unas gentes para quienes no era una mujer más o menos brillante, sino la hermana susceptible, y tratada con miramientos, de su padre o de su tío. De nada le hubiera servido tratar de brillar ante ellos, a quienes no podía engañar con eso en cuanto a lo sólido o lo endeble de su situación, aparte de que conocían mejor que nadie su historia y respetaban la ilustre casta de que había nacido. Pero, sobre todo, no eran para ella más, que un residuo muerto que ya no fructificaría; no habían de hacerle conocer a sus nuevos amigos ni compartir sus placeres. Sólo podía conseguir su presencia ola posibilidad de hablar con ellos, en su recepción de las cinco, lo mismo que más tarde en sus Memorias, de que esa recepción no era sino a manera de un ensayo, de una primera lectura en alta voz ante un pequeño círculo. Y en la compañía que todos esos nobles parientes le servían para interesar, para deslumbrar, para encadenar; en la compañía de los Cottard, de los Bloch, de los autores dramáticos de nota, historiadores de la Fronda de todas clases, estaban para la señora de Villeparisis —a falta de la parte del mundo elegante que no iba a su casa— el movimiento, la novedad, las diversiones y la vida; de toda esa gente era de quien podía obtener ventajas sociales (que bien valían la pena de que les hiciese encontrarse a veces, sin que la conociesen nunca, con la duquesa de Guermantes), almuerzos con hombres notables cuyos trabajos 1e habían interesado, uña ópera cómica o una pantomima que el autor en persona dirigía, ponía y hacía representar en su casa; palcos para espectáculos curiosos, Bloch se puso en pie para marcharse. Había dicho en voz alta que el incidente del vaso con flores volcado no tenía ninguna importancia, pero lo que decía por lo bajo era diferente, y más diferente aún lo que pensaba: «Cuando no se tienen criados suficientemente bien enseñados para saber colocar un vaso sin peligro de empapar y aun herir a los visitantes, no se mete uno en estos lujos», rezongaba por lo bajo. Era uno de esos hombres susceptibles y nerviosos que no pueden soportar el haber cometido una torpeza que, sin embargo, no se confiesan a sí mismos, porque les echa a perder todo el día. Furioso, se sentía lleno de pensamientos negros, no quería volver a frecuentar más el gran mundo. Era en ese momento en que hace falta un poco de distracción. Afortunadamente, la señora de Villeparisis iba a hacerlo quedarse un segundo después. Fuera porque conociese las opiniones de sus amigos y la ola de antisemitismo que empezaba a alzarse, o bien fuera por distracción, no lo había presentado alas personas que se encontraban allí. Él, sin embargo, como tema poco mundo, creyó que al marcharse debía saludarlas, para demostrar su trato social, pero sin ninguna habilidad; inclinó varias veces la frente, hundió el barbudo mentón en el cuello postizo, mirando sucesivamente a cada uno a través de sus lentes, con expresión fría y descontenta. Pero la señora de Villeparisis lo detuvo; aún tenía que hablarle de la comedieta en un acto que había de representarse en su casa, y, por otra parte, no hubiera querido que se fuese sin haber tenido la satisfacción de conocer al señor de Norpois (al que le extrañaba no ver entrar), y aun cuando esta presentación fuese superflua, puesto que Bloch estaba ya resuelto a convencer a las dos artistas de quienes había hablado para que viniesen a cantar gratis a casa de la marquesa, en interés de su propia gloria, en una de aquellas recepciones que frecuentaba la flor y nata de Europa. Incluso había propuesto, además, una trágica «de ojos puros, bella como Hora», que declamaría unas prosas líricas con el sentido de la belleza plástica. Pero al oír su nombre, la señora de Villeparisis la había rechazado, porque era la amiga de Saint-Loup.
— J′ai de meilleures nouvelles, me dit-elle à l′oreille, je crois que cela ne bat plus que d′une aile et qu′ils ne tarderont pas à être séparés, malgré un officier qui a joué un rôle abominable dans tout cela, ajouta-t-elle. (Car la famille de Robert commençait à en vouloir à mort à M. de Borodino qui avait donné la permission pour Bruges, sur les instances du coiffeur, et l′accusait de favoriser une liaison infâme.) C′est quelqu′un de très mal, me dit Mme de Villeparisis, avec l′accent vertueux des Guermantes même les plus dépravés. De très, très mal, reprit-elle en mettant trois t à très. On sentait qu′elle ne doutait pas qu′il ne fût en tiers dans toutes les orgies. Mais comme l′amabilité était chez la marquise l′habitude dominante, son expression de sévérité froncée envers l′horrible capitaine, dont elle dit avec une emphase ironique le nom: le Prince de Borodino, en femme pour qui l′Empire ne compte pas, s′acheva en un tendre sourire à mon adresse avec un clignement d′oeil mécanique de connivence vague avec moi. —Tengo mejores noticias —me dijo al oído—; creo que eso ya no se sostiene más que con una ala y que no tardarán en estar separados, a pesar de ser un oficial que ha desempeñado un papel abominable en toda esa historia —añadió. Porque la familia de Roberto empezaba a aborrecer de muerte al señor de Borodino, que había dado la licencia para Brujas a instancias del peluquero y le acusaba de favorecer unas relaciones infames—¡Está muy mal! —me dijo la señora de Villeparisis con el acento virtuoso de los Guermantes, incluso los más depravados—. ¡Pero muy, muy mal! —repitió, poniéndole tres emes al muy—. Se veía que no dudaba que el de Borodino hiciese de tercero en todas las orgías. Pero como la amabilidad era en la marquesa el hábito predominante, su expresión de ceñuda severidad respecto del horrible capitán cayo nombre dijo con un énfasis irónico: «El príncipe de Borodino», como mujer para quien el Imperio no cuenta, acabó en una tierna sonrisa dirigida a mí con un mecánico guiño de vaga connivencia conmigo.
— J′aime beaucoup de Saint–Loup-en-Bray, dit Bloch, quoiqu′il soit un mauvais chien, parce qu′il est extrêmement bien élevé. J′aime beaucoup, pas lui, mais les personnes extrêmement bien élevées, c′est si rare, continua-t-il sans se rendre compte, parce qu′il était lui-même très mal élevé, combien ses paroles déplaisaient. Je vais vous citer une preuve que je trouve très frappante de sa parfaite éducation. Je l′ai rencontré une fois avec un jeune homme, comme il allait monter sur son char aux belles jantes, après avoir passé lui-même les courroies splendides à deux chevaux nourris d′avoine et d′orge et qu′il n′est pas besoin d′exciter avec le fouet étincelant. Il nous présenta, mais je n′entendis pas le nom du jeune homme, car on n′entend jamais le nom des personnes à qui on vous présente, ajouta-t-il en riant parce que c′était une plaisanterie de son père. De Saint–Loup-en-Bray resta simple, ne fit pas de frais exagérés pour le jeune homme, ne parut gêné en aucune façon. Or, par hasard, j′ai appris quelques jours après que le jeune homme était le fils de Sir Rufus Israël! —Le tengo mucho afecto a De Saint-Loup-en-Bray —dijo Bloch—, aunque sea un pájaro de cuenta, porque está extraordinariamente bien educado. Tengo predilección, no por él, sino por las personas extraordinariamente bien educadas. ¡Son tan raras! — continuó, sin darse cuenta, porque empezaba por ser él mismo muy mal educado, de hasta qué punto desagradaban sus palabras—. Voy a citarles a ustedes tina prueba que a mí me parece evidentísima de su perfecta educación. Una vez que lo encontré con un joven, cuando iba a subir a su carro de hermosas llantas, después de haber puesto con sus propias manos las espléndidas correas a dos caballos nutridos con avena ycebada y a los que no hace falta excitar con el centelleante látigo. Nos presentó, pero yo no entendí el nombre del joven, pues nunca se entiende el nombre de las personas que le presentan a ano —añadió riéndose, porque ésta era tina gracia de su padre—. De Saint-Loup-en-Bray no abandonó su sencillez, no alardeó exageradamente del joven, no pareció cohibido ni poco ni mucho. Y lo bueno del caso es que algunos días después me enteré, por casualidad, de que el joven era hijo de sir Rufus Israels.
La fin de cette histoire parut moins choquante que son début, car elle resta incompréhensible pour les personnes présentes. En effet, Sir Rufus Israël, qui semblait à Bloch et à son père un personnage presque royal devant lequel Saint–Loup devait trembler, était au contraire aux yeux du milieu Guermantes un étranger parvenu, toléré par le monde, et de l′amitié de qui on n′eût pas eu l′idée de s′enorgueillir, bien au contraire! El final de la historia pareció menos chocante que su comienzo, porque resultó incomprensible para los presentes. En efecto, sir Rufus Israels, que a Bloch y a su padre les parecía un personaje casi regio, ante el cual debería temblar Saint-Loup, era, por el contrario, a los ojos del círculo de los Guermantes, un extranjero advenedizo, tolerado por la buena sociedad, pero de cuya amistad no se le hubiera ocurrido a nadie enorgullecerse ni mucho menos.
— Je l′ai appris, dit Bloch, par le fondé de pouvoir de Sir Rufus Israël, lequel est un ami de mon père et un homme tout à fait extraordinaire. Ah! un individu absolument curieux, ajouta-t-il, avec cette énergie affirmative, cet accent d′enthousiasme qu′on n′apporte qu′aux convictions qu′on ne s′est pas formées soi-même. —Lo he sabido —dijo Bloch— por el apoderado de sir Rufus Israels, que es amigo de mi padre y un hombre lo que se dice extraordinario. ¡Ah!, un individuo absolutamente curioso —añadió con la energía afirmativa, con el acento de entusiasmo que sólo se ponen en aquellas convicciones que uno no se ha formado por sí mismo.
Bloch s′était montré enchanté de l′idée de connaître M. de Norpois. Bloch se había mostrado encantado ante la idea de conocer al señor de Norpois.
— Il eût aimé, disait-il, le faire parler sur l′affaire Dreyfus. Il y a là une mentalité que je connais mal et ce serait assez piquant de prendre une interview à ce diplomate considérable, dit-il d′un ton sarcastique pour ne pas avoir l′air de se juger inférieur à l′Ambassadeur. —Me hubiera gustado —decía— hacerle hablar de la cuestión Dreyfus. Hay una mentalidad en eso que no conozco bien, y no dejaría de ser sabroso hacerle una interviú a este eminente diplomático —dijo en tono sarcástico, porque no pareciera que se consideraba inferior al embajador.
— Dis-moi, reprit Bloch en me parlant tout bas, quelle fortune peut avoir Saint–Loup? Tu comprends bien que, si je te demande cela, je m′en moque comme de l′an quarante, mais c′est au point de vue balzacien, tu comprends. Et tu ne sais même pas en quoi c′est placé, s′il a des valeurs, françaises, étrangères, des terres? —Dime —continuó hablándome muy bajito—, ¿como qué capital podrá tener Saint- Loup? Ya comprenderás que, si te hago esta pregunta, la cosa me tiene tan sin cuidado como el año de la Nanita, pero es desde el punto de vista balzaciano, ¿comprendes? ¿Ni siquiera sabes en qué lo tiene puesto, si tiene valores franceses, extranjeros, tierras"
Je ne pus le renseigner en rien. Cessant de parler à mi-voix, Bloch demanda très haut la permission d′ouvrir les fenêtres et, sans attendre la réponse, se dirigea vers celles-ci. Mme de Villeparisis dit qu′il était impossible d′ouvrir, qu′elle était enrhumée. «Ah! si ça doit vous faire du mal! répondit Bloch, déçu. Mais on peut dire qu′il fait chaud!» Et se mettant à rire, il fit faire à ses regards qui tournèrent autour de l′assistance une quête qui réclamait un appui contre Mme de Villeparisis. Il ne le rencontra pas, parmi ces gens bien élevés. Ses yeux allumés, qui n′avaient pu débaucher personne, reprirent avec résignation leur sérieux; il déclara en matière de défaite: «Il fait au moins 22 degrés 25! Cela ne m′étonne pas. Je suis presque en nage. Et je n′ai pas, comme le sage Anténor, fils du fleuve Alpheios, la faculté de me tremper dans l′onde paternelle, pour étancher ma sueur, avant de me mettre dans une baignoire polie et de m′oindre d′une huile parfumée.» Et avec ce besoin qu′on a d′esquisser à l′usage des autres des théories médicales dont l′application serait favorable à notre propre bien-être: «Puisque vous croyez que c′est bon pour vous! Moi je crois tout le contraire. C′est justement ce qui vous enrhume.» No pude facilitarle: ningún informe. Dejando de hablar a media voz, Bloch pidió, en alto, permiso para abrir las ventanas y, sin aguardar respuesta, se dirigió hacia ellas. La señora de Villeparisis dijo que no era posible abrirlas, que estaba acatarrada. —¡Ah! ¡Si ha de sentarle a usted mal!...—respondió Bloch, contrariado—. Pero la verdad es que hace calor de veras. Y echándose a reír, obligó a hacer a sus miradas, que giraron en torno a la concurrencia, una colecta que reclamaba un apoyo contra la señora de Villeparisis. No lo encontró entre toda aquella gente bien educada. Sus encendidos ojos, que no habían podido sobornar a nadie, recobraron resignadamente su expresión seria; declaró, a modo de derrota —Lo menos hace 22º 25′. No me extraña. Yo estoy poco menos que sudando. Y no poseo, como el sabio Antenor, hijo del río Alfeios, la facultad de sumirme en la paterna onda, para restañar mi sudor antes de entrar en una bañera bruñida y ungirme de un óleo perfumado. —Y con esa necesidad que tenemos de esbozar para uso de las demás teorías médicas cuya aplicación sería favorable a nuestro propio bienestar—: ¡Ya que usted cree que eso es bueno para usted!... Yo creo todo lo contrario. Eso es precisamente lo que la acatarra.
Mme de Villeparisis regretta qu′il eût dit cela aussi tout haut, mais n′y attacha pas grande importance quand elle vit que l′archiviste, dont les opinions nationalistes la tenaient pour ainsi dire à la chaîne, se trouvait placé trop loin pour avoir pu entendre. Elle fut plus choquée d′entendre que Bloch, entraîné par le démon de sa mauvaise éducation qui l′avait préalablement rendu aveugle, lui demandait, en riant à la plaisanterie paternelle: «N′ai-je pas lu de lui une savante étude où il démontrait pour quelles raisons irréfutables la guerre russo-japonaise devait se terminer par la victoire des Russes et la défaite des Japonais? Et n′est-il pas un peu gâteux? Il me semble que c′est lui que j′ai vu viser son siège, avant d′aller s′y asseoir, en glissant comme sur des roulettes.» La señora de Villeparisis sintió que hubiera dicho todo esto tan alto, pero no le concedió gran importancia cuando vio que el archivero, cuyas opiniones nacionalistas la tenían, por decirlo así, en un brete, se encontraba demasiado lejos para que hubiera podido oír nada. Más le molestó oír que Bloch, arrastrado por el demonio de su mala educación, que le había dejado ciego previamente, le preguntase, riéndose de la chuscada paterna: —¿No he leído yo un erudito estudio suyo en que demostraba por qué razones irrefutables la guerra ruso-japonesa tenía que acabar con la victoria de los rusos y la derrota de los japoneses? Además, ¿no está un poco chocho? Me parece que es él uno que he visto mirando a su silla, antes de ir a sentarse en ella, deslizándose como sobre ruedas...
— Jamais de la vie! Attendez un instant, ajouta la marquise, je ne sais pas ce qu′il peut faire. —¡Nunca! Espere usted un instante —añadió la marquesa— no sé qué puede estar haciendo.
Elle sonna et quand le domestique fut entré, comme elle ne dissimulait nullement et même aimait à montrer que son vieil ami passait la plus grande partie de son temps chez elle: Llamó, y cuando entró el criado, como no disimulaba ni poco ni mucho e incluso le gustaba hacer ver que su antiguo amigo se pasaba la mayor parte del tiempo en casa de ella
— Allez donc dire à M. de Norpois de venir, il est en train de classer des papiers dans mon bureau, il a dit qu′il viendrait dans vingt minutes et voilà une heure trois quarts que je l′attends. Il vous parlera de l′affaire Dreyfus, de tout ce que vous voudrez, dit-elle d′un ton boudeur à Bloch, il n′approuve pas beaucoup ce qui se passe. —Vaya usted a decir al señor de Norpois que venga; está clasificando unos papeles en mi despacho; dijo que tardaría veinte minutos en venir, yhace ya una hora ytres cuartos que lo espero. Le hablará a usted del asunto Dreyfus, de todo lo que usted quiera — dijo en tono de enfado a Bloch—; no está muy de acuerdo con lo que está pasando.
Car M. de Norpois était mal avec le ministère actuel et Mme de Villeparisis, bien qu′il ne se fût pas permis de lui amener des personnes du gouvernement (elle gardait tout de même sa hauteur de dame de la grande aristocratie et restait en dehors et au-dessus des relations qu′il était obligé de cultiver), était tenue par lui au courant de ce qui se passait. De même ces nommes politiques du régime n′auraient pas osé demander à M. de Norpois de les présenter à Mme de Villeparisis. Mais plusieurs étaient aller le chercher chez elle à la campagne, quand ils avaient eu besoin de son concours dans des circonstances graves. On savait l′adresse. On allait au château. On ne voyait pas la châtelaine. Mais au dîner elle disait: «Monsieur, je sais qu′on est venu vous déranger. Les affaires vont-elles mieux?» Porque el señor de Norpois estaba a mal con el ministerio actual, y la señora de Villeparisis, aunque su amigo no se hubiera permitido llevar personas del gobierno a casa de ella (de todas maneras conservaba su altivez de dama de la aristocracia más encopetada ypermanecía aparte ypor encima de las relaciones que él se veía obligado á cultivar), estaba de todas formas al corriente; por mediación suya, de cuanto pasaba Tampoco los políticos del régimen se hubieran atrevido a pedir al señor de Norpois que les presentase a la señora de Villeparisis. Pero algunos de ellos habían ido a buscarlo a casa de ésta, en el campo, cuando habían tenido necesidad de su concurso en circunstancias graves. Sabían la dirección. Iban al castillo. No conocían a la castellana Pero ésta, a la hora del almuerzo, decía: —Sé que han venido a molestarlo a usted. ¿Van mejor las cosas"
— Vous n′êtes pas trop pressé? demanda Mme de Villeparisis à Bloch? —¿Tiene usted mucha prisa? —preguntó la señora de Villeparisis a Bloch.
— Non, non, je voulais partir parce que je ne suis pas très bien, il est même question que je fasse une cure à Vichy pour ma vésicule biliaire, dit-il en articulant ces mots avec une ironie satanique. —No, no; quería marcharme porque no estoy muy bien; es más, andamos a ver si voy a tomar, aguas a Vichy para reponerme de la vesícula biliar —dijo, articulando estas palabras con una ironía satánica.
— Tiens, mais justement mon petit-neveu Châtellerault doit y aller, vous devriez arranger cela ensemble. Est-ce qu′il est encore là? Il est gentil, vous savez, dit Mme de Villeparisis de bonne foi peut-être, et pensant que des gens qu′elle connaissait tous deux n′avaient aucune raison de ne pas se lier. —¡Hombre! Pues precisamente mi sobrino Châtellerault tiene que ir allí; debían ustedes arreglar las cosas de modo que fuesen juntos. ¿Está todavía ahí? Es muy amable, ¿sabe usted? —dijo la señora de Villeparisis, acaso de buena fe y pensando que dos personas a las que ella conocía no tenían ninguna razón para no trabar amistad entre sí.
— Oh! je ne sais si ça lui plairait, je ne le connais . . . qu′à peine, il est là-bas plus loin, dit Bloch confus et ravi. —¡Oh!, no sé si a él le haría gracia; no lo conozco... casi; ahí está, más allá —dijo Bloch, confuso y encantado.
Le maître d′hôtel n′avait pas dû exécuter d′une façon complète la commission dont il venait d′être chargé pour M. de Norpois. Car celui-ci, pour faire croire qu′il arrivait du dehors et n′avait pas encore vu la maîtresse de la maison, prit au hasard un chapeau dans l′antichambre et vint baiser cérémonieusement la main de Mme de Villeparisis, en lui demandant de ses nouvelles avec le même intérêt qu′on manifeste après une longue absence. Il ignorait que la marquise de Villeparisis avait préalablement ôté toute vraisemblance à cette comédie, à laquelle elle coupa court d′ailleurs en emmenant M. de Norpois et Bloch dans un salon voisin. Bloch, qui avait vu toutes les amabilités qu′on faisait à celui qu′il ne savait pas encore être M. de Norpois, et les saluts compassés, gracieux et profonds par lesquels l′Ambassadeur y répondait, Bloch se sentait inférieur à tout ce cérémonial et, vexé de penser qu′il ne s′adresserait jamais à lui, m′avait dit pour avoir l′air à l′aise: «Qu′est-ce que cette espèce d′imbécile?» Peut-être du reste toutes les salutations de M. de Norpois choquant ce qu′il y avait de meilleur en Bloch, la franchise plus directe d′un milieu moderne, est-ce en partie sincèrement qu′il les trouvait ridicules. En tout cas elles cessèrent de le lui paraître et même l′enchantèrent dès la seconde où ce fut lui, Bloch, qui se trouva en être l′objet. El maestresala no había debido de cumplir del todo el encargo que acaban de darle para el señor de Norpois, porque éste, para hacer creer que llegaba de fuera y que aún no había visto a la señora de la casa, cogió su sombrero, al azar, en la antesala, y vino a besar ceremoniosamente la mano de la señora de Villeparisis, preguntándole cómo se encontraba, con el mismo interés que se manifiesta tras una larga ausencia. Ignoraba que la marquesa de Villeparisis había quitado de antemano toda verosimilitud a aquella comedia, a la que, por lo demás, puso fin llevándose al señor de Norpois y a Bloch a un salón vecino. Bloch, que había visto todos los cumplidos que los demás dirigían al que aún no sabía que fuese el señor de Norpois, así como los saludos acompasados, graciosos y profundos con que el embajador respondía a aquellos, se sentía inferior a, todo aquel ceremonial, y, molesto al pensar que jamás se dirigía a él, me había dicho, por alardear de desenvoltura: «¿Quién es ese pedazo de imbécil?» Quizá, por lo demás, como todos los saludos del señor de Norpois herían lo mejor que había en Bloch —la franqueza más directa de un ambiente moderno—, los encontraba en parte sinceramente ridículos. Como quiera que fuese, dejaron de parecerle tales, e incluso le encantaron desde el instante en que fue él mismo, Bloch, quien se encontró convertido en objeto de ellos.
— Monsieur l′Ambassadeur, dit Mme de Villeparisis, je voudrais vous faire connaître Monsieur. Monsieur Bloch, Monsieur le marquis de Norpois. Elle tenait, malgré la façon dont elle rudoyait M. de Norpois, à lui dire: «Monsieur l′Ambassadeur» par savoir-vivre, par considération exagérée du rang d′ambassadeur, considération que le marquis lui avait inculquée, et enfin pour appliquer ces manières moins familières, plus cérémonieuses à l′égard d′un certain homme, lesquelles dans le salon d′une femme distinguée, tranchant avec la liberté dont elle use avec ses autres habitués, désignent aussitôt son amant. —Señor embajador —dijo la señora de Villeparisis—, quisiera presentarle a usted a este caballero. El señor Bloch, el señor marqués de Norpois. A pesar de la manera que tenía de tratar al señor de Norpois con aspereza, mostraba particular empeño en llamarlo «señor embajador», por urbanidad, por exagerada consideración al rango de embajador, consideración que le había inculcado el marqués, y, en fin, por aplicar esas maneras menos familiares, más ceremoniosas para con un determinado hombre, que, en el salón de una mujer distinguida, al contrastar con la libertad de que ésta usa con sus demás asiduos, indican inmediatamente a su amante.
M. de Norpois noya son regard bleu dans sa barbe blanche, abaissa profondément sa haute taille comme s′il l′inclinait devant tout ce que lui représentait de notoire et d′imposant le nom de Bloch, murmura «je suis enchanté», tandis que son jeune interlocuteur, ému mais trouvant que le célèbre diplomate allait trop loin, rectifia avec empressement et dit: «Mais pas du tout, au contraire, c′est moi qui suis enchanté!» Mais cette cérémonie, que M. de Norpois par amitié pour Mme de Villeparisis renouvelait avec chaque inconnu que sa vieille amie lui présentait, ne parut pas à celle-ci une politesse suffisante pour Bloch à qui elle dit: El señor de Norpois ahogó su mirada azul en su barba blanca, dobló profundamente su elevada estatura como si se inclinase ante todo lo que de notorio e imponente representaba para él el nombre de Bloch, y murmuró: «¡Encantado!», mientras su joven interlocutor, lisonjeado, pero juzgando que el célebre diplomático iba demasiado lejos, rectificó presuroso y dijo: «¡Nada de eso! ¡Al contrario, el que está encantado soy yo!» Pero esta ceremonia que el señor de Norpois, por amistad a la señora de Villeparisis, renovaba con cada desconocido que su antigua amiga le presentaba, aún no le pareció a ésta suficiente cortesía para con Bloch, al que dijo:
— Mais demandez-lui tout ce que vous voulez savoir, emmenez-le à côté si cela est plus commode; il sera enchanté de causer avec vous. Je crois que vous vouliez lui parler de l′affaire Dreyfus, ajouta-t-elle sans plus se préoccuper si cela faisait plaisir à M. de Norpois qu′elle n′eût pensé à demander leur agrément au portrait de la duchesse de Montmorency avant de le faire éclairer pour l′historien, ou au thé avant d′en offrir une tasse. —¡Pero pregúntele usted todo lo que desea saber! Lléveselo ahí al lado, si le resulta más cómodo; le encantará charlar con usted; me parece que quería usted hablar de la cuestión Dreyfus —añadió, sin preocuparse de si le haría gracia o no al señor de Norpois, ni más ni menos que no se le hubiera ocurrido solicitar su venia al retrato de la duquesa de Montmorency antes de hacer que lo alumbrasen para que lo viese el historiador, o consultar el parecer del té antes de servir una taza de él.
— Parlez-lui fort, dit-elle à Bloch, il est un peu sourd, mais il vous dira tout ce que vous voudrez, il a très bien connu Bismarck, Cavour. N′est-pas, Monsieur, dit-elle avec force, vous avez bien connu Bismarck? —Háblele usted alto —le dijo a Bloch—, es un poco sordo; pero le dirá todo lo que usted desee saber; ha conocido muy bien a Bismarek, a Cavour. ¿No es verdad —dijo con fuerza— que ha conocido usted mucho a Bismarck"
— Avez-vous quelque chose sur le chantier? me demanda M. de Norpois avec un signe d′intelligence en me serrant la main cordialement. J′en profitai pour le débarrasser obligeamment du chapeau qu′il avait cru devoir apporter en signe de cérémonie, car je venais de m′apercevoir que c′était le mien qu′il avait pris par hasard. «Vous m′aviez montré une oeuvrette un peu tarabiscotée où vous coupiez les cheveux en quatre. Je vous ai donné franchement mon avis; ce que vous aviez fait ne valait pas la peine que vous le couchiez sur le papier. Nous préparez-vous quelque chose? Vous êtes très féru de Bergotte, si je me souviens bien. — Ah! ne dites pas de mal de Bergotte, s′écria la duchesse. — Je ne conteste pas son talent de peintre, nul ne s′en aviserait, duchesse. Il sait graver au burin ou à l′eau-forte, sinon brosser, comme M. Cherbuliez, une grande composition. Mais il me semble que notre temps fait une confusion de genres et que le propre du romancier est plutôt de nouer une intrigue et d′élever les coeurs que de fignoler à la pointe sèche un frontispice ou un cul-de-lampe. Je verrai votre père dimanche chez ce brave A.J., ajouta-t-il en se tournant vers moi. —¿Tiene usted alguna cosa en preparación? —me preguntó él señor de Norpois, haciéndome una seña de inteligencia mientras me estrechaba la mano cordialmente. Me aproveché de ello para descargarle cortésmente del sombrero, que había creído que debía traer consigo en señal de ceremonia, porque acababa de darme cuenta de que era el mío el que había cogido, por casualidad—. Me había enseñado usted una obrilla un tanto taraceada, en que se dedicaba a cortar pelos en cuatro. Le di francamente mi opinión; lo que había hecho usted no valía la pena de que lo trasladase al papel. ¿Prepara usted algo" Le tiene a usted muy sorbido el seso Bergotte, si mal no recuerdo. —¡Ah, no hable usted mal de Bergotte! —exclamó la duquesa—. No discuto su talento de pintor; a nadie se le ocurriría semejante cosa, duquesa. Sabe grabar con el buril o a la aguafuerte, ya que no pintar a brochazos, como Cherbuliez, una vasta composición. Pero me parece que nuestro tiempo incurre en una confusión de géneros, yque lo que es propio del novelista es urdir una intriga ylevantar los corazones más bien que esmerarse en dibujar a la punta seca un frontispicio o una viñeta. Tengo que ver a su padre el domingo, en casa del bueno de A. J. —añadió, volviéndose sacia mí.
J′espérai un instant, en le voyant parler à Mme de Guermantes, qu′il me prêterait peut-être pour aller chez elle l′aide qu′il m′avait refusée pour aller chez M. Swann. «Une autre de mes grandes admirations, lui dis-je, c′est Elstir. Il paraît que la duchesse de Guermantes en a de merveilleux, notamment cette admirable botte de radis que j′ai aperçue à l′Exposition et que j′aimerais tant revoir; quel chef-d′oeuvre que ce tableau!» Et en effet, si j′avais été un homme en vue, et qu′on m′eût demandé le morceau de peinture que je préférais, j′aurais cité cette botte de radis. Por un instante esperé, al verlo hablar con la señora de Guermantes, que acaso me prestase para ir a casa de ésta la ayuda que me había negado para, ir a la del señor Swann. —Otra de mis grandes admiraciones —le dije— es Elstir. Parece ser que la duquesa de Guermantes tiene algunos cuadros suyos maravillosos, especialmente el admirable manojo de rábanos que vi de pasada en la Exposición y que tanto me gustaría volver a ver; ¡qué obra maestra es ese cuadro! Y, en efecto, de haber sido yo un hombre destacado y si me hubieran preguntado qué obra pictórica prefería, habría citado aquel manojo de rábanos.
— Un chef-d′oeuvre? s′écria M. de Norpois avec un air d′étonnement et de blâme. Ce n′a même pas la prétention d′être un tableau, mais une simple esquisse (il avait raison). Si vous appelez chef-d′oeuvre cette vive pochade, que direz-vous de la «Vierge» d′Hébert ou de Dagnan–Bouveret? —¿Una obra maestra? —exclamó el señor de Norpois con expresión de extrañeza y de censura—. Ni siquiera tiene la pretensión de ser un cuadro, sino un simple boceto (tenía razón). Si lo llama usted obra maestra a ese esbozo, ¿qué deja usted para la Viirggen de Hébert o de Dagnan-Bouveret"
— J′ai entendu que vous refusiez l′amie de Robert, dit Mme de Guermantes à sa tante après que Bloch eût pris à part l′Ambassadeur, je crois que vous n′avez rien à regretter, vous savez que c′est une horreur, elle n′a pas l′ombre de talent, et en plus elle est grotesque. —Ya he oído que rechazaba usted a la amiga de Roberto — dijo la señora de Guermantes a su tía después que Bloch se hubo llevado aparte al embajador—; creo que nada tiene que lamentar con ello, ya sabe usted que es una calamidad, no tiene ni chispa de talento, y encima es grotesca.
— Mais comment la connaissez-vous, duchesse? dit M. d′Argencourt. —Pero, ¿cómo la conoce usted, duquesa? —dijo el señor de Argencourt.
— Mais comment, vous ne savez pas qu′elle a joué chez moi avant tout le monde? je n′en suis pas plus fière pour cela, dit en riant Mme de Guermantes, heureuse pourtant, puisqu′on parlait de cette actrice, de faire savoir qu′elle avait eu la primeur de ses ridicules. Allons, je n′ai plus qu′à partir, ajouta-t-elle sans bouger. —¡Pero, cómo! ¿No sabe usted que ha representado en mi casa antes que en ningún otro sitio? No por ello estoy más orgullosa —dijo, riéndose, la señora de Guermantes, feliz, sin embargo, ya que se hablaba de aquella actriz, de hacer saber que había sido ella quien había gozado las primicias de sus ridiculeces—. Bueno, ya no me queda más que marcharme —añadió, sin moverse.
Elle venait de voir entrer son mari, et par les mots qu′elle prononçait, faisait allusion au comique d′avoir l′air de faire ensemble une visite de noces, nullement aux rapports souvent difficiles qui existaient entre elle et cet énorme gaillard vieillissant, mais qui menait toujours une vie de jeune homme. Promenant sur le grand nombre de personnes qui entouraient la table à thé les regards affables, malicieux et un peu éblouis par les rayons du soleil couchant, de ses petites prunelles rondes et exactement logées dans l′oeil comme les «mouches» que savait viser et atteindre si parfaitement l′excellent tireur qu′il était, le duc s′avançait avec une lenteur émerveillée et prudente comme si, intimidé par une si brillante assemblée, il eût craint de marcher sur les robes et de déranger les conversations. Un sourire permanent de bon roi d′Yvetot légèrement pompette, une main à demi dépliée flottant, comme l′aileron d′un requin, à côté de sa poitrine, et qu′il laissait presser indistinctement par ses vieux amis et par les inconnus qu′on lui présentait, lui permettaient, sans avoir à faire un seul geste ni à interrompre sa tournée débonnaire, fainéante et royale, de satisfaire à l′empressement de tous, en murmurant seulement: «Bonsoir, mon bon», «bonsoir mon cher ami», «charmé monsieur Bloch», «bonsoir Argencourt», et près de moi, qui fus le plus favorisé quand il eut entendu mon nom: «Bonsoir, mon petit voisin, comment va votre père? Quel brave homme!» Il ne fit de grandes démonstrations que pour Mme de Villeparisis, qui lui dit bonjour d′un signe de tête en sortant une main de son petit tablier. Acababa de ver entrar a su marido, y con las palabras que pronunciaba hacía alusión a lo cómico que resultaba que pareciesen hacer al mismo tiempo una visita de bodas, y no en modo alguna a las relaciones frecuentemente difíciles que existían entre ella y aquel enorme mocetón que se iba volviendo viejo, pero que seguía haciendo siempre la vida de joven. Paseando sobre el gran número de personas que rodeaban la mesa de té las miradas afables, maliciosas y ligeramente deslumbradas por los rayos del sol poniente, de sus pequeñas pupilas redondas y exactamente incrustadas en el ojo como las dianas a que sabía apuntar y dar tan perfectamente, como excelente tirador que era, el duque avanzaba con una lentitud asombrada y prudente cual si, intimidado por una reunión tan brillante, hubiera tenido miedo de pisar los trajes e interrumpir las conversaciones. Una sonrisa permanente de buen rey de Yvetot ligeramente chispo, una mano semiextendida, flotando, como la aleta de un tiburón, a la altura del pecho, y que dejaba estrechar indistintamente por sus viejos amigos y por los desconocidos que le presentaban, le permitían, sin que tuviera que hacer un solo gesto ni interrumpir su trayectoria, apacible, apática y regia, satisfacer la solicitud de todos, murmurando solamente: «Hola, buenas tardes; buenas, mi querido amigo; encantado, señor Bloch; buenas tardes, Argencourt», y al llegar a mí, que fui el más favorecido, cuando hubo oído mi nombre: «Buenas tardes, vecinillo, ¿cómo está su padre? ¡Hombre excelente!» Sólo hizo grandes demostraciones ante la señora de Villeparisis, que lo saludó con un movimiento de cabeza, sacando una mano de su delantalillo.
Formidablement riche dans un monde où on l′est de moins en moins, ayant assimilé à sa personne, d′une façon permanente, la notion de cette énorme fortune, en lui la vanité du grand seigneur était doublée de celle de l′homme d′argent, l′éducation raffinée du premier arrivant tout juste à contenir la suffisance du second. On comprenait d′ailleurs que ses succès de femmes, qui faisaient le malheur de la sienne, ne fussent pas dus qu′à son nom et à sa fortune, car il était encore d′une grande beauté, avec, dans le profil, la pureté, la décision de contour de quelque dieu grec. Formidablemente rico en un mundo en que la gente lo es cada vez menos, como había asimilado a su persona por modo permanente la noción de esa enorme fortuna, la vanidad del gran señor, en él, estaba redoblada por la del hombre acaudalado, consiguiendo a duras penas la educación refinada del primero refrenar la suficiencia del segundo. Por lo demás, se comprendía que sus éxitos con las mujeres, que eran la desgracia de la suya, no se debieran exclusivamente a su nombre y a su fortuna, ya que todavía resultaba de una gran hermosura con aquel perfil que tenía la pureza, la decisión de contorno de un dios griego.
— Vraiment, elle a joué chez vous? demanda M. d′Argencourt à la duchesse. —Pero ¿de veras ha representado en casa, de usted? —preguntó el señor d′Argencourt a la duquesa.
— Mais voyons, elle est venue réciter, avec un bouquet de lis dans la main et d′autres lis «su» sa robe. (Mme de Guermantes mettait, comme Mme de Villeparisis, de l′affectation à prononcer certains mots d′une façon très paysanne, quoiqu′elle ne roulât nullement les r comme faisait sa tante.) —Verá usted, fue a casa a recitar con un ramo de lirios en la mano y lirios en el vestido (la señora de Guermantes ponía, como la de Villeparisis, cierta afectación en pronunciar determinadas palabras de una manera muy aldeana, aunque no arrastrase las rr, como hacía su tía.
Avant que M. de Norpois, contraint et forcé, n′emmenât Bloch dans la petite baie où ils pourraient causer ensemble, je revins un instant vers le vieux diplomate et lui glissai un mot d′un fauteuil académique pour mon père. Il voulut d′abord remettre la conversation à plus tard. Mais j′objectai que j′allais partir pour Balbec. «Comment! vous allez de nouveau à Balbec? Mais vous êtes un véritable globe-trotter!» Puis il m′écouta. Au nom de Leroy–Beaulieu, M. de Norpois me regarda d′un air soupçonneux. Je me figurai qu′il avait peut-être tenu à M. Leroy–Beaulieu des propos désobligeants pour mon père, et qu′il craignait que l′économiste ne les lui eût répétés. Aussitôt, il parut animé d′une véritable affection pour mon père. Et après un de ces ralentissements du débit où tout d′un coup une parole éclate, comme malgré celui qui parle, et chez qui l′irrésistible conviction emporte les efforts bégayants qu′il faisait pour se taire: «Non, non, me dit-il avec émotion, il ne faut pas que votre père se présente. Il ne le faut pas dans son intérêt, pour lui-même, par respect pour sa valeur qui est grande et qu′il compromettrait dans une pareille aventure. Il vaut mieux que cela. Fût-il nommé, il aurait tout à perdre et rien à gagner. Dieu merci, il n′est pas orateur. Et c′est la seule chose qui compte auprès de mes chers collègues, quand même ce qu′on dit ne serait que turlutaines. Votre père a un but important dans la vie; il doit y marcher droit, sans se laisser détourner à battre les buissons, fût-ce les buissons, d′ailleurs plus épineux que fleuris, du jardin d′Academus. D′ailleurs il ne réunirait que quelques voix. L′Académie aime à faire faire un stage au postulant avant de l′admettre dans son giron. Actuellement, il n′y a rien à faire. Plus tard je ne dis pas. Mais il faut que ce soit la Compagnie elle-même qui vienne le chercher. Elle pratique avec plus de fétichisme que de bonheur le «Farà da se» de nos voisins d′au delà des Alpes. Leroy–Beaulieu m′a parlé de tout cela d′une manière qui ne m′a pas plu. Il m′a du reste semblé à vue de nez avoir partie liée avec votre père. Je lui ai peut-être fait sentir un peu vivement qu′habitué à s′occuper de cotons et de métaux, il méconnaissait le rôle des impondérables, comme disait Bismarck. Ce qu′il faut éviter avant tout, c′est que votre père se présente: Principiis obsta. Ses amis se trouveraient dans une position délicate s′il les mettait en présence du fait accompli. Tenez, dit-il brusquement d′un air de franchise, en fixant ses yeux bleus sur moi, je vais vous dire une chose qui va vous étonner de ma part à moi qui aime tant votre père. Eh bien, justement parce que je l′aime, justement (nous sommes les deux inséparables, Arcades ambo) parce que je sais les services qu′il peut rendre à son pays, les écueils qu′il peut lui éviter s′il reste à la barre, par affection, par haute estime, par patriotisme, je ne voterais pas pour lui. Du reste, je crois l′avoir laissé entendre. (Et je crus apercevoir dans ses yeux le profil assyrien et sévère de Leroy–Beaulieu.) Donc lui donner ma voix serait de ma part une sorte de palinodie. A plusieurs reprises, M. de Norpois traita ses collègues de fossiles. En dehors des autres raisons, tout membre d′un club ou d′une Académie aime à investir ses collègues du genre de caractère le plus contraire au sien, moins pour l′utilité de pouvoir dire: «Ah! si cela ne dépendait que de moi!» que pour la satisfaction de présenter le titre qu′il a obtenu comme plus difficile et plus flatteur. «Je vous dirai, conclut-il, que, dans votre intérêt à tous, j′aime mieux pour votre père une élection triomphale dans dix ou quinze ans.» Paroles qui furent jugées par moi comme dictées, sinon par la jalousie, au moins par un manque absolu de serviabilité et qui se trouvèrent recevoir plus tard, de l′événement même, un sens différent. Antes de que el señor de Norpois, cohibido y forzado, se llevase a Bloch al hueco de la ventana donde podrían charlar juntos, volví un instante hacia el viejo diplomático y le insinué media palabra respecto al sillón académico de mi padre. Quiso dejar, primero, la conversación para más tarde. Pero le objeté que tenía que irme a Balbec. «¡Cómo! ¿Se va usted otra vez a Balbec? ¡Pero es usted un verdadero globe-trotter!» Después me escuchó. Al oír el nombre de Leroy-Beaulieu, el señor de Norpois me miró con expresión recelosa. Me figuré que acaso hubiese dicho a Leroy-Beaulieu algo molesto para mi padre, y temía que el economista hubiera repetido sus palabras. Inmediatamente pareció animado de verdadero cariño respecto de mi padre. Y tras una de esas pausas de la conversación en que de repente estalla una palabra como a pesar del que habla, en quien lo irresistible de la convicción se impone a los esfuerzos balbuceantes que hacía por callarse: «No, no —me dijo con emoción—, su padre de usted no debe presentarse. No debe hacerlo por su propio interés, por él mismo, por respeto a su valor, que es grande y que comprometería en una aventura como ésa. Vale él más que todo eso. Aunque resultase elegido, tendría macho que perder y nada que ganar. Él, a Dios gracias, no es orador. Y eso es lo típico que tiene importancia para mis queridos colegas, aunque lo que se diga no sean más que tonterías. Su padre de usted tiene un fin importante en la vida; debe ir derecho a él, sin dejarse distraer en recorrer los matorrales, aun atando sean los matorrales, por otra parte más espinosos que floridos, del jardín de Academos. Por lo demás, sólo conseguiría unos cuantos votos, pocos. A la Academia le gusta obligar a hacer antesala al postulante antes de admitirlo en su seno. Por hoy no hay manera de hacer nada. Más adelante, no digo que no. Pero es preciso que sea la misma Compañía quien vaya a buscarlo. La Academia practica con más fetichismo que acierto el Fedra da se de nuestros vecinos de allende los Alpes. Leroy-Beaulieu me ha hablado de todo eso en tina forma que no me ha gustado nada. Me ha parecido, por lo demás, que está a partir un piñón con su padre de usted. Quizá le he hecho sentir con demasiada viveza que, acostumbrado a ocuparse de colonos y de metales, desconocía el papel de los imponderables, como decía Bismarck. Lo que ante todo hay que evitar es que su padre de usted se presente: Principis obstat. Sus amigos se encontrarían en una situación delicada si les pusiera en presencia del hecho consumado». «Mire usted —dijo bruscamente con expresión de franqueza, clavando en mí sus ojos azules—, voy a decirle una cosa que ha de extrañarle en mí, que tanto quiero a su padre. Y es que, precisamente porque lo quiero; precisamente (somos los dos inseparables Arcades ambo) porque sé los servicios que puede prestar a su país los escollos que puedo evitarle si sigue en el timón; por afecto, por elevada estimación, por patriotismo, no votaré a favor suyo. Por lo demás, creo habérselo dado a entender. (Y me pareció ver asomar a sus ojos el perfil asirio y severo de Leroy- Beaulieu). Por consiguiente, concederle mi voto sería, por mi parte, algo así como una palinodia.» El señor de Norpois trató reiteradamente de fósiles a sus colegas Prescindiendo de otras razones, todo miembro de un club o de una Academia gusta de investir a sus colegas del género de carácter más contrario al suyo, no tanto por la utilidad de poder decir: «¡Ah, si no dependiese más que de mí...!», cuanto por la satisfacción de presentar el título que ha conseguido para sí como más difícil v halagüeño. «Debo decirle a usted —concluyó— que, en interés de todos ustedes, prefiero para su padre una elección triunfal de aquí a diez o quince años.» Palabras que yo juzgué como dictadas, si no por la envidia, al menos por una falta absoluta de servicialidad y que resultó que más tarde recibieron de los hechos mismos un sentido diferente.
— Vous n′avez pas l′intention d′entretenir l′Institut du prix du pain pendant la Fronde? demanda timidement l′historien de la Fronde à M. de Norpois. Vous pourriez trouver là un succès considérable (ce qui voulait dire me faire une réclame monstre), ajouta-t-il en souriant à l′Ambassadeur avec une pusillanimité mais aussi une tendresse qui lui fit lever les paupières et découvrir ses yeux, grands comme un ciel. Il me semblait avoir vu ce regard, pourtant je ne connaissais que d′aujourd′hui l′historien. Tout d′un coup je me rappelai: ce même regard, je l′avais vu dans les yeux d′un médecin brésilien qui prétendait guérir les étouffements du genre de ceux que j′avais par d′absurdes inhalations d′essences de plantes. Comme, pour qu′il prît plus soin de moi, je lui avais dit que je connaissais le professeur Cottard, il m′avait répondu, comme dans l′intérêt de Cottard: «Voilà un traitement, si vous lui en parliez, qui lui fournirait la matière d′une retentissante communication à l′Académie de médecine!» Il n′avait osé insister mais m′avait regardé de ce même air d′interrogation timide, intéressée et suppliante que je venais d′admirer chez l′historien de la Fronde. Certes ces deux hommes ne se connaissaient pas et ne se ressemblaient guère, mais les lois psychologiques ont comme les lois physiques une certaine généralité. Et les conditions nécessaires sont les mêmes, un même regard éclaire des animaux humains différents, comme un même ciel matinal des lieux de la terre situés bien loin l′un de l′autre et qui ne se sont jamais vus. Je n′entendis pas la réponse de l′Ambassadeur, car tout le monde, avec un peu de brouhaha, s′était approché de Mme de Villeparisis pour la voir peindre. —¿No piensa usted hablar en el Instituto del precio del pan durante la Fronda" preguntó tímidamente el historiador de la Fronda al señor de Norpois—. Podría encontrar usted en ello un éxito considerable (lo cual quería decir un reclamo monstruoso) —añadió, sonriendo al embajador con una pusilanimidad, pero también con una ternura que le hizo alzar los párpados y descubrir los ojos, grandes como un cielo. Me parecía haber visto aquella mirada, y, sin embargo, sólo de hoy conocía al historiador. De pronto recordé que esa misma mirada la había visto yo en los ojos de un médico brasileño que pretendía curar los ahogos como los que yo padecía con absurdas inhalaciones de esencias de plantas. Como, porque se tomase más cuidado de mí, le había dicho yo que conocía al profesor Cottard, me había respondido, como si fuera en interés de Cottard: «Pues ahí tiene usted un tratamiento que si le hablase usted de él le daría tenia para una comunicación resonante a la Academia de Medicina». No se había atrevido a insistir, pero me había mirado con la misma expresión de interrogación tímida, interesada y suplicante que acababa yo de admirar en el historiador. Verdad es que los dos hombres no se conocían y que apenas se asemejaban, pero las leyes psicológicas poseen, como las leyes físicas, cierta generalidad. Y las condiciones necesarias son las mismas, una misma mirada ilumina a animales humanos diferentes, como un mismo cielo matinal alumbra lugares de la tierra situados muy lejos uno de otro y que jamás se han visto entre sí. No oí la respuesta del embajador, porque todo el mundo, con un poco de barullo, se había acercado a la señora de Villeparisis para verla pintar.
— Vous savez de qui nous parlons, Basin? dit la duchesse à son mari. —¿Sabe usted de quién estamos hablando, Basin? —dijo la duquesa a su marido.
— Naturellement je devine, dit le duc. —Naturalmente, lo adivino —contestó el duque.
— Ah! ce n′est pas ce que nous appelons une comédienne de la grande lignée. —¡Ah! No es precisamente una comediante de pura cepa.
— Jamais, reprit Mme de Guermantes s′adressant à M. d′Argencourt, vous n′avez imaginé quelque chose de plus risible. —¡De ningún modo! —continuó la señora de Guermantes dirigiéndose al señor de Argencourt—. No puede usted haberse imaginado nunca nada más risible.
— C′était même drolatique, interrompit M. de Guermantes dont le bizarre vocabulaire permettait à la fois aux gens du monde de dire qu′il n′était pas un sot et aux gens de lettres de le trouver le pire des imbéciles. —Era drolática, inclusive —interrumpió el señor de Guermantes, cuyo extraño vocabulario permitía a un tiempo mismo ala gente, de mundo decir de él que no era ningún tonto y ala gente de letras tenerlo por el peor de los imbéciles.
— Je ne peux pas comprendre, reprit la duchesse, comment Robert a jamais pu l′aimer. Oh! je sais bien qu′il ne faut jamais discuter ces choses-là, ajouta-t-elle avec une jolie moue de philosophe et de sentimentale désenchantée. Je sais que n′importe qui peut aimer n′importe quoi. Et, ajouta-t-elle — car si elle se moquait encore de la littérature nouvelle, celle-ci, peut-être par la vulgarisation des journaux ou à travers certaines conversations, s′était un peu infiltrée en elle — c′est même ce qu′il y a de beau dans l′amour, parce que c′est justement ce qui le rend «mystérieux». —No puedo comprender —prosiguió la duquesa— cómo ha podido quererla nunca Roberto. ¡Oh! bien sé que nunca se deben discutir esas cosas —añadió con un gracioso mohín de filósofa y de sentimental desencantada—. Sé que cualquier hombre puede enamorarse de una cualquier cosa. Y —añadió— porque si se burlaba todavía de la literatura nueva, ésta, quizá gracias a la vulgarización de los periódicos o a través de ciertas conversaciones, se había infiltrado un tanto en ella. Precisamente es eso lo que tiene de hermoso el amor, porque es precisamente lo que lo hace misterioso.
— Mystérieux! Ah! j′avoue que c′est un peu fort pour moi, ma cousine, dit le comte d′Argencourt. ¡Misterioso! ¡Ah! Confieso que eso es un poco fuerte para mí, prima —dijo el conde de Argencourt.
— Mais si, c′est très mystérieux, l′amour, reprit la duchesse avec un doux sourire de femme du monde aimable, mais aussi avec l′intransigeante conviction d′une wagnérienne qui affirme à un homme du cercle qu′il n′y a pas que du bruit dans la Walkyrie. Du reste, au fond, on ne sait pas pourquoi une personne en aime une autre; ce n′est peut-être pas du tout pour ce que nous croyons, ajouta-t-elle en souriant, repoussant ainsi tout d′un coup par son interprétation l′idée qu′elle venait d′émettre. Du reste, au fond on ne sait jamais rien, conclut-elle d′un air sceptique et fatigué. Aussi, voyez-vous, c′est plus «intelligent»; il ne faut jamais discuter le choix des amants. —Pues sí, el amor es muy misterioso —contestó la duquesa con una dulce sonrisa de mujer de mundo amable, pero también con la intransigente convicción de una wagneriana que afirma a un hombre de su círculo que no sólo hay meros ruidos en la Walkyria—. Por lo demás, en el fondo, no se sabe por qué una persona quiere a otra; quizá no sea ni poco ni mucho por lo que nos figuramos —añadió sonriendo, rechazando así de golpe y porrazo, con su interpretación, la idea que acababa de emitir—. Por otra parte, en el fondo nunca se sabe nada —concluyó con expresión escéptica y fatigada—. Por tanto, ya ve usted, es más inteligente: no hay que discutir nunca la elección de los amantes.
Mais après avoir posé ce principe, elle y manqua immédiatement en critiquant le choix de Saint–Loup. Pero después de haber sentido este principio faltó inmediatamente a él criticando la elección de Saint-Loup.
— Voyez-vous, tout de même, je trouve étonnant qu′on puisse trouver de la séduction à une personne ridicule. —De todas maneras, mire usted: por mi parte, encuentro asombroso que pueda encontrarse ninguna seducción en una persona ridícula.
Bloch entendant que nous parlions de Saint–Loup, et comprenant qu′il était à Paris, se mit à en dire un mal si épouvantable que tout le monde en fut révolté. Il commençait à avoir des haines, et on sentait que pour les assouvir il ne reculerait devant rien. Ayant posé en principe qu′il avait une haute valeur morale, et que l′espèce de gens qui fréquentait la Boulie (cercle sportif qui lui semblait élégant) méritait le bagne, tous les coups qu′il pouvait leur porter lui semblaient méritoires. Il alla une fois jusqu′à parler d′un procès qu′il voulait intenter à un de ses amis de la Boulie. Au cours de ce procès, il comptait déposer d′une façon mensongère et dont l′inculpé ne pourrait pas cependant prouver la fausseté. De cette façon, Bloch, qui ne mit du reste pas à exécution son projet, pensait le désespérer et l′affoler davantage. Quel mal y avait-il à cela, puisque celui qu′il voulait frapper ainsi était un homme qui ne pensait qu′au chic, un homme de la Boulie, et que contre de telles gens toutes les armes sont permises, surtout à un Saint, comme lui, Bloch? + Bloch, al oír que hablábamos de Saint-Loup y comprendiendo que éste se hallaba en París, empezó a decir a cuenta ole él una calumnia tan espantosa que sublevó a todo el mundo. Empezaba a tener odios, y se veía que no retrocedía ante nada con tal de saciarlos. Como había sentado por principio, respecto de sí mismo, que poseía un alto valor moral yque la calaña de gentes que frecuentaba la Boulie (círculo deportivo que a él se le antojaba elegante) merecía ir a presidio, todos los golpes que podía asestarles le parecían meritorios. En una ocasión llegó incluso a hablar del proceso que pensaba entablar contra uno de sus amigos de la Boulie. En el curso de ese proceso se proponía declarar de una manera mendaz, cuya falsedad, sin embargo, no podría demostrar el acusado. De este modo, Bloch, que por lo demás no llegó a poner en ejecución su proyectó, contaba con acabar de desesperarlo y volverlo loco. ¿Qué mal había en ello, puesto que aquel a quien quería aplastar así era un hombre que no pensaba más que en la elegancia, un hombre de la Boulie, y que cuando se trata de gente de ese jaez son lícitas todas las armas, sobre todo para un santo como era él, el propio Bloch"
— Pourtant, voyez Swann, objecta M. d′Argencourt qui, venant enfin de comprendre le sens des paroles qu′avait prononcées sa cousine, était frappé de leur justesse et cherchait dans sa mémoire l′exemple de gens ayant aimé des personnes qui à lui ne lui eussent pas plu. —Sin embargo, ahí tiene usted a Swann —objetó el señor de Argencourt, que por fin pudo comprender el sentido de las palabras que acababa de pronunciar su prima; estaba asombrado de su justeza y rebuscaba en su memoria ejemplos de gente que hubiese estado enamorada de personas que a él no le hubiesen gustado.
— Ah! Swann ce n′est pas du tout le même cas, protesta la duchesse. C′était très étonnant tout de même parce que c′était une brave idiote, mais elle n′était pas ridicule et elle a été jolie. —¡Ah! Swann no es el mismo caso, precisamente —protestó la duquesa—. Es muy extraño, de todas maneras, ya que ella es una idiota de una pieza, pero no era ridícula y ha sido bonita.
— Hou, hou, grommela Mme de Villeparisis. —¡Oh! ¡Oh! —rezongó la señora de Villeparisis.
— Ah! vous ne la trouviez pas jolie? si, elle avait des choses charmantes, de bien jolis yeux, de jolis cheveux, elle s′habillait et elle s′habille encore merveilleusement. Maintenant, je reconnais qu′elle est immonde, mais elle a été une ravissante personne. Ça ne m′a fait pas moins de chagrin que Charles l′ait épousée, parce que c′était tellement inutile. —¡Ah! ¿A usted no le parecía bonita? Pues sí, tenía algunas cosas encantadoras, unos ojos muy lindos, un pelo hermoso, se vestía y se viste aún maravillosamente. Ahora reconozco que está inmunda, pero ha sido una mujer admirable. No por eso ha dejado de darme pena que se casase con ella Carlos, ya que era completamente inútil.
La duchesse ne croyait pas dire quelque chose de remarquable, mais, comme M. d′Argencourt se mit à rire, elle répéta la phrase, soit qu′elle la trouvât drôle, ou seulement qu′elle trouvât gentil le rieur qu′elle se mit à regarder d′un air câlin, pour ajouter l′enchantement de la douceur à celui de l′esprit. Elle continua: La duquesa no creía haber dicho liada que valiese la pena de ser notado; pero como el señor de Argencourt se echó a reír, repitió la frase, fuera porque ella misma la encontrase graciosa, o simplemente porque le pareciese amable el que le reía la gracia, al cual se puso a mirar con expresión de mimo, para añadir el encanto de la dulzura al del ingenio.
— Oui, n′est-ce pas, ce n′était pas la peine, mais enfin elle n′était pas sans charme et je comprends parfaitement qu′on l′aimât, tandis que la demoiselle de Robert, je vous assure qu′elle est à mourir de rire. Je sais bien qu′on m′objectera cette vieille rengaine d′Augier: «Qu′importe le flacon pourvu qu′on ait l′ivresse!» Eh bien, Robert a peut-être l′ivresse, mais il n′a vraiment pas fait preuve de goût dans le choix du flacon! D′abord, imaginez-vous qu′elle avait la prétention que je fisse dresser un escalier au beau milieu de mon salon. C′est un rien, n′est-ce pas, et elle m′avait annoncé qu′elle resterait couchée à plat ventre sur les marches. D′ailleurs, si vous aviez entendu ce qu′elle disait! je ne connais qu′une scène, mais je ne crois pas qu′on puisse imaginer quelque chose de pareil: cela s′appelle les Sept Princesses. Continuó: —Sí, no valía la pena, ¿verdad?; pero, al fin y al cabo, ella no dejaba de tener ángel, y comprendo perfectamente que se enamoraran de ella, mientras que la señorita esa de Roberto les aseguro a ustedes que es como para morirse de risa. Bien sé que se me objetará la vieja muletilla de Augier: «¡Qué importa el frasco, con tal que se emborrache uno!» Puede que Roberto haya conseguido la borrachera, pero la verdad es que no ha dado prueba de buen gusto al escoger el frasco. En primer lugar, figúrense ustedes que la señorita esa tuvo la pretensión de que yo hiciese poner una escalera en mitad de mi salón. Ahí es nada, ¿verdad?, y me había anunciado que se estaría tendida boca abajo en los escalones. Por lo demás, si hubieran oído ustedes lo que decía; no conozco más que una escena, pero no creo que sea posible imaginarse nada por el estilo: es de una cosa que se llama Las siete princesas.
— Les Sept Princesses, oh! o o quel snobisme! s′écria M. d′Argencourt. Ah! mais attendez, je connais toute la pièce. C′est d′un de mes compatriotes. Il l′a envoyée au Roi qui n′y a rien compris et m′a demandé de lui expliquer. —Las siete princesas, ¡oh!, ¡huy!, ¡huy!, ¡qué snobismo! —exclamó el señor de Argencourt—. ¡Ah! Pero espere usted; yo conozco toda la obras Es de un compatriota mío. Se la envió al rey, que no entendió una palabra de ella y me pidió que se la explicase.
— Ce n′est pas par hasard du Sar Peladan? demanda l′historien de la Fronde avec une intention de finesse et d′actualité, mais si bas que sa question passa inaperçue. —¿No será, por casualidad, del Sar Peladan? —preguntó el historiador de la Fronda con una intención de agudeza y de actualidad, pero tan bajo que su pregunta pasó inadvertida.
— Ah! vous connaissez les Sept Princesses? répondit la duchesse à M. d′Argencourt. Tous mes compliments! Moi je n′en connais qu′une, mais cela m′a ôté la curiosité de faire la connaissance des six autres. Si elles sont toutes pareille à celle que j′ai vue! —¡Ah! ¿Conoce usted Las siete princesas? —respondió la duquesa al señor de Argencourt—. ¡Enhorabuena! Lo que es yo no conozco más que a una de ellas, pero con eso se me ha quitado la curiosidad por conocer a las otras seis. ¡Cómo sean todas parecidas a la que he visto! . . .
«Quelle buse!» pensais-je, irrité de l′accueil glacial qu′elle m′avait fait. Je trouvais une sorte d′âpre satisfaction à constater sa complète incompréhension de Maeterlinck. «C′est pour une pareille femme que tous les matins je fais tant de kilomètres, vraiment j′ai de la bonté. Maintenant c′est moi qui ne voudrais pas d′elle.» Tels étaient les mots que je me disais; ils étaient le contraire de ma pensée; c′étaient de purs mots de conversation, comme nous nous en disons dans ces moments où, trop agités pour rester seuls avec nous-même, nous éprouvons le besoin, à défaut d′autre interlocuteur, de causer avec nous, sans sincérité, comme avec un étranger. «¡Qué cernícalo!», pensé yo, irritado ante la glacial acogida que me había hecho. Hallaba algo así como una áspera satisfacción al comprobar su completa incomprensión de Maeterlinck. «¡Y por una mujer como ésta ando yo tantos kilómetros todas las mañanas! La verdad es que tengo buena pasta. Ahora soy yo el que no querría nada con ella.» Tales eran las palabras que me decía; eran lo contrario de mi pensamiento; eran puras frases de conversación, como las que nos decimos en esos momentos en que, demasiado agitados para permanecer a solas con nosotros mismos, sentimos la necesidad, a falta de otro interlocutor, de hablar con nosotros, sin sinceridad, como con un extraño.
— Je ne peux pas vous donner une idée, continua la duchesse, c′était à se tordre de rire. On ne s′en est pas fait faute, trop même, car la petite personne n′a pas aimé cela, et dans le fond Robert m′en a toujours voulu. Ce que je ne regrette pas du reste, car si cela avait bien tourné, là demoiselle serait peut-être revenue et je me demande jusqu′à quel point cela aurait charmé Marie–Aynard. —No puedo darles a ustedes una idea de aquello —continuó la duquesa—; era como para retorcerse de risa. La gente no, dejó de hacerlo, con exceso, inclusive, porque a la criatura no le hizo ninguna gracia, y Roberto, en el fondo, me la ha guardado siempre. Cosa que no siento, por lo demás, ya que si aquello llega a salir bien acaso hubiera vuelto la señorita y no sé hasta qué punto le hubiera encantado eso a María-Aynard.
On appelait ainsi dans la famille la mère de Robert, Mme de Marsantes, veuve d′Aynard de Saint–Loup, pour la distinguer de sa cousine la princesse de Guermantes–Bavière, autre Marie, au prénom de qui ses neveux, cousins et beaux-frères ajoutaient, pour éviter la confusion, soit le prénom de son mari, soit un autre de ses prénoms à elle, ce qui donnait soit Marie–Gilbert, soit Marie–Hedwige. Llamaban así en familia a la madre de Roberto, la señora de Marsante, viuda de Aynard de Saint-Loup, para distinguirla de su prima la princesa de Guermantes-Baviera, otra María, a cuyo nombre sus sobrinos, primos y cuñados añadían, para evitar la confusión, o bien el nombre del marido, o bien otro de sus propios nombres, con lo que resultaba unas veces María-Gilberto y otras María Hedwigia.
— D′abord la veille il y eut une espèce de répétition qui était une bien belle chose! poursuivit ironiquement Mme de Guermantes. Imaginez qu′elle disait une phrase, pas même, un quart de phrase, et puis elle s′arrêtait; elle ne disait plus rien, mais je n′exagère pas, pendant cinq minutes. —La víspera, en primer lugar, hubo una especie de ensayo que fue cosa preciosísima —prosiguió irónicamente la señora de Guermantes—. Figúrense ustedes que decía una frase, ni siquiera un cuarto de frase, y luego se paraba; ya no decía nada más, no exagero, en cinco minutos.
— O o o s′écria M. d′Argencourt. —¡Huy!, ¡huy!, ¡huy! —exclamó el señor de Argencourt—.
— Avec toute la politesse du monde je me suis permis d′insinuer que cela étonnerait peut-être un peu. Et elle m′a répondu textuellement: «Il faut toujours dire une chose comme si on était en train de la composer soi-même.» Si vous y réfléchissez c′est monumental, cette réponse! Con toda la cortesía del mundo, me permití insinuar que aquello quizá chocase un poco. Y me contestó textualmente: «Hay que decir siempre las cosas como si uno mismo estuviera componiendo». ¡A poco que se fijen ustedes en ella, la respuesta es monumental!
— Mais je croyais qu′elle ne disait pas mal les vers, dit un des deux jeunes gens. —Pero yo creía que no decía mal los versos —dijo uno de los dos jóvenes.
— Elle ne se doute pas de ce que c′est, répondit Mme de Guermantes. Du reste je n′ai pas eu besoin de l′entendre. Il m′a suffi de la voir arriver avec des lis! J′ai tout de suite compris qu′elle n′avait pas de talent quand j′ai vu les lis! —Ni siquiera sabe lo que es eso —respondió la señora de Guermantes—. Por lo demás, no tuve necesidad de oírla. Me bastó verla llegar con los lirios. Enseguida me di cuenta de que no tenía talento, ¡en cuanto vi los lirios!
Tout le monde rit. Todo el mundo se echó a reír.
— Ma tante, vous ne m′en avez pas voulu de ma plaisanterie de l′autre jour au sujet de la reine de Suède? je viens vous demander l′aman. —Tía, no me habrá usted guardado rencor por mi broma del otro día a cuenta de la reina de Suecia; vengo a pedirle a usted el amán.
— Non, je ne t′en veux pas; je te donne même le droit de goûter si tu as faim. —No, no te guardo rencor; te concedo derecho a merendar, inclusive, si traes hambre.
— Allons, Monsieur Vallenères, faites la jeune fille, dit Mme de Villeparisis à l′archiviste, selon une plaisanterie consacrée. —Vamos, señor Vallenères, haga usted de señorita —dijo la señora de Villeparisis al archivero, siguiendo una broma ya consagrada.
M. de Guermantes se redressa dans le fauteuil où il s′était affalé, son chapeau à côté de lui sur le tapis, examina d′un air de satisfaction les assiettes de petits fours qui lui étaient présentées. El señor de Guermantes se irguió en la butaca en que se había dejado caer, con su sombrero al lado, en la alfombra, y examinó con cara de satisfacción los platos de pastelillos que le presentaban.
— Mais volontiers, maintenant que je commence à être familiarisé avec cette noble assistance, j′accepterai un baba, ils semblent excellents. —Con mucho gusto, ahora que empiezo a estar familiarizado con este noble concurso, aceptaré un bizcocho borracho; parecen excelentes.
— Monsieur remplit à merveille son rôle de jeune fille, dit M. d′Argencourt qui, par esprit d′imitation, reprit la plaisanterie de Mme de Villeparisis. + —Este caballero desempeña a maravilla su papel de señorita de la casa —dijo el señor de Argencourt, que, por espíritu de imitación, repitió la broma de la señora de Villeparisis.
L′archiviste présenta l′assiette de petits fours à l′historien de la Fronde. El archivero presentó el plato de pastelillos al historiador de la Fronda.
— Vous vous acquittez à merveille de vos fonctions, dit celui-ci par timidité et pour tâcher de conquérir la sympathie générale. —Cumple usted a la perfección sus funciones —dijo éste por timidez y por tratar de conquistarse la simpatía general.
Aussi jeta-t-il à la dérobée un regard de connivence sur ceux qui avaient déjà fait comme lui. Así, lanzó a hurtadillas una mirada de connivencia a los que habían hecho ya lo mismo que él.
— Dites-moi, ma bonne tante, demanda M. de Guermantes à Mme de Villeparisis, qu′est-ce que ce monsieur assez bien de sa personne qui sortait comme j′entrais? Je dois le connaître parce qu′il m′a fait un grand salut, mais je ne l′ai pas remis; vous savez, je suis brouillé avec les noms, ce qui est bien désagréable, dit-il d′un air de satisfaction. —Diga usted, tiíta —preguntó el señor de Guermantes a la señora de Villeparisis—, ¿quién es ese señor bastante bien portado que salía cuando entraba yo? Debo de conocerlo, porque me ha hecho un gran saludo; pero no se lo he devuelto; ya sabe usted que estoy peleado con los apellidos, cosa que es muy desagradable —dijo en tono de satisfacción.
— M. Legrandin. —El señor Legrandin.
— Ah! mais Oriane a une cousine dont la mère, sauf erreur, est née Grandin. Je sais très bien, ce sont des Grandin de l′Éprevier. —¡Ah, pero si Oriana tiene una prima cuya madre, si no me engaño, se llamaba Grandin de soltera! Lo sé perfectamente, son unos Grandin de l′Eprevier.
— Non, répondit Mme de Villeparisis, cela n′a aucun rapport. Ceux-ci Grandin tout simplement, Grandin de rien du tout. Mais ils ne demandent qu′à l′être de tout ce que tu voudras. La soeur de celui-ci s′appelle Mme de Cambremer. —No —respondió la señora de Villeparisis—, no tienen nada que ver, listos son Grandin sencillamente, Grandin a secas. Pero no desean otra cosa que ser Grandin de todo lo que tú quieras. La hermana de éste se llama la señora de Cambremer.
— Mais voyons, Basin, vous savez bien de qui ma tante veut parler, s′écria la duchesse avec indignation, c′est le frère de cette énorme herbivore que vous avez eu l′étrange idée d′envoyer venir me voir l′autre jour. Elle est restée une heure, j′ai pensé que je deviendrais folle. Mais j′ai commencé par croire que c′était elle qui l′était en voyant entrer chez moi une personne que je ne connaissais pas et qui avait l′air d′une vache. —Pero, Basin, sabe usted perfectamente quién quiere decir mi tía —exclamó la duquesa con indignación—; ¡pero si es el hermano de ese enorme herbívoro a quien tuvo usted la extraña ocurrencia de mandar que fuese a verme el otro día! Estuvo una hora, pensé que iba a volverme loca. Pero empecé por creer que quien lo estaba era ella al ver entrar en mi casa a una persona a quien yo no conocía y que tenía toda la facha de una vaca.
—Écoutez, Oriane, elle m′avait demandé votre jour; je ne pouvais pourtant pas lui faire une grossièreté, et puis, voyons, vous exagérez, elle n′a pas l′air d′une vache, ajouta-t-il d′un air plaintif, mais non sans jeter à la dérobée un regard souriant sur l′assistance. —Mire usted, Oriana, me había preguntado qué día recibía usted; yo, al fin y alcabo, no podía hacerle un desaire, yademás, vamos, exagera usted, no parece una vaca — añadió él en tono lastimero, pero no sin lanzar a hurtadillas una mirada sonriente a la concurrencia.
Il savait que la verve de sa femme avait besoin d′être stimulée par la contradiction, la contradiction du bon sens qui proteste que, par exemple, on ne peut pas prendre une femme pour une vache (c′est ainsi que Mme de Guermantes, enchérissant sur une première image, était souvent arrivée à produire ses plus jolis mots). Et le duc se présentait naîµ¥ment pour l′aider, sans en avoir l′air, à réussir son tour, comme, dans un wagon, le compère inavoué d′un joueur de bonneteau. Sabía que el gracejo de su mujer necesitaba ser estimulado por la contradicción, la contradicción del sentido común que protesta, por ejemplo, de que no se puede tomar a una mujer por una vaca (así es como la señora de Guermantes, insistiendo sobre una primera imanen, había llegado a menudo a producir sus frases más bonitas). Y el duque se presentaba ingenuamente a ayudarla, sin que lo pareciese, a sacar adelante su juego, ni más ni menos que en un vagón el compadre inconfesado de un jugador de manos tramposo.
— Je reconnais qu′elle n′a pas l′air d′une vache, car elle a l′air de plusieurs, s′écria Mme de Guermantes. Je vous jure que j′étais bien embarrassée voyant ce troupeau de vaches qui entrait en chapeau dans mon salon et qui me demandait comment j′allais. D′un côté j′avais envie de lui répondre: «Mais, troupeau de vaches, tu confonds, tu ne peux pas être en relations avec moi puisque tu es un troupeau de vaches», et d′autre part, ayant cherché dans ma mémoire, j′ai fini par croire que votre Cambremer était l′infante Dorothée qui avait dit qu′elle viendrait une fois et qui est assez bovine aussi, de sorte que j′ai failli dire Votre Altesse royale et parler à la troisième personne à un troupeau de vaches. Elle a aussi le genre de gésier de la reine de Suède. Du reste cette attaque de vive force avait été préparée par un tir à distance, selon toutes les règles de l′art. Depuis je ne sais combien de temps j′étais bombardée de ses cartes, j′en trouvais partout, sur tous les meubles, comme des prospectus. J′ignorais le but de cette réclame. On ne voyait chez moi que «Marquis et Marquise de Cambremer» avec une adresse que je ne me rappelle pas et dont je suis d′ailleurs résolue à ne jamais me servir. —Reconozco que no parece una vaca, porque parece varias —exclamó la señora de Guermantes—. Le juro a usted que yo estaba perplejísima al ver aquel rebaño de vacas con sombrero que entraba en mi salón y que me preguntaba cómo estaba. Por una parte me daban ganas de decirle: «Pero, rebaño de vacas, te confundes; tú no puedes estar en relación conmigo, puesto que eres un rebaño de vacas», y, por otra parte, rebuscando en mi memoria, acabé por creer que su Cambremer era la infanta Dorotea, que había dicho que iría alguna vez yque también es bastante bovina, de modo que estuve a punto de llamar Su Alteza Real y hablar en tercera persona a un rebano de vacas. Tiene también el tipo de buche de la reina de Suecia. Por lo demás, ese ataque a viva fuerza había sido preparado por un tiroteo a distancia, con todas las reglas del arte. Desde hacía no sé cuánto tiempo me tenía bombardeada con sus cartas, me las encontraba por todas partes, encima de todos los muebles, como si fueran prospectos. Yo ignoraba la finalidad de aquel reclamo. No se veía en mi casa más que «Marqués y Marquesa de Cambremer», con una dirección que no recuerdo y de que, por lo demás, estoy resuelta a no servirme nunca.
— Mais c′est très flatteur de ressembler à une reine, dit l′historien de la Fronde. —¡Pero es muy halagüeño eso de parecerse a una reina! — dijo el historiador de la Fronda.
— Oh! mon Dieu, monsieur, les rois et les reines, à notre époque ce n′est pas grand′chose! dit M. de Guermantes parce qu′il avait la prétention d′être un esprit et moderne, et aussi pour n′avoir pas l′air de faire cas des relations royales, auxquelles il tenait beaucoup. —¡Oh, por Dios, caballero, los reyes y las reinas no son ninguna gran cosa en nuestra época! —dijo el señor de Guermantes, porque tenía la pretensión de ser un espíritu libre y moderno, ytambién porque no pareciese que hacía caso de las relaciones regias, que tenía en gran estima.
Bloch et M. de Norpois, qui s′étaient levés, se trouvèrent plus près de nous. Bloch y el señor de Norpois, que se habían puesto en pie, se encontraron más cerca de nosotros.
— Monsieur, dit Mme de Villeparisis, lui avez-vous parlé de l′affaire Dreyfus? —¿Le ha hablado usted de la cuestión Dreyfus, caballero? — dijo la señora de Villeparisis.
M. de Norpois leva les yeux au ciel, mais en souriant, comme pour attester l′énormité des caprices auxquels sa Dulcinée lui imposait le devoir d′obéir. Néanmoins il parla à Bloch, avec beaucoup d′affabilité, des années affreuses, peut-être mortelles, que traversait la France. Comme cela signifiait probablement que M. de Norpois (à qui Bloch cependant avait dit croire à l′innocence de Dreyfus) était ardemment antidreyfusard, l′amabilité de l′Ambassadeur, l′air qu′il avait de donner raison à son interlocuteur, de ne pas douter qu′ils fussent du même avis, de se liguer en complicité avec lui pour accabler le gouvernement, nattaient la vanité de Bloch et excitaient sa curiosité. Quels étaient les points importants que M. de Norpois ne spécifiait point, mais sur lesquels il semblait implicitement admettre que Bloch et lui étaient d′accord, quelle opinion avait-il donc de l′affaire, qui pût les réunir? Bloch était d′autant plus étonné de l′accord mystérieux qui semblait exister entre lui et M. de Norpois que cet accord ne portait pas que sur la politique, Mme de Villeparisis ayant assez longuement parlé à M. de Norpois des travaux littéraires de Bloch. El señor de Norpois alzó los ojos al cielo, pero sonriendo, como para ponerlo por testigo de la enormidad de los caprichos a que su Dulcinea le imponía el deber de obedecer. Con todo, habló a Bloch, con mucha afabilidad, de los años espantosos, mortales acaso, por que pasaba Francia. Como esto significaba probablemente que el señor de Norpois (al cual, sin embargo, había dicho Bloch que creía en la inocencia de Dreyfus) era ardientemente antidreyfusista, la amabilidad del embajador, la apariencia que tenía de dar la razón a su interlocutor, de no dudar que fuesen del mismo parecer, de ligarse a él en complicidad para abrumar al Gobierno, halagaban la vanidad de Bloch y excitaban su curiosidad. ¿Cuáles eran los puntos importantes que el señor de Norpois no especificaba, pero en los que parecía implícitamente admitir que se hallaban de acuerdo él yBloch, yqué opinión era, por ende, la que tenía de la cuestión que pudiese unirlos" Bloch estaba tanto más asombrado del maravilloso acuerdo que parecía existir entre él y el señor de Norpois cuanto que ese acuerdo se refería exclusivamente a la política, ya que la señora de Villeparisis le había hablado con bastante extensión al señor de Norpois de los trabajos literarios de Bloch.
— Vous n′êtes pas de votre temps, dit à celui-ci l′ancien ambassadeur, et je vous en félicite, vous n′êtes pas de ce temps où les études désintéressées n′existent plus, où on ne vend plus au public que des obscénités ou des inepties. Des efforts tels que les vôtres devraient être encouragés si nous avions un gouvernement. —Usted no es de su tiempo —dijo a éste el antiguo embajador—, y lo felicito por ello; no es usted de este tiempo en que ya no existen los estudios desinteresados, en que ya no se vende al público más que obscenidades o inepcias. Esfuerzos corno los de usted deberían ser alentados si tuviésemos un gobierno.
Bloch était flatté de surnager seul dans le naufrage universel. Mais là encore il aurait voulu des précisions, savoir de quelles inepties voulait parler M. de Norpois. Bloch avait le sentiment de travailler dans la même voie que beaucoup, il ne s′était pas cru si exceptionnel. Il revint à l′affaire Dreyfus, mais ne put arriver à démêler l′opinion de M. de Norpois. Il tâcha de le faire parler des officiers dont le nom revenait souvent dans les journaux à ce moment-là; ils excitaient plus la curiosité que les hommes politiques mêlés à la même affaire, parce qu′ils n′étaient pas déjà connus comme ceux-ci et, dans un costume spécial, du fond d′une vie différente et d′un silence religieusement gardé, venaient seulement de surgir et de parler, comme Lohengrin descendant d′une nacelle conduite par un cygne. Bloch avait pu, grâce à un avocat nationaliste qu′il connaissait, entrer à plusieurs audiences du procès Zola. Il arrivait là le matin, pour n′en sortir que le soir, avec une provision de sandwiches et une bouteille de café, comme au concours général ou aux compositions de baccalauréat, et ce changement d′habitudes réveillant l′éréthisme nerveux que le café et les émotions du procès portaient à son comble, il sortait de là tellement amoureux de tout ce qui s′y était passé que, le soir, rentré chez lui, il voulait se replonger dans le beau songe et courait retrouver dans un restaurant fréquenté par les deux partis des camarades avec qui il reparlait sans fin de ce qui s′était passé dans la journée et réparait par un souper commandé sur un ton impérieux qui lui donnait l′illusion du pouvoir le jeûne et les fatigues d′une journée commencée si tôt et où on n′avait pas déjeuné. L′homme, jouant perpétuellement entre les deux plans de l′expérience et de l′imagination, voudrait approfondir la vie idéale des gens qu′il connaît et connaître les êtres dont il a eu à imaginer la vie. Aux questions de Bloch, M. de Norpois répondit: Bloch se sentía lisonjeado por ser el único que sobrenadase en el naufragio universal. Pero también en este punto hubiera deseado precisión, saber de qué inepcias quería hablar el señor de Norpois. Bloch tenía la sensación de estar trabajando en el mismo sentido que otros muchos, no se había creído tan excepcional. Volvió ala cuestión de Dreyfus, pero no pudo llegar a poner en claro la opinión del señor de Norpois. Trató de hacerle hablar de los oficiales cuyos nombres, traídos y llevados por los periódicos en aquel momento, excitaban la curiosidad más que los políticos barajados en el mismo asunto, porque no eran ya conocidos como éstos, y con un traje especial, desde el fondo de una vida diferente y de un silencio religiosamente observado, acababan únicamente de surgir y de hablar, como Lohengrin al bajar de una barquilla tirada por un cisne. Bloch había podido, gracias a un abogado nacionalista a quien conocía, entrar a varias audiencias del proceso Zola. Llegaba por la mañana, para no salir de allí hasta la anochecida, con una provisión de sandwichs y una botella de café, como si fuera al concurso general o a los ejercicios de composición del bachillerato, y como este cambio de costumbres despertaba el eretismo nervioso que el café y las emociones del proceso llevaban al colmo, salía de allí tan enamorado de todo lo que había pasado, que al atardecer, de vuelta a su casa, quería volver a sumergirse en el hermoso sueño y corría a encontrarse de nuevo en un café frecuentado por los (los partidos, con camaradas con quienes volvía a hablar sin fin de lo que había pasado durante el día, y reparaba con una cena que pedía en un tono imperioso, que le daba la ilusión del poder, el ayuno y las fatigas de una jornada comenzada tan temprano y en la que no había almorzado. El hombre que se mueve perpetuamente entre los dos planos de la experiencia y de la imaginación quisiera profundizar en la vida ideal de la gente a quien conoce y conocer a los seres cuya vida ha tenido que imaginarse. A las preguntas de Bloch, el señor de Norpois respondió:
— Il y a deux officiers mêlés à l′affaire en cours et dont j′ai entendu parler autrefois par un homme dont le jugement m′inspirait grande confiance et qui faisait d′eux le plus grand cas (M. de Miribel), c′est le lieutenant-colonel Henry et le lieutenant-colonel Picquart. —Hay dos oficiales complicados en el asunto en curso, de los cuales he oído hablar en otro tiempo a un hombre cuyo juicio me inspiraba gran confianza y que los tenía en mucha estima (el señor de Miribel): son el teniente coronel Henry y el teniente coronel Picquart.
— Mais, s′écria Bloch, la divine Athèna, fille de Zeus, a mis dans l′esprit de chacun le contraire de ce qui est dans l′esprit de l′autre. Et ils luttent l′un contre l′autre, tels deux lions. Le colonel Picquart avait une grande situation dans l′armée, mais sa Moire l′a conduit du côté qui n′était pas le sien. L′épée des nationalistes tranchera son corps délicat et il servira de pâture aux animaux carnassiers et aux oiseaux qui se nourrissent de la graisse de morts. —Pero —exclamó Bloch— la divina Atenea, hija de Zeus, ha puesto en el espíritu de cada uno de ellos lo contrario de lo que yace en el espíritu del otro. Y luchan el uno contra el otro cual dos leones. El coronel Picquart tenía una magnífica posición en el ejercicio, mas su Moira lo ha llevado a la parte que no era la suya. La espada de los nacionalistas desgarrará su delicado cuerpo, y servirá de pasto a los animales carniceros y a las aves que se alimentan de la grasa de los muertos.
M. de Norpois ne répondit pas. El señor de Norpois no respondió nada.
— De quoi palabrent-ils là-bas dans un coin, demanda M. de Guermantes à Mme de Villeparisis en montrant M. de Norpois et Bloch. —¿De qué están picoteando esos ahí aparte, metidos en un rincón? —preguntó el señor de Guermantes a la señora de Villeparisis, señalando al señor de Norpois y a Bloch.
— De l′affaire Dreyfus. —De la cuestión Dreyfus.
— Ah! diable! A propos, saviez-vous qui est partisan enragé de Dreyfus? Je vous le donne en mille. Mon neveu Robert! Je vous dirai même qu′au Jockey, quand on a appris ces prouesses, cela a été une levée de boucliers, un véritable tollé. Comme on le présente dans huit jours. . . . —¡Ah diablo! A propósito, ¿sabía usted quién es partidario rabioso de Dreyfus? A ver si lo adivinan. ¡Mi sobrino Roberto! Le diré incluso que en el Jockey, cuando se supieron esas proezas suyas, hubo un motín, un verdadero tole. Como lo presentan dentro de ocho días...
—Évidemment, interrompit la duchesse, s′ils sont tous comme Gilbert qui a toujours soutenu qu′il fallait renvoyer tous les Juifs à Jérusalem. . . . —Evidentemente —interrumpió la duquesa—, si son todos como Gilberto, que ha sostenido siempre que había que reexpedir todos los judíos a Jerusalén...
— Ah! alors, le prince de Guermantes est tout à fait dans mes idées, interrompit M. d′Argencourt. —¡Ah! Entonces el príncipe de Guermantes está completamente de acuerdo con mis ideas —terció el señor de Argencourt.
Le duc se parait de sa femme mais ne l′aimait pas. Très «suffisant», il détestait d′être interrompu, puis il avait dans son ménage l′habitude d′être brutal avec elle. Frémissant d′une double colère de mauvais mari à qui on parle et de beau parleur qu′on n′écoute pas, il s′arrêta net et lança sur la duchesse un regard qui embarrassa tout le monde. El duque se pavoneaba con su mujer, pero no le tenía ninguna simpatía. Muy suficiente, aborrecía verse interrumpido; además, en su vida conyugal tenía la costumbre de mostrarse desabrido con ella. Agitado por una doble cólera de final marido a quien se habla y de buen conversador a quien no se escucha, se paró en seco y lanzó a la duquesa tina mirada que dejó cortado a todo el mundo.
— Qu′est-ce qu′il vous prend de nous parler de Gilbert et de Jérusalem? dit-il enfin. Il ne s′agit pas de cela. Mais, ajouta-t-il d′un ton radouci, vous m′avouerez que si un des nôtres était refusé au Jockey, et surtout Robert dont le père y a été pendant dix ans président, ce serait un comble. Que voulez-vous, ma chère, ça les a fait tiquer, ces gens, ils ont ouvert de gros yeux. Je ne peux pas leur donner tort; personnellement vous savez que je n′ai aucun préjugé de races, je trouve que ce n′est pas de notre époque et j′ai la prétention de marcher avec mon temps, mais enfin, que diable! quand on s′appelle le marquis de Saint–Loup, on n′est pas dreyfusard, que voulez-vous que je vous dise! —¿A qué viene hablarnos de Gilberto y de Jerusalén? —dijo por fin—. No se trata de eso. Pero —añadió en tono más moderado— confesará usted que si rechazasen a uno de los nuestros en el Jockey, y sobre todo a Roberto, cuyo padre ha sido por espacio de diez años presidente de aquello, seria el colmo. Qué quiere usted, eso les ha hecho aguantarse al tiro, toda aquella gente ha abierto unos ojos como platos. No puedo negar que tienen razón; personalmente, bien sabe usted que no tengo ningún prejuicio de razas, me parece que eso no es propio de nuestra época y yo tengo la pretensión dé ir con mi tiempo; pero, al fin y al cabo, ¡qué diablo! ¡Qué quiere usted que le diga!, cuando uno se llama el marqués de Saint-Loup, no se es dreyfusista.
M. de Guermantes prononça ces mots: «quand on s′appelle le marquis de Saint–Loup» avec emphase. Il savait pourtant bien que c′était une plus grande chose de s′appeler «le duc de Guermantes». Mais si son amour-propre avait des tendances à s′exagérer plutôt la supériorité du titre de duc de Guermantes, ce n′était peut-être pas tant les règles du bon goût que les lois de l′imagination qui le poussaient à le diminuer. Chacun voit en plus beau ce qu′il voit à distance, ce qu′il voit chez les autres. Car les lois générales qui règlent la perspective dans l′imagination s′appliquent aussi bien aux ducs qu′aux autres hommes. Non seulement les lois de l′imagination, mais celles du langage. Or, l′une ou l′autre de deux lois du langage pouvaient s′appliquer ici, l′une veut qu′on s′exprime comme les gens de sa classe mentale et non de sa caste d′origine. Par là M. de Guermantes pouvait être dans ses expressions, même quand il voulait parler de la noblesse, tributaire de très petits bourgeois qui auraient dit: «Quand on s′appelle le duc de Guermantes», tandis qu′un homme lettré, un Swann, un Legrandin, ne l′eussent pas dit. Un duc peut écrire des romans d′épicier, même sur les moeurs du grand monde, les parchemins n′étant là de nul secours, et l′épithète d′aristocratique être méritée par les écrits d′un plébéien. Quel était dans ce cas le bourgeois à qui M. de Guermantes avait entendu dire: «Quand on s′appelle», il n′en savait sans doute rien. Mais une autre loi du langage est que de temps en temps, comme font leur apparition et s′éloignent certaines maladies dont on n′entend plus parler ensuite, il naît on ne sait trop comment, soit spontanément, soit par un hasard comparable à celui qui fit germer en France une mauvaise herbe d′Amérique dont la graine prise après la peluche d′une couverture de voyage était tombée sur un talus de chemin de fer, des modes d′expressions qu′on entend dans la même décade dites par des gens qui ne se sont pas concertés pour cela. Or, de même qu′une certaine année j′entendis Bloch dire en parlant de lui-même: «Comme les gens les plus charmants, les plus brillants, les mieux posés, les plus difficiles, se sont aperçus qu′il n′y avait qu′un seul être qu′ils trouvaient intelligent, agréable, dont ils ne pouvaient se passer, c′était Bloch» et la même phrase dans la bouche de bien d′autres jeunes gens qui ne la connaissaient pas et qui remplaçaient seulement Bloch par leur propre nom, de même je devais entendre souvent le «quand on s′appelle». El señor de Guermantes pronunció las palabras «cuando se llama uno el marqués de Saint-Loup» enfáticamente. Sabía perfectamente, sin embargo, que era mucho más afín llamarse «el duque de Guermantes». Pero si su amor propio tenía tendencia a exagerar más bien la superioridad del título de duque de Guermantes sobre todos los demás, quizá no fuese tanto las reglas del buen gusto como las leyes de la imaginación lo que lo movía a disimularlo. (Todo el mundo ve más hermoseado aquello que ve a distancia, lo que ve en los demás.) Porque las leyes generales que regulan la perspectiva en la imaginación se aplican tanto a los duques como al resto de los hombres. No sólo las leyes de la imaginación, sino las del lenguaje. Ahora bien; aquí podía aplicarse una u otra de las dos leyes del lenguaje: una exige que se exprese uno como las gentes de su clase mental y no de su casta originaria. Debido a esto el señor de Guermantes podía ser en sus expresiones, incluso cuando quería hablar de la nobleza, tributario de ínfimos burgueses que habrían dicho: «Cuando uno se llama el duque de Guermantes», mientras que un hombre culto, un Swann, un Legrandin, no lo hubieran dicho. Un duque puede escribir novelas de tendero, incluso sobre costumbres del gran Inundo, porque los pergaminos no sirven de nada en ese terreno, y los escritos de un plebeyo pueden merecer el epíteto de aristocráticos. Cuál fuese en ese caso el burgués a quien había oído decir el señor de Guermantes: «Cuando uno se llama» era cosa de que, sin duda, no sabía nada. Pero otra ley del lenguaje es que de tiempo en tiempo, de igual modo que hacen su aparición y se alejan ciertas enfermedades de que ya no se vuelve a oír hablar luego, nacen, no se sabe bien cómo, sea espontáneamente, sea por obra de una casualidad, como la que hizo germinar en Francia una mala hierba de América cuya semilla, prendida al pelo de una manta de viaje, había caído en el terraplén de tina vía férrea, mundos de expresiones que oye uno en la misma década dichas por gentes que no se han puesto de acuerdo para ello. Ahora bien; de la misma manera que cierto año oí decir a Bloch hablando de sí mismo: «Como la gente más encantadora, más brillante, mejor situada, más difícil, se había dado cuenta de que no había más que un solo ser a quien todos encontrasen inteligente, agradable, sin el cual no podían pasarse, ese ser era Bloch», y la misma frase en boca de otros muchos jóvenes que no lo conocían y que únicamente sustituían el de Bloch por su propio nombre, así había de oír con frecuencia el «cuando uno se llama».
— Que voulez-vous, continua le duc, avec l′esprit qui règne là, c′est assez compréhensible. —Qué quiere usted —continuó el duque—; si se tiene en cuenta el espíritu que allí reina, la cosa es bastante comprensible.
— C′est surtout comique, répondit la duchesse, étant donné les idées de sa mère qui nous rase avec la Patrie française du matin au soir. —Sobre todo es cómico —respondió la duquesa—, dadas las ideas de su madre, que nos aburre con la patria francesa desde por la mañana hasta la noche.
— Oui, mais il n′y a pas que sa mère, il ne faut pas nous raconter de craques. Il y a une donzelle, une cascadeuse de la pire espèce, qui a plus d′influence sur lui et qui est précisément compatriote du sieur Dreyfus. Elle a passé à Robert son état d′esprit. —Sí, pero es que hay alguien más que su madre; a nosotros no hay que venirnos con músicas. Hay una pájara, una moza ligera de cascos, de la peor calaña, que tiene más influencias sobre él y que precisamente es compatriota del señor Dreyfus. Ésa le ha transmitido a Roberto su estado de espíritu.
— Vous ne saviez peut-être pas, monsieur le duc, qu′il y a un mot nouveau pour exprimer un tel genre d′esprit, dit l′archiviste qui était secrétaire des comités antirevisionnistes. On dit «mentalité». Cela signifie exactement la même chose, mais au moins personne ne sait ce qu′on veut dire. C′est le fin du fin et, comme on dit, le «dernier cri». —Quizá no sepa usted, señor duque, que hay una palabra nueva para expresar esa clase de espíritu —dijo el archivero, que era secretario de algunos comités antirrevisionistas—. Se dice mentalidad. Significa exactamente lo mismo, pero por lo menos nadie sabe lo que uno quiere decir.
Cependant, ayant entendu le nom de Bloch, il le voyait poser des questions à M. de Norpois avec une inquiétude qui en éveilla une différente mais aussi forte chez la marquise. Tremblant devant l′archiviste et faisant l′antidreyfusarde avec lui, elle craignait ses reproches s′il se rendait compte qu′elle avait reçu un Juif plus ou moins affilié au «syndicat». A todo esto, como había oído el nombre de Bloch, lo veía dirigir preguntas al señor de Norpois con una inquietud que despertó otra diferente, pero tan fuerte como la suya, en la marquesa. Como quiera que ésta temblada ante el archivero y se las daba de antidreyfusista delante de él, temía sus reproches si se daba cuenta de que había recibido a un judío más o menos afiliado al sindicato.
— Ah! mentalité, j′en prends note, je le resservirai, dit le duc. (Ce n′était pas une figure, le duc avait un petit carnet rempli de «citations» et qu′il relisait avant les grands dîners.) Mentalité me plaît. Il y a comme cela des mots nouveaux qu′on lance, mais ils ne durent pas. Dernièrement, j′ai lu comme cela qu′un écrivain était «talentueux». Comprenne qui pourra. Puis je ne l′ai plus jamais revu. —¡Ah, mentalidad!, tomo nota de ella, la colocaré —dijo el duque—. (No era una figura; el duque tenía un cuadernito lleno de citas y lo releía antes de las grandes comidas.) Me gusta eso de mentalidad. Hay palabras nuevas de éstas, que lanza la gente, pero que no duran. Últimamente he leído, acerca de un escritor, nada menos que era talentoso. Que lo entienda quien pueda. Después, nunca más he vuelto a verlo.
— Mais mentalité est plus employé que talentueux, dit l′historien de la Fronde pour se mêler à la conversation. Je suis membre d′une commission au ministère de l′Instruction publique où je l′ai entendu employer plusieurs fois, et aussi à mon cercle, le cercle Volney, et même à dîner chez M. Émile Ollivier. —Pero mentalidad se usa más que talentoso —dijo el historiador de la Fronda, por meter baza en la conversación—. Yo soy miembro de una comisión del Ministerio de Instrucción Pública, donde he oído emplear esa palabra varias veces, y lo mismo en un círculo, el círculo Volney, e incluso almorzando en casa del señor Ollivier, Emilio Ollivier.
— Moi qui n′ai pas l′honneur, de faire partie du ministère de l′Instruction publique, répondit le duc avec une feinte humilité, mais avec une vanité si profonde que sa bouche ne pouvait s′empêcher de sourire et ses yeux de jeter à l′assistance des regards pétillants de joie sous l′ironie desquels rougit le pauvre historien, moi qui n′ai pas l′honneur de faire partie du ministère de l′Instruction publique, reprit-il, s′écoutant parler, ni du cercle Volney (je ne suis que de l′Union et du Jockey) . . . vous n′êtes pas du Jockey, monsieur? demanda-t-il à l′historien qui, rougissant encore davantage, flairant une insolence et ne la comprenant pas, se mit à trembler de tous ses membres, moi qui ne dîne même pas chez M. Émile Ollivier, j′avoue que je ne connaissais pas mentalité. Je suis sûr que vous êtes dans mon cas, Argencourt. —Yo, que no tengo el honor de formar parte del Ministerio de Instrucción Pública — respondió el duque con fingida humildad, pero con una vanidad tan profunda que su boca no podía por menos de sonreír y sus ojos de lanzar a la concurrencia miradas chispeantes de júbilo, bajo cuya ironía se sonrojó el pobre historiador—; yo, que no tengo el honor de formar parte del Ministerio de Instrucción Pública —repitió escuchándose—, ni del círculo Volney (no soy más que de la Unión y del Jockey. ¿No es usted del Jockey caballero?) — preguntó al historiador, que poniéndose más colorado aún, venteando una insolencia y sin comprenderla, empezó a temblar de pies a cabeza—; yo, que ni siquiera almuerzo en casa del señor Ollivier, confieso que no conocía su mentalidad. Estoy seguro de que usted está en el mismo caso que yo, Argencourt.
— Vous savez pourquoi on ne peut pas montrer les preuves de la trahison de Dreyfus. Il paraît que c′est parce qu′il est l′amant de la femme du ministre de la Guerre, cela se dit sous le manteau. —¿Sabe usted por qué no pueden presentarse las pruebas de la traición de Dreyfus" Parece que es porque Dreyfus es el amante de la mujer del ministro de Guerra; eso dicen bajo capa.
— Ah! je croyais de la femme du président du Conseil, dit M. d′Argencourt. —¡Ah, yo creía que era de la mujer del presidente del Consejo! —dijo el señor Argencourt.
— Je vous trouve tous aussi assommants, les uns que les autres avec cette affaire, dit la duchesse de Guermantes qui, au point de vue mondain, tenait toujours à montrer qu′elle ne se laissait mener par personne. Elle ne peut pas avoir de conséquence pour moi au point de vue des Juifs pour la bonne raison que je n′en ai pas dans mes relations et compte toujours rester dans cette bienheureuse ignorance. Mais, d′autre part, je trouve insupportable que, sous prétexte qu′elles sont bien pensantes, qu′elles n′achètent rien aux marchands juifs ou qu′elles ont «Mort aux Juifs» écrit sur leur ombrelle, une quantité de dames Durand ou Dubois, que nous n′aurions jamais connues, nous soient imposées par Marie–Aynard ou par Victurnienne. Je suis allée chez Marie–Aynard avant-hier. C′était charmant autrefois. Maintenant on y trouve toutes les personnes qu′on a passé sa vie à éviter, sous prétexte qu′elle sont contre Dreyfus, et d′autres dont on n′a pas idée qui c′est. —Me resultan todos ustedes tan aburridos tinos como otros con esa cuestión—dijo la duquesa de Guermantes, que, desde el punto de vista mundano, tenía empeño siempre en demostrar que ella no se dejaba llevar por nadie—. Para mí todo eso no puede tener consecuencias desde el punto de vista de los judíos, por la sencilla razón de que no tengo ninguno de ellos entre mis relaciones y cuento con que seguiré siempre en esa feliz ignorancia. Pero, por otra parte, encuentro insoportable eso de que, con el pretexto de que piensan como es debido, que no compran nada a los comerciantes judíos o que llevan escrito «¡Mueran los Judíos!» en su sombrilla, una cantidad de señoras Durand o Dubois, a las que jamás hubiéramos conocido, nos las impongan María-Aynard o Victurniana Anteayer fui a casa de María-Aynard. Antes, aquello era encantador. Ahora se encuentra una allí con todas las personas que se ha pasado una vida evitando, so pretexto de que están en contra de Dreyfus, y otras que no tiene una ni idea de quiénes son.
— Non, c′est la femme du ministre de la Guerre. C′est du moins un bruit qui court les ruelles, reprit le duc qui employait ainsi dans la conversation certaines expressions qu′il croyait ancien régime. Enfin en tout cas, personnellement, on sait que je pense tout le contraire de mon cousin Gilbert. Je ne suis pas un féodal comme lui, je me promènerais avec un nègre s′il était de mes amis, et je me soucierais de l′opinion du tiers et du quart comme de l′an quarante, mais enfin tout de même vous m′avouerez que, quand on s′appelle Saint–Loup, on ne s′amuse pas à prendre le contrepied des idées de tout le monde qui a plus d′esprit que Voltaire et même que mon neveu. Et surtout on ne se livre pas à ce que j′appellerai ces acrobaties de sensibilité, huit jours avant de se présenter au Cercle! Elle est un peu roide! Non, c′est probablement sa petite grue qui lui aura monté le bourrichon. Elle lui aura persuadé qu′il se classerait parmi les «intellectuels». Les intellectuels, c′est le «tarte à la crème» de ces messieurs. Du reste cela a fait faire un assez joli jeu de mots, mais très méchant. —No, es la mujer del ministro de Guerra. Por lo menos, es un rumor—que anda por las callejuelas —continuó el duque, que empleaba así en la conversación ciertas expresiones que creía del viejo régimen—. En fin, en todo caso, personalmente, ya es sabido que pienso todo lo contrario que mi primo Gilberto. Yo no soy un espíritu feudal como él; me pasearía con un negro si éste fuese amigo mío, y me traería tan sin cuidado la opinión del tercer estado o la del cuarto como lo que pasó en el año de la Nana; pero, en fin, de todas maneras convendrá usted conmigo en que cuando uno se llama Saint- Loup no se divierte en llevar la contraria a las ideas de todo el mundo, y tiene más talento que Voltaire e incluso que mi sobrino. Y, sobre todo, no se entrega uno a lo que llamaré esas acrobacias de sensibilidad ocho días antes de presentarse en el círculo. ¡La cosa es un poco fuerte! Probablemente ha sido su pijurilla quien le ha calentado los cascos. Lo habrá convencido de que así se clasificaría entre los intelectuales. Los intelectuales vienen a ser la tarta de crema de esos señores. Por otra parte eso ha dado lugar a que se hiciera un juega de palabras que está bastante bien, pero que tiene muy mala intención.
Et le duc cita tout bas pour la duchesse et M. d′Argencourt: «Mater Semita» qui en effet se disait déjà au Jockey, car de toutes les graines voyageuses, celle à qui sont attachées les ailes les plus solides qui lui permettent d′être disséminée à une plus grande distance de son lieu d′éclosion, c′est encore une plaisanterie. Y el duque citó por lo bajo, para la duquesa y para el señor de Argencourt, el Mater Semita, que, en efecto, se decía ya en el Jockey, porque de todas las semillas viajeras, la que lleva atadas alas más sólidas, que le permiten ser diseminadas a mayor distancia del lugar en que ha florecido, es siempre una burla.
— Nous pourrions demander des explications à monsieur, qui a l′air d′une érudit, dit-il en montrant l′historien. Mais il est préférable de n′en pas parler, d′autant plus que le fait est parfaitement faux. Je ne suis pas si ambitieux que ma cousine Mirepoix qui prétend qu′elle peut suivre la filiation de sa maison avant Jésus-Christ jusqu′à la tribu de Lévi, et je me fais fort de démontrer qu′il n′y a jamais eu une goutte de sang juif dans notre famille. Mais enfin il ne faut tout de même pas nous la faire à l′oseille, il est bien certain que les charmantes opinions de monsieur mon neveu peuvent faire assez de bruit dans Landerneau. D′autant plus que Fezensac est malade, ce sera Duras qui mènera tout, et vous savez s′il aime à faire des embarras, dit le duc qui n′était jamais arrivé à connaître le sens précis de certains mots et qui croyait que faire des embarras voulait dire faire non pas de l′esbroufe, mais des complications. —Podíamos pedir explicaciones a ese señor que tienes trazas de ser una erudita —dijo, indicando al historiador—. Pero es preferible no hablar de ello, tanto más cuanto que la cosa es perfectamente falsa. No soy tan ambicioso como mi prima la de Mirepois, que pretende que puede seguir la filiación de su casa antes de Jesucristo hasta la tribu de Leví, y me jacto de demostrar que jamás ha habido una gota de sangre judía en nuestra familia. Pero de todas maneras no hay que hacerse ilusiones, es evidente que las encantadoras opiniones de mi señor sobrino pueden meter bastante ruido en Landernau. Y más si se tiene en cuenta que, como Fesensac está enfermo, será Duras quien se encargue de todo, y ya se sabe cómo le gusta prevalerse —dijo el duque, que no había llegado nunca a comprender el sentido preciso de ciertas frases v creía que prevalerse quería decir no sacar partido de una situación, imponiéndose a alguien gracias a ella, sino crear complicaciones.
Bloch cherchait à pousser M. de Norpois sur le colonel Picquart. Bloch trataba de empujar al señor de Norpois a que hablase del coronel Picquart.
— Il est hors de conteste, répondit M. de Norpois, que sa déposition était nécessaire. Je sais qu′en soutenant cette opinion j′ai fait pousser à plus d′un de mes collègues des cris d′orfraie, mais, à mon sens, le gouvernement avait le devoir de laisser parler le colonel. On ne sort pas d′une pareille impasse par une simple pirouette, ou alors on risque de tomber dans un bourbier. Pour l′officier lui-même, cette déposition produisit à la première audience une impression des plus favorables. Quand on l′a vu, bien pris dans le joli uniforme des chasseurs, venir sur un ton parfaitement simple et franc raconter ce qu′il avait vu, ce qu′il avait cru, dire: «Sur mon honneur de soldat (et ici la voix de M. de Norpois vibra d′un léger trémolo patriotique) telle est ma conviction», il n′y a pas à nier que l′impression a été profonde. —Está fuera de discusión —respondió el señor de Norpois— que su declaración era necesaria. Bien sé que al sostener esta opinión he hecho lanzar a más de uno de mis colegas gritos de quebrantahuesos; pero, a mi ver, el Gobierno tenía el deber de dejar hablar al coronel. No se sale de un callejón sin salida como ése con una simple pirueta, o, en ese caso, se corre el peligro de meterse en un atolladero. Por lo que hace al oficial, esa declaración produjo en la primera audiencia una impresión de las más favorables. Cuando se lo vio, empaquetado en el precioso uniforme de cazadores, salir, con un tono perfectamente sencillo y franco, a contar lo que había visto, lo que había creído, decir: «Por mi honor de soldado (y aquí la voz del señor de Norpois vibró con un ligero trémolo patriótico), ésa es mi convicción», no cabe negar que la impresión fue profunda.
«Voilà, il est dreyfusard, il n′y a plus l′ombre d′un doute», pensa Bloch. «Ya está, es dreyfusista, no hay ni la menor sombra de duda», pensó Bloch.
— Mais ce qui lui a aliéné entièrement les sympathies qu′il avait pu rallier d′abord, cela a été sa confrontation avec l′archiviste Gribelin, quand on entendit ce vieux serviteur, cet homme qui n′a qu′une parole (et M. de Norpois accentua avec l′énergie des convictions sincères les mots qui suivirent), quand on l′entendit, quand on le vit regarder dans les yeux son supérieur, ne pas craindre de lui tenir la dragée haute et lui dire d′un ton qui n′admettait pas de réplique: «Voyons, mon colonel, vous savez bien que je n′ai jamais menti, vous savez bien qu′en ce moment, comme toujours, je dis la vérité», le vent tourna, M. Picquart eut beau remuer ciel et terre dans les audiences suivantes, il fit bel et bien fiasco. —Pero lo que le ha enajenado por completo las simpatías que había podido captarse al principio ha sido su careo con el archivero Gribelin, cuando se oyó a ese veterano servidor, —a ese hombre que no tiene más que una palabra (y el señor de Norpois acentuó con la energía de las convicciones sinceras las frases que siguieron), cuando se le oyó, cuando se le vio mirar a los ojos a su superior, sin temor a tenérselas tiesas y decir en tono que no admitía réplica: «Mi coronel, bien sabe usted que jamás he mentido, bien sabe usted que en este momento, como siempre, digo la verdad», el viento cambió. De nada le sirvió a Picquart remover el cielo y la tierra en las audiencias siguientes; fracasó rotundamente.
«Non, décidément il est antidreyfusard, c′est couru, se dit Bloch. Mais s′il croit Picquart un traître qui ment, comment peut-il tenir compte de ses révélations et les évoquer comme s′il y trouvait du charme et les croyait sincères? Et si au contraire il voit en lui un juste qui délivre sa conscience, comment peut-il le supposer mentant dans sa confrontation avec Gribelin?» «No, decididamente es antidreyfusista, está visto —se dijo Bloch—. Pero si cree que Picquart es un traidor que miente, ¿cómo puede tomar en cuenta sus revelaciones y evocarlas como si encontrase en ellas algún encanto y las creyese sinceras? Y si, por el contrario, ve en él a un justo que descarga su conciencia, ¿cómo puede suponer que mienta en su careo con Grilin?»
— En tout cas, si ce Dreyfus est innocent, interrompit la duchesse, il ne le prouve guère. Quelles lettres idiotes, emphatiques, il écrit de son île! Je ne sais pas si M. Esterhazy vaut mieux que lui, mais il a un autre chic dans la façon de tourner les phrases, une autre couleur. Cela ne doit pas faire plaisir aux partisans de M. Dreyfus. Quel malheur pour eux qu′ils ne puissent pas changer d′innocent. «En todo caso, si el Dreyfus ése es inocente — interrumpió la duquesa—, poco lo demuestra. ¡Qué cartas más idiotas, más enfáticas, escribe desde su isla! No sé si Esterhazy vale más que él, pero tiene otra distinción en la manera de redondear las frases, otro colorido. Eso no debe de hacerles mucha gracia a los partidarios de Dreyfus. ¡Qué lástima, para ellos, que no puedan cambiar de inocente!»
Tout le monde éclata de rire. «Vous avez entendu le mot d′Oriane? demanda vivement le duc de Guermantes à Mme de Villeparisis. — Oui, je le trouve très drôle.» Cela ne suffisait pas au duc: «Eh bien, moi, je ne le trouve pas drôle; ou plutôt cela m′est tout à fait égal qu′il soit drôle ou non. Je ne fais aucun cas de l′esprit.» M. d′Argencourt protestait. «Il ne pense pas un mot de ce qu′il dit», murmura la duchesse. «C′est sans doute parce que j′ai fait partie des Chambres où j′ai entendu des discours brillants qui ne signifiaient rien. J′ai appris à y apprécier surtout la logique. C′est sans doute à cela que je dois de n′avoir pas été réélu. Les choses drôles me sont indifférentes. — Basin, ne faites pas le Joseph Prudhomme, mon petit, vous savez bien que personne n′aime plus l′esprit que vous. — Laissez-moi finir. C′est justement parce que je suis insensible à un certain genre de facéties, que je prise souvent l′esprit de ma femme. Car il part généralement d′une observation juste. Elle raisonne comme un homme, elle formule comme un écrivain.» Todo el mundo soltó la carcajada. «¿Ha oído usted la frase de Oriana?», preguntó ávidamente el duque de Guermantes a la señora de Villeparisis. «Sí, la encuentro muy graciosa.» Al duque no le bastaba con esa: «Pues yo no le encuentro chiste; mejor dicho, me es completamente igual que tenga gracia o no. No hago ningún caso del ingenio». El señor de Argencourt protestaba. «No piensa ni una palabra de lo que dice», murmuró la duquesa. «Sin duda es porque he formado parte de las Cámaras donde he oído discursos brillantes que no querían decir nada. He aprendido a apreciar en ellos la lógica sobre todo. A eso es, sin duda, a lo que debo el no haber sido reelegido. Las cosas graciosas me resultan indiferentes.» «Basin, no se las dé usted de Joseph Prudhomme, hijo mío; bien sabe usted que nadie se parece por el ingenio tanto como usted.» «Déjeme usted acabar. Precisamente porque soy insensible a cierto género de chistes, aprecio a menudo en mucho el ingenio de mi mujer. Porque generalmente parte de una observación justa. Discurre como un hombre, formula su pensamiento como un escritor.»
Peut-être la raison pour laquelle M. de Norpois parlait ainsi à Bloch comme s′ils eussent été d′accord venait-elle de ce qu′il était tellement antidreyfusard que, trouvant que le gouvernement ne l′était pas assez, il en était l′ennemi tout autant qu′étaient les dreyfusards. Peut-être parce que l′objet auquel il s′attachait en politique était quelque chose de plus profond, situé dans un autre plan, et d′où le dreyfusisme apparaissait comme une modalité sans importance et qui ne mérite pas de retenir un patriote soucieux des grandes questions extérieures. Peut-être, plutôt, parce que les maximes de sa sagesse politique ne s′appliquant qu′à des questions de forme, de procédé, d′opportunité, elles étaient aussi impuissantes à résoudre les questions de fond qu′en philosophie la pure logique l′est à trancher les questions d′existence, ou que cette sagesse même lui fît trouver dangereux de traiter de ces sujets et que, par prudence, il ne voulût parler que de circonstances secondaires. Mais où Bloch se trompait, c′est quand il croyait que M. de Norpois, même moins prudent de caractère et d′esprit moins exclusivement formel, eût pu, s′il l′avait voulu, lui dire la vérité sur le rôle d′Henry, de Picquart, de du Paty de Clam, sur tous les points de l′affaire. La vérité, en effet, sur toutes ces choses, Bloch ne pouvait douter que M. de Norpois la connût. Comment l′aurait-il ignorée puisqu′il connaissait les ministres? Certes, Bloch pensait que la vérité politique peut être approximativement reconstituée par les cerveaux les plus lucides, mais il s′imaginait, tout comme le gros du public, qu′elle habite toujours, indiscutable et matérielle, le dossier secret du président de la République et du président du Conseil, lesquels en donnent connaissance aux ministres. Or, même quand la vérité politique comporte des documents, il est rare que ceux-ci aient plus que la valeur d′un cliché radioscopique où le vulgaire croit, que la maladie du patient s′inscrit en toutes lettres, tandis qu′en fait, ce cliché fournit un simple élément d′appréciation qui se joindra à beaucoup d′autres sur lesquels s′appliquera le raisonnement du médecin et d′où il tirera son diagnostic. Aussi la vérité politique, quand on se rapproche des hommes renseignés et qu′on croit l′atteindre, se dérobe. Même plus tard, et pour en rester à l′affaire Dreyfus, quand se produisit un fait aussi éclatant que l′aveu d′Henry, suivi de son suicide, ce fait fut aussitôt interprété de façon opposée par des ministres dreyfusards et par Cavaignac et Cuignet qui avaient eux-mêmes fait la découverte du faux et conduit l′interrogatoire; bien plus, parmi les ministres dreyfusards eux-mêmes, et de même nuance, jugeant non seulement sur les mêmes pièces mais dans le même esprit, le rôle d′Henry fut expliqué de façon entièrement opposée, les uns voyant en lui un complice d′Esterhazy, les autres assignant au contraire ce rôle à du Paty de Clam, se ralliant ainsi à une thèse de leur adversaire Cuignet et étant en complète opposition avec leur partisan Reinach. Tout ce que Bloch put tirer de M. de Norpois c′est que, s′il était vrai que le chef d′état-major, M. de Boisdeffre, eût fait faire une communication secrète à M. Rochefort, il y avait évidemment là quelque chose de singulièrement regrettable. Quizá la razón de que el señor de Norpois hablase así a Bloch, como si los dos hubiesen estado de acuerdo, nacía de que era tan antidreyfusista que, estimando que el Gobierno no lo era suficientemente, era enemigo de éste tanto como lo fuesen los dreyfusistas. Acaso porque lo que él perseguía en política era algo más profundo, situado en otro plano, desde el que el dreyfusismo aparecía como una modalidad sin importancia que no merecía la pena de retener la atención de un patriota preocupado por las grandes cuestiones exteriores. Acaso, más bien, porque como las máximas de su cautela política no se aplicaban sino a cuestiones de forma, de procedimiento, de oportunidad, eran tan impotentes para resolver las cuestiones de fondo como lo es en filosofía la pura lógica para zanjar las cuestiones de existencia, o ya fuese que esa misma cautela le hizo hallar peligroso el tratar de esos temas y, por prudencia, no quiso hablar más que de circunstancias secundarias. Pero en lo que Bloch se engañaba es cuando creía que el señor de Norpois, aun cuando hubiera sido menos prudente de carácter y de espíritu menos exclusivamente formal, habría, de haber querido, podido decirle la verdad sobre el papel de Henry, de Picquart, de du Paty de Clam, acerca de todos los puntos de la cuestión. Bloch no podía dudar, en efecto, de que el señor de Norpois conociese la verdad en lo referente a todas esas cosas. ¿Cómo había de ignorarla, puesto que conocía a los ministros? Bloch pensaba que, desde luego, la verdad política puede ser reconstituida aproximadamente por los cerebros más lúcidos; pero se figuraba, como el grueso del público que esa verdad habita siempre, indiscutible y material, el archivo secreto del presidente de la República y del presidente del Consejo, que dan conocimiento de ella a los ministros. Ahora bien, hasta cuando la verdad política lleva consigo documentos, es raro que éstos tengan más valor que el de un clisé radioscópico en que el vulgo cree que la enfermedad del paciente se inscribe con todas sus letras, mientras que, en realidad, ese clisé proporciona un nuevo elemento de apreciación que habrá de unirse a otros muchos a que se aplicará el razonamiento del médico, que extraerá de ellos su diagnóstico. También la verdad política, cuando se acerca uno a hombres informados ycree alcanzarla, se esquiva. Más tarde, inclusive, y para seguir ateniéndonos a la cuestión Dreyfus, cuándo se produjo un hecho tan escandaloso como la confesión de Henry, seguida de su suicidio, ese hecho fue interpretado luego de opuesta manera por algunos ministros dreyfusistas ypor Cavaignac yCuignet, que habían descubierto por sí mismos la falsedad y habían dirigido el inteLibrodot En busca del tiempo perdido Marcel Proust rrogatorio; más aún: entre los ministros dreyfusistas y del mismo matiz, que juzgaban no sólo basándose en las mismas piezas de convicción, sino con el mismo espíritu, el papel de Henry se explicó de manera enteramente opuesta, viendo los unos en él un cómplice de Esterhazy, asignando los otros, por el contrario, ese papel a du Paty de Clam, adhiriéndose así a tina tesis de su adversario Cuignet y encontrándose en completa oposición con su partidario Reinach. Todo lo que Bloch pudo sacar del señor de Norpois fue que si era cierto que el jefe de Estado Mayor, el Sr. de Boisdeffre, había hecho enviar una comunicación secreta al Sr. de Rochefort, había en ello evidentemente algo singularmente deplorable.
— Tenez pour assuré que le ministre de la Guerre a dû, in petto du moins, vouer son chef d′état-major aux dieux infernaux. Un désaveu officiel n′eût pas été à mon sens une superfétation. Mais le ministre de la Guerre s′exprime fort crûment là-dessus inter pocula. Il y a du reste certains sujets sur lesquels il est fort imprudent de créer une agitation dont on ne peut ensuite rester maître. —Tenga usted por seguro que el ministro de la Guerra ha debido, in petto, a lo menos, de dar a su jefe de Estado Mayor a los dioses infernales. Un mentís oficial no hubiera sido, a mi parecer, ninguna extralimitación. Pero el ministro de la Guerra se expresa en términos muy duros sobre el particular inter pocula. Por lo demás, hay ciertos temas en torno a los que es sobremanera imprudente crear una agitación que luego no se pueda dominar.
— Mais ces pièces sont manifestement fausses, dit Bloch. \ —Pero esos documentos son evidentemente falsos —dijo Bloch.
M. de Norpois ne répondit pas, mais déclara qu′il n′approuvait pas les manifestations du Prince Henri d′Orléans: El señor de Norpois no respondió, pero declaró que no aprobaba las manifestaciones del príncipe Enrique de Orleáns
— D′ailleurs elles ne peuvent que troubler la sérénité du prétoire et encourager des agitations qui dans un sens comme dans l′autre seraient à déplorer. Certes il faut mettre le holà aux menées antimilitaristes, mais nous n′avons non plus que faire d′un grabuge encouragé par ceux des éléments de droite qui, au lieu de servir l′idée patriotique, songent à s′en servir. La France, Dieu merci, n′est pas une république sud-américaine et le besoin ne se fait pas sentir d′un général de pronunciamento. —Por otra parte, lo único que pueden hacer es turbar la serenidad del pretorio y alentar agitaciones que tanto en un sentido como en otro serían de deplorar. Desde luego que, hay que salir al paso a los manejos antimilitaristas, pero tampoco podemos dejar pasar el barullo alentado por aquellos elementos de la derecha que, en lugar de servir a la idea patriótica, piensan en servirse de ella. Francia, a Dios gracias, no es tina república sudamericana, v no se deja sentir en ella la necesidad de un general de pronunciamiento.
Bloch ne put arriver à le faire parler de la question de la culpabilité de Dreyfus ni donner un pronostic sur le jugement qui interviendrait dans l′affaire civile actuellement en cours. En revanche M. de Norpois parut prendre plaisir à donner des détails sur les suites de ce jugement. Bloch no pudo llegar a hacerle hallar de la cuestión de la culpabilidad de Dreyfus, ni a que diese un pronóstico respecto al fallo que resultaría del proceso civil actualmente en curso. En desquite, el señor de Norpois pareció complacerse en dar detalles acerca de las consecuencias de ese fallo.
— Si c′est une condamnation, dit-il, elle sera probablement cassée, car il est rare que, dans un procès où les dépositions de témoins sont aussi nombreuses, il n′y ait pas de vices de forme que les avocats puissent invoquer. Pour en finir sur l′algarade du prince Henri d′Orléans, je doute fort qu′elle ait été du goût de son père. —Si es una condena —dijo—, será probablemente casada, porque es raro que en un proceso en que las declaraciones de los testigos son tan numerosas no haya vicios de forma que puedan invocar los abogados. Por lo que hace a la algarada del príncipe Enrique de Orleáns, dudo mucho que haya sido del gusto de su padre.
— Vous croyez que Chartres est pour Dreyfus? demanda la duchesse en souriant, les yeux ronds, les joues roses, le nez dans son assiette de petits fours, l′air scandalisé. —¿Cree usted que Chartres esté de parte de Dreyfus? — preguntó la duquesa, sonriendo, abriendo mucho los ojos, encendidas las mejillas, hundida la nariz en su plato de hojaldres, con expresión escandalizada.
— Nullement, je voulais seulement dire qu′il y a dans toute la famille, de ce côté-là, un sens politique dont on a pu voir, chez l′admirable princesse Clémentine, le nec plus ultra, et que son fils le prince Ferdinand a gardé comme un précieux héritage. Ce n′est pas le prince de Bulgarie qui eût serré le commandant Esterhazy dans ses bras. —Nada de eso; únicamente quería decir que hay en toda la familia, por ese lado, un sentido político cuyo nec plus ultra ha podido verse en la admirable princesa Clementina, y que su hijo el príncipe Fernando ha conservado como una preciosa herencia. No hubiera sido el príncipe de Bulgaria quien estrechase entre sus brazos al comandante Esterhazy.
— Il aurait préféré un simple soldat, murmura Mme de Guermantes, qui dînait souvent avec le Bulgare chez le prince de Joinville et qui lui avait répondu une fois, comme il lui demandait si elle n′était pas jalouse: «Si, Monseigneur, de vos bracelets.» —Hubiera preferido un simple soldado —murmuró la señora de Guermantes, que cenaba a menudo con el búlgaro en casa del príncipe, y que le había respondido una vez, al preguntarse aquél si no era envidiosa: «Sí, monseñor, de vuestras pulseras».
— Vous n′allez pas ce soir au bal de Mme de Sagan? dit M. de Norpois à Mme de Villeparisis pour couper court à l′entretien avec Bloch. —¿No va usted esta noche al baile de la señora de Sagan? — dijo el señor de Norpois a la señora de Villeparisis para cortar en seco la conversación con Bloch.
Celui-ci ne déplaisait pas à l′Ambassadeur qui nous dit plus tard, non sans naîµ¥té et sans doute à cause des quelques traces qui subsistaient dans le langage de Bloch de la mode néo-homérique qu′il avait pourtant abandonnée: «Il est assez amusant, avec sa manière de parler un peu vieux jeu, un peu solennelle. Pour un peu il dirait: «les Doctes Soeurs» comme Lamartine ou Jean–Baptiste Rousseau. C′est devenu assez rare dans la jeunesse actuelle et cela l′était même dans celle qui l′avait précédée. Nous-mêmes nous étions un peu romantiques.» Mais si singulier que lui parût l′interlocuteur, M. de Norpois trouvait que l′entretien n′avait que trop duré. Éste no le desagradaba al embajador, que nos dijo más tarde, no sin ingenio y sin duda a causa de las huellas que subsistían en el lenguaje de Bloch de la moda neohomérica, que había abandonado, empero: «Es bastante entretenido, con esa manera de hablar que tiene, un poco anticuada, un tanto solemne. A poco más diría: «las Doctas Hermanas», como Lamartine o Juan Bautista Rousseau: Es una cosa que ha llegado a ser bastante rara en la juventud actual y lo era, incluso, en la que la ha precedido. Nosotros éramos un tanto románticos». Pero por curioso que le pareciese su interlocutor, el señor de Norpois estimaba que demasiado había durado el diálogo.
— Non, monsieur, je ne vais plus au bal, répondit-elle avec un joli sourire de vieille femme. Vous y allez, vous autres? C′est de votre âge, ajouta-t-elle en englobant dans un même regard M. de Châtellerault, son ami, et Bloch. Moi aussi j′ai été invitée, dit-elle en affectant par plaisanterie d′en tirer vanité. On est même venu m′inviter. (On: c′était la princesse de Sagan.) —No, señor, ya no voy al baile —respondió ella con una graciosa sonrisa de mujer que ha llegado a la vejez—. ¿Y ustedes, van a ir? Es propio de sus años —añadió, englobando en una misma mirada al señor de Châtellerault, a su amigo y a Bloch—. También a mí me han invitado —dijo, afectando por broma envanecerse de ello—. Han ha venido a invitarme, inclusive. (Han: era la princesa de Sagan.)
— Je n′ai pas de carte d′invitation, dit Bloch, pensant que Mme de Villeparisis allait lui en offrir une, et que Mme de Sagan serait heureuse de recevoir l′ami d′une femme qu′elle était venue inviter en personne. —Yo no tengo tarjeta de invitación —dijo Bloch, pensando que la señora de Villeparisis iba a ofrecerle una, y que la señora de Sagan se consideraría dichosa por recibir al amigo de una mujer a quien ella misma había ido a invitar en persona.
La marquise ne répondit rien, et Bloch n′insista pas, car il avait une affaire plus sérieuse à traiter avec elle et pour laquelle il venait de lui demander un rendez-vous pour le surlendemain. Ayant entendu les deux jeunes gens dire qu′ils avaient donné leur démission du cercle de la rue Royale où on entrait comme dans un moulin, il voulait demander à Mme de Villeparisis de l′y faire recevoir. La marquesa no respondió nada, y Bloch no insistió, porque tenía un asunto más serio de que tratar con ella, para el que acababa de pedirle una entrevista para dos días más tarde. Como había, oído decir a los dos jóvenes que habían presentado su dimisión en el círculo de la calle Royale, donde se entraba como en un molino, quería pedir a la señora de Villeparisis que le hiciera ser admitido en dicho círculo.
— Est-ce que ce n′est pas assez faux chic, assez snob à côté, ces Sagan? dit-il d′un air sarcastique. —¿Es que esos Sagan no son suficientemente distinguidos, no es suficientemente snob su círculo? —dijo en tono sarcástico.
— Mais pas du tout, c′est ce que nous faisons de mieux dans le genre, répondit M. d′Argencourt qui avait adopté toutes les plaisanteries parisiennes. —Nada de eso; son lo mejor que hacemos en ese género — respondió el señor de Argencourt, que había adoptado todos los chistes parisienses.
— Alors, dit Bloch à demi ironiquement, c′est ce qu′on appelle une des solennités, des grandes assises mondaines de la saison! —¡Entonces —dijo Bloch medio irónicamente— es lo que se dice unas de las solemnidades, de las grandes sesiones mundanas de la temporada!
Mme de Villeparisis dit gaiement à Mme de Guermantes: La señora de Villeparisis dijo en aire de broma a la de Guermantes:
— Voyons, est-ce une grande solennité mondaine, le bal de Mme de Sagan? —Vamos a ver, ¿es una gran solemnidad mundana el baile de la señora de Sagan"
— Ce n′est pas à moi qu′il faut demander cela, lui répondit ironiquement la duchesse, je ne suis pas encore arrivée à savoir ce que c′était qu′une solennité mondaine. Du reste, les choses mondaines ne sont pas mon fort. —Eso no es a mí a quien hay que preguntarlo —le respondió irónicamente la duquesa—; aun no he llegado a saber lo que es una solemnidad mundana. Por lo demás, las cosas mundanas no son mi fuerte.
— Ah! je croyais le contraire, dit Bloch qui se figurait que Mme de Guermantes avait parlé sincèrement. —¡Ah!, yo creía lo contrario —dijo Bloch, que se figuraba que la señora de Guermantes había hablado sinceramente.
Il continua, au grand désespoir de M. de Norpois, à lui poser nombre de questions sur les officiers dont le nom revenait le plus souvent à propos de l′affaire Dreyfus; celui-ci déclara qu′à «vue de nez» le colonel du Paty de Clam lui faisait l′effet d′un cerveau un peu fumeux et qui n′avait peut-être pas été très heureusement choisi pour conduire cette chose délicate, qui exige tant de sang-froid et de discernement, une instruction. Siguió, con gran desesperación del señor de Norpois, haciéndole un sinfín de preguntas acerca de los oficiales cuyo nombre salía a colación con más frecuencia a propósito de la cuestión Dreyfus. El señor de Norpois declaró que «a simple vista» el coronel du Paty de Claus le hacía el efecto de un cerebro un tanto confuso y que acaso no había estado muy acertado elegirlo para que llevase adelante una cosa tan delicada, que tanta sangre fría y discernimiento requería, como era un sumario.
— Je sais que le parti socialiste réclame sa tête à cor et à cri, ainsi que l′élargissement immédiat du prisonnier de l′île du Diable. Mais je pense que nous n′en sommes pas encore réduits à passer ainsi sous les fourches caudines de MM. Gérault-Richard et consorts. Cette affaire-là, jusqu′ici, c′est la bouteille à l′encre. Je ne dis pas que d′un côté comme de l′autre il n′y ait à cacher d′assez vilaines turpitudes. Que même certains protecteurs plus ou moins désintéressés de votre client puissent avoir de bonnes intentions, je ne prétends pas le contraire, mais vous savez que l′enfer en est pavé, ajouta-t-il avec un regard fin. Il est essentiel que le gouvernement donne l′impression qu′il n′est pas aux mains des factions de gauche et qu′il n′a pas à se rendre pieds et poings liés aux sommations de je ne sais quelle armée prétorienne qui, croyez-moi, n′est pas l′armée. Il va de soi que si un fait nouveau se produisait, une procédure de révision serait entamée. La conséquence saute aux yeux. Réclamer cela, c′est enfoncer une porte ouverte. Ce jour-là le gouvernement saura parler haut et clair ou il laisserait tomber en quenouille ce qui est sa prérogative essentielle. Les coqs-à-l′âne ne suffiront plus. Il faudra donner des juges à Dreyfus. Et ce sera chose facile car, quoique l′on ait pris l′habitude dans notre douce France, où l′on aime à se calomnier soi-même, de croire ou de laisser croire que pour faire entendre les mots de vérité et de justice il est indispensable de traverser la Manche, ce qui n′est bien souvent qu′un moyen détourné de rejoindre la Sprée, il n′y à pas de juges qu′à Berlin. Mais une fois l′action gouvernementale mise en mouvement, le gouvernement saurez-vous l′écouter? Quand il vous conviera à remplir votre devoir civique, saurez-vous l′écouter, vous rangerez-vous autour de lui? à son patriotique appel saurez-vous ne pas rester sourds et répondre: «Présent!»? —Sé que el partido socialista pide a gritos su cabeza, así como la liberación, inmediata del preso de la isla del Diablo. Pero creo que aún no estamos reducidos a pasar así por las horcas caudinas de los señores Gérault-Richard y consocios. Hasta aquí esta cuestión es la botella de tinta. No digo que, tanto de una parte como de otra, no haya que ocultar bajezas bastante feas. Que ciertos protectores más o menos desinteresados de su cliente de usted puedan incluso tener buenas intenciones... no pretendo lo contrario, pero ya sabe usted que el infierno está empedrado de ellas —añadió con una aguda mirada—. Es esencial que el Gobierno dé la impresión de que no está en manos de las facciones de la izquierda y de que no le queda más que rendirse, atado de pies y manos, a las intimaciones de no sé qué ejército pretoriano que, créame usted, no es el ejército. Ni que decir tiene que si se adujese un hecho nuevo, se incoaría un proceso de revisión. La consecuencia salta a la vista. Pedir eso es empujar una puerta abierta. Ese día el Gobierno sabrá hablar alto y claro, o abdicaría de lo que constituyese su prerrogativa esencial. Ya no bastarán las patochadas. Habrá que designar jueces para Dreyfus. Y será fácil, aunque se haya hecho costumbre en nuestra dulce Francia, donde gustamos de calumniarnos a nosotros mismos, creer o dejar que se crea que para hacer oír las palabras de verdad y de justicia es indispensable atravesar el canal de la Mancha —lo cual no es a menudo más, que un medio disfrazado de llegar al Sprée—. No sólo en Berlín hay jueces. Pero una vez puesta en marcha la acción gubernamental, ¿sabrán ustedes escuchar al Gobierno" Cuando los invite a cumplir con su deber, ¿se pondrán ustedes en torno de él? ¿Sabrán ustedes no permanecer sordos a su patriótico llamamiento y responder «¡Presente!»"
M. de Norpois posait ces questions à Bloch avec une véhémence qui, tout en intimidant mon camarade, le flattait aussi; car l′Ambassadeur avait l′air de s′adresser en lui à tout un parti, d′interroger Bloch comme s′il avait reçu les confidences de ce parti et pouvait assumer la responsabilité des décisions qui seraient prises. «Si vous ne désarmiez pas, continua M. de Norpois sans attendre la réponse collective de Bloch, si, avant même que fût séchée l′encre du décret qui instituerait la procédure de révision, obéissant à je ne sais quel insidieux mot d′ordre vous ne désarmiez pas, mais vous confiniez dans une opposition stérile qui semble pour certains l′ultima ratio de la politique, si vous vous retiriez sous votre tente et brûliez vos vaisseaux, ce serait à votre grand dam. Êtes-vous prisonniers des fauteurs de désordre? Leur avez-vous donné des gages?» Bloch était embarrassé pour répondre. M. de Norpois ne lui en laissa pas le temps. «Si la négative est vraie, comme je veux le croire, et si vous avez un peu de ce qui me semble malheureusement manquer à certains de vos chefs et de vos amis, quelque esprit politique, le jour même où la Chambre criminelle sera saisie, si vous ne vous laissez pas embrigader par les pêcheurs en eau trouble, vous aurez ville gagnée. Je ne réponds pas que tout l′état-major puisse tirer son épingle du jeu, mais c′est déjà bien beau si une partie tout au moins peut sauver la face sans mettre le feu aux poudres et amener du grabuge. Il va de soi d′ailleurs que c′est au gouvernement qu′il appartient de dire le droit et de clore la liste trop longue des crimes impunis, non, certes, en obéissant aux excitations socialistes ni de je ne sais quelle soldatesque, ajouta-t-il, en regardant Bloch dans les yeux et peut-être avec l′instinct qu′ont tous les conservateurs de se ménager des appuis dans le camp adverse. L′action gouvernementale doit s′exercer sans souci des surenchères, d′où qu′elles viennent. Le gouvernement n′est, Dieu merci, aux ordres ni du colonel Driant, ni, à l′autre pôle, de M. Clemenceau. Il faut mater les agitateurs de profession et les empêcher de relever la tête. La France dans son immense majorité désire le travail, dans l′ordre! Là-dessus ma religion est faite. Mais il ne faut pas craindre d′éclairer l′opinion; et si quelques moutons, de ceux qu′a si bien connus notre Rabelais, se jetaient à l′eau tête baissée, il conviendrait de leur montrer que cette eau est trouble, qu′elle a été troublée à dessein par une engeance qui n′est pas de chez nous, pour en dissimuler les dessous dangereux. Et il ne doit pas se donner l′air de sortir de sa passivité à son corps défendant quand il exercera le droit qui est essentiellement le sien, j′entends de mettre en mouvement Dame Justice. Le gouvernement acceptera toutes vos suggestions. S′il est avéré qu′il y ait eu erreur judiciaire, il sera assuré d′une majorité écrasante qui lui permettrait de se donner du champ. El señor de Norpois hacía estas preguntas a Bloch con una vehemencia que, al mismo tiempo que intimidaba a mi camarada, lo lisonjeaba; porque el embajador parecía como si se dirigiese en él a todo un partido, como si interrogara a Bloch ni más ni menos que si éste hubiese recibido las confidencias de ese partido y pudiera asumir la responsabilidad de las decisiones que se adoptasen. —Si no cejasen ustedes —continuó el señor de Norpois sin aguardar a la respuesta colectiva de Bloch—; si antes, inclusive, de que estuviera seca la tinta del decreto que dispusiese el incoamiento del proceso de revisión, ustedes, obedeciendo a no sé qué insidiosa consigna, no cejaran, sino que se confinasen en una oposición estéril que parece ser para algunos la ultima ratio de la política; si se retirasen ustedes a su tienda y quemasen sus naves, sería con grande perjuicio para ustedes mismos. ¿Son ustedes prisioneros de los fautores de desorden? ¿Les han dado ustedes rehenes" Bloch se veía perplejo para responder. El señor de Norpois no le dio tiempo. —Si la negativa es veraz, como quiero creerlo, y si tiene usted un poco de lo que me parece que, desgraciadamente, les falta a algunos de sus jefes y de sus amigos, cierto espíritu político, el mismo día en que esté segura la Sala de lo Criminal, si no se dejan ustedes alistar por los que pescan en río revuelto, tendrán ustedes ganada la partida. No respondo que todo el Estado mayor pueda salir muy airoso del trance, pero no es poco ya que parte de él, por lo menos, pueda sacar alta la cara sin plantar fuego al polvorín ni armar gresca. «Por lo demás, se cae de su peso que es al Gobierno a quien incumbe hacer hablar al derecho y cerrar la lista, demasiado larga, de los crímenes impunes; no, ciertamente, obedeciendo a las incitaciones socialistas ni a las de no sé qué soldadesca — añadió, mirando a Bloch a los ojos y acaso con el instinto que tienen todos los conservadores para buscarse apoyos en el campo contrario—. La acción gubernamental debe ejercerse sin hacer caso de pujas, vengan éstas de donde vinieren. El Gobierno no está, a Dios gracias, a las órdenes del coronel Driaut ni, en el otro polo, a las del señor Clemenceau. Hay que meter en cintura a los agitadores de profesión e impedir que vuelvan a levantar cabeza. ¡Francia, en su inmensa mayoría, desea el trabajo dentro del orden! En este respecto, tengo formada mi religión. Pero no hay que tener miedo de ilustrar a la opinión; y si algunos borregos, de los que tan bien conoció nuestro Rabelais, se lanzasen al agua de cabeza, convendría hacerles ver que esa agua está turbia, que ha sido enturbiada adrede por una ralea que no es de casa, para disimular sus peligrosos fondos. Y el Gobierno no debe aparecer como que sale a la fuerza de su pasividad cuando ejerza el derecho que es esencialmente su derecho; quiero decir, poner en movimiento a la Señora justicia. El Gobierno aceptará todas las indicaciones de ustedes. Si se demuestra que hubo error judicial, el Gobierno estará apoyado por una mayoría aplastante que le permitiría obrar con entera libertad.» —
— Vous, monsieur, dit Bloch, en se tournant vers M. d′Argencourt à qui on l′avait nommé en même temps que les autres personnes, vous êtes certainement dreyfusard: à l′étranger tout le monde l′est. Usted, caballero —dijo Bloch, volviéndose hacia el señor de Argencourt, a quien había sido presentado al mismo tiempo que a los demás—, de seguro que es dreyfusista: en el extranjero lo es todo el mundo.
— C′est une affaire qui ne regarde que les Français entre eux, n′est-ce pas? répondit M. d′Argencourt avec cette insolence particulière qui consiste à prêter à l′interlocuteur une opinion qu′on sait manifestement qu′il ne partage pas, puisqu′il vient d′en émettre une opposée. —Ésa es una cuestión que sólo atañe a los franceses entre sí, ¿verdad? —respondió el señor de Argencourt con esa particular insolencia que consiste en atribuir al interlocutor una opinión que se sabe manifiestamente que no comparte, puesto que acaba de emitir una opinión opuesta.
Bloch rougit; M. d′Argencourt sourit, en regardant autour de lui, et si ce sourire, pendant qu′il l′adressa aux autres visiteurs, fut malveillant pour Bloch, il se tempéra de cordialité en l′arrêtant finalement sur mon ami afin d′ôter à celui-ci le prétexte de se fâcher des mots qu′il venait d′entendre et qui n′en restaient pas moins cruels. Mme de Guermantes dit à l′oreille de M. d′Argencourt quelque chose que je n′entendis pas mais qui devait avoir trait à la religion de Bloch, car il passa à ce moment dans la figure de la duchesse cette expression à laquelle la peur qu′on a d′être remarqué par la personne dont on parle donne quelque chose d′hésitant et de faux et où se mêle la gaîté curieuse et malveillante qu′inspiré un groupement humain auquel nous nous sentons radicalement étrangers. Pour se rattraper Bloch se tourna vers le duc de Châtellerault: «Vous, monsieur, qui êtes français, vous savez certainement qu′on est dreyfusard à l′étranger, quoiqu′on prétende qu′en France on ne sait jamais ce qui se passe à l′étranger. Du reste je sais qu′on peut causer avec vous, Saint–Loup me l′a dit.» Mais le jeune duc, qui sentait que tout le monde se mettait contre Bloch et qui était lâche comme on l′est souvent dans le monde, usant d′ailleurs d′un esprit précieux et mordant que, par atavisme, il semblait tenir de M. de Charlus: «Excusez-moi, Monsieur, de ne pas discuter de Dreyfus avec vous, mais c′est une affaire dont j′ai pour principe de ne parler qu′entre Japhétiques.» Tout le monde sourit, excepté Bloch, non qu′il n′eût l′habitude de prononcer des phrases ironiques sur ses origines juives, sur son côté qui tenait un peu au Sinaí¬ Mais au lieu d′une de ces phrases, lesquelles sans doute n′étaient pas prêtes, le déclic de la machine intérieure en fit monter une autre à la bouche de Bloch. Et on ne put recueillir que ceci: «Mais comment avez-vous pu savoir? Qui vous a dit?» comme s′il avait été le fils d′un forçat. D′autre part, étant donné son nom qui ne passe pas précisément pour chrétien, et son visage, son étonnement montrait quelque naîµ¥té. Bloch se sonrojó; el señor de Argencourt sonrió, mirando en torno, y si la sonrisa, mientras la dirigió a los demás visitantes, fue malévola para Bloch, se atemperó de cordialidad al detenerla finalmente en mi amigo, con objeto de privar a éste de pretexto para molestarse de las palabras que acababa de oír y que no por ello dejaban de ser menos crueles. La señora de Guermantes dijo al oído al señor de Argencourt algo que no oí, pero que debía de referirse a la religión de Bloch, porque en ese momento pasó por el semblante de la duquesa esa expresión a que el temor que tiene uno de ser observado por la persona de quien habla comunica un viso vacilante y falso, y a la que se mezcla‘ el regocijo curioso ymalévolo que inspira un grupo humano a que nos sentimos radicalmente extraños. Bloch, por desquitarse, se dirigió al duque de Châtellerault: —Usted, caballero, que es francés, sabe de seguro que en el extranjero son dreyfusistas, aunque se pretenda que en Francia no se sabe nunca lo que pasa en el extranjero Además, yo sé que se puede hablar con usted; me lo ha dicho Saint-Loup. Pero el joven duque, que sentía que todo el mundo se ponía en contra de Bloch, y que era cobarde como a menudo se es en sociedad, usando de un ingenio preciosista y mordaz que, por atavismo, parecía heredar del señor de Charlus: —Perdóneme, caballero, que no discuta acerca de Dreyfus con usted; pero es la cuestión que tengo por principio no hablar de ella como no sea entre jaféticos. Todo el mundo sonrió, excepto Bloch, no porque éste no tuviese costumbre de pronunciar frases irónicas a cuenta de sus orígenes judíos, a propósito de su ascendencia que venía un tanto del Sinaí. Pero en lugar de una de esas frases, que sin duda no estaban a punto, el resorte de la máquina interior hizo subir otra a la boca de Bloch. Y sólo se pudo recoger esto: —Pero, ¿cómo ha podido usted saber?... ¿Quién le ha dicho a usted?... —como si hubiera sido hijo de un presidiario. Por otra parte, dado su apellido, que no pasa precisamente por cristiano, y su cara, su extrañeza denotaba cierta ingenuidad.
Ce que lui avait dit M. de Norpois ne l′ayant pas complètement satisfait, il s′approcha de l′archiviste et lui demanda si on ne voyait pas quelquefois, chez Mme de Villeparisis M. du Paty de Clam ou M. Joseph Reinach. L′archiviste ne répondit rien; il était nationaliste et ne cessait de prêcher à la marquise qu′il y aurait bientôt une guerre sociale et qu′elle devrait être plus prudente dans le choix de ses relations. Il se demanda si Bloch n′était pas un émissaire secret du syndicat venu pour le renseigner et alla immédiatement répéter à Mme de Villeparisis ces questions que Bloch venait de lui poser. Elle jugea qu′il était au moins mal élevé, peut-être dangereux pour la situation de M. de Norpois. Enfin elle voulait donner satisfaction à l′archiviste, la seule personne qui lui inspirât quelque crainte et par lequel elle était endoctrinée, sans grand succès (chaque matin il lui lisait l′article de M. Judet dans le Petit Journal). Elle voulut donc signifier à Bloch qu′il eût à ne pas revenir et elle trouva tout naturellement dans son répertoire mondain la scène par laquelle une grande dame met quelqu′un à la porte de chez elle, scène qui ne comporte nullement le doigt levé et les yeux flambants que l′on se figure. Comme Bloch s′approchait d′elle pour lui dire au revoir, enfoncée dans son grand fauteuil, elle parut à demi tirée d′une vague somnolence. Ses regards noyés n′eurent que la lueur faible et charmante d′une perle. Les adieux de Bloch, déplissant à peine dans la figure de la marquise un languissant sourire, ne lui arrachèrent pas une parole, et elle ne lui tendit pas la main. Cette scène mit Bloch au comble de l′étonnement, mais comme un cercle de personnes en était témoin alentour, il ne pensa pas qu′elle pût se prolonger sans inconvénient pour lui et, pour forcer la marquise, la main qu′on ne venait pas lui prendre, de lui-même il la tendit. Mme de Villeparisis fut choquée. Mais sans doute, tout en tenant à donner une satisfaction immédiate à l′archiviste et au clan antidreyfusard, voulait-elle pourtant ménager l′avenir, elle se contenta d′abaisser les paupières et de fermer à demi les yeux. Como lo que le había dicho el señor de Norpois no le hubiera satisfecho completamente, se acercó al archivero y le preguntó si no se veía algunas veces en casa de la señora de Villeparisis al señor du Paty de Claus o a José Reinach. El archivero no respondió nada; era nacionalista y no cesaba de predicar a la marquesa que bien pronto habría una guerra social que ella debiera ser más prudente en la elección de sus relaciones. Se preguntó si no sería Bloch un emisario secreto del Sindicato que hubiera venido con objeto de informar a éste, y se fue a repetir inmediatamente a la señora Villeparisis las preguntas que Bloch acababa de hacerle. La marquesa juzgó que Bloch estaba, por lo menos, mal educado, que acaso fuera peligroso para la posición del señor de Norpois. Por último, quería dar gusto al archivero, la única persona que le inspiraba algún temor y por quien era adoctrinada, sin gran resultado (todas las mañanas le leía el artículo del señor Judet en el Petit Journal). Quiso, por tanto, dar a entender a Bloch que no se empeñase en volver, y encontró con la mayor naturalidad en su repertorio mundano la escena con que una gran dama pone a alguien a la puerta de su casa, escena que en modo alguno comporta el dedo en alto y los ojos llameantes que la gente se figura. En el momento en que Bloch se acercaba a ella para despedirse, hundida en su butacón, pareció extraída a medias de una vaga somnolencia. Sus ahogadas miradas tuvieron tan sólo el fulgor apagado y encantador de una perla. Los adioses de Bloch, desplegando apenas en el rostro de la marquesa una lánguida sonrisa, no le arrancaron una palabra, y no le tendió la mano. Esta escena puso a Bloch en el colmo del asombro; pero, como era testigo de ella un círculo de personas a su alrededor, no pensó que pudiera prolongarse sin inconveniente para él y, por obligar a la marquesa, la mano que no venían a tomarle se la tendió él mismo. La señora de Villeparisis se molestó. Pero sin duda, con importarle dar una satisfacción inmediata al archivero y al clan antidreyfusista, quería, sin embargo, guardar miramientos al porvenir; se contento con bajar los párpados y entornar los ojos.
— Je crois qu′elle dort, dit Bloch à l′archiviste qui, se sentant soutenu par la marquise, prit un air indigné. Adieu, madame, cria-t-il. —Ale parece que está dormida —dijo Bloch al archivero, que, sintiéndose sostenido por la marquesa, adoptó una expresión indignada—. ¡Adiós, señora! —gritó.
La marquise fit le léger mouvement de lèvres d′une mourante qui voudrait ouvrir la bouche, mais dont le regard ne reconnaît plus. Puis elle se tourna, débordante d′une vie retrouvée, vers le marquis d′Argencourt tandis que Bloch s′éloignait persuadé qu′elle était «ramollie». Plein de curiosité et du dessein d′éclairer un incident si étrange, il revint la voir quelques jours après. Elle le reçut très bien parce qu′elle était bonne femme, que l′archiviste n′était pas là, qu′elle tenait à la saynète que Bloch devait faire jouer chez elle, et qu′enfin elle avait fait le jeu de grande dame qu′elle désirait, lequel fut universellement admiré et commenté le soir même dans divers salons, mais d′après une version qui n′avait déjà plus aucun rapport avec la vérité. La marquesa hizo el ligero movimiento de labios de una moribunda que quisiera abrir la boca, pero cuya mirada ya no reconoce a nadie. Después se volvió, desbordante de una vida que vuelve a encontrarse, al marqués de Argencourt, mientras Bloch se alejaba persuadido de que estaba «chocha». Lleno de curiosidad y con el propósito de poner en claro un incidente tan extraño, volvió a verla algunos días después. Ella lo recibió muy bien, porque era buena, porque no estaba allí el archivero, porque le importaba el sainete que había de hacer representar en su casa Bloch, y, en fin, porque había hecho la comedia de gran dama que deseaba, que fue universalmente admirada y comentada aquella misma noche en diversos salones, pero conforme a una versión que ya no tenía ninguna relación con la verdad.
— Vous parliez des Sept Princesses, duchesse, vous savez (je n′en suis pas plus fier pour ça) que l′auteur de ce . . . comment dirai-je, de ce factum, est un de mes compatriotes, dit M. d′Argencourt avec une ironie mêlée de la satisfaction de connaître mieux que les autres l′auteur d′une oeuvre dont on venait de parler. Oui, il est belge de son état, ajouta-t-il. —Hablaba usted de las Siete Princesas, duquesa; ¿sabe usted (no estoy más orgulloso de ello por eso) que el autor de ese... cómo diré, de ese memorial, es un compatriota mío" —dijo el señor de Argencourt con una ironía matizada por la satisfacción de conocer mejor que los demás al autor de una obra de que se acababa de hablar—. Sí, es belga de nación —añadió.
— Vraiment? Non, nous ne vous accusons pas d′être pour quoi que ce soit dans les Sept Princesses. Heureusement pour vous et pour vos compatriotes, vous ne ressemblez pas à l′auteur de cette ineptie. Je connais des Belges très aimables, vous, votre Roi qui est un peu timide mais plein d′esprit, mes cousins Ligne et bien d′autres, mais heureusement vous ne parlez pas le même langage que l′auteur des Sept Princesses. Du reste, si vous voulez que je vous dise, c′est trop d′en parler parce que surtout ce n′est rien. Ce sont des gens qui cherchent à avoir l′air obscur et au besoin qui s′arrangent d′être ridicules pour cacher qu′ils n′ont pas d′idées. S′il y avait quelque chose dessous, je vous dirais que je ne crains pas certaines audaces, ajouta-t-elle d′un ton sérieux, du moment qu′il y a de la pensée. Je ne sais pas si vous avez vu la pièce de Borelli. Il y a des gens que cela a choqués; moi, quand je devrais me faire lapider, ajouta-t-elle sans se rendre compte qu′elle ne courait pas de grands risques, j′avoue que j′ai trouvé cela infiniment curieux. Mais les Sept Princesses! L′une d′elle a beau avoir des bontés pour son neveu, je ne peux pas pousser les sentiments de famille. . . . —¿De veras? No, no lo acusarnos a usted de entrar para nada en las Siete Princesas. Afortunadamente para usted ypara sus compatriotas, no se parece usted al autor de esa inepcia. Conozco belgas muy amables: usted; su rey, que es un poco tímido, aunque lleno de ingenio; mis primos los de Ligne y otros muchos; pero, afortunadamente, ustedes no hablan la misma lengua que el autor de las Siete Princesas. Por lo demás, si quiere usted que le diga la verdad, es demasiado hablar de ello, sobre todo porque eso no es nada. Son gente que trata de parecer oscura y que si es preciso se las arregla para ser ridícula, para ocultar que no tiene ideas. Si debajo de eso hubiera algo, yo le diría a usted que no les temo a ciertas audacias —añadió en un tono serio— desde el momento en que haya en ellas algún pensamiento. No sé si ha visto usted la obra de Borelli. Hay gente a quien le ha molestado; a mí, aun cuando hubiera de hacerme lapidar —añadió sin darse cuenta de que no corría grandes riesgos—, confieso que me ha parecido infinitamente curiosa. ¡Pero las Siete Princesas! De pala sirve que una de ellas tenga mimos para su sobrino; no puedo soportar los sentimientos familiares...
La duchesse s′arrêta net, car une dame entrait qui était la vicomtesse de Marsantes, là mère de Robert. Mme de Marsantes était considérée dans le faubourg Saint–Germain comme un être supérieur, d′une bonté, d′une résignation angéliques. On me l′avait dit et je n′avais pas de raison particulière pour en être surpris, ne sachant pas à ce moment-là qu′elle était la propre soeur du duc de Guermantes. Plus tard j′ai toujours été étonné chaque fois que j′appris, dans cette société, que des femmes mélancoliques, pures, sacrifiées, vénérées comme d′idéales saintes de vitrail, avaient fleuri sur la même souche généalogique que des frères brutaux, débauchés et vils. Des frères et soeurs, quand ils sont tout à fait pareils du visage comme étaient le duc de Guermantes et Mme de Marsantes, me semblaient devoir avoir en commun une seule intelligence, un même coeur, comme aurait une personne qui peut avoir de bons ou de mauvais moments mais dont on ne peut attendre tout de même de vastes vues si elle est d′esprit borné, et une abnégation sublime si elle est de coeur dur. La duquesa se detuvo en seco, porque entraba una señora que era la vizcondesa de Marsantes, madre de Roberto. La señora de Marsantes era considerada en el faubourg de Saint-Germain como un ser superior, de una bondad, de una resignación angelicales. Me lo habían dicho, y no tenía ninguna razón particular para estar sorprendido de ello, ya que en ese momento no sabía que fuese la mismísima hermana del duque de Guermantes. Más tarde me he extrañado cada vez que he sabido, en esta sociedad, que mujeres melancólicas, puras, sacrificadas, veneradas como ideales, santas de vidriera, habían florecido en la misma capa genealógica que unos hermanos brutales, estragados y viles. Hermanos yhermanas, cuando son tan enteramente iguales de cara como lo eran el duque de Guermantes y la señora de Marsantes, me pareció que debían tener en común una sola inteligencia, un mismo corazón, como los tendría una persona que podrá tener momentos buenos o malos, pero de quien no cabe esperar, con todo, amplitud de miras si es de espíritu limitado, o una abnegación sublime si es dura de corazón.
Mme de Marsantes suivait les cours de Brunetière. Elle enthousiasmait le faubourg Saint–Germain et, par sa vie de sainte, l′édifiait aussi. Mais la connexité morphologique du joli nez et du regard pénétrant incitait pourtant à classer Mme de Marsantes dans la même famille intellectuelle et morale que son frère le duc. Je ne pouvais croire que le seul fait d′être une femme, et peut-être d′avoir été malheureuse et d′avoir l′opinion de tous pour soi, pouvait faire qu′on fût aussi différent des siens, comme dans les chansons de geste où toutes les vertus et les grâces sont réunies en la soeur de frères farouches. Il me semblait que la nature, moins libre que les vieux poètes, devait se servir à peu près exclusivement des éléments communs à la famille et je ne pouvais lui attribuer tel pouvoir d′innovation qu′elle fît, avec des matériaux analogues à ceux qui composaient un sot et un rustre, un grand esprit sans aucune tare de sottise, une sainte sans aucune souillure de brutalité. Mme de Marsantes avait une robe de surah blanc à grandes palmes, sur lesquelles se détachaient des fleurs en étoffe lesquelles étaient noires. C′est qu′elle avait perdu, il y a trois semaines, son cousin M. de Montmorency, ce qui ne l′empêchait pas de faire des visites, d′aller à de petits dîners, mais en deuil. C′était une grande dame. Par atavisme son âme était remplie par la frivolité des existences de cour, avec tout ce qu′elles ont de superficiel et de rigoureux. Mme de Marsantes n′avait pas eu la force de regretter longtemps son père et sa mère, mais pour rien au monde elle n′eût porté de couleurs dans le mois qui suivait la mort d′un cousin. Elle fut plus qu′aimable avec moi parce que j′étais l′ami de Robert et parce que je n′étais pas du même monde que Robert. Cette bonté s′accompagnait d′une feinte timidité, de l′espèce de mouvement de retrait intermittent de la voix, du regard, de la pensée qu′on ramène à soi comme une jupe indiscrète, pour ne pas prendre trop de place, pour rester bien droite, même dans la souplesse, comme le veut la bonne éducation. Bonne éducation qu′il ne faut pas prendre trop au pied de la lettre d′ailleurs, plusieurs de ces dames versant très vite dans le dévergondage des moeurs sans perdre jamais la correction presque enfantine des manières. Mme de Marsantes agaçait un peu dans la conversation parce que, chaque fois qu′il s′agissait d′un roturier, par exemple de Bergotte, d′Elstir, elle disait en détachant le mot, en le faisant valoir, et en le psalmodiant sur deux tons différents en une modulation qui était particulière aux Guermantes: «J′ai eu l′honneur, le grand hon-neur de rencontrer Monsieur Bergotte, de faire la connaissance de Monsieur Elstir», soit pour faire admirer son humilité, soit par le même goût qu′avait M. de Guermantes de revenir aux formes désuètes pour protester contre les usages de mauvaise éducation actuelle où on ne se dit pas assez «honoré». Quelle que fût celle de ces deux raisons qui fût la vraie, de toutes façons on sentait que, quand Mme de Marsantes disait: «J′ai eu l′honneur, le grand hon-neur», elle croyait remplir un grand rôle, et montrer qu′elle savait accueillir les noms des hommes de valeur comme elle les eût reçus eux-mêmes dans son château, s′ils s′étaient trouvés dans le voisinage. D′autre part, comme sa famille était nombreuse, qu′elle l′aimait beaucoup, que, lente de débit et amie des explications, elle voulait faire comprendre les parentés, elle se trouvait (sans aucun désir d′étonner et tout en n′aimant sincèrement parler que de paysans touchants et de gardes-chasse sublimes) citer à tout instant toutes les familles médiatisées d′Europe, ce que les personnes moins brillantes ne lui pardonnaient pas et, si elles étaient un peu intellectuelles, raillaient comme de la stupidité. La señora de Marsantes asistía a los cursos de Brunetière. Entusiasmaba al faubourg Saint-Germain, y con su vida de santa, lo edificaba asimismo. Pero la conexión morfológica de la bonita nariz y de la mirada penetrante incitaba, sin embargo, a clasificar a la señora de Marsantes en la misma familia intelectual y moral que su hermano el duque. Yo no podía creer que el simple hecho de ser mujer yacaso de haber sido desgraciada ytener la opinión de todos a su favor, pudiera hacer que una persona fuese tan diferente de los suyos, como en las canciones de gesta en que todas las virtudes y las gracias están reunidas en la hermana de unos hermanos feroces. Me parecía que la naturaleza, menos libre que los antiguos poetas, tenía que servirse casi exclusivamente de los elementos comunes a la familia, y no podía atribuirle tal poder de innovación que hiciese, con materiales análogos a los que componían un tonto o un patán, un gran espíritu sin tara alguna de necedad, una santa sin ninguna mácula de brutalidad. La señora de Marsantes llevaba un traje de surá blanco con grandes palmas, sobre las que se destacaban unas flores de tela que eran negras. Es que había perdido, hacía tres semanas, a su primo el señor de Montmorency, lo cual no le impedía hacer visitas y asistir a comidas íntimas, pero de luto. Era una gran dama. Por atavismo, su alma estaba llena de la frivolidad de las existencias de corte, con todo lo que hay en ella de superficial y de riguroso. La señora de Marsantes no había tenido fuerzas para lamentar mucho tiempo la pérdida de su padre y de su madre, pero por nada del mundo hubiera vestido de color en el mes siguiente a la muerte de su primo. Estuvo más que amable conmigo, porque yo era amigo de Roberto y porque no era del mismo mundo que Roberto. Esta bondad iba acompañada de una timidez fingida, de la especie de movimiento de retirada intermitente de la voz, de la mirada, del pensamiento que se recoge como una falda indiscreta, para no ocupar demasiado sitio, para permanecer bien erguida, inclusive en la flexibilidad, como requiere la buena educación. Buena educación que no hay que tomar demasiado al pie de la letra, por lo demás, ya que muchas de esas damas caen enseguida en la licencia de costumbres sin perder nunca la corrección casi infantil de los modales. La señora de Marsantes irritaba un poco en la conversación porque, cada vez que se trataba de un plebeyo (por ejemplo, de Bergotte, de Elstir), decía recalcando la palabra, haciéndola valer y salmodiándola en dos tonos diferentes con una modulación que era peculiar de los Guermantes: «He tenido el honor, el gran honor de encontrarme con el señor Bergotte, de conocer al señor Elstir», fuese por hacer admirar su humildad, fuese por el mismo gusto que tenía el señor de Guermantes de volver a las formas desusadas para protestar contra los usos de la mala educación actual en que no se dice suficientemente «honrado».
A la campagne, Mme de Marsantes était adorée pour le bien qu′elle faisait, mais surtout parce que la pureté d′un sang où depuis plusieurs générations on ne rencontrait que ce qu′il y a de plus grand dans l′histoire de France avait ôté à sa manière d′être tout ce que les gens du peuple appellent «des manières» et lui avait donné la parfaite simplicité. Elle ne craignait pas d′embrasser une pauvre femme qui était malheureuse et lui disait d′aller chercher un char de bois au château. C′était, disait-on, la parfaite chrétienne. Elle tenait à faire faire un mariage colossalement riche à Robert. Être grande dame, c′est jouer à la grande dame, c′est-à-dire, pour une part, jouer la simplicité. C′est un jeu qui coûte extrêmement cher, d′autant plus que la simplicité ne ravit qu′à la condition que les autres sachent que vous pourriez ne pas être simples, c′est-à-dire que vous êtes très riches. On me dit plus tard, quand je racontai que je l′avais vue: «Vous avez dû vous rendre compte qu′elle a été ravissante.» Mais la vraie beauté est si particulière, si nouvelle, qu′on ne la reconnaît pas pour la beauté. Je me dis seulement ce jour-là qu′elle avait un nez tout petit, des yeux très bleus, le cou long et l′air triste. Cualquiera de estas dos razones que fuese la verdadera, de todas maneras se sentía que cuando la señora de Marsantes decía: «He tenido el honor, el gran ho-nor», creía desempeñar un gran papel y demostrar que sabía acoger los nombres de los hombres de valía como hubiera recibido a éstos en persona en su castillo, si se hubieran encontrado en sus inmediaciones. Por otra parte, como su familia era numerosa, como la quería mucho; como, lenta de palabra y amiga de explicaciones, quería hacer comprender los parentescos, se encontraba (sin ningún deseo de deslumbrar y aun sin que, sinceramente, le gustase hablar más que de campesinos conmovedores y de guardas de caza, sublimes) citando a cada instante a todas las familias ennoblecidas de Europa, cosa que no le perdonaban las gentes menos brillantes, y si eran un tanto intelectuales, se burlaban de ello como de una estupidez.
—Écoute, dit Mme de Villeparisis à la duchesse de Guermantes, je crois que j′aurai tout à l′heure la visite d′une femme que tu ne veux pas connaître, j′aime mieux te prévenir pour que cela ne t′ennuie pas. D′ailleurs, tu peux être tranquille, je ne l′aurai jamais chez moi plus tard, mais elle doit venir pour une seule fois aujourd′hui. C′est la femme de Swann. En el campo, la señora de Marsantes era adorada por el bien que hacía, pero sobre todo porque la pureza de una sangre en que desde muchas generaciones atrás no se encontraba sino cuanto hay de más grande en la historia de Francia, había quitado a su manera de ser todo lo, que la gente del pueblo llama «ínfulas» y le había dado una sencillez perfecta. No temía abrazar a una pobre mujer que era desgraciada y decirle que fuese a buscar un carro de leña al castillo. Era, se decía, la perfecta cristiana. Estaba empeñada en hacer contraer un matrimonio colosalmente rica a Roberto. Ser gran señora es jugar a la gran señora; es decir, por una parte, jugar a la sencillez. Es un juego que sale extremadamente caro, tanto más cuanto que la sencillez no encanta sirio a condición de que los demás sepan que podríais no ser sencillos; es decir, que sois riquísimos. Más tarde me dijeron, cuando conté que la había visto: «Debe usted de haberse dado cuenta que ha sido encantadora». Pero la verdadera belleza es tan particular, tan nueva, que no se la reconoce como tal belleza. Ese día me dije solamente que tenía una nariz chiquitina, los ojos muy azules, el cuello largo y la expresión triste.
Mme Swann, voyant les proportions que prenait l′affaire Dreyfus et craignant que les origines de son mari ne se tournassent contre elle, l′avait supplié de ne plus jamais parler de l′innocence du condamné. Quand il n′était pas là, elle allait plus loin et faisait profession du nationalisme le plus ardent; elle ne faisait que suivre en cela d′ailleurs Mme Verdurin chez qui un antisémitisme bourgeois et latent s′était réveillé et avait atteint une véritable exaspération. Mme Swann avait gagné à cette attitude d′entrer dans quelques-unes des ligues de femmes du monde antisémite qui commençaient à se former et avait noué des relations avec plusieurs personnes de l′aristocratie. Il peut paraître étrange que, loin de les imiter, la duchesse de Guermantes, si amie de Swann, eût, au contraire, toujours résisté au désir qu′il ne lui avait pas caché de lui présenter sa femme. Mais on verra plus tard que c′était un effet du caractère particulier de la duchesse qui jugeait qu′elle «n′avait pas» à faire telle ou telle chose, et imposait avec despotisme ce qu′avait décidé son «libre arbitre» mondain, fort arbitraire. —Oye —dijo la señora de Villeparisis a la duquesa de Guermantes—, creo que voy a recibir dentro de un momento la visita de una mujer a quien no quieres conocer; prefiero avisártelo para que no te moleste. Por lo demás, puedes estar tranquila; no volveré nunca a recibirla en mi casa en lo sucesivo, pero tiene que venir por una sola vez hoy. Es la mujer de Swann.
— Je vous remercie de me prévenir, répondit la duchesse. Cela me serait en effet très désagréable. Mais comme je la connais de vue je me lèverai à temps. La señora de Swann, al ver las proporciones que tomaba la cuestión Dreyfus, y temiendo que el origen de su marido se volviese contra ella, le había suplicado que no hablase nunca de la inocencia del condenado. Cuando no estaba él delante, iba aún más lejos, y hacía profesión del más ardiente nacionalismo; no hacía más que seguir en esto, por lo demás, a la señora de Verdurin, en quien se había despertado un antisemitismo burgués ylatente, yhabía llegado a una verdadera exasperación. La señora de Swann había conseguido, gracias a esta actitud, entrar en algunas de las Ligas de mujeres del mundo antisemita que empezaba a formarse, y había trabado relaciones con muchas personas de la aristocracia. Puede parecer extraño que, lejos de imitarlas, la duquesa de Guermantes, tan amiga de Swann, se hubiese resistido siempre, por el contrario, al deseo, que él no le había ocultado, de presentarla a su mujer. Pero más tarde se verá que esto era un reflejo del carácter particular de la duquesa, que juzgaba que «no tenía» ,que hacer tal o cual cosa e imponía con despotismo lo que había decidido su «libre arbitrio» mundano, muy arbitrario.
— Je t′assure, Oriane, elle est très agréable, c′est une excellente femme, dit Mme de Marsantes. —Le agradezco que me haya avisado —dijo la duquesa—. Me sería muy desagradable, en efecto. Pero como la conozco de vista, me levantaré a tiempo.
— Je n′en doute pas, mais je n′éprouve aucun besoin de m′en assurer par moi-même. —Te aseguro, Oriana, que es muy agradable; es una mujer excelente.
— Est-ce que tu es invitée chez Lady Israël? demanda Mme de Villeparisis à la duchesse, pour changer la conversation. —No lo dudo, pero no siento ninguna necesidad de cerciorarme de ello por mí misma.
— Mais, Dieu merci, je ne la connais pas, répondit Mme de Guermantes. C′est à Marie–Aynard qu′il faut demander cela. Elle la connaît et je me suis toujours demandé pourquoi. —¿Estás invitada en casa de lady Israel? —preguntó la señora de Villeparisis a la duquesa, por cambiar de conversación.
— Je l′ai en effet connue, répondit Mme de Marsantes, je confesse mes erreurs. Mais je suis décidée à ne plus la connaître. Il paraît que c′est une des pires et qu′elle ne s′en cache pas. Du reste, nous avons tous été trop confiants, trop hospitaliers. Je ne fréquenterai plus personne de cette nation. Pendant qu′on avait de vieux cousins de province du même sang, à qui on fermait sa, porte, on l′ouvrait aux Juifs. Nous voyons maintenant leur remerciement. Hélas! je n′ai rien à dire, j′ai un fils adorable et qui débite, en jeune fou qu′il est, toutes les insanités possibles, ajouta-t-elle en entendant que M. d′Argencourt avait fait allusion à Robert. Mais, à propos de Robert, est-ce que vous ne l′avez pas vu? demanda-t-elle à Mme de Villeparisis; comme c′est samedi, je pensais qu′il aurait pu passer vingt-quatre heures à Paris, et dans ce cas il serait sûrement venu vous voir. —¡Pero si, a Dios gracias, no la conozco! —respondió la señora de Guermantes—. A quien hay que preguntarle eso es a María Aynard. Ella la conoce, y siempre me he preguntado por qué.
En réalité Mme de Marsantes pensait que son fils n′aurait pas de permission; mais comme, en tout cas, elle savait que s′il en avait eu une il ne serait pas venu chez Mme de Villeparisis, elle espérait, en ayant l′air de croire qu′elle l′eût trouvé ici, lui faire pardonner, par sa tante susceptible, toutes les visites qu′il ne lui avait pas faites. —La he conocido, en efecto —respondió la señora de Marsantes—; confieso mis errores. Pero estoy decidida a no volver a tratarla. Parece que es una de las peores y que no se recata. Por lo demás, hemos sido todos demasiado confiados, demasiado hospitalarios. No, volveré a tratar a nadie de ese pueblo. Mientras teníamos antiguos primos de provincias, de nuestra misma sangre, a los que cerrábamos nuestra puerta, se las abríamos a los judíos. Ahora vemos su agradecimiento. ¡Ay!, yo nada tengo que decir: tengo un hijo adorable, y que, como un chiquillo loco que es, suelta todas las insensateces posibles —añadió al oír que el señor de Argencourt había hecho alusión a Roberto—. Pero, a propósito de Roberto, ¿no lo ha visto usted? —preguntó a la señora de Villeparisis—; como hoy es sábado, pensé que habría podido pasar veinticuatro horas en París, y en ese caso habría venido seguramente a verla a usted.
— Robert ici! Mais je n′ai pas même eu un mot de lui; je crois que je ne l′ai pas vu depuis Balbec. En realidad, la señora de Marsantes pensaba que su hijo no tendría licencia; pero como, en todo caso, sabía que, de tenerla, no habría venido a casa de la señora de Villeparisis, esperaba, aparentando creer que lo hubiese encontrado aquí, hacerle perdonar por su susceptible tía todas las visitas que no le había hecho.
— Il est si occupé, il a tant à faire, dit Mme de Marsantes. —¡Roberto aquí! ¡Pero si ni siquiera me ha puesto dos líneas! Creo que no lo he visto desde Balbec.
Un imperceptible sourire fit onduler les cils de Mme de Guermantes qui regarda le cercle qu′avec la pointe de son ombrelle elle traçait sur le tapis. Chaque fois que le duc avait délaissé trop ouvertement sa femme, Mme de Marsantes avait pris avec éclat contre son propre frère le parti de sa belle-soeur. Celle-ci gardait de cette protection un souvenir reconnaissant et rancunier, et elle n′était qu′à demi fâchée des fredaines de Robert. A ce moment, la porte s′étant ouverte de nouveau, celui-ci entra. —¡Está tan ocupado, tiene tanto que hacer!... —dijo la señora de Marsantes.
— Tiens, quand on parle du Saint–Loup . . . dit Mme de Guermantes. Una imperceptible sonrisa hizo ondular las pestañas de la señora de Guermantes, que miró al círculo que con la punta de su sombrilla trazaba en la alfombra. Cada vez que el duque había abandonado demasiado abiertamente a su mujer, la señora de Marsantes había abrazado ostensiblemente, en contra de su propio hermano, la causa de su cuñada. Ésta guardaba de esa protección un recuerdo reconocido yrencoroso, ysólo a medias le molestaban las calaveradas de Roberto. En ese momento, abriéndose de nuevo la puerta, entró éste.
Mme de Marsantes, qui tournait le dos à la porte, n′avait pas vu entrer son fils. Quand elle l′aperçut, en cette mère la joie battit véritablement comme un coup d′aile, le corps de Mme de Marsantes se souleva à demi, son visage palpita et elle attachait sur Robert des yeux émerveillés: —¡Hombre, en hablando del Saint-Loup!... —dijo la señora de Guermantes.
— Comment, tu es venu! quel bonheur! quelle surprise! La señora de Marsantes, que estaba de espaldas a la puerta, no había visto entrar a su hijo. Cuando, se dio cuenta de su llegada, la alegría batió en aquella madre, verdaderamente, como un aletazo; el cuerpo de la señora de Marsantes se irguió a medias, su semblante palpitó y ponía en Roberto unos ojos maravillados
— Ah! quand on parle du Saint–Loup . . . je comprends, dit le diplomate belge riant aux éclats. —¡Cómo, has venido! ¡Qué felicidad! ¡Qué sorpresa!
— C′est délicieux, répliqua sèchement Mme de Guermantes qui détestait les calembours et n′avait hasardé celui-là qu′en ayant l′air de se moquer d′elle-même. —¡Ah!, en hablando del Saint-Loup, ¡ya comprendo! —dijo el diplomático belga riéndose a carcajadas.
— Bonjour, Robert, dit-elle; eh bien! voilà comme on oublie sa tante. —Es delicioso —replicó secamente .la señora de Guermantes, que detestaba los juegos de palabras y si había arriesgado éste era solamente como burlándose de sí misma.
Ils causèrent un instant ensemble et sans doute de moi, car tandis que Saint–Loup se rapprochait de sa mère, Mme de Guermantes se tourna vers moi. —¡Hola, Roberto! —dijo—. ¡Así se olvida a la tía!
— Bonjour, comme allez-vous? me dit-elle. Charlaron juntos un instante, sin duda acerca de mí, porque mientras Saint-Loup se acercaba a su madre, la señora de Guermantes se volvió hacia mí.
Elle laissa pleuvoir sur moi la lumière de son regard bleu, hésita un instant, déplia et tendit la tige de son bras, pencha en avant son corps, qui se redressa rapidement en arrière comme un arbuste qu′on a couché et qui, laissé libre, revient à sa position naturelle. Ainsi agissait-elle sous le feu des regards de Saint–Loup qui l′observait et faisait à distance des efforts désespérés pour obtenir un peu plus encore de sa tante. Craignant que la conversation ne tombât, il vint l′alimenter et répondit pour moi: —Buenas tardes, ¿cómo está usted? — me dijo.
— Il ne va pas très bien, il est un peu fatigué; du reste, il irait peut-être mieux s′il te voyait plus souvent, car je ne te cache pas qu′il aime beaucoup te voir. Dejó llover sobre mí la luz de su mirada azul, vaciló un instante, desplegó y tendió el tallo de su brazo, inclinó hacia delante su cuerpo, que volvió a erguirse rápidamente hacia atrás como un arbusto que se ha tendido y que, al dejarlo libre, vuelve a su posición natural. Así operaba bajo el fuego de las miradas de Saint-Loup, que la observaba y hacía a distancia esfuerzos desesperados por conseguir un poco más aún de su tía. Temiendo que la conversación decayese, vino a alimentarla y respondió por mí:
— Ah! mais, c′est très aimable, dit Mme de Guermantes d′un ton volontairement banal, comme si je lui eusse apporté son manteau. Je suis très flattée. —No se encuentra muy bien, está un poco cansado; por lo demás, acaso se encontrase mejor si te viese más a menudo, porque no te he de ocultar que le gusta mucho verte.
— Tiens, je vais un peu près de ma mère, je te donne ma chaise, me dit Saint–Loup en me forçant ainsi à m′asseoir à côté de sa tante. —¡Ah!, es muy amable —dijo la señora de Guermantes en un tono voluntariamente trivial, como si yo le hubiese llevado su abrigo—. Me siento muy halagada.
Nous nous tûmes tous deux. —Mira, me voy un poco junto a mi madre; te dejo mi silla — me dijo Saint-Loup, obligándome así a sentarme al lado de su tía.
— Je vous aperçois quelquefois le matin, me dit-elle comme si ce fût une nouvelle qu′elle m′eût apprise, et comme si moi je ne la voyais pas. Ça fait beaucoup de bien à la santé. Callamos los dos.
— Oriane, dit à mi-voix Mme de Marsantes, vous disiez que vous alliez voir Mme de Saint–Ferréol, est-ce que vous auriez été assez gentille pour lui dire qu′elle ne m′attende pas à dîner? Je resterai chez moi puisque j′ai Robert. Si même j′avais osé vous demander de dire en passant qu′on achète tout de suite de ces cigares que Robert aime, ça s′appelle des «Corona», il n′y en a plus. —Lo veo a usted algunas veces por la mañana —me dijo ella como si fuese una novedad que me hubiese hecho saber y como si yo no la viese a ella—. Eso sienta muy bien ala salud.
Robert se rapprocha; il avait seulement entendu le nom de Mme de Saint–Ferréol. —Oriana —dijo a media voz la señora de Marsantes—, decía usted que iba a ver a la señora de Saint-Ferréol. ¿Sería usted tan amable que le dijese que no me espere a cenar" Me quedaré en casa, ya que tengo aquí a Roberto. Incluso, si me atreviera, le pediría a usted que dijese, al pasar por casa, que compren en seguida de esos cigarros que le gustan a Roberto; se llaman «Coronas»; no hay otros.
— Qu′est-ce que c′est encore que ça, Mme de Saint–Ferréol? demanda-t-il sur un ton d′étonnement et de décision, car il affectait d′ignorer tout ce qui concernait le monde. Roberto se acercó; había oído únicamente el nombre de la señora de Saint-Ferréol.
— Mais voyons, mon chéri, tu sais bien, dit sa mère, c′est la soeur de Vermandois; c′est elle qui t′avait donné ce beau jeu de billard que tu aimais tant. —¿Quién es esa señora de Saint-Ferréol? —preguntó en tono de extrañeza yde decisión, porque afectaba ignorar todo lo que concernía al gran mundo.
— Comment, c′est la soeur de Vermandois, je n′en avais pas la moindre idée. Ah! ma famille est épatante, dit-il en se tournant à demi vers moi et en prenant sans s′en rendre compte les intonations de Bloch comme il empruntait ses idées, elle connaît des gens inou des gens qui s′appellent plus ou moins Saint–Ferréol (et détachant la dernière consonne de chaque mot), elle va au bal, elle se promène en Victoria, elle mène une existence fabuleuse. C′est prodigieux. —Pero, bueno, querido; sabes perfectamente —dijo su madre— que es la hermana de Vermandois; fue la que te regaló aquel juego de billar tan bonito y que tanto te gustaba.
Mme de Guermantes fit avec la gorge ce bruit léger, bref et fort comme d′un sourire forcé qu′on ravale, et qui était destiné à montrer qu′elle prenait part, dans la mesure où la parenté l′y obligeait, à l′esprit de son neveu. On vint annoncer que le prince de Faffenheim–Munsterburg-Weinigen faisait dire à M. de Norpois qu′il était là. —¡Cómo!, ¿es la hermana de Vermandois? No tenía la menor idea de ello. ¡Ah, mi familia es estupenda! —dijo volviéndose a medias hacia mí y adoptando, sin darse cuenta de ello, las entonaciones de Bloch, del mismo modo que se apropiaba sus ideas—; conoce una gente inaudita, una gente que se llama sobre poco menos Saint-Ferréol —recalcando la última consonante de cada palabra—, va a los bailes, se pasea en victoria, lleva una existencia fabulosa. ¡Es prodigioso!
— Allez le chercher, monsieur, dit Mme de Villeparisis à l′ancien ambassadeur qui se porta au-devant du premier ministre allemand. La señora de Guermantes hizo con la garganta ese ruido ligero, breve yfuerte, como de una sonrisa que uno se traga yque estaba destinado a demostrar que tomaba parte, en la medida en que el parentesco la obligaba a ello, en el ingenio de su sobrino. En esto anunciaron que el príncipe de Faffensheim-Munsterburg-Weinigen enviaba a decir al señor de Norpois que acababa de llegar.
Mais la marquise le rappela: —Vaya usted a buscarlo, caballero —dijo la señora de Villeparisis al viejo embajador, que se precipitó al encuentro del primer ministro alemán.
— Attendez, monsieur; faudra-t-il que je lui montre la miniature de l′Impératrice Charlotte? Pero la marquesa volvió a llamarlo: —Espere usted, caballero; ¿debo enseñarle la miniatura de la emperatriz Carlota"
— Ah! je crois qu′il sera ravi, dit l′Ambassadeur d′un ton pénétré et comme s′il enviait ce fortuné ministre de la faveur qui l′attendait. —¡Ah! Me figuro que le encantará —dijo el embajador en tono convencido y como si envidiase al afortunado ministro por el favor que le esperaba.
— Ah! je sais qu′il est très bien pensant, dit Mme de Marsantes, et c′est si rare parmi les étrangers. Mais je suis renseignée. C′est l′antisémitisme en personne. —¡Ah! Ya sé que es muy sensato —dijo la señora de Marsantes—, y eso es tan raro en los extranjeros Pero estoy bien informada. Es el antisemitismo en persona.
Le nom du prince gardait, dans la franchise avec, laquelle ses premières syllabes étaient — comme on dit en musique — attaquées, et dans la bégayante répétition qui les scandait, l′élan, la naîµ¥té maniérée, les lourdes «délicatesses» germaniques projetées comme des branchages verdâtres sur le «Heim» d′émail bleu sombre qui déployait la mysticité d′un vitrail rhénan, derrière les dorures pâles et finement ciselées du XVIIIe siècle allemand. Ce nom contenait, parmi les noms divers dont il était formé, celui d′une petite ville d′eaux allemande, où tout enfant j′avais été avec ma grand′mère, au pied d′une montagne honorée par les promenades de Goethe, et des vignobles de laquelle nous buvions au Kurhof les crus illustres à l′appellation composée et retentissante comme les épithètes qu′Homère donne à ses héros. Aussi à peine eus-je entendu prononcer le nom du prince, qu′avant de m′être rappelé la station thermale il me parut diminuer, s′imprégner d′humanité, trouver assez grande pour lui une petite place dans ma mémoire, à laquelle il adhéra, familier, terre à terre, pittoresque, savoureux, léger, avec quelque chose d′autorisé, de prescrit. Bien plus, M. de Guermantes, en expliquant qui était le prince, cita plusieurs de ses titres, et je reconnus le nom d′un village traversé par la rivière où chaque soir, la cure finie, j′allais en barque, à travers les moustiques; et celui d′une forêt assez éloignée pour que le médecin ne m′eût pas permis d′y aller en promenade. Et en effet, il était compréhensible que la suzeraineté du seigneur s′étendît aux lieux circonvoisins et associât à nouveau dans l′énumération de ses titres les noms qu′on pouvait lire à côté les uns des autres sur une carte. Ainsi, sous la visière du prince du Saint–Empire et de l′écuyer de Franconie, ce fut le visage d′une terre aimée où s′étaient souvent arrêtés pour moi les rayons du soleil de six heures que je vis, du moins avant que le prince, rhingrave et électeur palatin, fût entré. Car j′appris en quelques instants que les revenus qu′il tirait de la forêt et de la rivière peuplées de gnomes et d′ondines, de la montagne enchantée où s′élève le vieux Burg qui garde le souvenir de Luther et de Louis le Germanique, il en usait pour avoir cinq automobiles Charron, un hôtel à Paris et un à Londres, une loge le lundi à l′Opéra et une aux «mardis» des «Français». Il ne me semblait pas — et il ne semblait pas lui-même le croire — qu′il différât des hommes de même fortune et de même âge qui avaient une moins poétique origine. Il avait leur culture, leur idéal, se réjouissant de son rang mais seulement à cause des avantages qu′il lui conférait, et n′avait plus qu′une ambition dans la vie, celle d′être élu membre correspondant de l′Académie des Sciences morales et politiques, raison pour laquelle il était venu chez Mme de Villeparisis. Si lui, dont la femme était à la tête de la coterie la plus fermée de Berlin, avait sollicité d′être présenté chez la marquise, ce n′était pas qu′il en eût éprouvé d′abord le désir. Rongé depuis des années par cette ambition d′entrer à l′Institut, il n′avait malheureusement jamais pu voir monter au-dessus de cinq le nombre des Académiciens qui semblaient prêts à voter pour lui. Il savait que M. de Norpois disposait à lui seul d′au moins une dizaine de voix auxquelles il était capable, grâce à d′habiles transactions, d′en ajouter d′autres. Aussi le prince, qui l′avait connu en Russie quand ils y étaient tous deux ambassadeurs, était-il allé le voir et avait-il fait tout ce qu′il avait pu pour se le concilier. Mais il avait eu beau multiplier les amabilités, faire avoir au marquis des décorations russes, le citer dans des articles de politique étrangère, il avait eu devant lui un ingrat, un homme pour qui toutes ces prévenances avaient l′air de ne pas compter, qui n′avait pas fait avancer sa candidature d′un pas, ne lui avait même pas promis sa voix! Sans doute M. de Norpois le recevait avec une extrême politesse, même ne voulait pas qu′il se dérangeât et «prît la peine de venir jusqu′à sa porte», se rendait lui-même à l′hôtel du prince et, quand le chevalier teutonique avait lancé: «Je voudrais bien être votre collègue», répondait d′un ton pénétré: «Ah! je serais très heureux!» Et sans doute un na un docteur Cottard, se fût dit: «Voyons, il est là chez moi, c′est lui qui a tenu à venir parce qu′il me considère comme un personnage plus important que lui, il me dit qu′il serait heureux que je sois de l′Académie, les mots ont tout de même un sens, que diable! sans doute s′il ne me propose pas de voter pour moi, c′est qu′il n′y pense pas. Il parle trop de mon grand pouvoir, il doit croire que les alouettes me tombent toutes rôties, que j′ai autant de voix que j′en veux, et c′est pour cela qu′il ne m′offre pas la sienne, mais je n′ai qu′à le mettre au pied du mur, là, entre nous deux, et à lui dire: «Eh bien! votez pour moi», et il sera obligé de le faire. El nombre del príncipe conservaba en la franqueza con que sus primeras sílabas eran — como se dice en música— atacadas, y en la tartajeante repetición que las escandía, el impulso, la ingenuidad amanerada, las pesadas «delicadezas» germánicas proyectadas como ramajes verdeantes sobre el «Hein» de esmalte azul oscuro que desplegaba el misticismo de una vidriera renana, tras los dorados pálidos y finamente cincelados del siglo XVIII alemán. Este nombre contenía, entre los diversos de que estaba formado, el de una pequeña ciudad-balneario alemana donde, de muy niño, había ido yo con mi abuela, al pie de una montaña honrada por los paseos de Goethe, y de unos viñedos, cuyos caldos ilustres —de un nombre compuesto y resonante como los epítetos que Homero da a sus héroes— bebíamos en el Kurhof. Así, apenas hube oído pronunciar el nombre del príncipe, cuando, antes de haberme acordado de la estación termal, me pareció que disminuía, que se impregnaba de humanidad, que encontraba suficientemente grande para él un pequeño lugar en mi memoria, a la que se adhirió, familiar, vulgar, pintoresco, sabroso, ligero, con no. sé qué de autorizado, de prescrito. Más aún, al explicar el señor de Guermantes quién era el príncipe, citó algunos de sus títulos, y reconocí el nombre de una ciudad atravesada por el río, por donde todas las tardes, acabada la cura, me paseaba en barca, hendiendo nubes de mosquitos; y el de un bosque suficientemente lejano para que el médico no me hubiera permitido ir hasta él de paseo. Y, en efecto, era comprensible que el poder feudal del señor se extendiese hasta los lugares circunvecinos y asociase de nuevo en la enumeración de sus títulos los nombres que podían leerse unos al lado de otros en un mapa. Así, bajo la visera del príncipe del Sacro Imperio y del escudero de Franconia, lo que vi fue la faz de una tierra querida en que se habían detenido a menudo para mí los rayos de sol de las seis, por lo menos antes de que el príncipe, ringrave y elector palatino, hubiese entrado. Porque a los pocos instantes supe que los espectros que sacaba de la selva y del río, poblados de gnomos y de ondinas, de la montaña encantada en que se alza el viejo burgo que guarda el recuerdo de Lutero y de Luis el Germánico, los utilizaba él para tener cinco automóviles Charron, un hotel en París y otro en Londres; un palco, los lunes, en la Opera, y otro en los «martes» de los «Franceses». No me parecía, y él mismo no parecía creerlo, que se diferenciase de otros hombres de la misma posición y de la misma edad dotados de un origen menos poético. Tenía su misma cultura, su mismo ideal; se alegraba de su rango, pero solamente por las ventajas que le confería, y no tenia más que una ambición en la vida: la de ser elegido miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, por cuya razón había venido a casa de la señora de Villeparisis. Si él, cuya mujer estaba al frente del cotarro más cerrado de Berlín, había solicitado ser presentado en casa de la marquesa, no era porque en el primer momento hubiera sentido deseos de semejante cosa. Roído desde hacía años por esa ambición de entrar en el Instituto, nunca había podido, desgraciadamente, ver subir a más de cinco el número de los académicos que estaban dispuestos a votarlo. Sabía que el señor de Norpois disponía él solo de una decena de votos, por lo menos, a los que era capaz, gracias a hábiles transacciones, de añadir otros. Así, el príncipe, que lo había conocido cuando los dos eran embajadores en Rusia, había ido a verlo y había hecho cuanto había podido por conciliárselo. Pero en vano había multiplicado las amabilidades, en vano había hecho obtener al marqués condecoraciones rusas y que lo citasen en artículos de política extranjera; se había encontrado frente a un ingrato, un hombre para quien todas estas atenciones parecía como si no constasen, que no había hecho avanzar ni un paso su candidatura, que ni siquiera le había prometido su voto. Claro está que el señor de Norpois lo recibía con extremada urbanidad, que ni aun quería que se molestase y «se tomara el trabajo de ir hasta su puerta», que iba en persona al hotel del príncipe, y cuando el caballero teutónico había lanzado: «Me gustaría mucho ser colega de usted», respondía en tono convencido: «¡Ah, sería muy feliz con ello!» Y sin duda que un ingenuo, un doctor Cottard, se hubiera dicho: «Vamos a ver: está aquí, en mi casa; ha sido él quien se ha empeñado en venir, porque me considera como un personaje más importante que él; me dice que sería feliz conque yo fuese de la Academia; así como así, las palabras tienen un sentido, ¡qué diablo!; indudablemente, si no me propone que votará por mí es porque no piensa en ello. Habla demasiado de mi gran poder, debe de creer que las alondras me caen asadas del cielo, que tengo tantos votos como quiero, por eso no me ofrece el suyo; pero no tengo más que ponerlo entre la espada yla pared, aquí, entre los dos, ydecirle: «Bueno, vote por mí», y se verá obligado a hacerlo».
Mais le prince de Faffenheim n′était pas un na il était ce que le docteur Cottard eût appelé «un fin diplomate» et il savait que M. de Norpois n′en était pas un moins fin, ni un homme qui ne se fût pas avisé de lui-même qu′il pourrait être agréable à un candidat en votant pour lui. Le prince, dans ses ambassades et comme ministre des Affaires Étrangères, avait tenu, pour son pays au lieu que ce fût comme maintenant pour lui-même, de ces conversations où on sait d′avance jusqu′où on veut aller et ce qu′on ne vous fera pas dire. Il n′ignorait pas que dans le langage diplomatique causer signifie offrir. Et c′est pour cela qu′il avait fait avoir à M. de Norpois le cordon de Saint–André. Mais s′il eût dû rendre compte à son gouvernement de l′entretien qu′il avait eu après cela avec M. de Norpois, il eût pu énoncer dans sa dépêche: Pero el príncipe de Faffenheim no era ningún ingenuo; era lo que el doctor Cottard hubiera llamado «un agudo diplomático», y sabía que el señor de Norpois no lo era menos, ni hombre que no hubiera caído por sí mismo en la cuenta de que podría hacerse agradable a un candidato con votarlo. El príncipe, en sus embajadas y como ministro de Negocios Extranjeros, había celebrado, por su país, en lugar de ser como ahora por cuenta propia, conversaciones de esas en que se sabe de antemano hasta dónde se quiere llegar y lo que no le harán decir a uno. No ignoraba que, en lenguaje diplomático charlar quiere decir ofrecer. Y por eso había hecho que el señor de Norpois recibiese el cordón de San Andrés. Pero si hubiera tenido que dar cuenta a su Gobierno de la conversación que había sostenido después de esto con el señor de Norpois, hubiera tenido que enunciar en su despacho:
«J′ai compris que j′avais fait fausse route.» Car dès qu′il avait recommencé à parler Institut, M. de Norpois lui avait redit: «He comprendido que había ido por mal camino». Porque desde el momento en que había empezado a hablar de nuevo del Instituto, el señor de Norpois le había repetido:
— J′aimerais cela beaucoup, beaucoup pour mes collègues. Ils doivent, je pense, se sentir vraiment honorés que vous ayez pensé à eux. C′est une candidature tout à fait intéressante, un peu en dehors de nos habitudes. Vous savez, l′Académie est très routinière, elle s′effraye de tout ce qui rend un son un peu nouveau. Personnellement je l′en blâme. Que de fois il m′est arrivé de le laisser entendre à mes collègues. Je ne sais même pas, Dieu me pardonne, si le mot d′encroûtés n′est pas sorti une fois de mes lèvres, avait-il ajouté avec un sourire scandalisé, à mi-voix, presque a parte, comme dans un effet de théâtre et en jetant sur le prince un coup d′oeil rapide et oblique de son oeil bleu, comme un vieil acteur qui veut juger de son effet. Vous comprenez, prince, que je ne voudrais pas laisser une personnalité aussi éminente que la vôtre s′embarquer dans une partie perdue d′avance. Tant que les idées de mes collègues resteront aussi arriérées, j′estime que la sagesse est de s′abstenir. Croyez bien d′ailleurs que si je voyais jamais un esprit un peu plus nouveau, un peu plus vivant, se dessiner dans ce collège qui tend à devenir une nécropole, si j′escomptais une chance possible pour vous, je serais le premier à vous en avertir. —Me gustaría mucho, mucho, por mis colegas. Creo que deben de sentirse realmente honrados conque usted haya pensado en ellos. Es una candidatura interesantísima, un poco fuera de nuestros usos. Como usted sabe, la Academia es muy rutinaria, se asusta de todo lo que suena un poco a nuevo. Personalmente, la censuro por ello. ¡Cuántas veces me ha ocurrido dejárselo entender a mis colegas! No sé, incluso, Dios me lo perdone, si no ha salido alguna vez de mis labios el calificativo de rancios —había añadido con una sonrisa escandalizada, a media voz, casi en un aparte, como en un efecto dé teatro, lanzando al príncipe una mirada rápida y oblicua de sus ojos azules, como un actor veterano que quiere juzgar de su efecto—. Como usted comprende, príncipe, yo no quisiera dejar que una personalidad tan eminente como la suya se embarcase en una partida perdida de antemano. Mientras las ideas de mis colegas sigan siendo tan atrasadas, estimo que lo sensato es abstenerse. Créame usted, por lo demás, que si yo viese alguna vez un espíritu un poco más nuevo, un poco más vivo dibujarse en ese colegio que tiende a convertirse en una necrópolis; si diese por descontada alguna coyuntura posible para usted, sería el primero en advertirle de ello.
«Le cordon de Saint–André est une erreur, pensa le prince; les négociations n′ont pas fait un pas; ce n′est pas cela qu′il voulait. Je n′ai pas mis la main sur la bonne clef.» «El cordón de San Andrés es un error —pensó el príncipe— las negociaciones no han adelantado ni un paso; no es eso lo que él quería. No he puesto la mano en la llave que hacía falta.»
C′était un genre de raisonnement dont M. de Norpois, formé à la même école que le prince, eût été capable. On peut railler la pédantesque niaiserie avec laquelle les diplomates à la Norpois s′extasient devant une parole officielle à peu près insignifiante. Mais leur enfantillage a sa contre-partie: les diplomates savent que, dans la balance qui assure cet équilibre, européen ou autre, qu′on appelle la paix, les bons sentiments, les beaux discours, les supplications pèsent fort peu; et que le poids lourd, le vrai, les déterminations, consiste en autre chose, en la possibilité que l′adversaire a, s′il est assez fort, ou n′a pas, de contenter, par moyen d′échange, un désir. Cet ordre de vérités, qu′une personne entièrement désintéressée comme ma grand′mère, par exemple, n′eût pas compris, M. de Norpois, le prince von —— avaient souvent été aux prises avec lui. Chargé d′affaires dans les pays avec lesquels nous avions été à deux doigts d′avoir la guerre, M. de Norpois, anxieux de la tournure que les événements allaient prendre, savait très bien que ce n′était pas par le mot «Paix», ou par le mot «Guerre», qu′ils lui seraient signifiés, mais par un autre, banal en apparence, terrible ou béni, et que le diplomate, à l′aide de son chiffre, saurait immédiatement lire, et auquel, pour sauvegarder la dignité de la France, il répondrait par un autre mot tout aussi banal mais sous lequel le ministre de la nation ennemie verrait aussitôt: Guerre. Et même, selon une coutume ancienne, analogue à celle qui donnait au premier rapprochement de deux êtres promis l′un à l′autre la forme d′une entrevue fortuite à une représentation du théâtre du Gymnase, le dialogue où le destin dicterait le mot «Guerre» ou le mot «Paix» n′avait généralement pas eu lieu dans le cabinet du ministre, mais sur le banc d′un «Kurgarten» où le ministre et M. de Norpois allaient l′un et l′autre à des fontaines thermales boire à la source de petits verres d′une eau curative. Par une sorte de convention tacite, ils se rencontraient à l′heure de la cure, faisaient d′abord ensemble quelques pas d′une promenade que, sous son apparence bénigne, les deux interlocuteurs savaient aussi tragique qu′un ordre de mobilisation. Or, dans une affaire privée comme cette présentation à l′Institut, le prince avait usé du même système d′induction qu′il avait fait dans sa carrière, de la même méthode de lecture à travers les symboles superposés. Era una forma de razonamiento de que el señor de Norpois, formado en la misma escuela que el príncipe, hubiera sido capaz. Puede uno burlarse de la pedantesca simpleza con que los diplomáticos a lo Norpois se extasían ante una frase oficial punto menos que insignificante. Pero su, puerilidad tiene su contrapartida: los diplomáticos saben que en la balanza que asegura ese equilibrio europeo o cualquier otro que se llama la paz, los buenos sentimientos, los discursos hermosos, las súplicas, pesan muy poco, y que el peso decisivo, el verdadero, las determinaciones, consisten en otra cosa: en la posibilidad que el adversario tiene, si es bastante fuerte, o que no tiene, de satisfacer, por medio de un trueque, un deseo. El señor de Norpois, el príncipe von ***, habían tenido que vérselas a menudo con este orden de verdades que una persona enteramente desinteresada como mi abuela, por ejemplo, no hubiera comprendido. Encargado de negocios en los países con que habíamos estado a dos dedos de estar en guerra, el señor de Norpois, ansioso por el sesgo que iban a tomar los acontecimientos, sabía perfectamente que no se los indicarían con la palabra «paz» o con la palabra «guerra», sino con otra, trivial en apariencia, terrible o bendita, y que el diplomático, con ayuda de su clave, sabría leer inmediatamente y a la que, para poner a salvo la dignidad de Francia, respondería con otra palabra igualmente trivial, pero bajo la cual vería enseguida el ministro de la nación enemiga: guerra. E incluso, conforme a una costumbre antigua, análoga a la que daba a la primera aproximación de dos seres prometidos el uno al otro la forma de una entrevista fortuita en una representación del teatro del Gimnasio, el diálogo en que el destino dictase la palabra Guerra o la palabra Paz no se había celebrado generalmente en el despacho del ministro, sino en el banco de un «Kurgarten» a que iban, tanto el ministro como el señor de Norpois, a unas fuentes termales, a beber en el manantial unos vasitos de alguna agua curativa. Obedeciendo a una a modo de convención tácita, se encontraban a la hora de la cura, daban juntos primeramente algunos pasos de un paseo que, bajo su apariencia benigna, sabían los dos interlocutores tan trágico como una orden de movilización. Ahora bien; en un asunto privado como era esta presentación al Instituto, el príncipe había utilizado el mismo sistema de inducción de que había hecho uso en su carrera, el mismo método de lectura a través de los símbolos superpuestos.
Et certes on ne peut prétendre que ma grand′mère et ses rares pareils eussent été seuls à ignorer ce genre de calculs. En partie la moyenne de l′humanité, exerçant des professions tracées d′avance, rejoint par son manque d′intuition l′ignorance que ma grand′mère devait à son haut désintéressement. Il faut souvent descendre jusqu′aux êtres entretenus, hommes ou femmes, pour avoir à chercher le mobile de l′action ou des paroles en apparence les plus innocentes dans l′intérêt, dans la nécessité de vivre. Quel homme ne sait que, quand une femme qu′il va payer lui dit: «Ne parlons pas d′argent», cette parole doit être comptée, ainsi qu′on dit en musique, comme «une mesure pour rien», et que si plus tard elle lui déclare: «Tu m′as fait trop de peine, tu m′as souvent caché la vérité, je suis à bout», il doit interpréter: «un autre protecteur lui offre davantage»? Encore n′est-ce là que le langage d′une cocotte assez rapprochée des femmes du monde. Les apaches fournissent des exemples plus frappants. Mais M. de Norpois et le prince allemand, si les apaches leur étaient inconnus, avaient accoutumé de vivre sur le même plan que les nations, lesquelles sont aussi, malgré leur grandeur, des êtres d′égoî²­e et de ruse, qu′on ne dompte que par la force, par la considération de leur intérêt, qui peut les pousser jusqu′au meurtre, un meurtre symbolique souvent lui aussi, la simple hésitation à se battre ou le refus de se battre pouvant signifier pour une nation: «périr». Mais comme tout cela n′est pas dit dans les Livres Jaunes et autres, le peuple est volontiers pacifiste; s′il est guerrier, c′est instinctivement, par haine, par rancune, non par les raisons qui ont décidé les chefs d′État avertis par les Norpois. Y evidentemente no puede pretenderse que mi abuela y sus raros semejantes hubiesen sido los únicos que ignorasen este linaje de cálculos. En parte, el tipo medio de la humanidad que ejerce profesiones señaladas de antemano llega por su falta de intuición a la misma ignorancia que mi abuela debía a su elevado desinterés. A menudo hay que descender hasta los seres, hombres o mujeres, sostenidos por otro, para tener que buscar el móvil de la acción o de las palabras en apariencia más inocentes en el interés, en la necesidad de vivir. Qué hombre hay que no sepa que cuando una mujer a quien va a pagar le dice: «No hablemos de dinero»; esta frase debe ser estimada, como se dice en música, como «una medida de silencio», y que si ella, más tarde, le declara: «Me has hecho sufrir demasiado, me has ocultado a menudo la verdad, estoy harta», debe interpretarlo: «Otro protector le ofrece más». Y aun esto no es más que el lenguaje de una cocotte bastante próxima a las mujeres de mundo. Los apaches nos proporcionan ejemplos más palmarios. Pero el señor de Norpois y el príncipe alemán, si los apaches les eran desconocidos, se habían avezado a vivir en el mismo plano que las naciones, que son también, a. despecho de su grandeza, seres de egoísmo y de astucia, que sólo es posible domar con la fuerza, con la consideración de su interés, que puede llevarlos hasta el asesinato, un asesinato simbólico también a menudo, ya que la simple vacilación en batirse ola negativa a batirse pueden significar para una nación: «perecer». Pero como todo esto no se dice en los Libros Amarillos y demás, el pueblo es por su gusto pacifista; si es guerrero, es instintivamente por odio, por rencor, no por las razones que han decidido a los jefes de Estado advertidos por los Norpois.
L′hiver suivant, le prince fut très malade, il guérit, mais son coeur resta irrémédiablement atteint. «Diable! se dit-il, il ne faudrait pas perdre de temps pour l′Institut car, si je suis trop long, je risque de mourir avant d′être nommé. Ce serait vraiment désagréable.» Al invierno siguiente, el príncipe estuvo muy enfermo; se curó, pero su corazón quedó irremediamente herido. —¡Diablo! —se dijo—, no hay tiempo que perder en lo del Instituto, porque como me demore mucho me expongo a morirme antes de que me nombren. Sería realmente desagradable.
Il fit sur la politique de ces vingt dernières années une étude pour la Revue des Deux Mondes et s′y exprima à plusieurs reprises dans les termes les plus flatteurs sur M. de Norpois. Celui-ci alla le voir et le remercia. Il ajouta qu′il ne savait comment exprimer sa gratitude. Le prince se dit, comme quelqu′un qui vient d′essayer d′une autre clef pour une serrure: «Ce n′est pas encore celle-ci», et se sentant un peu essoufflé en reconduisant M. de Norpois, pensa: «Sapristi, ces gaillards-là me laisseront crever avant de me faire entrer. Dépêchons.» Hizo un estudio sobre la política de esos últimos veinte años para la Revue des Deux Mondes, y se expresó en él, en varios pasajes, en los términos más halagüeños respecto del señor de Norpois. Éste fue a verlo y le dio las gracias. Añadió que no sabía cómo expresarle su gratitud. El príncipe se dijo, como quien acaba de probar otra llave en una cerradura: «Tampoco es ésta»; y sintiendo un ligero ahogo al acompañar al señor de Norpois hasta la puerta, pensó: «¡Demontre! Estos mozos van a dejarme reventar antes de hacerme entrar. Apresurémonos».
Le même soir, il rencontra M. de Norpois à l′Opéra: Aquella misma tarde encontró al señor de Norpois en la ópera:
— Mon cher ambassadeur, lui dit-il, vous me disiez ce matin que vous ne saviez pas comment me prouver votre reconnaissance; c′est fort exagéré, car vous ne m′en devez aucune, mais je vais avoir l′indélicatesse de vous prendre au mot. —Mi querido embajador —le dijo—, esta mañana me decía usted que no sabía cómo demostrarme su agradecimiento; es exagerar mucho, porque no tiene usted nada que agradecerme, pero voy a tener la indelicadeza de tomarle la palabra.
M. de Norpois n′estimait pas moins le tact du prince que le prince le sien. Il comprit immédiatement que ce n′était pas une demande qu′allait lui faire le prince de Faffenheim, mais une offre, et avec une affabilité souriante il se mit en devoir de l′écouter. El señor de Norpois no estimaba el tacto del príncipe menos que éste el suyo. Comprendió inmediatamente que no era una petición lo que iba a dirigirle el príncipe de Faffenheim, sino una oferta, y con una afabilidad sonriente se dispuso a escucharlo.
— Voilà, vous allez me trouver très indiscret. Il y a deux personnes auxquelles je suis très attaché et tout à fait diversement comme vous allez, le comprendre, et qui se sont fixées depuis peu à Paris où elles comptent vivre désormais: ma femme et la grande-duchesse Jean. Elles vont donner quelques dîners, notamment en l′honneur du roi et de la reine d′Angleterre, et leur rêve aurait été de pouvoir offrir à leurs convives une personne pour laquelle, sans la connaître, elle éprouvent toutes deux une grande admiration. J′avoue que je ne savais comment faire pour contenter leur désir quand j′ai appris tout à l′heure, par le plus grand des hasards, que vous connaissiez cette personne; je sais qu′elle vit très retirée, ne veut voir que peu de monde, happy few; mais si vous me donniez votre appui, avec la bienveillance que vous me témoignez, je suis sûr qu′elle permettrait que vous me présentiez chez elle et que je lui transmette le désir de la grande-duchesse et de la princesse. Peut-être consentirait-elle à venir dîner avec la reine d′Angleterre et, qui sait, si nous ne l′ennuyons pas trop, passer les vacances de Pâques avec nous à Beaulieu chez la grande-duchesse Jean. Cette personne s′appelle la marquise de Villeparisis. J′avoue que l′espoir de devenir l′un des habitués d′un pareil bureau d′esprit me consolerait, me ferait envisager sans ennui de renoncer à me présenter à l′Institut. Chez elle aussi on tient commerce d′intelligence et de fines causeries. —Verá usted, le voy a parecer indiscretísimo. Hay dos personas a las que estoy muy unido y de manera completamente diferente, como va usted a comprender, y que desde hace algún tiempo se han instalado en París, donde piensan vivir desde ahora: mi mujer y la gran duquesa Jean. Van a dar —algunas comidas, especialmente en honor del rey y de la reina de Inglaterra, yhubiera sido su sueño poder ofrecer a sus invitados la presencia de una persona por quien, sin conocerla, sienten ambas una gran admiración. Confieso que no sabía cómo arreglármelas para satisfacer su deseo cuando supe, hace un momento, gracias a la mayor de las casualidades, que usted conocía a esa persona; sé que hace una vida muy retirada, que sólo quiere ver a muy poca gente happy few, pero si usted me da su apoyo, con la benevolencia que usted me muestra, seguro estoy de que ella consentiría en que usted me presentase en su casa y que yo le transmitiese el deseo de la gran duquesa y de la princesa. Quizá consintiera en ir a almorzar con la reina de Inglaterra y, quién sabe, si no la aburrimos demasiado, en pasar con nosotros las vacaciones de Pascuas, en Beaulieu, en casa de la gran duquesa Jean. Esa persona se llama la marquesa de Villeparisis. Confieso que la esperanza de llegar a ser uno de los que frecuenten un centra de espiritualidad como ése me consolaría, haría que afrontase sin pesadumbre la perspectiva de tener que renunciar a presentarse al Instituto. También en su casa hay comercio de inteligencia y de sutiles conversaciones.
Avec un sentiment de plaisir inexprimable le prince sentit que la serrure ne résistait pas et qu′enfin cette clef-là y entrait. El príncipe se dio cuenta, con un sentimiento de placer inefable, que la cerradura ya no se resistía y que por fin entraba esta llave.
— Une telle option est bien inutile, mon cher prince, répondit M. de Norpois; rien ne s′accorde mieux avec l′Institut que le salon dont vous parlez et qui est une véritable pépinière d′académiciens. Je transmettrai votre requête à Mme la marquise de Villeparisis: elle en sera certainement flattée. Quant à aller dîner chez vous, elle sort très peu et ce sera peut-être plus difficile. Mais je vous présenterai et vous plaiderez vous-même votre cause. Il ne faut surtout pas renoncer à l′Académie; je déjeune précisément, de demain en quinze, pour aller ensuite avec lui à une séance importante, chez Leroy–Beaulieu sans lequel on ne peut faire une élection; j′avais déjà laissé tomber devant lui votre nom qu′il connaît, naturellement, à merveille. Il avait émis certaines objections. Mais il se trouve qu′il a besoin de l′appui de mon groupe pour l′élection prochaine, et j′ai l′intention de revenir à la charge; je lui dirai très franchement les liens tout à fait cordiaux qui nous unissent, je ne lui cacherai pas que, si vous vous présentiez, je demanderais à tous mes amis de voter pour vous (le prince eut un profond soupir de soulagement) et il sait que j′ai des amis. J′estime que, si je parvenais à m′assurer son concours, vos chances deviendraient fort sérieuses. Venez ce soir-là à six heures chez Mme de Villeparisis, je vous introduirai et je pourrai vous rendre compte de mon entretien du matin. —La opción es harto inútil, querido príncipe —respondió el señor de Norpois—; nada hay que esté más de acuerdo con el Instituto que el salón de que habla usted, y que es un verdadero plantel de académicos. Transmitiré su petición a la señora marquesa de Villeparisis; se sentirá, seguramente halagada por ella. En cuanto a ir a almorzar a casa de ustedes, sale muy poco, y acaso sea más difícil. Pero yo le presentaré, y usted defenderá su causa. Sobre todo, no hay que renunciar a la Academia; almuerzo precisamente, de mañana en quince días, para ir luego con él a una sesión importante, en casa de Leroy- Beaulieu, sin el cual no puede hacerse ninguna elección; yo había dejada caer ya en presencia suya el nombre de usted, que, naturalmente, conoce a maravilla. Había formulado ciertas objeciones. Pero ocurre que necesita del apoyo de mi grupo para la elección próxima, y tengo la intención de volver a la carga; le diré con toda franqueza que los lazos realmente cordiales que nos unen; no le ocultaré que, si usted se presentase, yo pediría a todos mis amigos que lo votaran (el príncipe lanzó un profundo suspiro de alivio), y ya sabe él que a mí no me faltan amigos. Creo que si llegase a asegurarme su concurso, las probabilidades con que usted podría contar llegarían a ser muy serias. Vaya usted esa tarde a casa de la señora de Villeparisis, yo haré de introductor y podré darle a usted cuenta de mi conversación de por la mañana.
C′est ainsi que le prince de Faffenheim avait été amené à venir voir Mme de Villeparisis. Ma profonde désillusion eut lieu quand il parla. Je n′avais pas songé que, si une époque a des traits particuliers et généraux plus forts qu′une nationalité, de sorte que, dans un dictionnaire illustré où l′on donne jusqu′au portrait authentique de Minerve, Leibniz avec sa perruque et sa fraise diffère peu de Marivaux ou de Samuel Bernard, une nationalité a des traits particuliers plus forts qu′une caste. Or ils se traduisirent devant moi, non par un discours où je croyais d′avance que j′entendrais le frôlement des elfes et la danse des Kobolds, mais par une transposition qui ne certifiait pas moins cette poétique origine: le fait qu′en s′inclinant, petit, rouge et ventru, devant Mme de Villeparisis, le Rhingrave lui dit: «Ponchour, Matame la marquise» avec le même accent qu′un concierge alsacien. Así había sido traído el príncipe de Faffenheim a venir a ver a la señora de Villeparisis. Mi profunda desilusión fue cuando habló. Yo no había pensado en que si una época tiene rasgos particulares y generales más acusados que una nacionalidad de suerte que en un diccionario ilustrado en que se da hasta el retrato auténtico de Minerva, Leibnitz con su peluca y su gorguera se diferencia poco de Marivaux o de Samuel Bernard, una nacionalidad tiene rasgos peculiares más vigorosos que los de una casta. Ahora bien; tales rasgos se tradujeron en presencia mía, no en un discurso en que creía yo de antemano que oiría el roce de los elfos yla danza de los kobalts, sino en una transposición que no certificaba menos este poético origen: el hecho de que al inclinarse, menudo, rubicundo y panzudo, ante la señora de Villeparisis, el ringrave le dijo: «Buenos tías, señora marquesa», con el mismo acento que un portero alsaciano.
— Vous ne voulez pas que je vous donne une tasse de thé ou un peu de tarte, elle est très bonne, me dit Mme de Guermantes, désireuse d′avoir été aussi aimable que possible. Je fais les honneurs de cette maison comme si c′était la mienne, ajouta-t-elle sur un ton ironique qui donnait quelque chose d′un peu guttural à sa voix, comme si elle avait étouffé un rire rauque. —¿No quiere usted que le traiga una taza de té o un poco de tarta? Está muy buena — me dijo la señora de Guermantes, deseosa de haber tenido para conmigo toda la amabilidad posible—. Hago los honores de esta casa como si fuera la mía —añadió en un tono irónico que daba un viso un tanto gutural a su voz, como si hubiera ahogado una risa ronca.
— Monsieur, dit Mme de Villeparisis à M. de Norpois, vous penserez tout à l′heure que vous avez quelque chose à dire au prince au sujet de l′Académie? —Caballero —dijo la señora de Villeparisis al señor de Norpois, ¿cree usted que tendrá pronto algo que decirle al príncipe a propósito de la Academia"
Mme de Guermantes baissa les yeux, fit faire un quart de cercle à son poignet pour regarder l′heure. La señora de Guermantes bajó los ojos, hizo describir un cuarto de círculo a su muñeca para mirar la hora.
— Oh! mon Dieu; il est temps que je dise au revoir à ma tante, si je dois encore passer chez Mme de Saint–Ferréol, et je dîne chez Mme Leroi. —¡Oh, Dios mío!, ya es tiempo de que diga adiós a mi tía, si he de pasarme por casa de la señora de Saint-Ferréol, y ceno en la de la señora de Leroi.
Et elle se leva sans me dire adieu. Elle venait d′apercevoir Mme Swann, qui parut assez gênée de me rencontrer. Elle se rappelait sans doute qu′avant personne elle m′avait dit être convaincue de l′innocence de Dreyfus. Y se levantó sin decirme adiós. Acababa de ver a la señora de Swann, que pareció bastante cortada al encontrarse conmigo. Recordaba, sin duda, que ella antes que nadie me había dicho que estaba convencida de la inocencia de Dreyfus.
— Je ne veux pas que ma mère me présente à Mme Swann, me dit Saint–Loup. C′est une ancienne grue. Son mari est juif et elle nous le fait au nationalisme. Tiens, voici mon oncle Palamède. —No quiero que me presente mi madre a la señora de Swann —me dijo Saint-Loup—, Es una pécora vieja. Su marido es judío y ella se nos viene con su nacionalismo. ¡Hombre, aquí está mi tío Palamedes!
La présence de Mme Swann avait pour moi un intérêt particulier dû à un fait qui s′était produit quelques jours auparavant, et qu′il est nécessaire de relater à cause des conséquences qu′il devait avoir beaucoup plus tard, et qu′on suivra dans leur détail quand le moment sera venu. Donc, quelques jours avant cette visite, j′en avais reçu une à laquelle je ne m′attendais guère, celle de Charles Morel, le fils, inconnu de moi, de l′ancien valet de chambre de mon grand-oncle. Ce grand-oncle (celui chez lequel j′avais vu la dame en rose) était mort l′année précédente. Son valet de chambre avait manifesté à plusieurs reprises l′intention de venir me voir; je ne savais pas le but de sa visite, mais je l′aurais vu volontiers car j′avais appris par Françoise qu′il avait gardé un vrai culte pour la mémoire de mon oncle et faisait, à chaque occasion, le pèlerinage du cimetière. Mais obligé d′aller se soigner dans son pays, et comptant y rester longtemps, il me déléguait son fils. Je fus surpris de voir entrer un beau garçon de dix-huit ans, habillé plutôt richement qu′avec goût, mais qui pourtant avait l′air de tout, excepté d′un valet de chambre. Il tint du reste, dès l′abord, à couper le câble avec la domesticité d′où il sortait, en m′apprenant avec un sourire satisfait qu′il était premier prix du Conservatoire. Le but de sa visite était celui-ci: son père avait, parmi les souvenirs de mon oncle Adolphe, mis de côté certains qu′il avait jugé inconvenant d′envoyer à mes parents, mais qui, pensait-il, étaient de nature à intéresser un jeune homme de mon âge. C′étaient les photographies des actrices célèbres, des grandes cocottes que mon oncle avait connues, les dernières images de cette vie de vieux viveur qu′il séparait, par une cloison étanche, de sa vie de famille. Tandis que le jeune Morel me les montrait, je me rendis compte qu′il affectait de me parler comme à un égal. Il avait à dire «vous», et le moins souvent possible «Monsieur», le plaisir de quelqu′un dont le père n′avait jamais employé, en s′adressant à mes parents, que la «troisième personne». Presque toutes les photographies portaient une dédicace telle que: «A mon meilleur ami». Une actrice plus ingrate et plus avisée avait écrit: «Au meilleur des amis», ce qui lui permettait, m′a-t-on assuré, de dire que mon oncle n′était nullement, et à beaucoup près, son meilleur ami, mais l′ami qui lui avait rendu le plus de petits services, l′ami dont elle se servait, un excellent homme, presque une vieille bête. Le jeune Morel avait beau chercher à s′évader de ses origines, on sentait que l′ombre de mon oncle Adolphe, vénérable et démesurée aux yeux du vieux valet de chambre, n′avait cessé de planer, presque sacrée, sur l′enfance et la jeunesse du fils. Pendant que je regardais les photographies, Charles Morel examinait ma chambre. Et comme je cherchais où je pourrais les serrer: «Mais comment se fait-il, me dit-il (d′un ton où le reproche n′avait pas besoin de s′exprimer tant il était dans les paroles mêmes), que je n′en voie pas une seule de votre oncle dans votre chambre?» Je sentis le rouge me monter au visage, et balbutiai: «Mais je crois que je n′en ai pas. — Comment, vous n′avez pas une seule photographie de votre oncle Adolphe qui vous aimait tant! Je vous en enverrai une que je prendrai dans les quantités qu′a mon paternel, et j′espère que vous l′installerez à la place d′honneur, au-dessus de cette commode qui vous vient justement de votre oncle.» Il est vrai que, comme je n′avais même pas une photographie de mon père ou de ma mère dans ma chambre, il n′y avait rien de si choquant à ce qu′il ne s′en trouvât pas de mon oncle Adolphe. Mais il n′était pas difficile de deviner que pour Morel, lequel avait enseigné cette manière de voir à son fils, mon oncle était le personnage important de la famille, duquel mes parents tiraient seulement un éclat amoindri. J′étais plus en faveur parce que mon oncle disait tous les jours que je serais une espèce de Racine, de Vaulabelle, et Morel me considérait à peu près comme un fils adoptif, comme un enfant d′élection de mon oncle. Je me rendis vite compte que le fils de Morel était très «arriviste». Ainsi, ce jour-là, il me demanda, étant un peu compositeur aussi, et capable de mettre quelques vers en musique, si je ne connaissais pas de poète ayant une situation importante dans le monde «aristo». Je lui en citai un. Il ne connaissait pas les oeuvres de ce poète et n′avait jamais entendu son nom, qu′il prit en note. Or je sus que peu après il avait écrit à ce poète pour lui dire qu′admirateur fanatique de ses oeuvres, il avait fait de la musique sur un sonnet de lui et serait heureux que le librettiste en fît donner une audition chez la Comtesse ——. C′était aller un peu vite et démasquer son plan. Le poète, blessé, ne répondit pas. Au reste, Charles Morel semblait avoir, à côté de l′ambition, un vif penchant vers des réalités plus concrètes. Il avait remarqué dans la cour la nièce de Jupien en train de faire un gilet et, bien qu′il me dît seulement avoir justement besoin d′un gilet «de fantaisie», je sentis que la jeune fille avait produit une vive impression sur lui. Il n′hésita pas à me demander de descendre et de la présenter, «mais par rapport à votre famille, vous m′entendez, je compte sur votre discrétion quant à mon père, dites seulement un grand artiste de vos amis, vous comprenez, il faut faire bonne impression aux commerçants». Bien qu′il m′eût insinué que, ne le connaissant pas assez pour l′appeler, il le comprenait, «cher ami», je pourrais lui dire devant la jeune fille quelque chose comme «pas Cher Maître évidemment . . . quoique, mais, si cela vous plaît: cher grand artiste», j′évitai dans la boutique de le «qualifier» comme eût dit Saint–Simon, et me contentai de répondre à ses «vous» par des «vous». Il avisa, parmi quelques pièces de velours, une du rouge le plus vif et si criard que, malgré le mauvais goût qu′il avait, il ne put jamais, par la suite, porter ce gilet. La jeune fille se remit à travailler avec ses deux «apprenties», mais il me sembla que l′impression avait été réciproque et que Charles Morel, qu′elle crut «de son monde» (plus élégant seulement et plus riche), lui avait plu singulièrement. Comme j′avais été très étonné de trouver parmi les photographies que m′envoyait son père une du portrait de miss Sacripant (c′est-à-dire Odette) par Elstir, je dis à Charles Morel, en l′accompagnant jusqu′à la porte cochère: «Je crains que vous ne puissiez me renseigner. Est-ce que mon oncle connaissait beaucoup cette dame? Je ne vois pas à quelle époque de la vie de mon oncle je puis la situer; et cela m′intéresse à cause de M. Swann. . . . — Justement j′oubliais de vous dire que mon père m′avait recommandé d′attirer votre attention sur cette dame. En effet, cette demi-mondaine déjeunait chez votre oncle le dernier jour que vous l′avez vu. Mon père ne savait pas trop s′il pouvait vous faire entrer. Il paraît que vous aviez plu beaucoup à cette femme légère, et elle espérait vous revoir. Mais justement à ce moment-là il y a eu de la fâche dans la famille, à ce que m′a dit mon père, et vous n′avez jamais revu votre oncle.» Il sourit à ce moment, pour lui dire adieu de loin, à la nièce de Jupien. Elle le regardait et admirait sans doute son visage maigre, d′un dessin régulier, ses cheveux légers, ses yeux gais. Moi, en lui serrant la main, je pensais à Mme Swann, et je me disais avec étonnement, tant elles étaient séparées et différentes dans mon souvenir, que j′aurais désormais à l′identifier avec la «Dame en rose». La presencia de la señora de Swann tenía para mí un interés particular, debido a un hecho que se había producido días antes y que es necesario relatar a causa de las consecuencias que había de tener mucho más tarde, y que se seguirán en sus detalles cuando haya llegado el momento. Días antes, pues de esta visita había recibido yo una que no esperaba ni por asomo: la de Carlos Morel, hijo, desconocido para mí, del antiguo ayuda de cámara de mi tío abuelo. Este tío abuelo (aquel en cuya casa había visto yo ala dama de rosa) había muerto el año antes. Su ayuda de cámara había manifestado en varias ocasiones su intención de venir a verme; yo no sabía el objeto de su visita, pero lo hubiera recibido gustoso, porque había sabido por Francisca que había conservado un verdadero culto a la memoria de mi tío y emprendía a cada paso la peregrinación al cementerio. Pero, obligado a irse a cuidar a su tierra, y contando con que tendría que pasar en ella mucho tiempo, delegaba cerca de mí en su hijo. Quedé sorprendido al ver entrar a un guapo mozo de dieciocho años, vestido con más riqueza que gusto, pero que, sin embargo, parecía cualquier cosa menos ayuda de cámara. Por lo demás, desde el primer momento se afanó en cortar las amarras con la domesticidad de que salía, haciéndome saber, con una sonrisa satisfecha, que era primer premio del Conservatorio. El objeto de su visita era éste: su padre, entre los recuerdos de mi tío Adolfo, había puesto a un lado algunos que Había considerado inconveniente enviar a mis padres, pero que, a lo que pensaba, era como para interesar a un joven de mis años. Eran fotografías de las actrices célebres, de las grandes cocottes que mi tío había conocido, las últimas imágenes de aquella vicia de viejo verde que lo separaba, por medio de un compartimiento estanco, de su vida familiar. Mientras que Morel el mozo me las enseñaba, me di cuenta que se esforzaba por hablarme como a un igual. Cuidaba de tratarme de «usted», y me llamaba «señor» las menos veces que podía; era el suyo el placer de un hombre cuyo padre no empleaba nunca, al dirigirse a mis parientes, más que la «tercera persona». Casi todas las fotografías ostentaban una dedicatoria como: «A mi mejor amigo». Una actriz más ingrata y más avisada había escrito: «Al mejor de los amigos», lo cual le permitía, según me han asegurado, decir que mi tío no era, ni mucho menos, su mejor amigo, sino el que le había prestado más servicios de escasa cuantía, el amigo de quien se servía ella, un hombre excelente, poco menos que un viejo estúpido. En vano había tratado Morel el joven de evadirse de sus orígenes; se daba uno cuenta de que la sombra de mi tío Adolfo, venerable y desmesurada a los ojos del antiguo ayuda de Cámara, no había dejado de cernerse, sagrada casi, sobre la infancia y la juventud del hijo. Mientras yo miraba las fotografías, Carlos Morel examinaba mi habitación. Y como yo buscase dónde podría guardarlas: «Pero, ¿cómo es, me dijo (con un tono en que tenía necesidad de expresarse el reproche, hasta tal punto estaba en las palabras mismas), que no veo ni una sola de su tío en su cuarto?» Sentí que el rubor me subía a la cara, y balbuceé: «Es que... me parece que no tengo ninguna». «¡Cómo! ¡No tiene usted ninguna fotografía de su tío Adolfo, que lo quería tanto! Yo le mandaré una que tomaré del montón de ellas de mi padre, y espero que la ponga usted en el sito de honor, encima de esa cómoda que ha heredado usted de su tío.» La verdad es que, como yo no tenía ni siquiera una fotografía de mi padre ni de mi madre en mi cuarto, nada tenía de extraño que no se encontrase en él ninguna de mi tío Adolfo. Pero no era difícil adivinar que para Morel, que había enseñado esta manera de ver a su hijo, mi tío era el personaje importante de la familia, del cual recibían mis padres no más que un brillo aminorado. Yo gozaba de mayor favor, porque mi tío decía todos los días que yo había de ser algo así como un Racine, como un Vaulabelle, y Morel me consideraba punto menos que como un hijo adoptivo, como una criatura de elección de mi tío. Pronto me di cuenta de que el hijo de Morel era muy arribista. Así, ese día me preguntó, porque tenía un poco de compositor y era capaz de poner música a tinos versos, si no conocería yo algún poeta que ocupase una posición importante en el mundo aristocrático. Le cité uno. No conocía las obras de tal poeta ni había oído nunca su nombre, de que tomó nota. Pero el caso es que poco después supe que había escrito a ese mismo poeta para decirle que, siendo admirador fanático de sus obras, había puesto música a uno de sus sonetos, y se tendría por dichoso si el libretista hacía dar una audición del mismo en casa de la condesa de ***. Era ir un tanto aprisa y desenmascarar sus planes. El poeta, ofendido, no contestó. Por lo demás, Carlos Morel parecía tener, al lado de la ambición, una viva inclinación hacia realidades más completas. Se había fijado, en el patio, en la sobrina de Jupien mientras ésta cosía un chaleco, y aunque no me dijo sino que necesitaba un chaleco «de fantasía», me di cuenta de que la muchacha le había producido honda impresión. No vaciló en pedirme que bajase con él y lo presentase, «pero no como si estuviese en relación con su familia, ya me entiende usted; cuento con su discreción por lo que se refiere a mi padre; diga usted tan sólo, que soy un gran artista amigo suyo; como usted comprende, hay que hacer buena impresión a los comerciantes». Aunque me hubiese insinuado que, como no lo conocía suficientemente para llamarlo, cosa que él comprendía, mi querido amigo, podía decirle delante de la muchacha algo así como «no querido maestro, evidentemente, aunque... pero, en fin, si le parece a usted: mi querido gran artista», evité, en el chiscón, «calificarlo», como hubiera dicho Saint-Simon, y me contenté con responder a sus «usted» con otros «usted». Descubrió entre unas cuantas piezas de terciopelo una del rojo más vivo, y tan chillón, que, a pesar del mal gusto que tenía, nunca pudo, más adelante, ponerse aquel chaleco. La muchacha volvió a ponerse a trabajar con dos de sus «aprendizas», pero a mí me pareció que la impresión había sido recíproca y que Carlos Morel, a quien ella creyó «de su mundo» (más elegante, sencillamente, y más rico) le había bastado singularmente. Como me había extrañado mucho encontrar entre las fotografías que me enviaba su padre una del retrato de miss Sacripant (es decir, de Odette) pintado por Elstir, le dije a Carlos Morel, mientras lo acompañaba hasta la puerta cochera: «Me temo que no va a poder usted informarme. ¿Es que conocía mucho mi tío a esa señora? No veo en qué época de la vida de mi tío puedo situarla; y es cosa que me interesa mucho por el señor Swann»... «Precisamente se me olvidaba, decirle a usted que mi padre me había recomendado que le llamase la atención acerca de esa señora. En efecto, esa «demimondaine» almorzaba en casa de su tío la última vez que usted la vio. Mi padre no sabía a ciencia cierta si podía hacerlo pasar a usted. Parece ser que usted le había gustado mucho a aquella mujer ligera, y que esperaba volver a verlo. Pero precisamente en ese momento surgió el enfado entre la familia, por lo que me ha dicho mi padre, y ya no volvió usted a ver nunca a su tío». En ese instante sonrió, para decirle adiós desde lejos a la sobrina de Jupien. Ésta tenía puesta en él la mirada y admiraba sin duda su rostro enjuto, de trazo regular, sus finos cabellos, sus ojos alegres. Yo, al estrecharle la mano, pensaba en la señora de Swann y —me decía con asombro, tan separadas se aparecían en mi recuerdo, que desde ahora en adelante tendría que identificarla con la «Dama de rosa».
M. de Charlus fut bientôt assis à côté de Mme Swann. Dans toutes les réunions où il se trouvait, et dédaigneux avec les hommes, courtisé par les femmes, il avait vite fait d′aller faire corps avec la plus élégante, de la toilette de laquelle il se sentait empanaché. La redingote ou le frac du baron le faisait ressembler à ces portraits remis par un grand coloriste d′une homme en noir, mais qui a près de lui, sur une chaise, un manteau éclatant qu′il va revêtir pour quelque bal costumé. Ce tête-à-tête, généralement avec quelque Altesse, procurait à M. de Charlus de ces distinctions qu′il aimait. Il avait, par exemple, pour conséquence que les maîtresses de maison laissaient, dans une fête, le baron avoir seul une chaise sur le devant dans un rang de dames, tandis que les autres hommes se bousculaient dans le fond. De plus, fort absorbé, semblait-il, à raconter, et très haut, d′amusantes histoires à la dame charmée, M. de Charlus était dispensé d′aller dire bonjour aux autres, donc d′avoir des devoirs à rendre. Derrière la barrière parfumée que lui faisait la beauté choisie, il était isolé au milieu d′un salon comme au milieu d′une salle de spectacle dans une loge et, quand on venait le saluer, au travers pour ainsi dire de la beauté de sa compagne, il était excusable de répondre fort brièvement et sans s′interrompre de parler à une femme. Certes Mme Swann n′était guère du rang des personnes avec qui il aimait ainsi à s′afficher. Mais il faisait profession d′admiration pour elle, d′amitié pour Swann, savait qu′elle serait flattée de son empressement, et était flatté lui-même d′être compromis par la plus jolie personne qu′il y eût là. El señor de Charlus estuvo sentado bien pronto al lado de la señora de Swann. En todas las reuniones en que se encontraba, desdeñoso para con los hombres, cortejado por las mujeres, no, tardaba en ir a agregarse a la más elegante, por cuya toilette se sentía como empenachado. La levita o el frac del barón le hacían asemejarse a esos retratos, restaurados por un gran colorista, de un hombre de negro, pero que tiene cerca de sí, en una silla, una capa deslumbrante que va a vestirse para un baile de trajes. Este diálogo íntimo, generalmente con alguna alteza, procuraba al señor de Charlus distinciones de las que a él le gustaban. Tenía, por ejemplo, como consecuencia, que las amas de casa dejasen, en una fiesta, al barón ser el único que tuviera una silla ante sí, en una fila de señoras, mientras los demás hombres se apretujaban al fondo. Además, muy enfrascado, a lo que parecía, en contar, y en voz muy alta, historias divertidas a la hechizada dama, el señor de Charlus se hallaba dispensado de ir a saludar a las demás, y, por ende, de tener deberes que cumplir. Tras la barrera perfumada que formaba para él la belleza escogida, estaba aislado en medio de un salón como en medio de una sala de espectáculos en un palco, y cuando alguien venía a saludarlo, a través, por decirlo así, de la belleza de su acompañante, era disculpable que respondiera brevísimamente y sin dejar de hablar a una mujer. Claro está que la señora de Swann no pertenecía precisamente a la categoría de las personas con quienes gustaba de lucirse en esta forma. Pero el señor de Charlus hacía profesión de admiración hacia ella, de amistad respecto a Swann; sabía que a ella Halagaría su solicitud, y a su vez se sentía lisonjeado por haberse comprometido por la criatura más bonita de cuantas se encontraban en el salón.
Mme de Villeparisis n′était d′ailleurs qu′à demi contente d′avoir la visite de M. de Charlus. Celui-ci, tout en trouvant de grands défauts à sa tante, l′aimait beaucoup. Mais, par moments, sous le coup de la colère, de griefs imaginaires, il lui adressait, sans résister à ses impulsions, des lettres de la dernière violence, dans lesquelles il faisait état de petites choses qu′il semblait jusque-là n′avoir pas remarquées. Entre autres exemples je peux citer ce fait, parce que mon séjour à Balbec me mit au courant de lui: Mme de Villeparisis, craignant de ne pas avoir emporté assez d′argent pour prolonger sa villégiature à Balbec, et n′aimant pas, comme elle était avare et craignait les frais superflus, faire venir de l′argent de Paris, s′était fait prêter trois mille francs par M. de Charlus. Celui-ci, un mois plus tard, mécontent de sa tante pour une raison insignifiante, les lui réclama par mandat télégraphique. Il reçut deux mille neuf cent quatre-vingt-dix et quelques francs. Voyant sa tante quelques jours après à Paris et causant amicalement avec elle, il lui fit, avec beaucoup de douceur, remarquer l′erreur commise par la banque chargée de l′envoi. «Mais il n′y a pas erreur, répondit Mme de Villeparisis, le mandat télégraphique coûte six francs soixante-quinze. — Ah! du moment que c′est intentionnel, c′est parfait, répliqua M. de Charlus. Je vous l′avais dit seulement pour le cas où vous l′auriez ignoré, parce que dans ce cas-là, si la banque avait agi de même avec des personnes moins liées avec vous que moi, cela aurait pu vous contrarier. — Non, non, il n′y a pas erreur. — Au fond vous avez eu parfaitement raison», conclut gaiement M. de Charlus en baisant tendrement la main de sa tante. En effet, il ne lui en voulait nullement et souriait seulement de cette petite mesquinerie. Mais quelque temps après, ayant cru que dans une chose de famille sa tante avait voulu le jouer et «monter contre lui tout un complot», comme celle-ci se retranchait assez bêtement derrière des hommes d′affaires avec qui il l′avait précisément soupçonnée d′être alliée contre lui, il lui avait écrit une lettre qui débordait de fureur et d′insolence. «Je ne me contenterai pas de me venger, ajoutait-il en post-scriptum, je vous rendrai ridicule. Je vais dès demain aller raconter à tout le monde l′histoire du mandat télégraphique et des six francs soixante-quinze que vous m′avez retenus sur les trois mille francs que je vous avais prêtés, je vous déshonorerai.» Au lieu de cela il était allé le lendemain demander pardon à sa tante Villeparisis, ayant regret d′une lettre où il y avait des phrases vraiment affreuses. D′ailleurs à qui eût-il pu apprendre l′histoire du mandat télégraphique? Ne voulant pas de vengeance, mais une sincère réconciliation, cette histoire du mandat, c′est maintenant qu′il l′aurait tue. Mais auparavant il l′avait racontée partout, tout en étant très bien avec sa tante, il l′avait racontée sans méchanceté, pour faire rire, et parce qu′il était l′indiscrétion même. Il l′avait racontée, mais sans que Mme de Villeparisis le sût. De sorte qu′ayant appris par sa lettre qu′il comptait la déshonorer en divulguant une circonstance où il lui avait déclaré à elle-même qu′elle avait bien agi, elle avait pensé qu′il l′avait trompée alors et mentait en feignant de l′aimer. Tout cela s′était apaisé, mais chacun des deux ne savait pas exactement l′opinion que l′autre avait de lui. Certes il s′agit là d′un cas de brouilles intermittentes un peu particulier. D′ordre différent étaient celles de Bloch et de ses amis. D′un autre encore celles de M. de Charlus, comme on le verra, avec des personnes tout autres que Mme de Villeparisis. Malgré cela il faut se rappeler que l′opinion que nous avons les uns des autres, les rapports d′amitié, de famille, n′ont rien de fixe qu′en apparence, mais sont aussi éternellement mobiles que la mer. De là tant de bruits de divorce entre des époux qui semblaient unis et qui, bientôt après, parlent tendrement l′un de l′autre; tant d′infamies dites par un ami sur un ami dont nous le croyions inséparable et avec qui nous le trouverons réconcilié avant que nous ayons eu le temps de revenir de notre surprise; tant de renversements d′alliances en si peu de temps, entre les peuples. La señora de Villeparisis, por lo demás, sólo a medias estaba satisfecha de recibir la visita del señor de Charlus. Éste, aunque encontraba grandes defectos a su tía, la quería mucho. Pero a ratos, hostigado por la cólera, por imaginarios motivos de queja, le dirigía, sin resistir a sus impulsos, cartas de extremada violencia, en las que sacaba a relucir cosas insignificantes en las que hasta entonces parecía no haber reparado. Entre otros ejemplos puedo citar este hecho, porque mi estancia en Balbec me puso al corriente de ello: la señora de Villeparisis, con el temor de no haber llevado consigo suficiente dinero para poder prolongar su veraneo en Balbec, y como no le gustaba, porque era avara, y temía los gastos superfluos, hacer venir dinero de París, había hecho que le prestase tres mil francos al señor de Charlus. Éste, un mes más tarde, disgustado con su tía por una razón insignificante, se los reclamó por giro telegráfico. Recibió dos mil novecientos noventa francos y pico. Al ver a su tía algunos días después, en París, y charlando amistosamente con ella, le hizo observar con mucha suavidad el error cometido por el Banco encargado del envío. «Es que no hay tal error —repuso la señora de Villeparisis— : el giro telegráfico cuesta seis francos setenta y cinco céntimos.» «¡Ah, si se trata de cosa hecha adrede, está bien! —replicó el señor de Charlus—. Se lo había dicho a usted solamente por si no lo sabía, porque en ese caso, si el Banco hubiera procedido en la misma forma con personas menos allegadas a usted que yo, la cosa hubiera podido ser para usted una contrariedad.» «No, no, no hay ningún error.» «En el fondo, tiene usted perfecta razón», concluyó jovialmente el señor de Charlus, besando cariñosamente la mano de su tía. En efecto, no le dirigía el menor reproche, y sonreía únicamente ante su cominera tacañería. Pero algún tiempo después, creyendo que su tía, en un asunto de familia, había querido burlarlo y «armar toda una conjura contra él», como ella se atrincheraba bastante neciamente detrás de los hombres de negocios con quienes, precisamente, había sospechado él que estaba aliada en contra suya, le había escrito una carta desbordante de furor y de insolencia. «No me contentaré con vengarme —añadía a modo de posdata—: he de ponerla a usted en ridículo. Desde mañana voy a contarle a todo el mundo la historia del giro telegráfico yde los seis francos con setenta ycinco céntimos con que se me ha quedado usted de los tres mil que yo le había prestado. La desacreditaré.» En lugar de esto, había ido a la mañana siguiente a pedirle perdón a su tía la de Villeparisis, arrepentido de una carta en que había cosas verdaderamente espantosas. Por lo demás, ¿a quién hubiera podido hacer saber la historia del giro telegráfico? Como lo que quería no era venganza, sino una reconciliación sincera, ahora es cuando hubiese callado la historia del giro. Pero antes la había contado en todas partes, aun estando como estaba muy a bien con su tía; la había contado sin mala intención, por hacer reír y porque era la indiscreción en persona. La había contado, pero sin que la señora de Villeparisis lo supiese. Así es que al enterarse por su carta de que se proponía desacreditarla divulgando una circunstancia en que le había declarado a ella misma que había obrado bien, la señora de Villeparisis había pensado que su sobrino la había engañado entonces y que mentía al fingir quererla. Todo esto se había aplacado, pero ninguno de los dos sabía exactamente la opinión que el otro tenía de él. Evidentemente, se trataba aquí de un caso de desavenencias intermitentes un tanto particular. De diferente orden eran las de Bloch con sus amigos. De otro, también, las del señor de Charlus, cómo se verá, con personas completamente distintas de la señora de Villeparisis. A pesar de ello, es menester recordar que la opinión que tenemos unos de otros, las relaciones de amistad, de familia, no tienen nada de fijo, salvo en apariencia; antes son tan eternamente móviles como el mar. De ahí tantos rumores de divorcio entre esposos que parecían tan perfectamente unidos y que poco después hablan cariñosamente el uno del otro, tantas infamias dichas por un amigo acerca de otro de quien le creíamos inseparable y con el que lo encontraremos reconciliado antes de que hayamos tenido tiempo de salir de nuestro asombro; tantas alianzas deshechas en tan poco tiempo entre los pueblos.
— Mon Dieu, ça chauffe entre mon oncle et Mme Swann, me dit Saint–Loup. Et maman qui, dans son innocence, vient les déranger. Aux pures tout est pur! —¡Dios mío! ¡Está la cosa que arde entre mi tío y la señora de Swann! —me dijo Saint- Loup—. ¡Y mamá que, en su inocencia, va a estorbarlos!... ¡Para los seres puros es puro todo!
Je regardais M. de Charlus. La houppette de ses cheveux gris, son oeil dont le sourcil était relevé par le monocle et qui souriait, sa boutonnière en fleurs rouges, formaient comme les trois sommets mobiles d′un triangle convulsif et frappant. Je n′avais pas osé le saluer, car il ne m′avait fait aucun signe. Or, bien qu′il ne fût pas tourné de mon côté, j′étais persuadé qu′il m′avait vu; tandis qu′il débitait quelque histoire à Mme Swann dont flottait jusque sur un genou du baron le magnifique manteau couleur pensée, les yeux errants de M. de Charlus, pareils à ceux d′un marchand en plein vent qui craint l′arrivée de la Rousse, avaient certainement exploré chaque partie du salon et découvert toutes les personnes qui s′y trouvaient. M. de Châtellerault vint lui dire bonjour sans que rien décelât dans le visage de M. de Charlus qu′il eût aperçu le jeune duc avant le moment où celui-ci se trouva devant lui. C′est ainsi que, dans les réunions un peu nombreuses comme était celle-ci, M. de Charlus gardait d′une façon presque constante un sourire sans direction déterminée ni destination particulière, et qui, préexistant de la sorte aux saluts des arrivants, se trouvait, quand ceux-ci entraient dans sa zone, dépouillé de toute signification d′amabilité pour eux. Néanmoins il fallait bien que j′allasse dire bonjour à Mme Swann. Mais, comme elle ne savait pas si je connaissais Mme de Marsantes et M. de Charlus, elle fut assez froide, craignant sans doute que je lui demandasse de me présenter. Je m′avançai alors vers M. de Charlus, et aussitôt le regrettai car, devant très bien me voir, il ne le marquait en rien. Au moment où je m′inclinai devant lui, je trouvai, distant de son corps dont il m′empêchait d′approcher de toute la longueur de son bras tendu, un doigt veuf, eût-on dit, d′un anneau épiscopal dont il avait l′air d′offrir, pour qu′on la baisât, la place consacrée, et dus paraître avoir pénétré, à l′insu du baron et par une effraction dont il me laissait la responsabilité, dans la permanence, la dispersion anonyme et vacante de son sourire. Cette froideur ne fut pas pour encourager beaucoup Mme Swann à se départir de la sienne. Miré al señor de Charlus. El copete de sus cabellos grises, su ojo cuya ceja enarcaba el monóculo yque sonreía, yel ojal de su solapa decorada con flores rojas formaban como los tres vértices movibles de un triángulo convulsivo y sorprendente. Yo no me había atrevido a saludarlo, en vista de que no me había Hecho ninguna seña. Pero el caso es que aunque no estuviese vuelto hacia mi lado, yo estaba convencido de que me había visto; mientras contaba alguna historia a la señora de Swann, cuyo magnífico abrigo color pensamiento flotaba hasta la rodilla del barón, los ojos del señor de Charlus, comparables a los de un vendedor al aire libre que teme la llegada de la Ajja„ „ habían explorado evidentemente cada palmo del salón ydescubierto a todas las personas que en éste se encontraban. El señor de Châtellerault fue a saludarlo sin que nada revelase en el semblante del señor de Charlus que éste se hubiera dado cuenta de la presencia del joven antes del momento en que lo tuvo ante sí. Así es como en las reuniones un tanto concurridas, tal ésa, el señor de Charlus tenía de una manera casi constante una sonrisa sin dirección determinada ni destino particular y que, preexistente respecto de los saludos de los que iban llegando, resultaba, cuando éstos entraban en su zona, despojada de toda significación de amabilidad para ellos. Con todo, era menester que yo fuese a saludar a la señora de Swann. Pero como ésta no sabía si yo conocía a la señora de Marsantes y al señor de Charlus, estuvo bastante fría conmigo, temiendo, sin duda, que yo le pidiera que me presentase a ellos. Me adelanté entonces al señor de Charlus, e inmediatamente lo lamenté, pues que, aunque debía de verme perfectamente, no daba muestra alguna de que así fuera. En el momento en que me incliné ante él; me encontré, distante de su cuerpo, que me impedía acercarme con toda la longitud de su brazo extendido, con un dedo viudo, hubiérase dicho, de un anillo episcopal cuyo lugar consagrado parecía ofrecer para que se besase, y debió de parecer como si hubiese penetrado contra la voluntad del barón y por obra de una efracción cuya responsabilidad me dejaba en la permanencia, en la dispersión anónima y vacante de su sonrisa. Esta frialdad no fue como para alentar gran cosa a la señora de Swann a desprenderse de la suya.
— Comme tu as l′air fatigué et agité, dit Mme de Marsantes à son fils qui était venu dire bonjour à M. de Charlus. —¡Qué cansado y qué agitado pareces! —dijo la señora de Marsantes a su hijo, que había venido a saludar al señor de Charlus.
Et en effet, les regards de Robert semblaient par moments atteindre à une profondeur qu′ils quittaient aussitôt comme un plongeur qui a touché le fond. Ce fond, qui faisait si mal à Robert quand il le touchait qu′il le quittait aussitôt pour y revenir un instant après, c′était l′idée qu′il avait rompu avec sa maîtresse. Y, en efecto, las miradas de Roberto parecían alcanzar a ratos una profundidad que abandonaba inmediatamente como un nadador que ha tocado el fondo en su zambullida. Ese fondo, que hacía tanto daño a Roberto, que lo abandonaba enseguida para volver a él un instante más tarde, era la idea de que había roto con su querida.
—Ça ne fait rien, ajouta sa mère, en lui caressant la joue, ça ne fait rien, c′est bon de voir son petit garçon. —No importa —añadió su madre acariciándole la mejilla—, no importa; está bien esto de ver una a su niño chiquito.
Mais cette tendresse paraissant agacer Robert, Mme de Marsantes entraîna son fils dans le fond du salon, là où, dans une baie tendue de soie jaune, quelques fauteuils de Beauvais massaient leurs tapisseries violacées comme des iris empourprés dans un champ de boutons d′or. Mme Swann se trouvant seule et ayant compris que j′étais lié avec Saint–Loup me fit signe de venir auprès d′elle. Ne l′ayant pas vue depuis si longtemps, je ne savais de quoi lui parler. Je ne perdais pas de vue mon chapeau parmi tous ceux qui se trouvaient sur le tapis, mais me demandais curieusement à qui pouvait en appartenir un qui n′était pas celui du duc de Guermantes et dans la coiffe duquel un G était surmonté de la couronne ducale. Je savais qui étaient tous les visiteurs et n′en trouvais pas un seul dont ce pût être le chapeau. Pero estas ternezas parecían irritar a Roberto. La señora de Marsantes se llevó a su hijo al fondo del salón, donde, en un hueco con colgaduras de seda amarilla, algunos sillones de Beauvais apiñaban sus tapicerías violáceas como iris empurpurados en un campo de botones de oro. La señora de Swann, al encontrarse y darse cuenta de que yo tenía amistad con Saint-Loup, me hizo seña de que fuese a su lado. Como hacía tanto tiempo que no la había visto, no sabia de qué hablarle. Yo no perdía de vista mi sombrero entre todos los que se encontraban sobre la alfombra, pero me preguntaba con curiosidad a quién podría pertenecer uno que no era el del duque de Guermantes y en cuya badana había una gran G con la corona ducal encima. Yo sabía quiénes eran todos los visitantes, y no encontraba uno solo de ellos de quien pudiera ser el sombrero.
— Comme M. de Norpois est sympathique, dis-je à Mme Swann en le lui montrant. Il est vrai que Robert de Saint–Loup me dit que c′est une peste, mais. . . . —¡Qué simpático es el señor de Norpois —le dije, indicándoselo—. Verdad es que Roberto de Saint-Loup me dice de él que es un mal bicho, pero...
— Il a raison, répondit-elle. —Tiene razón —repuso la señora de Swann.
Et voyant que son regard se reportait à quelque chose qu′elle me cachait, je la pressai de questions. Peut-être contente d′avoir l′air d′être très occupée par quelqu′un dans ce salon, où elle ne connaissait presque personne, elle m′emmena dans un coin. Al ver que su mirada hacía referencia a algo que me ocultaba, la asedié a preguntas Satisfecha acaso por parecer que estaba muy ocupada con alguien en un salón en que a casi nadie conocía, me llevó a un rincón.
— Voilà sûrement ce que M. de Saint–Loup a voulu vous dire, me répondit-elle, mais ne le lui répétez pas, car il me trouverait indiscrète et je tiens beaucoup à son estime, je suis très «honnête homme», vous savez. Dernièrement Charlus a dîné chez la princesse de Guermantes; je ne sais pas comment on a parlé de vous. M. de Norpois leur aurait dit — c′est inepte, n′allez pas vous mettre martel en tête pour cela, personne n′y a attaché d′importance, on savait trop de quelle bouche cela tombait — que vous étiez un flatteur à moitié hystérique. —Verá usted lo que de seguro ha querido decirle el señor de Saint-Loup —me respondió—; pero no se lo repita usted a él, porque me tendría por indiscreta, y me importa mucho su estimación: yo, ¿sabe usted?, soy muy «caballero». Últimamente, Charlus ha almorzado en casa de la princesa de Guermantes; no sé cómo, se habló de usted. El señor de Norpois les dijo —es una inepcia, no vaya usted a tomarlo a pecho, nadie le ha concedido importancia, de sobra saben todos de qué labios viene eso— que usted era un adulador medio histérico.
J′ai raconté bien auparavant ma stupéfaction qu′un ami de mon père comme était M. de Norpois eût pu s′exprimer ainsi en parlant de moi. J′en éprouvai une plus grande encore à savoir que mon émoi de ce jour ancien où j′avais parlé de Mme Swann et de Gilberte était connu par la princesse de Guermantes de qui je me croyais ignoré. Chacune de nos actions, de nos paroles, de nos attitudes est séparée du «monde», des gens qui ne l′ont pas directement perçue, par un milieu dont la perméabilité varie à l′infini et nous reste inconnue; ayant appris par l′expérience que tel propos important que nous avions souhaité vivement être propagé (tels ceux si enthousiastes que je tenais autrefois à tout le monde et en toute occasion sur Mme Swann, pensant que parmi tant de bonnes graines répandues il s′en trouverait bien une qui lèverait) s′est trouvé, souvent à cause de notre désir même, immédiatement mis sous le boisseau, combien à plus forte raison étions-nous éloigné de croire que telle parole minuscule, oubliée de nous-même, voire jamais prononcée par nous et formée en route par l′imparfaite réfraction d′une parole différente, serait transportée, sans que jamais sa marche s′arrêtât, à des distances infinies — en l′espèce jusque chez la princesse de Guermantes — et allât divertir à nos dépens le festin des dieux. Ce que nous nous rappelons de notre conduite reste ignoré de notre plus proche voisin; ce que nous en avons oublié avoir dit, ou même ce que nous n′avons jamais dit, va provoquer l′hilarité jusque dans une autre planète, et l′image que les autres se font de nos faits et gestes ne ressemble pas plus à celle que nous nous en faisons nous-même qu′à un dessin quelque décalque raté, où tantôt au trait noir correspondrait un espace vide, et à un blanc un contour inexplicable. Il peut du reste arriver que ce qui n′a pas été transcrit soit quelque trait irréel que nous ne voyons que par complaisance, et que ce qui nous semble ajouté nous appartienne au contraire, mais si essentiellement que cela nous échappe. De sorte que cette étrange épreuve qui nous semble si peu ressemblante a quelquefois le genre de vérité, peu flatteur certes, mais profond et utile, d′une photographie par les rayons N. Ce n′est pas une raison pour que nous nous y reconnaissions. Quelqu′un qui a l′habitude de sourire dans la glace à sa belle figure et à son beau torse, si on lui montre leur radiographie aura, devant ce chapelet osseux, indiqué comme étant une image de lui-même, le même soupçon d′une erreur que le visiteur d′une exposition qui, devant un portrait de jeune femme, lit dans le catalogue: «Dromadaire couché». Plus tard, cet écart entre notre image selon qu′elle est dessinée par nous-même ou par autrui, je devais m′en rendre compte pour d′autres que moi, vivant béatement au milieu d′une collection de photographies qu′ils avaient tirées d′eux-mêmes tandis qu′alentour grimaçaient d′effroyables images, habituellement invisibles pour eux-mêmes, mais qui les plongeaient dans la stupeur si un hasard les leur montrait en leur disant: «C′est vous.» Antes he contado ya mi estupefacción ante el hecho de que un amigo de mi padre como era el señor de Norpois hubiera podido expresarse así hablando de mí. Aun fue mayor la que experimenté al saber que mi emoción de aquel remoto día en que había hablado de la señora de Swann, y de Gilberta era conocida de la princesa de Guermantes, de quien me creía ignorado. Cada uno de nuestros actos, de nuestras palabras, de nuestras aptitudes, están separados del mundo, de la gente que no los ha percibido directamente, por un medio cuya permeabilidad varía hasta el infinito y permanece desconocida para nosotros; como la experiencia nos ha enseñado que tal frase importante que habíamos deseado vivamente que fuese propagada (así aquellas tan entusiastas que yo decía en otro tiempo a todo el mundo y en cualquier ocasión a cuenta de la señora de Swann, pensando que entre tantas buenas semillas esparcidas no dejaría de haber alguna que germinase) ha resultado que, a menudo, por causa de nuestro mismo deseo, ha sido escondida bajo el celemín, con cuánta más razón estábamos lejos de creer que un dicho minúsculo, olvidado hasta de nosotros, o que incluso no hemos pronunciado nunca y que se ha formado en el camino por la imperfecta refracción de una frase diferente, habría de ser transportado, sin que jamás se detuviese su marcha, a distancias infinitas —en este caso, hasta la princesa de Guermantes— y fuese a divertir a costa nuestra al festín de los dioses. Lo que recordamos de nuestra conducta permanece ignorado hasta de nuestro vecino más próximo; lo que de ella hemos olvidado haber dicho, o incluso lo que jamás hemos dicho, va a provocar a risa hasta en otro planeta, y la imagen que los demás se forman de nuestros hechos y gestos se parece tan poco a la que de ellos nos formamos nosotros mismos como se parece a un dibujo un calco mal hecho en que unas veces correspondiese al trazo negro un espacio vacío y a un blanco un contorno inexplicable. Puede ocurrir, por lo demás, que lo que no ha sido trascripto sea algún rasgo ideal que sólo vemos por complacencia, y que, en cambio, lo que nos parece añadido nos pertenezca, pero tan esencialmente que escape a nuestra percepción. De suerte que esta extraña prueba que nos parece tan poco parecida tiene a veces el género de verdad, poco lisonjero, pero desde luego profundo y útil, de una fotografía tomada con los rayos X. No es una razón para que no nos reconozcamos en ella. Un hombre que tiene la costumbre de sonreír en el espejo a su buena planta y a su hermoso torso, si le muestran su radiografía tendrá ante ese rosario de huesos que lo presentan como imagen de sí mismo, la misma sospecha de un error que siente el visitante de una exposición que ante un retrato de muchacha en el catálogo «Dromedario echado». Más tarde había de darme cuenta yo de esta divergencia entre nuestra imagen según que esté dibujada por nosotros mismos o por los demás, por otros que yo, que vivían beatíficamente en medio de una colección de fotografías que habían tomado de sí mismos mientras que en torno hacían muecas, espantosas imágenes, habitualmente invisibles para ellos mismos, pero que los sumirían en estupor si una casualidad se las mostrase diciéndoles: «Éste es usted».
Il y a quelques années j′aurais été bien heureux de dire à Mme Swann «à quel sujet» j′avais été si tendre pour M. de Norpois, puisque ce «sujet» était le désir de la connaître. Mais je ne le ressentais plus, je n′aimais plus Gilberte. D′autre part, je ne parvenais pas à identifier Mme Swann à la Dame en rose de mon enfance. Aussi je parlai de la femme qui me préoccupait en ce moment. Algunos años antes me hubiera hecho muy dichoso el decirle a la señora de Swann «con qué objeto» me había mostrado yo tan afectuoso con el señor de Norpois, ya que ese «objeto» era el deseo de conocerla a ella. Pero ahora ya no lo sentía, ya no quería a Gilberta. Por otra parte, no acababa de identificar a la señora de Swann con la «Dama de rosa» de mi infancia. Así, hablé de la mujer que me preocupaba en aquel momento.
— Avez-vous vu tout à l′heure la duchesse de Guermantes? demandai-je à Mme Swann. —¿Ha visto usted hace un momento a la duquesa de Guermantes? —pregunté a la señora de Swann.
Mais comme la duchesse ne saluait pas Mme Swann, celle-ci voulait avoir l′air de la considérer comme une personne sans intérêt et de la présence de laquelle on ne s′aperçoit même pas. Pero como la duquesa no saludaba a la señora de Swann, ésta quería aparentar que la consideraba como a una persona sin interés y de cuya presencia ni siquiera se da uno cuenta.
— Je ne sais pas, je n′ai pas réalisé, me répondit-elle d′un air désagréable, en employant un terme traduit de l′anglais. —No sé, no lo he realizado —me respondió con una expresión desagradable, empleando un término traducido del inglés.
J′aurais pourtant voulu avoir des renseignements non seulement sur Mme de Guermantes mais sur tous les êtres qui l′approchaient, et, tout comme Bloch, avec le manque de tact des gens qui cherchent dans leur conversation non à plaire aux autres mais à élucider, en égoî²´es, des points que les intéressent, pour tâcher de me représenter exactement la vie de Mme de Guermantes, j′interrogeai Mme de Villeparisis sur Mme Leroi. Yo, sin embargo, hubiera querido conseguir informes no sólo acerca de la duquesa de Guermantes, sino de todos los seres allegados a ella, y, lo mismo que Bloch, con la falta de tacto de la gente que busca en su conversación, no agradar a los demás, sino elucidar, egoístamente, puntos que le interesan, para tratar de representarme exactamente la vida de la señora de Guermantes, interrogué a la de Villeparisis a cuenta de la señora de Leroi.
— Oui, je sais, répondit-elle avec un dédain affecté, la fille de ces gros marchands de bois. Je sais qu′elle voit du monde maintenant, mais je vous dirai que je suis bien vieille pour faire de nouvelles connaissances. J′ai connu des gens si intéressants, si aimables, que vraiment je crois que Mme Leroi n′ajouterait rien à ce que j′ai. —Sí, ya sé —respondió ella con un desdén afectado—, la hija de esos opulentos comerciantes en maderas. Sé que ahora se ve con alguna gente, pero le diré a usted que soy bastante vieja para adquirir nuevos conocimientos. He conocido gentes tan interesantes, tan amables, que realmente creo que la señora de Leroi no habría de añadir nada a lo que yo tengo.
Mme de Marsantes, qui faisait la dame d′honneur de la marquise, me présenta au prince, et elle n′avait pas fini que M. de Norpois me présentait aussi, dans les termes les plus chaleureux. Peut-être trouvait-il commode de me faire une politesse qui n′entamait en rien son crédit puisque je venais justement d′être présenté; peut-être parce qu′il pensait qu′un étranger, même illustre, était moins au courant des salons français et pouvait croire qu′on lui présentait un jeune homme du grand monde; peut-être pour exercer une de ses prérogatives, celle d′ajouter le poids de sa propre recommandation d′ambassadeur, ou par le goût d′archaî²­e de faire revivre en l′honneur du prince l′usage, flatteur pour cette Altesse, que deux parrains étaient nécessaires si on voulait lui être présenté. La señora de Marsantes, que hacía de dama de honor de la, marquesa, me presentó al príncipe, y no había acabado cuando el señor de Norpois me presentaba también en los términos más calurosos. Quizá encontrase cómodo tener para conmigo una cortesía que en nada empeñaba su crédito, puesto que yo acababa, precisamente, de serle presentado; acaso porque pensase que un extranjero, aun ilustre, estaba menos al tanto de los salones franceses y podía creer que le presentaban un joven del gran mundo, acaso por ejercer una de sus prerrogativas, la de añadir el peso de su propia recomendación de embajador, o por gusto del arcaísmo de hacer revivir en honor del príncipe la costumbre, lisonjera para esta Alteza, de que fuesen necesarios dos padrinos si quería uno serle presentado.
Mme de Villeparisis interpella M. de Norpois, éprouvant le besoin de me faire dire par lui qu′elle n′avait pas à regretter de ne pas connaître Mme Leroi. La señora de Villeparisis interpeló al señor de Norpois, sintiendo la necesidad de hacer que éste me dijera que ella no tenía por qué lamentar no conocer a la señora de Leroi.
— N′est-ce pas, monsieur l′ambassadeur, que Mme Leroi est une personne sans intérêt, très inférieure à toutes celles qui fréquentent ici, et que j′ai eu raison de ne pas l′attirer? —¿Verdad, señor embajador, que la señora de Leroi es una persona sin interés, muy inferior a todas las que frecuentan esta casa, y que he tenido razón en no atraérmela"
Soit indépendance, soit fatigue, M. de Norpois se contenta de répondre par un salut plein de respect mais vide de signification. Fuese por independencia, fuese por cansancio, el señor de Norpois se contentó con responder con una reverencia llena de respeto pero vacía de significado.
— Monsieur, lui dit Mme de Villeparisis en riant, il y a des gens bien ridicules. Croyez-vous que j′ai eu aujourd′hui la visite d′un monsieur qui a voulu me faire croire qu′il avait plus de plaisir à embrasser ma main que celle d′une jeune femme? —Caballero —le dijo riéndose la señora de Villeparisis—. Hay gente muy ridícula. ¿Querrá usted creer que hoy he recibido la visita de un señor que ha querido hacerme creer que sentía mayor placer en besar mi mano que la de una joven"
Je compris tout de suite que c′était Legrandin. M. de Norpois sourit avec un léger clignement d′oeil, comme s′il s′agissait d′une concupiscence si naturelle qu′on ne pouvait en vouloir à celui qui l′éprouvait, presque d′un commencement de roman qu′il était prêt à absoudre, voire à encourager, avec une indulgence perverse à la Voisenon ou à la Crébillon fils. Enseguida comprendí que el tal señor era Legrandin. El señor de Norpois sonrió con un ligero guiño, como si se tratase de una concupiscencia tan natural que no podía reprochársele al que la sentía, casi de un comienzo de novela que estaba dispuesto a absolver, a alentar inclusive, con una indulgencia perversa a lo Maintenon o a lo Crebillon hijo.
— Bien des mains de jeunes femmes seraient incapables de faire ce que j′ai vu là, dit le prince en montrant les aquarelles commencées de Mme de Villeparisis. —Muchas manos de jóvenes serían incapaces de hacer lo que he visto ahí —dijo el príncipe apuntando a las acuarelas empezadas de la señora de Villeparisis.
Et il lui demanda si elle avait vu les fleurs de Fantin–Latour qui venaient d′être exposées. Y le preguntó si había visto las flores de Fantin-Latour que acababan de ser expuestas.
— Elles sont de premier ordre et, comme on dit aujourd′hui, d′un beau peintre, d′un des maîtres de la palette, déclara M. de Norpois; je trouve cependant qu′elles ne peuvent pas soutenir la comparaison avec celles de Mme de Villeparisis où je reconnais mieux le coloris de la fleur. —Son de primer orden y, como hoy se dice, de un pintor espléndido, de uno de los maestros de la paleta —declaró el señor de Norpois—; sin embargo, me parece que no pueden sostener el parangón con las de la señora de Villeparisis, en las que reconozco mejor el colorido de la flor.
Même en supposant que la partialité de vieil amant, l′habitude de flatter, les opinions admises dans une coterie, dictassent ces paroles à l′ancien ambassadeur, celles-ci prouvaient pourtant sur quel néant de goût véritable repose le jugement artistique des gens du monde, si arbitraire qu′un rien peut le faire aller aux pires absurdités, sur le chemin desquelles il ne rencontre pour l′arrêter aucune impression vraiment sentie. Aun suponiendo que la parcialidad del antiguo amante, la costumbre de adular, las opiniones admitidas en un cotarro dictasen estas palabras al antiguo embajador, demostraban, sin embargo, sobre qué vacío de gusto auténtico reposa el juicio artístico de las gentes de mundo, tan arbitrario que una cosa de nada puede hacerlo llegar a los peores absurdos, en cuyo camino no encuentra ninguna impresión verdaderamente sentida que lo detenga.
— Je n′ai aucun mérite à connaître les fleurs, j′ai toujours vécu aux champs, répondit modestement Mme de Villeparisis. Mais, ajouta-t-elle gracieusement en s′adressant au prince, si j′en ai eu toute jeune des notions un peu plus sérieuses que les autres enfants de la campagne, je le dois à un homme bien distingué de votre nation, M. de Schlegel. Je l′ai rencontré à Broglie où ma tante Cordelia (la maréchale de Castellane) m′avait amenée. Je me rappelle très bien que M. Lebrun, M. de Salvandy, M. Doudan, le faisaient parler sur les fleurs. J′étais une toute petite fille, je ne pouvais pas bien comprendre ce qu′il disait. Mais il s′amusait à me faire jouer et, revenu dans votre pays, il m′envoya un bel herbier en souvenir d′une promenade que nous avions été faire en phaéton au Val Richer et où je m′étais endormie sur ses genoux. J′ai toujours conservé cet herbier et il m′a appris à remarquer bien des particularités des fleurs qui ne m′auraient pas frappée sans cela. Quand Mme de Barante a publié quelques lettres de Mme de Broglie, belles et affectées comme elle était elle-même, j′avais espéré y trouver quelques-unes de ces conversations de M. de Schlegel. Mais c′était une femme qui ne cherchait dans la nature que des arguments pour la religion. Robert m′appela dans le fond du salon, où il était avec sa mère. —No tiene —ningún mérito que conozca las flores, siempre he vivido en el campo — respondió modestamente la señora de Villeparisis—. Pero —añadió graciosamente dirigiéndose al príncipe— si desde muy joven he tenido nociones un poco más serias que las de los demás niños del campo, se lo debo a un hombre muy distinguido de su nación, el señor de Schlegel. Me encontré con él en Broglie, adonde mi tía Cordelia (la mariscala de Castellane) me había llevado. Recuerdo perfectamente que el señor Lebrun, el señor de Salvandy y el señor Dondan lo hacían hablar de las flores. Yo era una chiquilla, no podía comprender bien lo que decía. Pero se divertía en hacerme jugar y, de vuelta en su país, me mandó un hermoso herbario en recuerdo de un paseo que habíamos ido a dar en faetón al valle de Richer y en el que yo me había quedado dormida en sus rodillas. He conservado siempre ese herbario, y él me ha enseñado a observar muchas particularidades de las flores que a no ser por eso no me hubieran llamado la atención. Cuando la señora de Barante publicó algunas cartas de la de Broglie, hermosas y afectadas como esta misma lo era, esperaba yo encontrar en ellas alguna de esas conversaciones del señor de Schlegel. Pero aquélla era una mujer que sólo buscaba en la naturaleza argumentos para la religión. Roberto me llamó al fondo del salón, donde estaba con su madre.
— Que tu as été gentil, lui dis-je, comment te remercier? Pouvons-nous dîner demain ensemble? —¡Qué amable has sido! —le dije—. ¿Cómo darte las gracias? ¿Podemos almorzar mañana juntos"
— Demain, si tu veux, mais alors avec Bloch; je l′ai rencontré devant la porte; après un instant de froideur, parce que j′avais, malgré moi, laissé sans réponse deux lettres de lui (il ne m′a pas dit que c′était cela qui l′avait froissé, mais je l′ai compris), il a été d′une tendresse telle que je ne peux pas me montrer ingrat envers un tel ami. Entre nous, de sa part au moins, je sens bien que c′est à la vie, à la mort. —Mañana, si quieres, pero entonces con Bloch; me lo he encontrado delante de la puerta; después de un instante de frialdad, porque yo, contra mi deseo, había dejado sin respuesta dos cartas suyas (no me ha dicho que era eso lo que lo había molestado, pero yo lo he comprendido), ha sido de una amabilidad tal que no puedo mostrarme ingrato con un amigo semejante. Lo que hay entre nosotros, por su parte a lo menos, siento perfectamente que es para toda la vida, hasta la muerte.
Je ne crois pas que Robert se trompât absolument. Le dénigrement furieux était souvent chez Bloch l′effet d′une vive sympathie qu′il avait cru qu′on ne lui rendait pas. Et comme il imaginait peu la vie des autres, ne songeait pas qu′on peut avoir été malade ou en voyage, etc., un silence de huit jours lui paraissait vite provenir d′une froideur voulue. Aussi je n′ai jamais cru que ses pires violences d′ami, et plus tard d′écrivain, fussent bien profondes. Elles s′exaspéraient si l′on y répondait par une dignité glacée, ou par une platitude qui l′encourageait à redoubler ses coups, mais cédaient souvent à une chaude sympathie. «Quant à gentil, continua Saint–Loup, tu prétends que je l′ai été pour toi, mais je n′ai pas été gentil du tout, ma tante dit que c′est toi qui la fuis, que tu ne lui dis pas un moi. Elle se demande si tu n′as pas quelque chose contre elle.» No creo que Roberto se engañase absolutamente. La denigración furiosa era a menudo en Bloch, efecto de una viva simpatía a que había creído que no le correspondían. Y como se imaginaba escasamente la vida de los demás, como no pensaba que puede uno haber estado enfermo o de viaje, etc., un silencio de ocho días le parecía en seguida que nacía de una frialdad deliberada. Así, nunca he creído que sus peores violencias de amigo, y más tarde de escritor, fuesen muy profundas. Se exasperaba si se respondía a ellas con una dignidad helada, o con una ramplonería que lo alentaba a redoblar sus golpes, pero cedía con frecuencia a una cálida simpatía. —En cuanto a lo de amable —continuó Saint-Loup—, pretendes que lo he sido para contigo, pero no he sido tal ni poco ni mucho; mi tía dice que eres tú quien huye de ella, que no le dices una palabra. Se pregunta si será que tienes algo contra ella.
Heureusement pour moi, si j′avais été dupe de ces paroles, notre imminent départ pour Balbec m′eût empêché d′essayer de revoir Mme de Guermantes, de lui assurer que je n′avais rien contre elle et de la mettre ainsi dans la nécessité de me prouver que c′était elle qui avait quelque chose contre moi. Mais je n′eus qu′à me rappeler qu′elle ne m′avait pas même offert d′aller voir les Elstir. D′ailleurs ce n′était pas une déception; je ne m′étais nullement attendu à ce qu′elle m′en parlât; je savais que je ne lui plaisais pas, que je n′avais pas à espérer me faire aimer d′elle; le plus que j′avais pu souhaiter, c′est que, grâce à sa bonté, j′eusse d′elle, puisque je ne devais pas la revoir avant de quitter Paris, une impression entièrement douce, que j′emporterais à Balbec indéfiniment prolongée, intacte, au lieu d′un souvenir mêlé d′anxiété et de tristesse. Afortunadamente para mí, si hubieran llegado a engañarme estas palabras, nuestra inminente partida para Balbec me hubiera impedido intentar volver a ver a la señora de Guermantes, asegurarle que nada tenía contra ella y ponerla así en la necesidad de probarme que era ella quien tenía algo contra mí. Pero no tuve más que acordarme que ni siquiera me había ofrecido que fuese a ver los Elstir. Esto, por lo demás, no era una decepción; yo no había esperado en modo alguno que me hablase de ello; lo más que había podido yo desear es que, gracias a su bondad, recibiese de ella, puesto que no debía volverla a ver antes de abandonar a París, una impresión enteramente dulce que me llevaría conmigo a Balbec, indefinidamente prolongada, intacta, en lugar de un recuerdo mixto de amistad y de tristeza.
A tous moments Mme de Marsantes s′interrompait de causer avec Robert pour me dire combien il lui avait souvent parlé de moi, combien il m′aimait; elle était avec moi d′un empressement qui me faisait presque de la peine parce que je le sentais dicté par la crainte qu′elle avait de faire fâcher ce fils qu′elle n′avait pas encore vu aujourd′hui, avec qui elle était impatiente de se trouver seule, et sur lequel elle croyait donc que l′empire qu′elle exerçait n′égalait pas et devait ménager le mien. M′ayant entendu auparavant demander à Bloch des nouvelles de M. Nissim Bernard, son oncle, Mme de Marsantes s′informa si c′était celui qui avait habité Nice. La señora de Marsantes dejaba a cada momento de hablar con Roberto para decirme con cuánta frecuencia le había hablado éste de mí, cuánto me quería; mostraba para conmigo una solicitud que casi me daba pena, porque sentía que estaba dictada por el temor que tenía de hacer enfadarse a aquel hijo a quien aún no había visto hoy, con el que estaba impaciente por encontrarse a solas, y sobre el cual creía, por ende, que el imperio que ejercía no igualaba al mío y debía usar de miramientos para con éste. Como me hubiese oído antes que pedía a Bloch noticias del señor Nissim Bernard, su tío, la señora de Marsantes preguntó si era el que había vivido en Niza.
— Dans ce cas, il y a connu M. de Marsantes avant qu′il m′épousât, avait répondu Mme de Marsantes. Mon mari m′en a souvent parlé comme d′un homme excellent, d′un coeur délicat et généreux. —En ese caso, allí conoció al señor de Marsantes antes de que casase conmigo —había respondido la señora de Marsantes—. Mi marido me ha hablado con frecuencia de él como de un hombre excelente, de corazón delicado y generoso.
«Dire que pour une fois il n′avait pas menti, c′est incroyable», eût pensé Bloch. «¡Decir que por una vez no había mentido! ¡Es increíble!», hubiera pensado Bloch.
Tout le temps j′aurais voulu dire à Mme de Marsantes que Robert avait pour elle infiniment plus d′affection que pour moi, et que, m′eût-elle témoigné de l′hostilité, je n′étais pas d′une nature à chercher à le prévenir contre elle, à le détacher d′elle. Mais depuis que Mme de Guermantes était partie, j′étais plus libre d′observer Robert, et je m′aperçus seulement alors que de nouveau une sorte de colère semblait s′être élevée en lui, affleurant à son visage durci et sombre. Je craignais qu′au souvenir de la scène de l′après-midi il ne fût humilié vis-à-vis de moi de s′être laissé traiter si durement par sa maîtresse, sans riposter. Yo, durante todo este tiempo, hubiera querido decirle a la señora de Marsantes que Roberto le tenía infinitamente más cariño que a mí, y que, aunque ella me hubiera dado muestras de hostilidad, yo no era hombre de tal naturaleza que tratase de prevenirlo contra ella, de apartarlo de ella. Pero desde que se había retirado la señora de Guermantes me encontraba en mayor libertad para observar a Roberto, y sólo entonces me di cuenta de que parecía haber vuelto a alzarse en él algo que se parecía a la cólera, aflorando a su semblante de rasgos endurecidos y sombríos. Temía yo que con el recuerdo de la escena de por la tarde se sintiese humillado ante mí por haberse dejado tratar tan duramente por su querida sin responderle.
Brusquement il s′arracha d′auprès de sa mère qui lui avait passé un bras autour du cou, et venant à moi m′entraîna derrière le petit comptoir fleuri de Mme de Villeparisis, où celle-ci s′était rassise, puis me fit signe de le suivre dans le petit salon. Je m′y dirigeais assez vivement quand M. de Charlus, qui avait pu croire que j′allais vers la sortie, quitta brusquement M. de Faffenheim avec qui il causait, fit un tour rapide qui l′amena en face de moi. Je vis avec inquiétude qu′il avait pris le chapeau au fond duquel il y avait un G et une couronne ducale. Dans l′embrasure de la porte du petit salon il me dit sans me regarder: Bruscamente, se separó de su madre, que le había echado un brazo por el cuello, y viniendo hacia mí me arrastró consigo detrás del florido bufetillo de la señora de Villeparisis, ante el cuál había vuelto a sentarse ésta, y me hizo seña de que lo siguiera al saloncito. Me dirigía a él bastante aprisa, cuando el señor de Charlus, que había podido creer que me encaminaba ala salida, dejó bruscamente al señor de Faffenheim y dio una rápida vuelta, que le hizo encontrarse cara a cara conmigo. Vi con inquietud que había cogido el sombrero en cuyo fondo había una G y una corona ducal. En el hueco de la puerta del saloncito me dijo, sin mirarme
— Puisque je vois que vous allez dans le monde maintenant, faites-moi donc le plaisir de venir me voir. Mais c′est assez compliqué, ajouta-t-il d′un air d′inattention et de calcul, et comme s′il s′était agi d′un plaisir qu′il avait peur de ne plus retrouver une fois qu′il aurait laissé échapper l′occasion de combiner avec moi les moyens de le réaliser. Je suis peu chez moi, il faudrait que vous m′écriviez. Mais j′aimerais mieux vous expliquer cela plus tranquillement. Je vais partir dans un moment. Voulez-vous faire deux pas avec moi? Je ne vous retiendrai qu′un instant. —Como veo que frecuenta usted ahora la sociedad, proporcióneme el placer de venir a verme. Pero la cosa es bastante complicada —añadió en un tono de falta de atención, de cálculo, y como si se hubiera tratado de un placer que tuviese miedo de no volver a encontrar una vez que hubiera dejado escapar la ocasión de combinar conmigo los medios de realizarlo—. Suelo parar poco en casa, tendrá usted que escribirme. Pero preferiría explicarle a usted todo esto con más tranquilidad. Voy a salir dentro de un momento. ¿Quiere usted ir un rato conmigo? Sólo lo detendré un instante.
— Vous ferez bien de faire attention, monsieur, lui dis-je. Vous avez pris par erreur le chapeau d′un des visiteurs. —Fíjese usted, caballero —le dije—. Ha cogido usted equivocadamente el sombrero de uno de los visitantes.
— Vous voulez m′empêcher de prendre mon chapeau? —¿Quiere usted impedirme que me lleve mi sombrero"
Je supposai, l′aventure m′étant arrivée à moi-même peu auparavant, que, quelqu′un lui ayant enlevé son, chapeau, il en avait avisé un au hasard pour ne pas rentrer nu-tête, et que je le mettais dans l′embarras en dévoilant sa ruse. Je lui dis qu′il fallait d′abord que je dise quelques mots à Saint–Loup. «Il est en train de parler avec cet idiot de duc de Guermantes, ajoutai-je. — C′est charmant ce que vous dites là, je le dirai à mon frère. — Ah! vous croyez que cela peut intéresser M. de Charlus? (Je me figurais que, s′il avait un frère, ce frère devait s′appeler Charlus aussi. Saint–Loup m′avait bien donné quelques explications là-dessus à Balbec, mais je les avais oubliées.)— Qui est-ce qui vous parle de M. de Charlus? me dit le baron d′un air insolent. Allez auprès de Robert. Je sais que vous avez participé ce matin à un de ces déjeuners d′orgie qu′il a avec une femme qui le déshonore. Vous devriez bien user de votre influence sur lui pour lui faire comprendre le chagrin qu′il cause à sa pauvre mère et à nous tous en traînant notre nom dans la boue». Supuse, porque el mismo lance me había ocurrido a mí poco antes, que alguien le habría llevado su sombrero, y él había echado mano de uno al, azar por no volverse a casa en cabeza, y que yo lo ponía en un apuro al descubrir su estratagema. Le dije que primero tenía que decirle unas palabras a Saint-Loup... «Está hablando con el idiota ese del duque de Guermantes», añadí. —¡Es encantador eso que está usted diciendo! Se lo diré a mi hermano. —¡Ah! ¿Cree usted que eso puede interesarle al señor de Charlus" Me figuraba yo que, si tenía un hermano, ese hermano debía llamarse también Charlus. Verdad es que Saint-Loup me había dado en Balbec algunas explicaciones, pero las había olvidado. «¿Quién le habla a usted del señor de Charlus?, me dijo el barón con un tono insolente. Vaya usted con Roberto. Sé que esta mañana ha tomado usted parte en uno de esos almuerzos de orgía que celebra con una mujer que lo deshonra. Lo que debía usted hacer es utilizar la influencia que sobre él tiene para hacerle comprender la pena que causa a su pobre madre y a todos nosotros con arrastrar nuestro nombre por el fango.»
J′aurais voulu répondre qu′au déjeuner avilissant on n′avait parlé que d′Emerson, d′Ibsen, de Tolstoíª et que la jeune femme avait prêché Robert pour qu′il ne bût que de l′eau; afin de tâcher d′apporter quelque baume à Robert de qui je croyais la fierté blessée, je cherchai à excuser sa maîtresse. Je ne savais pas qu′en ce moment, malgré sa colère contre elle, c′était à lui-même qu′il adressait des reproches. Même dans les querelles entre un bon et une méchante et quand le droit est tout entier d′un côté, il arrive toujours qu′il y a une vétille qui peut donner à la méchante l′apparence de n′avoir pas tort sur un point. Et comme tous les autres points, elle les néglige, pour peu que le bon ait besoin d′elle, soit démoralisé par la séparation, son affaiblissement le rendra scrupuleux, il se rappellera les reproches absurdes qui lui ont été faits et se demandera s′ils n′ont pas quelque fondement. Yo hubiera querido responder que en el almuerzo envilecedor no se había hablado más que de Emerson, de Ibsen, de Tolstoi, y que la joven había predicado a Roberto para que éste no bebiese más que agua. Con objeto de tratar de proporcionarle algún bálsamo a Roberto, cuyo orgullo creía lastimado, intenté disculpar a su querida. No sabía yo que en aquel momento, a pesar de su cólera contra ella, a quien dirigía reproches era a sí mismo. Aun en las riñas entre un hombre bueno yuna mala mujer, ycuando el derecho está por completo de una parte, ocurre siempre que haya una bagatela que puede dar a la pérfida la apariencia de tener razón en un punto. Y como desdeña todos los demás, a poco que el hombre bueno la necesite, a poco que se sienta desmoralizado por la separación, recordará los reproches absurdos que la otra le ha dirigido y se preguntará si no tendrán algún fundamento.
— Je crois que j′ai eu tort dans cette affaire du collier, me dit Robert. Bien sûr je ne l′avais pas fait dans une mauvaise intention, mais je sais bien que les autres ne se mettent pas au même point de vue que nous-même. Elle a eu une enfance très dure. Pour elle je suis tout de même le riche qui croit qu′on arrive à tout par son argent, et contre lequel le pauvre ne peut pas lutter, qu′il s′agisse d′influencer Boucheron ou de gagner un procès devant un tribunal. Sans doute elle a été bien cruelle; moi qui n′ai jamais cherché que son bien. Mais, je me rends bien compte, elle croit que j′ai voulu lui faire sentir qu′on pouvait la tenir par l′argent, et ce n′est pas vrai. Elle qui m′aime tant, que doit-elle se dire! Pauvre chérie; si tu savais, elle a de telles délicatesses, je ne peux pas te dire, elle a souvent fait pour moi des choses adorables. Ce qu′elle doit être malheureuse en ce moment! En tout cas, quoi qu′il arrive je ne veux pas qu′elle me prenne pour un mufle, je cours chez Boucheron chercher le collier. Qui sait? peut-être en voyant que j′agis ainsi reconnaîtra-t-elle ses torts. Vois-tu, c′est l′idée qu′elle souffre en ce moment que je ne peux pas supporter! Ce qu′on souffre, soi, on le sait, ce n′est rien. Mais elle, se dire qu′elle souffre et ne pas pouvoir se le représenter, je crois que je deviendrais fou, j′aimerais mieux ne la revoir jamais que de la laisser souffrir. Qu′elle soit heureuse sans moi s′il le faut, c′est tout ce que je demande. Écoute, tu sais, pour moi, tout ce qui la touche c′est immense, cela prend quelque chose de cosmique; je cours chez le bijoutier et après cela lui demander pardon. Jusqu′à ce que je sois là-bas, qu′est-ce qu′elle va pouvoir penser de moi? Si elle savait seulement que je vais venir! A tout hasard tu pourras venir chez elle; qui sait, tout s′arrangera peut-être. Peut-être, dit-il avec un sourire, comme n′osant croire à un tel rêve, nous irons dîner tous les trois à la campagne. Mais on ne peut pas savoir encore, je sais si mal la prendre; pauvre petite, je vais peut-être encore la blesser. Et puis sa décision est peut-être irrévocable. —Creo que no he tenido razón en lo del collar —me dijo Roberto—. Claro está que yo no lo había hecho con mala intención, pero de sobra sé que los demás no se colocan en el mismo punto de vista que uno. Raquel ha pasado una niñez muy dura. Para ella soy, de todas maneras, el ricacho que cree que puede uno llegar a todo con su dinero, y contra el cual no puede luchar el pobre, ya se trate de influir sobre Boucheron o de ganar un proceso ante un tribunal. No cabe duda que ella se ha mostrado muy cruel, ya que jamás he buscado otra cosa que su bien. Pero me doy perfecta cuenta de que cree que he querido hacerle sentir que podía tenerla sujeta por dinero, y eso no es verdad. ¡Me quiere tanto!... ¡Qué debe de decirse! ¡Pobrecilla! ¡Si tú supieras! ¡Tiene tales delicadezas!... No puedo decirte... Ha hecho por mí con frecuencia cosas adorables. ¡Qué desdichada tiene que sentirse en este momento! De todas maneras, pase lo que pase, no quiero que me tome por un imbécil; ahora mismo voy a casa de Boucheron a buscar el collar. ¿Quién sabe" Puede que al ver que procedo de esa manera reconozca sus equivocaciones. Mira tú, lo que no puedo soportar es la idea de que esté sufriendo en este momento. Lo que uno sufre, ya se sabe, no es nada. Pero ella, eso de decirse que sufre y no poder figurárselo uno, creo que me volvería loco, preferiría no volverla a ver nunca antes que dejarla sufrir. Todo lo que pido es que sea feliz sin mí, si es preciso. Mira, ya sabes que para mí todo lo que a ella se refiere es inmenso, que toma un valor de cosa cósmica; corro a casa del joyero, y después a pedirle perdón. Hasta que esté allí yo, ¿qué podrá pensar de mí? ¡Si a lo menos supiera que voy a ir! En todo caso, podrías ir tú a su casa, ¿quién sabe?, quizá se arreglase todo. Acaso —dijo con una sonrisa, como si no se atreviera a creer en un sueño semejante— vayamos a cenar al campo los tres. Pero aún no se puede saber, ¡sé tornarme con ella tan malo!... ¡Pobre pequeña!, a lo mejor voy a ofenderla otra vez. Y, además, quizá sea irrevocable su decisión.
Robert m′entraîna brusquement vers sa mère. Roberto me arrastró bruscamente hacia su madre.
— Adieu, lui dit-il; je suis forcé de partir. Je ne sais pas quand je reviendrai en permission, sans doute pas avant un mois. Je vous l′écrirai dès que je le saurai. —Adiós —le dijo—; me veo obligado a irme. No sé cuándo volveré con licencia; de seguro que no ha de ser antes de un mes. Ya le escribiré a usted cuando lo sepa.
Certes Robert n′était nullement de ces fils qui, quand ils sont dans le monde avec leur mère, croient qu′une attitude exaspérée à son égard doit faire contrepoids aux sourires et aux saluts qu′ils adressent aux étrangers. Rien n′est plus répandu que cette odieuse vengeance de ceux qui semblent croire que la grossièreté envers les siens complète tout naturellement la tenue de cérémonie. Quoi que la pauvre mère dise, son fils, comme s′il avait été emmené malgré lui et voulait faire payer cher sa présence, contrebat immédiatement d′une contradiction ironique, précise, cruelle, l′assertion timidement risquée; la mère se range aussitôt, sans le désarmer pour cela, à l′opinion de cet être supérieur qu′elle continuera à vanter à chacun, en son absence, comme une nature délicieuse, et qui ne lui épargne pourtant aucun de ses traits les plus acérés. Saint–Loup était tout autre, mais l′angoisse que provoquait l′absence de Rachel faisait que, pour des raisons différentes, il n′était pas moins dur avec sa mère que ne le sont ces fils-là avec la leur. Et aux paroles qu′il prononça je vis le même battement, pareil à celui d′une aile, que Mme de Marsantes n′avait pu réprimer à l′arrivée de son fils, la dresser encore tout entière; mais maintenant c′était un visage anxieux, des yeux désolés qu′elle attachait sur lui. Indudablemente, Roberto no era en modo alguno de esos hijos que, cuando se encuentran en sociedad con su madre, creen que una actitud exasperada frente a aquélla deba contrapesar las sonrisas y saludos que dirigen a los extraños. No hay cosa más extendida que esa odiosa venganza de los que parecen creer que la grosería para con los suyos complementa de un modo perfectamente natural el tono de la ceremonia. Diga lo que quiera la pobre madre, como si hubiera sido arrastrado a pesar suyo y quisiera hacer pagar caro su presencia, rebate inmediatamente con una contradicción irónica, precisa, cruel, la aserción tímidamente aventurada; la madre se afilia inmediatamente, sin desarmarlo con ello, a la opinión de ese ser superior al que seguirá alabando ante todo el mundo en ausencia suya como a una criatura dotada de un carácter delicioso, y que, sin embargo, no le escatima ninguno de sus dardos más acerados. Saint-Loup era completamente distinto, pero la angustia que en él provocaba la ausencia de Raquel hacía que, por razones diferentes, no fuese menos duro para con su madre de lo que, esos hijos lo son con la suya. Y ante las palabras que pronunció vi el mismo latido, semejante al de una ala, que la señora de Marsantes no había podido reprimir a la llegada de su hijo, y que volvía a hacerla alzarse de una pieza; pero ahora lo que clavaba en su hijo era un semblante de ansia, unos ojos desolados.
— Comment, Robert, tu t′en vas? c′est sérieux? mon petit enfant! le seul jour où je pouvais t′avoir! —Pero, ¿cómo, Roberto, que te vas? ¿Es en serio? ¡Hijito! ¡El único día que podía tenerte conmigo!
Et presque bas, sur le ton le plus naturel, d′une voix d′où elle s′efforçait de bannir toute tristesse pour ne pas inspirer à son fils une pitié qui eût peut-être été cruelle pour lui, ou inutile et bonne seulement à l′irriter, comme un argument de simple bon sens elle ajouta: Y casi por lo bajo, en el tono más natural, con una voz, de que se esforzaba por desterrar toda tristeza para no inspirar a su hijo una lástima que acaso le hubiera sido cruel, o inútil y buena únicamente para irritarlo, como un argumento de simple buen sentido, añadió:
— Tu sais que ce n′est pas gentil ce que tu fais là. —Demasiado sabes que no está bien lo que haces.
Mais à cette simplicité elle ajoutait tant de timidité pour lui montrer qu′elle n′entreprenait pas sur sa liberté, tant de tendresse pour qu′il ne lui reprochât pas d′entraver ses plaisirs, que Saint–Loup ne put pas ne pas apercevoir en lui-même comme la possibilité d′un attendrissement, c′est-à-dire un obstacle à passer la soirée avec son amie. Aussi se mit-il en colère: Pero añadía a esta sencillez tanta timidez para demostrarle que no atacaba a su libertad, tanta ternura para que no le reprochase que ponía trabas a sus gustos, que Saint-Loup no pudo menos de entrever en sí mismo como la posibilidad de un rapto de ternura, a su vez; es decir, un obstáculo para pasar el resto de la tarde con su amiga. Así es que montó en cólera
— C′est regrettable, mais gentil ou non, c′est ainsi. —Es de lamentar; pero, esté bien o no, así es.
Et il fit à sa mère les reproches que sans doute il se sentait peut-être mériter; c′est ainsi que les égoî²´es ont toujours le dernier mot; ayant posé d′abord que leur résolution est inébranlable, plus le sentiment auquel on fait appel en eux pour qu′ils y renoncent est touchant, plus ils trouvent condamnables, non pas eux qui y résistent, mais ceux qui les mettent dans la nécessité d′y résister, de sorte que leur propre dureté peut aller jusqu′à la plus extrême cruauté sans que cela fasse à leurs yeux qu′aggraver d′autant la culpabilité de l′être assez indélicat pour souffrir, pour avoir raison, et leur causer ainsi lâchement la douleur d′agir contre leur propre pitié. D′ailleurs, d′elle-même Mme de Marsantes cessa d′insister, car elle sentait qu′elle ne le retiendrait plus. Y dirigió a su madre los reproches que sin duda sentía que merecía él mismo; así es como tienen siempre por suya los egoístas la última palabra; como han empezado por sentar que su resolución es inquebrantable, cuanto más conmovedor es el sentimiento a que se apela en ellos para que renuncien a esa resolución, más condenables encuentran, no a los que se resisten a ella, sino a aquellos que los ponen en la necesidad de resistirse, de modo que su propia dureza puede llegar hasta una crueldad extremada sin que esto haga a sus ojos otra cosa que agravar tanto más la culpabilidad del ser suficientemente indelicado para sufrir, por tener razón, y causarles así cobardemente el dolor de proceder contra su propia piedad. Por lo demás, la señora de Marsantes cesó espontáneamente de insistir, porque se daba cuenta de que ya no conseguiría detenerlo.
— Je te laisse, me dit-il, mais, maman, ne le gardez pas longtemps parce qu′il faut qu′il aille faire une visite tout à l′heure. —Te dejo —me dijo Roberto—, pero no lo entretengas mucho, mamá, porque tiene que ir a hacer una visita enseguida.
Je sentais bien que ma présence ne pouvait faire aucun plaisir à Mme de Marsantes, mais j′aimais mieux, en ne partant pas avec Robert, qu′elle ne crût pas que j′étais mêlé à ces plaisirs qui la privaient de lui. J′aurais voulu trouver quelque excuse à la conduite de son fils, moins par affection pour lui que par pitié pour elle. Mais ce fut elle qui parla la première: Yo me daba perfecta cuenta de que mi presencia no podía proporcionar ningún placer a la señora de Marsantes, pero prefería, al no salir con Roberto, que no creyese ella que yo estaba mezclado en los placeres que la privaban de él. Hubiera querido encontrar alguna excusa al comportamiento de su hijo, no tanto por cariño a él como por piedad hacia ella.
— Pauvre petit, me dit-elle, je suis sûre que je lui ai fait de la peine. Voyez-vous, monsieur, les mères sont très égoî²´es; il n′a pourtant pas tant de plaisirs, lui qui vient si peu à Paris. Mon Dieu, s′il n′était pas encore parti, j′aurais voulu le rattraper, non pas pour le retenir certes, mais pour lui dire que je ne lui en veux pas, que je trouve qu′il a eu raison. Cela ne vous ennuie pas que je regarde sur l′escalier? Pero fue ella la primera que habló: —¡Pobrecillo! —me dijo—. Estoy segura de que le he hecho llevarse un disgusto. Ya ve usted, caballero: las madres son muy egoístas. Y, sin embargo, ¡tiene tan pocas distracciones! Como viene tan poco por París... ¡Dios mío!, si no se hubiera ido todavía, hubiera querido alcanzarlo, no para hacer que se quedase, claro está, sino para decirle que no lo reprocho, que me parece que ha tenido razón. No le parecerá a usted que vaya a echar una mirada a la escalera...
Et nous allâmes jusque-là: Y fuimos hasta allí:
— Robert! Robert! cria-t-elle. Non, il est parti, il est trop tard. —¡Roberto, Roberto! —gritó—. No, ya se ha ido; es demasiado tarde ya.
Maintenant je me serais aussi volontiers chargé d′une mission pour faire rompre Robert et sa maîtresse qu′il y a quelques heures pour qu′il partît vivre tout à fait avec elle. Dans un cas Saint–Loup m′eût jugé un ami traître, dans l′autre cas sa famille m′eût appelé son mauvais génie. J′étais pourtant le même homme à quelques heures de distance. Ahora me hubiera encargado yo de una misión para hacer romper a Roberto y a su querida, de tan buena gana como horas antes para que se fuese a vivir inmediatamente con ella. En un caso, Saint-Loup me hubiera tachado de amigo traidor; en el otro, su familia me hubiera llamado su genio malo. Y, sin embargo, era el mismo hombre, a unas cuantas horas de distancia.
Nous rentrâmes dans le salon. En ne voyant pas rentrer Saint–Loup, Mme de Villeparisis échangea avec M. de Norpois ce regard dubitatif, moqueur, et sans grande pitié qu′on a en montrant une épouse trop jalouse ou une mère trop tendre (lesquelles donnent aux autres la comédie) et qui signifie: «Tiens, il a dû y avoir de l′orage.» Volvimos al salón. Al ver que no volvía a entrar Saint-Loup, la señora de Villeparisis cambió con él señor de Norpois esa mirada dubitativa, burlona y sin una gran lástima con que se señala a una esposa demasiado celosa o a una madre excesivamente tierna (que ofrecen a los demás la comedia) y que significa: «¡Vaya, ha debido de haber tormenta!» .
Robert alla chez sa maîtresse en lui apportant le splendide bijou que, d′après leurs conventions, il n′aurait pas dû lui donner. Mais d′ailleurs cela revint au même car elle n′en voulut pas, et même, dans la suite, il ne réussit jamais à le lui faire accepter. Certains amis de Robert pensaient que ces preuves de désintéressement qu′elle donnait étaient un calcul pour se l′attacher. Pourtant elle ne tenait pas à l′argent, sauf peut-être pour pouvoir le dépenser sans compter. Je lui ai vu faire à tort et à travers, à des gens qu′elle croyait pauvres, des charités insensées. «En ce moment, disaient à Robert ses amis pour faire contrepoids par leurs mauvaises paroles à un acte de désintéressement de Rachel, en ce moment elle doit être au promenoir des Folies–Bergère. Cette Rachel, c′est une énigme, un véritable sphinx.» Au reste combien de femmes intéressées, puisqu′elles sont entretenues, ne voit-on pas, par une délicatesse qui fleurit au milieu de cette existence, poser elles-mêmes mille petites bornes à la générosité de leur amant! Roberto se fue a casa de su querida llevándole la espléndida joya que, según sus convenios, no hubiera debido regalarle. Pero, por lo demás, vino a ser lo mismo, ya que ella no la quiso, e incluso más adelante no consiguió nunca Roberto hacérsela aceptar. Algunos amigos de Roberto pensaban que estas pruebas de desinterés que daba ella eran un cálculo para atarlo a sí. Sin embargo, Raquel no tenía apego al dinero, como no fuera para gastarlo sin tasa. Yo la he visto hacer a tontas y a locas, con gentes a quienes creía pobres, caridades descabelladas. «En este momento —decían a Roberto sus amigos, para contrapesar con sus aviesas palabras un acto de desinterés de Raquel—, en este momento debe de estar en el paseo de Folies-Bergères. Esta Raquel es un enigma, una verdadera esfinge». Por lo demás, ¡a cuántas mujeres interesadas, puesto que son sostenidas, no se ve, por una delicadeza que florece en medio de esa existencia, poner espontáneamente mil menudos límites a la generosidad de sus amantes!
Robert ignorait presque toutes les infidélités de sa maîtresse et faisait travailler son esprit sur ce qui n′était que des riens insignifiants auprès de la vraie vie de Rachel, vie qui ne commençait chaque jour que lorsqu′il venait de la quitter. Il ignorait presque toutes ces infidélités. On aurait pu les lui apprendre sans ébranler sa confiance en Rachel. Car c′est une charmante loi de nature, qui se manifeste au sein des sociétés les plus complexes, qu′on vive dans l′ignorance parfaite de ce qu′on aime. D′un côté du miroir, l′amoureux se dit: «C′est un ange, jamais elle ne se donnera à moi, je n′ai plus qu′à mourir, et pourtant elle m′aime; elle m′aime tant que peut-être . . . mais non ce ne sera pas possible.» Et dans l′exaltation de son désir, dans l′angoisse de son attente, que de bijoux il met aux pieds de cette femme, comme il court emprunter de l′argent pour lui éviter un souci! cependant, de l′autre côté de la cloison, à travers laquelle ces conversations ne passeront pas plus que celles qu′échangent les promeneurs devant un aquarium, le public dit: «Vous ne la connaissez pas? je vous en félicite, elle a volé, ruiné je ne sais pas combien de gens, il n′y a pas pis que ça comme fille. C′est une pure escroqueuse. Et roublarde!» Et peut-être le public n′a-t-il pas absolument tort en ce qui concerne cette dernière épithète, car même l′homme sceptique qui n′est pas vraiment amoureux de cette femme et à qui elle plaît seulement dit à ses amis: «Mais non, mon cher, ce n′est pas du tout une cocotte; je ne dis pas que dans sa vie elle n′ait pas eu deux ou trois caprices, mais ce n′est pas une femme qu′on paye, ou alors ce serait trop cher. Avec elle c′est cinquante mille francs ou rien du tout.» Or, lui, a dépensé cinquante mille francs pour elle, il l′a eue une fois, mais elle, trouvant d′ailleurs pour cela un complice chez lui-même, dans la personne de son amour-propre, elle a su lui persuader qu′il était de ceux qui l′avaient eue pour rien. Telle est la société, où chaque être est double, et où le plus percé à jour, le plus mal famé, ne sera jamais connu par un certain autre qu′au fond et sous la protection d′une coquille, d′un doux cocon, d′une délicieuse curiosité naturelle. Il y avait à Paris deux honnêtes gens que Saint–Loup ne saluait plus et dont il ne parlait pas sans que sa voix tremblât, les appelant exploiteurs de femmes: c′est qu′ils avaient été ruinés par Rachel. Roberto ignoraba casi todas las infidelidades de su querida y hacía trabajar a su espíritu sobre lo que no era más que unas bagatelas insignificantes al lado de la verdadera vida de. Raquel, vida que no empezaba cada día hasta que él acababa de dejarla. Ignoraba él casi todas esas infidelidades. Hubiera podido enterárselo de ellas sin quebrantar su confianza en Raquel. Porqué es una encantadora ley natural que se manifiesta en el seno de las sociedades más complejas la, de que se viva en perfecta ignorancia respecto del ser a quien se ama. De un lado del espejo, el enamorado se dice: «Es un ángel, jamás ha de entregárseme, no me queda más remedio que morir, y, sin embargo, me quiere; me quiere tanto, que acaso... pero no, eso no será posible». Y en la exaltación de su deseo, cuántas joyas pone a los pies de esa mujer, cómo corre a pedir dinero prestado para evitarle una preocupación; y, sin embargo, del otro lado del tabique a través del cual no han de pasar esas conversaciones, como no pasan las que cambian entre sí los paseantes delante de un acuario, el público dice, «¿No la conoce usted? Lo felicito. Ha robado, ha arruinado no sé a cuánta gente, no hay nada peor que esa muchacha. Es una verdadera estafadora. ¡Y una tunanta!» Y acaso no esté completamente equivocado en lo que concierne a este último epíteto, porque hasta el hombre escéptico que no está verdaderamente enamorado de esa mujer y a la cual no pasa de agradarle él, dice a sus amigos: «No, no, amigo mío; no es lo que se dice una cocotte; no digo que no haya tenido en su vida dos o tres caprichos, pero no es una de esas mujeres que puedan pagarse, a menos que sea demasiado caro. Lo que es con ésa, o se gasta uno cincuenta mil francos, o nada». Ahora bien; él se ha gastado cincuenta mil francos por ella, la ha conseguido una vez; pero ella, encontrando por lo demás un cómplice para ello en sí misma, en la persona de su amor propio, ha sabido convencerlo de que era uno de los que la habían conseguido de balde. Tal es la sociedad, en que cada ser es doble, y en que el más al desnudo, el peor afamado, jamás será conocido por otro como no sea en el fondo y bajo la protección de una concha, de un suave capullo, de una deliciosa curiosidad natural. Había en París dos hombres de bien a quienes Saint-Loup ya no saludaba y de quienes no hablaba sin que le temblase la voz, llamándolos explotadores de mujeres: es que habían sido arruinados por Raquel.
— Je ne me reproche qu′une chose, me dit tout bas Mme de Marsantes, c′est de lui avoir dit qu′il n′était pas gentil. Lui, ce fils adorable, unique, comme il n′y en a pas d′autres, pour la seule fois où je le vois, lui avoir dit qu′il n′était pas gentil, j′aimerais mieux avoir reçu un coup de bâton, parce que je suis certaine que, quelque plaisir qu′il ait ce soir, lui qui n′en a pas tant, il lui sera gâté par cette parole injuste. Mais, Monsieur, je ne vous retiens pas, puisque vous êtes pressé. —No me reprocho más que una cosa —me dijo muy bajito la señora de Marsantes—, y es haberle, dicho que no era bueno. ¡A él, a este hijo adorable, único, como no hay otros, haberle dicho que no era bueno! Preferiría haber recibido yo misma un bastonazo, porque estoy segura de que cualquier diversión que tenga esta noche, él que no tiene tantas, se la echará a perder esa frase injusta. Pero no lo detengo a usted más, caballero, ya que tiene usted prisa.
Mme de Marsantes me dit au revoir avec anxiété. Ces sentiments se rapportaient à Robert, elle était sincère. Mais elle cessa de l′être pour redevenir grande dame: La señora de Marsantes se despidió de mí con ansiedad. Estos sentimientos se referían a Roberto, era sincera. Pero dejó de serlo para convertirse de nuevo en gran señora.
— J′ai été intéressée, si heureuse, de causer un peu avec vous. Merci! merci! —¡Me ha interesado tanto, me ha hecho tan feliz charlar un rato con usted!... ¡Gracias, gracias!
Et d′un air humble elle attachait sur moi des regards reconnaissants, enivrés, comme si ma conversation était un des plus grands plaisirs qu′elle eût connus dans la vie. Ces regards charmants allaient fort bien avec les fleurs noires sur la robe blanche à ramages; ils étaient d′une grande dame qui sait son métier. Y con humilde expresión clavaba en mí unas miradas reconocidas, embriagadas, como si mi conversación hubiera sido uno de los mayores placeres que hubiese conocido en su vida. Aquellas miradas encantadoras iban muy bien con las flores negras del traje blanco rameado; eran las de una gran señora que sabe su oficio.
— Mais, je ne suis pas pressé, Madame, répondis-je; d′ailleurs j′attends M. de Charlus avec qui je dois m′en aller. —¡Pero si no tengo prisa, señora! —respondí—. Además, estoy esperando al señor de Charlus, con quien voy a irme.
Mme de Villeparisis entendit ces derniers mots. Elle en parut contrariée. S′il ne s′était agi d′une chose qui ne pouvait intéresser un sentiment de cette nature, il m′eût paru que ce qui me semblait en alarme à ce moment-là chez Mme de Villeparisis, c′était la pudeur. Mais cette hypothèse ne se présenta même pas à mon esprit. J′étais content de Mme de Guermantes, de Saint–Loup, de Mme de Marsantes, de M. de Charlus, de Mme de Villeparisis, je ne réfléchissais pas, et je parlais gaiement à tort et à travers. La señora de Villeparisis oyó estas últimas palabras. Pareció contrariada por ellas. Si no se hubiera tratado de una cosa que no podía afectar a un sentimiento de tal naturaleza, me hubiera parecido que lo que en aquel momento se dijera que se alarmaba en la señora de Villeparisis era el pudor. Yo estaba satisfecho de la señora de Guermantes, de Saint- Loup, de la señora de Villeparisis; no reflexionaba, yhablaba alegremente, a tontas ya locas.
— Vous devez partir avec mon neveu Palamède? me dit-elle. —¿Va usted a salir con mi sobrino Palamedes? —me dijo.
Pensant que cela pouvait produire une impression très favorable sur Mme de Villeparisis que je fusse lié avec un neveu qu′elle prisait si fort: «Il m′a demandé de revenir avec lui, répondis-je avec joie. J′en suis enchanté. Du reste nous sommes plus amis que vous ne croyez, Madame, et je suis décidé à tout pour que nous le soyons davantage.» Pensando que podía producirle una impresión favorabilísima a la señora de Villeparisis el que yo tuviese amistad con un sobrino a quien tenía ella en gran estima —Me ha pedido que volviese con él —le respondí lleno de júbilo—. Estoy encantado. Por lo demás, somos más amigos de lo que usted cree, señora, y estoy decidido a todo para que lo seamos aún más.
De contrariée, Mme de Villeparisis sembla devenue soucieuse: «Ne l′attendez pas, me dit-elle d′un air préoccupé, il cause avec M. de Faffenheim. Il ne pense déjà plus à ce qu′il vous a dit. Tenez, partez, profitez vite pendant qu′il a le dos tourné.» La señora de Villeparisis pareció pasar de la contrariedad a la inquietud. —No lo espere usted —me dijo con expresión preocupada—, está hablando con el señor de Faffenheim. Ya no piensa en la que le ha dicho a usted. Ande, váyase, aprovéchese, pronto, ahora que está de espaldas.
Ce premier émoi de Mme de Villeparisis eût ressemblé, n′eussent été les circonstances, à celui de la pudeur. Son insistance, son opposition auraient pu, si l′on n′avait consulté que son visage, paraître dictées par la vertu. Je n′étais, pour ma part, guère pressé d′aller retrouver Robert et sa maîtresse. Mais Mme de Villeparisis semblait tenir tant à ce que je partisse que, pensant peut-être qu′elle avait à causer d′affaire importante avec son neveu, je lui dis au revoir. A côté d′elle M. de Guermantes, superbe et olympien, était lourdement assis. On aurait dit que la notion omniprésente en tous ses membres de ses grandes richesses lui donnait une densité particulièrement élevée, comme si elles avaient été fondues au creuset en un seul lingot humain, pour faire cet homme qui valait si cher. Au moment où je lui dis au revoir, il se leva poliment de son siège et je sentis la masse inerte de trente millions que la vieille éducation française faisait mouvoir, soulevait, et qui se tenait debout devant moi. Il me semblait voir cette statue de Jupiter Olympien que Phidias, dit-on, avait fondue tout en or. Telle était la puissance que la bonne éducation avait sur M. de Guermantes, sur le corps de M. de Guermantes du moins, car elle ne régnait pas aussi en maîtresse sur l′esprit du duc. M. de Guermantes riait de ses bons mots, mais ne se déridait pas à ceux des autres. Este primer sobresalto de la señora de Villeparisis se hubiera asemejado, de no haber sido por las circunstancias, al del pudor. Su insistencia su oposición hubiesen podido parecer, si no se hubiera consultado más que a su semblante, dictadas por la virtud. A mí, por mi parte, no me corría mucha prisa por ir al encuentro de Roberto y de su querida. Pero la señora de Villeparisis parecía tener tanto empeño en que me fuese, que, pensando que acaso tuviera que hablar de algún asunto de importancia con su sobrino, me despedí de ella. Al lado suyo, el señor de Guermantes, soberbio y olímpico, estaba sentado pesadamente. Hubiérase dicho que la noción, omnipotente en todos sus miembros, de sus grandes riquezas, le daba una densidad particularmente elevada, como si hubieran sido fundidas en el crisol en un solo lingote humano para hacer a aquel hombre que tanto valía. En el momento en que me despedí de él, se levantó cortésmente de su asiento y sentí la masa inerte de treinta millones que la rancia educación francesa hacía moverse, alzaba, y que estaba en pie ante mí. Me parecía ver la estatua de Júpiter olímpico que Fidias, según dicen, había fundido entera en oro. Tal era el poder que la buena educación tenía sobre el señor de Guermantes, sobre el cuerpo del señor de Guermantes por lo menos, ya que no reinaba de igual modo como la señora sobre el espíritu del duque. El señor de Guermantes se reía con sus propias frases ingeniosas, pero no sonreía ante las de los demás.
Dans l′escalier, j′entendis derrière moi une voix qui m′interpellait: En la escalera oí detrás de mí una voz que me interpelaba:
— Voilà comme vous m′attendez, Monsieur. C′était M. de Charlus. —¡Así es como me espera usted, caballero! Era el señor de Charlus.
— Cela vous est égal de faire quelques pas à pied? me dit-il sèchement, quand nous fûmes dans la cour. Nous marcherons jusqu′à ce que j′aie trouvé un fiacre qui me convienne. —¿Le es a usted lo mismo dar unos pasos a pie? —me dijo secamente cuando estuvimos en el patio—. Iremos andando hasta que encuentre un coche de punto que me convenga.
— Vous vouliez me parler de quelque chose, Monsieur? —¿Quería usted hablarme de alguna cosa, caballero"
— Ah! voilà, en effet, j′avais certaines choses à vous dire, mais je ne sais trop si je vous les dirai. Certes je crois qu′elles pourraient être pour vous le point de départ d′avantages inappréciables. Mais j′entrevois aussi qu′elles amèneraient dans mon existence, à mon âge où on commence à tenir à la tranquillité, bien des pertes de temps, bien des dérangements. Je me demande si vous valez la peine que je me donne pour vous tout ce tracas, et je n′ai pas le plaisir de vous connaître assez pour en décider. Peut-être aussi n′avez-vous pas de ce que je pourrais faire pour vous un assez grand désir pour que je me donne tant d′ennuis, car je vous le répète très franchement, Monsieur, pour moi ce ne peut être que de l′ennui. —¡Ah!, sí, en efecto, tenía algunas cosas que decirle, pero no sé a ciencia cierta si se las diré. En realidad, creo que podrían ser para usted el punto de partida de inapreciables beneficios. Pero también entreveo que traerían a mi existencia, a mi edad, en que empieza uno atener apego a la tranquilidad, no pocas pérdidas de tiempo, muchos trastornos. Me pregunto si vale usted la pena de que me tome todo este trabajo por usted, y no tengo el gusto de conocerlo suficientemente para decidir de ello. También es posible que no tenga usted un deseo bastante grande de lo que por usted puedo hacer para que yo me tome tantas molestias; porque, se lo repito con toda franqueza, caballero: a mí todo ello no puede traerme más que molestias.
Je protestai qu′alors il n′y fallait pas songer. Cette rupture des pourparlers ne parut pas être de son goût. Protesté de que entonces no había que pensar en ello. Esta ruptura de las negociaciones no pareció ser de su agrado.
— Cette politesse ne signifie rien, me dit-il d′un ton dur. Il n′y a rien de plus agréable que de se donner de l′ennui pour une personne qui en vaille le peine. Pour les meilleurs d′entre nous, l′étude des arts, le goût de la brocante, les collections, les jardins, ne sont que des ersatz, des succédanés, des alibis. Dans le fond de notre tonneau, comme Diogène, nous demandons un homme. Nous cultivons les bégonias, nous taillons les ifs, par pis aller, parce que les ifs et les bégonias se laissent faire. Mais nous aimerions donner notre temps à un arbuste humain, si nous étions sûrs qu′il en valût la peine. Toute la question est là; vous devez vous connaître un peu. Valez-vous la peine ou non? —Esta cortesía no significa nada —me dijo en tono duro— . No hay cosa más agradable que tomarse trabajo por una persona que merezca la pena de ello. Para los mejores de entre nosotros, el estudio de las artes, la afición a las antiguallas, a las colecciones, a los jardines, no son más que Ersatz, sucedáneos, coartadas. En el fondo de nuestro tonel, como Diógenes, pedimos un hombre. Cultivamos begonias, recortamos tejos a falta de otra cosa, porque tejos y begonias se dejan manejar. Pero preferiríamos consagrar nuestro tiempo a un arbusto humano si estuviésemos seguros de que valía la pena de ello. Todo el toque está en eso; usted debe de conocerse un poco. ¿Vale usted la pena, o no"
— Je ne voudrais, Monsieur, pour rien au monde, être pour vous une cause de soucis, lui dis-je, mais quant à mon plaisir, croyez bien que tout ce qui me viendra de vous m′en causera un très grand. Je suis profondément touché que vous veuillez bien faire ainsi attention à moi et chercher à m′être utile. —Por nada del mundo quisiera, caballero, ser para usted motivo de preocupaciones — le dije—; pero en cuanto a mi gusto, créame que cuanto me venga de usted lo será para mí, y grandísimo. Le agradezco profundamente el que sea usted tan amable que fije su atención en mí de esa manera y trate de serme útil.
A mon grand étonnement ce fut presque avec effusion qu′il me remercia de ces paroles. Passant son bras sous le mien avec cette familiarité intermittente qui m′avait déjà frappé à Balbec et qui contrastait avec la dureté de son accent: Con gran asombro mío, me dio las gracias casi con efusión por estas palabras. Pasando su brazo por debajo del mío con la familiaridad intermitente que ya me había chocado en Balbec y que contrastaba con la dureza de su acento
— Avec l′inconsidération de votre âge, me dit-il, vous pourriez parfois avoir des paroles capables de creuser un abîme infranchissable entre nous. Celles que vous venez de prononcer au contraire sont du genre qui est justement capable de me toucher et de me faire faire beaucoup pour vous. —Con la falta de consideración propia de su edad —me dijo—, podría usted tener a veces frases capaces de abrir un abismo infranqueable entre nosotros. Las que acaba de pronunciar, por el contrario, pertenecen al género de ellas capaz justamente de llegarme a lo vivo y de obligarme a hacer mucho por usted.
Tout en marchant bras dessus bras dessous avec moi et en me disant ces paroles qui, bien que mêlées de dédain, étaient si affectueuses, M. de Charlus tantôt fixait ses regards sur moi avec cette fixité intense, cette dureté perçante qui m′avaient frappé le premier matin où je l′avais aperçu devant le casino à Balbec, et même bien des années avant, près de l′épinier rose, à côté de Mme Swann que je croyais alors sa maîtresse, dans le parc de Tansonville; tantôt il les faisait errer autour de lui et examiner les fiacres, qui passaient assez nombreux à cette heure de relais, avec tant d′insistance que plusieurs s′arrêtèrent, le cocher ayant cru qu′on voulait le prendre. Mais M. de Charlus les congédiait aussitôt. Mientras seguía andando llevándome cogido de bracero y diciéndome estas palabras que, aunque entreveradas de desdén, eran tan afectuosas, el señor de Charlus clavaba tan pronto en mí sus miradas con la intensa fijeza, con la dureza penetrante que me había llamado la atención la primera mañana que lo había visto delante del casino, en Balbec — e incluso muchos años antes, al pie del espino rosa, junto a la señora de Swann, a quien creía yo entonces su querida, en el parque de Tansonville—, como las hacía errar en torno suyo y examinar los coches que pasaban, bastante numerosos a aquella hora de relevo, con tal insistencia, que varios de ellos se detuvieron, porque el cochero había creído que queríamos alquilar su vehículo. Pero el señor de Charlus los despedía inmediatamente:
— Aucun ne fait mon affaire, me dit-il, tout cela est une question de lanternes, du quartier où ils rentrent. Je voudrais, Monsieur, me dit-il, que vous ne puissiez pas vous méprendre sur le caractère purement désintéressé et charitable de la proposition que je vais vous adresser. —No me conviene ninguno de ellos —me dijo—; todo es una cuestión de faroles, del barrio a que vuelven. Quisiera, caballero —me dijo—, que no pudiera usted engañarse respecto al carácter puramente desinteresado y caritativo de la proposición que voy a hacerle.
J′étais frappé combien sa diction ressemblait à celle de Swann encore plus qu′à Balbec. Yo estaba asombrado de hasta qué punto se parecía su dicción a la de Swann, todavía más que en Balbec.
— Vous êtes assez intelligent, je suppose, pour ne pas croire que c′est par «manque de relations», par crainte de la solitude et de l′ennui, que je m′adresse à vous. Je n′aime pas beaucoup à parler de moi, Monsieur, mais enfin, vous l′avez peut-être appris, un article assez retentissant du Times y a fait allusion, l′empereur d′Autriche, qui m′a toujours honoré de sa bienveillance et veut bien entretenir avec moi des relations de cousinage, a déclaré naguère dans un entretien rendu public que, si M. le comte de Chambord avait eu auprès de lui un homme possédant aussi à fond que moi les dessous de la politique européenne, il serait aujourd′hui roi de France. J′ai souvent pensé, Monsieur, qu′il y avait en moi, du fait non de mes faibles dons mais de circonstances que vous apprendrez peut-être un jour, un trésor d′expérience, une sorte de dossier secret et inestimable, que je n′ai pas cru devoir utiliser personnellement, mais qui serait sans prix pour un jeune homme à qui je livrerais en quelques mois ce que j′ai mis plus de trente ans à acquérir et que je suis peut-être seul à posséder. Je ne parle pas des jouissances intellectuelles que vous auriez à apprendre certains secrets qu′un Michelet de nos jours donnerait des années de sa vie pour connaître et grâce auxquels certains événements prendraient à ses yeux un aspect entièrement différent. Et je ne parle pas seulement des événements accomplis, mais de l′enchaînement de circonstances (c′était une des expressions favorites de M. de Charlus et souvent, quand il la prononçait, il conjoignait ses deux mains comme quand on veut prier, mais les doigts raides et comme pour faire comprendre par ce complexus ces circonstances qu′il ne spécifiait pas et leur enchaînement). Je vous donnerais une explication inconnue non seulement du passé, mais de l′avenir. M. de Charlus s′interrompit pour me poser des questions sur Bloch dont on avait parlé sans qu′il eût l′air d′entendre, chez Mme de Villeparisis. Et de cet accent dont il savait si bien détacher ce qu′il disait qu′il avait l′air de penser à toute autre chose et de parler machinalement par simple politesse; il me demanda si mon camarade était jeune, était beau, etc. Bloch, s′il l′eût entendu, eût été plus en peine encore que pour M. de Norpois, mais à cause de raisons bien différentes, de savoir si M. de Charlus était pour ou contre Dreyfus. «Vous n′avez pas tort, si vous voulez vous instruire, me dit M. de Charlus après m′avoir posé ces questions sur Bloch, d′avoir parmi vos amis quelques étrangers.» Je répondis que Bloch était Français. «Ah! dit M. de Charlus, j′avais cru qu′il était Juif.» La déclaration de cette incompatibilité me fit croire que M. de Charlus était plus antidreyfusard qu′aucune des personnes que j′avais rencontrées; Il protesta au contraire contre l′accusation de trahison portée contre Dreyfus. Mais ce fut sous cette forme: «Je crois que les journaux disent que Dreyfus a commis un crime contre sa patrie, je crois qu′on le dit, je ne fais pas attention aux journaux, je les lis comme je me lave les mains, sans trouver que cela vaille la peine de m′intéresser. En tout cas le crime est inexistant, le compatriote de votre ami aurait commis un crime contre sa patrie s′il avait trahi la Judée, mais qu′est-ce qu′il a à voir avec la France?» J′objectai que, s′il y avait jamais une guerre, les Juifs seraient aussi bien mobilisés que les autres. «Peut-être et il n′est pas certain que ce ne soit pas une imprudence. Mais si on fait venir des Sénégalais et des Malgaches, je ne pense pas qu′ils mettront grand coeur à défendre la France, et c′est bien naturel. Votre Dreyfus pourrait plutôt être condamné pour infraction aux règles de l′hospitalité. Mais laissons cela. Peut-être pourriez-vous demander à votre ami de me faire assister à quelque belle fête au temple, à une circoncision, à des chants juifs. Il pourrait peut-être louer une salle et me donner quelque divertissement biblique, comme les filles de Saint–Cyr jouèrent des scènes tirées des Psaumes par Racine pour distraire Louis XIV. Vous pourriez peut-être arranger même des parties pour faire rire. Par exemple une lutte entre votre ami et son père où il le blesserait comme David Goliath. Cela composerait une farce assez plaisante. Il pourrait même, pendant qu′il y est, frapper à coups redoublés sur sa charogne, ou, comme dirait ma vieille bonne, sur sa carogne de mère. Voilà qui serait fort bien fait et ne serait pas pour nous déplaire, hein! petit ami, puisque nous aimons les spectacles exotiques et que frapper cette créature extra-européenne, ce serait donner une correction méritée à un vieux chameau.» En disant ces mots affreux et presque fous, M. de Charlus me serrait le bras à me faire mal. Je me souvenais de la famille de M. de Charlus citant tant de traits de bonté admirables, de la part du baron, à l′égard, de cette vieille bonne dont il venait de rappeler le patois moliéresque, et je me disais que les rapports, peu étudiés jusqu′ici, me semblait-il, entre la bonté et la méchanceté dans un même coeur, pour divers qu′ils puissent être, seraient intéressants à établir. —Supongo que será usted bastante inteligente para no creer que si me dirijo a usted sea por «falta de relaciones», por temor a la soledad y al aburrimiento. No es cosa que me guste mucho hablar de mí mismo, caballero; pero, en fin, acaso se haya enterado usted dé ello; un artículo bastante resonante del Times ha hecho alusión al caso: el emperador de Austria, que me ha honrado siempre con su benevolencia y tiene la bondad de sostener conmigo relaciones de parentesco, ha declarado hace poco, en una conversación que se ha hecho pública, que si el señor conde de Chambord hubiese tenido a su lado un hombre que poseyera tan a fondo como yo las interioridades de la política europea, sería hoy rey de Francia. A menudo he pensado, caballero, que había en mí, no por obra de mis pobres dotes, sino de alguna circunstancia que acaso conozca usted un día, algo así como un archivo secreto e inestimable, que no he creído que debiera utilizar yo personalmente, pero que no tendría precio para un hombre al que entregaría en unos meses lo que hubiera tardado más de treinta años en adquirir y que acaso soy el único en poseer. No hablo de los goces intelectuales que encontraría usted al enterarse de ciertos secretos que un Michelet de nuestros días hubiera dado años enteros de vida por conocer y gracias a los cuales determinados acontecimientos cobrarían a sus ojos un aspecto completamente diferente. Y no hablo sólo de los acontecimientos realizados, sino del encadenamiento de circunstancias (era ésta una de las expresiones favoritas del señor de Charlus, y con frecuencia, cuando la pronunciaba, juntaba las manos como cuando quiere uno rezar, pero con los dedos rígidos y como para hacer comprender por medio de este complejo esas circunstancias que no especificaba, y su encadenamiento). Le daría a usted una explicación desconocida no sólo del pasado, sino del porvenir. El señor de Charlus se interrumpió para hacerme algunas preguntas a cuenta de Bloch, de quien habían estado hablando sin que pareciera que el barón lo oyese en casa de la señora de Villeparisis. Y con el acento con que sabía alejar tan bien lo que decía que parecía estar pensando en cualquier otra cosa y hablar maquinalmente, por simple cortesía, me preguntó si mi camarada era joven, si era guapo, etc. Bloch, de haberlo oído, se hubiera encontrado en mucho mayor apuro aún que con el señor de Norpois, pero por razones harto diferentes, para saber si el señor de Charlus estaba en pro o en contra de Dreyfus. —No va descaminado, si es que quiere instruirse —me dijo el señor de Charlus después de haberme hecho esas preguntas acerca de Bloch—, en tener entre sus amigos a algunos extranjeros. Respondí que Bloch era francés. —¡Ah! —dijo el señor de Charlus—. ¡He creído que era judío! La declaración de esta incompatibilidad me hizo creer que el señor de Charlus era más antidreyfusista que ninguna de cuantas personas había encontrado y hasta entonces. Lejos de ello, protestó contra la acusación de traición lanzada contra Dreyfus. Pero fue en esta forma: «Creo que los periódicos dicen que Dreyfus ha cometido un crimen contra su patria; creo que lo dicen, no pongo atención en los periódicos, los leo lo mismo que me lavo las manos sin juzgar que la cosa valga la pena de interesarse. En todo, caso, el crimen no existe; el compatriota de su amigo de usted habría cometido un crimen si hubiera traicionado a Judea; pero, ¿qué tiene que ver él con Francia?» Le objeté que si alguna vez había una guerra, los judíos serían movilizados ni más ni menos que los demás. «Es posible, y no es muy seguro que no sea una imprudencia. Pero si hacen venir senegaleses y malgachos no creo que pongan un gran entusiasmo en defender a Francia, y es muy natural que así sea. Su Dreyfus podría más bien ser condenado por infracción de las reglas de la hospitalidad. Pero dejemos esto. Quizá pudiera usted pedirle a su amigo que me hiciese asistir a alguna hermosa fiesta del templo, a una circuncisión, a unos cantos judíos. Acaso pudiera alquilar una sala y proporcionarme algún espectáculo bíblico, del mismo modo que las muchachas de Saint-Cyr representaron escenas sacadas de los Salmos por Racine para distraer a Luis XIV. Tal vez pudiera usted disponer, incluso, algunos trozos para hacer reír. Por ejemplo, una lucha entre su amigo de usted y su padre; en que aquél lo hiriera, como David yGoliat. Resultaría una farsa bastante chusca. Su amigo podría, inclusive, mientras está en ello, zurrar a golpes redoblados el pellejo, o, como diría mi criada vieja, a la pelleja de su madre. Ahí tiene usted una cosa que estaría muy bien y que no nos aburriría ni mucho menos, ¿eh, amiguito?, ya que nos gustan los espectáculos exóticos y que el vapulear a esa criatura extraeuropea sería aplicar un merecido correctivo a un camello viejo.» Al decir estas palabras terribles y poco menos que de loco, el señor de Charlus me apretaba el brazo hasta hacerme daño. Yo me acordaba de la familia del señor de Charlus, que citaba tantos rasgos de bondad admirables, por parte del barón, para con la misma criada vieja cuya jerga molieresca acababa de recordar, y me decía que sería interesante establecer, por diversas que puedan ser, las diferencias, poco estudiadas hasta aquí a lo que parecía, entre la bondad y la perversidad en un mismo corazón.
Je l′avertis qu′en tout cas Mme Bloch n′existait plus, et que quant à M. Bloch je me demandais jusqu′à quel point il se plairait à un jeu qui pourrait parfaitement lui crever les yeux. M. de Charlus sembla fâché. «Voilà, dit-il, une femme qui a eu grand tort de mourir. Quant aux yeux crevés, justement la Synagogue est aveugle, elle ne voit pas les vérités de l′Évangile. En tout cas, pensez, en ce moment où tous ces malheureux Juifs tremblent devant la fureur stupide des chrétiens, quel honneur pour eux de voir un homme comme moi condescendre à s′amuser de leurs jeux.» A ce moment j′aperçus M. Bloch père qui passait, allant sans doute au-devant de son fils. Il ne nous voyait pas mais j′offris à M. de Charlus de le lui présenter. Je ne me doutais pas de la colère que; j′allais déchaîner chez mon compagnon: «Me le présenter! Mais il faut que vous ayez bien peu le sentiment des valeurs! On ne me connaît pas si facilement que ça. Dans le cas actuel l′inconvenance serait double à cause de la juvénilité du présentateur et de l′indignité du présenté. Tout au plus, si on me donne un jour le spectacle asiatique que j′esquissais, pourrai-je adresser à cet affreux bonhomme quelques paroles empreintes de bonhomie. Mais à condition qu′il se soit laissé copieusement rosser par son fils. Je pourrais aller jusqu′à exprimer ma satisfaction.» D′ailleurs M. Bloch ne faisait nulle attention à nous. Il était en train d′adresser à Mme Sazerat de grands saluts fort bien accueillis d′elle. J′en étais surpris, car jadis, à Combray, elle avait été indignée que mes parents eussent reçu le jeune Bloch, tant elle était antisémite. Mais le dreyfusisme, comme une chasse d′air, avait fait il y a quelques jours voler jusqu′à elle M. Bloch. Le père de mon ami avait trouvé Mme Sazerat charmante et était particulièrement flatté de l′antisémitisme de cette dame qu′il trouvait une preuve de la sincérité de sa foi et de la vérité de ses opinions dreyfusardes, et qui donnait aussi du prix à la visite qu′elle l′avait autorisée à lui faire. Il n′avait même pas été blessé qu′elle eût dit étourdiraient devant lui: «M. Drumont a la prétention de mettre les révisionnistes dans le même sac que les protestants et les juifs. C′est charmant cette promiscuité!» «Bernard, avait-il dit avec orgueil, en rentrant, à M. Nissim Bernard, tu sais, elle a le préjugé!» Mais M. Nissim Bernard n′avait rien répondu et avait levé au ciel un regard d′ange. S′attristant du malheur des Juifs, se souvenant de ses amitiés chrétiennes, devenant maniéré et précieux au fur et à mesure que les années venaient, pour des raisons que l′on verra plus tard, il avait maintenant l′air d′une larve préraphaélite où des poils se seraient malproprement implantés, comme des cheveux noyés dans une opale. «Toute cette affaire Dreyfus, reprit le baron qui tenait toujours mon bras, n′a qu′un inconvénient: c′est qu′elle détruit la société (je ne dis pas la bonne société, il y a longtemps que la société ne mérite plus cette épithète louangeuse) par l′afflux de messieurs et de dames du Chameau, de la Chamellerie, de la Chamellière, enfin de gens inconnus que je trouve même chez mes cousines parce qu′ils font partie de la ligue de la Patrie Française, antijuive, je ne sais quoi, comme si une opinion politique donnait droit à une qualification sociale.» Cette frivolité de M. de Charlus l′apparentait davantage à la duchesse de Guermantes. Je lui soulignai le rapprochement. Comme il semblait croire que je ne la connaissais pas, je lui rappelai la soirée de l′Opéra où il avait semblé vouloir se cacher de moi. M. de Charlus me dit avec tant de force ne m′avoir nullement vu que j′aurais fini par le croire si bientôt un petit incident ne m′avait donné à penser que trop orgueilleux peut-être il n′aimait pas à être vu avec moi. Le advertí que, en todo caso, la señora de Bloch no existía, y que en cuanto al señor de Bloch no estaba yo muy seguro de hasta qué punto le haría gracia un juego que podía muy bien saltarle los ojos. El señor de Charlus pareció enfadarse. «Ahí tiene usted —dijo una mujer que ha hecho muy mal en morirse. En cuanto a lo de saltar los ojos, justamente la Sinagoga es ciega, no ve las verdades del Evangelio. De todas maneras figúrese usted, en este momento en que todos esos desdichados judíos tiemblan « ante el furor estúpido de los cristianos, qué honra sería para ellos ver que un hombre como yo condescendía hasta divertirse con sus juegos.» En ese momento vi al padre de Bloch que pasaba, dirigiéndose, sin duda, al encuentro de su hijo. No nos veía, pero me ofrecí al señor de Charlus para presentárselo. No podía yo suponer la cólera que iba a desencadenar en mi acompañante: «¡Presentármelo! ¡Pero es que hace falta que tenga usted muy poco sentido de los valores! A mí no me conoce tan fácilmente como todo eso la gente. En el presente caso la indignidad sería doble, debido a la juventud del presentante y a la indignidad del presentado. A lo sumo, si un día me ofrecen el espectáculo asiático que he apuntado, podré dirigir a ese espantoso hominicaco algunas frases llenas de benevolencia. Pero a condición de que se haya dejado zurrar copiosamente por su hijo. Podría llegar hasta a expresar mi satisfacción». Por lo demás, el señor Bloch no reparaba ni poco ni mucho en nosotros. Estaba dirigiendo a la señora de Sazerat en aquel momento grandes saludos, muy bien recibidos por ella. Yo estaba pasmado ante el caso, ya que en otro tiempo, en Combray, la señera de Sazerat se había mostrado indignada porque mis padres hubiesen recibido al joven Bloch; hasta tal punto era antisemita. Pero el dreyfusismo, como una corriente de aire, había hecho volar hacía algunos días hasta ella al señor Bloch. Al padre de mi amigo le había parecido la señora de Sazerat encantadora y se sentía particularmente halagado por el antisemitismo de aquella dama, que se le antojaba una prueba de la sinceridad de su fe y de la verdad de sus opiniones dreyfusistas, y que dalia asimismo más valor a la visita que la de Sazaret le había autorizado a hacerle. Ni siquiera se había sentido ofendido porque ella hubiese dicho atolondradamente delante de él: «El señor Drumont tiene la pretensión de meter a los revisionistas en un mismo saco con los protestantes y los judíos. ¡La promiscuidad es encantadora!» «Bernard —había dicho orgullosamente el señor Bloch, al volver a su casa, al señor Nissim Bernard—, ¿sabes una cosa? ¡Tiene el prejuicio!» Pero el señor Nissim Bernard no había respondido nada, lanzando al cielo una mirada de ángel. Contristado por la desgracia de los judíos, acordándose de sus amistades cristianas, haciéndose amanerado y redicho a medida que pasaban los años, por razones que más tarde se verá, tenía ahora la apariencia de una larva prerrafaelista en que se habían plantado suciamente algunos pelos, como unos cabellos ahogados en un ópalo. «Toda esta cuestión de Dreyfus —continuó el barón, que seguía agarrándome del brazo— no tiene más que un inconveniente, y es que destruye la sociedad (no digo la buena sociedad; hace ya mucho tiempo que la sociedad no merece ese epíteto encomiástico), debido a la influencia de señores y señoras del Camello, de la Cainellería; en fin, de gentes conocidas, con las que me encuentro hasta en casa de mis primos porque forman parte de la Liga de la Patria Francesa, antijudía y no sé qué más, como si una opinión política diese derecho a una calificación social.» Esta frivolidad del señor de Charlus lo emparentaba aún más con la duquesa de Guermantes. Le hice notar la semejanza. Como parecía creer que yo no conocía a la duquesa, le recordé la tarde de la ópera, en que hubiérase dicho que quería esconderse de mí. Me dijo con tal fuerza que no me había visto en absoluto, que hubiera acabado por creerle si, poco después, un pequeño incidente no me hubiese dado motivo para pensar que al señor de Charlus, demasiado orgulloso acaso, no le gustaba que lo viesen conmigo.
— Revenons à vous, me dit M. de Charlus, et à mes projets sur vous. Il existe entre certains hommes, Monsieur, une franc-maçonnerie dont je ne puis vous parler, mais qui compte dans ses rangs en ce moment quatre souverains de l′Europe. Or l′entourage de l′un d′eux veut le guérir de sa chimère. Cela est une chose très grave et peut nous amener la guerre. Oui, Monsieur, parfaitement. Vous connaissez l′histoire de cet homme qui croyait tenir dans une bouteille la princesse de la Chine. C′était une folie. On l′en guérit. Mais dès qu′il ne fut plus fou il devint bête. Il y a des maux dont il ne faut pas chercher à guérir parce qu′ils nous protègent seuls contre de plus graves. Un de mes cousins avait une maladie de l′estomac, il ne pouvait rien digérer. Les plus savants spécialistes de l′estomac le soignèrent sans résultat. Je l′amenai à un certain médecin (encore un être bien curieux, entre parenthèses, et sur lequel il y aurait beaucoup à dire). Celui-ci devina aussitôt que la maladie était nerveuse, il persuada son malade, lui ordonna de manger sans crainte ce qu′il voudrait et qui serait toujours bien toléré. Mais mon cousin avait aussi de la néphrite. Ce que l′estomac digère parfaitement, le rein finit par ne plus pouvoir l′éliminer, et mon cousin, au lieu de vivre vieux avec une maladie d′estomac imaginaire qui le forçait à suivre un régime, mourut à quarante ans, l′estomac guéri mais le rein perdu. Ayant une formidable avance sur votre propre vie, qui sait, vous serez peut-être ce qu′eut pu être un homme éminent du passé si un génie bienfaisant lui avait dévoilé, au milieu d′une humanité qui les ignorait, les lois de la vapeur et de l′électricité. Ne soyez pas bête, ne refusez pas par discrétion. Comprenez que si je vous rends un grand service, je n′estime pas que vous m′en rendiez un moins grand. Il y a longtemps que les gens du monde ont cessé de m′intéresser, je n′ai plus qu′une passion, chercher à racheter les fautes de ma vie en faisant profiter de ce que je sais une âme encore vierge et capable d′être enflammée par la vertu. J′ai eu de grands chagrins, Monsieur, et que je vous dirai peut-être un jour, j′ai perdu ma femme qui était l′être le plus beau, le plus noble, le plus parfait qu′on pût rêver. J′ai de jeunes parents qui ne sont pas, je ne dirai pas dignes, mais capables de recevoir l′héritage moral dont je vous parle. Qui sait si vous n′êtes pas celui entre les mains de qui il peut aller, celui dont je pourrai diriger et élever si haut la vie? La mienne y gagnerait par surcroît. Peut-être en vous apprenant les grandes affaires diplomatiques y reprendrais-je goût de moi-même et me mettrais-je enfin à faire des choses intéressantes où vous seriez de moitié. Mais avant de le savoir, il faudrait que je vous visse souvent, très souvent, chaque jour. —Volvamos a usted —me dijo el señor de Charlus— y a mis proyectos respecto de usted. Existe entre ciertos hombres, caballero, una francmasonería de que no puedo hablarle, pero que cuenta en sus filas en este momento con cuatro soberanos de Europa. Ahora bien, los allegados a uno de ellos quieren curarlo de su quimera. La cosa es muy grave y puede traernos la guerra. Sí, así como suena, caballero. Ya conoce usted la historia del hombre que creía tener encerrada en una botella a la princesa de la China. Era una locura. Lo curaron de ella. Pero desde el momento en que dejó de estar loco se volvió tonto. Hay enfermedades de que no hay que tratar de curarse, porque sólo ellas nos protegen contra otras más graves. Un primo mío tenía un padecimiento al estómago, no podía digerir nada. Los especialistas del estómago más sabios lo trataron sin resultado. Lo llevé a cierto médico (otro ser muy curioso, entre paréntesis, y acerca del cual habría mucho que decir). Éste adivinó inmediatamente que la enfermedad era nerviosa. Convenció a su enfermo, le ordenó que comiese sin miedo alguno lo que quisiera y que siempre estaría bien tolerar. Pero mi primo tenía también una nefritis. Lo que el estómago digiere perfectamente, el riñón acaba por no poder eliminarlo, y mi primo, en vez de llegar a viejo con una enfermedad imaginaria del estómago que lo obligaba a seguir un régimen, se murió a los cuarenta años, curado del estómago pero con el riñón perdido. Usted, que tiene un formidable anticipo de su propia vida, quién sabe si llegará a ser acaso lo que hubiera podido ser un hombre eminente del pasado si un genio bienhechor le hubiese revelado, en medio de una humanidad que las ignorase, las leyes del vapor y de la electricidad. No sea tonto, no se niegue por discreción. Comprenda usted que sí yo le presto un gran servicio, no presumo que el que usted haya de prestarme sea menor. Hace mucho tiempo que han dejado de interesarme los hombres de mundo; ya no tengo más que una pasión: la de tratar de redimir los yerros de mi vida haciendo que saque provecho de lo que soy un alma virgen aún capaz de inflamarse con la virtud. He pasado grandes penas, caballero, que acaso le cuente a usted algún día; he perdido a mi mujer, que era el ser más hermoso, más noble, más perfecto que pudiera soñarse. Tengo parientes jóvenes que no son, no digo ya dignos, pero ni siquiera capaces de recibir la herencia moral de que le estoy hablando a usted. Quién sabe si no será usted el hombre a cuyas manos puede ir esa herencia, el hombre cuya vida podré dirigir yo; elevar a un nivel tan alto. La mía ganaría con ello, de añadidura. Quizás al instruirlo en las grandes cuestiones diplomáticas volviese a encontrar el gusto de mí mismo y me pusiera a hacer cosas interesantes en que usted iría a medias. Pero antes de saberlo sería preciso que lo viese a usted a menudo, muy a menudo, todos los días.
Je voulais profiter de ces bonnes dispositions inespérées de M. de Charlus pour lui demander s′il ne pourrait pas me faire rencontrer sa belle-soeur, mais, à ce moment, j′eus le bras vivement déplacé par une secousse comme électrique. C′était M. de Charlus qui venait de retirer précipitamment son bras de dessous le mien. Bien que, tout en parlant, il promenât ses regards dans toutes les directions, il venait seulement d′apercevoir M. d′Argencourt qui débouchait d′une rue transversale. En nous voyant, M. d′Argencourt parut contrarié, jeta sur moi un regard de méfiance, presque ce regard destiné à un être d′une autre race que Mme de Guermantes avait eu pour Bloch, et tâcha de nous éviter. Mais on eût dit que M. de Charlus tenait à lui montrer qu′il ne cherchait nullement à ne pas être vu de lui, car il l′appela et pour lui dire une chose fort insignifiante. Et craignant peut-être que M. d′Argencourt ne me reconnût pas, M. de Charlus lui dit que j′étais un grand ami de Mme de Villeparisis, de la duchesse de Guermantes, de Robert de Saint–Loup; que lui-même, Charlus, était un vieil ami de ma grand′mère, heureux de reporter sur le petit-fils un peu de la sympathie qu′il avait pour elle. Néanmoins je remarquai que M. d′Argencourt, à qui pourtant j′avais été à peine nommé chez Mme de Villeparisis et à qui M. de Charlus venait de parler longuement de ma famille, fut plus froid avec moi qu′il n′avait été il y a une heure; pendant fort longtemps il en fut ainsi chaque fois qu′il me rencontrait. Il m′observait avec une curiosité qui n′avait rien de sympathique et sembla même avoir à vaincre une résistance quand, en nous quittant, après une hésitation, il me tendit une main qu′il retira aussitôt. Yo quería aprovechar estas buenas disposiciones inesperadas del señor de Charlus para preguntarle si no podría hacer que me encontrase con su cuñada; pero en ese momento sentí vivamente movido mi brazo como por una sacudida eléctrica fuera el señor de Charlus que acababa de retirar precipitadamente su brazo de debajo del mío. A pesar de que, sin dejar de hablar, paseaba sus miradas en todas direcciones, hasta aquel mismo instante no había reparado en el señor de Argencourt, que salía de una bocacalle transversal. Al vernos, el señor de Argencourt pareció contrariado, me lanzó una mirada de desconfianza, casi la misma mirada destinada a un ser de otra raza que la señora de Guermantes había tenido para Bloch, y trató de evitarnos. Pero se hubiera dicho que el señor de Charlus tenía empeño en demostrarle que en modo alguno trataba de que no lo viese, porque lo llamó, y para decirle una cosa insignificante. Y, temiendo acaso que el señor de Argencourt no me reconociese, el de Charlus le dijo que yo era grande amigo de la señora de Villeparisis, y que él mismo, Charlus, era un amigo de antiguo de mi abuela, encantado de trasladar al nieto un poco de la simpatía que sentía hacia aquélla. Con todo, observé que el señor de Argencourt, a quien, sin embargo, habían dicho apenas mi nombre en casa de la señora de Villeparisis y al que el señor de Charlus acababa de hablar prolijamente de mi familia, estuvo conmigo más frío de como había estado hacía una hora; lo mismo ocurrió en mucho tiempo cada vez que me encontraba. Me observaba con una curiosidad que no tenía nada de simpatía, e incluso pareció como si tuviera que vencer alguna resistencia cuando, al separarse de nosotros, tras una vacilación, me tendió una mano que retiró inmediatamente.
— Je regrette cette rencontre, me dit M. de Charlus. Cet Argencourt, bien né mais mal élevé, diplomate plus que médiocre, mari détestable et coureur, fourbe comme dans les pièces, est un de ces hommes incapables de comprendre, mais très capables de détruire les choses vraiment grandes. J′espère que notre amitié le sera, si elle doit se fonder un jour, et j′espère que vous me ferez l′honneur de la tenir autant que moi à l′abri des coups de pied d′un de ces ânes qui, par désoeuvrement, par maladresse, par méchanceté, écrasent ce qui semblait fait pour durer. C′est malheureusement sur ce moule que sont faits la plupart des gens du monde. —Lamento este encuentro —me dijo el señor de Charlus— . Este Argencourt, bien nacido, mal educado, diplomático más que mediocre, marido detestable y mediocre, atravesado como un traidor de comedia, es uno de esos hombres incapaces de comprender, pero muy capaz de destruir las cosas verdaderamente grandes. Espero que nuestra amistad lo sea, si ha de cimentarse un día, y espiro que usted me haga el honor de mantenerla tanto como yo a cubierto de las coces de uno de estos asnos que, por ociosidad, por torpeza, por maldad, aplastan lo que parecía hecho para durar.
— La duchesse de Guermantes semble très intelligente. Nous parlions tout à l′heure d′une guerre possible. Il paraît qu′elle a là-dessus des lumières spéciales. Desgraciadamente, por ese patrón están cortadas en su mayor parte las gentes de mundo.
— Elle n′en a aucune, me répondit sèchement M. de Charlus. Les femmes, et beaucoup d′hommes d′ailleurs, n′entendent rien aux choses dont je voulais parler. Ma belle-soeur est une femme charmante qui s′imagine être encore au temps des romans de Balzac où les femmes influaient sur la politique. Sa fréquentation ne pourrait actuellement exercer sur vous qu′une action fâcheuse, comme d′ailleurs toute fréquentation mondaine. Et c′est justement une des premières choses que j′allais vous dire quand ce sot m′a interrompu. Le premier sacrifice qu′il faut me faire — j′en exigerai autant que je vous ferai de dons — c′est de ne pas aller dans le monde. J′ai souffert tantôt de vous voir à cette réunion ridicule. Vous me direz que j′y étais bien, mais pour moi ce n′est pas une réunion mondaine, c′est une visite de famille. Plus tard, quand vous serez un homme arrivé, si cela vous amuse de descendre un moment dans le monde, ce sera peut-être sans inconvénients. Alors je n′ai pas besoin de vous dire de quelle utilité je pourrai vous être. Le «Sésame» de l′hôtel Guermantes et de tous ceux qui valent la peine que la porte s′ouvre grande devant vous, c′est moi qui le détiens. Je serai juge et entends rester maître de l′heure. —La duquesa de Guermantes parece muy inteligente. Hace un momento hablábamos de una posible guerra. Parece ser que la duquesa tiene a ese respecto especiales luces. —No tiene ninguna —me respondió secamente el señor de Charlus—. Las mujeres, y muchos hombres, por lo demás, no entienden nada de las cosas de que quería hablarle. Mi cuñada es una mujer encantadora que se figura que está todavía en la época de las novelas de Balzac, en que las mujeres influían en política. Su trato no podría en la actualidad ejercer sobre usted más que una acción perniciosa, como, por otra parte, cualquier trato mundano. Y precisamente es eso una de las primeras cosas que iba a decirle a usted cuando ese majadero me ha interrumpido. El primer sacrificio que tiene usted que hacerme —he de exigir tantos como dones le haga— es el de no frecuentar la sociedad. Hace un rato me ha dolido verlo en esa reunión ridícula. Dirá usted que también estaba yo en ella; pero ésa, para mí no es una reunión mundana, sino una visita de familia. Más tarde, cuando sea usted un hombre que ha llegado ya, si le divierte descender por un momento a la vida de sociedad, quizá no haya inconveniente en ello. No necesito decirle de qué utilidad puede serle entonces. Quien posee el «Sésamo» del hotel de Guermantes y de todos aquellos que valen la pena de que la puerta se abra de par en par ante usted, soy yo. Yo; seré juez y pretendo seguir siendo dueño del momento oportuno.
Je voulus profiter de ce que M. de Charlus parlait de cette visite chez Mme de Villeparisis pour tâcher de savoir quelle était exactement celle-ci, mais la question se posa sur mes lèvres autrement que je n′aurais voulu et je demandai ce que c′était que la famille Villeparisis. Quise aprovechar el que el señor de Charlus hablase de esa visita a la casa de la señora de Villeparisis para tratar de saber quién era ésta exactamente, pero la pregunta se formuló en mis labios de otro modo que como yo hubiera querido, y pregunté qué era la familia de Villeparisis.
— C′est absolument comme si vous me demandiez ce que c′est que la famille: «rien» me répondit M. de Charlus. Ma tante a épousé par amour un M. Thirion, d′ailleurs excessivement riche, et dont les soeurs étaient très bien mariées et qui, à partir de ce moment-là, s′est appelé le marquis de Villeparisis. Cela n′a fait de mal à personne, tout au plus un peu à lui, et bien peu! Quant à la raison, je ne sais pas; je suppose que c′était, en effet, un monsieur de Villeparisis, un monsieur né à Villeparisis, vous savez que c′est une petite localité près de Paris. Ma tante a prétendu qu′il y avait ce marquisat dans la famille, elle a voulu faire les choses régulièrement, je ne sais pas pourquoi. Du moment qu′on prend un nom auquel on n′a pas droit, le mieux est de ne pas simuler des formes régulières. —Es absolutamente lo mismo que si me preguntara usted lo que es la familia «nada» — me respondió el señor de Charlus—. Mi tía se casó por amor con un señor Thirion, por otra parte excesivamente rico ycuyas hermanas estaban muy bien casadas, yque, a partir de ese momento, tomó el nombre de marqués de Villeparisis. Con eso no hizo mal a nadie, a lo sumo un poco a sí mismo, ¡y bien poco! En cuanto a la razón de eso, no sé; supongo que era, en efecto, un señor de Villeparisis, nacido en Villeparisis; ya sabe usted que es un pueblecillo de cerca de París. Mi tía: ha pretendido que su marido tenía ese marquesado en su familia, ha querido hacer las cosas regularmente, no sé por qué. Desde el momento en que se adopta un nombre a que no se tiene derecho, lo mejor es no simular formas regulares.
«Mme de Villeparisis, n′étant que Mme Thirion, acheva la chute qu′elle avait commencée dans mon esprit quand j′avais vu la composition mêlée de son salon. Je trouvais injuste qu′une femme dont même le titre et le nom étaient presque tout récents pût faire illusion aux contemporains et dût faire illusion à la postérité grâce à des amitiés royales. Mme de Villeparisis redevenant ce qu′elle m′avait paru être dans mon enfance, une personne qui n′avait rien d′aristocratique, ces grandes parentés qui l′entouraient me semblèrent lui rester étrangères. Elle ne cessa dans la suite d′être charmante pour nous. J′allais quelquefois la voir et elle m′envoyait de temps en temps un souvenir. Mais je n′avais nullement l′impression qu′elle fût du faubourg Saint–Germain, et si j′avais eu quelque renseignement à demander sur lui, elle eût été une des dernières personnes à qui je me fusse adressé. «El que la señora de Villeparisis no fuese más que la señora Thirion remató la caída que aquélla había empezado en mi espíritu cuando vi la composición mixta de su salón Me parecía injusto que una mujer que hasta el título y el nombre tenía casi recentísimos pudiera engañar a sus contemporáneos y hubiese de engañar a la posteridad, gracias a algunas amistades regias. Al restituirse la señora de Villeparisis a lo que me había parecido ser en mi infancia, una persona que, no tenía nada de aristocrática, me pareció como si los grandes parentescos que la rodeaban quedasen como ajenos a ella. En lo sucesivo no cesó de ser amable con nosotros. Yo, algunas veces, iba a verla, y a menudo me enviaba recuerdos. Pero por mi parte no sentía ni poco ni mucho la impresión de que aquella señora perteneciese al barrio de Saint-Germain, y de haber tenido que pedir algún informe acerca de éste, hubiera sido ella una de las últimas personas a quien me hubiese dirigido.
«Actuellement, continua M. de Charlus, en allant dans le monde, vous ne feriez que nuire à votre situation, déformer votre intelligence et votre caractère. Du reste il faudrait surveiller, même et surtout, vos camaraderies. Ayez des maîtresses si votre famille n′y voit pas d′inconvénient, cela ne me regarde pas et même je ne peux que vous y encourager, jeune polisson, jeune polisson qui allez avoir bientôt besoin de vous faire raser, me dit-il en me touchant le menton. Mais le choix des amis hommes a une autre importance. Sur dix jeunes gens, huit sont de petites fripouilles, de petits misérables capables de vous faire un tort que vous ne réparerez jamais. Tenez, mon neveu Saint–Loup est à la rigueur un bon camarade pour vous. Au point de vue de votre avenir, il ne pourra vous être utile en rien; mais pour cela, moi je suffis. Et, somme toute, pour sortir avec vous, aux moments où vous aurez assez de moi, il me semble ne pas présenter d′inconvénient sérieux, à ce que je crois. Du moins, lui c′est un homme, ce n′est pas un de ces efféminés comme on en rencontre tant aujourd′hui qui ont l′air de petits truqueurs et qui mèneront peut-être demain à l′échafaud leurs innocentes victimes. (Je ne savais pas le sens de cette expression d′argot: «truqueur». Quiconque l′eût connue eût été aussi surpris que moi. Les gens du monde aiment volontiers à parler argot, et les gens à qui on peut reprocher certaines choses à montrer qu′ils ne craignent nullement de parler d′elles. Preuve d′innocence à leurs yeux. Mais ils ont perdu l′échelle, ne se rendent plus compte du degré à partir duquel une certaine plaisanterie deviendra trop spéciale, trop choquante, sera plutôt une preuve de corruption que de naîµ¥té.) Il n′est pas comme les autres, il est très gentil, très sérieux. «Actualmente —continuó el señor de Charlus— con frecuentar la vida de sociedad no haría usted más que perjudicar a su propia situación, deformando su inteligencia y su carácter. Por otra parte, habría que vigilar incluso sobre todo las compañías con que se junta usted. Tenga usted queridas si su familia no ve inconveniente en ello; eso no es cosa mía, e incluso no puedo menos de alentarlo a ello, pilluelo, pilluelo, que bien pronto va a tener necesidad de hacerse afeitar —me dijo tocándome la barbilla—. Pero la elección de amigos tiene distinta importancia. De diez jóvenes, ocho son unos granujillas, unos canallitas capaces de hacerle a usted un daño, que no reparará nunca. Ahí tiene usted, mi sobrino Saint-Loup es en realidad un buen camarada para usted. Desde el punto de vista de su porvenir no podrá serle de provecho en nada; pero para eso basto yo. Y, en fin de cuentas, para salir con usted, en los momentos en que esté usted harto de mí, me parece que no ofrece ningún inconveniente serio, según creo. Ése, por la menos, es un hombre, y no uno de esos afeminados como tantos que se encuentran hoy día, que tienen toda la facha de gentes que dan el pego y que acaso lleven el día de mañana al patíbulo a sus inocentes víctimas. —Yo no sabía el sentido de esta expresión, tomada de la jerga: «dar el pego». Cualquiera que la hubiera conocido se hubiera quedado tan sorprendido como yo. Las gentes de mundo gustan de buen grado de hablar en jerga, como aquellos a quienes pueden reprocharse ciertas cosas gustan de hacer ver que no temen ni poco ni mucho hablar de ellas. Prueba de inocencia, a sus ojos. Pero han perdido la escala; ya no se dan cuenta del grado a partir del cual determinada broma pasará a ser demasiado especial, demasiado chocante; será una prueba de corrupción antes que de ingenuidad—.
Je ne pus m′empêcher de sourire de cette épithète de «sérieux» à laquelle l′intonation que lui prêta M. de Charlus semblait donner le sens de «vertueux», de «rangé», comme on dit d′une petite ouvrière qu′elle est «sérieuse». A ce moment un fiacre passa qui allait tout de travers; un jeune cocher, ayant déserté son siège, le conduisait du fond de la voiture où il était assis sur les coussins, l′air à moitié gris. M. de Charlus l′arrêta vivement. Le cocher parlementa un moment. Ése no es como los demás: es muy buen chico, muy serio.» No pude menos que sonreír ante este epíteto de «serio», al que la entonación que le dio el señor de Charlus parecía infundir el sentido de «virtuoso», «de peso», como se dice de una obrerilla que es seria. En ese momento pasó un coche de punto que iba a la diabla; un cochero joven que había desertado de su pescante lo guiaba desde el fondo del coche, donde estaba sentado en los almohadones, con trazas de ir a medios pelos. El señor de Charlus lo detuvo rápidamente. El cochero parlamentó un momento.
— De quel côté allez-vous? —¿Hacia qué sitio va usted"
— Du vôtre (cela m′étonnait, car M. de Charlus avait déjà refusé plusieurs fiacres ayant des lanternes de la même couleur). —Hacia donde usted. (Me chocaba, porque había rechazado ya varios coches de punto que llevaban faroles del mismo color.)
— Mais je ne veux pas remonter sur le siège. Ça vous est égal que je reste dans la voiture? —Pero es que yo no quiero volver a subirme al pescante. ¿Le da a usted lo mismo que me quede dentro del coche"
— Oui, seulement baissez la capote. Enfin pensez à ma proposition, me dit M. de Charlus avant de me quitter, je vous donne quelques jours pour y réfléchir, écrivez-moi. Je vous le répète, il faudra que je vous voie chaque jour et que je reçoive de vous des garanties de loyauté, de discrétion que d′ailleurs, je dois le dire, vous semblez offrir. Mais, au cours de ma vie, j′ai été si souvent trompé par les apparences que je ne veux plus m′y fier. Sapristi! c′est bien le moins qu′avant d′abandonner un trésor je sache en quelles mains je le remets. Enfin, rappelez-vous bien ce que je vous offre, vous êtes comme Hercule dont, malheureusement pour vous, vous ne me semblez pas avoir la forte musculature, au carrefour de deux routes. Tâchez de ne pas avoir à regretter toute votre vie de n′avoir pas choisi celle qui conduisait à la vertu. Comment, dit-il au cocher, vous n′avez pas encore, baissé la capote? je vais plier les ressorts moi-même Je crois du reste qu′il faudra aussi que je conduise, étant donné l′état où vous semblez être. —Sí, sólo que baje usted la capota. Bueno, piense usted en mi proposición —me dijo el señor de Charlus antes de separarse de mí—; le doy algún tiempo para que recapacite sobre ella, escríbame. Se lo repito, será, preciso que lo vea todos los días y que reciba de usted garantías de, lealtad, de discreción, que, por lo demás, debo decirlo, parece usted ofrecer. Pero he sido engañado tan a menudo en el curso de mi vida por las apariencias, que ya no quiero fiarme de ellas. ¡Caramba!, Lo menos que puedo pedir antes de abandonar un tesoro es saber en qué manos lo pongo. En fin, tenga usted muy presente lo que le ofrezco; está usted como Hércules, cuya vigorosa musculatura, desgraciadamente para usted, no parece tener, en el cruce de dos caminos. Procure usted no tener que lamentar toda su vida no haber escogido la que llevaba ala virtud. ¿Cómo? —dijo el cochero—, ¿pero aún no ha bajado usted la capota? Voy a doblar yo los resortes. Por lo demás, me parece que voy a tener que guiar también yo, en vista del estado en que me parece que se encuentra usted.
Et il sauta à côté du cocher, au fond du fiacre qui partit au grand trot. Y saltó al lado del cochero, al fondo del coche, que arrancó al trote largo.
Pour ma part, à peine rentré à la maison, j′y retrouvai le pendant de la conversation qu′avaient échangée un peu auparavant Bloch et M. de Norpois, mais sous une forme brève, invertie et cruelle: c′était une dispute entre notre maître d′hôtel, qui était dreyfusard, et celui des Guermantes, qui était antidreyfusard. Les vérités et contre-vérités qui s′opposaient en haut chez les intellectuels de la Ligue de la Patrie française et celle des Droits de l′homme se propageaient en effet jusque dans les profondeurs du peuple. M. Reinach manoeuvrait par le sentiment des gens qui ne l′avaient jamais vu, alors que pour lui l′affaire Dreyfus se posait seulement devant sa raison comme un théorème irréfutable et qu′il démontra, en effet, par la plus étonnante réussite de politique rationnelle (réussite contre la France, dirent certains) qu′on ait jamais vue. En deux ans il remplaça un ministère Billot par un ministère Clemenceau, changea de fond en comble l′opinion publique, tira de sa prison Picquart pour le mettre, ingrat, au Ministère de la Guerre. Peut-être ce rationaliste manoeuvreur de foules était-il lui-même manoeuvré par son ascendance. Quand les systèmes philosophiques qui contiennent le plus de vérités sont dictés à leurs auteurs, en dernière analyse, par une raison de sentiment, comment supposer que, dans une simple affaire politique comme l′affaire Dreyfus, des raisons de ce genre ne puissent, à l′insu du raisonneur, gouverner sa raison? Bloch croyait avoir logiquement choisi son dreyfusisme, et savait pourtant que son nez, sa peau et ses cheveux lui avaient été imposés par sa race. Sans doute la raison est plus libre; elle obéit pourtant à certaines lois qu′elle ne s′est pas données. Le cas du maître d′hôtel des Guermantes et du nôtre était particulier. Les vagues des deux courants de dreyfusisme et d′antidreyfusisme, qui de haut en bas divisaient la France, étaient assez silencieuses, mais les rares échos qu′elles émettaient étaient sincères. En entendant quelqu′un, au milieu d′une causerie qui s′écartait volontairement de l′Affaire, annoncer furtivement une nouvelle politique, généralement fausse mais toujours souhaitée, on pouvait induire de l′objet de ses prédictions l′orientation de ses désirs. Ainsi s′affrontaient sur quelques points, d′un côté un timide apostolat, de l′autre, une sainte indignation. Les deux maîtres d′hôtel que j′entendis en rentrant faisaient exception à la règle. Le nôtre laissa entendre que Dreyfus était coupable, celui des Guermantes qu′il était innocent. Ce n′était pas pour dissimuler leurs convictions, mais par méchanceté et âpreté au jeu. Notre maître d′hôtel, incertain si la révision se ferait, voulait d′avance, pour le cas d′un échec, ôter au maître d′hôtel des Guermantes la joie de croire une juste cause battue. Le maître d′hôtel des Guermantes pensait qu′en cas de refus de révision, le nôtre serait plus ennuyé de voir maintenir à l′île du Diable un innocent. Por mi parte, apenas volví a casa me encontré con la réplica de la conversación que poco antes habían sostenido Bloch y el señor de Norpois, pero en una forma breve, inversa y cruel. Era una disputa entre nuestro mayordomo, que era dreyfusista, y el de los Guermantes, que era antidreyfusista. Las verdades y contraverdades que se oponían recíprocamente, arriba, entre los intelectuales de la Liga de la Patria Francesa y la de los Derechos del Hombre, se propagaban, en efecto, hasta las profundidades del pueblo. El señor Reinach manejaba por medio del sentimiento a gentes que no lo habían visto nunca, mientras que para él la cuestión de Dreyfus se planteaba únicamente ante su razón como un teorema irrefutable y que demostró, en efecto, con el más asombroso triunfo de política racional (triunfo contra Francia, dijeron algunos) que jamás se haya visto. A la vuelta de dos años substituyó un Ministerio Billot con un Ministerio Clemenceau, cambio por completo la opinión pública, sacó de su prisión a Picquart para ponerlo, ingrato, en el Ministerio de Guerra. Acaso aquel racionalista manejador de muchedumbres fuese a su vez manejado por su ascendencia. Cuando los sistemas filosóficos que contienen más verdades son dictados a sus autores, en, último análisis, por una razón de sentimiento, ¿cómo suponer que en una simple cuestión política como la cuestión Dreyfus no haya razones de este género que, sin que el razonador lo sepa, puedan gobernar su razón Bloch creía haber elegido lógicamente su dreyfusismo, y sin embargo, sabía que su nariz, su piel ysu pelo le habían sido impuestos por su raza. Indudablemente, la razón es más libre; sin embargo, obedece a ciertas leyes que no se ha dado a sí misma. El caso del mayordomo de los Guermantes y del nuestro era particular. Las olas de las dos corrientes de dreyfusismo y de antidreyfusismo que de arriba abajo dividían a Francia eran bastante silenciosas, pero los raros ecos que emitían eran sinceros. Al oír a alguien, en mitad de una charla que se apartaba voluntariamente del affaire, anunciar furtivamente una noticia política, generalmente falsa pero siempre deseada, podía inducirse del objeto de sus predicciones la orientación de sus deseos. Así se hacían frente en algunos puntos, de una parte, un tímido apostolado; de otra, una santa indignación. Los dos mayordomos a quienes oí al volver a casa constituían una excepción de la regla. El nuestro dio a entender que Dreyfus era culpable; el de los Guermantes, que era inocente. No era por disimular sus convicciones, sino por maldad y avidez en el juego. Nuestro mayordomo, que no estaba seguro de que se llevase a efecto la revisión, quería de antemano, para en caso de que se llegara a fracasar, quitarle al mayordomo de los Guermantes la alegría de creer derrotada una causa justa. El mayordomo de los Guermantes pensaba que, caso de ser denegada la revisión, el nuestro estaría más fastidiado al ver que seguían teniendo en la Isla del Diablo a un inocente.
Je remontai et trouvai ma grand′mère plus souffrante. Depuis quelque temps, sans trop savoir ce qu′elle avait, elle se plaignait de sa santé. C′est dans la maladie que nous nous rendons compte que nous ne vivons pas seuls, mais enchaînés à un être d′un règne différent, dont des abîmes nous séparent, qui ne nous connaît pas et duquel il est impossible de nous faire comprendre: notre corps. Quelque brigand que nous rencontrions sur une route, peut-être pourrons-nous arriver à le rendre sensible à son intérêt personnel sinon à notre malheur. Mais demander pitié à notre corps, c′est discourir devant une pieuvre, pour qui nos paroles ne peuvent pas avoir plus de sens que le bruit de l′eau, et avec laquelle nous serions épouvantés d′être condamnés à vivre. Les malaises de ma grand′mère passaient souvent inaperçus à son attention toujours détournée vers nous. Quand elle en souffrait trop, pour arriver à les guérir, elle s′efforçait en vain de les comprendre. Si les phénomènes morbides dont son corps était le théâtre restaient obscurs et insaisissables à la pensée de ma grand′mère, ils étaient clairs et intelligibles pour des êtres appartenant au même règne physique qu′eux, de ceux à qui l′esprit humain a fini par s′adresser pour comprendre ce que lui dit son corps, comme devant les réponses d′un étranger on va chercher quelqu′un du même pays qui servira d′interprète. Eux peuvent causer avec notre corps, nous dire si sa colère est grave ou s′apaisera bientôt. Cottard, qu′on avait appelé auprès de ma grand′mère et qui nous avait agacés en nous demandant avec un sourire fin, dès la première minute où nous lui avions dit que ma grand′mère était malade: «Malade? Ce n′est pas au moins une maladie diplomatique?», Cottard essaya, pour calmer l′agitation de sa malade, le régime lacté. Mais les perpétuelles soupes au lait ne firent pas d′effet parce que ma grand′mère y mettait beaucoup de sel (Widal n′ayant pas encore fait ses découvertes), dont on ignorait l′inconvénient en ce temps-là. Car la médecine étant un compendium des erreurs successives et contradictoires des médecins, en appelant à soi les meilleurs d′entre eux on a grande chance d′implorer une vérité qui sera reconnue fausse quelques années plus tard. De sorte que croire à la médecine serait la suprême folie, si n′y pas croire n′en était pas une plus grande, car de cet amoncellement d′erreurs se sont dégagées à la longue quelques vérités. Cottard avait recommandé qu′on prît sa température. On alla chercher un thermomètre. Dans presque toute sa hauteur le tube était vide de mercure. A peine si l′on distinguait, tapie au fond dans sa petite cuve, la salamandre d′argent. Elle semblait morte. On plaça le chalumeau de verre dans la bouche de ma grand′mère. Nous n′eûmes pas besoin de l′y laisser longtemps; la petite sorcière n′avait pas été longue à tirer son horoscope. Nous la trouvâmes immobile, perchée à mi-hauteur de sa tour et n′en bougeant plus, nous montrant avec exactitude le chiffre que nous lui avions demandé et que toutes les réflexions qu′ait pu faire sur soi-même l′âme de ma grand′mère eussent été bien incapables de lui fournir: 38°3. Pour la première fois nous ressentîmes quelque inquiétude. Nous secouâmes bien fort le thermomètre pour effacer le signe fatidique, comme si nous avions pu par là abaisser la fièvre en même temps que la température marquée. Hélas! il fut bien clair que la petite sibylle dépourvue de raison n′avait pas donné arbitrairement cette réponse, car le lendemain, à peine le thermomètre fut-il replacé entre les lèvres de ma grand′mère que presque aussitôt, comme d′un seul bond, belle de certitude et de l′intuition d′un fait pour nous invisible, la petite prophétesse était venue s′arrêter au même point, en une immobilité implacable, et nous montrait encore ce chiffre 38°3, de sa verge étincelante. Elle ne disait rien d′autre, mais nous avions eu beau désirer, vouloir, prier, sourde, il semblait que ce fût son dernier mot avertisseur et menaçant. Alors, pour tâcher de la contraindre à modifier sa réponse, nous nous adressâmes à une autre créature du même règne, mais plus puissante, qui ne se contente pas d′interroger le corps mais peut lui commander, un fébrifuge du même ordre que l′aspirine, non encore employée alors. Nous n′avions pas fait baisser le thermomètre au delà de 37°1/2 dans l′espoir qu′il n′aurait pas ainsi à remonter. Nous fîmes prendre ce fébrifuge à ma grand′mère et remîmes alors le thermomètre. Comme un gardien implacable à qui on montre l′ordre d′une autorité supérieure auprès de laquelle on a fait jouer une protection, et qui le trouvant en règle répond: «C′est bien, je n′ai rien à dire, du moment que c′est comme ça, passez», la vigilante tourière ne bougea pas cette fois. Mais, morose, elle semblait dire: «A quoi cela vous servira-t-il? Puisque vous connaissez la quinine, elle me donnera l′ordre de ne pas bouger, une fois, dix fois, vingt fois. Et puis elle se lassera, je la connais, allez. Cela ne durera pas toujours. Alors vous serez bien avancés.» Alors ma grand′mère éprouva la présence, en elle, d′une créature qui connaissait mieux le corps humain que ma grand′mère, la présence d′une contemporaine des races disparues, la présence du premier occupant — bien antérieur à la création de l′homme qui pense; — elle sentit cet allié millénaire qui la tâtait, un peu durement même, à la tête, au coeur, au coude; il reconnaissait les lieux, organisait tout pour le combat préhistorique qui eut lieu aussitôt après. En un moment, Python écrasé, la fièvre fut vaincue par le puissant élément chimique, que ma grand′mère, à travers les règnes, passant par-dessus tous les animaux et les végétaux, aurait voulu pouvoir remercier. Et elle restait émue de cette entrevue qu′elle venait d′avoir, à travers tant de siècles, avec un climat antérieur à la création même des plantes. De son côté le thermomètre, comme une Parque momentanément vaincue par un dieu plus ancien, tenait immobile son fuseau d′argent. Hélas! d′autres créatures inférieures, que l′homme a dressées à la chasse de ces gibiers mystérieux qu′il ne peut pas poursuivre au fond de lui-même, nous apportaient cruellement tous les jours un chiffre d′albumine faible, mais assez fixe pour que lui aussi parût en rapport avec quelque état persistant que nous n′apercevions pas. Bergotte avait choqué en moi l′instinct scrupuleux qui me faisait subordonner mon intelligence, quand il m′avait parlé du docteur du Boulbon comme d′un médecin qui ne m′ennuierait pas, qui trouverait des traitements, fussent-ils en apparence bizarres, mais s′adapteraient à la singularité de mon intelligence. Mais les idées se transforment en nous, elles triomphent des résistances que nous leur opposions d′abord et se nourrissent de riches réserves intellectuelles toutes prêtes, que nous ne savions pas faites pour elles. Maintenant, comme il arrive chaque fois que les propos entendus au sujet de quelqu′un que nous ne connaissons pas ont eu la vertu d′éveiller en nous l′idée d′un grand talent, d′une sorte de génie, au fond de mon esprit je faisais bénéficier le docteur du Boulbon de cette confiance sans limites que nous inspire celui qui d′un oeil plus profond qu′un autre perçoit la vérité. Je savais certes qu′il était plutôt un spécialiste des maladies nerveuses, celui à qui Charcot avant de mourir avait prédit qu′il régnerait sur la neurologie et la psychiatrie. «Ah! je ne sais pas, c′est très possible», dit Françoise qui était là et qui entendait pour la première fois le nom de Charcot comme celui de du Boulbon. Mais cela ne l′empêchait nullement de dire: «C′est possible.» Ses «c′est possible», ses «peut-être», ses «je ne sais pas» étaient exaspérants en pareil cas. On avait envie de lui répondre: «Bien entendu que vous ne le saviez pas puisque vous ne connaissez rien à la chose dont il s′agit, comment pouvez-vous même dire que c′est possible ou pas, vous n′en savez rien? En tout cas maintenant vous ne pouvez pas dire que vous ne savez pas ce que Charcot a dit à du Boulbon, etc., vous le savez puisque vous nous l′avons dit, et vos «peut-être», vos «c′est possible» ne sont pas de mise puisque c′est certain.» Subía casa y encontré peor a mi abuela. Desde hacía algún tiempo, sin que supiera a ciencia cierta lo que sentía, se quejaba de su estado de salud. En las enfermedades es cuando nos darnos cuenta que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, de que nos separan abismos, que no nos conoce y del que es imposible que nos hagamos, entender: nuestro cuerpo. Si nos encontramos a un bandido cualquiera en un camino, quizá lleguemos a hacerle sensible a su interés personal, ya que no a nuestra desdicha. Pero pedir clemencia a nuestro cuerpo es discurrir ante un pulpo, para el que nuestras palabras no pueden tener más sentido que el ruido del agua y con el que nos espantaría que nos condenasen a vivir. Los malestares de mi abuela pasaban a menudo inadvertidos para su atención, desviada siempre hacia nosotros. Cuando la hacían sufrir demasiado, para llegar a curarlos se esforzaba en vano por comprenderlos. Si los fenómenos morbosos de que su cuerpo era teatro permanecían oscuros e inaprensibles para el pensamiento de mi abuela, eran claros e inteligibles para ciertos seres que pertenecían al mismo reino físico que ellos, seres de esos a quienes el espíritu humano ha acabado por dirigirse para comprender lo que le dice su cuerpo, como ante las respuestas de un extranjero va uno a buscar a alguien del mismo país para que sirva de intérprete. + Ellos pueden hablar con nuestro cuerpo, decirnos si su cólera es grave o si se aplacará pronto. Cottard, a quien habían llamado para que viese a mi abuela y que nos había irritado al preguntarnos con una fina sonrisa, desde el primer momento en que le habíamos dicho que mi abuela estaba enferma: «¿Enferma? ¿No será por lo menos una enfermedad diplomática?», Cottard ensayó, para calmar la agitación de su enferma, el régimen lácteo. Pero las perpetuas sopas de leche no hicieron efecto porque mi abuela les echaba mucha sal (aun no había hecho Widal sus descubrimientos), que por aquel entonces se ignoraba que no fuese conveniente. Porque como la medicina es un compendio de los errores sucesivos y contradictorios de los médicos, al llamar uno a los mejores de éstos tiene grandes probabilidades de implorar una verdad que será reconocida como falsa algunos años más tarde. De manera que el creer en la medicina sería la suprema locura, si no lo fuera mayor aún el no creer en ella, ya que de ese montón de errores se han desprendido, a la larga, algunas verdades. Cottard había recomendado que se le tomase la temperatura a la enferma. Fueron a buscar un termómetro. El tubo estaba vacío de mercurio en casi toda su longitud. Apenas se distinguía, acurrucada en el fondo de su cubetilla, la salamandra de plata. Parecía muerta Pusieron la pajuela de vidrio en la boca de mi abuela. No tuvimos necesidad de dejarla mucho tiempo en ella; la minúscula bruja no se había demorado en trazar su horóscopo. La encontramos inmóvil, encaramada a la mitad de la altura de su torre y sin rebullir ya, mostrándonos con exactitud la cifra que le habíamos pedido y que todas las reflexiones que sobre sí misma hubiese podido hacer el alma de mi abuela hubieran sido incapaces de darle: 38°. Por primera vez sentimos alguna inquietud. Sacudimos con fuerza el termómetro para borrar el signo fatídico, como si con ello hubiéramos podido hacer bajar la fiebre al mismo tiempo que la temperatura registrada. ¡Ay!, se vio con toda claridad que la pequeña sibila, desasistida de razón, no había dado arbitrariamente aquella respuesta, ya que a la mañana siguiente, apenas se volvió a poner el termómetro entre los labios de mi abuela, cuando, inmediatamente casi, como de un solo brinco, hermosa de certidumbre y con la intuición de un hecho para nosotros invisible, la diminuta profetisa había acudido a detenerse en el mismo punto, en una inmovilidad implacable, y seguía indicándonos la cifra 38° con su chispeante varita. No decía más, pero en vano era que deseásemos, que quisiéramos, que implorásemos: sorda, parecía como que ésa fuese su última palabra de advertencia y amenaza. Entonces, para tratar de obligarla y modificar su respuesta, nos dirigimos a otra criatura del mismo reino, pero más poderosa, que no se contenta con interrogar al cuerpo, sino que puede ordenarle —un febrífugo del mismo orden que la aspirina, que todavía no se usaba entonces—. No habíamos hecho que bajase el termómetro más allá de los 37° y 1/2, con la esperanza de que de esa manera no tuviese que volver a subir. Le hicimos tomar el febrífugo a mi abuela, y entonces le pusimos de nuevo el termómetro. Como un guardián implacable al que se muestra la orden de una autoridad superior, cerca de la cual se ha hecho actuar una protección, y que encontrándola en regla responde: «Está bien, nada tengo que decir desde el momento en que es así; pase usted», la vigilante tornera no rebulló de esta vez. Pero parecía decir, morosa «¿De qué os va a servir eso? Puesto que conocéis a la quinina, ésta me dará orden de que no me mueva, una vez, diez veces, veinte veces. Y luego se cansará, lo conozco. Bueno. Esto no ha de durar siempre. Así que gran cosa no habréis adelantado». Entonces mi abuela sintió en sí la presencia de una criatura que conocía mejor el cuerpo humano que mi propia abuela, la presencia de una contemporánea de las razas desaparecidas, la presencia del primer ocupante —anterior, con mucho, a la creación del hombre que piensa—; sintió a este aliado milenario que le palpaba, un tanto duramente acaso, la cabeza, el corazón yel codo; que reconocía cada sitio ylo organizaba todo para el combate prehistórico que tuvo lugar inmediatamente después. En un momento, Pitón aplastado, la fiebre fue vencida por el poderoso elemento químico, al que mi abuela, a través de los reinos, pasando por encima de todos: los animales y vegetales, hubiera querido dar las gracias. Y quedaba conmovida de esta entrevista que acababa de tener, a través de tantos siglos, con un clima anterior a la creación de las plantas inclusive. Por su parte, el termómetro, como una Parca momentáneamente vencida por un dios antiguo, tenía inmóvil su huso de plata. ¡Ay!, otras criaturas inferiores, que el hombre ha adiestrado para la caza de esos animales misteriosos a que no puede perseguir, en el fondo de sí mismo, nos traían cruelmente todos los días una cifra de albúmina, débil, pero suficientemente constante para que también ella pareciese hallarse en relación con algún estado persistente que no percibíamos nos otros. Bergotte había lastimado en mí el instinto escrupuloso que me hacía subordinar mi inteligencia, cuando me había hablado del doctor Du Boulbon como de un médico que no me fastidiaría, que encontraría tratamientos que, aun cuando fuesen en apariencia extraños, se adaptarían a la singularidad de mi inteligencia. Pero las ideas se transforman en nosotros, triunfan de las resistencias que les oponemos en el primer momento y se nutren de ricas reservas intelectuales completamente a punto, que no sabíamos que hubieran sido hechas para ellas. Ahora, como ocurre cada vez que las frases oídas a propósito de alguien que no conocemos han tenido la virtud de despertar en nosotros la idea de un gran talento, de algo parecido al genio en el fondo de mi espíritu hacía yo sacar partido al doctor Du Boulbon de esa confianza sin límites qué nos inspira aquel que con mirada más profunda que otro percibe la verdad. Claro es que yo sabia que era más bien especialista en enfermedades nerviosas, el mismo a quien Charcot, antes de morir, había dicho que reinaría en la neurología y en la psiquiatría. «¡Ah! Ido sé, es muy posible», dijo Francisca, que estaba presente y oía por vez primera el nombre de Charcot tanto como el de Du Boulbon. Pero eso no le impedía en modo alguno decir: «Es posible». Sus «es posible», sus «acaso», sus «no sé» eran exasperantes en un caso como éste. Sentía uno ganas de responderle: «Pues claro está que no sabe usted, ya que no en tiende usted nada de lo que estamos tratando. ¿Cómo puede usted decir siquiera que es posible o no, si no sabe usted nada de eso? Así como así, ahora no puede usted decir que no sabe lo que le dijo Charcot a Du Boulbon, etc.; lo sabe usted, puesto que se lo hemos dicho, y sus «acaso», sus «es posible» no vienen a cuento, toda vez que se trata de una cosa segura».
Malgré cette compétence plus particulière en matière cérébrale et nerveuse, comme je savais que du Boulbon était un grand médecin, un homme supérieur, d′une intelligence inventive et profonde, je suppliai ma mère de le faire venir, et l′espoir que, par une vue juste du mal, il le guérirait peut-être, finit par l′emporter sur la crainte que nous avions, si nous appelions un consultant, d′effrayer ma grand′mère. Ce qui décida ma mère fut que, inconsciemment encouragée par Cottard, ma grand′mère ne sortait plus, ne se levait guère. Elle avait beau nous répondre par la lettre de Mme de Sévigné sur Mme de la Fayette: «On disait qu′elle était folle de ne vouloir point sortir. Je disais à ces personnes si précipitées dans leur jugement: «Mme de la Fayette n′est pas folle» et je m′en tenais là. Il a fallu qu′elle soit morte pour faire voir qu′elle avait raison de ne pas sortir.» Du Boulbon appelé donna tort, sinon à Mme de Sévigné qu′on ne lui cita pas, du moins à ma grand′mère. Au lieu de l′ausculter, tout en posant sur elle ses admirables regards où il y avait peut-être l′illusion de scruter profondément la malade, ou le désir de lui donner cette illusion, qui semblait spontanée mais devait être tenue machinale, ou de ne pas lui laisser voir qu′il pensait à tout autre chose, ou de prendre de l′empire sur elle — il commença à parler de Bergotte. A pesar de esta competencia más particular en materia cerebral y nerviosa, como yo sabía que Du Boulbon era un gran médico, un hombre superior dotado de una inteligencia inventiva y profunda, supliqué a mi madre que lo hiciese venir, y la esperanza de que, gracias a una visión justa del mal, la curaría acaso, acabó por sobreponerse al temor que teníamos de que, si llamábamos a otro médico a consulta, asustásemos a mi abuela. Lo que decidió a mí madre fue que, alentada inconscientemente por Cottard, mi abuela había dejado de salir, se levantaba apenas. De nada servía que nos contestase con la carta de madama de Sevigné a propósito de madama de La Fayette: «Decían que estaba loca porque no quería salir. Yo les decía a esas personas tan precipitadas en su juicio: Madama de La Fayette no está loca, y a eso me atenía. Ha sido preciso que haya muerta para hacer ver qué tenía razón en no salir». Du Boulbon, cuando lo llamamos, quitó la razón, si no a madama de Sévigné, de quien no se le hizo mención, por lo menos sí a mi abuela. En lugar de auscultarla, mientras posaba en ella sus admirables miradas en que acaso hubiera la ilusión de estar escrutando profundamente a la enferma, o el deseo de darle esa ilusión, que parecía espontánea pero que debía ser sostenida con carácter maquinal, o de no dejarle ver que pensaba en otra cosa completamente distinta, o de cobrar imperio sobre ella, el doctor empezó a hablar de Bergotte.
— Ah! je crois bien, Madame, c′est admirable; comme vous avez raison de l′aimer! Mais lequel de ses livres préférez-vous? Ah! vraiment! Mon Dieu, c′est peut-être en effet le meilleur. C′est en tout cas son roman le mieux composé: Claire y est bien charmante; comme personnage d′homme lequel vous y est le plus sympathique? —¡Ah, ya lo creo, señora! Es admirable. ¡Qué razón tiene usted en quererlo! Pero, ¿cuál de sus libros prefiere usted? ¿Ah, sí? Acaso sea, en efecto, el mejor. En todo caso, es su novela mejor compuesta: en ella, Clara es realmente encantadora. Y como personaje de hombre, ¿cuál le es a usted más simpático?.
Je crus d′abord qu′il la faisait ainsi parler littérature parce que, lui, la médecine l′ennuyait, peut-être aussi pour faire montre de sa largeur d′esprit, et même, dans un but plus thérapeutique, pour rendre confiance à la malade, lui montrer qu′il n′était pas inquiet, la distraire de son état. Mais, depuis, j′ai compris que, surtout particulièrement remarquable comme aliéniste et pour ses études sur le cerveau, il avait voulu se rendre compte par ses questions si la mémoire de ma grand′mère était bien intacte. Comme à contre-coeur il l′interrogea un peu sur sa vie, l′oeil sombre et fixe. Puis tout à coup, comme apercevant la vérité et décidé à l′atteindre coûte que coûte, avec un geste préalable qui semblait avoir peine à s′ébrouer, en les écartant, du flot des dernières hésitations qu′il pouvait avoir et de toutes les objections que nous aurions pu faire, regardant ma grand′mère d′un oeil lucide, librement et comme enfin sur la terre ferme, ponctuant les mots sur un ton doux et prenant, dont l′intelligence nuançait toutes les inflexions (sa voix du reste, pendant toute la visite, resta ce qu′elle était naturellement, caressante, et sous ses sourcils embroussaillés, ses yeux ironiques étaient remplis de bonté): AL pronto creí que la hacía hablar así de literatura porque la medicina la aburriría; quizá también por dar muestras de su amplitud de espíritu, e incluso, con una finalidad más terapéutica, por devolver la confianza a la enferma, para hacerle ver que no estaba inquieto, por distraerla de su estado. Pero después he comprendido que, particularmente notable sobre todo como alienista y por sus estudios sobre el cerebro, había querido darse cuenta con sus preguntas de si la memoria de mi abuela se conservaba realmente intacta. Como de mala gana, la interrogó un poco acerca de su vida, con mirada sombría yfría. Después, de repente, como si distinguiera la verdad yestuviese decidido a alcanzarla a toda costa, con un además previo al que parecía como si le costara trabajo desnudarse, apartándolas de la onda de las últimas vacilaciones que podía tener y de todas las objeciones que hubiéramos podido hacer nosotros, contemplando a mi abuela con una mirada lúcida, libremente y como si al fin pisara terreno firme, puntuando las palabras en un tono dulce y de seducción, cada una de cuyas inflexiones matizaba la inteligencia, habló. (Su voz, por lo demás, durante toda la visita, siguió siendo lo que era naturalmente, acariciadora. Y bajo sus cejas enmarañadas, sus ojos irónicos estaban llenos de bondad.)
— Vous irez bien, Madame, le jour lointain ou proche, et il dépend de vous que ce soit aujourd′hui même, où vous comprendrez que vous n′avez rien et où vous aurez repris la vie commune. Vous m′avez dit que vous ne mangiez pas, que vous ne sortiez pas? —Se encontrará usted bien, señora, el día lejano o próximo, y de usted depende que sea hoy mismo, en que se haga usted cargo de que no tiene nada y en que haya reanudado usted la vida ordinaria. Me ha dicho usted que no comía, que no salía.
— Mais, Monsieur, j′ai un peu de fièvre. —¡Pero, caballero, si tengo un poco de fiebre!
Il toucha sa main. Le tocó la mano.
— Pas en ce moment en tout cas. Et puis la belle excuse! Ne savez-vous pas que nous laissons au grand air, que nous suralimentons, des tuberculeux qui ont jusqu′à 39°? —En este momento no, por lo menos. Además, ¡vaya una disculpa! ¿No sabe usted que dejamos estar al aire libre, que sobrealimentamos a tuberculosos que tienen hasta 39º"
— Mais j′ai aussi un peu d′albumine. —Pero es que también tengo un poco de albúmina.
— Vous ne devriez pas le savoir. Vous avez ce que j′ai décrit sous le nom d′albumine mentale. Nous avons tous eu, au cours d′une indisposition, notre petite crise d′albumine que notre médecin s′est empressé de rendre durable en nous la signalant. Pour une affection que les médecins guérissent avec des médicaments (on assure, du moins, que cela est arrivé quelquefois), ils en produisent dix chez des sujets bien portants, en leur inoculant cet agent pathogène, plus virulent mille fois que tous les microbes, l′idée qu′on est malade. Une telle croyance, puissante sur le tempérament de tous, agit avec une efficacité particulière chez les nerveux. Dites-leur qu′une fenêtre fermée est ouverte dans leur dos, ils commencent à éternuer; faites-leur croire que vous avez mis de la magnésie dans leur potage, ils seront pris de coliques; que leur café était plus fort que d′habitude, ils ne fermeront pas l′oeil de la nuit. Croyez-vous, Madame, qu′il ne m′a pas suffi de voir vos yeux, d′entendre seulement la façon dont vous vous exprimez, que dis-je? de voir Madame votre fille et votre petit-fils qui vous ressemblent tant, pour connaître à qui j′avais affaire? «Ta grand′mère pourrait peut-être aller s′asseoir, si le docteur le lui permet, dans une allée calme des Champs-Élysées, près de ce massif de lauriers devant lequel tu jouais autrefois», me dit ma mère consultant ainsi indirectement du Boulbon et de laquelle la voix prenait, à cause de cela, quelque chose de timide et de déférent qu′elle n′aurait pas eu si elle s′était adressée à moi seul. Le docteur se tourna vers ma grand′mère et, comme il n′était pas moins lettré que savant: «Allez aux Champs-Élysées, Madame, près du massif de lauriers qu′aime votre petit-fils. Le laurier vous sera salutaire. Il purifie. Après avoir exterminé le serpent Python, c′est une branche de laurier à la main qu′Apollon fit son entrée dans Delphes. Il voulait ainsi se préserver des germes mortels de la bête venimeuse. Vous voyez que le laurier est le plus ancien, le plus vénérable, et j′ajouterai — ce qui a sa valeur en thérapeutique, comme en prophylaxie — le plus beau des antiseptiques.» —No debiera usted saberlo. Lo que usted tiene es lo que he descrito yo con el nombre de albúmina mental. Todos hemos tenido, en el curso de alguna indisposición, nuestra pequeña crisis de albúmina que nuestro médico se ha apresurado a hacer duradera al hacérnosla notar. Para una afección que los médicos curan con medicamentos (por lo menos aseguran que así ha ocurrido algunas veces), producen diez en sujetos que gozan de buena salud, inoculándoles ese agente patógeno mil veces más virulento que todos los microbios: la idea de que está uno enfermo. Semejante creencia, potente sobre el temperamento de todos, obra con particular eficacia sobre los nerviosos. Si se les dice que una ventana cerrada está abierta a espaldas suyas, empiezan a estornudar; si les hace creer uno que les ha echado magnesia en la sopa, tendrán cólicos, o que su café está más cargado que de costumbre, y no pegarán ojo en toda la noche. ¿Cree usted, señora, que no me ha bastado con verle los ojos, con oír simplemente la forma en que se expresa usted, qué digo, con ver a su señora hija y a su nieto, que tanto se parece a usted, para conocer con quién tenía que habérmelas? «Tu abuela podría ir tal vez a sentarse, si el doctor se lo permite, a alguna avenida tranquila de los Campos Elíseos, junto a ese macizo delante del que jugabas tú en otros tiempos», me dijo mi madre, consultando así directamente a Du Boulbon, debido a lo cual su voz cobraba un viso de timidez y deferencia, que no, hubiera tenido de haberse dirigido a mí sólo. El doctor se volvió hacia mi abuela, y como era no menos culto que sabio: «Vaya usted a los Campos Elíseos, junto al macizo de laureles de que gusta su nieto. El laurel le será saludable. Purifica. Después de haber exterminado a la serpiente Pitón, Apolo hizo su entrada en Delfos con una rama de laurel en la manó. Quería librarse de esa manera de los gérmenes mortíferos de la venenosa bestia. Ya ve usted que el laurel es el más antiguo, el más venerable y añadiré —cosa que tiene su valor en terapéutica, como en profilaxia— el más hermoso de los antisépticos».
Comme une grande partie de ce que savent les médecins leur est enseignée par les malades, ils sont facilement portés à croire que ce savoir des «patients» est le même chez tous, et ils se flattent d′étonner celui auprès de qui ils se trouvent avec quelque remarque apprise de ceux qu′ils ont auparavant soignés. Aussi fut-ce avec le fin sourire d′un Parisien qui, causant avec un paysan, espérerait l′étonner en se servant d′un mot de patois, que le docteur du Boulbon dit à ma grand′mère: «Probablement les temps de vent réussissent à vous faire dormir là où échoueraient les, plus puissants hypnotiques. — Au contraire, Monsieur, le vent m′empêche absolument de dormir.» Mais les médecins sont susceptibles. «Ach!» murmura du Boulbon en fronçant les sourcils, comme si on lui avait marché sur le pied et si les insomnies de ma grand′mère par les nuits de tempête étaient pour lui une injure personnelle. Il n′avait pas tout de même trop d′amour-propre, et comme, en tant qu′«esprit supérieur», il croyait de son devoir de ne pas ajouter foi à la médecine, il reprit vite sa sérénité philosophique. Como una gran parte de lo que saben los médicos se lo enseñan los enfermos, propenden fácilmente a creer —que ese saber de los «pacientes» es el mismo en todos ellos, y se lisonjean de pasmar a aquel a cuyo lado se encuentran con alguna, observación que han aprendido de aquellos a quienes han tratado antes. Así, el doctor Du Boulbon tuvo la aguda sonrisa de un parisiense que, al hablar con un campesino, esperase dejarlo atónito al hacer uso de una palabra dialectal, cuando dijo a mi abuela: «Probablemente el tiempo ventoso conseguirá hacerla dormir a usted, mientras que fracasarían los hipnóticos más poderosos». «Todo lo contrario, caballero; el viento me impide en absoluto dormir.» Pero los médicos son susceptibles. «¡Ah!», murmuró Du Boulbon frunciendo el ceño, como si le hubieran dado un pisotón y como si los insomnios de mi abuela en las noches de tormenta fuesen para él una injuria personal. Con todo, no tenía demasiado amor propio, y como, en cuanto «espíritu superior», creía deber suyo no conceder fe a la medicina, recobró bien pronto su serenidad filosófica.
Ma mère, par désir passionné d′être rassurée par l′ami de Bergotte, ajouta à l′appui de son dire qu′une cousine germaine de ma grand′mère, en proie à une affection nerveuse, était restée sept ans cloîtrée dans sa chambre à coucher de Combray, sans se lever qu′une fois ou deux par semaine. Mi madre, por un deseo apasionado de ser tranquilizada por el amigo de Bergotte, añadió en apoyo de sus palabras que una prima hermana de mi abuela, presa de una afección nerviosa, se había pasado siete años enclaustrada en su dormitorio, en Combray, sin levantarse más que una vez o dos por semana.
— Vous voyez, Madame, je ne le savais pas, et j′aurais pu vous le dire. —Pues ya ve usted, señora, no lo sabía, y hubiera podido decírselo.
— Mais, Monsieur, je ne suis nullement comme elle, au contraire; mon médecin ne peut pas me faire rester couchée, dit ma grand′mère, soit qu′elle fût un peu agacée par les théories du docteur ou désireuse de lui soumettre les objections qu′on y pouvait faire, dans l′espoir qu′il les réfuterait, et que, une fois qu′il serait parti, elle n′aurait plus en elle-même aucun doute à élever sur son heureux diagnostic. —Pero, caballero, yo no soy ni poco ni mucho como ella; a mí, por el contrario, mi médico no consigue hacerme guardar cama —dijo mi abuela, ya porque se sintiese un tanto irritada por las teorías del doctor o que estuviera deseosa de exponerle las objeciones que podían hacerse á aquéllas, con la esperanza de que él las refutase y de que, en cuanto se hubiera ido, ya no le quedaría a ella ninguna duda que poner a su afortunado diagnóstico.
— Mais naturellement, Madame, on ne peut pas avoir, pardonnez-moi le mot, toutes les vésanies; vous en avez d′autres, vous n′avez pas celle-là. Hier, j′ai visité une maison de santé pour neurasthéniques. Dans le jardin, un homme était debout sur un banc, immobile comme un fakir, le cou incliné dans une position qui devait être fort pénible. Comme je lui demandais ce qu′il faisait là, il me répondit sans faire un mouvement ni tourner la tête: «Docteur, je suis extrêmement rhumatisant et enrhumable, je viens de prendre trop d′exercice, et pendant que je me donnais bêtement chaud ainsi, mon cou était appuyé contre mes flanelles. Si maintenant je l′éloignais de ces flanelles avant d′avoir laissé tomber ma chaleur, je suis sûr de prendre un torticolis et peut-être une bronchite.» Et il l′aurait pris, en effet. «Vous êtes un joli neurasthénique, voilà ce que vous êtes», lui dis-je. Savez-vous la raison qu′il me donna pour me prouver que non? C′est que, tandis que tous les malades de l′établissement avaient la manie de prendre leur poids, au point qu′on avait dû mettre un cadenas à la balance pour qu′ils ne passassent pas toute la journée à se peser, lui on était obligé de le forcer à monter sur la bascule, tant il en avait peu envie. Il triomphait de n′avoir pas la manie des autres, sans penser qu′il avait aussi la sienne et que c′était elle qui le préservait d′une autre. Ne soyez pas blessée de la comparaison, Madame, car cet homme qui n′osait pas tourner le cou de peur de s′enrhumer est le plus grand poète de notre temps. Ce pauvre maniaque est la plus haute intelligence que je connaisse. Supportez d′être appelée une nerveuse. Vous appartenez à cette famille magnifique et lamentable qui est le sel de la terre. Tout ce que nous connaissons de grand nous vient des nerveux. Ce sont eux et non pas d′autres qui ont fondé les religions et composé les chefs-d′oeuvre. Jamais le monde ne saura tout ce qu′il leur doit et surtout ce qu′eux ont souffert pour le lui donner. Nous goûtons les fines musiques, les beaux tableaux, mille délicatesses, mais nous ne savons pas ce qu′elles ont coûté, à ceux qui les inventèrent, d′insomnies, de pleurs, de rires spasmodiques, d′urticaires, d′asthmes, d′épilepsies, d′une angoisse de mourir qui est pire que tout cela, et que vous connaissez peut-être, Madame, ajouta-t-il en souriant à ma grand′mère, car, avouez-le, quand je suis venu, vous n′étiez pas très rassurée. Vous vous croyiez malade, dangereusement malade peut-être. Dieu sait de quelle affection vous croyiez découvrir en vous les symptômes. Et vous ne vous trompiez pas, vous les aviez. Le nervosisme est un pasticheur de génie. Il n′y a pas de maladie qu′il ne contrefasse à merveille. Il imite à s′y méprendre la dilatation des dyspeptiques, les nausées de la grossesse, l′arythmie du cardiaque, la fébricité du tuberculeux. Capable de tromper le médecin, comment ne tromperait-il pas le malade? Ah! ne croyez pas que je raille vos maux, je n′entreprendrais pas de les soigner si je ne savais pas les comprendre. Et, tenez, il n′y a de bonne confession que réciproque. Je vous ai dit que sans maladie nerveuse il n′est pas de grand artiste, qui plus est, ajouta-t-il en élevant gravement l′index, il n′y a pas de grand savant. J′ajouterai que, sans qu′il soit atteint lui-même de maladie nerveuse, il n′est pas, ne me faites pas dire de bon médecin, mais seulement de médecin correct des maladies nerveuses. Dans la pathologie nerveuse, un médecin qui ne dit pas trop de bêtises, c′est un malade à demi guéri, comme un critique est un poète qui ne fait plus de vers, un policier un voleur qui n′exerce plus. Moi, Madame, je ne me crois pas comme vous albuminurique, je n′ai pas la peur nerveuse de la nourriture, du grand air, mais je ne peux pas m′endormir sans m′être relevé plus de vingt fois pour voir si ma porte est fermée. Et cette maison de santé où j′ai trouvé hier un poète qui ne tournait pas le cou, j′y allais retenir une chambre, car, ceci entre nous, j′y passe mes vacances à me soigner quand j′ai augmenté mes maux en me fatiguant trop à guérir ceux des autres. —Naturalmente, señora, no puede uno tener, perdóneme la expresión, todas las vesanias; usted tiene otras, no tiene ésa. Ayer he visitado una casa de salud para neurasténicos. En el jardín había un hombre de pie en un banco, inmóvil como un faquir, con el cuello inclinado en una postura que debía de ser muy molesta. Al preguntarle yo qué estaba haciendo allí, me respondió sin hacer un movimiento ni volver la cabeza: «Doctor, soy extraordinariamente acatarrante yacatarrable, acabo de hacer demasiado ejercicio, ymientras me estaba acalorando estúpidamente de esa manera tenía el cuello apoyado contra la camiseta. Si ahora lo apartase de la camiseta antes de haber dejado caer el calor que tengo, estoy seguro de que cogería un tortícolis y quizá una bronquitis». Y la hubiera atrapado, en efecto. «Lo que es usted es un completo neurasténico», le dije. ¿Sabe usted qué razón me dio para demostrarme que no lo era? Pues que mientras que todos los enfermos del establecimiento tenían la manía de tomarse el peso, hasta el punto de que había que poner un candado a la balanza para que no se pasasen todo el día pesándose, con él se veían obligados a hacerlo subir por la fuerza a la báscula, de tan pocos deseos como tenía de pesarse. Hacía alarde de no tener la manía de los demás, sin pensar que también él tenía la suya, y que era esa manía la que lo libraba de otra. No se moleste usted por la comparación, señora, porque ese hombre que no se atrevía a volver el cuello por miedo a acatarrarse es el poeta más grande de nuestro tiempo. Ese pobre maniático es la inteligencia más alta que conozco. Aguante usted el ser calificada de nerviosa. Pertenece usted a esa familia magnífica y lamentable que es la sal de la tierra. Todo lo grande que conocemos nos viene de los nerviosos. Ellos y no otros son quienes han fundado las religiones y han compuesto las obras maestras. Jamás sabrá el mundo todo lo que les debe, y sobre todo lo que han sufrido ellos para dárselo. Saboreamos las músicas exquisitas, los hermosos cuadros, mil delicadezas, pero nada sabemos de lo que han costado a los que las inventaron, de los insomnios, de las lágrimas, risas espasmódicas, urticarias, asmas, epilepsias, una angustia de morirse que es peor que todo eso y que acaso conozca usted, señora —añadió sonriendo a mi abuela—, porque, confiéselo usted, cuando yo llegué aún no estaba usted muy tranquilizada. Se creía usted enferma, enferma de cuidado, tal vez. Sabe Dios de qué afección creía descubrir síntomas en usted misma. Y no se engañaba usted, los tenía. El nerviosismo es un imitador genial. No hay enfermedad que no remede a maravilla. Imita hasta hacerlo a uno equivocarse de la dilatación de los dispépticos, las náuseas del embarazo, la arritmia del cardíaco, la febrilidad del tuberculoso. Si es capaz de engañar al médico, ¿cómo no ha de engañar al enfermo? ¡Ah! No figure usted que me burlo de sus males; si no supiera comprenderlos no intentaría tratarlos. Y, ahí tiene usted, no hay confesión buena como no sea recíproca. Le he dicho a usted que no hay ningún gran artista sin una enfermedad nerviosa; es más — añadió alzando gravemente el dedo índice—, sin ella no hay gran sabio posible. Añadiré que sin padecer uno mismo una enfermedad nerviosa, no se es, no me haga usted decir que buen médico, sino solamente un médico correcto de enfermedades nerviosas. En la patología nerviosa, un médico que no dice demasiadas tonterías es un enfermo semicurado, como un crítico es un poeta que ya no hace versos, o un policía un ladrón que ya no ejerce. Yo, señora, no me creo, como usted, albuminúrico, no tengo el miedo nervioso al alimento, al aire libre; pero no puedo quedarme dormido sin haberme levantado más de veinte veces a ver si está cerrada la puerta de mi cuarto. Y a esa casa de salud en que encontré ayer a un poeta que no volvía el cuello, a esa casa iba yo a tomar una habitación, porque, esto entre para nosotros, allí me paso mis vacaciones cuidándome cuando he aumentado mis males fatigándome excesivamente en curar a los demás.
— Mais, Monsieur, devrais-je faire une cure semblable? dit avec effroi ma grand′mère. —Pero, caballero, ¿es que tendría que hacer yo una cura por el estilo? —dijo con espanto mi abuela.
— C′est inutile, Madame. Les manifestations que vous accusez céderont devant ma parole. Et puis vous avez près de vous quelqu′un de très puissant que je constitue désormais votre médecin. C′est votre mal, votre suractivité nerveuse. Je saurais la manière de vous en guérir, je me garderais bien de le faire. Il me suffit de lui commander. Je vois sur votre table un ouvrage de Bergotte. Guérie de votre nervosisme, vous ne l′aimeriez plus. Or, me sentirais-je le droit d′échanger les joies qu′il procure contre une intégrité nerveuse qui serait bien incapable de vous les donner? Mais ces joies mêmes, c′est un puissant remède, le plus puissant de tous peut-être. Non, je n′en veux pas à votre énergie nerveuse. Je lui demande seulement de m′écouter; je vous confie à elle. Qu′elle fasse machine en arrière. La force qu′elle mettait pour vous empêcher de vous promener, de prendre assez de nourriture, qu′elle l′emploie à vous faire manger, à vous faire lire, à vous faire sortir, à vous distraire de toutes façons. Ne me dites pas que vous êtes fatiguée. La fatigue est la réalisation organique d′une idée préconçue. Commencez par ne pas la penser. Et si jamais vous avez une petite indisposition, ce qui peut arriver à tout le monde, ce sera comme si vous ne l′aviez pas, car elle aura fait de vous, selon un mot profond de M. de Talleyrand, un bien portant imaginaire. Tenez, elle a commencé à vous guérir, vous m′écoutez toute droite, sans vous être appuyée une fois, l′oeil vif, la mine bonne, et il y a de cela une demi-heure d′horloge et vous ne vous en êtes pas aperçue. Madame, j′ai bien l′honneur de vous saluer. —Es inútil, señora. Las manifestaciones que acusa usted cederán ante mi palabra. Y además, tiene usted a su lado alguien poderosísimo a quien desde ahora constituyo en su médico. Es su mismo mal, su sobreactividad nerviosa. Aunque supiese el modo de curarla a usted de ella, me guardaría muy bien de hacerlo. Me basta con darle órdenes. Veo encima de su mesa una obra de Bergotte. En cuanto estuviese usted curada de su nerviosidad, dejaría de gustarle. Ahora bien, ¿podría sentirme yo con derecho a cambiar los goces que ese libro depara por una integridad nerviosa que sería harto incapaz de dárselos? Pero es que hasta esos goces, son un poderoso remedio, el más poderoso de todos, acaso. No, no hago reproches a su energía nerviosa. Le pido únicamente que me escuche; la confío a usted a ella. Que dé marcha atrás. La fuerza que empleaba en impedirle a usted que se pasease, que tomase suficiente alimento, que la emplee en hacerla comer, en hacerla leer, en hacerla salir, en distraerla en todas formas. No me diga usted que está cansada. La fatiga es la realización orgánica, de una idea preconcebida. Empiece usted por no pensar en ella. Y si alguna vez siente una pequeña indisposición, cosa que puede ocurrirle a todo el mundo, será como si no la tuviese, porque habrá hecho de usted, según una profunda frase del señor de Talleyrand, una persona sana imaginaria. Ya ve usted, ya ha empezado a curarla, me escucha usted derecha, sin haberse apoyado ni una vez en nada, con la mirada viva, buen semblante, y así lleva ya su buena media hora por el reloj, y no se ha dado cuenta usted de ello. Señora, he tenido mucho busto en saludarla.
Quand, après avoir reconduit le docteur du Boulbon, je rentrai dans la chambre où ma mère était seule, le chagrin qui m′oppressait depuis plusieurs semaines s′envola, je sentis que ma mère allait laisser éclater sa joie et qu′elle allait voir la mienne, j′éprouvai cette impossibilité de supporter l′attente de l′instant prochain où, près de nous, une personne va être émue qui, dans un autre ordre, est un peu comme la peur qu′on éprouve quand on sait que quelqu′un va entrer pour vous effrayer par une porte qui est encore fermée; je voulus dire un mot à maman, mais ma voix se brisa, et fondant en larmes, je restai longtemps, la tête sur son épaule, à pleurer, à goûter, à accepter, à chérir la douleur, maintenant que je savais qu′elle était sortie de ma vie, comme nous aimons à nous exalter de vertueux projets que les circonstances ne nous permettent pas de mettre à exécution. Françoise m′exaspéra en ne prenant pas part à notre joie. Elle était tout émue parce qu′une scène terrible avait éclaté entre le valet de pied et le concierge rapporteur. Il avait fallu que la duchesse, dans sa bonté, intervînt, rétablît un semblant de paix et pardonnât au valet de pied. Car elle était bonne, et ç‘aurait été la place idéale si elle n′avait pas écouté les «racontages». Cuando, después de haber acompañado al doctor Du Boulbon, volví al cuarto donde estaba sola mi madre, la pena que me oprimía desde hacía varias semanas alzó el vuelo; sentí que mi madre iba a dejar estallar su alegría y que iba a ver la mía; experimenté esa impasilibidad de soportar la espera del instante próximo en que una persona va a sentirse conmovida cerca de nosotros; impasibilidad que, en otro orden, viene a ser como el miedo que se siente cuando sabe uno que va a entrar alguien a asustarnos por una puerta que todavía está cerrada. Quise decirle algo a mamá, pero mi voz se quebró, y deshaciéndome en lágrimas me estuve largo rato, con la cabeza sobre su hombro, llorando, saboreando, aceptando, acariciando el dolor, ahora que sabía que había salido de mi vida, del mismo modo que gustamos de, exaltarnos con virtuosos proyectos que las circunstancias no nos permiten llevar a ejecución. Francisca me exasperó al no tornar parte en nuestra alegría. Estaba agitadísima porque había estallado una escena terrible entre el lacayo y el portero chismoso. Había habido necesidad de que la duquesa, con su bondad, interviniese, restableciese una apariencia de paz y perdonase al lacayo. Porque era buena, y en su casa se hubiera encontrado la colocación ideal si no hubiera dado oídos a los «chismorreos».
On commençait déjà depuis plusieurs jours à savoir ma grand′mère souffrante et à prendre de ses nouvelles. Saint–Loup m′avait écrit: «Je ne veux pas profiter de ces heures où ta chère grand′mère n′est pas bien pour te faire ce qui est beaucoup plus que des reproches et où elle n′est pour rien. Mais je mentirais en te disant, fût-ce par prétérition, que je n′oublierai jamais la perfidie de ta conduite et qu′il n′y aura jamais un pardon pour ta fourberie et ta trahison.» Mais des amis, jugeant ma grand′mère peu souffrante (on ignorait même qu′elle le fût du tout), m′avaient demandé de les prendre le lendemain aux Champs-Élysées pour aller de là faire une visite et assister, à la campagne, à un dîner qui m′amusait. Je n′avais plus aucune raison de renoncer à ces deux plaisirs. Quand on avait dit à ma grand′mère qu′il faudrait maintenant, pour obéir au docteur du Boulbon, qu′elle se promenât beaucoup, on a vu qu′elle avait tout de suite parlé des Champs-Élysées. Il me serait aisé de l′y conduire; pendant qu′elle serait assise à lire, de m′entendre avec mes amis sur le lieu où nous retrouver, et j′aurais encore le temps, en me dépêchant, de prendre avec eux le train pour Ville-d′Avray. Au moment convenu, ma grand′mère ne voulut pas sortir, se trouvant fatiguée. Mais ma mère, instruite par du Boulbon, eut l′énergie de se fâcher et de se faire obéir. Elle pleurait presque à la pensée que ma grand′mère allait retomber dans sa faiblesse nerveuse, et ne s′en relèverait plus. Jamais un temps aussi beau et chaud ne se prêterait si bien à sa sortie. Le soleil changeant de place intercalait ça et là dans la solidité rompue du balcon ses inconsistantes mousselines et donnait à la pierre de taille un tiède épiderme, un halo d′or imprécis. Comme Françoise n′avait pas eu le temps d′envoyer un «tube» à sa fille, elle nous quitta dès après le déjeuner. Ce fut déjà bien beau qu′avant elle entrât chez Jupien pour faire faire un point au mantelet que ma grand′mère mettrait pour sortir. Rentrant moi-même à ce moment-là de ma promenade matinale, j′allai avec elle chez le giletier. «Est-ce votre jeune maître qui vous amène ici, dit Jupien à Françoise, est-ce vous qui me l′amenez, ou bien est-ce quelque bon vent et la fortune qui vous amènent tous les deux?» Bien qu′il n′eût pas fait ses classes, Jupien respectait aussi naturellement la syntaxe que M. de Guermantes, malgré bien des efforts, la violait. Une fois Françoise partie et le mantelet réparé, il fallut que ma grand-mère s′habillât; Ayant refusé obstinément que maman restât avec elle, elle mit, toute seule, un temps infini à sa toilette, et maintenant que je savais qu′elle était bien portante, et avec cette étrange indifférence que nous avons pour nos parents tant qu′ils vivent, qui fait que nous les faisons passer après tout le monde, je la trouvais bien égoî²´e d′être si longue, de risquer de me mettre en retard quand elle savait que j′avais rendez-vous avec des amis et devais dîner à Ville-d′Avray. D′impatience, je finis par descendre d′avance, après qu′on m′eut dit deux fois qu′elle allait être prête. Enfin elle me rejoignit, sans me demander pardon de son retard comme elle faisait d′habitude dans ces cas-là, rouge et distraite comme une personne qui est pressée et qui a oublié la moitié de ses affaires, comme j′arrivais près de la porte vitrée entr′ouverte qui, sans les en réchauffer le moins du monde, laissait entrer l′air liquide, gazouillant et tiède du dehors, comme si on avait ouvert un réservoir, entre les glaciales parois de l′hôtel. Desde hacía varios días la gente había empezado a saber que mi abuela estaba mala y a preguntar por ella. Saint-Loup me había escrito: «No quiero aprovechar estas horas en que tu querida abuela no se encuentra bien para dirigirte lo que es mucho más que reproches y en lo que ella no entra para nada. Pero mentiría si no te dijera, aunque friese por omisión, que jamás olvidaré la perfidia de tu comportamiento yque no habrá perdón nunca para tu bellaquería ytu traición». Pero unos amigos que creían que mi abuela no estaba enferma (ignoraban incluso que lo estuviese ni poco ni mucho), me habían pedido que fuese a recogerlos a la mañana siguiente a los Campos Elíseos para ir desde allí a hacer una visita y asistir a un almuerzo, que me divertiría. Ya no tenía ninguna razón para renunciar a estos dos placeres. Cuando le habían dicho a mi abuela que ahora, para obedecer al doctor Du Boulbon, tendría que pasear mucho, ya se ha visto que había hablado inmediatamente de los Campos Elíseos. Habría de serme fácil llevarla a ellos y, mientras ella estaba sentada leyendo, entenderme con mis amigos tocante al lugar en que debíamos volver a encontrarnos, y aun me quedaría tiempo, si me daba prisa, para tomar con ellos el tren para Ville-d′Avray. En el momento convenido, mi abuela no quiso salir, porque se encontraba cansada. Pero mi madre, aleccionada por Du Boulbon, tuvo la energía necesaria para enfadarse y hacerse obedecer. Lloraba casi ante el pensamiento de que mi abuela iba a recaer en su debilidad nerviosa, y que ya no volvería a levantar cabeza de ella. Nunca se prestaría tan bien para su salida un tiempo tan hermoso y templado. El sol, al cambiar de lugar, intercalaba acá y allá en la solidez, cortada del balcón sus inconsistentes muselinas y daba a la piedra tallada una tibia epidermis, un halo de oro impreciso. Como Francisca no había tenido tiempo de mandar un «continental» a su hija, nos dejó después del almuerzo. No fue poco, ya que antes de irse entró un momento en casa de Jupien para hacer que le cogiesen un punto a la manteleta que había de ponerse mi abuela para salir. Yo, que volvía en ese momento de mi paseo matinal, fui con ella a casa del chalequero. «¿Es su señorito el que la trae a usted por aquí —le dijo Jupien a Francisca—, es usted la que lo trae a él, o bien es algún buen viento y la suerte lo que los trae a los dos?» Aunque no fuese hombre de estudios, Jupien respetaba la sintaxis tan naturalmente como el señor de Guermantes, a pesar de no pocos esfuerzos, la violaba. Una vez que se hubo marchado Francisca y que estuvo compuesta la manteleta, tuvo que arreglarse mi abuela. Como se había negado tenazmente a que mamá se quedase con ella, empleó, sola, un tiempo infinito en su tocado, yahora que yo sabía que no tenía nada, y que con esa extraña indiferencia que sentimos respecto de nuestros parientes mientras viven y que hace que los pospongamos a todo el mundo, me parecía el colmo del egoísmo por parte de ella el que tardase tanto, que me expusiese a llegar con retraso, cuando sabía que estaba citado con unos amigos y que tenía que comer en Ville-d′Avray. Con la impaciencia, acabé por bajar antes, después que me dijeron por dos veces que iba a estar enseguida. Por fin apareció, sin pedirme perdón por su retraso, como hacía de costumbre en estos casos, arrebolada y distraída como una persona que tiene prisa y se ha dejado olvidados la mitad de sus avíos, cuando ya llegaba yo cerca de la puerta vidriera entreabierta que, sin caldearlas poco ni mucho por ello, dejaba entrar el aire líquido, gorjeante y tibio de fuera, como si se hubiera abierto un depósito entre las frías paredes del hotel.
— Mon Dieu, puisque tu vas voir des amis, j′aurais pu mettre un autre mantelet. J′ai l′air un peu malheureux avec cela. —Dios mío, ya que vas a ver a unos amigos, hubiera podido ponerme otra manteleta. Con ésta no sé qué parezco.
Je fus frappé comme elle était congestionnée et compris que, s′étant mise en retard, elle avait dû beaucoup se dépêcher. Comme nous venions de quitter le fiacre à l′entrée de l′avenue Gabriel, dans les Champs-Élysées, je vis ma grand′mère qui, sans me parler, s′était détournée et se dirigeait vers le petit pavillon ancien, grillagé de vert, où un jour j′avais attendu Françoise. Le même garde forestier qui s′y trouvait alors y était encore auprès de la «marquise», quand, suivant ma grand′mère qui, parce qu′elle avait sans doute une nausée, tenait sa main devant sa bouche, je montai les degrés du petit théâtre rustique édifié au milieu des jardins. Au contrôle, comme dans ces cirques forains où le clown, prêt à entrer en scène et tout enfariné, reçoit lui-même à la porte le prix des places, la «marquise», percevant les entrées, était toujours là avec son museau énorme et irrégulier enduit de plâtre grossier, et son petit bonnet de rieurs rouges et de dentelle noire surmontant sa perruque rousse. Mais je ne crois pas qu′elle me reconnut. Le garde, délaissant la surveillance des verdures, à la couleur desquelles était assorti son uniforme, causait, assis à côté d′elle. Me chocó lo congestionada que estaba, y comprendí que como se había retrasado había tenido que darse mucha prisa. Cuando acabábamos de dejar el coche de punto a la entrada de la Avenida Gabriel, vi que mi abuela, sin hablarme, se había desviado y se dirigía al viejo quiosco enrejado de verde en que había esperado yo un día a Francisca. El mismo guarda forestal que entonces se encontraba allí seguía al lado de la « marquesa» cuando yo, siguiendo a mi abuela, que sin duda porque sentía náuseas llevaba la mano puesta delante de la boca, subí los escalones del teatrillo rústico, edificado en medio de los jardines. En la taquilla, como en esos circos de feria en que el clown, dispuesto para salir a escena y completamente enharinado, recibe ala puerta el importe de las localidades, la «marquesa» seguía plantada con su jeta enorme e irregular embadurnada de grosero yeso, ycon su gorrito de flores rojas yencaje negro coronando su peluca roja. Pero no creo que me reconociese. El guarda, descuidando la vigilancia de los céspedes, con cuyo color hacía juego su uniforme, charlaba, sentado junto a ella.
— Alors, disait-il, vous êtes toujours là. Vous ne pensez pas à vous retirer. —¿Así es que —decía— usted está siempre en eso? ¿No piensa usted en retirarse"
— Et pourquoi que je me retirerais, Monsieur? Voulez-vous me dire où je serais mieux qu′ici, où j′aurais plus mes aises et tout le confortable? Et puis toujours du va-et-vient, de la distraction; c′est ce que j′appelle mon petit Paris: mes clients me tiennent au courant de ce qui se passe. Tenez, Monsieur, il y en a un qui est sorti il n′y a pas plus de cinq minutes, c′est un magistrat tout ce qu′il y a de plus haut placé. Eh bien! Monsieur, s′écria-t-elle avec ardeur comme prête à soutenir cette assertion par la violence — si l′agent de l′autorité avait fait mine d′en contester l′exactitude — depuis huit ans, vous m′entendez bien, tous les jours que Dieu a faits, sur le coup de 3 heures, il est ici, toujours poli, jamais un mot plus haut que l′autre, ne salissant jamais rien, il reste plus d′une demi-heure pour lire ses journaux en faisant ses petits besoins. Un seul jour il n′est pas venu. Sur le moment je ne m′en suis pas aperçue, mais le soir tout d′un coup je me suis dit: «Tiens, mais ce monsieur n′est pas venu, il est peut-être mort.» Ça m′a fait quelque chose parce que je m′attache quand le monde est bien. Aussi j′ai été bien contente quand je l′ai revu le lendemain, je lui ai dit: «Monsieur, il ne vous était rien arrivé hier?» Alors il m′a dit comme ça qu′il ne lui était rien arrivé à lui, que c′était sa femme qui était morte, et qu′il avait été si retourné qu′il n′avait pas pu venir. Il avait l′air triste assurément, vous comprenez, des gens qui étaient mariés depuis vingt-cinq ans, mais il avait l′air content tout de même de revenir. On sentait qu′il avait été tout dérangé dans ses petites habitudes. J′ai tâché de le remonter, je lui ai dit: «Il ne faut pas se laisser aller. Venez comme avant, dans votre chagrin ça vous fera une petite distraction.» —¿Y a qué he de retirarme, señor? ¿Quiere usted decirme dónde podría estar mejor que aquí, dónde me encontraría más a gusto y con todas las comodidades? Y además, siempre hay movimiento, distracción: esto es lo que yo llamo mi París chico: mis clientes me tienen al corriente de todo lo que pasa. Ahí tiene usted, hoy uno que ha salido no hará ni cinco minutos, es un magistrado de lo más distinguido. Pues bueno —exclamó con ardor, como dispuesta a sostener este aserto por la violencia, si el agente de la autoridad hubiera insinuado un solo gesto de poner en tela de juicio su exactitud—: desde hace ocho años, ¿me entiende usted?, todos los días que echa Dios al mundo, al dar las tres, está aquí, tan educado siempre, sin una palabra más alta que otra, sin ensuciar nunca nada, se queda más de media hora para leer sus periódicos mientras hace sus necesidades. No ha dejado de venir más que un día. Al principio no me di cuenta; pero a la noche, de pronto, me dije: «¡Hombre!, pues no ha venido el señor ese; a lo mejor se ha muerto». No dejó de hacerme impresión, porque yo, cuando la gente es como debe ser, le tomo ley. Así es que me puse muy contenta cuando lo vi al día siguiente, y le dije: «¿Qué hay, señor? ¿No le habrá pasado nada ayer?» Entonces me dijo que a él no le había pasado nada, que quien se había muerto era su mujer, y que había estado tan trastornado que no había podido venir. Estaba triste, claro es; ¡figúrese usted!, ¡llevaban veinticinco años de casados!, pero al mismo tiempo estaba satisfecho de volver aquí. Se veía que le habían trastornado sus costumbres. Yo traté de darle ánimos, y le dije: «No hay que dejarse amilanar. Venga usted por aquí como antes; estando como está usted apenado, así tendrá usted alguna distracción ».
La «marquise» reprit un ton plus doux, car elle avait constaté que le protecteur des massifs et des pelouses l′écoutait avec bonhomie sans songer à la contredire, gardant inoffensive au fourreau une épée qui avait plutôt l′air de quelque instrument de jardinage ou de quelque attribut horticole. La «marquesa» adoptó un tono más dulce, porque se había dado cuenta de que el protector de los macizos y de los céspedes la escuchaba benévolamente sin pensar en llevarle la contraria, conservando inofensiva en la vaina una espada que más que otra cosa parecía un instrumento de jardinería o un atributo hortícola.
— Et puis, dit-elle, je choisis mes clients, je ne reçois pas tout le monde dans ce que j′appelle mes salons. Est-ce que ça n′a pas l′air d′un salon, avec mes fleurs? Comme j′ai des clients très aimables, toujours l′un ou l′autre veut m′apporter une petite branche de beau lilas, de jasmin, ou des roses, ma fleur préférée. —Además —dijo—, escojo mis clientes; yo no recibo a todo el mundo en lo que llamo mis salones. Porque, ¡a ver si no parece esto un salón con mis flores! Como tengo clientes muy amables, siempre hay uno u otro que quiera traerme un esqueje de lilas preciosas, de jazmín o de rosas, que son la flor que prefiero.
L′idée que nous étions peut-être mal jugés par cette dame en ne lui apportant jamais ni lilas, ni belles roses me fit rougir, et pour tâcher d′échapper physiquement — ou de n′être jugé par elle que par contumace —à un mauvais jugement, je m′avançai vers la porte de sortie. Mais ce ne sont pas toujours dans la vie les personnes qui apportent les belles roses pour qui on est le plus aimable, car la «marquise», croyant que je m′ennuyais, s′adressa à moi: La idea de que acaso nos juzgase mal aquella clama porque nunca le llevábamos lilas ni rosas hermosas me hizo poner colorado, y para tratar de sustraerme físicamente —o de no ser juzgado por ella como no fuese por contumancia— a un fallo desfavorable, di un paso hacia la puerta de salida. Pero no son siempre en la vida las personas que traen rosas bonitas aquellas con quienes se es más amable, porque la «marquesa», creyendo que yo me aburría, se dirigió a mí:
— Vous ne voulez pas que je vous ouvre une petite cabine? —¿No quiere usted que le abra un retrete"
Et comme je refusais: Y como rechazase su ofrecimiento
— Non, vous ne voulez pas? ajouta-t-elle avec un sourire; c′était de bon coeur, mais je sais bien que ce sont des besoins qu′il ne suffit pas de ne pas payer pour les avoir. —¿No quiere usted? —añadió con una sonrisa—. Se lo ofrecía a usted con gusto, pero bien sé que esas necesidades son de las que no basta con no pagar para tenerlas.
A ce moment une femme mal vêtue entra précipitamment qui semblait précisément les éprouver. Mais elle ne faisait pas partie du monde de la «marquise», car celle-ci, avec une férocité de snob, lui dit sèchement: En ese momento entró precipitadamente una mujer mal vestida que precisamente parecía sentirlas. Pero no formaba parte del inundo de la «marquesa», porque ésta, con una ferocidad de snob, le dijo secamente
— Il n′y a rien de libre, Madame. —No hay ninguno libre, señora.
— Est-ce que ce sera long? demanda la pauvre dame, rouge sous ses fleurs jaunes. —¿Tardarán mucho? —preguntó la pobre señora, encendida bajo sus flores amarillas.
— Ah! Madame, je vous conseille d′aller ailleurs, car, vous voyez, il y a encore ces deux messieurs qui attendent, dit-elle en nous montrant moi et le garde, et je n′ai qu′un cabinet, les autres sont en réparation. —¡Ay, señora! Le aconsejo a usted que vaya a otro sitio, por que ya ve usted que todavía están esperando estos dos caballeros — dijo señalándonos a mí y alguarda—, y no tengo más que un retrete; los demás están en reparación.
«Ça a une tête de mauvais payeur, dit la «marquise». Ce n′est pas le genre d′ici, ça n′a pas de propreté, pas de respect, il aurait fallu que ce soit moi qui passe une heure à nettoyer pour madame. Je ne regrette pas ses deux sous.» —Ésa tiene pinta de roñosa —dijo la «marquesa»—. No es ése el género de personas de aquí; esa gente no sabe lo que es limpieza ni respeto; hubiera tenido que pasarme una hora limpiando a cuenta de la señora. ¡Lo que es, no me apuro por sus diez céntimos!
Enfin ma grand′mère sortit, et songeant qu′elle ne chercherait pas à effacer par un pourboire l′indiscrétion qu′elle avait montrée en restant un temps pareil, je battis en retraite pour ne pas avoir une part du dédain que lui témoignerait sans doute la «marquise», et je m′engageai dans une allée, mais lentement, pour que ma grand′mère pût facilement me rejoindre et continuer avec moi. C′est ce qui arriva bientôt. Je pensais que ma grand′mère allait me dire: «Je t′ai fait bien attendre, j′espère que tu ne manqueras tout de même pas tes amis», mais elle ne prononça pas une seule parole, si bien qu′un peu déçu, je ne voulus pas lui parler le premier; enfin levant les yeux vers elle, je vis que, tout en marchant auprès de moi, elle tenait la tête tournée de l′autre côté. Je craignais qu′elle n′eût encore mal au coeur. Je la regardai mieux et fus frappé de sa saccadée. Son chapeau était de travers, son manteau sale, elle avait l′aspect désordonné et mécontent, la figure rouge et préoccupée d′une personne qui vient d′être bousculée par une voiture ou qu′on a retirée d′un fossé. Al fin salió mi abuela, y yo, pensando que no trataría de borrar con una propina la indiscreción de que había dado muestra al estarse tanto tiempo, me batí en retirada para no tener mi parte en el desdén que sin duda le testimoniaría la «marquesa», y eché a andar por una avenida, pero despacio, porque mi abuela pudiera alcanzarme fácilmente y seguir andando conmigo. No tardó en ocurrir así. Pensaba yo que mi abuela iba a decirme: «Te he hecho esperar mucho; de todas maneras, creo que no dejarás de encontrar a tus amigos»; pero no pronunció ni una palabra, hasta el punto de que, un tanto defraudado, no quise ser yo el primero que hablase; por fin, al alzar los ojos a ella, vi que, aun cuando iba andando junto a mí, llevaba la cabeza vuelta hacia otro lado. Temí que siguiera sintiéndome mareada. La miré mejor y me extrañó lo nervioso de su paso. Llevaba el sombrero de medio lado, el abrigo sucio, tenía el aspecto desordenado ycomo de encontrarse a disgusto, yla cara encendida ypreocupada de una persona que acaba de ser atropellada por un carruaje o que ha sido extraída de una zanja.
— J′ai eu peur que tu n′aies eu une nausée, grand′mère; te sens-tu mieux? lui dis-je. —Temí que te hubiesen dado náuseas, abuela; ¿te sientes mejor? —le dije.
Sans doute pensa-t-elle qu′il lui était impossible, sans m′inquiéter, de ne pas me répondre. Indudablemente pensó que no podía menos, so pena de asustarme, de no dejar de responder.
— J′ai entendu toute la conversation entre la «marquise» et le garde, me dit-elle. C′était on ne peut plus Guermantes et petit noyau Verdurin. Dieu! qu′en termes galants ces choses-là étaient mises. Et elle ajouta encore, avec application, ceci de sa marquise à elle, Mme de Sévigné: «En les écoutant je pensais qu′ils me préparaient les délices d′un adieu.» —He oído toda la conversación entre la «marquesa» y el guarda —me dijo—. Era cosa de Guermantes y del cotarrillo de Verdurin hasta dejarlo de sobra. ¡Señor! ¡Con qué finura estaba expresado todo ello! Y aun añadió, aplicadamente, esta frase de su marquesa, de la suya, de madama de Sévigné: «Mientras les escuchaba estaba pensando que me preparaban las delicias de un adiós».
Voilà le propos qu′elle me tint et où elle avait mis toute sa finesse, son goût des citations, sa mémoire des classiques, un peu plus même qu′elle n′eût fait d′habitude et comme pour montrer qu′elle gardait bien tout cela en sa possession. Mais ces phrases, je les devinai plutôt que je ne les entendis, tant elle les prononça d′une voix ronchonnante et en serrant les dents plus que ne pouvait l′expliquer la peur de vomir. Tales fueron las palabras que me dirigió y en las que había puesto todo su amor a las citas, sus recuerdos de los clásicos, incluso un poco más de lo que hubiera hecho de costumbre y como para testimoniar que conservaba perfectamente todo aquello en posesión suya. Pero todas estas frases las adiviné más que las oí, hasta tal punto las pronunció con una voz gangosa y apretando los dientes más de lo que podía explicar el temor al vómito.
— Allons, lui dis-je assez légèrement pour n′avoir pas l′air de prendre trop au sérieux son malaise, puisque tu as un peu mal au coeur, si tu veux bien nous allons rentrer, je ne veux pas promener aux Champs-Élysées une grand′mère qui a une indigestion. —Bueno —le dije con bastante ligereza para que no pareciese que tomaba demasiado en serio su indisposición—, ya que te sientes un poco mareada, si te parece, vamos a volvernos a casa; no quiero pasear por los Campos Elíseos a una abuela que tiene una indigestión.
— Je n′osais pas te le proposer à cause de tes amis, me répondit-elle. Pauvre petit! Mais puisque tu le veux bien, c′est plus sage. —No me atrevía a decírtelo por tus amigos —me respondió—. ¡Pobre pequeño! Pero ya que te parece bien, es lo más prudente.
J′eus peur qu′elle ne remarquât la façon dont elle prononçait ces mots. Temí que ella misma se diese cuenta de la forma en que pronunciaba estas palabras.
— Voyons, lui dis-je brusquement, ne te fatigue donc pas à parler, puisque tu as mal au coeur; c′est absurde, attends au moins que nous soyons rentrés. —Bueno —le dije bruscamente—, no te fatigues hablando; estando como estás mareada, es absurdo. Por lo menos, espera a que hayamos vuelto a casa.
Elle me sourit tristement et me serra la main. Elle avait compris qu′il n′y avait pas à me cacher ce que j′avais deviné tout de suite: qu′elle venait d′avoir une petite attaque. Me sonrió tristemente y me apretó la mano. Había comprendido que no tenía por qué ocultarme lo que yo había adivinado enseguida: que acababa de tener un ataque.





II. Chapitre Premier

Capítulo primero

Maladie de ma Grand′mère. Maladie de Bergotte. Le Duc et le Médecin. Déclin de ma Grand′mère. Sa Mort.
Enfermedad de mi abuela. Enfermedad de Bergotte. El duque y el médico. Últimos días de mi abuela. Su muerte.
Nous retraversâmes l′avenue Gabriel, au milieu de la foule des promeneurs. Je fis asseoir ma grand′mère sur un banc et j′allai chercher un fiacre. Elle, au coeur de qui je me plaçais toujours pour juger la personne la plus insignifiante, elle m′était maintenant fermée, elle était devenue une partie du monde extérieur, et plus qu′à de simples passants, j′étais forcé de lui taire ce que je pensais de son état, de lui taire mon inquiétude. Je n′aurais pu lui en parler avec plus de confiance qu′à une étrangère. Elle venait de me restituer les pensées, les chagrins que depuis mon enfance je lui avais confiés pour toujours. Elle n′était pas morte encore. J′étais déjà seul. Et même ces allusions qu′elle avait faites aux Guermantes, à Molière, à nos conversations sur le petit noyau, prenaient un air sans appui, sans cause, fantastique, parce qu′elles sortaient du néant de ce même être qui, demain peut-être, n′existerait plus, pour lequel elles n′auraient plus aucun sens, de ce néant — incapable de les concevoir — que ma grand′mère serait bientôt. Volvimos a cruzar la Avenida Gabriel, en medio de la muchedumbre de los paseantes. Hice sentarse a mi abuela en un banco Y fui a buscar un coche de punto. Ella, en cuyo corazón me ponía yo siempre para juzgar a la persona más insignificante, estaba ahora cerrada para mí, había pasado a ser una parte del mundo exterior, y yo, más todavía que a unos simples transeúntes, me veía obligado a no decirle lo que pensaba de su estado, a callarle mi inquietud. No hubiera podido hablarle de ello con más confianza que a una extraña. Acababa de restituirme los pensamientos, los pesares que desde mi niñez, le había confiado para siempre. Aún no se había muerto. Yo estaba solo ya. Y hasta las alusiones que mi abuela había hecho a los Guermantes, a Moliére, a nuestras conversaciones en torno al cogollito, cobraban una apariencia falta de apoyo, sin causa, fantástica, porque salían de la nada de este mismo ser que acaso no existiría ya mañana, para el que ya no tendría ningún sentido, de la nada — incapaz de concebirlas— que mi abuela sería bien pronto.
— Monsieur, je ne dis pas, mais vous n′avez pas pris de rendez-vous avec moi, vous n′avez pas de numéro. D′ailleurs, ce n′est pas mon jour de consultation. Vous devez avoir votre médecin. Je ne peux pas me substituer, à moins qu′il ne me fasse appeler en consultation. C′est une question de déontologie. . . . -Caballero, esto no es decir que..., pero usted no me ha pedido hora, no tiene usted número. Además, hoy no es día de consulta. Usted tendrá su médico. Yo no puedo sustituirlo, a menos que él me haga llamar en consulta. Es una cuestión de deontología...
Au moment où je faisais signe à un fiacre, j′avais rencontré le fameux professeur E . . ., presque ami de mon père et de mon grand-père, en tout cas en relations avec eux, lequel demeurait avenue Gabriel, et, pris d′une inspiration subite, je l′avais arrêté au moment où il rentrait, pensant qu′il serait peut-être d′un excellent conseil pour ma grand′mère. Mais, pressé, après avoir pris ses lettres, il voulait m′éconduire, et je ne pus lui parler qu′en montant avec lui dans l′ascenseur, dont il me pria de le laisser manoeuvrer les boutons, c′était chez lui une manie. En el momento en que yo hacía señas a un coche de punto me había tropezado con el célebre profesor E..., amigo casi de mi padre y de mi abuelo -por lo menos, se trataba con ellos-, que vivía en la Avenida Gabriel, y, asaltado por una inspiración súbita, lo había parado en el momento en que entraba en su casa, pensando que acaso fuese de excelente consejo para mi abuela. Pero él, que llevaba prisa, después de haber recogido sus cartas, quería despacharme, y no pude hablarle de otra manera que subiendo con él en el ascensor, cuyos botones me pidió lo dejase manipular, cosa que en él era una manía.
— Mais, Monsieur, je ne demande pas que vous receviez ma grand′mère, vous comprendrez après ce que je vais vous dire, qu′elle est peu en état, je vous demande au contraire de passer d′ici une demi-heure chez nous, où elle sera rentrée. -¡Pero, caballero, yo no le pido que reciba a mi abuela! Después comprenderá usted lo que quiero decirle; mi abuela no está en condiciones de subir: lo que yo le pido a usted, por el contrario, es que de aquí a media hora se pase por nuestra casa, adonde ya habrá vuelto ella.
— Passer chez vous? mais, Monsieur, vous n′y pensez pas. Je dîne chez le Ministre du Commerce, il faut que je fasse une visite avant, je vais m′habiller tout de suite; pour comble de malheur mon habit a été déchiré et l′autre n′a pas de boutonnière pour passer les décorations. Je vous en prie, faites-moi le plaisir de ne pas toucher les boutons de l′ascenseur, vous ne savez pas le manoeuvrer, il faut être prudent en tout. Cette boutonnière va me retarder encore. Enfin, par amitié pour les vôtres, si votre grand′mère vient tout de suite je la recevrai. Mais je vous préviens que je n′aurai qu′un quart d′heure bien juste à lui donner. -¿Que vaya yo a su casa? No piense usted en semejante cosa, caballero. Ceno en casa del ministro de Comercio, no tengo más remedio que hacer antes una visita, voy a vestirme ahora mismo; para colmo de desdichas, me han hecho un siete en el frac, y el otro no tiene ojal para poner las condecoraciones. Por favor, tenga usted la bondad de no tocar los botones del ascensor, no sabe usted manejarlos, hay que ser prudentes en todo. Ese ojal va a acabar de retrasarme. En fin, por amistad a su familia, si su abuela de usted viene enseguida, la recibiré. Pero le advierto que sólo dispongo de un cuarto de hora justo
J′étais reparti aussitôt, n′étant même pas sorti de l′ascenseur que le professeur E . . . avait mis lui-même en marche pour me faire descendre, non sans me regarder avec méfiance. Yo había partido de nuevo inmediatamente, sin salir siquiera del ascensor, que el mismo profesor E... había puesto en marcha para hacerme bajar, no sin mirarme con desconfianza.
Nous disons bien que l′heure de la mort est incertaine, mais quand nous disons cela, nous nous représentons cette heure comme située dans un espace vague et lointain, nous ne pensons pas qu′elle ait un rapport quelconque avec la journée déjà commencée et puisse signifier que la mort — ou sa première prise de possession partielle de nous, après laquelle elle ne nous lâchera plus — pourra se produire dans cet après-midi même, si peu incertain, cet après-midi où l′emploi de toutes les heures est réglé d′avance. On tient à sa promenade pour avoir dans un mois le total de bon air nécessaire, on a hésité sur le choix d′un manteau à emporter, du cocher à appeler, on est en fiacre, la journée est tout entière devant vous, courte, parce qu′on veut être rentré à temps pour recevoir une amie; on voudrait qu′il fît aussi beau le lendemain; et on ne se doute pas que la mort, qui cheminait en vous dans un autre plan, au milieu d′une impénétrable obscurité, a choisi précisément ce jour-là pour entrer en scène, dans quelques minutes, à peu près à l′instant où la voiture atteindra les Champs-Élysées. Peut-être ceux que hante d′habitude l′effroi de la singularité particulière à la mort, trouveront-ils quelque chose de rassurant à ce genre de mort-là—à ce genre de premier contact avec la mort — parce qu′elle y revêt une apparence connue, familière, quotidienne. Un bon déjeuner l′a précédée et la même sortie que font des gens bien portants. Un retour en voiture découverte se superpose à sa première atteinte; si malade que fût ma grand′mère, en somme plusieurs personnes auraient pu dire qu′à six heures, quand nous revînmes des Champs-Élysées, elles l′avaient saluée, passant en voiture découverte, par un temps superbe. Legrandin, qui se dirigeait vers la place de la Concorde, nous donna un coup de chapeau, en s′arrêtant, l′air étonné. Moi qui n′étais pas encore détaché de la vie, je demandai à ma grand′mère si elle lui avait répondu, lui rappelant qu′il était susceptible. Ma grand′mère, me trouvant sans doute bien léger, leva sa main en l′air comme pour dire: «Qu′est-ce que cela fait? cela n′a aucune importance.» Realmente decimos que la hora de la muerte es incierta, pero cuando lo decimos nos representamos esa hora como situada en un espacio vago y remoto; no pensamos que tenga la menor relación con la jornada comenzada ya y que pueda significar que la muerte — o su primera toma de posesión parcial de nosotros, después de la cual ya no ha de soltarnos— podrá producirse esta misma tarde, tan poco incierta, esta tarde en que el empleo de todas las horas está regulado de antemano. Tiene tino empeño en salir de paseo para alcanzar en un mes el total de aire sano necesario; ha vacilado respecto a la elección del abrigo que debe llevar, del cochero a que llamará; está uno en el coche, tiene por delante toda la jornada corta, porque quiere uno volver a tiempo para recibir a una amiga; quisiéramos que hiciese también buen tiempo a la mañana siguiente, y no se sospecha que la muerte, que caminaba en nosotros en otro plano, en medio de una impenetrable oscuridad, ha escogido precisamente este día para salir a escena, dentro de unos minutos, aproximadamente en el momento en que el coche llegue a los Campos Elíseos. Quizá aquellos —a quienes acosa de ordinario el horror a la singularidad peculiar de la muerte encuentren algo tranquilizador en este género de muerte —este modo de primer contacto con la muerte— porque en él asume aquélla una apariencia conocida, familiar, cotidiana. La han precedido un buen almuerzo y la misma salida que hacen las gentes que gozan de buena salud. Una vuelta a casa en coche descubierto se superpone a su primer ataque; por enferma que estuviese mi abuela, al fin y al cabo, muchas personas hubieran podido decir que a las seis, cuando volvíamos de los Campos Elíseos, la habían saludado al pasar en coche descubierto, con un tiempo soberbio. Legrandin, que se encaminaba a la plaza de la Concordia, nos dirigió un sombrerazo, parándose con expresión de asombro. Yo, que no estaba desligado aún de la vida, pregunté a mi abuela si le había respondido, recordándole lo quisquilloso que era. Mi abuela, encontrándome sin duda harto ligero, alzó la mano en el aire como para decir: «¡Qué más da!, no tiene ninguna importancia».
Oui, on aurait pu dire tout à l′heure, pendant que je cherchais un fiacre, que ma grand′mère était assise sur un banc, avenue Gabriel, qu′un peu après elle avait passé en voiture découverte. Mais eût-ce été bien vrai? Le banc, lui, pour qu′il se tienne dans une avenue — bien qu′il soit soumis aussi à certaines conditions d′équilibre — n′a pas besoin d′énergie. Mais pour qu′un être vivant soit stable, même appuyé sur un banc ou dans une voiture, il faut une tension de forces que nous ne percevons pas, d′habitude, plus que nous ne percevons (parce qu′elle s′exerce dans tous les sens) la pression atmosphérique. Peut-être si on faisait le vide en nous et qu′on nous laissât supporter la pression de l′air, sentirions-nous, pendant l′instant qui précéderait notre destruction, le poids terrible que rien ne neutraliserait plus. De même, quand les abîmes de la maladie et de la mort s′ouvrent en nous et que nous n′avons plus rien à opposer au tumulte avec lequel le monde et notre propre corps se ruent sur nous, alors soutenir même la pesée de nos muscles, même le frisson qui dévaste nos moelles, alors, même nous tenir immobiles dans ce que nous croyons d′habitude n′être rien que la simple position négative d′une chose, exige, si l′on veut que la tête reste droite et le regard calme, de l′énergie vitale, et devient l′objet d′une lutte épuisante. Sí, hubiera podido decirse hacía un momento, mientras yo buscaba un coche de punto, que mi abuela quedaba sentada en un banco de la Avenida Gabriel y que poco después había pasado en coche descubierto. Pero, ¿hubiera sido ésa la verdad? El banco, para estarse en una avenida —aun cuando se halle sometido también él a ciertas condiciones de equilibrio—, no necesita de energía. Mas para que un ser vivo se mantenga estable, aunque sea apoyado en un banco o en un coche, es menester tensión de fuerzas que ordinariamente no percibimos, de igual suerte que no percibimos (porque actúa en todas direcciones) la presión atmosférica. Es posible que si se hiciera el vacío en nosotros y se nos dejara soportar la presión del aire, sintiésemos durante el segundo que precediera a nuestra destrucción el peso terrible que nada neutralizaría ya. Del mismo modo, cuando los abismos de la enfermedad yde la muerte se abren en nosotros y ya nada tenemos que oponer al tumulto con que el mundo y nuestro propio cuerpo se abalanzará sobre nosotros, entonces sostener hasta el empujón de nuestros músculos, hasta el escalofrío que devasta nuestros tuétanos; entonces, incluso el mantenernos inmóviles en lo que de costumbre creemos que no es sino la simple posición negativa, de una cosa, exige, si se quiere que la cabeza permanezca erguida y la mirada serena, energía vital, y se convierte en objeto de una pugna agotadora.
Et si Legrandin nous avait regardés de cet air étonné, c′est qu′à lui comme à ceux qui passaient alors, dans le fiacre où ma grand′mère semblait assise sur la banquette, elle était apparue sombrant, glissant à l′abîme, se retenant désespérément aux coussins qui pouvaient à peine retenir son corps précipité, les cheveux en désordre, l′oeil égaré, incapable de plus faire face à l′assaut des images que ne réussissait plus à porter sa prunelle. Elle était apparue, bien qu′à côté de moi, plongée dans ce monde inconnu au sein duquel elle avait déjà reçu les coups dont elle portait les traces quand je l′avais vue tout à l′heure aux Champs-Élysées, son chapeau, son visage, son manteau dérangés par la main de l′ange invisible avec lequel elle avait lutté. J′ai pensé, depuis, que ce moment de son attaque n′avait pas dû surprendre entièrement ma grand′mère, que peut-être même elle l′avait prévu longtemps d′avance, avait vécu dans son attente. Sans doute, elle n′avait pas su quand ce moment fatal viendrait, incertaine, pareille aux amants qu′un doute du même genre porte tour à tour à fonder des espoirs déraisonnables et des soupçons injustifiés sur la fidélité de leur maîtresse. Mais il est rare que ces grandes maladies, telles que celle qui venait enfin de la frapper en plein visage, n′élisent pas pendant longtemps domicile chez le malade avant de le tuer, et durant cette période ne se fassent pas assez vite, comme un voisin ou un locataire «liant», connaître de lui. C′est une terrible connaissance, moins par les souffrances qu′elle cause que par l′étrange nouveauté des restrictions définitives qu′elle impose à la vie. On se voit mourir, dans ce cas, non pas à l′instant même de la mort, mais des mois, quelquefois des années auparavant, depuis qu′elle est hideusement venue habiter chez nous. La malade fait la connaissance de l′étranger qu′elle entend aller et venir dans son cerveau. Certes elle ne le connaît pas de vue, mais des bruits qu′elle l′entend régulièrement faire elle déduit ses habitudes. Est-ce un malfaiteur? Un matin, elle ne l′entend plus. Il est parti. Ah! si c′était pour toujours! Le soir, il est revenu. Quels sont ses desseins? Le médecin consultant, soumis à la question, comme une maîtresse adorée, répond par des serments tel jour crus, tel jour mis en doute. Au reste, plutôt que celui de la maîtresse, le médecin joue le rôle des serviteurs interrogés. Ils ne sont que des tiers. Celle que nous pressons, dont nous soupçonnons qu′elle est sur le point de nous trahir, c′est la vie elle-même, et malgré que nous ne la sentions plus la même, nous croyons encore en elle, nous demeurons en tout cas dans le doute jusqu′au jour qu′elle nous a enfin abandonnés. Y si Legrandin nos había mirado con aquella expresión de asombro, es porque a él, como a los que entonces pasaban, en el coche de punto en cuya banqueta parecía ir sentada mi abuela se les había aparecido, ésta hundiéndose, deslizándose al abismo, agarrándose desesperadamente a los cojines, que apenas podían detener su cuerpo precipitado, con el pelo en desorden, extraviada la mirada, incapaz de hacer cara por más tiempo al asalto de las imágenes que ya no conseguía sostener su pupila. Se les había aparecido, bien que al lado mío, sumida en el desconocido mundo en cuyo seno había recibido ya los golpes cuyas huellas ostentaba cuando yo la había visto un momento antes en los Campos Elíseos, descompuestos su sombrero, su semblante, su abrigo, por la mano del ángel invisible con quien había luchado. Después he pensado que en ese momento de su ataque no había debido de sorprender del todo a mi abuela, que acaso lo tuviera previsto, inclusive, con mucha anticipación, que había vivido en espera de él. Claro está que no había sabido cuándo llegaría a ese momento fatal, incierta, semejante a los enamorados, a quienes una duda del mismo género mueve sucesivamente a fundar desatinadas esperanzas y sospechas injustificadas respecto a la fidelidad de su amada. Pero es raro que esas grandes enfermedades, como la que al fin acababa de herirla en pleno rostro, no elijan en mucho tiempo domicilio en el enfermo antes de matarlo, y que durante ese período no se den a conocer a él suficientemente aprisa, como un vecino o un inquilino afable y entremetido. Es un terrible conocimiento, no tanto por los sufrimientos de que es causa como por la extraña novedad de las restricciones definitivas que impone la vida. Se ve uno morir, en ese caso, no en el instante mismo de la muerte, sino desde meses, a veces desde años antes, desde que la enfermedad ha venido espantosamente a habitar en nosotros. La enferma traba conocimiento con el extraño a quien oye ir y venir por su cerebro. No lo conoce de vista, claro está; pero de los ruidos que le oye hacer regularmente deduce sus costumbres. ¿Es un malhechor? Una mañana ya no lo oye. Se ha ido. ¡Ah, si fuera para siempre! A la noche ha vuelto. ¿Qué propósitos son los suyos? El médico de cabecera, sometido a la pregunta, como una amante adorada, responde con juramentos creídos un día, otro puestos en duda. Por lo demás, antes que el de amante, el médico representa el papel de los sirvientes a quienes interroga. No son más que unos terceros. La que acosamos, aquella de quien sospechamos y que está a punto de traicionarnos, es la vida misma, y aun cuando no la sintamos ya como la de siempre, todavía creemos en ella, permanecemos en todo caso en la duda hasta el día en que, por fin, nos ha abandonado.
Je mis ma grand′mère dans l′ascenseur du professeur E . . ., et au bout d′un instant il vint à nous et nous fit passer dans son cabinet. Mais là, si pressé qu′il fût, son air rogue changea, tant les habitudes sont fortes, et il avait celle d′être aimable, voire enjoué, avec ses malades. Comme il savait ma grand′mère très lettrée et qu′il l′était aussi, il se mit à lui citer pendant deux ou trois minutes de beaux vers sur l′Été radieux qu′il faisait. Il l′avait assise dans un fauteuil, lui à contre-jour, de manière à bien la voir. Son examen fut minutieux, nécessita même que je sortisse un instant. Il le continua encore, puis ayant fini, se mit, bien que le quart d′heure touchât à sa fin, à refaire quelques citations à ma grand′mère. Il lui adressa même quelques plaisanteries assez fines, que j′eusse préféré entendre un autre jour, mais qui me rassurèrent complètement par le ton amusé du docteur. Je me rappelai alors que M. Fallières, président du Sénat, avait eu, il y avait nombre d′années, une fausse attaque, et qu′au désespoir de ses concurrents, il s′était mis trois jours après à reprendre ses fonctions et préparait, disait-on, une candidature plus ou moins lointaine à la présidence de la République. Ma confiance en un prompt rétablissement de ma grand′mère fut d′autant plus complète, que, au moment où je me rappelais l′exemple de M. Fallières, je fus tiré de la pensée de ce rapprochement par un franc éclat de rire qui termina une plaisanterie du professeur E. . . . Sur quoi il tira sa montre, fronça fiévreusement le sourcil en voyant qu′il était en retard de cinq minutes, et tout en nous disant adieu sonna pour qu′on apportât immédiatement son habit. Je laissai ma grand′mère passer devant, refermai la porte et demandai la vérité au savant. Puse a mi abuela en el ascensor del profesor E..., y éste, al cabo de un instante, vino hacia nosotros y nos hizo pasar a su despacho. Pero allí, no obstante la prisa que pudiera tener, cambió su envaramiento —hasta tal punto son poderosas las costumbres, y él tenía la de ser amable, jovial inclusive, con sus enfermos—. Como sabía que mi abuela era muy culta, y también él lo era, se dedicó a citarle por espacio de dos o tres minutos bellos versos a cuenta del radiante estío que teníamos. La había sentado en una butaca, a contraluz él, de modo que la viese bien. Su examen fue minucioso; necesitó incluso que saliera yo de la habitación por un instante. Aún lo prolongó un rato; luego, como hubiese acabado, volvió, a pesar de que el cuarto de hora tocaba a su fin, a hacer algunas citas a mi abuela. Incluso le gastó algunas bromas bastante agudas, que yo hubiera preferido oír otro día, pero que me tranquilizaron completamente por el tono jocoso del doctor. Recordé entonces que el señor Fallières, presidente del Senado, había tenido, hacía bastantes años, un falso ataque, y que, para desesperación de sus competidores, había vuelto tres días después a hacerse cargo de sus funciones y preparaba, según decía, una candidatura más o menos remota ala presidencia de la República. Mi confianza en un pronto restablecimiento de mi abuela fue tanto más completa cuanto que, en el momento en que me acordaba del ejemplo del señor Fallières, me distrajo el pensamiento de este parangón una franca carcajada que remataba una de las chanzas del profesor E..., el cual, tras esto, sacó el reloj, frunció febrilmente las cejas al ver que se había retrasado cinco minutos, y mientras nos decía adiós llamó para que le trajeran inmediatamente su frac. Dejé que mi abuela pasase delante, volví a cerrar la puerta y pregunté la verdad al sabio...
— Votre grand′mère est perdue, me dit-il. C′est une attaque provoquée par l′urémie. En soi, l′urémie n′est pas fatalement un mal mortel, mais le cas me paraît désespéré. Je n′ai pas besoin de vous dire que j′espère me tromper. Du reste, avec Cottard, vous êtes en excellentes mains. Excusez-moi, me dit-il en voyant entrer une femme de chambre qui portait sur le bras l′habit noir du professeur. Vous savez que je dîne chez le Ministre du Commerce, j′ai une visite à faire avant. Ah! la vie n′est pas que roses, comme on le croit à votre âge. —Su abuela está perdida —me dijo—. Es un ataque provocado por la uremia. En sí, la uremia no es fatalmente una enfermedad mortal, pero el caso me parece desesperado. No necesito decirle que tengo la esperanza de equivocarme. Por lo demás, con Cottard están ustedes en excelentes manos. Dispénseme —me dijo al ver entrar una doncella que traía al brazo el frac del profesor—. Ya sabe usted que ceno en casa del ministro de Comercio, y tengo que hacer antes una visita. ¡Ah! No todo son rosas en la vida, como se cree a la edad de usted.
Et il me tendit gracieusement la main. J′avais refermé la porte et un valet nous guidait dans l′antichambre, ma grand′mère et moi, quand nous entendîmes de grands cris de colère. La femme de chambre avait oublié de percer la boutonnière pour les décorations. Cela allait demander encore dix minutes. Le professeur tempêtait toujours pendant que je regardais sur le palier ma grand′mère qui était perdue. Chaque personne est bien seule. Nous repartîmes vers la maison. Y me tendió graciosamente la mano. Yo había vuelto a cerrar la puerta, yun criado nos guiaba por la antesala a mi abuela y a mí, cuando oímos grandes voces de cólera. La doncella se había olvidado de abrir el ojal para las condecoraciones. Esto iba a exigir diez minutos más. El profesor seguía echando pestes mientras yo miraba en el descansillo a mi abuela, que estaba perdida. ¡Qué sola está cada persona! Volvimos hacia casa.
Le soleil déclinait; il enflammait un interminable mur que notre fiacre avait à longer avant d′arriver à la rue que nous habitions, mur sur lequel l′ombre, projetée par le couchant, du cheval et de la voiture, se détachait en noir sur le fond rougeâtre, comme un char funèbre dans une terre cuite de Pompéi. Enfin nous arrivâmes. Je fis asseoir la malade en bas de l′escalier dans le vestibule, et je montai prévenir ma mère. Je lui dis que ma grand′mère rentrait un peu souffrante, ayant eu un étourdissement. Dès mes premiers mots, le visage de ma mère atteignit au paroxysme d′un désespoir pourtant déjà si résigné, que je compris que depuis bien des années elle le tenait tout prêt en elle pour un jour incertain et fatal. Elle ne me demanda rien; il semblait, de même que la méchanceté aime à exagérer les souffrances des autres, que par tendresse elle ne voulût pas admettre que sa mère fût très atteinte, surtout d′une maladie qui peut toucher l′intelligence. Maman frissonnait, son visage pleurait sans larmes, elle courut dire qu′on allât chercher le médecin, mais comme Françoise demandait qui était malade, elle ne put répondre, sa voix s′arrêta dans sa gorge. Elle descendit en courant avec moi, effaçant de sa figure le sanglot qui la plissait. Ma grand′mère attendait en bas sur le canapé du vestibule, mais dès qu′elle nous entendit, se redressa, se tint debout, fit à maman des signes gais de la main. Je lui avais enveloppé à demi la tête avec une mantille en dentelle blanche, lui disant que c′était pour qu′elle n′eût pas froid dans l′escalier. Je ne voulais pas que ma mère remarquât trop l′altération du visage, la déviation de la bouche; ma précaution était inutile: ma mère s′approcha de grand′mère, embrassa sa main comme celle de son Dieu, la soutint, la souleva jusqu′à l′ascenseur, avec des précautions infinies où il y avait, avec la peur d′être maladroite et de lui faire mal, l′humilité de qui se sent indigne de toucher ce qu′il connaît de plus précieux, mais pas une fois elle ne leva les yeux et ne regarda le visage de la malade. Peut-être fut-ce pour que celle-ci ne s′attristât pas en pensant que sa vue avait pu inquiéter sa fille. Peut-être par crainte d′une douleur trop forte qu′elle n′osa pas affronter. Peut-être par respect, parce qu′elle ne croyait pas qu′il lui fût permis sans impiété de constater la trace de quelque affaiblissement intellectuel dans le visage vénéré. Peut-être pour mieux garder plus tard intacte l′image du vrai visage de sa mère, rayonnant d′esprit et de bonté. Ainsi montèrent-elles l′une à côté de l′autre, ma grand′mère à demi cachée dans sa mantille, ma mère détournant les yeux. Declinaba el sol; inflamaba una interminable tapia que nuestro coche tenía que bordear antes de llegar a la calle en que vivíamos, tapia sobre la cual la sombra, proyectada por el poniente, del caballo y del carruaje, se destacaba en negro sobre el fondo rojizo, como un carro fúnebre en un barro cocido de Pompeya. Por fin llegamos. Hice sentarse a la enferma al pie de la escalera, en el vestíbulo, y subí a preparar a mi madre. Le dije que mi abuela volvía un poco indispuesta, que había tenido un mareo. Desde mis primeras palabras el semblante de mi madre llegó al paroxismo de una desesperación tan resignada ya, sin embargo, que comprendí que desde hacía muchos años lo tenía todo dispuesto dentro de sí para un día incierto y final. Nada me preguntó; parecía, de igual suerte que la perversidad gusta de exagerar los sufrimientos ajenos, que ella, por ternura, no quisiera admitir que su madre estuviese muy grave, sobre todo de una enfermedad que puede afectar a la inteligencia. Mamá temblaba, su rostro lloraba sin lágrimas, corrió a decir que fuesen a buscar al médico; pero como Francisca preguntase quién estaba malo, no pudo responder; la voz se detuvo en su garganta. Bajó corriendo conmigo, borrando de su rostro el sollozo que lo fruncía. Mi abuela esperaba abajo, en el canapé del vestíbulo; pero en cuanto nos oyó se irguió, se sostuvo en pie, hizo a mamá alegres señas con la mano. Yo le había medio envuelto la cabeza en una mantilla de encajes blancos, diciéndole que era para que no tuviese frío en la escalera. No quería que mi madre echara de ver demasiado la alteración del semblante, la desviación de la boca; mi precaución era inútil: mi madre se acercó a la abuela, besó su mano como la de Dios, la sostuvo, la solivió hasta el ascensor, con precauciones infinitas en que había, junto al temor de ser torpe y hacerle daño, la humildad del que se siente indigno de tocar lo más precioso que conoce; pero ni una vez alzó los ojos ni miró a la cara a la enferma. Quizá fue porque ésta no se entristeciese pensando que su aspecto hubiera podido sobresaltar a su hija. Acaso por miedo a un dolor demasiado fuerte que no se atrevió a afrontar. Tal vez por respeto, porque no creía que le estuviese permitido sin impiedad comprobar la huella de algún desfallecimiento intelectual en el rostro venerado. Quizá por mejor conservar más tarde intacta la imagen del verdadero rostro de su madre, radiante de inteligencia y de bondad. Así subieron la una junto á la otra, mi abuela semiescondida en su mantilla, mi madre volviendo la otra parte los ojos.
Pendant ce temps il y avait une personne qui ne quittait pas des siens ce qui pouvait se deviner des traits modifiés de ma grand′mère que sa fille n′osait pas voir, une personne qui attachait sur eux un regard ébahi, indiscret et de mauvais augure: c′était Françoise. Non qu′elle n′aimât sincèrement ma grand′mère (même elle avait déçue et presque scandalisée par la froideur de maman qu′elle aurait voulu voir se jeter en pleurant dans les bras de sa mère), mais elle avait un certain penchant à envisager toujours le pire, elle avait gardé de son enfance deux particularités qui sembleraient devoir s′exclure, mais qui, quand elles sont assemblées, se fortifient: le manque d′éducation des gens du peuple qui ne cherchent pas à dissimuler l′impression, voire l′effroi douloureux causé en eux par la vue d′un changement physique qu′il serait plus délicat de ne pas paraître remarquer, et la rudesse insensible de la paysanne qui arrache les ailes des libellules avant qu′elle ait l′occasion de tordre le cou aux poulets et manque de la pudeur qui lui ferait cacher l′intérêt qu′elle éprouve à voir la chair qui souffre. Durante este tiempo había una persona que no quitaba los suyos de lo que podía adivinarse de los modificados rasgos de mi abuela, que su hija no se atrevía a ver; una persona que ponía en ellos una mirada estupefacta, indiscreta y de mal agüero: era Francisca. No es que no quisiera sinceramente a mi abuela (incluso la había defraudado y escandalizado casi la frialdad de mamá, a quien hubiera querido ver echarse, llorando, a los brazos de su madre), pero tenía cierta propensión a ponerse en lo peor siempre, había conservado de su niñez dos particularidades que parece como que debieran excluirse, pero que, cuando están juntas, se fortalecen: la falta de educación de la gente del pueblo, que no trata de disimular la impresión, incluso el espanto doloroso que le causa ver un cambio físico en que sería más delicado hacer como que no se repara, y la rudeza insensible de la campesina que arranca las alas a las libélulas antes de tener ocasión de retorcer el pescuezo a los pollos y que carece del pudor que le haría ocultar el interés que siente al ver la carne que sufre.
Quand, grâce aux soins parfaits de Françoise, ma grand′mère fut couchée, elle se rendit compte qu′elle parlait beaucoup plus facilement, le petit déchirement ou encombrement d′un vaisseau qu′avait produit l′urémie avait sans doute été très léger. Alors elle voulut ne pas faire faute à maman, l′assister dans les instants les plus cruels que celle-ci eût encore traversés. Cuando, gracias a los perfectos cuidados dé Francisca, estuvo acostaba mi abuela, se dio cuenta de que hablaba mucho más fácilmente; el desgarroncillo u obstrucción de un vaso que había producido la uremia había sido, sin duda, ligerísimo. Entonces quiso que mamá no sintiera su falta, asistirla en los instantes más crueles por que aquélla hubiese pasado hasta entonces.
— Eh bien! ma fille, lui dit-elle, en lui prenant la main, et en gardant l′autre devant sa bouche pour donner cette cause apparente à la légère difficulté qu′elle avait encore à prononcer certains mots, voilà comme tu plains ta mère! tu as l′air de croire que ce n′est pas désagréable une indigestion! —¡Pero, hija mía —le dijo, cogiéndole la mano y sin quitar la otra de delante de la boca, para dar esta causa aparente a la ligera dificultad que tenía aún para pronunciar ciertas palabras—, ésa es la lástima que te da de tu madre! ¡Parece como si creyeras que una indigestión no es nada desagradable!
Alors pour la première fois les yeux de ma mère se posèrent passionnément sur ceux de ma grand′mère, ne voulant pas voir le reste de son visage, et elle dit, commençant la liste de ces faux serments que nous ne pouvons pas tenir: Entonces, por primera vez, los ojos de mi madre se posaron apasionadamente en los de mi abuela, sin querer ver el resto de su cara, y dijo, comenzando la lista de esos juramentos falsos que no podemos cumplir
— Maman, tu seras bientôt guérie, c′est ta fille qui s′y engage. —Mamá, pronto estarás sana; tu hija se compromete a ello.
Et enfermant son amour le plus fort, toute sa volonté que sa mère guérît, dans un baiser à qui elle les confia et qu′elle accompagna de sa pensée, de tout son être jusqu′au bord de ses lèvres, elle alla le déposer humblement, pieusement sur le front adoré. Y encerrando su amor más fuerte, toda su voluntad de que su madre sanase, en un beso al que los confió y que acompañó con su pensamiento, con todo su ser, hasta el borde de sus labios, fue a depositarlo humildemente, piadosamente, en la frente adorada.
Ma grand′mère se plaignait d′une espèce d′alluvion de couvertures qui se faisait tout le temps du même côté sur sa jambe gauche et qu′elle ne pouvait pas arriver à soulever. Mais elle ne se rendait pas compte qu′elle en était elle-même la cause, de sorte que chaque jour elle accusa injustement Françoise de mal «retaper» son lit. Par un mouvement convulsif, elle rejetait de ce côté tout le flot de ces écumantes couvertures de fine laine qui s′y amoncelaient comme les sables dans une baie bien vite transformée en grève (si on n′y construit une digue) par les apports successifs du flux. Mi abuela se quejaba de una especie de aluvión de cobertores que se formaba continuamente del mismo lado, sobre su pierna izquierda, y que no podía llegar a levantar. Pero no se daba cuenta de que era ella misma la causa de ello (de modo que todos los días estuvo acusando injustamente a Francisca de «remeter» mal su cama). Con un movimiento convulsivo echaba hacia aquel lado todo el oleaje de los espumantes cobertores de fina lana que iban amontonándose en aquella parte como las arenas en una bahía transformada bien pronto en playa (si no sé construye en ella un dique) por los sucesivos acarreos de la marea.
Ma mère et moi (de qui le mensonge était d′avance percé à jour par Françoise, perspicace et offensante), nous ne voulions même pas dire que ma grand′mère fût très malade, comme si cela eût pu faire plaisir aux ennemis que d′ailleurs elle n′avait pas, et eût été plus affectueux de trouver qu′elle n′allait pas si mal que ça, en somme, par le même sentiment instinctif qui m′avait fait supposer qu′Andrée plaignait trop Albertine pour l′aimer beaucoup. Les mêmes phénomènes se reproduisent des particuliers à la masse, dans les grandes crises. Dans une guerre, celui qui n′aime pas son pays n′en dit pas de mal, mais le croit perdu, le plaint, voit les choses en noir. Mi madre y yo (cuyo embuste calaba de antemano Francisca, perspicaz y ofensiva) ni siquiera queríamos decir que mi abuela estuviese muy mala, como si eso hubiese podido dar gusto a los enemigos que, por otra parte, no tenía, y hubiera sido más afectuoso pensar que no iba tan mal, obedeciendo, en fin de cuentas, al mismo sentimiento instintivo que me había hecho suponer a mí que Andrea compadecía demasiado a Albertina para quererla mucho. Los mismos fenómenos que se dan en los particulares se reproducen en la masa, en las grandes crisis. En una guerra, el que no tiene amor a su país no habla mal de él, pero le cree perdido, se compadece de él, lo ve todo negro.
Françoise nous rendait un service infini par sa faculté de se passer de sommeil, de faire les besognes les plus dures. Et si, étant allée se coucher après plusieurs nuits passées debout, on était obligé de l′appeler un quart d′heure après qu′elle s′était endormie, elle était si heureuse de pouvoir faire des choses pénibles comme si elles eussent été les plus simples du monde que, loin de rechigner, elle montrait sur son visage de la satisfaction et de la modestie. Seulement quand arrivait l′heure de la messe, et l′heure du premier déjeuner, ma grand′mère eût-elle été agonisante, Françoise se fût éclipsée à temps pour ne pas être en retard. Elle ne pouvait ni ne voulait être suppléée par son jeune valet de pied. Certes elle avait apporté de Combray une idée très haute des devoirs de chacun envers nous; elle n′eût pas toléré qu′un de nos gens nous «manquât». Cela avait fait d′elle une si noble, si impérieuse, si efficace éducatrice, qu′il n′y avait jamais eu chez nous de domestiques si corrompus qui n′eussent vite modifié, épuré leur conception de la vie jusqu′à ne plus toucher le «sou du franc» et à se précipiter — si peu serviables qu′ils eussent été jusqu′alors — pour me prendre des mains et ne pas me laisser me fatiguer à porter le moindre paquet. Mais, à Combray aussi, Françoise avait contracté— et importé à Paris — l′habitude de ne pouvoir supporter une aide quelconque dans son travail. Se voir prêter un concours lui semblait recevoir une avanie, et des domestiques sont restés des semaines sans obtenir d′elle une réponse à leur salut matinal, sont même partis en vacances sans qu′elle leur dît adieu et qu′ils devinassent pourquoi, en réalité pour la seule raison qu′ils avaient voulu faire un peu de sa besogne, un jour qu′elle était souffrante. Et en ce moment où ma grand′mère était si mal, la besogne de Françoise lui semblait particulièrement sienne. Elle ne voulait pas, elle la titulaire, se laisser chiper son rôle dans ces jours de gala. Aussi son jeune valet de pied, écarté par elle, ne savait que faire, et non content d′avoir, à l′exemple de Victor, pris mon papier dans mon bureau, il s′était mis, de plus, à emporter des volumes de vers de ma bibliothèque. Il les lisait, une bonne moitié de la journée, par admiration pour les poètes qui les avaient composés, mais aussi afin, pendant l′autre partie de son temps, d′émailler de citations les lettres qu′il écrivait à ses amis de village. Certes, il pensait ainsi les éblouir. Mais, comme il avait peu de suite dans les idées, il s′était formé celle-ci que ces poèmes, trouvés dans ma bibliothèque, étaient chose connue de tout le monde et à quoi il est courant de se reporter. Si bien qu′écrivant à ces paysans dont il escomptait la stupéfaction, il entremêlait ses propres réflexions de vers de Lamartine, comme il eût dit: qui vivra verra, ou même: bonjour. Francisca nos prestaba un servicio infinito gracias a su facultad de pasarse sin dormir, de hacer los menesteres más duros. Y si cuando se había ido a acostar, después de haberse pasado en pie varias noches, nos veíamos obligados a llamarla un cuarto de hora después de haberse dormido, se sentía tan feliz por poder hacer las cosas penosas como si hubieran sido las más sencillas del inundo, que, lejos de rezongar, mostraba en su semblante satisfacción y modestia. Únicamente cuando llegaba la hora de misa y la del desayuno, aunque mi abuela hubiese estado agonizando, Francisca se hubiera eclipsado a tiempo para no llegar con retraso. No podía ni quería que la supliera su joven lacayo. Realmente había, traído de Combray una elevadísima idea de los deberes de cada cual respecto de nosotros; no hubiera tolerado que nadie de nuestra servidumbre nos «faltase». Esto había hecho de ella una tan noble, tan imperiosa, tan eficaz educadora, que jamás había habido en nuestra casa criados tan malvados que no hubiesen modificado, depurado rápidamente su concepción de la vida hasta no tocar ya ni «a un ochavo» y precipitarse —por poco serviciales que hasta entonces hubieran sido a quitarme de las manos y no dejar que me fatigase llevando el menor paquete. Pero, en Combray también, había contraído Francisca —e importado a París— la costumbre de no poder soportar ninguna ayuda en su trabajo. Ver que le prestasen algún auxilio le parecía como recibir una ofensa, y criados hubo que estuvieron semanas enteras sin recibir de ella respuesta a su saludo matinal, que se fueron incluso de vacaciones sin que les dijese adiós ni ellos adivinasen por qué; en realidad, por la única razón de que habían querido hacer un poco de su trabajo un día en que ella no se encontraba bien. Y en este momento en que mi abuela estaba tan-mala, el quehacer de Francisca le parecía a ésta particularmente suyo. No quería ella, la titular, dejarse escamotear su papel en esos días de gala. Así, su joven lacayo, alejado por ella, no sabía qué hacer, y no contento con haber, siguiendo el ejemplo de Víctor, cogido el papel mío de mi escritorio, se había dedicado, además, a llevarse tomos de versos d mi biblioteca. Se pasaba su buena mitad del día leyéndolos, por admiración a los poetas que los habían compuesto, pero también para, durante la otra parte de su tiempo, esmaltar de citas las cartas que escribía a sus amigos del pueblo. Evidentemente, pensaba deslumbrarlos así. Pero, como tenía poca ilación en las ideas, se había forjado la de que aquellos poemas que había encontrado en mi biblioteca eran cosa conocida de todo el mundo y a la que era corriente referirse. Tanto, que al escribir a aquellos palurdos cuya estupefacción daba por descontada, revolvía sus propias reflexiones con versos de Lamartine, como hubiera dicho: «vivir para ver», o «buenos días».
A cause des souffrances de ma grand′mère on lui permit la morphine. Malheureusement si celle-ci les calmait, elle augmentait aussi la dose d′albumine. Les coups que nous destinions au mal qui s′était installé en grand′mère portaient toujours à faux; c′était elle, c′était son pauvre corps interposé qui les recevait, sans qu′elle se plaignît qu′avec un faible gémissement. Et les douleurs que nous lui causions n′étaient pas compensées par un bien que nous ne pouvions lui faire. Le mal féroce que nous aurions voulu exterminer, c′est à peine si nous l′avions frôlé, nous ne faisions que l′exaspérer davantage, hâtant peut-être l′heure où la captive serait dévorée. Les jours où la dose d′albumine avait été trop forte, Cottard après une hésitation refusait la morphine. Chez cet homme si insignifiant, si commun, il y avait, dans ces courts moments où il délibérait, où les dangers d′un traitement et d′un autre se disputaient en lui jusqu′à ce qu′il s′arrêtât à l′un, la sorte de grandeur d′un général qui, vulgaire dans le reste de la vie, est un grand stratège, et, dans un moment périlleux, après avoir réfléchi un instant, conclut pour ce qui militairement est le plus sage et dit: «Faites face à l′Est.» Médicalement, si peu d′espoir qu′il y eût de mettre un terme à cette crise d′urémie, il ne fallait pas fatiguer le rein. Mais, d′autre part, quand ma grand′mère n′avait pas de morphine, ses douleurs devenaient intolérables, elle recommençait perpétuellement un certain mouvement qui lui était difficile à accomplir sans gémir; pour une grande part, la souffrance est une sorte de besoin de l′organisme de prendre conscience d′un état nouveau qui l′inquiète, de rendre la sensibilité adéquate à cet état. On peut discerner cette origine de la douleur dans le cas d′incommodités qui n′en sont pas pour tout le monde. Dans une chambre remplie d′une fumée à l′odeur pénétrante, deux hommes grossiers entreront et vaqueront à leurs affaires; un troisième, d′organisation plus fine, trahira un trouble incessant. Ses narines ne cesseront de renifler anxieusement l′odeur qu′il devrait, semble-t-il, essayer de ne pas sentir et qu′il cherchera chaque fois à faire adhérer, par une connaissance plus exacte, à son odorat incommodé. De là vient sans doute qu′une vive préoccupation empêche de se plaindre d′une rage de dents. Quand ma grand′mère souffrait ainsi, la sueur coulait sur son grand front mauve, y collant les mèches blanches, et si elle croyait que nous n′étions pas dans la chambre, elle poussait des cris: «Ah! c′est affreux!», mais si elle apercevait ma mère, aussitôt elle employait toute son énergie à effacer de son visage les traces de douleur, ou, au contraire, répétait les mêmes plaintes en les accompagnant d′explications qui donnaient rétrospectivement un autre sens à celles que ma mère avait pu entendre: A causa de los dolores de mi abuela, se le permitió el uso de la morfina Desgraciadamente, si ésta los calmaba, aumentaba también la dosis de albúmina. Los golpes que destinábamos a la enfermedad que se había instalado en la abuela daban siempre en falso; era ella, era su pobre cuerpo interpuesto quien los recibía sin que ella se quejase como no fuera con un débil gemido. Y los dolores que le causábamos no eran compensados por un bien que no podíamos hacerle. El feroz mal que hubiéramos querido exterminar lo habíamos rozado apenas; no hacíamos sino exasperarlo todavía más, acelerando acaso la hora en que la cautiva habría de ser devorada. Los días en que la dosis de albúmina había sido demasiado fuerte, Cottard, después de un titubeo, denegaba la morfina. En aquel hombre tan insignificante, tan anodino, había en esos breves momentos en que deliberaba, en que los peligros de un tratamiento y otro disputaban en él hasta que se detuviese en uno de ambos, el género de grandeza de un general que, vulgar en el resto de la vida, es un gran estratego y, en un momento peligroso, después de haber reflexionado un instante, se decide por lo que militarmente es más sensato y dice: «De frente al Este». Medicinalmente, por poca esperanza que hubiera de poner término a la crisis de uremia, era menester no fatigar el riñón. Pero, por otra parte, cuando mi abuela no tenía morfina, sus dolores acababan por ser intolerables; recomenzaba perpetuamente cierto movimiento que le era difícil ejecutar sin gemir: el sufrimiento es, en gran parte, una a modo de necesidad que el organismo tiene de cobrar conciencia de un nuevo estado que lo desasosiega, de tornar la sensibilidad adecuada a ese estado. Puede discernirse este origen del dolor en el caso de algunas molestias que no son tales para todo el mundo. En una habitación llena de humo de olor penetrante, dos hombres groseros entrarán y vacarán a sus quehaceres; un tercero, de organización más fina, dejará ver una agitación incesante. Las ventanillas de su nariz no cesarán de husmear ansiosamente el olor que parece debiera intentar no percibir yque tratará una vez yotra de hacer que se adhiera, merced a un conocimiento más exacto, a su olfato irritado. De ahí procede, sin duda, que una inmensa preocupación impida quejarse de un dolor de muelas. Cuando mi abuela sufría así, el sudor corría por su vasta frente malva, pegando a ella los mechones blancos, y, si creía que no estábamos en la alcoba, daba gritos: «¡Ah, esto es espantoso!»; pero si veía a mi madre, inmediatamente empleaba toda su energía en borrar de su semblante las huellas de dolor, o, por el contrario, repetía las mismas quejumbres acompañándolas de explicaciones que daban retrospectivamente otro sentido a las que mi madre había podido oír:
— Ah! ma fille, c′est affreux, rester couchée par ce beau soleil quand on voudrait aller se promener, je pleure de rage contre vos prescriptions. —¡Ay, hija mía!, es espantoso esto de quedarse en cama con ese sol hermoso cuando quisiera una salir a pasearse; es que lloro de rabia contra vuestras prescripciones.
Mais elle ne pouvait empêcher le gémissement de ses regards, la sueur de son front, le sursaut convulsif, aussitôt réprimé, de ses membres. Mas no podía impedir el gemido de sus miradas, el sudor de su frente, el sobresalto convulsivo, reprimido inmediatamente, de sus miembros.
— Je n′ai pas mal, je me plains parce que je suis mal couchée, je me sens les cheveux en désordre, j′ai mal au coeur, je me suis cognée contre le mur. —No me duele nada, me quejo porque estoy en mala postura, siento que tengo el pelo revuelto, me dan náuseas, me he dado un golpe contra la pared.
Et ma mère, au pied du lit, rivée à cette souffrance comme si, à force de percer de son regard ce front douloureux, ce corps qui recelait le mal, elle eût dû finir par l′atteindre et l′emporter, ma mère disait: Y mi madre, al pie de la cama, clavada a aquel sufrimiento como si, en fuerza de calar con su mirada aquella frente dolorida, aquel cuerpo que ocultaba el mal, hubiera debido acabar por llegar a éste y vencerlo, mi madre decía
— Non, ma petite maman, nous ne te laisserons pas souffrir comme ça, on va trouver quelque chose, prends patience une seconde, me permets-tu de t′embrasser sans que tu aies à bouger? —No, mamaíta, no te dejaremos sufrir de esa manera; ya se encontrará algo, ten paciencia un segundo; ¿me dejas que te bese sin que te tengas que mover"
Et penchée sur le lit, les jambes fléchissantes, à demi agenouillée, comme si, à force d′humilité, elle avait plus de chance de faire exaucer le don passionné d′elle-même, elle inclinait vers ma grand′mère toute sa vie dans son visage comme, dans un ciboire qu′elle lui tendait, décoré en reliefs de fossettes et de plissements si passionnés, si désolés et si doux qu′on ne savait pas s′ils y étaient creusés par le ciseau d′un baiser, d′un sanglot ou d′un sourire. Ma grand′mère essayait, elle aussi, de tendre vers maman son visage. Il avait tellement changé que sans doute, si elle eût eu la force de sortir, on ne l′eût reconnue qu′à la plume de son chapeau. Ses traits, comme dans des séances de modelage, semblaient s′appliquer, dans un effort qui la détournait de tout le reste, à se conformer à certain modèle que nous ne connaissions pas. Ce travail de statuaire touchait à sa fin et, si la figure de ma grand′mère avait diminué, elle avait également durci. Les veines qui la traversaient semblaient celles, non pas d′un marbre, mais d′une pierre plus rugueuse. Toujours penchée en avant par la difficulté de respirer, en même temps que repliée sur elle-même par la fatigue, sa figure fruste, réduite, atrocement expressive, semblait, dans une sculpture primitive, presque préhistorique, la figure rude, violâtre, rousse, désespérée de quelque sauvage gardienne de tombeau. Mais toute l′oeuvre n′était pas accomplie. Ensuite, il faudrait la briser, et puis, dans ce tombeau — qu′on avait si péniblement gardé, avec cette dure contraction — descendre. E inclinada sobre el lecho, doblándosele las piernas, medio arrodillada, como si, a fuerza de humildad, tuviera más probabilidades de hacer acoger favorablemente la apasionada donación de sí misma, inclinaba hacia mi abuela toda su vida en su rostro como en una custodia que le tendía, decorada con relieves de hoyuelos y pliegues tan apasionados, tan desolados y tan suaves que no se sabía si habían sido excavados por el cincel de un beso, de un sollozo o de una sonrisa. Mi abuela intentaba también tender hacia mamá su cara. Ésta había cambiado tanto que, sin duda, si hubiera tenido fuerzas para salir, sólo se la hubiese reconocido por la pluma del sombrero. Sus rasgos, como ocurre en las sesiones de modelado, parecían afanarse, en un esfuerzo que la apartaba de todo lo demás, por ajustarse a cierto modelo que nosotros no conocíamos. Este trabajo de estatuario tocaba a su fin, y si el rostro de mi abuela había disminuido, se había endurecido igualmente. Las venas que lo surcaban parecían no las de un mármol, sino las de una piedra más rugosa. Inclinada siempre hacia adelante por la dificultad para respirar, al mismo tiempo que replegada sobre sí misma por la fatiga, el rostro tosco, reducido, atrozmente expresivo, parecía, en una escultura primitiva, casi prehistórica, el rostro rudo, violáceo, rojo, desesperado, de la salvaje veladora de una tumba. Mas no estaba acabada toda la obra. Pronto habría que destrozarla, y luego bajar a esa misma tumba, que tan trabajosamente había sido velada, con aquella dura contracción.
Dans un de ces moments où, selon l′expression populaire, on ne sait plus à quel saint se vouer, comme ma grand′mère toussait et éternuait beaucoup, on suivit le conseil d′un parent qui affirmait qu′avec le spécialiste X . . . on était hors d′affaire en trois jours. Les gens du monde disent cela de leur médecin, et on les croit comme Françoise croyait les réclames des journaux. Le spécialiste vint avec sa trousse chargée de tous les rhumes de ses clients, comme l′outre d′Éole. Ma grand′mère refusa net de se laisser examiner. Et nous, gênés pour le praticien qui s′était dérangé inutilement, nous déférâmes au désir qu′il exprima de visiter nos nez respectifs, lesquels pourtant n′avaient rien. Il prétendait que si, et que migraine ou colique, maladie de coeur ou diabète, c′est une maladie du nez mal comprise. A chacun de nous il dit: «Voilà une petite cornée que je serais bien aise de revoir. N′attendez pas trop. Avec quelques pointes de feu je vous débarrasserai.» Certes nous pensions à toute autre chose. Pourtant nous nous demandâmes: «Mais débarrasser de quoi?» Bref tous nos nez étaient malades; il ne se trompa qu′en mettant la chose au présent. Car dès le lendemain son examen et son pansement provisoire avaient accompli leur effet. Chacun de nous eut son catarrhe. Et comme il rencontrait dans la rue mon père secoué par des quintes, il sourit à l′idée qu′un ignorant pût croire le mal dû à son intervention. Il nous avait examinés au moment où nous étions déjà malades. En uno de esos momentos en que, según la expresión popular, ya no sabe uno a qué santo encomendarse, como mi abuela tosía y estornudaba mucho, seguimos el consejo de un pariente que afirmaba que con el especialista X... estaba todo arreglado en tres días. Las, gentes de mundo dicen esto de su médico, y se les cree como Francisca creía en los anuncios de los periódicos. El especialista vino con su estuche cargado de todos los catarros de sus clientes, como el odre de Eolo. Mi abuela se negó en redondo a dejarse reconocer. Y nosotros, apurados por el médico, que se había molestado inútilmente, accedimos al deseo que expresó de inspeccionar nuestras respectivas narices, que, sin embargo, no tenían nada. El doctor pretendía que sí, y que dolor de cabeza o cólico, padecimiento del corazón o diabetes, todo era una afección de la nariz mal entendida. A cada uno de nosotros le dijo: «Ahí tiene usted un cornete que me gustaría volver a examinar. No espere usted demasiado. Con unos cuantos toques de cauterio lo despejo». Nosotros, claro está, pensábamos en muy otra cosa. Sin embargo, nos preguntamos: «Pero, ¿despejar de qué?» En resumen, que las narices de todos nosotros estaban malas; el médico sólo se equivocó al ponerlo en presente. Porque desde el día siguiente, su examen y su cura provisional habían producido su efecto. Cada uno de nosotros tuvo su catarro. Y como el médico se encontraba en la calle con mi padre, sacudido por los golpes de la tos, sonrió ante la idea de que algún ignorante pudiera creer que el mal se debía a su intervención. Él nos había reconocido en el momento en que estábamos ya enfermos.
La maladie de ma grand′mère donna lieu à diverses personnes de manifester un excès ou une insuffisance de sympathie qui nous surprirent tout autant que le genre de hasard par lequel les uns ou les autres nous découvraient des chaînons de circonstances, ou même d′amitiés, que nous n′eussions pas soupçonnées. Et les marques d′intérêt données par les personnes qui venaient sans cesse prendre des nouvelles nous révélaient la gravité d′un mal que jusque-là nous n′avions pas assez isolé, séparé des mille impressions douloureuses ressenties auprès ma grand′mère. Prévenues par dépêche, ses soeurs ne quittèrent pas Combray. Elles avaient découvert un artiste qui leur donnait des séances d′excellente musique de chambre, dans l′audition de laquelle elles pensaient trouver, mieux qu′au chevet de la malade, un recueillement, une élévation douloureuse, desquels la forme ne laissa pas de paraître insolite. Madame Sazerat écrivit à maman, mais comme une personne dont les fiançailles brusquement rompues (la rupture était le dreyfusisme) nous ont à jamais séparés. En revanche Bergotte vint passer tous les jours plusieurs heures avec moi. La enfermedad de mi abuela dio a varias personas ocasión de manifestar un exceso o una insuficiencia de simpatía que nos sorprendieron tanto como el género de casualidad gracias al cual las unas o las otras nos descubrían eslabones de circunstancias, e incluso de amistades, que no hubiéramos sospechado. Y las muestras de interés dadas por las personas que sin cesar venían a informarse nos revelaban la gravedad de un mal que hasta entonces no habíamos aislado suficientemente, separado de las mil impresiones dolorosas que sentíamos al lado de mi abuela. Avisada por telégrafo, sus hermanas no se movieron de Combray. Habían descubierto un artista que les daba sesiones de excelente música de cámara, en cuya audición pensaban encontrar, mejor que a la cabecera de la enferma, un recogimiento, una elevación dolorosa cuya forma no dejó de parecer insólita. La señora de Sazerat escribió a mamá, pero como una persona de quien nos han separado para siempre unos esponsales bruscamente rotos (la ruptura era el dreyfusismo). En cambio, Bergotte vino a pasar todos los días varias horas conmigo.
Il avait toujours aimé à venir se fixer pendant quelque temps dans une même maison où il n′eût pas de frais à faire. Mais autrefois c′était pour y parler sans être interrompu, maintenant pour garder longuement le silence sans qu′on lui demandât de parler. Car il était très malade: les uns disaient d′albuminurie, comme ma grand′mère; selon d′autres il avait une tumeur. Il allait en s′affaiblissant; c′est avec difficulté qu′il montait notre escalier, avec une plus grande encore qu′il le descendait. Bien qu′appuyé à la rampe il trébuchait souvent, et je crois qu′il serait resté chez lui s′il n′avait pas craint de perdre entièrement l′habitude, la possibilité de sortir, lui l′«homme à barbiche» que j′avais connu alerte, il n′y avait pas si longtemps. Il n′y voyait plus goutte, et sa parole même s′embarrassait souvent. Siempre le había gustado ir a anclar durante algún tiempo en una misma casa en que no tuviera él que hacer el gasto. Pero en otro tiempo era para hablar sin que lo interrumpiesen; ahora, para guardar silencio largo rato sin que le pidiesen que hablara. Porque estaba muy enfermo: unos decían de albuminuria, como mi abuela. Según otros, tenía un tumor. Iba perdiendo fuerzas; con dificultad subía nuestra escalera; con mayor dificultad aún la bajaba. A pesar de apoyarse en el pasamanos, tropezaba a menudo, y creo que se hubiera quedado en su casa si no hubiera temido, perder por completo la costumbre, la posibilidad de salir, él, el «hombre de la barbita», al que había conocido yo tan despierto, no hacía tanto tiempo. Ya no veía gota, e incluso se le trababan a menudo las palabras.
Mais en même temps, tout au contraire, la somme de ses oeuvres, connues seulement des lettrés à l′époque où Mme Swann patronnait leurs timides efforts de dissémination, maintenant grandies et fortes aux yeux de tous, avait pris dans le grand public une extraordinaire puissance d′expansion. Sans doute il arrive que c′est après sa mort seulement qu′un écrivain devient célèbre. Mais c′était en vie encore et durant son lent acheminement vers la mort non encore atteinte, qu′il assistait à celui de ses oeuvres vers la Renommée. Un auteur mort est du moins illustre sans fatigue. Le rayonnement de son nom s′arrête à la pierre de sa tombe. Dans la surdité du sommeil éternel, il n′est pas importuné par la Gloire. Mais pour Bergotte l′antithèse n′était pas entièrement achevée. Il existait encore assez pour souffrir du tumulte. Il remuait encore, bien que péniblement, tandis que ses oeuvres, bondissantes, comme des filles qu′on aime mais dont l′impétueuse jeunesse et les bruyants plaisirs vous fatiguent, entraînaient chaque jour jusqu′au pied de son lit des admirateurs nouveaux. Pero al mismo tiempo, inversamente, la suma de sus obras, conocidas solamente de los enterados en la época en que la señora de Swann patrocinaba sus tímidos esfuerzos de diseminación, ahora crecidas y vigorosas a los ojos de todos, había cobrado entre el gran público un extraordinario poder de expansión. Sin duda ocurre que sea únicamente después de su muerte cuando un escritor llega a hacerse célebre. Pero él era en vida aún y durante su lento encaminarse hacia la muerte, todavía no alcanzada, como asistía al de sus obras hacia la Fama. Un autor muerto es a lo menos, ilustre sin fatiga. El brillo de su nombre se detiene en la piedra de su sepultura. En la sordera del sueño eterno no se ve importunado por la Gloria. Mas, por lo que hace a Bergotte, la antítesis no era enteramente acabada. Existía aún suficientemente para que le hiciera sufrir el tumulto. Se movía aún, bien que con trabajo, al paso de sus obras, rebrincando como muchachas a las que tenemos amor, pero cuya impetuosa mocedad y cuyas ruidosas diversiones que cansan, arrastraban cada día hasta el pie de su lecho nuevos admiradores.
Les visites qu′il nous faisait maintenant venaient pour moi quelques années trop tard, car je ne l′admirais plus autant. Ce qui n′est pas en contradiction avec ce grandissement de sa renommée. Une oeuvre est rarement tout à fait comprise et victorieuse, sans que celle d′un autre écrivain, obscure encore, n′ait commencé, auprès de quelques esprits plus difficiles, de substituer un nouveau culte à celui qui a presque fini de s′imposer. Dans les livres de Bergotte, que je relisais souvent, ses phrases étaient aussi claires devant mes yeux que mes propres idées, les meubles dans ma chambre et les voitures dans la rue. Toutes choses s′y voyaient aisément, sinon telles qu′on les avait toujours vues, du moins telles qu′on avait l′habitude de les voir maintenant. Or un nouvel écrivain avait commencé à publier des oeuvres où les rapports entre les choses étaient si différents de ceux qui les liaient pour moi que je ne comprenais presque rien de ce qu′il écrivait. Il disait par exemple: «Les tuyaux d′arrosage admiraient le bel entretien des routes» (et cela c′était facile, je glissais le long de ces routes) «qui partaient toutes les cinq minutes de Briand et de Claudel». Alors je ne comprenais plus parce que j′avais attendu un nom de ville et qu′il m′était donné un nom de personne. Seulement je sentais que ce n′était pas la phrase qui était mal faite, mais moi pas assez fort et agile pour aller jusqu′au bout. Je reprenais mon élan, m′aidais des pieds et des mains pour arriver à l′endroit d′où je verrais les rapports nouveaux entre les choses. Chaque fois, parvenu à peu près à la moitié de la phrase, je retombais comme plus tard au régiment, dans l′exercice appelé portique. Je n′en avais, pas moins pour le nouvel écrivain l′admiration d′un enfant gauche et à qui on donne zéro pour la gymnastique, devant un autre enfant plus adroit. Dès lors j′admirai moins Bergotte dont la limpidité me parut de l′insuffisance. Il y eut un temps où on reconnaissait bien les choses quand c′était Fromentin qui les peignait et où on ne les reconnaissait plus quand c′était Renoir. Las visitas que nos hacía ahora llegaban para mí con algunos años de más de retraso, porque ya no lo admiraba tanto. Lo cual no está en contradicción con este acrecentamiento de su fama. Una obra es raras veces cabalmente comprendida y victoriosa, sin qué la de otro escritor, oscuro aún, no haya empezado, para algunos espíritus más difíciles, a sustituir con un nuevo culto el que ha acabado casi de imponerse. En los libros de Bergotte, que yo releía a menudo, sus frases estaban tan claras ante mis ojos como mis propias ideas, como los muebles de mi habitación o los coches en la calle. Todas las cosas se veían en ellas fácilmente, si no tales como las había uno visto siempre, a lo menos tales como tenía costumbre de verlas ahora. Ahora bien, un escritor nuevo había empezado a publicar obras en que las relaciones entre las cosas eran tan diferentes de las que para mí las ligaban, que yo no comprendía casi nada de lo que escribía. Decía, por ejemplo: «Las mangas de riego admiraban el buen estado de conservación de las carreteras (y esto era fácil, yo resbalaba por esas carreteras) que partían cada cinco minutos de Briand y de Claudel». Entonces yo no comprendía ya nada, porque había esperado un nombre de ciudad y lo que se me daba era uno de persona. Sólo que me percataba de que no era que la frase estuviese mal hecha, sino que yo no era bastante fuerte y ágil para llegar hasta el final. Volvía a tomar carrerilla, me ayudaba con los pies y con las manos para llegar al punto desde donde vería las nuevas relaciones entre las cosas. Todas las veces, al llegar aproximadamente a la mitad de la frase, volvía a caer, como más tarde en el servicio militar, en el ejercicio llamado de la escalera horizontal. No por ello dejaba de sentir hacia el nuevo escritor la admiración de un niño torpe y al que le ponen un cero en gimnasia, ante otro niño más diestro. Desde entonces admiré menos a Bergote, cuya timidez me pareció insuficiencia. Hubo un tiempo en que se reconocían bien las cosas cuando era Fromentin el que las pintaba, y en que ya no se las reconocía cuando el pintor era Renoir.
Les gens de goût nous disent aujourd′hui que Renoir est un grand peintre du XVIIIe siècle. Mais en disant cela ils oublient le Temps et qu′il en a fallu beaucoup, même en plein XIXe, pour que Renoir fût salué grand artiste. Pour réussir à être ainsi reconnus, le peintre original, l′artiste original procèdent à la façon des oculistes. Le traitement par leur peinture, par leur prose, n′est pas toujours agréable. Quand il est terminé, le praticien nous dit: Maintenant regardez. Et voici que le monde (qui n′a pas été créé une fois, mais aussi souvent qu′un artiste original est survenu) nous apparaît entièrement différent de l′ancien, mais parfaitement clair. Des femmes passent dans la rue, différentes de celles d′autrefois, puisque ce sont des Renoir, ces Renoir où nous nous refusions jadis à voir des femmes. Les voitures aussi sont des Renoir, et l′eau, et le ciel: nous avons envie de nous promener dans la forêt pareille à celle qui le premier jour nous semblait tout excepté une forêt, et par exemple une tapisserie aux nuances nombreuses mais où manquaient justement les nuances propres aux forêts. Tel est l′univers nouveau et périssable qui vient d′être créé. Il durera jusqu′à la prochaine catastrophe géologique que déchaîneront un nouveau peintre ou un nouvel écrivain originaux. La gente dotada de gusto nos dice hoy que Renoir es un gran pintor del siglo XVIII. Pero al decir esto se olvidan del Tiempo y de que ha sido menester mucho, aun en pleno siglo XIX, para que Renoir fuese saludado como un gran artista. Para lograr ser así reconocido, el pintor original, el artista original proceden a la manera de los oculistas. El tratamiento por medio de su pintura, de su prosa, no siempre es agradable. Cuando ha acabado, el perito nos dice: Ahora, mire usted. Y he aquí que el mundo (que no ha sido creado una sola vez, sino con tanta frecuencia como ha surgido un artista original) se nos aparece enteramente diferente del antiguo, pero perfectamente claro. Pasan por la calle mujeres, diferentes de las de antaño, porque son Renoir, los Renoir en que nos negábamos ayer a ver mujeres. También los coches son Renoir, yel agua, yel cielo: sentimos ganas de pasearnos por el bosque parecido al que el primer día nos parecía todo excepto un bosque, y sí, por ejemplo, una tapicería de matices numerosos, pero en la que faltaban justamente los matices propios de los bosques. Tal es el universo nuevo y perecedero que acaba de ser creado. Durará hasta la próxima catástrofe geológica que desencadenen un nuevo pintor o un nuevo escritor originales.
Celui qui avait remplacé pour moi Bergotte me lassait non par l′incohérence mais par la nouveauté, parfaitement cohérente, de rapports que je n′avais pas l′habitude de suivre. Le point, toujours le même, où je me sentait retomber, indiquait l′identité de chaque tour de force à faire. Du reste, quand une fois sur mille je pouvais suivre l′écrivain jusqu′au bout de sa phrase, ce que je voyais était toujours d′une drôlerie, d′une vérité, d′un charme, pareils à ceux que j′avais trouvés jadis dans la lecture de Bergotte, mais plus délicieux. Je songeais qu′il n′y avait pas tant d′années qu′un même renouvellement du monde, pareil à celui que j′attendais de son successeur, c′était Bergotte qui me l′avait apporté. Et j′arrivais à me demander s′il y avait quelque vérité en cette distinction que nous faisons toujours entre l′art, qui n′est pas plus avancé qu′au temps d′Homère, et la science aux progrès continus. Peut-être l′art ressemblait-il au contraire en cela à la science; chaque nouvel écrivain original me semblait en progrès sur celui qui l′avait précédé; et qui me disait que dans vingt ans, quand je saurais accompagner sans fatigue le nouveau d′aujourd′hui, un autre ne surviendrait pas devant qui l′actuel filerait rejoindre Bergotte? El que había sustituido para mí a Bergotte me cansaba no por la incoherencia, sino por la novedad, perfectamente coherente, de relaciones que no tenía yo costumbre de seguir. El punto, siempre el mismo, en que me sentía caer de nuevo indicaba la identidad de cada esfuerzo que había que hacer. Por lo demás, cuando una vez por cada mil podía seguir al escritor hasta el final de su frase, lo que veía era siempre de una gracia, de una verdad, de un encanto análogos a los que en otros tiempos había encontrado en la lectura de Bergotte, pero más deliciosos. Pensaba yo que era Bergotte el que no hacía tantos años me había traído la misma renovación del mundo, análoga a la que yo esperaba de su sucesor. Y llegaba a preguntarme si había algo de verdad en esa distinción que hacemos siempre entre el arte, que no se halla más avanzado que en tiempos de Homero, y la ciencia, cuyo progreso es continuo. Acaso el arte se asemeja en esto, por el contrario, a la ciencia; cada nuevo escritor original me parecía que representaba un progreso respecto del que lo había precedido, y ¿quién me decía a mí que dentro de veinte años, cuando yo supiese acompañar sin fatiga al nuevo de hoy, no surgiría otro ante el que correría el actual a reunirse con Bergotte"
Je parlai à ce dernier du nouvel écrivain. Il me dégoûta de lui moins en m′assurant que son art était rugueux, facile et vide, qu′en me racontant l′avoir vu, ressemblant, au point de s′y méprendre, à Bloch. Hablé a este último del nuevo escritor. Me quitó menos el gusto por él con asegurarme que su arte era rugoso, fácil y vacuo, que al contarme que lo había visto y que se parecía, hasta el punto de confundírselos, a Bloch.
Cette image se profila désormais sur les pages écrites et je ne me crus plus astreint à la peine de comprendre. Si Bergotte m′avait mal parlé de lui, c′était moins, je crois, par jalousie de son insuccès que par ignorance de son oeuvre. Il ne lisait presque rien. Déjà la plus grande partie de sa pensée avait passé de son cerveau dans ses livres. Il était amaigri comme s′il avait été opéré d′eux. Son instinct reproducteur ne l′induisait plus à l′activité, maintenant qu′il avait produit au dehors presque tout ce qu′il pensait. Il menait la vie végétative d′un convalescent, d′une accouchée; ses beaux yeux restaient immobiles, vaguement éblouis, comme les yeux d′un homme étendu au bord de la mer qui dans une vague rêverie regarde seulement chaque petit flot. D′ailleurs si j′avais moins d′intérêt à causer avec lui que je n′aurais eu jadis, de cela je n′éprouvais pas de remords. Il était tellement homme d′habitude que les plus simples comme les plus luxueuses, une fois qu′il les avait prises, lui devenaient indispensables pendant un certain temps. Je ne sais ce qui le fit venir une première fois, mais ensuite chaque jour ce fut pour la raison qu′il était venu la veille. Il arrivait à la maison comme il fût allé au café, pour qu′on ne lui parlât pas, pour qu′il pût — bien rarement — parler, de sorte qu′on aurait pu en somme trouver un signe qu′il fût ému de notre chagrin ou prît plaisir à se trouver avec moi, si l′on avait voulu induire quelque chose d′une telle assiduité. Elle n′était pas indifférente à ma mère, sensible à tout ce qui pouvait être considéré comme un hommage à sa malade. Et tous les jours elle me disait: «Surtout n′oublie pas de bien le remercier.» Esta imagen se perfiló desde entonces sobre las páginas escritas, y ya no me creí obligado al trabajo de comprender. Si Bergotte me había hablado mal de él, no era tanto; a lo que creo, por celos de su fracaso como por ignorancia de su obra. No leía casi nada. Ya la mayor parte de su pensamiento había pasado de su cerebro a sus libros. Estaba enflaquecido como si lo hubiesen operado de ellos. Su instinto reproductor no le inducía ya a la actividad, ahora que había sacado al exterior casi todo lo que pensaba. Vivía la vida vegetativa de un convaleciente, de una parida; sus hermosos ojos permanecían inmóviles, vagamente deslumbrados, como los ojos de un hombre tendido ala orilla del mar, que en un vago ensueño mira solamente cada ola pequeña. Por otra parte, si yo tenía en charlar con él menos interés del que hubiera tenido en otro tiempo, no sentía remordimientos por ello. Hasta tal punto era Bergotte hombre de costumbres, que, así las más sencillas como las más lujosas, una vez que las había adoptado, se le volvían indispensables durante cierto tiempo. No sé lo que lo hizo venir a casa la primera vez; pero luego, todos los días, fue por la razón de que había venido la víspera. Llegaba a casa como hubiera ido al café, para que no le hablasen, para que pudiera —muy raras veces— hablar él, de modo que se hubiera podido, en fin de cuentas, encontrar un indicio de que le conmoviese nuestra aflicción o de que hallase gusto en encontrarse conmigo, si se hubiese querido inducir algo de una asiduidad tal. No le era ésta indiferente a mi madre, sensible a todo lo que podía considerarse como un homenaje a su enferma. Y todos los días me decía: «Sobre todo, no te olvides de darle las gracias».
Nous eûmes — discrète attention de femme, comme le goûter que nous sert entre deux séances de pose la compagne d′un peintre — supplément à titre gracieux de celles que nous faisait son mari, la visite de Mme Cottard. Elle venait nous offrir sa «camériste», si nous aimions le service d′un homme, allait se «mettre en campagne» et mieux, devant nos refus, nous dit qu′elle espérait du moins que ce n′était pas là de notre part une «défaite», mot qui dans son monde signifie un faux prétexte pour ne pas accepter une invitation. Elle nous assura que le professeur, qui ne parlait jamais chez lui de ses malades, était aussi triste que s′il s′était agi d′elle-même. On verra plus tard que même si cela eût été vrai, cela eût été à la fois bien peu et beaucoup, de la part du plus infidèle et plus reconnaissant des maris. Recibimos —discreta atención de mujer, como la merienda que nos sirve entre dos sesiones de pose la compañera de un pintor—, suplemento a título gracioso de las que nos hacía su marido, la visita de la señora de Cottard. Venía a ofrecernos su «camarista»; si nos gustaba el servicio de un hombre, iba a «ponerse en campaña», y aún más: ante nuestras negativas, dijo que al menos esperaba que no se trataría por nuestra parte de una «salida», palabra que en su mundo significaba un falso pretexto para no aceptar una invitación. Nos aseguró que el doctor, que nunca hablaba en su casa de sus enfermos, estaba tan triste como si se hubiera tratado de ella misma. Más tarde se verá que aun cuando esto hubiese sido cierto, hubiera sido a la vez bien poco ymucho por parte del más infiel ymás agradecido de los maridos.
Des offres aussi utiles, et infiniment plus touchantes par la manière (qui était un mélange de la plus haute intelligence, du plus grand coeur, et d′un rare bonheur d′expression), me furent adressées par le grand-duc héritier de Luxembourg. Je l′avais connu à Balbec où il était venu voir une de ses tantes, la princesse de Luxembourg, alors qu′il n′était encore que comte de Nassau. Il avait épousé quelques mois après la ravissante fille d′une autre princesse de Luxembourg, excessivement riche parce qu′elle était la fille unique d′un prince à qui appartenait une immense affaire de de farines. Sur quoi le grand-duc de Luxembourg, qui n′avait pas d′enfants et qui adorait son neveu Nassau, avait fait approuver par la Chambre qu′il fût déclaré grand-duc héritier. Comme dans tous les mariages de ce genre, l′origine de la fortune est l′obstacle, comme elle est aussi la cause efficiente. Je me rappelais ce comte de Nassau comme un des plus remarquables jeunes gens que j′aie rencontrés, déjà dévoré alors d′un sombre et éclatant amour pour sa fiancée. Je fus très touché des lettres qu′il ne cessa de m′écrire pendant la maladie de ma grand′mère, et maman elle-même, émue, reprenait tristement un mot de sa mère: Sévigné n′aurait pas mieux dit. Le sixième jour, maman, pour obéir aux prières de grand′mère, dut la quitter un moment et faire semblant d′aller se reposer. J′aurais voulu, pour que ma grand′mère s′endormît, que Françoise restât sans bouger. Malgré mes supplications, elle sortit de la chambre; elle aimait ma grand′mère; avec sa clairvoyance et son pessimisme elle la jugeait perdue. Elle aurait donc voulu lui donner tous les soins possibles. Mais on venait de dire qu′il y avait un ouvrier électricien, très ancien dans sa maison, beau-frère de son patron, estimé dans notre immeuble où il venait travailler depuis de longues années, et surtout de Jupien. On avait commandé cet ouvrier avant que ma grand′mère tombât malade. Il me semblait qu′on eût pu le faire repartir ou le laisser attendre. Mais le protocole de Françoise ne le permettait pas, elle aurait manqué de délicatesse envers ce brave homme, l′état de ma grand′mère ne comptait plus. Quand au bout d′un quart d′heure, exaspéré, j′allai la chercher à la cuisine, je la trouvai causant avec lui sur le «carré» de l′escalier de service, dont la porte était ouverte, procédé qui avait l′avantage de permettre, si l′un de nous arrivait, de faire semblant qu′on allait se quitter, mais l′inconvénient d′envoyer d′affreux courants d′air. Françoise quitta donc l′ouvrier, non sans lui avoir encore crié quelques compliments, qu′elle avait oubliés, pour sa femme et son beau-frère. Souci caractéristique de Combray, de ne pas manquer à la délicatesse, que Françoise portait jusque dans la politique extérieure. Les niais s′imaginent que les grosses dimensions des phénomènes sociaux sont une excellente occasion de pénétrer plus avant dans l′âme humaine; ils devraient au contraire comprendre que c′est en descendant en profondeur dans une individualité qu′ils auraient chance de comprendre ces phénomènes. Françoise avait mille fois répété au jardinier de Combray que la guerre est le plus insensé des crimes et que rien ne vaut sinon vivre. Or, quand éclata la guerre russo-japonaise, elle était gênée, vis-à-vis du czar, que nous ne nous fussions pas mis en guerre pour aider «les pauvres Russes» «puisqu′on est alliance», disait-elle. Elle ne trouvait pas cela délicat envers Nicolas II qui avait toujours eu «de si bonnes paroles pour nous»; c′était un effet du même code qui l′eût empêchée de refuser à Jupien un petit verre, dont elle savait qu′il allait «contrarier sa digestion», et qui faisait que, si près de la mort de ma grand′mère, la même malhonnêteté dont elle jugeait coupable la France, restée neutre à l′égard du Japon, elle eût cru la commettre, en n′allant pas s′excuser elle-même auprès de ce bon ouvrier électricien qui avait pris tant de dérangement. Ofrecimientos tan útiles, e infinitamente más conmovedores por su forma (que era una mezcla de la inteligencia más elevada, de la mayor grandeza de corazón y de un raro acierto de expresión) fueron los que me dirigió el gran duque heredero de Luxemburgo. Habíalo conocido yo en Balbec, adonde había ido a ver a una de sus tías, la princesa de Luxemburgo, cuando aún no era más que conde de Nassau. Se había casado algunos meses después con la encantadora hija de otra princesa de Luxemburgo, excesivamente rica por ser hija única de un príncipe al que pertenecía un inmenso negocio de harinas. Tras lo cual, el gran duque de Luxemburgo, que no tenía hijos y adoraba a su sobrino Nassau, había hecho aprobar por el Parlamento que aquél fuese declarado gran duque heredero. Como en todos los matrimonios de esta índole, el origen de la fortuna es el obstáculo, como es también la causa eficiente. Yo me acordaba de este conde de Nassau como de uno de los jóvenes más notables con quienes me había tropezado, devorado ya entonces por un sombrío y magnífico amor a su prometida. Me impresionaron mucho las cartas que no cesó de escribirme durante la enfermedad de mi abuela, y la misma mamá, conmovida, repitiendo tristemente una frase de su madre, aseguró que madama de Sevigné no hubiera dicho mejor aquellas cosas. Al sexto día, mamá, por obedecer a los ruegos de la abuela, tuvo que dejarla un momento y hacer como que se iba a descansar. Yo hubiera querido, para que mi abuela se durmiese, que Francisca se quedara en la alcoba sin moverse. A pesar de mis súplicas, salió de la habitación; quería a mi abuela; con su clarividencia y su pesimismo, la consideraba perdida. Hubiera querido, por consiguiente, proporcionarle todos los cuidados posibles. Pero acababan de decirle que estaba un obrero electricista, muy antiguo en su taller, cuñado de su patrono, estimado en la casa en que vivíamos ahora — adonde venía a trabajar desde hacía muchos años, y sobre todo por Jupien. Habíamos mandado llamar a este obrero antes de que mi abuela cayese mala. A mí me parecía que hubiera podido decírsele que se fuera, o dejarlo que esperase. Pero el protocolo de Francisca no lo permitía; hubiera sido una falta de delicadeza para con aquel buen hombre; el estado de mi abuela ya no importaba. Cuando, al cabo de un cuarto de hora, exasperado, fui a buscarla a la cocina, encontré a Francisca charlando con él en el descansillo de la escalera de servicio, cuya puerta estaba abierta, procedimiento que tenía la ventaja de permitir, si alguno de nosotros llegaba, hacer como que los que hablaban iban a separarse, pero también el inconveniente de mandar tremendas corrientes de aire. Francisca dejó, pues, al obrero, no sin haberle enviado aún a gritos algunos saludos, que se le habían olvidado, para su mujer y su cuñado: Preocupación, característica de Combray, de no faltar a la delicadeza, que Francisca llevaba incluso a la política exterior. Los simples de espíritu se imaginan que las grandes dimensiones de los fenómenos sociales son una excelente ocasión para penetrar más adentro en el alma humana; deberían, por el contrario, comprender que como tendrían probabilidad de penetrar esos fenómenos es descendiendo en profundidad en una individualidad. Francisca había repetido mil veces al jardinero de Combray que la guerra es el más insensato de los crímenes y que no hay cosa que valga más que vivir. Ahora que, cuando estalló la guerra ruso-japonesa, se sentía molesta, por el zar, porque no hubiésemos intervenido en la guerra para ayudar a «los pobres rusos», «puesto que estamos alianzados», decía. No le parecía que fuese delicado eso para con Nicolás II, que había tenido siempre «tan buenas palabras para nosotros»; era un efecto del mismo código que le hubiera impedido negarse a aceptar de Jupien un vasito que sabía que iba «a contrariarle la digestión», y que hacía que, tan cerca de la muerte de mi abuela, la misma grosería de que juzgaba culpable a Francia, que se había mantenido neutral respecto del Japón, hubiese creído cometerla ella, de no ir a disculparse en persona con aquel buen obrero electricista que se había tomado una molestia tan grande.
Nous fûmes heureusement très vite débarrassés de la fille de Françoise qui eut à s′absenter plusieurs semaines. Aux conseils habituels qu′on donnait, à Combray, à la famille d′un malade: «Vous n′avez pas essayé d′un petit voyage, le changement d′air, retrouver l′appétit, etc. . . . » elle avait ajouté l′idée presque unique qu′elle s′était spécialement forgée et qu′ainsi elle répétait chaque fois qu′on la voyait, sans se lasser, et comme pour l′enfoncer dans la tête des autres: «Elle aurait dû se soigner radicalementdès le début.» Elle ne préconisait pas un genre de cure plutôt qu′un autre, pourvu que cette cure fût radicale. Quant à Françoise, elle voyait qu′on donnait peu de médicaments à ma grand′mère. Comme, selon elle, ils ne servent qu′à vous abîmer l′estomac, elle en était heureuse, mais plus encore humiliée. Elle avait dans le Midi des cousins — riches relativement — dont la fille, tombée malade en pleine adolescence, était morte à vingt-trois ans; pendant quelques années le père et la mère s′étaient ruinés en remèdes, en docteurs différents, en pérégrinations d′une «station» thermale à une autre, jusqu′au décès. Or cela paraissait à Françoise, pour ces parents-là, une espèce de luxe, comme s′ils avaient eu des chevaux de courses, un château. Eux-mêmes, si affligés qu′ils fussent, tiraient une certaine vanité de tant de dépenses. Ils n′avaient plus rien, ni surtout le bien le plus précieux, leur enfant, mais ils aimaient à répéter qu′ils avaient fait pour elle autant et plus que les gens les plus riches. Les rayons ultra-violets, à l′action desquels on avait, plusieurs fois par jour, pendant des mois, soumis la malheureuse, les flattaient particulièrement. Le père, enorgueilli dans sa douleur par une espèce de gloire, en arrivait quelquefois à parler de sa fille comme d′une étoile de l′Opéra pour laquelle il se fût ruiné. Françoise n′était pas insensible à tant de mise en scène; celle qui entourait la maladie de ma grand′mère lui semblait un peu pauvre, bonne pour une maladie sur un petit théâtre de province. Nos vimos, afortunadamente, desembarazados muy pronto de la hija de Francisca, que tuvo que ausentarse varias semanas. A los habituales consejos que se daban en Combray a la familia de un enfermo: «No han probado ustedes a ver si con un viaje corto con el cambio de aires, que recobre el apetito, etc....», había añadido ella la idea, casi única, que se había forjado especialmente y» que, por consiguiente, repetía cada vez que la veíamos, sin cansarse, y como para metérsela en la cabeza a los demás: Debía haberse cuidado radicalmente desde el principio». No preconizaba un género de curación de preferencia a otro, con tal que esa curación fuese radical. En cuanto a Francisca, veía que le dábamos pocos medicamentos a mi abuela. Como, según ella, las medicinas no sirven más que para echar a perder los estómagos, se sentía feliz con esto, pero más aún humillada. Tenía en el Mediodía unos primos —relativamente ricos— cuya hija, que había caído enferma en plena adolescencia, había muerto a los veintitrés años; por espacio de anos cuantos, el padre y la madre se habían arruinado en remedios, en diferentes doctores; en peregrinaciones de una «estación» termal en otra, hasta que llegó la muerte. Ahora bien, esto le parecía a Francisca, por lo que hacía a esos parientes, algo así como un lujo, como si hubiesen tenido caballos de carrera o un castillo Ellos mismos, por afligidos que estuviesen, extraían cierta vanidad de tanto gasto. Ya no tenían nada, ni, sobre todo, el más precioso de los bienes, su hija, pero les gustaba repetir que habían hecho por ella tanto y más que la gente más rica. Los rayos ultravioleta, a cuya acción se había sometido, varias veces, al día, durante meses y meses, a la desdichada, los halagaban particularmente. El padre, en orgullecido en su dolor por una especie de gloria, llegaba a veces, en ese orgullo, a hablar de su hija como de una estrella de la ópera por la cual se hubiese arruinado. Francisca no era insensible a tanto aparato; el que rodeaba la enfermedad de mi abuela le parecía un poco pobretón, bueno para una enfermedad en un teatrillo de provincias.
Il y eut un moment où les troubles de l′urémie se portèrent sur les yeux de ma grand′mère. Pendant quelques jours, elle ne vit plus du tout. Ses yeux n′étaient nullement ceux d′une aveugle et restaient les mêmes. Et je compris seulement qu′elle ne voyait pas, à l′étrangeté d′un certain sourire d′accueil qu′elle avait dès qu′on ouvrait la porte, jusqu′à ce qu′on lui eût pris la main pour lui dire bonjour, sourire qui commençait trop tôt et restait stéréotypé sur ses lèvres, fixe, mais toujours de face et tâchant à être vu de partout, parce qu′il n′y avait plus l′aide du regard pour le régler, lui indiquer le moment, la direction, le mettre au point, le faire varier au fur et à mesure du changement de place ou d′expression de la personne qui venait d′entrer; parce qu′il restait seul, sans sourire des yeux qui eût détourné un peu de lui l′attention du visiteur, et prenait par là, dans sa gaucherie, une importance excessive, donnant l′impression d′une amabilité exagérée. Puis la vue revint complètement, des yeux le mal nomade passa aux oreilles. Pendant quelques jours, ma grand′mère fut sourde. Et comme elle avait peur d′être surprise par l′entrée soudaine de quelqu′un qu′elle n′aurait pas entendu venir, à tout moment (bien que couchée du côté du mur) elle détournait brusquement la tête vers la porte. Mais le mouvement de son cou était maladroit, car on ne se fait pas en quelques jours à cette transposition, sinon de regarder les bruits, du moins d′écouter avec les yeux. Enfin les douleurs diminuèrent, mais l′embarras de la parole augmenta. On était obligé de faire répéter à ma grand′mère à peu près tout ce qu′elle disait. Hubo un momento en que los trastornos de la uremia atacaron a mi abuela a los ojos. Durante algunos días ya no vio nada. Sus ojos no tenían nada de los de una ciega y seguían siendo los de siempre. Y únicamente comprendí que no veía por lo extraño de cierta sonrisa de acogida que tenía desde que se abría la puerta hasta que le habíamos cogido la mano para darle los buenos días; sonrisa que empezaba demasiado pronto y se quedaba estereotipada en sus labios, fija, pero siempre de frente y tratando de ser vista de todas partes, porque ya no estaba allí el auxilio de la mirada para regularla, para indicarle el momento, la dirección, ponerla en su punto, hacerla variar a medida del cambio de sitio o de expresión de la persona que acababa de entrar; porque se quedaba sola, sin la sonrisa de los ojos que hubiera desviado un tanto de ella la atención del visitante, y cobraba, por lo mismo, en medio de su torpeza, una importancia excesiva, dando la impresión de una amabilidad exagerada. Después, la vista volvió por completo; la enfermedad nómada pasó a los oídos. Por espacio de algunos días, mi abuela estuvo sorda. Y como tenía miedo de verse sorprendida por la entrada súbita de alguien, al que no hubiera oído llegar, a cada momento (a pesar de que estaba echada del lado de la pared) volvía bruscamente la cabeza hacia la puerta. Pero el movimiento de su cuello era torpe, porque no se hace uno en algunos días a esta transposición, si no de mirar los ruidos, por lo menos de escuchar con los ojos. Al fin, los dolores disminuyeron, pero la dificultad en la palabra aumentó. Nos veíamos obligados a hacer repetir a mi abuela casi todo lo que decía.
Maintenant ma grand′mère, sentant qu′on ne la comprenait plus, renonçait à prononcer un seul mot et restait immobile. Quand elle m′apercevait, elle avait une sorte de sursaut comme ceux qui tout d′un coup manquent d′air, elle voulait me parler, mais n′articulait que des sons inintelligibles. Alors, domptée par son impuissance même, elle laissait retomber sa tête, s′allongeait à plat sur le lit, le visage grave, de marbre, les mains immobiles sur le drap, ou s′occupant d′une action toute matérielle comme de s′essuyer les doigts avec son mouchoir. Elle ne voulait pas penser. Puis elle commença à avoir une agitation constante. Elle désirait sans cesse se lever. Mais on l′empêchait, autant qu′on pouvait, de le faire, de peur qu′elle ne se rendît compte de sa paralysie. Un jour qu′on l′avait laissée un instant seule, je la trouvai, debout, en chemise de nuit, qui essayait d′ouvrir la fenêtre. Ahora, dándose cuenta que ya no le entendíamos, renunciaba a pronunciar una sola palabra y se estaba inmóvil. Cuando me sentía a mí, tenía como un sobresalto, cual esas personas, a las que de pronto les falta el aire y quería hablarme, pero sólo articulaba sonidos ininteligibles. Entonces, domeñada por su misma impotencia, dejaba caer de nuevo la cabeza, se estiraba boca arriba, grave el semblante, de mármol; inmóviles las manos sobre la sábana, u ocupándose en una acción completamente material, como la de enjugarse los dedos con su pañuelo. No quería pensar. Después empezó a tener una agitación constante. Sin cesar deseaba levantarse. Pero le impedíamos, en cuanto era posible, que lo hiciese, por miedo a que se diera cuenta de su parálisis. Un día que la habíamos dejado un instante sola, la encontré en pie, en camisón, tratando de abrir la ventana.
A Balbec, un jour où on avait sauvé malgré elle une veuve qui s′était jetée à l′eau, elle m′avait dit (mue peut-être par un de ces pressentiments que nous lisons parfois dans le mystère si obscur pourtant de notre vie organique, mais où il semble que se reflète l′avenir) qu′elle ne connaissait pas cruauté pareille à celle d′arracher une désespérée à la mort qu′elle a voulue et de la rendre à son martyre. En Balbec, un día que habían salvado contra su voluntad a una viuda que se había arrojado al agua, mi abuela me había dicho (movida acaso por uno de esos presentimientos que leemos a veces en el misterio, tan oscuro, sin embargo, de nuestra vida orgánica, pero en que parece como que se refleja lo por venir) que no conocía crueldad semejante a la de arrancar a una desesperada a la muerte que ella misma ha querido y devolverla a su martirio.
Nous n′eûmes que le temps de saisir ma grand′mère, elle soutint contre ma mère une lutte presque brutale, puis vaincue, rassise de force dans un fauteuil, elle cessa de vouloir, de regretter, son visage redevint impassible et elle se mit à enlever soigneusement les poils de fourrure qu′avait laissés sur sa chemise de nuit un manteau qu′on avait jeté sur elle. Apenas tuvimos tiempo de sujetar a mi abuela; sostuvo contra mi madre una lucha casi brutal; luego, vencida, sentada de nuevo a la fuerza en una butaca, cesó de querer, de añorar; su rostro tornó a ser impasible, y empezó a quitar cuidadosamente los pelos de la piel que había dejado en su camisón un abrigo que le habíamos echado por encima.
Son regard changea tout à fait, souvent inquiet, plaintif, hagard, ce n′était plus son regard d′autrefois, c′était le regard maussade d′une vieille femme qui radote. . . . Su mirada cambió por completo, frecuentemente intranquila; dolorida, huraña; ya no era su mirada de antes; era la mirada desagradable de una vieja que chochea...
A force de lui demander si elle ne désirait pas être coiffée, Françoise finit par se persuader que la demande venait de ma grand′mère. Elle apporta des brosses, des peignes, de l′eau de Cologne, un peignoir. Elle disait: «Cela ne peut pas fatiguer Madame Amédée, que je la peigne; si faible qu′on soit on peut toujours être peignée.» C′est-à-dire, on n′est jamais trop faible pour qu′une autre personne ne puisse, en ce qui la concerne, vous peigner. Mais quand j′entrai dans la chambre, je vis entre les mains cruelles de Françoise, ravie comme si elle était en train de rendre la santé à ma grand′mère, sous l′éplorement d′une vieille chevelure qui n′avait pas la force de supporter le contact du peigne, une tête qui, incapable de garder la pose qu′on lui donnait, s′écroulait dans un tourbillon incessant où l′épuisement des forces alternait avec la douleur. Je sentis que le moment où Françoise allait avoir terminé s′approchait et je n′osai pas la hâter en lui disant: «C′est assez», de peur qu′elle ne me désobéît. Mais en revanche je me précipitai quand, pour que ma grand′mère vît si elle se trouvait bien coiffée, Françoise, innocemment féroce, approcha une glace. Je fus d′abord heureux d′avoir pu l′arracher à temps de ses mains, avant que ma grand′mère, de qui on avait soigneusement éloigné tout miroir, eût aperçu par mégarde une image d′elle-même qu′elle ne pouvait se figurer. Mais, hélas! quand, un instant après, je me penchai vers elle pour baiser ce beau front qu′on avait tant fatigué, elle me regarda d′un air étonné, méfiant, scandalisé: elle ne m′avait pas reconnu. A fuerza de preguntarle si no quería que la peinasen, Francisca acabó por convencerse de que la pregunta venía de mi abuela. Trajo cepillos, peines, agua de Colonia, un peinador. Decía: «No, puede fatigarle a madama Amadea que la peine yo; por débil que esté una, siempre puede estar peinada.» Es decir, nunca se está demasiado débil para que otra persona no pueda, en lo que le concierne, peinarnos. Pero cuando entré yo en la habitación vi entre las manos crueles de Francisca, encantada como si estuviera a punto de devolverle la saluda mi abuela, bajo la aflicción de una vieja cabellera que no tenía fuerzas para soportar el contacto con el peine, una cabeza que, incapaz de conservar la postura a que la obligaban, se derrumbaba en un torbellino incesante en que el agotamiento de las fuerzas alternaba con el dolor. Sentí que se acercaba el momento en que Francisca iba a haber terminado, y no me atreví a darle prisa diciéndole: «Basta», por temor a que me desobedeciese. Pero, en desquite, me precipité cuando, para que mi abuela viera si le parecía que estaba bien peinada, Francisca, inocentemente feroz le acercó un espejo. Al pronto me sentí feliz por haber podido arrancárselo a tiempo de las manos, antes de que mi abuela, de quien habíamos alejado cuidadosamente todos los espejos, hubiese contemplado, por inadvertencia, una imagen de sí misma que no podía figurarse. Pero, ¡ay!, cuando un instante después me incliné hacia ella para besar aquella hermosa frente que tanto habían fatigado, me miró con una expresión asombrosa, recelosa, escandalizada: no me había conocido.
Selon notre médecin c′était un symptôme que la congestion du cerveau augmentait. Il fallait le dégager. Según nuestro médico, era éste un síntoma de que la congestión del cerebro aumentaba. Había que descongestionarlo.
Cottard hésitait. Françoise espéra un instant qu′on mettrait des ventouses «clarifiées». Elle en chercha les effets dans mon dictionnaire mais ne put les trouver. Eût-elle bien dit scarifiées au lieu de clarifiées qu′elle n′eût pas trouvé davantage cet adjectif, car elle ne le cherchait pas plus à la lettre squ′à la lettre c; elle disait en effet clarifiées mais écrivait (et par conséquent croyait que c′était écrit) «esclarifiées». Cottard, ce qui la déçut, donna, sans beaucoup d′espoir, la préférence aux sangsues. Quand, quelques heures après, j′entrai chez ma grand′mère, attachés à sa nuque, à ses tempes, à ses oreilles, les petits serpents noirs se tordaient dans sa chevelure ensanglantée, comme dans celle de Méduse. Mais dans son visage pâle et pacifié, entièrement immobile, je vis grands ouverts, lumineux et calmes, ses beaux yeux d′autrefois (peut-être encore plus surchargés d′intelligence qu′ils n′étaient avant sa maladie, parce que, comme elle ne pouvait pas parler, ne devait pas bouger, c′est à ses yeux seuls qu′elle confiait sa pensée, la pensée qui tantôt tient en nous une place immense, nous offrant des trésors insoupçonnés, tantôt semble réduite à rien, puis peut renaître comme par génération spontanée par quelques gouttes de sang qu′on tire), ses yeux, doux et liquides comme de l′huile, sur lesquels le feu rallumé qui brûlait éclairait devant la malade l′univers reconquis. Son calme n′était plus la sagesse du désespoir mais de l′espérance. Elle comprenait qu′elle allait mieux, voulait être prudente, ne pas remuer, et me fit seulement le don d′un beau sourire pour que je susse qu′elle se sentait mieux, et me pressa légèrement la main. Cottard vacilaba. Francisca esperó por un instante que se le pondrían a la enferma ventosas «clarificadas». Buscó los efectos de las mismas en mi diccionario, pero no pudo encontrarlo. Aunque hubiese dicho escarificadas en lugar de clarificadas, tampoco hubiera encontrado este adjetivo, ya que no lo buscaba ni en la c ni en la e; decía, en realidad, clarificadas, pero escribía (y por consiguiente creía que así estaba escrito) «clarificadas». Cottard -cosa que la decepcionó- dio, sin muchas esperanzas, preferencia a las sanguijuelas. Cuando, algunas horas después, entré en el cuarto de mi abuela, pegadas a su nuca, a sus sienes, a sus orejas, las negras sierpecillas se retorcían en su cabellera ensangrentada, como en la de Medusa. Pero en su semblante, pálido y sereno, enteramente inmóvil, vi muy abiertos, luminosos y tranquilos, sus hermosos ojos de otros tiempos (quizá más recargados todavía de inteligencia que antes de su enfermedad, porque, como no podía hablar, como no debía moverse, sólo a sus ojos confiaba su pensamiento, el pensamiento que tan pronto ocupa en nosotros un lugar inmenso, ofreciéndonos tesoros insospechados, como parece reducido a nada, y luego puede renacer como por generación espontánea con unas cuantas gotas de sangre que nos quitan), sus ojos, suaves y líquidos como un óleo, en los que el fuego; que, encendido de nuevo, abrasaba, alumbraba ante la enferma el universo reconquistado. Su tranquilidad no era ya la cordura de la desesperación, sino la de la esperanza. Se daba cuenta de que iba mejor, quería ser prudente, no moverse, y solamente me hizo el don de una hermosa sonrisa, para que supiera yo que se encontraba mejor, y me apretó ligeramente la mano.
Je savais quel dégoût ma grand′mère avait de voir certaines bêtes, à plus forte raison d′être touchée par elles. Je savais que c′était en considération d′une utilité supérieure qu′elle supportait les sangsues. Aussi Françoise m′exaspérait-elle en lui répétant avec ces petits rires qu′on a avec un enfant qu′on veut faire jouer: «Oh! les petites bébêtes qui courent sur Madame.» C′était, de plus, traiter notre malade sans respect, comme si elle était tombée en enfance. Mais ma grand′mère, dont la figure avait pris la calme bravoure d′un stoen, n′avait même pas l′air d′entendre. Sabía yo qué asco le daba a mi abuela ver ciertos animales, y con mayor motivo ser tocada por ellos. Sabía que si soportaba las sanguijuelas era en consideración a una utilidad superior. Así es que Francisca me exasperaba al repetirle con esas risitas que gastamos con un niño al que queremos hacer jugar: «¡Oh, qué bichitos están corriendo por la señora!» Eso era, además, tratar a nuestra enferma sin respeto, como si se hubiera vuelto chocha. Pero mi abuela, cuyo semblante había cobrado el tranquilo valor de un estoico, ni siquiera parecía que oyese.
Hélas! aussitôt les sangsues retirées, la congestion reprit de plus en plus grave. Je fus surpris qu′à ce moment où ma grand′mère était si mal, Françoise disparût à tout moment. C′est qu′elle s′était commandé une toilette de deuil et ne voulait pas faire attendre la couturière. Dans la vie de la plupart des femmes, tout, même le plus grand chagrin, aboutit à une question d′essayage. ¡Ay! Tan pronto como se le quitaron las sanguijuelas, volvió a presentarse la congestión, cada vez más grave. Me sorprendió que en ese momento en que mi abuela estaba tan mal desapareciese a cada instante Francisca. Es que se había encargado un traje de luto y no quería hacer esperar a la modista. En la vida de la mayor parte de las mujeres, todo, hasta el pesar más grande, va a dar en una cuestión de prueba.
Quelques jours plus tard, comme je dormais, ma mère vint m′appeler au milieu de la nuit. Avec les douces attentions que, dans les grandes circonstances, les gens qu′une profonde douleur accable témoignent fût-ce aux petits ennuis des autres: Algunos días más tarde, mientras estaba yo durmiendo, vino a llamarme mi madre a medianoche. Con las delicadas atenciones que las personas abrumadas por un dolor hondo testimonian en las grandes circunstancias, incluso a las menudas preocupaciones de los demás:
— Pardonne-moi de venir troubler ton sommeil, me dit-elle. —Perdóname que venga a trastornarte el sueño —me dijo.
— Je ne dormais pas, répondis-je en m′éveillant. —No dormía —respondí, despertándome.
Je le disais de bonne foi. La grande modification qu′amène en nous le réveil est moins de nous introduire dans la vie claire de la conscience que de nous faire perdre le souvenir de la lumière un peu plus tamisée où reposait notre intelligence, comme au fond opalin des eaux. Les pensées à demi voilées sur lesquelles nous voguions il y a un instant encore entraînaient en nous un mouvement parfaitement suffisant pour que nous ayons pu les désigner sous le nom de veille. Mais les réveils trouvent alors une interférence de mémoire. Peu après, nous les qualifions sommeil parce que nous ne nous les rappelons plus. Et quand luit cette brillante étoile, qui, à l′instant du réveil, éclaire derrière le dormeur son sommeil tout entier, elle lui fait croire pendant quelques secondes que c′était non du sommeil, mais de la veille; étoile filante à vrai dire, qui emporte avec sa lumière l′existence mensongère, mais les aspects aussi du songe et permet seulement à celui qui s′éveille de se dire: «J′ai dormi.» Lo decía de buena fe. La gran modificación que el despertar nos trae no es tanto el introducirnos en la vida clara de la conciencia como el hacernos perder el recuerdo de la luz un poco más tamizada en que reposaba nuestra inteligencia como en el fondo opalino de las aguas. Los pensamientos semivelados sobre que bogábamos hace todavía un instante, arrastraban consigo en nosotros un movimiento perfectamente suficiente para que hayamos podido designarlos con el nombre de vigilia. Pero el despertar se encuentra entonces con una interferencia de memoria. Poco después lo calificamos de sueño porque ya no lo recordamos. Y cuando luce la brillante estrella que, en el instante del despertar, ilumina detrás del durmiente su sueño íntegro, le hace creer por espacio de unos segundos que aquello no era un sueño, sino la vigilia; estrella fugaz, a decir verdad, que con su luz se lleva la existencia engañosa, pero también los aspectos del sueño, y solamente permite al que se despierta decirse: «He dormido».
D′une voix si douce qu′elle semblait craindre de me faire mal, ma mère me demanda si cela ne me fatiguerait pas trop de me lever, et me caressant les mains: Con una voz tan suave que parecía como si temiera hacerme daño, me preguntó si no me fatigaría demasiado levantarme, y, acariciándome las manos
— Mon pauvre petit, ce n′est plus maintenant que sur ton papa et sur ta maman que tu pourras compter. —Pobre pequeño mío, ahora ya no vas a poder contar más que con tu papá y con tu mamá.
Nous entrâmes dans la chambre. Courbée en demi-cercle sur le lit, un autre être que ma grand′mère, une espèce de bête qui se serait affublée de ses cheveux et couchée dans ses draps, haletait, geignait, de ses convulsions secouait les couvertures. Les paupières étaient closes et c′est parce qu′elles fermaient mal plutôt que parce qu′elles s′ouvraient qu′elle laissaient voir un coin de prunelle, voilé, chassieux, reflétant l′obscurité d′une vision organique et d′une souffrance interne. Toute cette agitation ne s′adressait pas à nous qu′elle ne voyait pas, ni ne connaissait. Mais si ce n′était plus qu′une bête qui remuait là, ma grand′mère où était-elle? On reconnaissait pourtant la forme de son nez, sans proportion maintenant avec le reste de la figure, mais au coin duquel un grain de beauté restait attaché, sa main qui écartait les couvertures d′un geste qui eût autrefois signifié que ces couvertures la gênaient et qui maintenant ne signifiait rien. Entramos en la alcoba. Encorvado en semicírculo sobre el lecho, otro ser que no era mi abuela, algo así como un animal que se hubiera disfrazado poniéndose su pelo y acostándose entre sus sábanas, jadeaba, gemía; con sus convulsiones sacudía las ropas de la cama. Los párpados estaban cerrados, y porque cerraban mal, antes que porque se abriesen, dejaban ver un rincón de pupilas, velado, legañoso, que reflejaba la oscuridad de una visión orgánica y de un sufrimiento interno. Toda aquella agitación no se dirigía a nosotros, a quienes no veía ni conocía. Pero si ya no era más que un animal lo que allí bullía, ¿dónde estaba mi abuela? Reconocíase, sin embargo, la forma de su nariz, que ahora no guardaba proporción con el resto de la cara, pero junto a la que seguía adherido un lunar; su mano, que echaba a un lado los cobertores con un ademán que en otro tiempo hubiera significado que aquellas ropas la molestaban, y que ahora no significaba nada.
Maman me demanda d′aller chercher un peu d′eau et de vinaigre pour imbiber le front de grand′mère. C′était la seule chose qui la rafraîchissait, croyait maman qui la voyait essayer d′écarter ses cheveux. Mais on me fit signe par la porte de venir. La nouvelle que ma grand′mère était à toute extrémité s′était immédiatement répandue dans la maison. Un de ces «extras» qu′on fait venir dans les périodes exceptionnelles pour soulager la fatigue des domestiques, ce qui fait que les agonies ont quelque chose des fêtes, venait d′ouvrir au duc de Guermantes, lequel, resté dans l′antichambre, me demandait; je ne pus lui échapper. Mamá me pidió que fuese a buscar un poco de agua y vinagre para humedecerle la frente a la abuela. Era lo único que la refrescaba, creía mamá, que la veía hacer esfuerzos por apartar el pelo. Pero desde la puerta me hacían seña de que saliese. Uno de esos «extras» a que se acude en las ocasiones excepcionales para aliviar el cansancio de los criados, lo cual hace que las agonías tengan algo de fiesta, acababa de abrir al duque de Guermantes, que se estaba en la antesala y preguntaba por mí: no pude eludirlo.
— Je viens, mon cher monsieur, d′apprendre ces nouvelles macabres. Je voudrais en signe de sympathie serrer la main à monsieur votre père. «Acabo, amigo mío, de enterarme de estas macabras noticias. Quisiera, en señal de simpatía, estrechar la mano de su señor padre.»
Je m′excusai sur la difficulté de le déranger en ce moment. M. de Guermantes tombait comme au moment où on part en voyage. Mais il sentait tellement l′importance de la politesse qu′il nous faisait, que cela lui cachait le reste et qu′il voulait absolument entrer au salon. En général, il avait l′habitude de tenir à l′accomplissement entier des formalités dont il avait décidé d′honorer quelqu′un et il s′occupait peu que les malles fussent faites ou le cercueil prêt. Me excusé, alegando la dificultad de molestarlo en aquel momento. El señor de Guermantes caía como en el momento en que sale uno de viaje. Pero de tal modo sentía la importancia de la muestra de cortesía de que nos hacía objeto, que eso le ocultaba todo lo demás, y estaba absolutamente empeñado en pasar al salón. En general, tenía la costumbre de llevar a punta de lanza el cumplimiento cabal de las formalidades con que había decidido honrar a alguien, y se cuidaba poco de que las maletas estuviesen hechas o dispuesto el féretro.
— Avez-vous fait venir Dieulafoy? Ah! c′est une grave erreur. Et si vous me l′aviez demandé, il serait venu pour moi, il ne me refuse rien, bien qu′il ait refusé à la duchesse de Chartres. Vous voyez, je me mets carrément au-dessus d′une princesse du sang. D′ailleurs devant la mort nous sommes tous égaux, ajouta-t-il, non pour me persuader que ma grand′mère devenait son égale, mais ayant peut-être senti qu′une conversation prolongée relativement à son pouvoir sur Dieulafoy et à sa prééminence sur la duchesse de Chartres ne serait pas de très bon goût. —¿Han hecho ustedes que venga Dieulafoy? ¡Ah!, pues es un grave error. Y si me lo hubieran dicho ustedes, hubiera venido por mí; a mí no me niega nada, aunque se haya negado a ir a casa de la duquesa de Chartres. Ya ve usted, me pongo francamente por encima de una princesa de sangre real. Por lo demás, ante la muerte todos somos iguales — añadió, no por convencerme de que mi abuela pasaba a ser igual suya, sino porque acaso se hubiera dado cuenta de que una prolongada conversación respecto a su poder sobre Dieulafoy y su preeminencia sobre la duquesa de Chartres no sería de muy buen gusto.
Son conseil du reste ne m′étonnait pas. Je savais que, chez les Guermantes, on citait toujours le nom de Dieulafoy (avec un peu plus de respect seulement) comme celui d′un «fournisseur» sans rival. Et la vieille duchesse de Mortemart, née Guermantes (il est impossible de comprendre pourquoi dès qu′il s′agit d′une duchesse on dit presque toujours: «la vieille duchesse de» ou tout au contraire, d′un air fin et Watteau, si elle est jeune, la «petite duchesse de»), préconisait presque mécaniquement, en clignant de l′oeil, dans les cas graves «Dieulafoy, Dieulafoy», comme si on avait besoin d′un glacier «Poiré Blanche» ou pour des petits fours «Rebattet, Rebattet». Mais j′ignorais que mon père venait précisément de faire demander Dieulafoy. Su consejo, por otra parte, no me extrañaba. Sabía yo que entre los Guermantes se citaba siempre el nombre de Dieulafoy (con un poco más de respeto solamente) como el de un «proveedor» sin rival. Y la duquesa vieja de Mortemart, Guermantes por su nacimiento (es imposible comprender por qué, desde el momento en que se trata de una duquesa, se dice casi siempre: «la duquesa vieja de. . .» o, por el contrario, con expresión delicada y a lo Watteau, si es joven: « la duquesita de...»), preconizaba casi mecánicamente, guiñando el ojo, en los casos graves: « Dieulafoy», como, si se necesitaba un portero para los helados: «Poiré Blanche», o, para los hojaldres: «Rebattet, Rebattet». Pero ignoraba que mi padre acababa precisamente de mandar llamar a Dieulafoy.
A ce moment ma mère, qui attendait avec impatience des ballons d′oxygène qui devaient rendre plus aisée la respiration de ma grand′mère, entra elle-même dans l′antichambre où elle ne savait guère trouver M. de Guermantes. J′aurais voulu le cacher n′importe où. Mais persuadé que rien n′était plus essentiel, ne pouvait d′ailleurs la flatter davantage et n′était plus indispensable à maintenir sa réputation de parfait gentilhomme, il me prit violemment par le bras et malgré que je me défendisse comme contre un viol par des: «Monsieur, monsieur, monsieur» répétés, il m′entraîna vers maman en me disant: «Voulez-vous me faire le grand honneur de me présenter à madame votre mère?» en déraillant un peu sur le mot mère. Et il trouvait tellement que l′honneur était pour elle qu′il ne pouvait s′empêcher de sourire tout en faisant une figure de circonstance. Je ne pus faire autrement que de le nommer, ce qui déclancha aussitôt de sa part des courbettes, des entrechats, et il allait commencer toute la cérémonie complète du salut. Il pensait même entrer en conversation, mais ma mère, noyée dans sa douleur, me dit de venir vite, et ne répondit même pas aux phrases de M. de Guermantes qui, s′attendant à être reçu en visite et se trouvant au contraire laissé seul dans l′antichambre, eût fini par sortir si, au même moment, il n′avait vu entrer Saint–Loup arrivé le matin même et accouru aux nouvelles. «Ah! elle est bien bonne!» s′écria joyeusement le duc en attrapant son neveu par sa manche qu′il faillit arracher, sans se soucier de la présence de ma mère qui retraversait l′antichambre. Saint–Loup n′était pas fâché, je crois, malgré son sincère chagrin, d′éviter de me voir, étant donné ses dispositions pour moi. Il partit, entraîné par son oncle qui, ayant quelque chose de très important à lui dire et ayant failli pour cela partir à Doncières, ne pouvait pas en croire sa joie d′avoir pu économiser un tel dérangement. «Ah! si on m′avait dit que je n′avais qu′à traverser la cour et que je te trouverais ici, j′aurais cru à une vaste blague; comme dirait ton camarade M. Bloch, c′est assez farce.» Et tout en s′éloignant avec Robert, qu′il tenait par l′épaule: «C′est égal, répétait-il, on voit bien que je viens de toucher de la corde de pendu ou tout comme; j′ai une sacrée veine.» Ce n′est pas que le duc de Guermantes fût mal élevé, au contraire. Mais il était de ces hommes incapables de se mettre à la place des autres, de ces hommes ressemblant en cela à la plupart des médecins et aux croquemorts, et qui, après avoir pris une figure de circonstance et dit: «ce sont des instants très pénibles», vous avoir au besoin embrassé et conseillé le repos, ne considèrent plus une agonie ou un enterrement que comme une réunion mondaine plus ou moins restreinte où, avec une jovialité comprimée un moment, ils cherchent des yeux la personne à qui ils peuvent parler de leurs petites affaires, demander de les présenter à une autre ou «offrir une place» dans leur voiture pour les «ramener». Le duc de Guermantes, tout en se félicitant du «bon vent» qui l′avait poussé vers son neveu, resta si étonné de l′accueil pourtant si naturel de ma mère, qu′il déclara plus tard qu′elle était aussi désagréable que mon père était poli, qu′elle avait des «absences» pendant lesquelles elle semblait même ne pas entendre les choses qu′on lui disait et qu′à son avis elle n′était pas dans son assiette et peut-être même n′avait pas toute sa tête à elle. Il voulut bien cependant, à ce qu′on me dit, mettre cela en partie sur le compte des circonstances et déclarer que ma mère lui avait paru très «affectée» par cet événement. Mais il avait encore dans les jambes tout le reste des saluts et révérences à reculons qu′on l′avait empêché de mener à leur fin et se rendait d′ailleurs si peu compte de ce que c′était que le chagrin de maman, qu′il demanda, la veille de l′enterrement, si je n′essayais pas de la distraire. En ese momento, mi madre, que esperaba con impaciencia unos balones de oxígeno que debían ayudar a respirar más fácilmente a mi abuela, entró en la antesala, donde mal sabía ella que iba a encontrarse con el señor de Guermantes. Yo hubiera querido esconder a éste en cualquier parte. Pero él, convencido de que nada era más esencial ni podía, por otra parte, lisonjearla a ella ni era más indispensable para mantener su propia fama de cumplido caballero, me cogió violentamente del brazo y, aun cuando yo me defendía como contra una violación diciendo: «Caballero, caballero, caballero», repetidamente, me arrastró hacia mamá diciéndome: «¿Quiere usted hacerme el gran honor de presentarme a su señora madre?», descarrilando un poco en la palabra «madre». Y hasta tal punto le parecía que el honor era para ella, que no podía menos de sonreír, sin dejar de poner cara de circunstancias. No me quedó más remedio que decir su nombre, cosa que desencadenó inmediatamente, por su parte, inclinaciones, gambetas, e iba a dar comienzo a toda la ceremonia completa del saludo. Pensaba incluso trabar conversación; pero mi madre, ahogada por su dolor, me dijo que fuese aprisa, y ni siquiera contestó a las frases del señor de Guermantes, que, esperando ser recibido romo una visita y encontrándose, por el contrario, con que lo dejaban solo en la antesala, hubiera acabado por marcharse si en ese mismo momento no hubiera visto entrar a Saint-Loup, que había llegado por la mañana y acudía presuroso en busca de noticias. «¡Ah! ¡Esta sí que es buena!», exclamó alegremente el duque, atrapando a su sobrino por la manga, que estuvo a punto de arrancarle, sin cuidarse de la presencia de mi madre, que volvía a cruzar la antesala. Creo que a Saint-Loup no le contrariaba, a pesar de su sincera pena, evitar verme, dada la disposición de ánimo en que se encontraba respecto de mí. Salió, arrastrado por su tío, que, como tenía algo muy importante que decirle y había estado a punto, por ello, de salir para Donciére no podía dar crédito a su alegría por haber podido economizar semejante molestia. «¡Ah! Si me hubieran dicho que no tenía más que cruzar el patio y que te encontraría aquí, hubiese creído que se trataba de un bromazo; como diría tu camarada el señor Bloch, el caso es bastante chusco.» Y mientras se alejaba con Roberto, al que llevaba cogido del hombro: «Es igual, repetía; bien se ve que acabo de tocar una cuerda de ahorcado, o algo por el estilo; tengo una suerte estupenda». No es que el duque de Guermantes estuviese mal educado; lejos de ello. Pero era uno de esos hombres incapaces de ponerse en el lugar de los demás, uno de esos hombres que se parecen en esto a la mayor parte de los médicos y a los entierramuertos, yque después de haber puesto cara de circunstancias yde decir: «Estos instantes son muy penosos», de haberos abrazado, si se tercia, y de aconsejaros que descanséis, ya no consideran una agonía o un entierro de otra suerte que como una reunión mundana más o menos restringida en la que con jovialidad comprimida un momento, buscan con los ojos a la persona con quien pueden hablar de sus menudencias, pedirle que les presente a otra u «ofrece un sitio» en su coche «para la vuelta». El duque de Guermantes, aunque se felicitase del «buen viento» que lo había impulsado hacia su sobrino, quedó tan extrañado de recibimiento —tan natural, sin embargo— de mi madre, que más tarde declaró que ésta era tan desagradable como cortés mi padre, que tenía «ausencias» durante las cuales parecía incluso como si no oyera las cosas que le decían, y que, a su juicio, no estaba en su centro, yni siquiera, acaso, en sus cabales. Así ytodo, consintió, por lo que me dijeron, en poner esto, en parte, a la cuenta de las circunstancias y declarar que mi madre le había parecido muy «afectada» por el acontecimiento. Pero aún le quedaba en las piernas todo el resto de los saludos y reverencias a reculones que le habíamos impedido llevar a su fin, y, por otra parte, tan poca cuenta se daba de lo que era la pena de mamá, que preguntó, la víspera del entierro, si no probaba yo a distraerla.
Un beau-frère de ma grand′mère, qui était religieux, et que je ne connaissais pas, télégraphia en Autriche où était le chef de son ordre, et ayant par faveur exceptionnelle obtenu l′autorisation, vint ce jour-là. Accablé de tristesse, il lisait à côté du lit des textes de prières et de méditations sans cependant détacher ses yeux en vrille de la malade. A un moment où ma grand′mère était sans connaissance, la vue de la tristesse de ce prêtre me fit mal, et je le regardai. Il parut surpris de ma pitié et il se produisit alors quelque chose de singulier. Il joignit ses mains sur sa figure comme un homme absorbé dans une méditation douloureuse, mais, comprenant que j′allais détourner de lui les yeux, je vis qu′il avait laissé un petit écart entre ses doigts. Et, au moment où mes regards le quittaient, j′aperçus son oeil aigu qui avait profité de cet abri de ses mains pour observer si ma douleur était sincère. Il était embusqué là comme dans l′ombre d′un confessionnal. Il s′aperçut que je le voyais et aussitôt clôtura hermétiquement le grillage qu′il avait laissé entr′ouvert. Je l′ai revu plus tard, et jamais entre nous il ne fut question de cette minute. Il fut tacitement convenu que je n′avais pas remarqué qu′il m′épiait. Chez le prêtre comme chez l′aliéniste, il y a toujours quelque chose du juge d′instruction. D′ailleurs quel est l′ami, si cher soit-il, dans le passé, commun avec le nôtre, de qui il n′y ait pas de ces minutes dont nous ne trouvions plus commode de nous persuader qu′il a dû les oublier? Un cuñado de mi abuela que era religioso, y al que yo no conocía, telegrafió a Austria, donde estaba el superior de su orden, y, habiendo conseguido por un favor excepcional la autorización, vino ese día. Agobiado de tristeza, leía al lado del lecho texto de rezos y meditaciones, sin apartar, con todo, de la enferma sus ojos de barrena. En un momento en que mi abuela estaba privada de conocimiento, el espectáculo de la tristeza de aquel sacerdote me hizo daño y miré para él. Pareció sorprendido de mi compasión, y entonces se produjo una cosa singular. Juntó las manos sobre la cara, como un hombre absorto en una meditación dolorosa; pero, comprendiendo que yo iba a desviar de él los ojos, vi que había dejado un pequeño resquicio entre sus dedos. Y en el momento en que mis miradas se apartaban de él, me encontré con su agudo mirar, que había aprovechado el abrigo de sus manos para observar si mi dolor era sincero. Estaba emboscado allí como en la sombra, de un confesionario. Se dio cuenta de que yo lo veía, y al momento cerró herméticamente el enrejado que había dejado entreabierto. Más tarde lo he vuelto a ver, y nunca se trató entre nosotros de ese minuto, Quedó tácitamente convenido que yo no había echado de ver que él me espiaba. En el cura, como en el alienista, hay siempre algo de juez de instrucción. Por lo demás, ¿cuál es el amigo, por querido que sea, en cuyo pasado común con el nuestro no hay algunos de estos minutos que encontraríamos más cómodo persuadirnos de que ha debido de olvidarlos?
Le médecin fit une piqûre de morphine et pour rendre la respiration moins pénible demanda des ballons d′oxygène. Ma mère, le docteur, la soeur les tenaient dans leurs mains; dès que l′un était fini, on leur en passait un autre. J′étais sorti un moment de la chambre. Quand je rentrai je me trouvai comme devant un miracle. Accompagnée en sourdine par un murmure incessant, ma grand′mère semblait nous adresser un long chant heureux qui remplissait la chambre, rapide et musical. Je compris bientôt qu′il n′était guère moins inconscient, qu′il était aussi purement mécanique, que le râle de tout à l′heure. Peut-être reflétait-il dans une faible mesure quelque bien-être apporté par la morphine. Il résultait surtout, l′air ne passant plus tout à fait de la même façon dans les bronches, d′un changement de registre de la respiration. Dégagé par la double action de l′oxygène et de la morphine, le souffle de ma grand′mère ne peinait plus, ne geignait plus, mais vif, léger, glissait, patineur, vers le fluide délicieux. Peut-être à l′haleine, insensible comme celle du vent dans la flûte d′un roseau, se mêlait-il, dans ce chant, quelques-uns de ces soupirs plus humains qui, libérés à l′approche de la mort, font croire à des impressions de souffrance ou de bonheur chez ceux qui déjà ne sentent plus, et venaient ajouter un accent plus mélodieux, mais sans changer son rythme, à cette longue phrase qui s′élevait, montait encore, puis retombait pour s′élancer de nouveau de la poitrine allégée, à la poursuite de l′oxygène. Puis, parvenu si haut, prolongé avec tant de force, le chant, mêlé d′un murmure de supplication dans la volupté, semblait à certains moments s′arrêter tout à fait comme une source s′épuise. El médico puso una inyección de morfina y, para hacer menos trabajosa la respiración, pidió unos balones de oxígeno. Mi madre, el doctor, la sor los tenían en sus manos; en cuanto se había acabado uno, se les pasaba otro. Yo había salido un momento de la habitación. Cuando volví a entrar me encontré como ante un milagro. Acompañada en sordina por un murmullo incesante, mi abuela parecía dirigirnos un largo canto feliz que colmaba la habitación, rápido y musical. Pronto comprendí que era menos inconsciente apenas, que era tan puramente mecánico como el jadear de un momento antes. Acaso reflejara en escasa medida cierto bienestar aportado por la morfina. Resultaba, sobre todo —porque el aire no pasaba ya de la misma manera por los bronquios—, de un cambio de registro de la respiración. Libre gracias a la doble acción del oxígeno y de la morfina, el soplo de mi abuela no se debatía, ya no gemía, sino que vivo, ligero, se deslizaba, patinando, hacia el fluido delicioso. Quizá al aliento, insensible como el del viento en la flauta de una caña, se mezclaban en aquel canto algunos de esos suspiros más humanos que, libertados por la proximidad de la muerte, hacen creer en impresiones de sufrimiento o de felicidad en aquellos que ya no sienten, y venían a añadir un acento más melodioso, pero sin cambiar su ritmo, a la larga frase que se elevaba, subía aún más, decaída luego, para lanzarse de nuevo, del aliviado pecho, en persecución del oxígeno. Después, ya que había llegado tan alto, prolongado con tanta fuerza, el canto, mezclado a un murmullo de súplica en el deleite, parecía en ciertos momentos detenerse por completo, como se agota una fuente.
Françoise, quand elle avait un grand chagrin, éprouvait le besoin si inutile, mais ne possédait pas l′art si simple, de l′exprimer. Jugeant ma grand′mère tout à fait perdue, c′était ses impressions à elle, Françoise, qu′elle tenait à nous faire connaître. Et elle ne savait que répéter: «Cela me fait quelque chose», du même ton dont elle disait, quand elle avait pris trop de soupe aux choux: «J′ai comme un poids sur l′estomac», ce qui dans les deux cas était plus naturel qu′elle ne semblait le croire. Si faiblement traduit, son chagrin n′en était pas moins très grand, aggravé d′ailleurs par l′ennui que sa fille, retenue à Combray (que la jeune Parisienne appelait maintenant la «cambrousse» et où elle se sentait devenir «pétrousse»), ne pût vraisemblablement revenir pour la cérémonie mortuaire que Françoise sentait devoir être quelque chose de superbe. Sachant que nous nous épanchions peu, elle avait à tout hasard convoqué d′avance Jupien pour tous les soirs de la semaine. Elle savait qu′il ne serait pas libre à l′heure de l′enterrement. Elle voulait du moins, au retour, le lui «raconter». Francisca, cuando tenía algún pesar grande, sentía la necesidad, igualmente inútil, pero no poseía el arte tan sencillo, de expresarlo. Juzgando a mi abuela completamente perdida, eran sus propias impresiones lo que estaba empeñada en hacernos conocer. Y no sabía más que repetir: «¡A mí estas cosas me hacen una mella!», en el mismo tono con que decía, cuando había tomado demasiada sopa de coles: «Es como si tuviera un peso en el estómago», cosa que en ambos casos era más natural de lo que ella parecía creer. Tan débilmente traducid, no por eso era menos grande su pena, agravada, además, por el fastidio de que su hija, retenida en Combray (que la joven parisiense llamaba ahora «la cambrousse», y donde sentía que se iba «adocenando»), no pudiera, verosímilmente, volver para la ceremonia mortuoria, que Francisca venteaba que tenía que ser soberbia. Como sabía que nosotros nos explayábamos poco, había citado a todo trance de antemano a Jupien para todos los días de la semana, a la caída de la tarde. Sabía que Jupien no estaría libre a la hora del entierro. Quería, por lo menos a la vuelta, «contárselo».
Depuis plusieurs nuits mon père, mon grand-père, un de nos cousins veillaient et ne sortaient plus de la maison. Leur dévouement continu finissait par prendre un masque d′indifférence, et l′interminable oisiveté autour de cette agonie leur faisait tenir ces mêmes propos qui sont inséparables d′un séjour prolongé dans un wagon de chemin de fer. D′ailleurs ce cousin (le neveu de ma grand′tante) excitait chez moi autant d′antipathie qu′il méritait et obtenait généralement d′estime. Desde hacía varias noches, mi padre, mi abuelo, uno de nuestros primos velaban y no salían ya de casa. Su continua abnegación acababa por tomar una máscara de indiferencia, y la interminable ociosidad en torno a aquella agonía les hacía tener las mismas conversaciones que son inseparables de una permanencia prolongada en un vagón de ferrocarril. Por otra parte, el primo (el sobrino de mi tía abuela) excitaba en mí tanta antipatía como estimación merecía y obtenía generalmente.
On le «trouvait» toujours dans les circonstances graves, et il était si assidu auprès des mourants que les familles, prétendant qu′il était délicat de santé, malgré son apparence robuste, sa voix de basse-taille et sa barbe de sapeur, le conjuraient toujours avec les périphrases d′usage de ne pas venir à l′enterrement. Je savais d′avance que maman, qui pensait aux autres au milieu de la plus immense douleur, lui dirait sous une tout autre forme ce qu′il avait l′habitude de s′entendre toujours dire: Se lo «encontraba» siempre en las circunstancias graves, y era tan asiduo para con los moribundos, que las familias, pretendiendo que estaba delicado de salud a pesar de su apariencia robusta, de su voz de bajo y su barba de zapador, lo conjuraban siempre con las acostumbradas perífrasis a que no fuese al entierro. Yo sabía de antemano que mamá, que pensaba en los demás en medio del dolor más inmenso, le diría en una forma completamente distinta de lo que tenía costumbre él de oírse decir siempre
— Promettez-moi que vous ne viendrez pas «demain». Faites-le pour «elle». Au moins n′allez pas «là-bas». Elle vous avait demandé de ne pas venir. —Prométame que no vendrá usted «mañana». Hágalo por «ella». Por lo menos, no vaya usted «allá». Ella le habría pedido a usted que no viniera.
Rien n′y faisait; il était toujours le premier à la «maison», à cause de quoi on lui avait donné, dans un autre milieu, le surnom, que nous ignorions, de «ni fleurs ni couronnes». Et avant d′aller à «tout», il avait toujours «pensé à tout», ce qui lui valait ces mots: «Vous, on ne vous dit pas merci.» Como si no era siempre el primero que se presentaba en la «casa», debido a lo cual le habían puesto en otro círculo el mote, que nosotros ignorábamos, de «ni flores ni coronas». Y antes de ir a «todo», había «pensado en todo» siempre, lo cual le valía estas palabras: «A usted no se le dan las gracias».
— Quoi? demanda d′une voix forte mon grand-père qui était devenu un peu sourd et qui n′avait pas entendu quelque chose que mon cousin venait de dire à mon père. —¿Qué? —preguntó con voz recia mi abuelo, que se había quedado un poco sordo y no había oído bien algo que mi primo acababa de decirle a mi padre.
— Rien, répondit le cousin. Je disais seulement que j′avais reçu ce matin une lettre de Combray où il fait un temps épouvantable et ici un soleil trop chaud. —Nada —respondió el primo—. Decía únicamente que había recibido esta mañana una carta de Combray, donde hace un tiempo espantoso, y que aquí tenemos un sol que aprieta demasiado.
— Et pourtant le baromètre est très bas, dit mon père. —Pues, sin embargo, el barómetro está muy bajo —dijo mi padre.
— Où ça dites-vous qu′il fait mauvais temps? demanda mon grand-père. —¿Dónde dice usted que hace mal tiempo? —preguntó mi abuelo.
— A Combray. —En Combray.
— Ah! cela ne m′étonne pas, chaque fois qu′il fait mauvais ici il fait beau à Combray, et vice versa. Mon Dieu! vous parlez de Combray: a-t-on pensé à prévenir Legrandin? —¡Ah!, no me choca; cada vez que hace aquí mal tiempo, lo hace bueno en Combray, y viceversa. ¡Ay, Dios!, habla usted de Combray: ¿han pensado en avisar a Legrandin"
— Oui, ne vous tourmentez pas, c′est fait, dit mon cousin dont les joues bronzées par une barbe trop forte sourirent imperceptiblement de la satisfaction d′y avoir pensé. —Sí, no se atosigue usted; ya está hecho —dijo mi primo, cuyas mejillas, bronceadas por una barba demasiado fuerte, sonrieron imperceptiblemente, con la satisfacción de haber pensado en ello.
A ce moment, mon père se précipita, je crus qu′il y avait du mieux ou du pire. C′était seulement le docteur Dieulafoy qui venait d′arriver. Mon père alla le recevoir dans le salon voisin, comme l′acteur qui doit venir jouer. On l′avait fait demander non pour soigner, mais pour constater, en espèce de notaire. Le docteur Dieulafoy a pu en effet être un grand médecin, un professeur merveilleux; à ces rôles divers où il excella, il en joignait un autre dans lequel il fut pendant quarante ans sans rival, un rôle aussi original que le raisonneur, le scaramouche ou le père noble, et qui était de venir constater l′agonie ou la mort. Son nom déjà présageait la dignité avec laquelle il tiendrait l′emploi, et quand la servante disait: M. Dieulafoy, on se croyait chez Molière. A la dignité de l′attitude concourait sans se laisser voir la souplesse d′une taille charmante. Un visage en soi-même trop beau était amorti par la convenance à des circonstances douloureuses. Dans sa noble redingote noire, le professeur entrait, triste sans affectation, ne donnait pas une seule condoléance qu′on eût pu croire feinte et ne commettait pas non plus la plus légère infraction au tact. Aux pieds d′un lit de mort, c′était lui et non le duc de Guermantes qui était le grand seigneur. Après avoir regardé ma grand′mère sans la fatiguer, et avec un excès de réserve qui était une politesse au médecin traitant, il dit à voix basse quelques mots à mon père, s′inclina respectueusement devant ma mère, à qui je sentis que mon père se retenait pour ne pas dire: «Le professeur Dieulafoy». Mais déjà celui-ci avait détourné la tête, ne voulant pas importuner, et sortit de la plus belle façon du monde, en prenant simplement le cachet qu′on lui remit. Il n′avait pas eu l′air de le voir, et nous-mêmes nous demandâmes un moment si nous le lui avions remis tant il avait mis de la souplesse d′un prestidigitateur à le faire disparaître, sans pour cela perdre rien de sa gravité plutôt accrue de grand consultant à la longue redingote à revers de soie, à la belle tête pleine d′une noble commisération. Sa lenteur et sa vivacité montraient que, si cent visites l′attendaient encore, il ne voulait pas avoir l′air pressé. Car il était le tact, l′intelligence et la bonté mêmes. Cet homme éminent n′est plus. D′autres médecins, d′autres professeurs ont pu l′égaler, le dépasser peut-être. Mais l′«emploi» où son savoir, ses dons physiques, sa haute éducation le faisaient triompher, n′existe plus, faute de successeurs qui aient su le tenir. Maman n′avait même pas aperçu M. Dieulafoy, tout ce qui n′était pas ma grand′mère n′existant pas. Je me souviens (et j′anticipe ici) qu′au cimetière, où on la vit, comme une apparition surnaturelle, s′approcher timidement de la tombe et semblant regarder un être envolé qui était déjà loin d′elle, mon père lui ayant dit: «Le père Norpois est venu à la maison, à l′église, au cimetière, il a manqué une commission très importante pour lui, tu devrais lui dire un mot, cela le toucherait beaucoup», ma mère, quand l′ambassadeur s′inclina vers elle, ne put que pencher avec douceur son visage qui n′avait pas pleuré. Deux jours plus tôt — et pour anticiper encore avant de revenir à l′instant même auprès du lit où la malade agonisait — pendant qu′on veillait ma grand′mère morte, Françoise, qui, ne niant pas absolument les revenants, s′effrayait au moindre bruit, disait: «Il me semble que c′est elle.» Mais au lieu d′effroi, c′était une douceur infinie que ces mots éveillèrent chez ma mère qui aurait tant voulu que les morts revinssent, pour avoir quelquefois sa mère auprès d′elle. En este momento, mi padre se precipitó fuera de la habitación; creí que había alguna mejoría o un empeoramiento. Era únicamente que acababa de llegar el doctor Dieulafoy. Mi padre fue a recibirlo a la sala vecina, como al actor que tiene que venir a representar. Lo habían mandado llamar no para que curase, sino para que levantase acta, como una especie de notario. El doctor Dieulafoy ha podido, en efecto, ser un gran médico, un profesor maravilloso—; a estos diversos papeles, en que descolló, unía otro, en el que por espacio de cuarenta años no tuvo rival; un papel tan original como el razonador, el farsante o el padre noble, y que era el de ir a dar fe de la agonía o de la muerte. Su nombre presagiaba ya la dignidad con que desempeñaría el empleo, y cuando la sirvienta decía: «el señor Dieulafoy», creía uno estar en una escena de Moliére. A la dignidad de la actitud concurría, sin dejarse ver, la flexibilidad de un detalle encantador. Un semblante en sí mismo demasiado hermoso estaba amortiguado por las buenas formas en las circunstancias dolorosas. Con su noble levita negra, el profesor entraba, triste sin afectación, y no daba un solo pésame que hubiera podido creerse fingido, ni cometía tampoco la más ligera infracción de tacto. A los pies del lecho de un muerto, era él y no el duque de Guermantes quien resultaba el gran señor. Después de haber reconocido a mi abuela sin cansarla;, y con un exceso de reserva que era una cortesía para con el médico que la venía tratando, dijo en voz baja algunas palabras a mi padre, se inclinó respetuosamente delante de mi madre, a la que sentí que mi padre se contenía para no decir: «El profesor Dieulafoy». Pero ya éste Había vuelto a otra parte la cabeza, sin querer importunar, y salió de la manera más hermosa del mundo, cogiendo sencillamente la certificación que le entregaron. No parecía que la hubiese visto, e incluso nos preguntamos un momento si se la habíamos entregarlo, hasta tal punto había usado de la agilidad de un prestidigitador para hacerla desaparecer, sin que por eso perdiera nada de su dignidad, antes aumentada, de gran médico llamado en consulta, con su larga levita con vueltas de seda y su hermosa cabeza llena de una noble conmiseración. Su lentitud y su vivacidad mostraban que, si otras cien visitas le aguardaban aún, no quería que pareciera como que tenía prisa. Porque era el tacto, la inteligencia y la bondad mismos. Este hombre eminente ya no existe. Otros médicos, otros profesores han podido igualarlo, aventajarlo acaso. Pero el «empleo» en que su saber, sus dotes físicas, su subida educación lo hacían triunfar, no existe ya, por falta de sucesores que hayan sabido desempeñarlo. Mamá ni siquiera había reparado en el señor Dieulafoy; todo lo que no fuese mi abuela no existía. Recuerdo (y aquí me adelanto a la narración) que en el cementerio, donde se la vio, como una aparición sobrenatural, acercarse tímidamente a la tumba, cual si estuviese mirando a un ser desaparecido que estaba ya lejos de ella, como mi padre le hubiese dicho. «El bueno de Norpois ha venido a casa, a la iglesia, al cementerio, ha dejado de asistir a una comisión importantísima para él; deberías decirle dos palabras; le halagaría mucho», mi madre, cuando el embajador se inclinó hacia ella, sólo pudo inclinar a su vez con dulzura su rostro, que no había llorado. Dos días antes —y para seguir adelantándome antes de volver ahora mismo al lado del lecho en que la enferma agonizaba—, mientras velábamos a mi abuela muerta, Francisca, que, como no negaba en absoluto que hubiese aparecidos, se asustaba al menor ruido, decía: «Me parece que es ella». Pero en lugar de terror, era una dulzura infinita lo que estas palabras despertaron en mi madre, que tanto hubiera dado porque los muertos volviesen, para tener a veces a su madre junto a sí.
Pour revenir maintenant à ces heures de l′agonie: Volviendo ahora a estas horas de la agonía
— Vous savez ce que ses soeurs nous ont télégraphié? demanda mon grand-père à mon cousin. —¿Sabe usted lo que nos han telegrafiado sus hermanas? — preguntó mi abuelo a mi primo.
— Oui, Beethoven, on m′a dit; c′est à encadrer, cela ne m′étonne pas. —Sí, Beethoven, me han dicho; es como para ponerle marco; no me extraña.
— Ma pauvre femme qui les aimait tant, dit mon grand-père en essuyant une larme. Il ne faut pas leur en vouloir. Elles sont folles à lier, je l′ai toujours dit. Qu′est-ce qu′il y a, on ne donne plus d′oxygène? ¡Mi pobre mujer, que las quería tanto! —dijo mi abuelo, enjugándose una lágrima—. No hay que tomárselo a mal. Son unas locas de atar, siempre lo he dicho. ¿Qué pasa, ya no le dan más oxígeno"
Ma mère dit: Mi madre dijo:
— Mais, alors, maman va recommencer à mal respirer. Pero, entonces, mamá va a empezar a respirar mal otra vez.
Le médecin répondit: El médico respondió
— Oh! non, l′effet de l′oxygène durera encore un bon moment, nous recommencerons tout à l′heure. —¡Oh, no! Los efectos del oxígeno durarán todavía un poquito; dentro de un momento volveremos a empezar.
Il me semblait qu′on n′aurait pas dit cela pour une mourante; que, si ce bon effet devait durer, c′est qu′on pouvait quelque chose sur sa vie. Le sifflement de l′oxygène cessa pendant quelques instants. Mais la plainte heureuse de la respiration jaillissait toujours, légère, tourmentée, inachevée, sans cesse recommençante. Par moments, il semblait que tout fût fini, le souffle s′arrêtait, soit par ces mêmes changements d′octaves qu′il y a dans la respiration d′un dormeur, soit par une intermittence naturelle, un effet de l′anesthésie, le progrès de l′asphyxie, quelque défaillance du coeur. Le médecin reprit le pouls de ma grand′mère, mais déjà, comme si un affluent venait apporter son tribut au courant asséché, un nouveau chant s′embranchait à la phrase interrompue. Et celle-ci reprenait à un autre diapason, avec le même élan inépuisable. Qui sait si, sans même que ma grand′mère en eût conscience, tant d′états heureux et tendres comprimés par la souffrance ne s′échappaient pas d′elle maintenant comme ces gaz plus légers qu′on refoula longtemps? On aurait dit que tout ce qu′elle avait à nous dire s′épanchait, que c′était à nous qu′elle s′adressait avec cette prolixité, cet empressement, cette effusion. Au pied du lit, convulsée par tous les souffles de cette agonie, ne pleurant pas mais par moments trempée de larmes, ma mère avait la désolation sans pensée d′un feuillage que cingle la pluie et retourne le vent. On me fit m′essuyer les yeux avant que j′allasse embrasser ma grand′mère. A mí me parecía que esto no se hubiera dicho tratándose de una moribunda; que, si ese efecto beneficioso había de durar, es que se podía hacer algo por su vida. El silbido del oxígeno cesó por espacio de unos instantes. Pero la quejumbre feliz de la respiración seguía brotando, ligera, atormentada, inacabada, sin tregua, empezando de nuevo. A ratos parecía que todo hubiese terminado; el soplo se detenía, fuese por esos mismos cambios de octava que hay en la respiración de un durmiente, fuese por una intermitencia natural, por un efecto de la anestesia, el avance de la asfixia, algún desfallecimiento del corazón. El médico volvió a tomarle el pulso a mi abuela, pero ya, como si un afluente viniera a aportar su tributo a la corriente deseada, un nuevo canto empalmaba con la frase interrumpida. Y ésta tornaba a empezar en otro diapasón, con el mismo impulso inagotable. Quién sabe si, aun sin que mi abuela tuviera conciencia de ello, tantos estados dichosos y tiernos reprimidos por el sufrimiento no se escapaban de ella ahora como esos gases más ligeros que han sido contenidos largo tiempo. Hubiérase dicho que cuando tenía que comunicarnos se explayaba, que era a nosotros a quienes se dirigía con esta prolijidad, con este acezar, con esta efusión. Al pie de la cama, convulsa por todos los hálitos de aquella agonía, sin llorar, pero inundada de cuando en cuando por las lágrimas, mi madre tenía la desolación sin pensamiento de una fronda que azota la lluvia y sacude el viento. Me hicieron que me secase los ojos antes de ira besar a mi abuela.
— Mais je croyais qu′elle ne voyait plus, dit mon père. —Pero yo creía que ya no veía —dijo mi padre.
— On ne peut jamais savoir, répondit le docteur. —No se puede saber nunca —repuso el doctor.
Quand mes lèvres la touchèrent, les mains de ma grand′mère s′agitèrent, elle fut parcourue tout entière d′un long frisson, soit réflexe, soit que certaines tendresses aient leur hyperesthésie qui reconnaît à travers le voile de l′inconscience ce qu′elles n′ont presque pas besoin des sens pour chérir. Tout d′un coup ma grand′mère se dressa à demi, fit un effort violent, comme quelqu′un qui défend sa vie. Françoise ne put résister à cette vue et éclata en sanglots. Me rappelant ce que le médecin avait dit, je voulus la faire sortir de la chambre. A ce moment, ma grand′mère ouvrit les yeux. Je me précipitai sur Françoise pour cacher ses pleurs, pendant que mes parents parleraient à la malade. Le bruit de l′oxygène s′était tu, le médecin s′éloigna du lit. Ma grand′mère était morte. Cuando mis labios la tocaron, las manos de mi abuela se agitaron, la recorrió por entero un largo estremecimiento, ya fuese reflejo, o bien que ciertas ternuras tengan su hiperestesia que reconoce a través del velo de la inconsciencia aquello que no necesitan casi de los sentidos para querer. De pronto, mi abuela se incorporó a medias, hizo un esfuerzo violento, como un ser que defiende su vida. Francisca no pudo resistir, al verlo, y rompió en sollozos. Recordando lo que el médico había dicho, quise hacerla salir de la alcoba. En ese momento, mi abuela abrió los ojos. Me precipité sobre Francisca para ocultar su llanto mientras mis padres hablaban a la enferma. El ruido del oxígeno había enmudecido; el médico se alejó del lecho. Mi abuela estaba muerta.
Quelques heures plus tard, Françoise put une dernière fois et sans les faire souffrir peigner ces beaux cheveux qui grisonnaient seulement et jusqu′ici avaient semblé être moins âgés qu′elle. Mais maintenant, au contraire, ils étaient seuls à imposer la couronne de la vieillesse sur le visage redevenu jeune d′où avaient disparu les rides, les contractions, les empâtements, les tensions, les fléchissements que, depuis tant d′années, lui avait ajoutés la souffrance. Comme au temps lointain où ses parents lui avaient choisi un époux, elle avait les traits délicatement tracés par la pureté et la soumission, les joues brillantes d′une chaste espérance, d′un rêve de bonheur, même d′une innocente gaieté, que les années avaient peu à peu détruits. La vie en se retirant venait d′emporter les désillusions de la vie. Un sourire semblait posé sur les lèvres de ma grand′mère. Sur ce lit funèbre, la mort, comme le sculpteur du moyen âge, l′avait couchée sous l′apparence d′une jeune fille. Algunas horas más tarde, Francisca pudo, por última vez y sin hacerlos sufrir, peinar aquellos hermosos cabellos que empezaban solamente a encanecer y que hasta aquí habían parecido más jóvenes que ella. Pero ahora, por el contrario, eran lo único que imponía la corona de la vejez sobre el rostro nuevamente joven de que habían desaparecido las arrugas, las contracciones, los toques de embarnecimiento, los relajamientos que, desde hacía tantos años, le había añadido el sufrir. Como en el lejano tiempo en que sus padres le habían escogido esposo, tenía las facciones delicadamente trazadas por la pureza y la sumisión, y las mejillas brillantes de una casta esperanza, de un ensueño de felicidad, de una jovialidad inocente, inclusive, que los años habían destruido poco a poco. La vida, al retirarse, acababa de arrastrar consigo las desilusiones del vivir. Una sonrisa parecía posada en los labios de mi abuela. En aquel lecho fúnebre, la muerte, como el escultor de la Edad Media, la había tendido bajo la apariencia de una doncellita.




II. Chapitre Deuxième

Capítulo segundo

Visite d′Albertine. Perspective d′un riche mariage pour quelques amis de Saint-Loup. L′esprit des Guermantes devant la Princesse de Parme. Étrange visite a M. De Charlus. Je comprends de moins en moins son caractère. Les Souliers Rouges de la Duchesse.
Visita de Albertina. Perspectiva de un rico matrimonio para algunos amigos de Saint-Loup. El ingenio de los Guermantes ante la princesa de Parma. Extraña visita al señor de Charlus. Comprendo cada vez menos su carácter. Los zapatos rojos de la duquesa
Bien que ce fût simplement un dimanche d′automne, je venais de renaître, l′existence était intacte devant moi, car dans la matinée, après une série de jours doux, il avait fait un brouillard froid qui ne s′était levé que vers midi. Or, un changement de temps suffit à recréer le monde et nous-même. Jadis, quand le vent soufflait dans ma cheminée, j′écoutais les coups qu′il frappait contre la trappe avec autant d′émotion que si, pareils aux fameux coups d′archet par lesquels débute la Symphonie en ut mineur, ils avaient été les appels irrésistibles d′un mystérieux destin. Tout changement à vue de la nature nous offre une transformation semblable, en adaptant au mode nouveau des choses nos désirs harmonisés. La brume, dès le réveil, avait fait de moi, au lieu de l′être centrifuge qu′on est par les beaux jours, un homme replié, désireux du coin du feu et du lit partagé, Adam frileux en quête d′une ève sédentaire, dans ce monde différent. Aún cuando fuese simplemente un domingo de otoño, ya acababa de renacer, la existencia estaba intacta ante mí, porque a la mañana, después de una serie de días templados, habíamos tenido una fría neblina que no se había despejado hasta eso de mediodía. Ahora bien, un cambio de tiempo basta para recrear el mundo y a nosotros mismos. Antes, cuando el viento soplaba en mi chimenea, escuchaba yo los golpes que daba contra la trampilla con tanta emoción como si, al igual que los famosos toques de arco con que empieza la Sinfonía en do menor, hubieran sido las llamadas irresistibles de un misterioso destino. Todo cambio de la naturaleza ala vista nos ofrece una transformación análoga, adaptando al nuevo modo de las cosas nuestros deseos armonizados. La niebla, desde el despertar, había hecho de mí, en lugar del ser centrífugo que es uno en los días buenos, un hombre metido en sí, deseoso del rincón junto al fuego y del lecho compartido, Adán friolero en busca de una Eva sedentaria, en ese mundo diferente.
Entre la couleur grise et douce d′une campagne matinale et le goût d′une tasse de chocolat, je faisais tenir toute l′originalité de la vie physique, intellectuelle et morale que j′avais apportée une année environ auparavant à Doncières, et qui, blasonnée de la forme oblongue d′une colline pelée — toujours présente même quand elle était invisible — formait en moi une série de plaisirs entièrement distincts de tous autres, indicibles à des amis en ce sens que les impressions richement tissées les unes dans les autres qui les orchestraient les caractérisaient bien plus pour moi et à mon insu que les faits que j′aurais pu raconter. A ce point de vue le monde nouveau dans lequel le brouillard de ce matin m′avait plongé était un monde déjà connu de moi (ce qui ne lui donnait que plus de vérité), et oublié depuis quelque temps (ce qui lui rendait toute sa fraîcheur). Et je pus regarder quelques-uns des tableaux de bruine que ma mémoire avait acquis, notamment des «Matin à Doncières», soit le premier jour au quartier, soit, une autre fois, dans un château voisin où Saint–Loup m′avait emmené passer vingt-quatre heures, de la fenêtre dont j′avais soulevé les rideaux à l′aube, avant de me recoucher, dans le premier un cavalier, dans le second (à la mince lisière d′un étang et d′un bois dont tout le reste était englouti dans la douceur uniforme et liquide de la brume) un cocher en train d′astiquer une courroie, m′étaient apparus comme ces rares personnages, à peine distincts pour l′oeil obligé de s′adapter au vague mystérieux des pénombres, qui émergent d′une fresque effacée. Entre el color gris yapagado de una campiña matinal yel sabor de una taza de chocolate, hacía yo insertarse toda la originalidad de la vida física, intelectual y moral que había aportado alrededor de un año antes a Doncières, y que, blasonada por la forma oblonga de una colina pelada —presente siempre, hasta cuando era invisible—, formaba en mí una sucesión de placeres enteramente distinta de cualesquiera otros, indecibles para los amigos en el sentido de que las impresiones ricamente entretejidas unas en otras que los orquestaban los caracterizaban mucho más para mí, y sin yo saberlo, que los hechos que hubiera podido contar. Desde este punto de vista, el mundo nuevo en que la neblina de aquella mañana me había sumido era un mundo ya conocido para mí (lo cual no hacía sino darle más verdad) y olvidado desde hacía algún tiempo (lo cual le devolvía todo su frescor). Y puede echar una ojeada a algunos de los cuadros de bruma que mi memoria había adquirido, particularmente varios «Mañana en Doncières», ya el primer día en el cuartel; ya en un castillo vecino, al que me había llevado Saint-Loup a pasar veinticuatro horas: desde la ventana cuyos visillos había alzado yo al alba, antes de volver a acostarme, en el primero un jinete, en el segundo (en la estrecha linde de un estanque y un bosque, el resto del cual estaba totalmente hundido en la blandura uniforme y líquida de la bruma), un cochero ocupado en sacar brillo a un correaje, se me habían aparecido como esos raros personajes, apenas distintos para el ojo obligado a adaptarse a la vaguedad de las penumbras, que emergen de un fresco desvaído.
C′est de mon lit que je regardais aujourd′hui ces souvenirs, car je m′étais recouché pour attendre le moment où, profitant de l′absence de mes parents, partis pour quelques jours à Combray, je comptais ce soir même aller entendre une petite pièce qu′on jouait chez Mme de Villeparisis. Eux revenus, je n′aurais peut-être osé le faire; ma mère, dans les scrupules de son respect pour le souvenir de ma grand′mère, voulait que les marques de regret qui lui étaient données le fussent librement, sincèrement; elle ne m′aurait pas défendu cette sortie, elle l′eût désapprouvée. De Combray au contraire, consultée, elle ne m′eût pas répondu par un triste: «Fais ce que tu veux, tu es assez grand pour savoir ce que tu dois faire», mais se reprochant de m′avoir laissé seul à Paris, et jugeant mon chagrin d′après le sien, elle eût souhaité pour lui des distractions qu′elle se fût refusées à elle-même et qu′elle se persuadait que ma grand′mère, soucieuse avant tout de ma santé et de mon équilibre nerveux, m′eût conseillées. Desde mi cama miraba yo hoy estos recuerdos, porque había vuelto a acostarme para esperar el momento en que, aprovechando la ausencia de mis padres, que habían salido por unos días para Combray, contaba con ir aquella misma noche a oír una obrilla que representaban en casa de la señora de Villeparisis. Si hubieran vuelto ellos, acaso no me hubiese atrevido a hacerlo; mi madre con los escrúpulos de su respeto al recuerdo de mi abuela, quería que las muestras de respeto que se le daban fuesen hechas libremente, sinceramente; no me hubiera prohibido que saliese, lo habría desaprobado. Desde Combray, en cambio, de haberla consultado, no me habría respondido con un triste: «Haz lo que quieras; ya eres bastante crecido para saber lo que debes hacer», sino que, reprochándose el haberme dejado solo en París, y juzgando de mi pena por la suya hubiera deseado para esa pena distracciones que a sí misma se hubiera negado, y que se persuadía de que mi abuela, cuidadosa ante todo de mi salud y de mi equilibrio nervioso, me habría aconsejado.
Depuis le matin on avait allumé le nouveau calorifère à eau. Son bruit désagréable, qui poussait de temps à autre une sorte de hoquet, n′avait aucun rapport avec mes souvenirs de Doncières. Mais sa rencontre prolongée avec eux en moi, cet après-midi, allait lui faire contracter avec eux une affinité telle que, chaque fois que (un peu) déshabitué de lui j′entendrais de nouveau le chauffage central, il me les rappellerait. Desde por la mañana habían encendido el nuevo calorífero de agua. Su desagradable ruido, que lanzaba de cuando en cuando un a modo de hipo, no tenía ninguna relación con mis recuerdos de Doncières. Pero su prolongado encuentro con ellos en mí, esta tarde, iba a hacerle contraer una afinidad tal respecto de ellos, que cada vez que (un poco) desacostumbrado de él oyese de nuevo la calefacción central, me los recordaría.
Il n′y avait à la maison que Françoise. Le jour gris, tombant comme une pluie fine, tissait sans arrêt de transparents filets dans lesquels les promeneurs dominicaux semblaient s′argenter. J′avais rejeté à mes pieds le Figaro que tous les jours je faisais acheter consciencieusement depuis que j′y avais envoyé un article qui n′y avait pas paru; malgré l′absence de soleil, l′intensité du jour m′indiquait que nous n′étions encore qu′au milieu de l′après-midi. Les rideaux de tulle de la fenêtre, vaporeux et friables comme ils n′auraient pas été par un beau temps, avaient ce même mélange de douceur et de cassant qu′ont les ailes de libellules et les verres de Venise. Il me pesait d′autant plus d′être seul ce dimanche-là que j′avais fait porter le matin une lettre à Mlle de Stermaria. Robert de Saint–Loup, que sa mère avait réussi à faire rompre, après de douloureuses tentatives avortées, avec sa maîtresse, et qui depuis ce moment avait été envoyé au Maroc pour oublier celle qu′il n′aimait déjà plus depuis quelque temps, m′avait écrit un mot, reçu la veille, où il m′annonçait sa prochaine arrivée en France pour un congé très court. Comme il ne ferait que toucher barre à Paris (où sa famille craignait sans doute de le voir renouer avec Rachel), il m′avertissait, pour me montrer qu′il avait pensé à moi, qu′il avait rencontré à Tanger Mlle ou plutôt Mme de Stermaria, car elle avait divorcé après trois mois de mariage. Et Robert se souvenant de ce que je lui avais dit à Balbec avait demandé de ma part un rendez-vous à la jeune femme. Elle dînerait très volontiers avec moi, lui avait-elle répondu, un des jours que, avant de regagner la Bretagne, elle passerait à Paris. Il me disait de me hâter d′écrire à Mme de Stermaria, car elle était certainement arrivée. La lettre de Saint–Loup ne m′avait pas étonné, bien que je n′eusse pas reçu de nouvelles de lui depuis qu′au moment de la maladie de ma grand′mère il m′eût accusé de perfidie et de trahison. J′avais très bien compris alors ce qui s′était passé. Rachel, qui aimait à exciter sa jalousie — elle avait des raisons accessoires aussi de m′en vouloir — avait persuadé à son amant que j′avais fait des tentatives sournoises pour avoir, pendant l′absence de Robert, des relations avec elle. Il est probable qu′il continuait à croire que c′était vrai, mais il avait cessé d′être épris d′elle, de sorte que, vrai ou non, ce lui était devenu parfaitement égal et que notre amitié seule subsistait. Quand, une fois que je l′eus revu, je voulus essayer de lui parler de ses reproches, il eut seulement un bon et tendre sourire par lequel il avait l′air de s′excuser, puis il changea de conversation. Ce n′est pas qu′il ne dût un peu plus tard, à Paris, revoir quelquefois Rachel. Les créatures qui ont joué un grand rôle dans notre vie, il est rare qu′elles en sortent tout d′un coup d′une façon définitive. Elles reviennent s′y poser par moments (au point que certains croient à un recommencement d′amour) avant de la quitter à jamais. La rupture de Saint–Loup avec Rachel lui était très vite devenue moins douloureuse, grâce au plaisir apaisant que lui apportaient les incessantes demandes d′argent de son amie. La jalousie, qui prolonge l′amour, ne peut pas contenir beaucoup plus de choses que les autres formes de l′imagination. Si l′on emporte, quand on part en voyage, trois ou quatre images qui du reste se perdront en route (les lys et les anémones du Ponte Vecchio, l′église persane dans les brumes, etc.), la malle est déjà bien pleine. Quand on quitte une maîtresse, on voudrait bien, jusqu′à ce qu′on l′ait un peu oubliée, qu′elle ne devînt pas la possession de trois ou quatre entreteneurs possibles et qu′on se figure, c′est-à-dire dont on est jaloux: tous ceux qu′on ne se figure pas ne sont rien. Or, les demandes d′argent fréquentes d′une maîtresse quittée ne vous donnent pas plus une idée complète de sa vie que des feuilles de température élevée ne donneraient de sa maladie. Mais les secondes seraient tout de même un signe qu′elle est malade et les premières fournissent une présomption, assez vague il est vrai, que la délaissée ou délaisseuse n′a pas dû trouver grand′chose comme riche protecteur. Aussi chaque demande est-elle accueillie avec la joie que produit une accalmie dans la souffrance du jaloux, et suivie immédiatement d′envois d′argent, car on veut qu′elle ne manque de rien, sauf d′amants (d′un des trois amants qu′on se figure), le temps de se rétablir un peu soi-même et de pouvoir apprendre sans faiblesse le nom du successeur. Quelquefois Rachel revint assez tard dans la soirée pour demander à son ancien amant la permission de dormir à côté de lui jusqu′au matin. C′était une grande douceur pour Robert, car il se rendait compte combien ils avaient tout de même vécu intimement ensemble, rien qu′à voir que, même s′il prenait à lui seul une grande moitié du lit, il ne la dérangeait en rien pour dormir. Il comprenait qu′elle était près de son corps, plus commodément qu′elle n′eût été ailleurs, qu′elle se retrouvait à son côté— fût-ce à l′hôtel — comme dans une chambre anciennement connue où l′on a ses habitudes, où on dort mieux. Il sentait que ses épaules, ses jambes, tout lui, étaient pour elle, même quand il remuait trop par insomnie ou travail à faire, de ces choses si parfaitement usuelles qu′elles ne peuvent gêner et que leur perception ajoute encore à la sensation du repos. No había en casa nadie más que Francisca. La claridad gris que caía como una lluvia fina tejía sin tregua transparentes redes en que los paseantes dominicales parecían argentarse. Yo había tirado a mis pies el Fígaro, que todos los días hacía comprar concienzudamente desde que había enviado al periódico un artículo que no había aparecido en él; a pesar de la ausencia de sol, la intensidad de la luz me indicaba que aún no estábamos más que a mitad de la tarde. Los visillos de tul de la ventana, vaporosos y deleznables como no lo hubieran sido con buen tiempo, tenían la misma mezcla de blandura yfragilidad que tienen las alas de las libélulas ylos vidrios de Venecia. Me pesaba tanto más estar solo este domingo, cuanto que por la mañana había hecho que llevasen una carta a la señora de Stermaria. Roberto de Saint-Loup, al que su madre había conseguido hacer romper, tras dolorosas tentativas abortadas, con su querida, y que desde ese momento había sido enviado a Marruecos para que olvidase a aquella a quien ya no quería desde hacía algún tiempo, me había escrito unas letras, recibidas por mí la víspera, en que me anunciaba su próxima llegada a Francia con una licencia muy corta. Como no haría más que pisar París (donde su familia temía, sin duda, verlo volver a arreglarse con Raquel) y volverse a marchar, me advertía, para demostrarme que había pensado en mi, que se había encontrado en Tánger con la señorita, o, mejor dicho, con la señora de Stermaria, ya que se había divorciado al cabo de tres meses de matrimonio. Y Roberto, acordándose de lo que yo le había dicho en Balbec, había pedido de parte mía una entrevista a la joven. Ésta le había respondido que con mucho gusto cenaría conmigo uno de los días que, antes de volverse a Bretaña, pasaría en París. Roberto me decía que me apresurase a escribir a la señora de Stermaria, porque seguramente habría llegado ya. La carta de Saint-Loup no me había extrañado, bien que yo no, hubiese recibido noticias suyas desde que en los momentos de la enfermedad de mi abuela me había acusado de perfidia y de traición. Había comprendido yo entonces muy bien lo que había pasado. Raquel, a la que le gustaba excitar sus celos —tenía asimismo razones accesorias para estar contra mí—, había convencido a su amante de que yo había hecho tentativas solapadas para tener, durante la ausencia de Roberto, relaciones con ella. Es probable que Roberto siguiese creyendo que era verdad, pero había cesado de estar enamorado de ella, de modo que, cierta o no, la cosa había llegado a serle perfectamente igual, y lo único que subsistía era la amistad nuestra. Cuando, una vez que hube vuelto a verlo, quise tratar de hablarle de sus reproches, tuvo solamente una bondadosa y tierna sonrisa con la que parecía como que se disculpase, y luego cambió de conversación. No es que no hubiera, poco más tarde, en París, de volver a verse alguna vez con Raquel. Las criaturas que han desempeñado un gran papel en nuestra vida es raro que salgan de ella súbitamente de una manera definitiva. Vuelven a posarse en esa vida unos momentos (hasta el punto de que algunos creen en un nuevo comienzo del amor) antes de abandonarla para siempre. La ruptura de. Saint-Loup con Raquel se había hecho rapidísimamente menos dolorosa para él gracias al goce aquietador que le deparaban las incesantes peticiones de dinero de su amiga. Los celos, que prolongan el amor, no pueden contener muchas más cosas que las otras formas de la imaginación. Si se lleva uno consigo, cuando sale de viaje, tres o cuatro imágenes que, por lo demás, han de perderse por el camino (las azucenas y las anémonas del Ponte Vecchio, la iglesia persa entre las brumas, etc.), ya está bien llena la maleta. Cuando se deja a una querida, quisiera realmente uno, hasta tanto que la haya olvidado un poco, que no pasara a ser posesión de tres o cuatro protectores posibles y que uno se figura, es decir, de los que está celoso: todos aquellos que no se figura uno, no son nada. Ahora bien, las frecuentes peticiones de dinero de una querida ala que se ha dejado no nos dan una idea más completa de su vida que la que nos darían de su enfermedad unos gráficos de temperaturas altas. Pero las segundas serían, con todo, señal de que está enferma, y las primeras deparan una presunción, verdad es que harto vaga, de que la abandonada o abandonadora no ha debido de encontrar gran cosa en cuanto a protectores ricos. Así, cada petición es recibida con el júbilo que produce un intervalo de calma en el sufrimiento del celoso, y seguida inmediatamente de envíos de dinero, porque lo que se quiere es que no le falte nada a ella, salvo amantes (uno de los tres amantes que nos figuramos), en tanto tiene uno tiempo de reponerse un poco y poder enterarse sin flaquear del nombre del sucesor. Algunas veces, Raquel volvió, bastante entrada la noche, a pedirle a su antiguo amante permiso para dormir a su lado hasta la mañana. Era esto de gran dulzura para Roberto, ya que se daba cuenta de que, a pesar de todo, habían vivido íntimamente juntos, nada más que al ver que, aun cuando él tomase para sí la mayor parte del lecho, en nada la estorbaba a ella para dormir. Comprendía que Raquel estaba junto a su cuerpo más cómodamente que hubiera estado en cualquier otra parte, que volvía a encontrarse a su lado —aunque fuese en el hotel— como en una alcoba conocida de antiguo, en la que tiene uno sus costumbres, en la que se duerme mejor. Sentía que sus hombros, sus piernas, todo él, eran para ella, incluso cuando Roberto se movía demasiado por estar insomne o porque tuviese algún trabajo que hacer, cosas de esas tan perfectamente usuales que no pueden molestar y cuya percepción hace mayor aún la sensación de reposo.
Pour revenir en arrière, j′avais été d′autant plus troublé par la lettre de Robert que je lisais entre les lignes ce qu′il n′avait pas osé écrire plus explicitement. «Tu peux très bien l′inviter en cabinet particulier, me disait-il. C′est une jeune personne charmante, d′un délicieux caractère, vous vous entendrez parfaitement et je suis certain d′avance que tu passeras une très bonne soirée.» Comme mes parents rentraient à la fin de la semaine, samedi ou dimanche, et qu′après je serais forcé de dîner tous les soirs à la maison, j′avais aussitôt écrit à Mme de Stermaria pour lui proposer le jour qu′elle voudrait, jusqu′à vendredi. On avait répondu que j′aurais une lettre, vers huit heures, ce soir même. Je l′aurais atteint assez vite si j′avais eu pendant l′après-midi qui me séparait de lui le secours d′une visite. Quand les heures s′enveloppent de causeries, on ne peut plus les mesurer, même les voir, elles s′évanouissent, et tout d′un coup c′est bien loin du point où il vous avait échappé que reparaît devant votre attention le temps agile et escamoté. Mais si nous sommes seuls, la préoccupation, en ramenant devant nous le moment encore éloigné et sans cesse attendu, avec la fréquence et l′uniformité d′un tic tac, divise ou plutôt multiplie les heures par toutes les minutes qu′entre amis nous n′aurions pas comptées. Et confrontée, par le retour incessant de mon désir, à l′ardent plaisir que je goûterais dans quelques jours seulement, hélas! avec Mme de Stermaria, cette après-midi, que j′allais achever seul, me paraissait bien vide et bien mélancolique. Volviendo ahora atrás: la carta de Roberto me había trastornado tanto más cuanto que leía entre líneas lo que él no se había atrevido a escribir más explícitamente. «Puedes muy bien invitarla a un reservado —me decía—. Es una joven encantadora, de un carácter encantador; os entenderéis perfectamente, y estoy seguro de antemano de que pasarás una buena velada.» Como mis padres no volverían hasta fines de semana, el sábado o el domingo, y después me vería obligado a cenar todas las noches en casa, había escrito inmediatamente a la señora de Stermaria para proponerle el día que ella quisiera, hasta el viernes. Habían respondido que recibiría yo carta hacia eso de las ocho de aquella misma noche. Hubiera llegado bastante aprisa a esa hora si hubiese tenido durante la tarde que me separaba de ella la ayuda de una visita. Cuando las horas se envuelven en Charlus ya no es posible medirlas, ni siquiera verlas; se desvanecen, y de pronto, muy lejos del punto en que se os había escapado, reaparece ante vuestra atención el tiempo ágil y escamoteado. Pero si estamos solos, la preocupación, volviendo a traer ante nosotros el momento aún alejado ysin cesar esperado, con la frecuencia yla uniformidad de un tictac, divide o más bien multiplica las horas por todos los minutos que entre amigos no hubiéramos contado. Y confrontada, por el retorno incesante de mi deseo, con el ardiente placer que saborearía solamente, ¡ay!, de aquí a unos días con la señora de Stermaria, esta tarde que iba a acabar yo solo me parecía harto vacía y melancólica.
Par moments, j′entendais le bruit de l′ascenseur qui montait, mais il était suivi d′un second bruit, non celui que j′espérais: l′arrêt à mon étage, mais d′un autre fort différent que l′ascenseur faisait pour continuer sa route élancée vers les étages supérieurs et qui, parce qu′il signifia si souvent la désertion du mien quand j′attendais une visite, est resté pour moi plus tard, même quand je n′en désirais plus aucune, un bruit par lui-même douloureux, où résonnait comme une sentence d′abandon. Lasse, résignée, occupée pour plusieurs heures encore à sa tâche immémoriale, la grise journée filait sa passementerie de nacre et je m′attristais de penser que j′allais rester seul en tête à tête avec elle qui ne me connaissait pas plus qu′une, ouvrière qui, installée près de la fenêtre pour voir plus clair en faisant sa besogne, ne s′occupe nullement de la personne présente dans la chambre. Tout d′un coup, sans que j′eusse entendu sonner, Françoise vint ouvrir la porte, introduisant Albertine qui entra souriante, silencieuse, replète, contenant dans la plénitude de son corps, préparés pour que je continuasse à les vivre, venus vers moi, les jours passés dans ce Balbec où je n′étais jamais retourné. Sans doute, chaque fois que nous revoyons une personne avec qui nos rapports — si insignifiants soient-ils — se trouvent changés, c′est comme une confrontation de deux époques. Il n′y a pas besoin pour cela qu′une ancienne maîtresse vienne nous voir en amie, il suffit de la visite à Paris de quelqu′un que nous avons connu dans l′au-jour-le-jour d′un certain genre de vie, et que cette vie ait cessé, fût-ce depuis une semaine seulement. Sur chaque trait rieur, interrogatif et gêné du visage d′Albertine, je pouvais épeler ces questions: «Et Madame de Villeparisis? Et le maître de danse? Et le pâtissier?» Quand elle s′assit, son dos eut l′air de dire: «Dame, il n′y a pas de falaise ici, vous permettez que je m′asseye tout de même près de vous, comme j′aurais fait à Balbec?» Elle semblait une magicienne me présentant un miroir du Temps. En cela elle était pareille à tous ceux que nous revoyons rarement, mais qui jadis vécurent plus intimement avec nous. Mais avec Albertine il n′y avait que cela. Certes, même à Balbec, dans nos rencontres quotidiennes j′étais toujours surpris en l′apercevant tant elle était journalière. Mais maintenant on avait peine à la reconnaître. Dégagés de la vapeur rose qui les baignait, ses traits avaient sailli comme une statue. Elle avait un autre visage, ou plutôt elle avait enfin un visage; son corps avait grandi. Il ne restait presque plus rien de la gaine où elle avait été enveloppée et sur la surface de laquelle à Balbec sa forme future se dessinait à peine. A ratos oía el ruido del ascensor que subía, pero iba seguido de un segundo ruido; no el que esperaba yo, la parada, en mi piso, sino otro muy diferente que el ascensor hacía para continuar su marcha disparada hacia los pisos superiores y que, por haber significado tan a menudo la deserción del mío cuando esperaba yo una visita, ha quedado para mí más tarde, incluso cuando ya no deseaba ninguna, como un ruido por sí mismo doloroso, en que resonaba como una sentencia de abandono. Cansado, resignado, ocupado por espacio de varias horas aún en su trabajo inmemorial, el día gris hilaba su pasamanería de nácar, y yo me entristecía al pensar que iba a quedarme solo mano a mano con él, que no me conocía, ni más ni menos que una obrera que, instalada junto a la ventana para ver mejor mientras hace su tarea, no se ocupa ni poco ni mucho de la persona presente en la estancia. De pronto, sin que yo hubiese oído llamar, vino Francisca a abrir la puerta, introduciendo a Albertina, que entró sonriente, silenciosa, repleta, conteniendo en la plenitud de su cuerpo, preparados para que yo continuase viviéndolos, ahora que venían hacia mí, los días transcurridos en aquel Balbec al que no había vuelto nunca. Indudablemente, cada vez que volvemos a ver a una persona con quien nuestras relaciones —por insignificantes que sean— han sufrido un cambio, es como una confrontación de dos épocas. No hace falta, para ello, que una antigua querida venga a vernos como amiga: basta con la visita a París de alguien a quien hemos conocido en la cotidianidad de cierto género de vida, y que esa vida haya cesado, aunque sólo sea desde hace una semana. En cada rasgo risueño, interrogante y cohibido de la fisonomía de Albertina podía yo deletrear estas preguntas: «¿Y la señora de Villeparisis? ¿Y el profesor de baile? ¿Y el pastelero?» Cuando se sentó retrepándose, pareció como si dijera: «¡Caramba!, aquí no hay acantilado; ¿me permite usted, de todas maneras, que me siente a su lado como hubiera hecho en Balbec?» Parecía una maga que me presentase un espejo del tiempo. Asemejábase en esto a todos aquellos a quienes volvemos a ver raras veces, pero que en otro tiempo vivieron más íntimamente con nosotros. Pero con Albertina no sólo había esto. En rigor, aun en Balbec, en nuestros encuentros de cada día, siempre me dejaba sorprendido al verla, de tan cotidiana como era. Pero ahora costaba trabajo reconocerla. Desprendidas del vapor sonrosado que las bañaba, sus facciones habían surgido como una estatua. Tenía otra cara, o más bien tenía al fin una cara; su cuerpo había crecido. Casi nada quedaba ya de la vaina en que había estado envuelta y en cuya superficie se dibujaba apenas en Balbec su forma futura.
Albertine, cette fois, rentrait à Paris plus tôt que de coutume. D′ordinaire elle n′y arrivait qu′au printemps, de sorte que, déjà troublé depuis quelques semaines par les orages sur les premières fleurs, je ne séparais pas, dans le plaisir que j′avais, le retour d′Albertine et celui de la belle saison. Il suffisait qu′on me dise qu′elle était à Paris et qu′elle était passée chez moi pour que je la revisse comme une rose au bord de la mer. Je ne sais trop si c′était le désir de Balbec ou d′elle qui s′emparait de moi alors, peut-être le désir d′elle étant lui-même une forme paresseuse, lâche et incomplète de posséder Balbec, comme si posséder matériellement une chose, faire sa résidence d′une ville, équivalait à la posséder spirituellement. Et d′ailleurs, même matériellement, quand elle était non plus balancée par mon imagination devant l′horizon marin, mais immobile auprès de moi, elle me semblait souvent une bien pauvre rose devant laquelle j′aurais bien voulu fermer les yeux pour ne pas voir tel défaut des pétales et pour croire que je respirais sur la plage. Albertina, de esta vez, volvía a París más pronto que de costumbre. De ordinario no llegaba hasta la primavera, de modo que yo, alterado ya desde algunas semanas antes por las tormentas sobre las primeras flores, no separaba, en el placer que sentía, la vuelta de Albertina y la del buen tiempo. Bastaba que me dijeran que ella estaba en París y que había pasado por mi casa, para que volviese a verla como una rosa ala orilla del mar. No sé bien si era el deseo de Balbec o el de ella lo que se apoderaba de mí entonces, ya que el mismo desearla a ella era acaso una forma perezosa, cobarde e incompleta de poseer a Balbec, como si poseer materialmente una cosa, hacer nuestra residencia de una ciudad, equivaliese a poseerla espiritualmente. Y por otra parte, aun materialmente, cuando estaba no ya balanceada por mi imaginación ante el horizonte marino, sino inmóvil junto a mí, me parecía a menudo una rosa harto pobre ante la que hubiera cerrado de buena gana los ojos por no ver tal o cual defecto de los pétalos y para, creer de mí mismo que estaba respirando en la playa.
Je peux le dire ici, bien que je ne susse pas alors ce qui ne devait arriver que dans la suite. Certes, il est plus raisonnable de sacrifier sa vie aux femmes qu′aux timbres-poste, aux vieilles tabatières, même aux tableaux et aux statues. Seulement l′exemple des autres collections devrait nous avertir de changer, de n′avoir pas une seule femme, mais beaucoup. Ces mélanges charmants qu′une jeune fille fait avec une plage, avec la chevelure tressée d′une statue d′église, avec une estampe, avec tout ce à cause de quoi on aime en l′une d′elles, chaque fois qu′elle entre, un tableau charmant, ces mélanges ne sont pas très stables. Vivez tout à fait avec la femme et vous ne verrez plus rien de ce qui vous l′a fait aimer; certes les deux éléments désunis, la jalousie peut à nouveau les rejoindre. Si après un long temps de vie commune je devais finir par ne plus voir en Albertine qu′une femme ordinaire, quelque intrigue d′elle avec un être qu′elle eût aimé à Balbec eût peut-être suffi pour réincorporer en elle et amalgamer la plage et le déferlement du flot. Seulement ces mélanges secondaires ne ravissant plus nos yeux, c′est à notre coeur qu′ils sont sensibles et funestes. On ne peut sous une forme si dangereuse trouver souhaitable le renouvellement du miracle. Mais j′anticipe les années. Et je dois seulement ici regretter de n′être pas resté assez sage pour avoir eu simplement ma collection de femmes comme on a des lorgnettes anciennes, jamais assez nombreuses derrière une vitrine où toujours une place vide attend une lorgnette nouvelle et plus rare. Puedo decirlo aquí, bien que no supiese entonces lo que no había de ocurrir hasta más tarde. Evidentemente, es más sensato sacrificar uno su vida a las mujeres que a los sellos de Correos, a las tabaqueras antiguas, a los cuadros y a las estatuas inclusive. Sólo que el ejemplo de las demás colecciones debiera advertirnos para que cambiásemos, para que no tuviésemos una sola mujer, sino muchas. Esas encantadoras mezcolanzas que una muchacha hace con una playa, con la cabellera trenzada de una estatua de iglesia, con una estampa, con todo aquello por lo que amamos en una de ellas cada vez que entra, un cuadro encantador, esas mezcolanzas no son muy estables. Vivid de veras con la mujer y ya no veréis nada de lo que os ha hecho tomarle amor; claro está que los celos pueden juntar de nuevo los dos elementos desunidos. Si al cabo de una larga temporada de vida en común había de acabar yo por no ver ya en Albertina más que una mujer ordinaria, alguna intriga suya con un ser al que hubiese querido habría bastado acaso para reincorporar en ella y amalgamar la playa y el romper de la ola. Sólo que, como estas mezclas secundarias ya no hechizan nuestros ojos, es para nuestro corazón para quien son sensibles y funestas. No se puede, en una forma tan peligrosa, hallar deseable la renovación del milagro. Pero estoy anticipando los años. Y únicamente debo lamentar aquí no haber seguido siendo suficientemente sensato como para haber tenido simplemente mi colección de mujeres como quien tiene anteojos antiguos, nunca suficientemente numerosos, tras una vitrina en que un lugar vacío espera siempre unos anteojos nuevos y más raros.
Contrairement à l′ordre habituel de ses villégiatures, cette année elle venait directement de Balbec et encore y était-elle restée bien moins tard que d′habitude. Il y avait longtemps que je ne l′avais vue. Et comme je ne connaissais pas, même de nom, les personnes qu′elle fréquentait à Paris, je ne savais rien d′elle pendant les périodes où elle restait sans venir me voir. Celles-ci étaient souvent assez longues. Puis, un beau jour, surgissait brusquement Albertine dont les roses apparitions et les silencieuses visites me renseignaient assez peu sur ce qu′elle avait pu faire dans leur intervalle, qui restait plongé dans cette obscurité de sa vie que mes yeux ne se souciaient guère de percer. Contrariamente al orden habitual de sus vacaciones, este año Albertina venía directamente de Balbec, donde, aun así, se había quedado hasta mucho menos tarde que de costumbre. Hacía tiempo que no la había visto yo. Y como no conocía, ni siquiera de nombre, a las personas con quienes se trataba en París Albertina, nada sabía de ella durante los períodos que se pasaba sin venir a verme. Éstos eran a menudo bastante largos. Luego, un buen día, surgía bruscamente Albertina, cuyas sonrosadas apariciones y silenciosas visitas me informaban harto escasamente acerca de lo que había podido hacer en el intervalo de las mimas, que permanecía sumido en la oscuridad de su vida que mis ojos se cuidaban apenas de penetrar.
Cette fois-ci pourtant, certains signes semblaient indiquer que des choses nouvelles avaient dû se passer dans cette vie. Mais il fallait peut-être tout simplement induire d′eux qu′on change très vite à l′âge qu′avait Albertine. Par exemple, son intelligence se montrait mieux, et quand je lui reparlai du jour où elle avait mis tant d′ardeur à imposer son idée de faire écrire par Sophocle: «Mon cher Racine», elle fut la première à rire de bon coeur. «C′est Andrée qui avait raison, j′étais stupide, dit-elle, il fallait que Sophocle écrive: «Monsieur». Je lui répondis que le «monsieur» et le «cher monsieur» d′Andrée n′étaient pas moins comiques que son «mon cher Racine» à elle et le «mon cher ami» de Gisèle, mais qu′il n′y avait, au fond, de stupides que des professeurs faisant encore adresser par Sophocle une lettre à Racine. Là, Albertine ne me suivit plus. Elle ne voyait pas ce que cela avait de bête; son intelligence s′entr′ouvrait, mais n′était pas développée. Il y avait des nouveautés plus attirantes en elle; je sentais, dans la même jolie fille qui venait de s′asseoir près de mon lit, quelque chose de différent; et dans ces lignes qui dans le regard et les traits du visage expriment la volonté habituelle, un changement de front, une demi-conversion comme si avaient été détruites ces résistances contre lesquelles je m′étais brisé à Balbec, un soir déjà lointain où nous formions un couple symétrique mais inverse de celui de l′après-midi actuel, puisque alors c′était elle qui était couchée et moi à côté de son lit. Voulant et n′osant m′assurer si maintenant elle se laisserait embrasser, chaque fois qu′elle se levait pour partir, je lui demandais de rester encore. Ce n′était pas très facile à obtenir, car bien qu′elle n′eût rien à faire (sans cela, elle eût bondi au dehors), elle était une personne exacte et d′ailleurs peu aimable avec moi, ne semblant guère se plaire dans ma compagnie. Pourtant chaque fois, après avoir regardé sa montre, elle se rasseyait à ma prière, de sorte qu′elle avait passé plusieurs heures avec moi et sans que je lui eusse rien demandé; les phrases que je lui disais se rattachaient à celles que je lui avais dites pendant les heures précédentes, et ne rejoignaient en rien ce à quoi je pensais, ce que je désirais, lui restaient indéfiniment parallèles. Il n′y a rien comme le désir pour empêcher les choses qu′on dit d′avoir aucune ressemblance avec ce qu′on a dans la pensée. Le temps presse et pourtant il semble qu′on veuille gagner du temps en parlant de sujets absolument étrangers à celui qui nous préoccupe. On cause, alors que la phrase qu′on voudrait prononcer serait déjà accompagnée d′un geste, à supposer même que, pour se donner le plaisir de l′immédiat et assouvir la curiosité qu′on éprouve à l′égard des réactions qu′il amènera sans mot dire, sans demander aucune permission, on n′ait pas fait ce geste. Certes je n′aimais nullement Albertine: fille de la brume du dehors, elle pouvait seulement contenter le désir imaginatif que le temps nouveau avait éveillé en moi et qui était intermédiaire entre les désirs que peuvent satisfaire d′une part les arts de la cuisine et ceux de la sculpture monumentale, car il me faisait rêver à la fois de mêler à ma chair une matière différente et chaude, et d′attacher par quelque point à mon corps étendu un corps divergent comme le corps d′ève tenait à peine par les pieds à la hanche d′Adam, au corps duquel elle est presque perpendiculaire, dans ces bas-reliefs romans de la cathédrale de Balbec qui figurent d′une façon si noble et si paisible, presque encore comme une frise antique, la création de la femme; Dieu y est partout suivi, comme par deux ministres, de deux petits anges dans lesquels on reconnaît — telles ces créatures ailées et tourbillonnantes de l′été que l′hiver a surprises et épargnées — des Amours d′Herculanum encore en vie en plein XIIIe siècle, et traînant leur dernier vol, las mais ne manquant pas à la grâce qu′on peut attendre d′eux, sur toute la façade du porche. Esta vez, sin embargo, ciertos signos parecían indicar que algunas cosas nuevas habían debido de pasar en esa vida. Pero acaso hubiera que inducir sencillamente de ellos que se cambia muy pronto a la edad que tenía Albertina. Por ejemplo, su inteligencia se mostraba mejor, y cuando volvía hablarle del día en que había puesto tanto ardor en imponer su idea de hacer escribir a Sófocles: «mi querido Racine», fue la primera en reírse con todas sus ganas. «Era Andrea la que tenía razón, yo era una estúpida —dijo—; Sófocles tenía que escribir: «Señor». Le respondí que el «señor» «, el «querido señor» de Andrea no eran menos cómicos que el «mi querido Racine» de ella y el «mi querido amigo» de Gisela; pero que los únicos estúpidos eran, en el fondo, unos profesores que aún hacían que Sófocles dirigiese una carta a Racine. En esto ya no me siguió Albertina. No veía que hubiera nada de necio en semejante cosa; su inteligencia se entreabría, pero no estaba desarrollada. Otras novedades más atrayentes había en ella, percibía yo, en la misma muchacha bonita que acababa de sentarse junto a mi cama, algo diferente, y en esas líneas que en la mirada y en los rasgos del rostro expresan la voluntad habitual, un cambio de frente, una semiconversión, como si hubieran sido destruidas las resistencias —contra las que me había estrellado yo en Balbec, un atardecer ya remoto en que formábamos una pareja simétrica, pero inversa a la de la tarde actual, ya que entonces era ella la que estaba acostada y yo a par de su lecho. Queriendo ysin osar cerciorarme de si ahora se dejaría besar, cada vez que se levantaba para irse le pedía que se quedase otro poco. No era muy fácil de conseguir, porque aunque Albertina no tuviese nada que hacer (de no ser así, hubiese brincado afuera), era puntual y, por otra parte, poco amable para conmigo, que apenas parecía que hallase gusto en mi compañía. Sin embargo, una vez y otra, después de haber mirado su reloj, volvía a sentarse a ruego mío, de modo que había pasado varias horas conmigo y sin que yo le hubiese pedido nada; las frases que le decía enlazaban con las que le había dicho en las horas precedentes, y ni poco ni mucho con lo que yo pensaba, con lo que deseaba, sino que se mantenían indefinidamente paralelas a ello. No hay nada como el deseo para impedir que las cosas que uno dice ofrezcan ninguna semejanza con lo que se tiene en el pensamiento. El tiempo apremia, y, sin embargo, parece como que queramos ganar tiempo hablando de temas absolutamente ajenos al que nos preocupa. Se habla, cuando la frase que uno quisiera pronunciar iría ya —acompañada de un ademán, suponiendo incluso que para concederse el placer de lo inmediato y saciar la curiosidad que se siente respecto de las reacciones que traerá consigo sin decir palabra, sin pedir ningún permiso, no se haya hecho ese ademán. Verdad es que yo no sentía amor, ni poco ni mucho, por Albertina: hija de la bruma de fuera, podía contentar únicamente al deseo imaginativo que el tiempo nuevo había despertado en mí y que era intermedio entre los deseos que pueden satisfacer de una parte las artes de la cocina y las de la escultura monumental, ya que me hacía soñar a la vez con mezclar a mi carne una materia diferente ycálida, yligar por algún punto a mi cuerpo tendido un cuerpo divergente, como el cuerpo de Eva se unía apenas por los pies a la cadera de Adán, a cuyo cuerpo es casi perpendicular en esos bajos relieves románicos de la catedral de Balbec que figuran de una manera tan noble y apacible, casi todavía como un friso antiguo, la creación de la mujer; en ellos, Dios va seguido a todas partes, como por dos ministros, de dos angelitos, en los que se reconoce— cual esas criaturas aladas y turbulentas del estío que el invierno ha sorprendido y perdonado —unos amorcillos de Herculano vivos aún en pleno siglo XIII y arrastrando su vuelo postrero, cansados, pero sin faltar a la gracia que de ellos puede esperarse, por toda la fachada del pórtico.
Or, ce plaisir, qui en accomplissant mon désir m′eût délivré de cette rêverie, et que j′eusse tout aussi volontiers cherché en n′importe quelle autre jolie femme, si l′on m′avait demandé sur quoi — au cours de ce bavardage interminable où je taisais à Albertine la seule chose à laquelle je pensasse — se basait mon hypothèse optimiste au sujet des complaisances possibles, j′aurais peut-être répondu que cette hypothèse était due (tandis que les traits oubliés de la voix d′Albertine redessinaient pour moi le contour de sa personnalité) à l′apparition de certains mots qui ne faisaient pas partie de son vocabulaire, au moins dans l′acception qu′elle leur donnait maintenant. Comme elle me disait qu′Elstir était bête et que je me récriais: Ahora bien, el deleite que al cumplir mi deseo me hubiese librado de este desvarío, y que habría buscado igualmente gustoso en cualquier otra mujer bonita, si me hubieran preguntado en qué en el curso de esta charla interminable en que callaba a Albertina la única cosa en que estaba pensando— fundaba mi hipótesis optimista acerca de las complacencias posibles, acaso hubiera respondido yo que esa hipótesis se debía (mientras los rasgos olvidados de la voz de Albertina volvían a dibujar para mí el contorno de su personalidad) a la aparición de ciertas palabras que no formaban parte de su vocabulario, a lo menos en la acepción que les daba ahora. Como me dijese que Elstir era tonto y yo protestara:
— Vous ne me comprenez pas, répliqua-t-elle en souriant, je veux dire qu′il a été bête en cette circonstance, mais je sais parfaitement que c′est quelqu′un de tout à fait distingué. —No me comprende usted —replicó sonriendo—; quiero decir que ha sido tonto en esta ocasión, pero sé perfectamente que es un hombre verdaderamente distinguido.
De même pour dire du golf de Fontainebleau qu′il était élégant, elle déclara: Del mismo modo, para decir del golf de Fontainebleau que era elegante, declaró:
— C′est tout à fait une sélection. —Es lo que se dice una selección.
A propos d′un duel que j′avais eu, elle me dit de mes témoins: «Ce sont des témoins de choix», et regardant ma figure avoua qu′elle aimerait me voir «porter la moustache». Elle alla même, et mes chances me parurent alors très grandes, jusqu′à prononcer, terme que, je l′eusse juré, elle ignorait l′année précédente, que depuis qu′elle avait vu Gisèle il s′était passé un certain «laps de temps». Ce n′est pas qu′Albertine ne possédât déjà quand j′étais à Balbec un lot très sortable de ces expressions qui décèlent immédiatement qu′on est issu d′une famille aisée, et que d′année en année une mère abandonne à sa fille comme elle lui donne au fur et à mesure qu′elle grandit, dans les circonstances importantes, ses propres bijoux. On avait senti qu′Albertine avait cessé d′être une petite enfant quand un jour, pour remercier d′un cadeau qu′une étrangère lui avait fait, elle avait répondu: «Je suis confuse.» Mme Bontemps n′avait pu s′empêcher de regarder son mari, qui avait répondu: A propósito de un desafío que yo había tenido, me dijo de mis testigos: «Son unos testigos selectos». Y mirándome a la cara confesó que le gustaría verme «gastar bigote». Llegó incluso, y mis probabilidades me parecieron entonces grandísimas, hasta pronunciar, expresión que, lo hubiera jurado, ignoraba el año antes, que desde que había visto a Gisela había pasado cierto «lapso». No es que Albertina no poseyera ya cuando yo estaba en Balbec un lote muy decoroso de esas expresiones que revelan inmediatamente que ha salido uno de una familia acomodada, y que de año en año cede una madre a su hija como va dándole, a medida que crece, en las ocasiones importantes, sus propias joyas. Nos habíamos dado cuenta de que Albertina había dejado de ser una chiquilla cuando un día, para dar las gracias por un regalo que le había hecho una extranjera, había respondido: «Me deja usted confusa». La señora de Bontemps no había podido menos de mirar a su marido, que había respondido:
— Dame, elle va sur ses quatorze ans. «¡Caramba!, ya anda por los catorce años».
La nubilité plus accentuée s′était marquée quand Albertine, parlant d′une jeune fille qui avait mauvaise façon, avait dit: «On ne peut même pas distinguer si elle est jolie, elle a un pied de rouge sur la figure.» Enfin, quoique jeune fille encore, elle prenait déjà des façons de femme de son milieu et de son rang en disant, si quelqu′un faisait des grimaces: «Je ne peux pas le voir parce que j′ai envie d′en faire aussi», ou si on s′amusait à des imitations: «Le plus drôle, quand vous la contrefaites, c′est que vous lui ressemblez.» Tout cela est tiré du trésor social. Mais justement le milieu d′Albertine ne me paraissait pas pouvoir lui fournir «distingué» dans le sens où mon père disait de tel de ses collègues qu′il ne connaissait pas encore et dont on lui vantait la grande intelligence: «Il paraît que c′est quelqu′un de tout à fait distingué.» «Sélection», même pour le golf, me parut aussi incompatible avec la famille Simonet qu′il le serait, accompagné de l′adjectif «naturel», avec un texte antérieur de plusieurs siècles aux travaux de Darwin. «Laps de temps» me sembla de meilleur augure encore. Enfin m′apparut l′évidence de bouleversements que je ne connaissais pas mais propres à autoriser pour moi toutes les espérances, quand Albertine me dit, avec la satisfaction d′une personne dont l′opinion n′est pas indifférente: La nubilidad más acentuada se había señalado cuando Albertina, hablando de una muchacha que tenía mala facha, había dicho: «Ni siquiera se puede distinguir si es bonita; lleva un palmo de colorete en la cara». En fin, aunque todavía era una muchachita, sacaba ya modales de mujer de su medio y de su clase al decir, si alguien hacía muecas: «No puedo verlo, porque me dan gagas de hacerlo yo también», o, si alguno se divertía en remedar a otra persona: «Lo más gracioso cuando la imita usted es que se parece a ella». Todo esto está tomado del tesoro social. Pero precisamente el medio a que pertenecía Albertina no me parecía que pudiera ciarle el «distinguido» en el sentido en que mi padre decía de tal o cual de sus colegas al que aún no conocía y cuya gran inteligencia le alababan: «Parece que es un hombre realmente distinguido». «Selección», aun aplicado al golf, me pareció tan incompatible con la familia Simonet como lo sería, acompañado del adjetivo «natural», con un texto anterior en varios siglos a los trabajos de Darwin. «Lapso» me pareció de mejor augurio aún. Por último, se me apareció la evidencia de unos trastornos que yo no conocía, pero que eran como autorizar, en lo que a mí se refería, todas las esperanzas, cuando Albertina me dijo, con la satisfacción de una persona cuya opinión no es indiferente
— C′est, à mon sens, ce qui pouvait arriver de mieux. . . . J′estime que c′est la meilleure solution, la solution élégante. —Eso es, en mi sentir, lo mejor que podía suceder... Estimo que ésa es la mejor solución, la solución elegante.
C′était si nouveau, si visiblement une alluvion laissant soupçonner de si capricieux détours à travers des terrains jadis inconnus d′elle que, dès les mots «à mon sens», j′attirai Albertine, et à «j′estime» je l′assis sur mon lit. Era tan nuevo esto, se trataba tan visiblemente de un aluvión que permitía sospechar tan caprichosas revueltas a través de terrenos antaño desconocidos para ella, que desde las palabras «en mi sentir» atraje hacia mí a Albertina, y al «estimo» la senté en mi cama.
Sans doute il arrive que des femmes peu cultivées, épousant un homme fort lettré, reçoivent dans leur apport dotal de telles expressions. Et peu après la métamorphose qui suit la nuit de noces, quand elles font leurs visites et sont réservées avec leurs anciennes amies, on remarque avec étonnement qu′elles sont devenues femmes si, en décrétant qu′une personne est intelligente, elles mettent deux l au mot intelligente; mais cela est justement le signe d′un changement, et il me semblait qu′il y avait un monde entre les expressions actuelles et le vocabulaire de l′Albertine que j′avais connue à Balbec — celui où les plus grandes hardiesses étaient de dire d′une personne bizarre: «C′est un type», ou, si on proposait à Albertine de jouer: «Je n′ai pas d′argent à perdre», ou encore, si telle de ses amies lui faisait un reproche qu′elle ne trouvait pas justifié: «Ah! vraiment, je te trouve magnifique!», phrases dictées dans ces cas-là par une sorte de tradition bourgeoise presque aussi ancienne que le Magnificat lui-même, et qu′une jeune fille un peu en colère et sûre de son droit emploie ce qu′on appelle «tout naturellement», c′est-à-dire parce qu′elle les a apprises de sa mère comme à faire sa prière ou à saluer. Toutes celles-là, Mme Bontemps les lui avait apprises en même temps que la haine des Juifs et que l′estime pour le noir où on est toujours convenable et comme il faut, même sans que Mme Bontemps le lui eût formellement enseigné, mais comme se modèle au gazouillement des parents chardonnerets celui des petits chardonnerets récemment nés, de sorte qu′ils deviennent de vrais chardonnerets eux-mêmes. Malgré tout, «sélection» me parut allogène et «j′estime» encourageant. Albertine n′était plus la même, donc elle n′agirait peut-être pas, ne réagirait pas de même. Sin duda ocurre que algunas mujeres poco cultas, al casarse con un hombre de gran cultura, reciben en su común aportación dotal expresiones de estas. Y poco después de la metamorfosis que sigue a la noche de bodas, cuando hacen sus visitas y se muestran reservadas con sus antiguas amigas, se echa de ver con asombro que se han hecho mujeres si, al fallar que una persona es inteligente, le ponen dos eles a la palabra «inteligente»; pero eso es justamente señal de un cambio, y me parecía que entre el vocabulario de la Albertina que yo había conocido —aquel en que las audacias gordas consistían en decir de una persona extravagante: «Es un tipo», o, si se le proponía a Albertina que jugase: «No tengo dinero que perder», o bien, si alguna de sus amigas le hacía un reproche que Albertina no encontraba justificado: «¡Ah! ¡La verdad es que me resultas magnífica!», frase dictada en estos casos por una a modo de tradición burguesa casi tan antigua como el mismo Magnificat y que una muchacha un poco encolerizada y segura de su derecho emplea, como suele decirse, «naturalmente», esto es, porque las ha aprendido de su madre como ha aprendido a rezar sus oraciones o a saludar. Todas éstas se las había hecho aprender la señora de Bontemps al mismo tiempo que a odiar a los judíos y a tener en estima a los negros, cosas en las que se es siempre correcto y como es debido, aun sin que la señora de Bontemps se lo hubiera enseñado formalmente, sino como se modela por el gorjeo de los jilgueros padres el de las crías recién salidas del cascarón, de modo que éstas llegan a ser también auténticos jilgueros. A pesar de todo, «selección» me pareció alógeno, y lo de «yo estimo», alentador. Albertina ya no era la misma; por consiguiente, acaso no procedería, no reaccionaría del mismo modo.
Non seulement je n′avais plus d′amour pour elle, mais je n′avais même, plus à craindre, comme j′aurais pu à Balbec, de briser en elle une amitié pour moi qui n′existait plus. Il n′y avait aucun doute que je lui fusse depuis longtemps devenu fort indifférent. Je me rendais compte que pour elle je ne faisais plus du tout partie de la «petite bande» à laquelle j′avais autrefois tant cherché, et j′avais ensuite été si heureux de réussir à être agrégé. Puis comme elle n′avait même plus, comme à Balbec, un air de franchise et de bonté, je n′éprouvais pas de grands scrupules; pourtant je crois que ce qui me décida fut une dernière découverte philologique. Comme, continuant à ajouter un nouvel anneau à la chaîne extérieure de propos sous laquelle je cachais mon désir intime, je parlais, tout en ayant maintenant Albertine au coin de mon lit, d′une des filles de la petite bande, plus menue que les autres, mais que je trouvais tout de même assez jolie: «Oui, me répondit Albertine, elle a l′air d′une petite mousmé.» De toute évidence, quand j′avais connu Albertine, le mot de «mousmé» lui était inconnu. Il est vraisemblable que, si les choses eussent suivi leur cours normal, elle ne l′eût jamais appris, et je n′y aurais vu pour ma part aucun inconvénient car nul n′est plus horripilant. A l′entendre on se sent le même mal de dents que si on a mis un trop gros morceau de glace dans sa bouche. Mais chez Albertine, jolie comme elle était, même «mousmé» ne pouvait m′être déplaisant. En revanche, il me parut révélateur sinon d′une initiation extérieure, au moins d′une évolution interne. Malheureusement il était l′heure où il eût fallu que je lui dise au revoir si je voulais qu′elle rentrât à temps pour son dîner et aussi que je me levasse assez tôt pour le mien. C′était Françoise qui le préparait, elle n′aimait pas qu′il attendît et devait déjà trouver contraire à un des articles de son code qu′Albertine, en l′absence de mes parents, m′eût fait une visite aussi prolongée et qui allait tout mettre en retard. Mais, devant «mousmé», ces raisons tombèrent et je me hâtai de dire: No sólo no tenía yo amor hacia ella, sino que ni siquiera tenía que temer, como hubiera podido en Balbec, quebrantar en ella una amistad hacia mí que ya no existía. No cabía la menor duda de que desde hacía mucho tiempo había llegado a serle yo harto indiferente. Me daba cuenta de que ya no formaba, en absoluto, para ella; parte de la «pandilla» por ser agregado a la cual tanto había hecho en otro tiempo y tan feliz había sido, luego, al conseguirlo. Además, como Albertina ni siquiera tenía ya como en Balbec una expresión de franqueza y de bondad, no sentía yo grandes escrúpulos; sin embargo, creo que lo que me decidió fue un último descubrimiento filológico. Como si siguiera añadiendo un nuevo eslabón a la cadena exterior de frases bajo la que ocultaba mi deseo íntimo, hablé, mientras tenía ahora a Albertina en la esquina de mi cama, de una de las chicas de la pandilla, más menuda que las otras, pero que, con todo, me parecía bastante bonita. «Sí —me respondió Albertina—, parece una musmé pequeñita.» Evidentemente, cuando yo había conocido a Albertina, la palabra «musmé» era desconocida para ella. Es verosímil que, si las cosas hubieran seguida su curso normal, no la hubiese aprendido nunca, y yo no hubiera visto en ello, por mi parte, ningún inconveniente, porque no hay otra palabra más horripilante. Al oírla siente uno el mismo dolor de muelas que si se hubiera metido en la boca un pedazo de hielo demasiado grande. Pero en Albertina, con lo bonita que era, ni aun «musmé» podía serme desagradable. En cambio, me pareció reveladora, si no de una iniciación exterior; por lo menos de una evolución interna. Por desgracia, era la hora en que hubiera debido decirle adiós si quería que volviese a tiempo a su casa para la cena, así como para que yo me levantase con tiempo suficiente para la mía. Era Francisca quien la preparaba; no le gustaba que la hiciera estarme esperando, y ya debía de parecerle contrario a uno de los artículos de su código que Albertina, en ausencia de mis padres, me hubiera hecho una visita tan prolongada y que iba a retrasarlo todo.
— Imaginez-vous que je ne suis pas chatouilleux du tout, vous pourriez me chatouiller pendant une heure que je ne le sentirais même pas. Pero ante lo de «musmé», estas razones cayeron por tierra y me apresuré a decir —¿Querrá usted creer que no tengo cosquillas, en absoluto? Podría usted estármelas buscando por espacio de una hora sin que lo sintiese siquiera.
— Vraiment! —¿De verdad? .
— Je vous assure. —Se lo aseguro.
Elle comprit sans doute que c′était l′expression maladroite d′un désir, car comme quelqu′un qui vous offre une recommandation que vous n′osiez pas solliciter, mais dont vos paroles lui ont prouvé qu′elle pouvait vous être utile: Comprendió, sin duda, que era esto la expresión torpe de un deseo, porque como quien os ofrece una recomendación que no os atrevéis a solicitar, pero que vuestras palabras le han hecho ver que podía seros útil:
— Voulez-vous que j′essaye? dit-elle avec l′humilité de la femme. —¿Quiere usted que pruebe yo? —dijo con la humildad de la mujer.
— Si vous voulez, mais alors ce serait plus commode que vous vous étendiez tout à fait sur mon lit. —Si quiere usted; pero entonces sería más cómodo que se echase usted del todo en mi cama.
— Comme cela? —¿Así"
— Non, enfoncez-vous. —No, póngase más adentro.
— Mais je ne suis pas trop lourde? —Pero, ¿no peso demasiado"
Comme elle finissait cette phrase la porte s′ouvrit, et Françoise portant une lampe entra. Albertine n′eut que le temps de se rasseoir sur la chaise. Peut-être Françoise avait-elle choisi cet instant pour nous confondre, étant à écouter à la porte, ou même à regarder par le trou de la serrure. Mais je n′avais pas besoin de faire une telle supposition, elle avait pu dédaigner de s′assurer par les yeux de ce que son instinct avait dû suffisamment flairer, car à force de vivre avec moi et mes parents, la crainte, la prudence, l′attention et la ruse avaient fini par lui donner de nous cette sorte de connaissance instinctive et presque divinatoire qu′a de la mer le matelot, du chasseur le gibier, et de la maladie, sinon le médecin, du moins souvent le malade. Tout ce qu′elle arrivait à savoir aurait pu stupéfier à aussi bon droit que l′état avancé de certaines connaissances chez les anciens, vu les moyens presque nuls d′information qu′ils possédaient (les siens n′étaient pas plus nombreux: c′était quelques propos, formant à peine le vingtième de notre conversation à dîner, recueillis à la volée par le maître d′hôtel et inexactement transmis à l′office). Encore ses erreurs tenaient-elles plutôt, comme les leurs, comme les fables auxquelles Platon croyait, à une fausse conception du monde et à des idées préconçues qu′à l′insuffisance des ressources matérielles. C′est ainsi que, de nos jours encore, les plus grandes découvertes dans les moeurs des insectes ont pu être faites par un savant qui ne disposait d′aucun laboratoire, de nul appareil. Mais si les gênes qui résultaient de sa position de domestique ne l′avaient pas empêchée d′acquérir une science indispensable à l′art qui en était le terme — et qui consistait à nous confondre en nous en communiquant les résultats — la contrainte avait fait plus; là l′entrave ne s′était pas contentée de ne pas paralyser l′essor, elle y avait puissamment aidé. Sans doute Françoise ne négligeait aucun adjuvant, celui de la diction et de l′attitude par exemple. Comme (si elle ne croyait jamais ce que nous lui disions et que nous souhaitions qu′elle crût) elle admettait sans l′ombre d′un doute ce que toute personne de sa condition lui racontait de plus absurde et qui pouvait en même temps choquer nos idées, autant sa manière d′écouter nos assertions témoignait de son incrédulité, autant l′accent avec lequel elle rapportait (car le discours indirect lui permettait de nous adresser les pires injures avec impunité) le récit d′une cuisinière qui lui avait raconté qu′elle avait menacé ses maîtres et en avait obtenu, en les traitant devant tout le monde de «fumier», mille faveurs, montrait que c′était pour elle parole d′évangile. Françoise ajoutait même: «Moi, si j′avais été patronne je me serais trouvée vexée.» Nous avions beau, malgré notre peu de sympathie originelle pour la dame du quatrième, hausser les épaules, comme à une fable invraisemblable, à ce récit d′un si mauvais exemple, en le faisant, la narratrice savait prendre le cassant, le tranchant de la plus indiscutable et plus exaspérante affirmation. Cuando acababa esta frase, se abrió la puerta y entró Francisca trayendo una lámpara. Albertina sólo tuvo tiempo de volver a sentarse en la silla. Acaso Francisca había escogido este instante para humillarnos, porque estuviera escuchando ala puerta o incluso mirando por el agujero de la cerradura. Pero no tenía yo necesidad de hacer semejante suposición; Francisca podía haber desdeñado cerciorarse por sus propios ojos de lo que su instinto había debido de rastrear suficientemente, ya que, en fuerza de vivir condigo y con mis padres; el temor, la prudencia, la atención y la astucia habían acabado por darle respecto de nosotros ese linaje de conocimiento instintivo y casi adivinatorio que tiene del mar el marinero, del cazador la caza, y de la enfermedad, si no el médico, por lo menos, frecuentemente, el enfermo. Todo lo que llegaba a saber hubiera podido ser motivo de pasmo con tanta razón como el avanzado estado de ciertos conocimientos entre los antiguos, habida cuenta de los medios casi nulos de información que poseían (los de Francisca no era más numerosos. Algunas frases que formaban apenas la vigésima parte de nuestra conversación a la mesa, recogidas al vuelo por el mayordomo e inexactamente transmitidas al cuarto de servicio). Sus mismos errores se debían antes, como los de los antiguos, como los de las fábulas en que Platón creía, a una falsa concepción del mundo y a ciertas ideas preconcebidas, que no a la insuficiencia de los recursos materiales. Así es como aun en nuestros días los mayores descubrimientos en cuanto a las costumbres de los insectos ha podido hacerlos un sabio que no disponía de ningún laboratorio, de ningún aparato. Pero si las molestias que resultaban de su posición de doméstica no le habían impedido adquirir una ciencia indispensable para el arte que era término de la misma —y que consistía en humillarnos comunicándonos sus resultados—, la restricción había hecho más; aquí, la traba no se había contentado con no paralizar el impulso: lo había ayudado poderosamente. Desde luego, Francisca no descuidaba ningún coadyuvante, el de la dicción y el de la actitud, por ejemplo. Como (si no creía nunca lo que le decíamos nosotros y deseábamos que creyera) admitía sin sombra de duda lo más absurdo y que podía, al mismo tiempo, ir contra nuestras ideas, que le contara cualquier persona de su clase, de igual suerte que la manera qué tenía de escuchar nuestros asertos daba testimonio de su incredulidad, así el acento con que refería (porque el discurso indirecto le permitía dirigirnos las peores injurias con impunidad) la historia de una cocinera que le había contado que había amenazado a sus amos y conseguido de ellos, tratándolos delante de todo el mundo de «basura», mil favores, dejaba ver que lo que decía era para ella un texto del Evangelio. Francisca añadía inclusive «Yo, si hubiera sido la señora, me habría sentido ofendida». De nada servía que, a pesar de nuestra escasa simpatía original hacia la señora del cuarto piso, nos encogiésemos de hombros, como si oyéramos una fábula inverosímil, ante este relato de tan mal ejemplo: al contárnoslo, la narradora sabía adoptar la dureza, el tono cortante de la más indiscutible y exasperante afirmación.
Mais surtout, comme les écrivains arrivent souvent à une puissance de concentration dont les eût dispensés le régime de la liberté politique ou de l′anarchie littéraire, quand ils sont ligotés par la tyrannie d′un monarque ou d′une poétique, par les sévérités des règles prosodiques ou d′une religion d′État, ainsi Françoise, ne pouvant nous répondre d′une façon explicite, parlait comme Tirésias et eût écrit comme Tacite. Elle savait faire tenir tout ce qu′elle ne pouvait exprimer directement, dans une phrase que nous ne pouvions incriminer sans nous accuser, dans moins qu′une phrase même, dans un silence, dans la manière dont elle plaçait un objet. Pero, sobre todo, de igual suerte que los escritores llegan a menudo a un poder de concentración de que les hubiera dispensado el régimen de libertad política o de anarquía literaria, cuando están atados de pies y manos por la tiranía de un monarca a de una poética, por los rigores de las reglas prosódicas o de una religión de Estado, así Francisca, como no podía replicarnos de una manera explícita, hablaba como Tiresias y hubiera escrito como Tácito. Sabía hacer caber todo lo que no podía expresar directamente en una frase que no podíamos incriminar sin acusarnos, y en menos que una frase, incluso en un silencio, en la manera que tenía de colocar un objeto.
Ainsi, quand il m′arrivait de laisser, par mégarde, sur ma table, au milieu d′autres lettres, une certaine qu′il n′eût pas fallu qu′elle vît, par exemple parce qu′il y était parlé d′elle avec une malveillance qui en supposait une aussi grande à son égard chez le destinataire que chez l′expéditeur, le soir, si je rentrais inquiet et allais droit à ma chambre, sur mes lettres rangées bien en ordre en une pile parfaite, le document compromettant frappait tout d′abord mes yeux comme il n′avait pas pu ne pas frapper ceux de Françoise, placé par elle tout en dessus, presque à part, en une évidence qui était un langage, avait son éloquence, et dès la porte me faisait tressaillir comme un cri. Elle excellait à régler ces mises en scène destinées à instruire si bien le spectateur, Françoise absente, qu′il savait déjà qu′elle savait tout quand ensuite elle faisait son entrée. Elle avait, pour faire parler ainsi un objet inanimé, l′art à la fois génial et patient d′Irving et de Frédéric Lemaître. En ce moment, tenant au-dessus d′Albertine et de moi la lampe allumée qui ne laissait dans l′ombre aucune des dépressions encore visibles que le corps de la jeune fille avait creusées dans le couvre-pieds, Françoise avait l′air de la «Justice éclairant le Crime». La figure d′Albertine ne perdait pas à cet éclairage. Il découvrait sur les joues le même vernis ensoleillé qui m′avait charmé à Balbec. Ce visage d′Albertine, dont l′ensemble avait quelquefois, dehors, une espèce de pâleur blême, montrait, au contraire, au fur et à mesure que la lampe les éclairait, des surfaces si brillamment, si uniformément colorées, si résistantes et si lisses, qu′on aurait pu les comparer aux carnations soutenues de certaines fleurs. Surpris pourtant par l′entrée inattendue de Françoise, je m′écriai: Así, cuando me ocurría dejar, por descuido, sobre mi mesa, entre otras cartas, una determinada que no hubiera debido ver Francisca, por ejemplo porque en la carta se la aludía con una malevolencia que suponía una tan grande respecto de ella en el destinatario como en el que enviaba la epístola, a la noche, si yo volvía inquieto y me iba derecho a mi cuarto, sobre mis cartas dispuestas muy ordenadas en un rimero perfecto, el documento comprometedor saltaba antes que nada a mis ojos como no había podido menos de saltar a los de Francisca, puesto por ella encima de todo, casi aparte, en una evidencia que era un lenguaje, que tenía su elocuencia, y desde la puerta me hacía estremecer como un grito. Descollaba en disponer estas escenografías destinadas a destruir tan bien al espectador, en ausencia de Francisca, que aquél sabía ya que ella lo sabía todo, cuando la propia Francisca hacía luego su entrada. Tenía, para hacer hablar así a un objeto inanimado, el arte a la vez genial y paciente de Irving y de Federico Lemaître. En aquel momento, sosteniendo por encima de Albertina y de mí la lámpara encendida que no dejaba en la sombra ninguna de las depresiones, aun visibles, que el cuerpo de la muchacha había excavado en el edredón, Francisca tenía la apariencia de la «justicia descubriendo el crimen». La cara de Albertina no salía perdiendo con esta iluminación. Descubría en las mejillas el mismo barniz soleado que me había hechizado en Balbec. Este rostro de Albertina, cuyo conjunto tenía a veces, fuera de casa, como una palidez intensa, mostraba, por el contrario, a medida que la lámpara iba iluminándolas, superficies tan brillantemente, tan uniformemente coloreadas, tan resistentes y tan tersas, que hubiera podido comparárselas a las carnaciones sostenidas de ciertas flores. Sorprendido, con todo, con la inesperada irrupción de Francisca, exclamé
— Comment, déjà la lampe? Mon Dieu que cette lumière est vive! —¿Cómo, ya la lámpara? ¡Dios mío, qué luz más viva!
Mon but était sans doute par la seconde de ces phrases de dissimuler mon trouble, par la première d′excuser mon retard. Françoise répondit avec une ambigueacute; cruelle: Mi objeto era, desde luego, con la segunda de estas frases, disimular mi confusión, y con la primera disculpar mi retraso. Francisca respondió con una ambigüedad cruel:
— Faut-il que j′éteinde? —¿Querían que apagara"
— Teigne? glissa à mon oreille Albertine, me laissant charmé par la vivacité familière avec laquelle, me prenant à la fois pour maître et pour complice, elle insinua cette affirmation psychologique dans le ton interrogatif d′une question grammaticale. —¿...gase? —me susurró al oído Albertina, dejándome hechizado por la vivacidad familiar con que, tomándome a la vez de maestro y de cómplice, insinuó esta afirmación psicológica, en el tono interrogativo de una pregunta gramatical.
Quand Françoise fut sortie de la chambre et Albertine rassise sur mon lit: Cuando Francisca hubo salido de la habitación y Albertina estuvo sentada de nuevo en mi cama
— Savez-vous ce dont j′ai peur, lui dis-je, c′est que si nous continuons comme cela, je ne puisse pas m′empêcher de vous embrasser. —¿Sabe usted de qué tengo miedo? —le dije—. Pues de que, como sigamos así, no voy a poder menos de besarla. \ —
— Ce serait un beau malheur. ¡Sí que sería una pena!
Je n′obéis pas tout de suite à cette invitation, un autre l′eût même pu trouver superflue, car Albertine avait une prononciation si charnelle et si douce que, rien qu′en vous parlant, elle semblait vous embrasser. Une parole d′elle était une faveur, et sa conversation vous couvrait de baisers. Et pourtant elle m′était bien agréable, cette invitation. Elle me l′eût été même d′une autre jolie fille du même âge; mais qu′Albertine me fût maintenant si facile, cela me causait plus que du plaisir, une confrontation d′images empreintes de beauté. Je me rappelais Albertine d′abord devant la plage, presque peinte sur le fond de la mer, n′ayant pas pour moi une existence plus réelle que ces visions de théâtre, où on ne sait pas si on a affaire à l′actrice qui est censée apparaître, à une figurante qui la double à ce moment-là, ou à une simple projection. Puis la femme vraie s′était détachée du faisceau lumineux, elle était venue à moi, mais simplement pour que je pusse m′apercevoir qu′elle n′avait nullement, dans le monde réel, cette facilité amoureuse qu′on lui supposait empreinte dans le tableau magique. J′avais appris qu′il n′était pas possible de la toucher, de l′embrasser, qu′on pouvait seulement causer avec elle, que pour moi elle n′était pas plus une femme que des raisins de jade, décoration incomestible des tables d′autrefois, ne sont des raisins. Et voici que dans un troisième plan elle m′apparaissait, réelle comme dans la seconde connaissance que j′avais eue d′elle, mais facile comme dans la première; facile, et d′autant plus délicieusement que j′avais cru si longtemps qu′elle ne l′était pas. Mon surplus de science sur la vie (sur la vie moins unie, moins simple que je ne l′avais cru d′abord) aboutissait provisoirement à l′agnosticisme. Que peut-on affirmer, puisque ce qu′on avait cru probable d′abord s′est montré faux ensuite, et se trouve en troisième lieu être vrai? Et hélas, je n′étais pas au bout de mes découvertes avec Albertine. En tout cas, même s′il n′y avait pas eu l′attrait romanesque de cet enseignement d′une plus grande richesse de plans découverts l′un après l′autre par la vie (cet attrait inverse de celui que Saint–Loup goûtait, pendant les dîners de Rivebelle, à retrouver, parmi les masques que l′existence avait superposés dans une calme figure, des traits qu′il avait jadis tenus sous ses lèvres), savoir qu′embrasser les joues d′Albertine était une chose possible, c′était un plaisir peut-être plus grand encore que celui de les embrasser. Quelle différence entre posséder une femme sur laquelle notre corps seul s′applique parce qu′elle n′est qu′un morceau de chair, ou posséder la jeune fille qu′on apercevait sur la plage avec ses amies, certains jours, sans même savoir pourquoi ces jours-là plutôt que tels autres, ce qui faisait qu′on tremblait de ne pas la revoir. La vie vous avait complaisamment révélé tout au long le roman de cette petite fille, vous avait prêté pour la voir un instrument d′optique, puis un autre, et ajouté au désir charnel un accompagnement, qui le centuple et le diversifie, de ces désirs plus spirituels et moins assouvissables qui ne sortent pas de leur torpeur et le laissent aller seul quand il ne prétend qu′à la saisie d′un morceau de chair, mais qui, pour la possession de toute une région de souvenirs d′où ils se sentaient nostalgiquement exilés, s′élèvent en tempête à côté de lui, le grossissent, ne peuvent le suivre jusqu′à l′accomplissement, jusqu′à l′assimilation, impossible sous la forme où elle est souhaitée, d′une réalité immatérielle, mais attendent ce désir à mi-chemin, et au moment du souvenir, du retour, lui font à nouveau escorte; baiser, au lieu des joues de la première venue, si fraîches soient-elles, mais anonymes, sans secret, sans prestige, celles auxquelles j′avais si longtemps rêvé, serait connaître le goût, la saveur, d′une couleur bien souvent regardée. On a vu une femme, simple image dans le décor de la vie, comme Albertine, profilée sur la mer, et puis cette image on peut la détacher, la mettre près de soi, et voir peu à peu son volume, ses couleurs, comme si on l′avait fait passer derrière les verres d′un stéréoscope. C′est pour cela que les femmes un peu difficiles, qu′on ne possède pas tout de suite, dont on ne sait même pas tout de suite qu′on pourra jamais les posséder, sont les seules intéressantes. Car les connaître, les approcher, les conquérir, c′est faire varier de forme, de grandeur, de relief l′image humaine, c′est une leçon de relativisme dans l′appréciation, belle à réapercevoir quand elle a repris sa minceur de silhouette dans le décor de la vie. Les femmes qu′on connaît d′abord chez l′entremetteuse n′intéressent pas parce qu′elles restent invariables. No obedecí enseguida a esta invitación: otro hubiera podido incluso encontrarla superflua, ya que Albertina tenía una pronunciación tan carnal y tan dulce que nada más que con hablaros parecía como que os estuviera besando. Una palabra suya era un favor, y su conversación os cubría de besos. Y sin embargo, aquella invitación era para mí muy agradable. Lo hubiera sido aun procediendo de otra chica bonita de la misma edad; pero el que Albertina me fuese ahora tan fácil, me deparaba, aun más que placer, una confrontación de imágenes teñidas de belleza. Me acordaba de Albertina, primero, delante de la playa, pintada casi sobre el fondo que ponía el mar, sin tener para mí una existencia más real que esas visiones de teatro en que no se sabe si tiene uno que vérselas con la actriz que se supone aparece, con una figuranta que hace de doble suyo en ese momento, o con una simple proyección. Luego, la verdadera mujer se había desgajado del haz luminoso, había venido a mí, pero simplemente para que yo pudiera percatarme de que en modo alguno tenía, en el mundo real, la facilidad amorosa que se le suponía infusa en el cuadro mágico. Yo había aprendido que no era posible tocarla, besarla; que sólo se podía hablar con ella; que no era para mí una mujer; ni más ni menos que unas uvas de jade, decoración incomestible de las mesas de antaño, no son tales uvas. Y he aquí que en un tercer plano se me aparecía, real como en el segundo conocimiento que de ella había tenido yo, pero fácil como en el primero; fácil, y tanto más deliciosamente cuanto que yo había creído por espacio de tanto tiempo que no lo era. Mi exceso de sabiduría tocante a la vida (a la vida menos unida, menos simple de lo que en un principio había creído yo) iba a dar provisionalmente en el agnosticismo. ¿Qué puede uno afirmar, toda vez que lo que se había creído probable primeramente se ha revelado como falso a seguida y resulta en tercer lugar verdadero? Y yo, ¡ay!, no me hallaba al cabo de mis descubrimientos con Albertina. En todo caso, aun cuando no hubiera habido el atractivo novelesco de esta enseñanza de una mayor riqueza de planos descubiertos uno tras otro por la vida (atractivo inverso del que Saint-Loup saboreaba, durante las cenas de Rivebelle, al volver a encontrar entre las mascarillas que la existencia había superpuesto, en un semblante sereno, rasgos que en otro tiempo había tenido él bajo sus labios), saber que era una cosa posible besar las mejillas de Albertina era un placer acaso mayor aún que el de besarlas. ¡Qué diferencia entre poseer a una mujer por la que sólo nuestro cuerpo se afana, o poseer a la muchachita que uno veía en la playa con sus amigas, ciertos días, sin saber siquiera por qué esos días y no tales otros, lo cual hacía que temblásemos temiendo no volverla a ver! La vida os había revelado en toda su longitud la novela de esa muchachita, os había prestado para verla un instrumento de óptica, luego otro, y añadido al deseo carnal un acompañamiento que lo centuplica y hace diverso de esos deseos más espirituales y menos saciables que no salen de su entorpecimiento y lo dejan irse solo cuando no aspira más que a la captura de un pedazo de carne, pero que, por la posesión de toda una zona de remembranzas de que se sentían nostálgicamente desterrados, se alzan procelosos junto a él, lo abultan, no pueden seguirlo hasta la realización, hasta la asimilación, imposible en la forma en que es apetecida, de una realidad inmaterial, pero esperan a ese deseo a mitad de camino, y en el momento del recuerdo, del regreso, vuelven a darle escolta; besar, en lugar de las mejillas de la primera que se presente, por frescas que sean, pero anónimas, sin secreto, sin prestigio, aquellas con que tanto tiempo había soñado, sería conocer el gusto, el sabor de un color con alta frecuencia contemplado. Hemos visto una mujer, simple imagen en la decoración de la: vida, cómo Albertina, perfilada contra el mar, y luego esa imagen podemos desgajarla, ponerla junto a nosotros, y ver poco a poco su volumen, sus colores, como si la hubiéramos hecho pasar por detrás de los cristales de un estereóscopo. Por eso las mujeres un poco difíciles, que no posee uno enseguida, que ni siquiera sabe en seguida que podrá nunca poseerlas, son las únicas interesantes. Porque conocerlas, acercarse a ellas, conquistarlas, es hacer variar de forma, de magnitud, de relieve la imagen humana; es una lección de relativismo en la apreciación, que resulta hermoso percibir de nuevo cuando ha recobrado su parvedad de silueta en la decoración de la vida. Las mujeres a quienes conocemos primero en casa de la alcahueta no nos interesan, porque permanecen invariables.
D′autre part Albertine tenait, liées autour d′elle, toutes les impressions d′une série maritime qui m′était particulièrement chère. Il me semblait que j′aurais pu, sur les deux joues de la jeune fille, embrasser toute la plage de Balbec. Por otra parte, Albertina tenía, ligadas en torno a sí, todas las impresiones de una serie marítima que me era particularmente cara. Me parecía que hubiera podido, en las dos mejillas de la muchacha, besar toda la playa de Balbec.
— Si vraiment vous permettez que je vous embrasse, j′aimerais mieux remettre cela à plus tard et bien choisir mon moment. Seulement il ne faudrait pas que vous oubliiez alors que vous m′avez permis. Il me faut un «bon pour un baiser». —Si me permite usted de veras que la bese, preferiría dejarlo para más tarde y elegir bien el momento. Sólo que lo que hace falta es que no olvide usted entonces que me ha dado permiso. Necesito «un vale por un beso».
— Faut-il que je le signe? —¿Tengo que firmarlo"
— Mais si je le prenais tout de suite, en aurais-je un tout de même plus tard? —Pero, ¿y si me lo tomase enseguida, tendría otro, de todas maneras, más tarde"
— Vous m′amusez avec vos bons, je vous en referai de temps en temps. —Me hace usted gracia con sus vales; ya le extenderé otros de cuando en cuando.
— Dites-moi, encore un mot: vous savez, à Balbec, quand je ne vous connaissais pas encore, vous aviez souvent un regard dur, rusé; vous ne pouvez pas me dire à quoi vous pensiez à ces moments-là? —Dígame, otra cosa: ¿sabe usted?, en Balbec, cuando aún no la conocía yo, tenía usted a menudo una mirada dura, maliciosa; ¿no puede decirme en qué pensaba en aquellos momentos"
— Ah! je n′ai aucun souvenir. —¡Ah!, no tengo ningún recuerdo.
— Tenez, pour vous aider, un jour votre amie Gisèle a sauté à pieds joints par-dessus la chaise où était assis un vieux monsieur. Tâchez de vous rappeler ce que vous avez pensé à ce moment-là. —Verá usted, para ayudarla: un día, su amiga Gisela saltó a pies juntos por encima de la silla en que estaba sentado un señor viejo. Trate de recordar lo qué pensó usted en ese momento.
— Gisèle était celle que nous fréquentions le moins, elle était de la bande si vous voulez, mais pas tout à fait. J′ai dû penser qu′elle était bien mal élevée et commune. —Gisela era con la que menos andábamos; era de la pandilla, si usted quiere, pero no del todo. He debido pensar que estaba muy mal educada y que era muy ordinaria.
— Ah! c′est tout? —¡Ah!, ¿nada más"
J′aurais bien voulu, avant de l′embrasser, pouvoir la remplir à nouveau du mystère qu′elle avait pour moi sur la plage, avant que je la connusse, retrouver en elle le pays où elle avait vécu auparavant; à sa place du moins, si je ne le connaissais pas, je pouvais insinuer tous les souvenirs de notre vie à Balbec, le bruit du flot déferlant sous ma fenêtre, les cris des enfants. Mais en laissant mon regard glisser sur le beau globe rose de ses joues, dont les surfaces doucement incurvées venaient mourir aux pieds des premiers plissements de ses beaux cheveux noirs qui couraient en chaînes mouvementées, soulevaient leurs contreforts escarpés et modelaient les ondulations de leurs vallées, je dus me dire: «Enfin, n′y ayant pas réussi à Balbec, je vais savoir le goût de la rose inconnue que sont les joues d′Albertine. Et puisque les cercles que nous pouvons faire traverser aux choses et aux êtres, pendant le cours de notre existence, ne sont pas bien nombreux, peut-être pourrai-je considérer la mienne comme en quelque manière accomplie, quand, ayant fait sortir de son cadre lointain le visage fleuri que j′avais choisi entre tous, je l′aurai amené dans ce plan nouveau, où j′aurai enfin de lui la connaissance par les lèvres.» Je me disais cela parce que je croyais qu′il est une connaissance par les lèvres; je me disais que j′allais connaître le goût de cette rose charnelle, parce que je n′avais pas songé que l′homme, créature évidemment moins rudimentaire que l′oursin ou même la baleine, manque cependant encore d′un certain nombre d′organes essentiels, et notamment n′en possède aucun qui serve au baiser. A cet organe absent il supplée par les lèvres, et par là arrive-t-il peut-être à un résultat un peu plus satisfaisant que s′il était réduit à caresser la bien-aimée avec une défense de corne. Mais les lèvres, faites pour amener au palais la saveur de ce qui les tente, doivent se contenter, sans comprendre leur erreur et sans avouer leur déception, de vaguer à la surface et de se heurter à la clôture de la joue impénétrable et désirée. D′ailleurs à ce moment-là, au contact même de la chair, les lèvres, même dans l′hypothèse où elles deviendraient plus expertes et mieux douées, ne pourraient sans doute pas goûter davantage la saveur que la nature les empêche actuellement de saisir, car, dans cette zone désolée où elles ne peuvent trouver leur nourriture, elles sont seules, le regard, puis l′odorat les ont abandonnées depuis longtemps. D′abord au fur et à mesure que ma bouche commença à s′approcher des joues que mes regards lui avaient proposé d′embrasser, ceux-ci se déplaçant virent des joues nouvelles; le cou, aperçu de plus près et comme à la loupe, montra, dans ses gros grains, une robustesse qui modifia le caractère de la figure. Bien hubiera querido, antes de besarla, llenarla de nuevo del misterio que tenía para mí en la playa antes de que la conociese yo, volver a encontrar en ella el país en que anteriormente había vivido; en su lugar, por lo menos, si no lo conocía, podía insinuar todos los recuerdos de nuestra vida en Balbec, el ruido de la ola al romper bajo mi ventana, los gritos de los niños. Pero al dejar resbalar mi mirada por el hermoso globo sonrosado de sus mejillas, cuyas superficies suavemente combadas iban a morir al pie de los primeros repliegues de sus hermosos cabellos negros que corrían en quebradas cordilleras, alzaban sus contrafuertes escarpados y modulaban las ondulaciones de sus valles, tuve que decirme «Al fin, ya que no lo he conseguido en Balbec, voy a saber el gusto de la rosa desconocida que son las mejillas de Albertina. Y puesto que los círculos por que podemos hacer cruzar a las cosas y a los seres durante el curso de nuestra existencia no son muy numerosos, acaso pueda yo considerar la mía como en cierto modo realizada, cuando, después de haber hecho salir de su remoto marco el florido rostro que había elegido entre todos, lo haya traído a este nuevo plano en que tendré por fin conocimiento de él por medio de los labios». Me decía esto porque creía que existe un conocimiento por medio de los labios; me decía que iba a conocer el sabor de aquella rosa carnal, porque no había pensado que el hombre, criatura evidentemente menos rudimentaria que el erizo de mar y aun que la ballena, carece todavía, sin embargo, de cierto número de órganos esenciales, y especialmente no posee ninguno que sirva para el beso. Ese órgano ausente lo suple con los labios, y con ello llega acaso a un resultado un poco más satisfactorio que si estuviera reducido a acariciar a la amada con una defensa córnea. Pero los labios, hechos para llevar al paladar el sabor de aquello que les tienta, han de contentarse, sin comprender su error y sin confesar su decepción, con vagar por la superficie y tropezarse con el cercado de la mejilla impenetrable y deseada. Por lo demás, en ese momento, el contacto mismo de la carne, los labios, aun en la hipótesis de que llegaran a ser más expertos y a estar mejor dotados, no podrían sin duda gustar en mayor medida el sabor que la naturaleza les impide actualmente aprehender, porque en esa zona desolada en que no pueden hallar su alimento, están solos, ya que la mirada, y luego el olfato, los han abandonado desde hace mucho. Primero, a medida que mi boca empezó a acercarse a las mejillas que mis miradas le habían propuesto que besase, esas miradas, al desplazarse, vieron unas mejillas nuevas; el cuello, visto más de cerca y como con lupa, mostró en el grosor de su grano una robustez que modificó el carácter del rostro.
Les dernières applications de la photographie — qui couchent aux pieds d′une cathédrale toutes les maisons qui nous parurent si souvent, de près, presque aussi hautes que les tours, font successivement manoeuvrer comme un régiment, par files, en ordre dispersé, en masses serrées, les mêmes monuments, rapprochent l′une contre l′autre les deux colonnes de la Piazzetta tout à l′heure si distantes, éloignent la proche Salute et dans un fond pâle et dégradé réussissent à faire tenir un horizon immense sous l′arche d′un pont, dans l′embrasure d′une fenêtre, entre les feuilles d′un arbre situé au premier plan et d′un ton plus vigoureux, donnent successivement pour cadre à une même église les arcades de toutes les autres — je ne vois que cela qui puisse, autant que le baiser, faire surgir de ce que nous croyons une chose à aspect défini, les cent autres choses qu′elle est tout aussi bien, puisque chacune est relative à une perspective non moins légitime. Bref, de même qu′à Balbec, Albertine m′avait souvent paru différente, maintenant — comme si, en accélérant prodigieusement la rapidité des changements de perspective et des changements de coloration que nous offre une personne dans nos diverses rencontres avec elle, j′avais voulu les faire tenir toutes en quelques secondes pour recréer expérimentalement le phénomène qui diversifie l′individualité d′un être et tirer les unes des autres, comme d′un étui, toutes les possibilités qu′il enferme — dans ce court trajet de mes lèvres vers sa joue, c′est dix Albertines que je vis; cette seule jeune fille étant comme une déesse à plusieurs têtes, celle que j′avais vue en dernier, si je tentais de m′approcher d′elle, faisait place une autre. Du moins tant que je ne l′avais pas touchée, cette tête, je la voyais, un léger parfum venait d′elle jusqu′à moi. Mais hélas! — car pour le baiser, nos narines et nos yeux sont aussi mal placés que nos lèvres mal faites — tout d′un coup, mes yeux cessèrent de voir, à son tour mon nez s′écrasant ne perçut plus aucune odeur, et sans connaître pour cela davantage le goût du rose désiré, j′appris à ces détestables signes, qu′enfin j′étais en train d′embrasser la joue d′Albertine. Las últimas aplicaciones de la fotografía —que tienden a los pies de una catedral todas las casas que nos parecieron tan a menudo, de cerca, casi tan altas como las torres— hacen sucesivamente maniobrar como un regimiento, en filas, en un orden disperso, en masas apiñadas, los mismos monumentos; acercan una contra otra las dos columnas de lo Pizzeta, hace un momento tan distantes; alejan la vecina Salute, yen un fondo pálido y rebajado logran hacer caber un horizonte inmenso bajo el arco de un puente, en el recuadro de una ventana, entre las hojas de un árbol situado en primer plano y de un tono más vigoroso, dan sucesivamente por marco a una misma iglesia las arcadas de todas las demás —no veo nada más que pueda, en la misma medida que el beso, hacer surgir de lo que creemos una cosa de aspecto definido las otras cien cosas que son asimismo, ya que cada una de ellas dice relación a una perspectiva no menos legítima. En suma: así como, en Balbec, Albertina me había parecido a menudo diferente, ahora, cual si al acelerar prodigiosamente la rapidez de los cambios de perspectiva y de las mudanzas de coloración, que nos ofrece una persona en nuestros diversos encuentros con ella hubiera querido yo hacerlos caber todos en unos cuantos segundos para crear experimentalmente de nuevo el fenómeno que diversifica la individualidad de un ser y sacar las unas de las otras como de un estuche todas las posibilidades que encierra, en este breve trayecto de mis labios hacia su mejilla, fueron diez Albertinas las que vi; como quiera que esta muchacha sola era cual una diosa de múltiples cabezas, la que yo había visto la última, si intentaba acercarme a ella, dejaba el sitio a otra. En tanto no la había tocado, al menos, veía yo esa cabeza; un ligero perfume venía de ella hasta mí. Pero, ¡ay! — porque para el beso, las ventanillas de nuestra nariz y nuestros ojos están tal mal situados como mal hechos nuestros labios—, de pronto, mis ojos cesaron de ver; mi nariz, a su vez, al aplastarse, no percibió ya ningún olor, y sin conocer más, por eso, el gusto del rosa deseado, supe, por estos detestables signos, que al fin estaba besando la mejilla de Albertina.
Était-ce parce que nous jouions (figurée par la révolution d′un solide) la scène inverse de celle de Balbec, que j′étais, moi, couché, et elle levée, capable d′esquiver une attaque brutale et de diriger le plaisir à sa guise, qu′elle me laissa prendre avec tant de facilité maintenant ce qu′elle avait refusé jadis avec une mine si sévère? (Sans doute, de cette mine d′autrefois, l′expression voluptueuse que prenait aujourd′hui son visage à l′approche de mes lèvres ne différait que par une déviation de lignes infinitésimales, mais dans lesquelles peut tenir toute la distance qu′il y a entre le geste d′un homme qui achève un blessé et d′un qui le secourt, entre un portrait sublime ou affreux.) Sans savoir si j′avais à faire honneur et savoir gré de son changement d′attitude à quelque bienfaiteur involontaire qui, un de ces mois derniers, à Paris ou à Balbec, avait travaillé pour moi, je pensai que la façon dont nous étions placés était la principale cause de ce changement. C′en fut pourtant une autre que me fournit Albertine; exactement celle-ci: «Ah! c′est qu′à ce moment-là, à Balbec, je ne vous connaissais pas, je pouvais croire que vous aviez de mauvaises intentions.» Cette raison me laissa perplexe. Albertine me la donna sans doute sincèrement. Une femme a tant de peine à reconnaître dans les mouvements de ses membres, dans les sensations éprouvées par son corps, au cours d′un tête-à-tête avec un camarade, la faute inconnue où elle tremblait qu′un étranger préméditât de la faire tomber. ¿Era porque representábamos (figurada por la revolución de un cuerpo sólido) la escena inversa de la de Balbec, porque yo estaba acostado ylevantada ella, capaz de esquivar un ataque brutal yde dirigir el deleite a su guisa, por lo que me dejó coger con tanta facilidad ahora lo que antes había denegado con un gesto tan severo? (Sin duda, respecto de ese gesto de antaño, la expresión voluptuosa que cobraba hoy su semblante al acercársele mis labios se diferenciaba tan sólo por una desviación de líneas infinitesimal, pero en las que puede caber toda la distancia que hay entre el ademán de un hombre que remata a un herido y el de uno que auxilia a ese mismo herido, entre un retrato sublime o espantoso.) Sin saber si tenía que atribuir el honor y estar agradecido de su cambio de actitud a algún bienhechor involuntario que, uno de estos meses últimos, en París o en Balbec, hubiera trabajado para mí, pensé que la forma en que estábamos colocados era la causa principal de ese cambio. Fue, sin embargo, otra la que me facilitó Albertina; exactamente ésta: «¡Ah!, es que en ese momento, en Balbec, yo no lo conocía; podía creer que llevaba usted malas intenciones». Esta razón me dejó perplejo. Albertina me la dio sin duda sinceramente. Tanto trabajo le cuesta: a una mujer reconocer en los movimientos de sus miembros, en las sensaciones experimentadas por su cuerpo, en el curso de una entrevista mano a mano con un camarada, la culpa desconocida en que temblaba de pensar que un extraño premeditase hacerla caer.
En tout cas, quelles que fussent les modifications survenues depuis quelque temps dans sa vie, et qui eussent peut-être expliqué qu′elle eût accordé aisément à mon désir momentané et purement physique ce qu′à Balbec elle avait avec horreur refusé à mon amour, une bien plus étonnante se produisit en Albertine, ce soir-là même, aussitôt que ses caresses eurent amené chez moi la satisfaction dont elle dut bien s′apercevoir et dont j′avais même craint qu′elle ne lui causât le petit mouvement de répulsion et de pudeur offensée que Gilberte avait eu à un moment semblable, derrière le massif de lauriers, aux Champs-Élysées. En todo caso, cualesquiera que fuesen las modificaciones acaecidas desde hacía algún tiempo en su vida, y que acaso habrían explicado que hubiera concedido fácilmente a mi deseo momentáneo y puramente físico lo que había denegado con horror en Balbec a mi amor, otra mucho más asombrosa se produjo en Albertina, esa misma tarde, tan pronto como sus caricias hubieron producido en mí la satisfacción de que debió darse cuenta de sobra, y que yo había incluso temido que le causase el ligero movimiento de repulsión y de pudor ofendido que había tenido Gilberta en un momento análogo detrás del macizo de laureles, en los Campos Elíseos.
Ce fut tout le contraire. Déjà, au moment où je l′avais couchée sur mon lit et où j′avais commencé à la caresser, Albertine avait pris un air que je ne lui connaissais pas, de bonne volonté docile, de simplicité presque puérile. Effaçant d′elle toutes préoccupations, toutes prétentions habituelles, le moment qui précède le plaisir, pareil en cela à celui qui suit la mort, avait rendu à ses traits rajeunis comme l′innocence du premier âge. Et sans doute tout être dont le talent est soudain mis en jeu devient modeste, appliqué et charmant; surtout si, par ce talent, il sait nous donner un grand plaisir, il en est lui-même heureux, veut nous le donner bien complet. Mais dans cette expression nouvelle du visage d′Albertine il y avait plus que du désintéressement et de la conscience, de la générosité professionnels, une sorte de dévouement conventionnel et subit; et c′est plus loin qu′à sa propre enfance, mais à la jeunesse de sa race qu′elle était revenue. Bien différente de moi qui n′avais rien souhaité de plus qu′un apaisement physique, enfin obtenu, Albertine semblait trouver qu′il y eût eu de sa part quelque grossièreté à croire que ce plaisir matériel allât sans un sentiment moral et terminât quelque chose. Elle, si pressée tout à l′heure, maintenant sans doute et parce qu′elle trouvait que les baisers impliquent l′amour et que l′amour l′emporte sur tout autre devoir, disait, quand je lui rappelais son dîner: Fue todo lo contrario. Ya en el momento en que la había tendido en mi cama y en que había empezado a acariciarla, Albertina había cobrado una expresión, que yo no le conocía, de buena voluntad dócil, de sencillez casi pueril. Borrando en ella todas las preocupaciones, todas las pretensiones habituales, el momento que precede al goce, semejante en esto al que sigue a la muerte, había devuelto a sus facciones rejuvenecidas algo así como la inocencia de los primeros años. Y, sin duda, todo ser cuyo talento es súbitamente puesto en juego se torna modesto, aplicado y encantador; sobre todo, si con ese talento sabe proporcionarnos un gran placer, él mismo es feliz con ello, quiere dárnoslo completo. Pero en esta nueva expresión del rostro de Albertina había algo más que desinterés y conciencia, generosidad profesionales, una a modo de dedicación convencional y súbita; y a donde había vuelto era más allá de su propia infancia, a la juventud de su raza. Harto diferente de mí, que no había deseado nada más que un aplacamiento físico, Albertina parecía encontrar como que hubiera habido por su parte cierta grosería en creer que ese placer material no fuese acompañado de un sentimiento moral y que rematase algo. Ella, que tanta prisa tenía un momento antes, ahora, sin duda porque juzgaba que los besos implican amor y que el amor está por encima de cualquier otro deber, decía, cuando yo le recordaba su cena:
— Mais ça ne fait rien du tout, voyons, j′ai tout mon temps. —Pero, ¡vamos, si eso no importa!, tengo todo el tiempo por mío.
Elle semblait gênée de se lever tout de suite après ce qu′elle venait de faire, gênée par bienséance, comme Françoise, quand elle avait cru, sans avoir soif, devoir accepter avec une gaieté décente le verre de vin que Jupien lui offrait, n′aurait pas osé partir aussitôt la dernière gorgée bue, quelque devoir impérieux qui l′eût appelée. Albertine — et c′était peut-être, avec une autre que l′on verra plus tard, une des raisons qui m′avaient à mon insu fait la désirer —était une des incarnations de la petite paysanne française dont le modèle est en pierre à Saint–André-des-Champs. De Françoise, qui devait pourtant bientôt devenir sa mortelle ennemie, je reconnus en elle la courtoisie envers l′hôte et l′étranger, la décence, le respect de la couche. Parecía como si le molestara levantarse inmediatamente después de lo que acababa de hacer, molesta por urbanidad, lo mismo que Francisca, cuando había creído, sin tener sed, que debía aceptar con una jovialidad decente el vaso de vino que Jupien le ofrecía, no se hubiera atrevido a marcharse inmediatamente después de haber bebido el último sorbo, aunque un deber imperioso cualquiera la hubiera llamado. Albertina —y ésta era acaso, con otra que más tarde se verá, una de las razones que sin que yo lo supiera me habían hecho desearla— era una de las encarnaciones de la aldeanita francesa cuyo modelo está, en piedra, en Saint-André-des-Champs. De Francisca, que había, sin embargo, de llegar a ser bien pronto su enemiga mortal, reconocí en ella la cortesía para con el huésped y el extraño, el decoro, el respeto al lecho.
Françoise, qui, après la mort de ma tante, ne croyait pouvoir parler que sur un ton apitoyé, dans les mois qui précédèrent le mariage de sa fille, eût trouvé choquant, quand celle-ci se promenait avec son fiancé, qu′elle ne le tînt pas par le bras. Albertine, immobilisée auprès de moi, me disait: Francisca, que, desde la muerte de mi tía, creía que sólo podía hablar en tono compungido, en los meses que precedieron a la boda de su hija hubiera encontrado chocante, cuando ésta se paseaba con su novio, que no lo cogiese del brazo. Albertina, inmovilizada junto a mí, me decía:
— Vous avez de jolis cheveux, vous avez de beaux yeux, vous êtes gentil. —Tiene usted el pelo muy bonito, tiene usted unos ojos hermosos, es usted encantador.
Comme, lui ayant fait remarquer qu′il était tard, j′ajoutais: «Vous ne me croyez pas?», elle me répondit, ce qui était peut-être vrai, mais seulement depuis deux minutes et pour quelques heures: Como, habiéndole hecho notar que era tarde, añadiese yo: «¿No me cree usted?», me respondió —cosa que acaso fuese verdad, pero solamente desde hacía dos minutos y por algunas horas:
— Je vous crois toujours. —Yo le creo a usted siempre.
Elle me parla de moi, de ma famille, de mon milieu social. Elle me dit: «Oh! je sais que vos parents connaissent des gens très bien. Vous êtes ami de Robert Forestier et de Suzanne Delage.» A la première minute, ces noms ne me dirent absolument rien. Mais tout d′un coup je me rappelai que j′avais en effet joué aux Champs-Élysées avec Robert Forestier que je n′avais jamais revu. Quant à Suzanne Delage, c′était la petite nièce de Mme Blandais, et j′avais dû une fois aller à une leçon de danse, et même tenir un petit rôle dans une comédie de salon, chez ses parents. Mais la peur d′avoir le fou rire, et des saignements de nez m′en avaient empêché, de sorte que je ne l′avais jamais vue. J′avais tout au plus cru comprendre autrefois que l′institutrice à plumet des Swann avait été chez ses parents, mais peut-être n′était-ce qu′une soeur de cette institutrice ou une amie. Je protestai à Albertine que Robert Forestier et Suzanne Delage tenaient peu de place dans ma vie. «C′est possible, vos mères sont liées, cela permet de vous situer. Je croise souvent Suzanne Delage avenue de Messine, elle a du chic.» Nos mères ne se connaissaient que dans l′imagination de Mme Bontemps qui, ayant su que j′avais joué jadis avec Robert Forestier auquel, paraît-il, je récitais des vers, en avait conclu que nous étions liés par des relations de famille. Elle ne laissait jamais, m′a-t-on dit, passer le nom de maman sans dire: «Ah! oui, c′est le milieu des Delage, des Forestier, etc.», donnant à mes parents un bon point qu′ils ne méritaient pas. Me habló de mí, de mi familia, de mi medio social. Me dijo: «¡Oh!, ya sé que sus padres conocen gente muy distinguida. Usted es amigo de Roberto Forestier y de Susana Delage». Al pronto, estos nombres no me dijeron absolutamente nada. Pero de repente recordé que, en efecto, había jugado en los Campos Elíseos con Roberto Forestier, al que no había vuelto a ver nunca. En cuanto a Susana Delage, era la sobrinita de la señora de Blandais, y una vez había tenido que ir yo a una lección de baile, e incluso representar un papel de nada en una comedia del salón, en casa de sus padres. Pero el temor a que acometiera una risa loca, y unas hemorragias nasales, me lo habían impedido, de modo que no la había visto nunca. A lo sumo había creído entender en tiempos que la institutriz aquella de los Swann, la de las plumas, había estado en casa de sus padres; pero acaso no fuera ella, sino una hermana de esa institutriz, o alguna amiga, Hice a Albertina protestas de que Roberto Forestier y Susana Delage ocupaban poco lugar en mi vida. «Es posible, su madre de usted y las de ellos están muy unidas; eso permite situarlo a usted. A menudo me cruzo con Susana Delage en la Avenida de Messina: tiene chic». Nuestras madres no se conocían como no fuese en la imaginación de la señora ¿le Bontemps, que habiendo sabido que yo había jugado en otro tiempo con Roberto Forestier, al que parece ser que recitaba versos, había concluido de ello que estábamos unidos por relaciones de familia.
Du reste les notions sociales d′Albertine étaient d′une sottise extrême. Elle croyait les Simonnet avec deux n inférieurs non seulement aux Simonet avec un seul n , mais à toutes les autres personnes possibles. Que quelqu′un ait le même nom que vous, sans être de votre famille, est une grande raison de le dédaigner. Certes il y a des exceptions. Il peut arriver que deux Simonnet (présentés l′un à l′autre dans une de ces réunions où l′on éprouve le besoin de parler de n′importe quoi et où on se sent d′ailleurs plein de dispositions optimistes, par exemple dans le cortège d′un enterrement qui se rend au cimetière), voyant qu′ils s′appellent de même, cherchent avec une bienveillance réciproque, et sans résultat, s′ils n′ont aucun lien de parenté. Mais ce n′est qu′une exception. Beaucoup d′hommes sont peu honorables, mais nous l′ignorons ou n′en avons cure. Mais si l′homonymie fait qu′on nous remet des lettres à eux destinées, ou vice versa nous commençons par une méfiance, souvent justifiée, quant à ce qu′ils valent. Nous craignons des confusions, nous les prévenons par une moue de dégoût si l′on nous parle d′eux. En lisant notre nom porté par eux, dans le journal, ils nous semblent l′avoir usurpé. Les péchés des autres membres du corps social nous sont indifférents. Nous en chargeons plus lourdement nos homonymes. La haine que nous portons aux autres Simonnet est d′autant plus forte qu′elle n′est pas individuelle, mais se transmet héréditairement. Au bout de deux générations on se souvient seulement de la moue insultante que les grands-parents avaient à l′égard des autres Simonnet; on ignore la cause; on ne serait pas étonné d′apprendre que cela a commencé par un assassinat. Jusqu′au jour fréquent où, entre une Simonnet et un Simonnet qui ne sont pas parents du tout, cela finit par un mariage. No dejaba nunca, según me han contado, pasar el nombre de mamá sin decir: «¡Ah, sí!, es del mundo de los Delage, de los Forestier, etc.», dando a mis padres una buena nota que no se merecían. Por lo demás, las nociones sociales de Albertina eran de una estupidez extremada. Creía a los Simonnet, con dos nn, inferiores no sólo a los Simonet, con una sola n, sino a todas las demás personas posibles. El que alguien lleve el mismo apellido que usted, sin ser de su familia, es una gran razón para desdeñarlo. Hay, desde luego, excepciones. Puede ocurrir que dos Simonnet (presentados el uno al otro en una de esas reuniones en que se experimenta la necesidad de hablar de cualquier cosa y en que se siente uno, por otra parte, lleno de disposiciones optimistas; por ejemplo, en el acompañamiento de un entierro que se dirige al cementerio), al ver que se llaman lo mismo, busquen, con una benevolencia recíproca, y sin ningún resultado, si tienen algún lazo común de parentesco. Pero esto no es más que una excepción. Hay muchos hombres que son poco honorables, pero lo ignoramos o no nos cuidamos de ello. Mas si la homonimia hace que nos entreguen cartas destinadas a ellos, o viceversa, empezamos por una desconfianza, a menudo justificada, tocante a lo que valen. Tememos confusiones, las prevenimos con una mueca de disgusto si se nos habla de ellos. Al leer nuestro apellido, ostentado por ellos, en el periódico nos parece como que lo han usurpado. Los pecados de los demás miembros del cuerpo social nos son indiferentes. Cargamos más pesadamente con ellos a nuestros homónimos. El odio que tenemos a los otros Simonet es tanto más fuerte cuanto que no es individual, sino que se transmite hereditariamente. Al cabo de dos generaciones sólo se recuerda el mohín insultante que los abuelos tenían para los otros Simonet; se ignora la causa; no nos chocaría enterarnos de que la cosa ha empezado por un asesinato.
Non seulement Albertine me parla de Robert Forestier et de Suzanne Delage, mais spontanément, par un devoir de confidence que le rapprochement des corps crée, au début du moins, avant qu′il ait engendré une duplicité spéciale et le secret envers le même être, Albertine me raconta sur sa famille et un oncle d′Andrée une histoire dont elle avait, à Balbec, refusé de me dire un seul mot, mais elle ne pensait pas qu′elle dût paraître avoir encore des secrets à mon égard. Maintenant sa meilleure amie lui eût raconté quelque chose contre moi qu′elle se fût fait un devoir de me le rapporter. J′insistai pour qu′elle rentrât, elle finit par partir, mais si confuse pour moi de ma grossièreté, qu′elle riait presque pour m′excuser, comme une maîtresse de maison chez qui on va en veston, qui vous accepte ainsi mais à qui cela n′est pas indifférent. Hasta el día, frecuente, en que, entre una Simonnet y un Simonnet que no tienen nada de parientes, todo ello acaba en boda. No sólo me habló Albertina de Roberto Forestier y de Susana Delage, sino que espontáneamente, por un deber de confidencia que la aproximación de los cuerpos crea, al comienzo cuando menos, antes de que esa aproximación haya engendrado una duplicidad especial y el secreto para con el mismo ser, me contó acerca de su familia y de un tío de Andrea una historia de que se había, en Balbec, negado a decirme una sola palabra; pero no pensaba que debiera parecer aún que tenía secretos para conmigo. Ahora, si su mejor amiga le hubiera contado algo que fuese contra mí, hubiera considerado deber suyo referírmelo. Insistí para que se volviera a su casa; acabó por marcharse, pero tan confusa, por mí, de mi grosería, que se reía casi por disculparme, como la señora de una casa a la que vamos a chaqueta, que nos admite así, pero sin que eso le sea indiferente.
— Vous riez? lui dis-je. —¿Se ríe usted? —le dije.
— Je ne ris pas, je vous souris, me répondit-elle tendrement. Quand est-ce que je vous revois? ajouta-t-elle comme n′admettant pas que ce que nous venions de faire, puisque c′en est d′habitude le couronnement, ne fût pas au moins le prélude d′une amitié grande, d′une amitié préexistante et que nous nous devions de découvrir, de confesser et qui seule pouvait expliquer ce à quoi nous nous étions livrés. —No me río, le sonrío a usted —me respondió tiernamente—. ¿Cuándo lo vuelvo a ver? —añadió, como si no admitiera que lo que acabábamos de hacer, ya que es de costumbre su coronación, no fuese por lo menos el preludio de una gran amistad, de una amistad preexistente yque nos debíamos descubrir, confesar, yque era lo único que podía explicar aquello a que nos habíamos entregado.
— Puisque vous m′y autorisez, quand je pourrai je vous ferai chercher. —Puesto que me autoriza usted a ello, en cuanto pueda la mandaré buscar.
Je n′osai lui dire que je voulais tout subordonner à la possibilité de voir Mme de Stermaria. No me atreví a decirle que quería subordinarlo todo a la posibilidad de ver a la señora Stermaria.
— Hélas! ce sera à l′improviste, je ne sais jamais d′avance, lui dis-je. Serait-ce possible que je vous fisse chercher le soir quand je serai libre? —¡Ay!, será de improviso, nunca sé por anticipado... —le dije—. ¿Sería posible mandarla buscar entre dos luces, cuando yo esté libre"
— Ce sera très possible bientôt car j′aurai une entrée indépendante de celle de ma tante. Mais en ce moment c′est impraticable. En tout cas je viendrai à tout hasard demain ou après-demain dans l′après-midi. Vous ne me recevrez que si vous le pouvez. —Será muy posible bien pronto, porque tendré entrada independiente de la de mi tía. Pero en este momento es irrealizable. De todas maneras, yo vendré, por si acaso, mañana o pasado mañana en las primeras horas de la tarde. Usted me recibe solamente si puede.
Arrivée à la porte, étonnée que je ne l′eusse pas devancée, elle me tendit sa joue, trouvant qu′il n′y avait nul besoin d′un grossier désir physique pour que maintenant nous nous embrassions. Comme les courtes relations que nous avions eues tout à l′heure ensemble étaient de celles auxquelles conduisent parfois une intimité absolue et un choix du coeur, Albertine avait cru devoir improviser et ajouter momentanément aux baisers que nous avions échangés sur mon lit, le sentiment dont ils eussent été le signe pour un chevalier et sa dame tels que pouvait les concevoir un jongleur gothique. Al llegar a la puerta, pasmada de que yo no me hubiese adelantado a ella, me tendió su mejilla, juzgando que no había necesidad de un grosero deseo físico para que nos besásemos ahora. Como las breves relaciones que un momento antes habíamos tenido juntos eran de esas a que conducen a veces una intimidad absoluta y una elección del corazón, Albertina había creído que debía improvisar y añadir momentáneamente a los besos que habíamos cambiado en mi cama el sentimiento de que esos besos hubieran sido signo para un caballero y una dama tales como podía concebirlos un juglar gótico.
Quand m′eut quitté la jeune Picarde, qu′aurait pu sculpter à son porche l′imagier de Saint–André-des-Champs, Françoise m′apporta une lettre qui me remplit de joie, car elle était de Mme de Stermaria, laquelle acceptait à dîner. De Mme de Stermaria, c′est-à-dire, pour moi, plus que de la Mme de Stermaria réelle, de celle à qui j′avais pensé toute la journée avant l′arrivée d′Albertine. C′est la terrible tromperie de l′amour qu′il commence par nous faire jouer avec une femme non du monde extérieur, mais avec une poupée intérieure à notre cerveau, la seule d′ailleurs que nous ayons toujours à notre disposition, la seule que nous posséderons, que l′arbitraire du souvenir, presque aussi absolu que celui de l′imagination, peut avoir fait aussi différente de la femme réelle que du Balbec réel avait été pour moi le Balbec rêvé; création factice à laquelle peu à peu, pour notre souffrance, nous forcerons la femme réelle à ressembler. Cuando me hubo dejado la moza picarda, que hubiera podido esculpir en su pórtico el imaginero de Saint-André-des-Champs, me trajo Francisca una carta que me colmó de alegría, ya que era de la señora de Stermaria, que aceptaba mi invitación a cenar. De la señora de Stermaria; es decir, para mí, más que de la señora Stermaria real, de aquella en que había estado pensando todo el día antes de la llegada de Albertina. Es la terrible añagaza del amor, que empieza por hacernos jugar no con una mujer del mundo exterior, sino con una muñeca interior de nuestro cerebro; la única, por otra parte, que tenemos siempre a nuestra disposición; la única que poseeremos, que la arbitrariedad del recuerdo, casi tan absoluta como la de la imaginación, puede haber hecho tan diferente de la mujer real como del Balbec real lo había sido para mí el Balbec soñado; creación ficticia ala que poco a poco, para sufrimiento nuestro, forzaremos a la mujer real a asemejarse.
Albertine m′avait tant retardé que la comédie venait de finir quand j′arrivai chez Mme de Villeparisis; et peu désireux de prendre à revers le flot des invités qui s′écoulait en commentant la grande nouvelle: la séparation qu′on disait déjà accomplie entre le duc et la duchesse de Guermantes, je m′étais, en attendant de pouvoir saluer la maîtresse de maison, assis sur une bergère vide dans le deuxième salon, quand du premier, où sans doute elle avait été assise tout à fait au premier rang de chaises, je vis déboucher, majestueuse, ample et haute dans une longue robe de satin jaune à laquelle étaient attachés en relief d′énormes pavots noirs, la duchesse. Sa vue ne me causait plus aucun trouble. Un certain jour, m′imposant les mains sur le front (comme c′était son habitude quand elle avait peur de me faire de la peine), en me disant: «Ne continue pas tes sorties pour rencontrer Mme de Guermantes, tu es la fable de la maison. D′ailleurs, vois comme ta grand′mère est souffrante, tu as vraiment des choses plus sérieuses à faire que de te poster sur le chemin d′une femme qui se moque de toi», d′un seul coup, comme un hypnotiseur qui vous fait revenir du lointain pays où vous vous imaginiez être, et vous rouvre les yeux, ou comme le médecin qui, vous rappelant au sentiment du devoir et de la réalité, vous guérit d′un mal imaginaire dans lequel vous vous complaisiez, ma mère m′avait réveillé d′un trop long songe. La journée qui avait suivi avait été consacrée à dire un dernier adieu à ce mal auquel je renonçais; j′avais chanté des heures de suite en pleurant l′«Adieu» de Schubert: Albertina me había hecho retrasarme tanto, que la comedia había acabado hacía un instante cuando llegué a casa de la señora de Villeparisis; y como tenía pocas ganas de remontar contra corriente el oleaje de los invitados, que fluía comentando la gran noticia, la separación que se decía llevada a cabo entre el duque y la duquesa de Guermantes, me había, a la espera de poder saludar a la señora de la casa, sentado en una bergére desocupada del segundo salón, cuando del primero, donde seguramente había estado sentada en la mismísima primera fila de sillas, vi salir, majestuosa, amplia y alta, con un largo traje de raso amarillo que tenía aplicadas, en relieve, unas enormes adormideras negras, a la duquesa. Ya no me causaba ninguna inquietud verla. Cierto día, poniéndome las manos en la frente (como acostumbraba cuando tenía miedo de apenarme), diciéndome: «No sigas saliendo para encontrarte con la señora de Guermantes; eres la comidilla de la casa. Además, ya ves lo mala que está tu abuela; realmente tienes cosas más serias que hacer que apostarte al paso de una mujer que se burla de ti», de golpe y porrazo, como un hipnotizador que os hace tornar del remoto país en que os imagináis estar, y os vuelve a abrir los ojos, o como el médico que, devolviéndoos el sentido del deber y de la realidad, os cura de un mal imaginario en que os complacíais, mi madre me había despertado de un sueño demasiado largo. E1 día que había seguido a aquél había sido consagrado a decir un último adiós a la enfermedad a que renunciaba; había cantado varias horas seguidas, llorando, el «Adiós» de Schubert.
. . . Adieu, des voix étranges T′appellent loin de moi, céleste soeur des Anges . ...Adieu, des voix étranges T′appellent loin de moi, céleste soeur des Anges.
Et puis ç‘avait été fini. J′avais cessé mes sorties du matin, et si facilement que je tirai alors le pronostic, qu′on verra se trouver faux, plus tard, que je m′habituerais aisément, dans le cours de ma vie, à ne plus voir une femme. Et quand ensuite Françoise m′eut raconté que Jupien, désireux de s′agrandir, cherchait une boutique dans le quartier, désireux de lui en trouver une (tout heureux aussi, en flânant dans la rue que déjà de mon lit j′entendais crier lumineusement comme une plage, de voir, sous le rideau de fer levé des crémeries, les petites laitières à manches blanches), j′avais pu recommencer ces sorties. Fort librement du reste; car j′avais conscience de ne plus les faire dans le but de voir Mme de Guermantes; telle une femme qui prend des précautions infinies tant qu′elle a un amant, du jour qu′elle a rompu avec lui laisse traîner ses lettres, au risque de découvrir à son mari le secret d′une faute dont elle a fini de s′effrayer en même temps que de la commettre. Ce qui me faisait de la peine c′était d′apprendre que presque toutes les maisons étaient habitées par des gens malheureux. Ici la femme pleurait sans cesse parce que son mari la trompait. Là c′était l′inverse. Ailleurs une mère travailleuse, rouée de coups par un fils ivrogne, tâchait de cacher sa souffrance aux yeux des voisins. Toute une moitié de l′humanité pleurait. Et quand je la connus, je vis qu′elle était si exaspérante que je me demandai si ce n′était pas le mari ou la femme adultères, qui l′étaient seulement parce que le bonheur légitime leur avait été refusé, et se montraient charmants et loyaux envers tout autre que leur femme ou leur mari, qui avaient raison. Bientôt je n′avais même plus eu la raison d′être utile à Jupien pour continuer mes pérégrinations matinales. Car on apprit que l′ébéniste de notre cour, dont les ateliers n′étaient séparés de la boutique de Jupien que par une cloison fort mince, allait recevoir congé du gérant parce qu′il frappait des coups trop bruyants. Jupien ne pouvait espérer mieux, les ateliers avaient un sous-sol où mettre les boiseries, et qui communiquait avec nos caves. Jupien y mettrait son charbon, ferait abattre la cloison et aurait une seule et vaste boutique. Mais même sans l′amusement de chercher pour lui, j′avais continué à sortir avant déjeuner. Même comme Jupien, trouvant le prix que M. de Guermantes faisait très élevé, laissait visiter pour que, découragé de ne pas trouver de locataire, le duc se résignât à lui faire une diminution, Françoise, ayant remarqué que, même après l′heure où on ne visitait pas, le concierge laissait «contre» la porte de la boutique à louer, flaira un piège dressé par le concierge pour attirer la fiancée du valet de pied des Guermantes (ils y trouveraient une retraite d′amour), et ensuite les surprendre. Y luego se había acabado. Había dejado de salir por las mañanas, y tan fácilmente, que hice entonces el pronóstico —que ya veremos cómo resultó falso más tarde— de que me acostumbraría sin trabajo, en el curso de mi vida, a no volver a ver ayuna mujer. Y cuando, después me contó Francisca que Tupien, que tenía ganas de instalarse más en grande, buscaba una tienda en el barrio, yo, deseoso de encontrarle una (encantado, asimismo, de vagar por la calle que ya desde mi lecho oía gritar luminosamente como una playa; de ver, bajo el levantado telón de hierro de las vaquerías, las lecheritas con manguitos blancos), había podido volver a empezar mis salidas. Libérrimamente, por lo demás, puesto que tenía conciencia de que ya no lo hacía con objeto de ver a la señora de Guermantes, ni más ni menos que como una mujer que adopta precauciones infinitas mientras tiene un amante, desde el día en que ha roto con él deja a la vista por todas partes sus cartas, con riesgo de descubrir a su marido una culpa de que ella misma ha acabado de espantarse al mismo tiempo que de cometerla. A menudo era con el señor de Norpois con quien me tropezaba. Lo que me daba pena era enterarme de que casi todas las casas estaban habitadas por gentes desventuradas. Aquí la mujer lloraba sin cesar porque su marido la engañaba. Allá era a la inversa. Acullá, una madre trabajadora, molida a palos por un hijo borracho, trataba de ocultar su sufrimiento a los ojos de los vecinos. Toda una mitad de la humanidad lloraba. Y cuando la conocí, vi que era tan exasperante, que me pregunté si no eran el marido o la mujer adúlteros que lo eran solamente porque la felicidad legítima les había sido negada yse mostraban encantadores yleales para con cualquier otro que no fuese su mujer o su marido, quienes tenían razón Bien pronto no tenía ya ni el móvil de ser útil a Jupien para proseguir mis peregrinaciones matinales. Porque se supo que al ebanista de nuestro patio, cuyos talleres sólo estaban separados del obrador de Jupien por un tabique muy delgado, iba a ponerlo en la calle el administrador porque daba unos golpes demasiado ruidosos. No podía esperar cosa mejor Jupien: los talleres tenían un sótano para guardar leña, que comunicaba con nuestras bodegas. Allí metería Jupien su carbón, haría echar abajo el tabique ytendría un solo y vasto obrador. Pero yo, aun sin la distracción de tener que buscar alojamiento para él, había seguido saliendo antes de comer. Además, como Jupien, que encontraba elevadísima la renta que pedía el señor de Guermantes, dejaba que la gente visitase el local para que, perdida la esperanza de encontrar inquilino, el duque se resignase a hacerle una rebaja, Francisca, que había observado que, hasta después de la hora en que ya no venía nadie, el portero dejaba entornada la puerta de la tienda por alquilar, venteó una trampa armada por el portero para atraer a la novia del lacayo de los Guermantes (allí encontrarían un rincón para el amor), y luego sorprenderlos.
Quoi qu′il en fût, bien que n′ayant plus à chercher une boutique pour Jupien, je continuai à sortir avant le déjeuner. Souvent, dans ces sorties, je rencontrais M. de Norpois. Il arrivait que, causant avec un collègue, il jetait sur moi des regards qui, après m′avoir entièrement examiné, se détournaient vers son interlocuteur sans m′avoir plus souri ni salué que s′il ne m′avait pas connu du tout. Car chez ces importants diplomates, regarder d′une certaine manière n′a pas pour but de vous faire savoir qu′ils vous ont vu, mais qu′ils ne vous ont pas vu et qu′ils ont à parler avec leur collègue de quelque question sérieuse. Une grande femme que je croisais souvent près de la maison était moins discrète avec moi. Car bien que je ne la connusse pas, elle se retournait vers moi, m′attendait — inutilement — devant les vitrines des marchands, me souriait, comme si elle allait m′embrasser, faisait le geste de s′abandonner. Elle reprenait un air glacial à mon égard si elle rencontrait quelqu′un qu′elle connût. Depuis longtemps déjà dans ces courses du matin, selon ce que j′avais à faire, fût-ce acheter le plus insignifiant journal, je choisissais le chemin le plus direct, sans regret s′il était en dehors du parcours habituel que suivaient les promenades de la duchesse et, s′il en faisait au contraire partie, sans scrupules et sans dissimulation parce qu′il ne me paraissait plus le chemin défendu où j′arrachais à une ingrate la faveur de la voir malgré elle. Mais je n′avais pas songé que ma guérison, en me donnant à l′égard de Mme de Guermantes une attitude normale, accomplirait parallèlement la même oeuvre en ce qui la concernait et rendrait possible une amabilité, une amitié qui ne m′importaient plus. Jusque-là les efforts du monde entier ligués pour me rapprocher d′elle eussent expiré devant le mauvais sort que jette un amour malheureux. Des fées plus puissantes que les hommes ont décrété que, dans ces cas-là, rien ne pourra servir jusqu′au jour où nous aurons dit sincèrement dans notre coeur la parole: «Je n′aime plus.» J′en avais voulu à Saint–Loup de ne m′avoir pas mené chez sa tante. Mais pas plus que n′importe qui, il n′était capable de briser un enchantement. Tandis que j′aimais Mme de Guermantes, les marques de gentillesse que je recevais des autres, les compliments, me faisaient de la peine, non seulement parce que cela ne venait pas d′elle, mais parce qu′elle ne les apprenait pas. Or, les eût-elle sus que cela n′eût été d′aucune utilité. Même dans les détails d′une affection, une absence, le refus d′un dîner, une rigueur involontaire, inconsciente, servent plus que tous les cosmétiques et les plus beaux habits. Il y aurait des parvenus, si on enseignait dans ce sens l′art de parvenir. De todas maneras, aunque ya no tenía que buscar local para Jupien, seguí saliendo artes de almorzar. A menudo, en estas salidas, me encontraba con el señor de Norpois. Solía ocurrir que éste, mientras hablaba con algún colea suyo, lanzaba sobre mí unas miradas que, después de haberme examinado íntegramente, se desviaban hacia su interlocutor sin haberme sonreído ni saludado más que si no me hubiera conocido en absoluta. Porque en estos importantes diplomáticos, el mirar de cierta manera no tiene por objeto haceros saber que os han visto, sino que no os lían visto y que tienen que hablar con su colega de alguna cuestión seria. Una mujer alta con la que me cruzaba frecuentemente, cerca de casa era menos discreta conmigo. Porque, aun cuando yo no la conociese, se volvía hacia mí, me esperaba —inútilmente— delante de los escaparates de los tenderos, me sonreía como si fuese a besarme y hacía ademán de entregarse. Si encontraba alguien a quien conociese, recobraba un continente glacial para conmigo. Desde hacía ya mucho tiempo, en estas paseatas de por la mañana, según lo que tuviera que hacer, aunque fuese comprar el periódico más insignificante, elegía yo el camino más directo, sin sentir pesar si ese camino quedaba fuera del recorrido habitual que seguían los paseos de la duquesa, y si, por el contrario, formaba parte de él, sin escrúpulos ni disimulo, porque ya no me parecía el camino prohibido en que arrancaba a una ingrata el favor de verla a pesar suyo. Pero no había pensado en que mi curación, al darme con respecto a la señora de Guermantes una actitud normal, habría de llevar paralelamente a cabo la misma obra por lo, que a ella hacía, y tornaba posibles una amabilidad, una amistad que ya, no me importaban. Hasta aquí, los esfuerzos del mundo entero, coligados para acercarme a ella, hubieran expirado ante la mala suerte que proyecta un amor desgraciado. Hadas más poderosas que los hombres han decretado que, en esos casos, nada podrá servir hasta el día en que hayamos dicho sinceramente en nuestro corazón las palabras: “Ya no amo”. Yo le había tomado a mal a Saint-Loup que no me hubiese llevado a casa de su tía. Pero ni él ni nadie era capaz de romper un encantamiento. Mientras quería a la señora de Guermantes, las muestras de amabilidad que de los demás recibía yo, los cumplidos, me dolían no sólo porque eran cosa que no venía de ella, sino porque no llegaban a noticia suya. Pero es el caso que aunque se hubiese enterado de todo ello, de nada hubiera servido. Hasta en los detalles de un cariño, una ausencia, el rechazar un almuerzo, un rigor involuntario, inconsciente, sirven de más que todos los afeites y los trajes más hermosos. No faltarían advenedizos si se enseñase en este sentido el arte de hacer fortuna.
Au moment où elle traversait le salon où j′étais assis, la pensée pleine du souvenir des amis que je ne connaissais pas et qu′elle allait peut-être retrouver tout à l′heure dans une autre soirée, Mme de Guermantes m′aperçut sur ma bergère, véritable indifférent qui ne cherchais qu′à être aimable, alors que, tandis que j′aimais, j′avais tant essayé de prendre, sans y réussir, l′air d′indifférence; elle obliqua, vint à moi et retrouvant le sourire du soir de l′Opéra-Comique et que le sentiment pénible d′être aimée par quelqu′un qu′elle n′aimait pas n′effaçait plus: En el momento en que cruzaba el salón donde estaba yo sentado, lleno el pensamiento del recuerdo de unos amigos a quienes no conocía yo y con los que acaso fuese ella a encontrarse de nuevo, ahora mismo, en otra reunión, la señora de Guermantes me vio en mi bergère como un verdadero indiferente que sólo trataba de ser amable, al paso que, cuando estaba enamorado, tantos intentos había hecho por adoptar, sin conseguirlo, aires de indiferencia: la duquesa torció el paso, vino hacia mí, y, volviendo a encontrar aquella sonrisa de la tarde de la ópera Cómica, sonrisa que el penoso sentimiento de ser querida por alguien a quien ella no quería no borraba ya —
— Non, ne vous dérangez pas, vous permettez que je m′asseye un instant à côté de vous? me dit-elle en relevant gracieusement son immense jupe qui sans cela eût occupé la bergère dans son entier. No, no se moleste, ¿me permite que me siente un instante a su lado? —me dijo, recogiendo graciosamente su inmensa falda que, a no ser por eso, hubiera ocupado totalmente la bergère.
Plus grande que moi et accrue encore de tout le volume de sa robe, j′étais presque effleuré par son admirable bras nu autour duquel un duvet imperceptible et innombrable faisait fumer perpétuellement comme une vapeur dorée, et par la torsade blonde de ses cheveux qui m′envoyaient leur odeur. N′ayant guère de place, elle ne pouvait se tourner facilement vers moi et, obligée de regarder plutôt devant elle que de mon côté, prenait une expression rêveuse et douce, comme dans un portrait. Más alta que yo, y aumentada, además, por todo el volumen de su traje, casi me rozaban su admirable brazo desnudo —en torno al cual un vello imperceptible e innumerable hacía humear perpetuamente como un vapor dorado— y la rubia franja de sus cabellos que mandaban hasta mí su fragancia. Como apenas le quedaba sitio, no podía volverse fácilmente hacia mí, y obligada a mirar ante sí más que hacia mi lado, cobraba una expresión soñadora y dulce, como en un retrato.
— Avez-vous des nouvelles de Robert? me dit-elle. —¿Tiene usted noticias de Roberto? —me dijo.
Mme de Villeparisis passa à ce moment-là. La señora de Villeparisis pasó en ese momento.
— Eh bien! vous arrivez à une jolie heure, monsieur, pour une fois qu′on vous voit. —¡Vamos! ¡Bonita hora tiene usted de llegar, caballero, para una vez que se lo ve
Et remarquant que je parlais avec sa nièce, supposant peut-être que nous étions plus liés qu′elle ne savait: Y advirtiendo que yo hablaba con su sobrina, suponiendo acaso que estábamos más unidos de lo que ella sabía
— Mais je ne veux pas déranger votre conversation avec Oriane, ajouta-t-elle (car les bons offices de l′entremetteuse font partie des devoirs d′une maîtresse de maison). Vous ne voulez pas venir dîner mercredi avec elle? —Pero no quiero interrumpir su conversación con Oriana —añadió (porque los buenos oficios de la tercera forman parte de los deberes de una señora de su casa)—. ¿No quiere usted venir a cenar el miércoles con ella"
C′était le jour où je devais dîner avec Mme de Stermaria, je refusai. Era el día en que tenía yo que cenar con la señora de Stermaria; no acepté.
— Et samedi? —¿Y el sábado"
Ma mère revenant le samedi ou le dimanche, c′eût été peu gentil de ne pas rester tous les soirs à dîner avec elle; je refusai donc encore. Como mi madre volvía el sábado o el domingo, hubiera sido poco delicado no quedarme todas las noches a cenar con ella; así es que tampoco acepté.
— Ah! vous n′êtes pas un homme facile à avoir chez soi. —¡Ah!, no es fácil poder contar con usted.
— Pourquoi ne venez-vous jamais me voir? me dit Mme de Guermantes quand Mme de Villeparisis se fut éloignée pour féliciter les artistes et remettre à la diva un bouquet de roses dont la main qui l′offrait faisait seule tout le prix, car il n′avait coûté que vingt francs. (C′était du reste son prix maximum quand on n′avait chanté qu′une fois. Celles qui prêtaient leur concours à toutes les matinées et soirées recevaient des roses peintes par la marquise.) —¿Por qué no va usted nunca a verme? —me dijo la señora de Guermantes cuando la de Villeparisis se hubo alejado para felicitar a los artistas y entregar a la diva un ramo de rosas, cuyo único valor era el que le daba la mano que lo ofrecía, ya que el ramo no había costado arriba de veinte francos. (Era, por otra parte, el premio máximo de la señora de Villeparisis para los que sólo habían cantado una vez en su casa. Los artistas que prestaban su concurso a todas sus matinées y recepciones recibían rosas pintadas por la marquesa.)
— C′est ennuyeux de ne jamais se voir que chez les autres. Puisque vous ne voulez pas dîner avec moi chez ma tante, pourquoi ne viendriez-vous pas dîner chez moi? —Es un fastidio esto de no verse nunca como no sea en casa ajena. Ya que no quiere usted cenar conmigo en casa de mi tía, ¿por qué no viene a cenar a mi casa"
Certaines personnes, étant restées le plus longtemps possible, sous des prétextes quelconques, mais qui sortaient enfin, voyant la duchesse assise pour causer avec un jeune homme, sur un meuble si étroit qu′on n′y pouvait tenir que deux, pensèrent qu′on les avait mal renseignées, que c′était la duchesse, non le duc, qui demandait la séparation, à cause de moi. Puis elles se hâtèrent de répandre cette nouvelle. J′étais plus à même que personne d′en connaître la fausseté. Mais j′étais surpris que, dans ces périodes difficiles où s′effectue une séparation non encore consommée, la duchesse, au lieu de s′isoler, invitât justement quelqu′un qu′elle connaissait aussi peu. J′eus le soupçon que le duc avait été seul à ne pas vouloir qu′elle me reçût et que, maintenant qu′il la quittait, elle ne voyait plus d′obstacles à s′entourer des gens qui lui plaisaient. Algunos que se habían quedado en la reunión el mayor tiempo posible con cualesquiera pretextos, pero que por fin se retiraban, al ver a la duquesa sentada, para hablar con un joven en un mueble tan estrecho que no podían estar en él más que dos personas, pensaron que les habían informado mal, que era la duquesa, no el duque, quien pedía la separación por causa mía. Luego se apresuraron a difundir la noticia. Yo estaba en mejores condiciones que nadie de conocer su falsedad. Pero me sorprendía que en esos períodos tan difíciles en que se efectúa una separación aún no consumada, la duquesa, en lugar de aislarse, invitara justamente a una persona a quien conocía tan poco. Tuve la sospecha de que había sido únicamente el duque quien no quería que ella me invitase, y que ahora que él la abandonaba, la duquesa no veía ya ningún obstáculo que le impidiera rodearse de la gente que le agradase.
Deux minutes auparavant j′eusse été stupéfait si on m′avait dit que Mme de Guermantes allait me demander d′aller la voir, encore plus de venir dîner. J′avais beau savoir que le salon Guermantes ne pouvait pas présenter les particularités que j′avais extraites de ce nom, le fait qu′il m′avait été interdit d′y pénétrer, en m′obligeant à lui donner le même genre d′existence qu′aux salons dont nous avons lu la description dans un roman, ou vu l′image dans un rêve, me le faisait, même quand j′étais certain qu′il était pareil à tous les autres, imaginer tout différent; entre moi et lui il y avait la barrière où finit le réel. Dîner chez les Guermantes, c′était comme entreprendre un voyage longtemps désiré, faire passer un désir de ma tête devant mes yeux et lier connaissance avec un songe. Du moins eussé-je pu croire qu′il s′agissait d′un de ces dîners auxquels les maîtres de maison invitent quelqu′un en disant: «Venez, il n′y aura absolument que nous», feignant d′attribuer au paria la crainte qu′ils éprouvent de le voir mêlé à leurs autres amis, et cherchant même à transformer en un enviable privilège réservé aux seuls intimes la quarantaine de l′exclu, malgré lui sauvage et favorisé. Je sentis, au contraire, que Mme de Guermantes avait le désir de me faire goûter à ce qu′elle avait de plus agréable quand elle me dit, mettant d′ailleurs devant mes yeux comme la beauté violâtre d′une arrivée chez la tante de Fabrice et le miracle d′une présentation au comte Mosca: Dos minutos antes me habrían dejado estupefacto, de haberme dicho que la señora de Guermantes me iba a pedir que fuese a verla, más aún, a cenar con ella. De nada me servía saber que el salón de Guermantes —no podía presentar las particularidades que había extraído yo de este nombre: el hecho de que me hubiera estado prohibido entrar en él, obligándome a comunicarle la misma índole de existencia que a los salones cuya descripción leemos en una novela o cuya imagen hemos visto en un sueño, hasta que, aun cuando estuviera seguro de que era semejante a todos los demás, me lo imaginase por completo distinto; entre él y yo estaba la barrera en que acababa lo real. Cenar en casa de los Guermantes era como emprender un viaje durante mucho tiempo deseado, hacer pasar ante mis ojos mismos un deseo de mi cabeza y trabar conocimiento con un sueño. Lo menos que hubiera podido creer es que se trataba de una de esas comidas a que los dueños de una casa lo invitan a uno diciéndole: “Venga usted, no habrá absolutamente nadie más que nosotros”, haciendo como que atribuyen al paria el temor que ellos mismos sienten de verlo mezclado a sus demás amigos, y tratando incluso de transformar en un envidiable privilegio, reservado exclusivamente a los íntimos, la cuarentena del excluido, a pesar suyo huraño y favorecido. Lejos de ello, me percaté de que la señora de Guermantes tenía el deseo de hacerme saborear lo más agradable que tenía, cuando me dijo, exponiendo, de añadidura, ante mis ojos la belleza violácea de una llegada a casa de la tía de Fabricio, y el milagro de una presentación al conde Mosca:
— Vendredi vous ne seriez pas libre, en petit comité? Ce serait gentil. Il y aura la princesse de Parme qui est charmante; d′abord je ne vous inviterais pas si ce n′était pas pour rencontrer des gens agréables. —¿No tendría usted libre el viernes para que nos reuniésemos en la intimidad? ¡Qué bien estaría! Irá la princesa de Parma, que es encantadora; ante todo, no lo invitaría a usted de no ser para que se encontrase con gente agradable.
Désertée dans les milieux mondains intermédiaires qui sont livrés à un mouvement perpétuel d′ascension, la famille joue au contraire un rôle important dans les milieux immobiles comme la petite bourgeoisie et comme l′aristocratie princière, qui ne peut chercher à s′élever puisque, au-dessus d′elle, à son point de vue spécial, il n′y a rien. L′amitié que me témoignaient «la tante Villeparisis» et Robert avait peut-être fait de moi pour Mme de Guermantes et ses amis, vivant toujours sur eux-mêmes et dans une même coterie, l′objet d′une attention curieuse que je ne soupçonnais pas. Abandonada en los círculos mundanos intermedios que están entregados a un perpetuo movimiento de ascensión, la familia desempeña, por el contrario, importante papel en los círculos inmóviles como la pequeña burguesía y como la aristocracia principesca que no puede aspirar a elevarse, ya que, por encima de ella, desde su especial punto de vista, no hay nada. La amistad de que me daban pruebas “la tía Villeparisis” y Roberto me habían hecho acaso, para la señora de Guermantes y sus amigos, que vivían siempre sobre sí y en un mismo corrillo, objeto de una atención curiosa que yo no sospechaba.
Elle avait de ces parents-là une connaissance familiale, quotidienne, vulgaire, fort différente de ce que nous imaginons, et dans laquelle, si nous nous y trouvons compris, loin que nos actions en soient expulsées comme le grain de poussière de l′oeil ou la goutte d′eau de la trachée-artère, elles peuvent rester gravées, être commentées, racontées encore des années après que nous les avons oubliées nous-mêmes, dans le palais où nous sommes étonnés de les retrouver comme une lettre de nous dans une précieuse collection d′autographes. La duquesa tenía de esos parientes un conocimiento familiar, cotidiano, vulgar, muy diferente de lo que nos imaginamos nosotros, y en el que, si nos encontramos comprendidos, lejos de que nuestros actos sean por ello expulsados como la mota de polvo del ojo o la gota de agua de la traquearteria, pueden quedar grabados, ser comentados, referidos todavía años después de que nosotros mismos los hemos olvidado, en el palacio en que estamos asombrados de encontrarlos como una carta nuestra en una preciosa colección de autógrafos.
De simples gens élégants peuvent défendre leur porte trop envahie. Mais celle des Guermantes ne l′était pas. Un étranger n′avait presque jamais l′occasion de passer devant elle. Pour une fois que la duchesse s′en voyait désigner un, elle ne songeait pas à se préoccuper de la valeur mondaine qu′il apporterait, puisque c′était chose qu′elle conférait et ne pouvait recevoir. Elle ne pensait qu′à ses qualités réelles, Mme de Villeparisis et Saint–Loup lui avaient dit que j′en possédais. Et sans doute ne les eût-elle pas crus, si elle n′avait remarqué qu′ils ne pouvaient jamais arriver à me faire venir quand ils le voulaient, donc que je ne tenais pas au monde, ce qui semblait à la duchesse le signe qu′un étranger faisait partie des «gens agréables». Unos elegantes que no son más que eso, pueden velar el acceso a su puerta, excesivamente invadida. Pero la de los Guermantes no lo estaba. Un extraño casi nunca tenía ocasión de pasar por delante de ella. Para una vez que la duquesa se encontraba con que le indicaban a alguien, no pensaba en preocuparse del valor mundano que pudiera traer consigo ese alguien, ya que ese valor era cosa que ella confería y no podía recibir. No pensaba más que en las cualidades reales del nuevo conocido. La señora de Villeparisis y Saint-Loup le habían dicho que yo las poseía. Y sin duda no les hubiera dado crédito de no haber observado que ni la de Villeparisis ni Saint-Loup conseguían nunca hacerme ir a su casa cuando ellos querían, cosa que se le antojaba a la duquesa señal de que un extraño formaba parte de la “gente agradable”.
Il fallait voir, parlant de femmes qu′elle n′aimait guère, comme elle changeait de visage aussitôt si on nommait, à propos de l′une, par exemple sa belle-soeur. «Oh! elle est charmante», disait-elle d′un air de finesse et de certitude. La seule raison qu′elle en donnât était que cette dame avait refusé d′être présentée à la marquise de Chaussegros et à la princesse de Silistrie. Elle n′ajoutait pas que cette dame avait refusé de lui être présentée à elle-même, duchesse de Guermantes. Cela avait eu lieu pourtant, et depuis ce jour, l′esprit de la duchesse travaillait sur ce qui pouvait bien se passer chez la dame si difficile à connaître. Elle mourait d′envie d′être reçue chez elle. Les gens du monde ont tellement l′habitude qu′on les recherche que qui les fuit leur semble un phénix et accapare leur attention. Había que ver, cuando hablaba de mujeres que no le hacían mucha gracia, cómo cambiaba de fisonomía si se nombraba a propósito de alguna, por ejemplo, a su cuñada. “¡Oh!, es encantadora”, decía con expresión de agudeza y de certidumbre. La única razón que de ello daba era que la dama en cuestión se había negado a ser presentada a la marquesa de Chaussegros y a la princesa de Silistria. No añadía que la misma dama se había negado a dejarse presentar a ella, a la duquesa de Guermantes. El caso se había dado, con todo, y desde ese día el espíritu de la duquesa daba vueltas y más vueltas en torno a lo que realmente podría pasar en casa de la dama tan difícil de conocer. Se moría de ganas de ser recibida en aquella casa. Las gentes de mundo tienen hasta tal punto la costumbre de que se las asedie, que aquel que huye de ellas les parece un fénix y acapara su atención.
Le motif véritable de m′inviter était-il, dans l′esprit de Mme de Guermantes (depuis que je ne l′aimais plus), que je ne recherchais pas ses parents quoique étant recherché d′eux? Je ne sais. En tout cas, s′étant décidée à m′inviter, elle voulait me faire les honneurs de ce qu′elle avait de meilleur chez elle, et éloigner ceux de ses amis qui auraient pu m′empêcher de revenir, ceux qu′elle savait ennuyeux. Je n′avais pas su à quoi attribuer le changement de route de la duchesse quand je l′avais vue dévier de sa marche stellaire, venir s′asseoir à côté de moi et m′inviter à dîner, effet de causes ignorées, faute de sens spécial qui nous renseigne à cet égard. Nous nous figurons les gens que nous connaissons à peine — comme moi la duchesse — comme ne pensant à nous que dans les rares moments où ils nous voient. Or, cet oubli idéal où nous nous figurons qu′ils nous tiennent est absolument arbitraire. De sorte que, pendant que dans le silence de la solitude pareil à celui d′une belle nuit nous nous imaginons les différentes reines de la société poursuivant leur route dans le ciel à une distance infinie, nous ne pouvons nous défendre d′un sursaut de malaise ou de plaisir s′il nous tombe de là-haut, comme un aérolithe portant gravé notre nom, que nous croyions inconnu dans Vénus ou Cassiopée, une invitation à dîner ou un méchant potin. El verdadero motivo de que me invitara, ¿era en el ánimo de la señora de Guermantes (desde que ya no estaba yo enamorado de ella) el que yo no anduviese detrás de sus parientes a pesar de andar ellos detrás de mí? No lo sé. De todas maneras, ya que se había decidido a invitarme, quería hacerme los honores de lo mejor que tenía en su casa, y alejar a aquellos de sus amigos que hubieran podido impedirme volver, aquellos de quienes sabía ella que eran fastidiosos. Yo no había sabido a qué atribuir el cambio de rumbo de la duquesa cuando la había visto desviarse de su curso estelar, venir a sentarse a mi lado e invitarme a cenar, efecto de causas ignoradas, por falta de un sentido especial que nos informe en este respecto. Nos figuramos a las gentes que conocemos apenas — cual yo a la duquesa— como si sólo pensaran en nosotros en los raros: momentos en que nos ven. Pero es el caso que este olvido ideal en que nos figuramos que nos tienen es absolutamente arbitrario. De modo que mientras en el silencio de la soledad, semejante al de una hermosa noche, nos imaginamos a las diferentes reinas de la sociedad siguiendo su camino por el cielo a una distancia infinita, no podemos defendernos contra un sobresalto de malestar o de placer si nos cae de lo alto, como un aerolito que trae grabado nuestro nombre, que creíamos desconocido en Venus o en Casiopea, una invitación a cenar o un avieso chismorreo.
Peut-être parfois, quand, à l′imitation des princes persans qui, au dire du Livre d′Esther , se faisaient lire les registres où étaient inscrits les noms de ceux de leurs sujets qui leur avaient témoigné du zèle, Mme de Guermantes consultait la liste des gens bien intentionnés, elle s′était dit de moi: «Un à qui nous demanderons de venir dîner.» Mais d′autres pensées l′avaient distraite Quizá a veces, cuando a imitación de los príncipes persas que, al decir del Libro de Ester, se hacían leer los registros en que estaban inscriptos los nombres de aquellos de sus súbditos que habían dado muestras de celo para con ellos, la señora de Guermantes consultaba la lista de las personas bienintencionadas, se había dicho de mí: “Uno al que le diremos que vena a cenar”. Pero otros pensamientos la habían distraído.
(De soins tumultueux un prince environné
Vers de nouveaux objets est sans cesse entraîné)
(De soins tumultueux un prince environné
Vers de nouveaux objets est sans cesse entraîné).
jusqu′au moment où elle m′avait aperçu seul comme Mardochée à la porte du palais; et ma vue ayant rafraîchi sa mémoire elle voulait, tel Assuérus, me combler de ses dons. hasta el momento en que me había visto solo como a Mardoqueo a la puerta del palacio; y como el verme había refrescado su memoria, quería, cual Asuero, colmarme de sus dones.
Cependant je dois dire qu′une surprise d′un genre opposé allait suivre celle que j′avais eue au moment où Mme de Guermantes m′avait invité. Cette première surprise, comme j′avais trouvé plus modeste de ma part et plus reconnaissant de ne pas la dissimuler et d′exprimer au contraire avec exagération ce qu′elle avait de joyeux, Mme de Guermantes, qui se disposait à partir pour une dernière soirée, venait de me dire, presque comme une justification, et par peur que je ne susse pas bien qui elle était, pour avoir l′air si étonné d′être invité chez elle: «Vous savez que je suis la tante de Robert de Saint–Loup qui vous aime beaucoup, et du reste nous nous sommes déjà vus ici.» En répondant que je le savais, j′ajoutai que je connaissais aussi M. de Charlus, lequel «avait été très bon pour moi à Balbec et à Paris». Mme de Guermantes parut étonnée et ses regards semblèrent se reporter, comme pour une vérification, à une page déjà plus ancienne du livre intérieur. «Comment! vous connaissez Palamède?» Ce prénom prenait dans la bouche de Mme de Guermantes une grande douceur à cause de la simplicité involontaire avec laquelle elle parlait d′un homme si brillant, mais qui n′était pour elle que son beau-frère et le cousin avec lequel elle avait été élevée. Et dans le gris confus qu′était pour moi la vie de la duchesse de Guermantes, ce nom de Palamède mettait comme la clarté des longues journées d′été où elle avait joué avec lui, jeune fille, à Guermantes, au jardin. De plus, dans cette partie depuis longtemps écoulée de leur vie, Oriane de Guermantes et son cousin Palamède avaient été fort différents de ce qu′ils étaient devenus depuis; M. de Charlus notamment, tout entier livré à des goûts d′art qu′il avait si bien refrénés par la suite que je fus stupéfait d′apprendre que c′était par lui qu′avait été peint l′immense éventail d′iris jaunes et noirs que déployait en ce moment la duchesse. Elle eût pu aussi me montrer une petite sonatine qu′il avait autrefois composée pour elle. J′ignorais absolument que le baron eût tous ces talents dont il ne parlait jamais. Disons en passant que M. de Charlus n′était pas enchanté que dans sa famille on l′appelât Palamède. Pour Mémé, on eût pu comprendre encore que cela ne lui plût pas. Ces stupides abréviations sont un signe de l′incompréhension que l′aristocratie a de sa propre poésie (le judaî²­e a d′ailleurs la même puisqu′un neveu de Lady Rufus Israël, qui s′appelait Moî²¥, était couramment appelé dans le monde: «Momo») en même temps que de sa préoccupation de ne pas avoir l′air d′attacher d′importance à ce qui est aristocratique. Or, M. de Charlus avait sur ce point plus d′imagination poétique et plus d′orgueil exhibé. Mais la raison qui lui faisait peu goûter Mémé n′était pas celle-là puisqu′elle s′étendait aussi au beau prénom de Palamède. La vérité est que se jugeant, se sachant d′une famille princière, il aurait voulu que son frère et sa belle-soeur disent de lui: «Charlus», comme la reine Marie–Amélie ou le duc d′Orléans pouvaient dire de leurs fils, petits-fils, neveux et frères: «Joinville, Nemours, Chartres, Paris». Sin embargo, debo decir que una sorpresa de opuesto género iba a seguir a la que me había llevado en el momento en que me había invitado la señora de Guermantes. Como me había parecido más modesto por parte mía, y más agradecido, no disimular esa sorpresa, y expresar, por el contrario, con exageración lo que de gozoso tenía, la señora de Guermantes, que se disponía a salir para una última reunión, acababa de decirme, casi como una justificación, y por temor a que yo no supiera bien quién era ella, ya que tan asombrado parecía de ser invitado a su casa: “Ya sabe usted que soy la tía de Roberto de Saint-Loup, que lo quiere a usted mucho, y, además, ya nos hemos visto aquí”. Al responder que ya lo sabía, añadí que también conocía al señor de Charlus, que “había sido muy amable conmigo en Balbec y en París”. La señora de Guermantes dio muestras de extrañeza, y sus miradas parecieron referirse, como para una verificación, a una página ya más antigua del libro íntimo. “¡Cómo!; pero, ¿conoce usted a Palamedes?” Este nombre cobraba en los labios de la señora de Guermantes una gran dulzura por la sencillez involuntaria con que la duquesa hablaba de un hombre tan brillante, pero que para ella era nada más que su cuñado y el primo con quien se había criado. Y en la confusa grisura que era para mí la vida de la duquesa de Guermantes, este nombre de Palamedes ponía como la claridad de los largos días estivales en que había jugado con él la duquesa, de niña, en Guermantes, en el jardín. Además, en esa parte, desde hacía mucho transcurrida, de su existencia, Oriana de Guermantes y su primo Palamedes habían sido muy diferentes de lo que habían llegado a ser después: particularmente el señor de Charlus, entregado por entero a unos gustos artísticos que más tarde había refrenado tan bien que me quedé estupefacto al saber que era él quien había pintado el inmenso abanico de iris amarillos y negros que desplegaba en aquel momento la duquesa. También hubiera podido enseñarme ésta una sonatina que en otro tiempo había compuesto para ella su primo. Ignoraba yo en absoluto que el barón tuviese todos estos talentos dé que jamás hablaba. Digamos de paso que al señor de Charlus no le hacía mucha gracia que su familia le llamase Palamedes. Por lo que hace a “Memé”, todavía hubiera podido comprenderse que no le agradase. Estas estúpidas abreviaturas son un signo de la incomprensión que la aristocracia tiene de su propia poesía (el judaísmo posee, por lo demás, la misma incomprensión, ya que a un sobrino de lady Rufus Israel que se llamaba Moisés lo llamaban corrientemente, entre la buena sociedad, “Momó”), al mismo tiempo que de su preocupación por no parecer que concede importancia a lo que es aristocrático. Ahora bien, el señor Charlus tenía en este respecto más imaginación poética y más orgullo, de que hacía alarde. Pero la razón que lo movía a encontrar muy poco de su gusto el “Memé” no era ésa, toda vez que se extendía igualmente al hermoso nombre de Palamedes. La verdad es que, juzgándose, sabiéndose de familia principesca, hubiera querido que su hermano y su cuñada dijesen, al referirse a él: “Charlus”, como la reina María Amelia o el duque de Orleáns podían decir de sus hijos, nietos, sobrinos y hermanos: “Joinville, Nemours, Chartres, París”.
— Quel cachottier que ce Mémé, s′écria-t-elle. Nous lui avons parlé longuement de vous, il nous a dit qu′il serait très heureux de faire votre connaissance, absolument comme s′il ne vous avait jamais vu. Avouez qu′il est drôle! et, ce qui n′est pas très gentil de ma part à dire d′un beau-frère que j′adore et dont j′admire la rare valeur, par moments un peu fou. —¡Qué amigo de tapujos es este Memé! —exclamó la duquesa—. Le hemos hablado mucho de usted, nos ha dicho que quedaría encantadísimo de conocerlo, absolutamente como si no lo hubiera visto nunca. Confiese usted que tiene gracia y, cosa que no es muy amable, por mi parte, decir de un cuñado al que adoro y cuyo raro valor admiro: a ratos, un tanto de loco.
Je fus très frappé de ce mot appliqué à M. de Charlus et je me dis que cette demi-folie expliquait peut-être certaines choses, par exemple qu′il eût paru si enchanté du projet de demander à Bloch de battre sa propre mère. Je m′avisai que non seulement par les choses qu′il disait, mais par la manière dont il les disait, M. de Charlus était un peu fou. La première fois qu′on entend un avocat ou un acteur, on est surpris de leur ton tellement différent de la conversation. Mais comme on se rend compte que tout le monde trouve cela tout naturel, on ne dit rien aux autres, on ne se dit rien à soi-même, on se contente d′apprécier le degré de talent. Tout au plus pense-t-on d′un acteur du Théâtre-Français: «Pourquoi au lieu de laisser retomber son bras levé l′a-t-il fait descendre par petites saccades coupées de repos, pendant au moins dix minutes?» ou d′un Labori: «Pourquoi, dès qu′il a ouvert la bouche, a-t-il émis ces sons tragiques, inattendus, pour dire la chose la plus simple?» Mais comme tout le monde admet cela a priori , on n′est pas choqué. De même, en y réfléchissant, on se disait que M. de Charlus parlait de soi avec emphase, sur un ton qui n′était nullement celui du débit ordinaire. Il semblait qu′on eût dû à toute minute lui dire: «Mais pourquoi criez-vous si fort? pourquoi êtes-vous si insolent?» Seulement tout le monde semblait bien avoir admis tacitement que c′était bien ainsi. Et on entrait dans la ronde qui lui faisait fête pendant qu′il pérorait. Mais certainement à de certains moments un étranger eût cru entendre crier un dément. Me sorprendió mucho esa palabra aplicada al señor de Charlus, y me dije que acaso esa semilocura explicarse ciertas cosas; por ejemplo, que el señor de Charlus hubiera parecido tan encantado con el proyecto de pedirle a Bloch que apalease a su propia madre. Me di cuenta de que no sólo por las cosas que decía, sino por la forma en que las decía, el señor de Charlus estaba algo loco. La primera vez que se oye a un abogado o a un actor queda uno sorprendido por su tono, tan diferente de la conversación. Pero como nos damos cuenta de que todo el mundo lo encuentra perfectamente natural, no dice uno nada a los demás, no se dice nada a sí mismo, nos contentamos con apreciar el grado de talento. A lo sumo, se piensa de un actor del Teatro Francés: ¿por qué, en lugar de dejar volver a caer el brazo que tenía en alto, lo ha hecho descender con pequeñas sacudidas, entreveradas che descansos, durante diez minutos lo menos?, o, de un Labori: ¿por qué, desde que ha abierto la boca, ha emitido esos sonidos trágicos inesperados, para decir la cosa más sencilla? Pero como todo el mundo admite esto a priori, no choca. Del mismo modo, al reflexionar sobre ello, decíase uno que el señor de Charlus hablaba de sí mismo con énfasis, en un tono que no tenía nada de ordinario. Parecía como que hubiera habido que decirle a cada minuto: “Pero, ¿por qué grita usted tan fuerte? ¿Por qué es tan insolente?” Sólo que todos parecían haber admitido tácitamente que así estaba bien. Y entraba uno en el corro que lo jaleaba mientras estaba perorando. Pero, en realidad, un extraño, en ciertos momentos, hubiera creído oír gritar a un demente.
— Mais vous êtes sûr que vous ne confondez pas, que vous parlez bien de mon beau-frère Palamède? ajouta la duchesse avec une légère impertinence qui se greffait chez elle sur la simplicité. —Pero, ¿está seguro de que no lo confunde, de que habla realmente de mi cuñado Palamedes? —añadió la duquesa con una ligera impertinencia que en ella se injertaba en la sencillez.
Je répondis que j′étais absolument sûr et qu′il fallait que M. de Charlus eût mal entendu mon nom. Repuse que estaba absolutamente seguro, y que el señor de Charlus tenía por fuerza que haber oído mal mi nombre.
— Eh bien! je vous quitte, me dit comme à regret Mme de Guermantes. Il faut que j′aille une seconde chez la princesse de Ligne. Vous n′y allez pas? Non, vous n′aimez pas le monde? Vous avez bien raison, c′est assommant. Si je n′étais pas obligée! Mais c′est ma cousine, ce ne serait pas gentil. Je regrette égoî²´ement, pour moi, parce que j′aurais pu vous conduire, même vous ramener. Alors je vous dis au revoir et je me réjouis pour mercredi. —Bueno, lo dejo a usted —me dijo, como lamentándolo, la señora de Guermantes—. Tengo que ir un momento a casa de la princesa de Ligne. ¿No va usted por allí? ¿No ¿No le gusta la vida de sociedad? Tiene usted mucha razón, es insoportable. ¡Si yo no me viese obligada!... Pero es mi prima; no sería delicado. Lo siento egoístamente, por mí, porque hubiera podido llevarlo a usted conmigo, e incluso volverlo a su casa. Entonces, me despido de usted y me felicito por el del miércoles.
Que M. de Charlus eût rougi de moi devant M. d′Argencourt, passe encore. Mais qu′à sa propre belle-soeur, et qui avait une si haute idée de lui, il niât me connaître, fait si naturel puisque je connaissais à la fois sa tante et son neveu, c′est ce que je ne pouvais comprendre. Que el señor de Charlus se hubiera avergonzado de mí delante del señor de Argencourt, pase aún. Pero delante de su misma cuñada, que tan alta idea tenía de él, negase conocerme —hecho tan natural, puesto que yo conocía a la vez a su tía y a su sobrino— es lo que no me era posible comprender.
Je terminerai ceci en disant qu′à un certain point de vue il y avait chez Mme de Guermantes une véritable grandeur qui consistait à effacer entièrement tout ce que d′autres n′eussent qu′incomplètement oublié. Elle ne m′eût jamais rencontré la harcelant, la suivant, la pistant, dans ses promenades matinales, elle n′eût jamais répondu à mon salut quotidien avec une impatience excédée, elle n′eût jamais envoyé promener Saint–Loup quand il l′avait suppliée de m′inviter, qu′elle n′aurait pas pu avoir avec moi des façons plus noblement et naturellement aimables. Non seulement elle ne s′attardait pas à des explications rétrospectives, à des demi-mots, à des sourires ambigus, à des sous-entendus, non seulement elle avait dans son affabilité actuelle, sans retours en arrière, sans réticences, quelque chose d′aussi fièrement rectiligne que sa majestueuse stature, mais les griefs qu′elle avait pu ressentir contre quelqu′un dans le passé étaient si entièrement réduits en cendres, ces cendres étaient elles-mêmes rejetées si loin de sa mémoire ou tout au moins de sa manière d′être, qu′à regarder son visage chaque fois qu′elle avait à traiter par la plus belle des simplifications ce qui chez tant d′autres eût été prétexte à des restes de froideur, à des récriminations, on avait l′impression d′une sorte de purification. Para acabar con esto; diré que, desde cierto punto de vista, había en la señora de Guermantes una verdadera grandeza, que consistía en borrar por entero todo lo que otras no hubieran olvidado sino incompletamente. Aunque nunca me hubiese encontrado acosándola, siguiéndola, rastreando su pista en sus paseos matinales; aunque jamás hubiera respondido a mi saludo cotidiano con una impaciencia agobiada; aunque nunca hubiese mandado a paseo a Saint-Loup cuando, éste le había suplicado que me invitase, no hubiera podido tener para conmigo unos modales más nobles ni más naturalmente amables. No sólo no se extendía en disculpas retrospectivas, en medias palabras, en sonrisas ambiguas, en tácitas inteligencias; no sólo tenía en su afabilidad actual, sin retrocesos, sin reticencias, algo tan orgullosamente rectilíneo como su majestuosa estatura, sino que los motivos de queja que había podido sentir contra alguien en el pasado estaban tan por entero reducidos a cenizas, esas mismas cenizas habían sido arrojadas tan lejos de su memoria o, por lo menos, de su manera de ser, que al ver su rostro, cada vez que tenía que tratar con la más hermosa sencillez de lo que en tantos otros hubiera servido de pretexto a restos de frialdad, a recriminaciones, la impresión que tenía uno era de algo así como una purificación.
Mais si j′étais surpris de la modification qui s′était opérée en elle à mon égard, combien je l′étais plus d′en trouver en moi une tellement plus grande au sien. N′y avait-il pas eu un moment où je ne reprenais vie et force que si j′avais, échafaudant toujours de nouveaux projets, cherché quelqu′un qui me ferait recevoir par elle et, après ce premier bonheur, en procurerait bien d′autres à mon coeur de plus en plus exigeant? C′était l′impossibilité de rien trouver qui m′avait fait partir à Doncières voir Robert de Saint–Loup. Et maintenant, c′était bien par les conséquences dérivant d′une lettre de lui que j′étais agité, mais à cause de Mme de Stermaria et non de Mme de Guermantes. Pero si yo estaba sorprendido de la modificación que con respecto a mí se había operado en ella, cuánto más lo estaba al encontrar en mí un cambio muchísimo mayor respecto de ella. ¿No había habido un momento en que no recobraba yo vida y fuerza si no había buscado, echando de continuo los cimientos de nuevos proyectos, alguien que hiciera que ella me recibiese y, después de esta primera aventura, procurase otras muchas a mi corazón, cada vez más exigente? La, imposibilidad de encontrar nada era lo que me había hecho salir para Doncières a ver a Roberto de Saint-Loup. Y ahora eran realmente las consecuencias derivadas de una carta de éste lo que me tenía agitado, sólo que a cuenta de la señora de Stermaria y no de la de Guermantes.
Ajoutons, pour en finir avec cette soirée, qu′il s′y passa un fait, démenti quelques jours après, qui ne laissa pas de m′étonner, me brouilla pour quelque temps avec Bloch, et qui constitue en soi une de ces curieuses contradictions dont on va trouver l′explication à la fin de ce volume[1] (Sodome I). Donc, chez Mme de Villeparisis, Bloch ne cessa de me vanter l′air d′amabilité de M. de Charlus, lequel Charlus, quand il le rencontrait dans la rue, le regardait dans les yeux comme s′il le connaissait, avait envie de le connaître, savait très bien qui il était. J′en souris d′abord, Bloch s′étant exprimé avec tant de violence à Balbec sur le compte du même M. de Charlus. Et je pensai simplement que Bloch, à l′instar de son père pour Bergotte, connaissait le baron «sans le connaître». Et que ce qu′il prenait pour un regard aimable était un regard distrait. Mais enfin Bloch vint à tant de précisions, et sembla si certain qu′à deux ou trois reprises M. de Charlus avait voulu l′aborder, que, me rappelant que j′avais parlé de mon camarade au baron, lequel m′avait justement, en revenant d′une visite chez Mme de Villeparisis, posé sur lui diverses questions, je fis la supposition que Bloch ne mentait pas, que M. de Charlus avait appris son nom, qu′il était mon ami, etc. . . . Aussi quelque temps après, au théâtre, je demandai à M. de Charlus de lui présenter Bloch, et sur son acquiescement allai le chercher. Mais dès que M. de Charlus l′aperçut, un étonnement aussitôt réprimé se peignit sur sa figure où il fut remplacé par une étincelante fureur. Non seulement il ne tendit pas la main à Bloch, mais chaque fois que celui-ci lui adressa la parole il lui répondit de l′air le plus insolent, d′une voix irritée et blessante. De sorte que Bloch, qui, à ce qu′il disait, n′avait eu jusque-là du baron que des sourires, crut que je l′avais non pas recommandé mais desservi, pendant le court entretien où, sachant le goût de M. de Charlus pour les protocoles, je lui avais parlé de mon camarade avant de l′amener à lui. Bloch nous quitta, éreinté comme qui a voulu monter un cheval tout le temps prêt à prendre le mors aux dents, ou nager contre des vagues qui vous rejettent sans cesse sur le galet, et ne me reparla pas de six mois. Agreguemos, para acabar con esta recepción, que ocurrió en ella un hecho, rectificado algunos días después, que no dejó de extrañarme, me indispuso por algún tiempo con Bloch, y constituye en sí una de esas curiosas contradicciones cuya explicación habrá de encontrarse al final de este volumen (Sodoma, I). Bloch, en casa de la señora de Villeparisis, no cesó de alabarme las muestras de amabilidad del señor de Charlus, que, cuando se encontraba con él en la calle, lo miraba a los ojos como si lo conociese, tenía ganas de conocerlo, sabía muy bien quién era. Yo me sonreí, al pronto, ya que con tanta violencia se había expresado Bloch en Balbec a propósito del mismo señor de Charlus. Y pensé simplemente que Bloch, al igual que le ocurría a su padre con Bergotte, conocía al barón “sin conocerlo”. Y que lo que tomaba por una mirada amable era una mirada distraída. Pero Bloch acabó por llegar a tantas precisiones, pareció tan seguro de que en dos o tres ocasiones el señor de Charlus había querido abordarlo, que, acordándome de haber hablado de mi camarada al barón, el cual, justamente al volver de una visita a casa de la señora de Villeparisis, me había hecho varias preguntas acerca de él, formé la suposición de que Bloch no mentía, de que el señor de Charlus se había enterado de su nombre, de que era amigo mío, etc... Así, algún tiempo después, en el teatro, pedí al señor de Charlus permiso para presentarle a mi amigo, y ante su aquiescencia fui a buscarlo. Pero desde el momento en que el señor de Charlus lo vio, una extrañeza inmediatamente reprimida se pintó en su rostro, en el que fue sustituida por un centelleante furor. No sólo no tendió la mano a Bloch, sino que cada vez que éste le dirigió la, palabra le respondió con el talante más insolente, con una voz irritada y ofensiva. De modo que Bloch, que, según decía, no había recibido hasta entonces del barón más que sonrisas, creyó que yo, en lugar de hablarle en favor suyo, le había hecho un mal tercio durante el breve diálogo en que, sabiendo el gusto del señor de Charlus por los protocolos, le había hablado de mi camarada antes de presentárselo. Bloch nos dejó, desmazalado como una persona que ha querido montar un caballo dispuesto a cada paso a desbocarse, q nadar contra unas olas que sin cesar lo arrojan a uno contra los guijarros de la orilla, y no volvió a hablarme en seis meses.
[Footnote 1: Dans l′édition originale «Sodome et Gomorrhe I» se trouvait compris dans le même volume que cette 2e partie du Côté de Guermantes, ce qui explique la phrase et la parenthèse. Mais, dans cette édition inoctavo, le titre de Sodome est reporté au volume suivant.] Â…
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Troisième partie

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Les jours qui précédèrent mon dîner avec Mme de Stermaria me furent, non pas délicieux, mais insupportables. C′est qu′en général, plus le temps qui nous sépare de ce que nous nous proposons est court, plus il nous semble long, parce que nous lui appliquons des mesures plus brèves ou simplement parce que nous songeons à le mesurer. La papauté, dit-on, compte par siècles, et peut-être même ne songe pas à compter, parce que son but est à l′infini. Le mien étant seulement à la distance de trois jours, je comptais par secondes, je me livrais à ces imaginations qui sont des commencements de caresses, de caresses qu′on enrage de ne pouvoir faire achever par la femme elle-même (ces caresses-là précisément, à l′exclusion de toutes autres). Et en somme, s′il est vrai qu′en général la difficulté d′atteindre l′objet d′un désir l′accroît (la difficulté, non l′impossibilité, car cette dernière le supprime), pourtant pour un désir tout physique, la certitude qu′il sera réalisé à un moment prochain et déterminé n′est guère moins exaltante que l′incertitude; presque autant que le doute anxieux, l′absence de doute rend intolérable l′attente du plaisir infaillible parce qu′elle fait de cette attente un accomplissement innombrable et, par la fréquence des représentations anticipées, divise le temps en tranches aussi menues que ferait l′angoisse. Los días que precedieron a mi cena con la señora de Stermaria fueron para mí no deliciosos, sino insoportables. Es que, en general, cuanto más corto es el tiempo que nos separa de lo que nos proponemos, más largo nos parece, porque le aplicamos medidas más breves, o simplemente porque pensamos en medirlo. E1 papado, dicen, cuenta por siglos, y acaso ni siquiera piensa en contar, porque su objetivo está en el infinito. Yo, como el mío estaba solamente a la distancia de tres días, contaba por segundos, me entregaba a esos fantaseos que son comienzos de caricias, —de caricias que rabia uno al no poderlas hacer acabar por la mujer misma (esas caricias precisamente, con exclusión de cualesquiera otras). Y en suma, si es verdad que, en general, la dificultad de alcanzar el objeto de un deseo aumenta éste (la dificultad, no la imposibilidad, pues esta última lo suprime), sin embargo, para un deseo enteramente físico, la certeza de que ha de ser realizado en un momento próximo y determinado es apenas menos exaltante que la incertidumbre, casi tanto como la duda ansiosa, la ausencia de duda torna intolerable la espera del placer infalible, ya que hace de esa espera una realización innumerable y, merced a la frecuencia de las representaciones anticipadas, divide el tiempo en cortes tan menudos como lo haría la angustia.
Ce qu′il me fallait, c′était posséder Mme de Stermaria, car depuis plusieurs jours, avec une activité incessante, mes désirs avaient préparé ce plaisir-là, dans mon imagination, et ce plaisir seul, un autre (le plaisir avec une autre) n′eût pas, lui, été prêt, le plaisir n′étant que la réalisation d′une envie préalable et qui n′est pas toujours la même, qui change selon les mille combinaisons de la rêverie, les hasards du souvenir, l′état du tempérament, l′ordre de disponibilité des désirs dont les derniers exaucés se reposent jusqu′à ce qu′ait été un peu oubliée la déception de l′accomplissement; je n′eusse pas été prêt, j′avais déjà quitté la grande route des désirs généraux et m′étais engagé dans le sentier d′un désir particulier; il aurait fallu, pour désirer un autre rendez-vous, revenir de trop loin pour rejoindre la grande route et prendre un autre sentier. Posséder Mme de Stermaria dans l′île du Bois de Boulogne où je l′avais invitée à dîner, tel était le plaisir que j′imaginais à toute minute. Il eût été naturellement détruit, si j′avais dîné dans cette île sans Mme de Stermaria; mais peut-être aussi fort diminué, en dînant, même avec elle, ailleurs. Du reste, les attitudes selon lesquelles on se figure un plaisir sont préalables à la femme, au genre de femmes qui convient pour cela. Elles le commandent, et aussi le lieu; et à cause de cela font revenir alternativement, dans notre capricieuse pensée, telle femme, tel site, telle chambre qu′en d′autres semaines nous eussions dédaignés. Filles de l′attitude, telles femmes ne vont pas sans le grand lit où on trouve la paix à leur côté, et d′autres, pour être caressées avec une intention plus secrète, veulent les feuilles au vent, les eaux dans la nuit, sont légères et fuyantes autant qu′elles. Lo que yo necesitaba era poseer a la señora de Stermaria, porque desde hacía varios días, con una actividad incesante, mis deseos habían preparado en mi imaginación ese placer, y sólo ése; otro (el placer con otra) no hubiera estado en razón, ya que el placer no es más que el realizarse una apetencia previa y que no es siempre la misma, que cambia según las mil combinaciones de la ilusión, los azares del recuerdo, el estado del temperamento, el orden de disponibilidad de los deseos, de que los últimos atendidos descansan hasta que haya sido olvidada un tanto la decepción de su realizarse; yo no hubiera estado dispuesto, había dejado ya el camino real de los deseos generales y me había enveredado por el sendero de un deseo particular: hubiera sido preciso, para desear otra cita, volver demasiado lejos para alcanzar de nuevo el camino real y tomar— otro sendero. Poseer a la señora de Stermaria en el Bosque de Boulogne, donde la había invitado a cenar, era el placer que me imaginaba a cada minuto. Este placer hubiera quedado naturalmente destruido si yo hubiese cenado en esa isla sin la señora de Stermaria; pero quizá también harto disminuido, de cenar, aun con ella, en otro sitio. Por otra parte, las actitudes conforme a las que nos figuramos un placer son previas a la mujer, al género de mujeres que para él conviene. Son esas actitudes las que lo gobiernan, de igual suerte que imponen el lugar, y a causa de ello hacen que vuelvan a nuestro caprichoso pensamiento tal mujer, tal paraje, tal alcoba que en otras semanas hubiésemos desdeñado. Hijas de la costumbre, ciertas mujeres no van bien sin el vasto lecho en que encuentra uno la paz al lado de ellas, y otras, para ser acariciadas con una intención más secreta, requieren las hojas al viento, las aguas en la noche, son ligeras y huidizas tanto como unas y otras.
Sans doute déjà, bien avant d′avoir reçu la lettre de Saint–Loup, et quand il ne s′agissait pas encore de Mme de Stermaria, l′île du Bois m′avait semblé faite pour le plaisir parce que je m′étais trouvé aller y goûter la tristesse de n′en avoir aucun à y abriter. C′est aux bords du lac qui conduisent à cette île et le long desquels, dans les dernières semaines de l′été, vont se promener les Parisiennes qui ne sont pas encore parties, que, ne sachant plus où la retrouver, et si même elle n′a pas déjà quitté Paris, on erre avec l′espoir de voir passer la jeune fille dont on est tombé amoureux dans le dernier bal de l′année, qu′on ne pourra plus retrouver dans aucune soirée avant le printemps suivant. Se sentant à la veille, peut-être au lendemain du départ de l′être aimé, on suit au bord de l′eau frémissante ces belles allées où déjà une première feuille rouge fleurit comme une dernière rose, on scrute cet horizon où, par un artifice inverse à celui de ces panoramas sous la rotonde desquels les personnages en cire du premier plan donnent à la toile peinte du fond l′apparence illusoire de la profondeur et du volume, nos yeux passant sans transition du parc cultivé aux hauteurs naturelles de Meudon et du mont Valérien ne savent pas où mettre une frontière, et font entrer la vraie campagne dans l′oeuvre du jardinage dont ils projettent bien au delà d′elle-même l′agrément artificiel; ainsi ces oiseaux rares élevés en liberté dans un jardin botanique et qui chaque jour, au gré de leurs promenades ailées, vont poser jusque dans les bois limitrophes une note exotique. Entre la dernière fête de l′été et l′exil de l′hiver, on parcourt anxieusement ce royaume romanesque des rencontres incertaines et des mélancolies amoureuses, et on ne serait pas plus surpris qu′il fût situé hors de l′univers géographique que si à Versailles, au haut de la terrasse, observatoire autour duquel les nuages s′accumulent contre le ciel bleu dans le style de Van der Meulen, après s′être ainsi élevé en dehors de la nature, on apprenait que là où elle recommence, au bout du grand canal, les villages qu′on ne peut distinguer, à l′horizon éblouissant comme la mer, s′appellent Fleurus ou Nimègue. Claro que mucho antes ya de haber recibido la carta de Saint-Loup, y cuando aún no se trataba de la señora de Stermaria, la isla del Bosque me había parecido como hecha adrede para el placer, porque me había ocurrido ir allí a saborear la tristeza de no tener ningún goce a que dar abrigo en aquellos lugares. Por las orillas del lago que conducen a esa isla y a lo largo de las que, en las últimas semanas de estío, van a pasearse las parisienses que aún no han salido de veraneo, es por donde, sin saber ya en qué lugar encontrarla, ni siquiera si no habrá abandonado ya París, vaga uno con la esperanza de ver pasar a la muchachita de quien se ha enamorado en el último baile del año, a la que y a no podrá uno volver a encontrar en ninguna reunión antes de la primavera siguiente. Sintiéndose en vísperas, o acaso al día siguiente de la partida del ser querido, sigue uno, por la orilla del agua trémula, esas hermosas avenidas en que ya una primera hoja roja florece como una última rosa, escruta el horizonte en que, merced a un artificio inverso al de esos panoramas bajo cuya rotonda los personajes de cera del primer plano comunican a la tela pintada del fondo la ilusoria apariencia de la profundidad y del volumen, nuestros ojos, al pasar sin transición del parque cultivado a las alturas naturales de Meudon y del monte Valérien, no saben dónde poner una frontera, y hacen entrar la verdadera campiña en la obra de jardinería, cuyo goce artificial proyectan mucho más allá de ella, al igual que esos pájaros raros criados en libertad en un jardín botánico, y que cada día, según el capricho de sus paseos alados, van a posar en los bosques limítrofes una nota exótica. Entre la postrera fiesta del verano y el destierro del invierno, recorre uno ansiosamente ese reino novelesco de los encuentros inciertos y de las melancolías amorosas, y no nos sorprendería más que estuviera situado fuera del universo geográfico, que si en Versalles, en lo alto de la terraza, observatorio en torno al cual las nubes se acumulan contra el cielo azul en el estilo de Van der Meulen, después de habernos elevado así fuera de la Naturaleza, supiéramos que allí donde ésta comienza de nuevo, al extremo del gran canal, los pueblos que no podemos distinguir, en el horizonte deslumbrador como el mar, se llaman Fleurus o Nimega.
Et le dernier équipage passé, quand on sent avec douleur qu′elle ne viendra plus, on va dîner dans l′île; au-dessus des peupliers tremblants, qui rappellent sans fin les mystères du soir plus qu′ils n′y répondent, un nuage rose met une dernière couleur de vie dans le ciel apaisé. Quelques gouttes de pluie tombent sans bruit sur l′eau antique, mais dans sa divine enfance restée toujours couleur du temps et qui oublie à tout moment les images des nuages et des fleurs. Et après que les géraniums ont inutilement, en intensifiant l′éclairage de leurs couleurs, lutté contre le crépuscule assombri, une brume vient envelopper l′île qui s′endort; on se promène dans l′humide obscurité le long de l′eau ou tout au plus le passage silencieux d′un cygne vous étonne comme dans un lit nocturne les yeux un instant grands ouverts et le sourire d′un enfant qu′on ne croyait pas réveillé. Alors on voudrait d′autant plus avoir avec soi une amoureuse qu′on se sent seul et qu′on peut se croire loin. Y pasado el último coche, cuando sentimos con dolor que ya no vendrá ella, nos vamos a cenar a la isla; por cima de los álamos temblones que recuerdan sin fin los misterios del atardecer más que responden a ellos, una nube sonrosada pone un postrero color de vida en el cielo aserenado. Algunas gotas de lluvia caen sin ruido en el agua, antigua, pero en su divina infancia, que sigue siendo siempre del color del tiempo y que olvida en todo momento las imágenes de las nubes y de las flores. Y después que los geranios, intensificando la iluminación de sus colores, han luchado inútilmente contra el crepúsculo ensombrecido, una bruma viene a envolver la isla que se aduerme; se pasea uno por la húmeda oscuridad, a la orilla del agua en que a lo sumo el paso silencioso de un cisne os pasma como en un lecho nocturno los ojos abiertos de par en par un instante y la sonrisa de un niño al que no creíamos despierto. Entonces quisiéramos tanto más tener con nosotros una enamorada, cuanto más solos nos sentimos y más lejos podemos creernos.
Mais dans cette île, où même l′été il y avait souvent du brouillard, combien je serais plus heureux d′emmener Mme de Stermaria maintenant que la mauvaise saison, que la fin de l′automne était venue. Si le temps qu′il faisait depuis dimanche n′avait à lui seul rendu grisâtres et maritimes les pays dans lesquels mon imagination vivait — comme d′autres saisons les faisaient embaumés, lumineux, italiens — l′espoir de posséder dans quelques jours Mme de Stermaria eût suffi pour faire se lever vingt fois par heure un rideau de brume dans mon imagination monotonement nostalgique. En tout cas, le brouillard qui depuis la veille s′était élevé même à Paris, non seulement me faisait songer sans cesse au pays natal de la jeune femme que je venais d′inviter, mais comme il était probable que, bien plus épais encore que dans la ville, il devait le soir envahir le Bois, surtout au bord du lac, je pensais qu′il ferait pour moi de l′île des Cygnes un peu l′île de Bretagne dont l′atmosphère maritime et brumeuse avait toujours entouré pour moi comme un vêtement la pâle silhouette de Mme de Stermaria. Certes quand on est jeune, à l′âge que j′avais dans mes promenades du côté de Méséglise, notre désir, notre croyance confère au vêtement d′une femme une particularité individuelle, une irréductible essence. On poursuit la réalité. Mais à force de la laisser échapper, on finit par remarquer qu′à travers toutes ces vaines tentatives où on a trouvé le néant, quelque chose de solide subsiste, c′est ce qu′on cherchait. On commence à dégager, à connaître ce qu′on aime, on tâche à se le procurer, fût-ce au prix d′un artifice. Alors, à défaut de la croyance disparue, le costume signifie la suppléance à celle-ci par le moyen d′une illusion volontaire. Je savais bien qu′à une demi-heure de la maison je ne trouverais pas la Bretagne. Mais en me promenant enlacé à Mme de Stermaria, dans les ténèbres de l′île, au bord de l′eau, je ferais comme d′autres qui, ne pouvant pénétrer dans un couvent, du moins, avant de posséder une femme, l′habillent en religieuse. Pero en esta isla, en la que hasta en verano había frecuentemente bruma, cuánto más feliz sería yo trayendo a la señora de Stermaria, ahora que los días malos, que el fin del otoño había llegado. Si el tiempo que hacía desde el domingo no había, por si solo, tornado grisáceos y marítimos los países en que mi imaginación vivía —como en otras estaciones los tornaba embalsamados, luminosos, italianos—, la esperanza de poseer a la vuelta de unos días a la señora de Stermaria hubiera bastado para hacer que se alzara veinte veces por hora un telón de bruma en mi imaginación monótonamente nostálgica. De todos modos, la niebla que desde la víspera se había alzado en el mismo París no sólo me hacía pensar sin tregua en la tierra natal de la muchacha a quien acababa de invitar, sino que, como era probable que, mucho más densa aún que en la ciudad, habría de invadir al atardecer el Bosque, sobre todo a la orilla del lago, pensaba yo que convertiría un poco para mí la isla de los Cisnes en la isla de Bretaña, cuya atmósfera marítima y brumosa había rodeado siempre a mis ojos como una vestidura la pálida silueta de la señora de Stermaria. Realmente, cuando es uno joven, a la edad en que tenía yo cuando mis paseos del lado de Méséglise, nuestro deseo, nuestra creencia confieren al vestido de una mujer una particularidad individual, una irreductible esencia. Persigue uno la realidad. Pero, en fuerza de dejarla escapar, acaba por observarse que a través de todas esas varias tentativas en que hemos encontrado la inanidad subsiste algo sólido, y es lo que se buscaba. Empieza uno a despejar, a conocer aquello que ama; trata de procurárselo, aunque sea a costa de un artificio. Entonces, a falta de la creencia desaparecida, la costumbre significa un suplir esa creencia mediante una ilusión voluntaria. De sobra sabía yo que no iba a encontrar a media hora de casa la Bretaña. Pero al pasearme de bracete con la señora de Stermaria por las tinieblas de la isla, a la orilla del agua, haría como otros que, ya que no pueden entrar en un convento, por lo menos, antes de poseer a una mujer, la visten de religiosa.
Je pouvais même espérer d′écouter avec la jeune femme quelque clapotis de vagues, car, la veille du dîner, une tempête se déchaîna. Je commençais à me raser pour aller dans l′île retenir le cabinet (bien qu′à cette époque de l′année l′île fût vide et le restaurant désert) et arrêter le menu pour le dîner du lendemain, quand Françoise m′annonça Albertine. Je fis entrer aussitôt, indifférent à ce qu′elle me vît enlaidi d′un menton noir, celle pour qui à Balbec je ne me trouvais jamais assez beau, et qui m′avait coûté alors autant d′agitation et de peine que maintenant Mme de Stermaria. Je tenais à ce que celle-ci reçût la meilleure impression possible de la soirée du lendemain. Aussi je demandai à Albertine de m′accompagner tout de suite jusqu′à l′île pour m′aider à faire le menu. Celle à qui on donne tout est si vite remplacée par une autre, qu′on est étonné soi-même de donner ce qu′on a de nouveau, à chaque heure, sans espoir d′avenir. A ma proposition le visage souriant et rose d′Albertine, sous un toquet plat qui descendait très bas, jusqu′aux yeux, sembla hésiter. Elle devait avoir d′autres projets; en tout cas elle me les sacrifia aisément, à ma grande satisfaction, car j′attachais beaucoup d′importance à avoir avec moi une jeune ménagère qui saurait bien mieux commander le dîner que moi. Podía incluso esperar que oiría en compañía de la joven algún chapoteo de olas, toda vez que la víspera de la cena se desencadenó una tormenta. Empezaba a afeitarme para ir a la isla a encargar que me guardasen el reservado (bien que en esta época del año estuviese vacía la isla yel restaurante desierto) ypreparar la carta para el almuerzo del día siguiente, cuando Francisca me anunció a Albertina. La hice pasar enseguida, indiferente a que me viese afeado por una barbita negra la misma mujer para quien, en Balbec, nunca me encontraba bastante guapo, y que me había costado entonces tanta agitación y trabajo como ahora la señora de Stermaria. Me importaba que ésta recibiese la mejor impresión posible de la velada del día siguiente. Así rogué a Albertina que me acompañase inmediatamente a la isla para ayudarme a componer la carta. Aquella a quien se da todo, es sustituida tan aprisa por otra, que se queda uno pasmado de dar lo que tiene de nuevo, a cada hora, sin esperanza de porvenir. Ante mi proposición, el rostro sonriente, y rosa de Albertina, bajo un gorrito liso qué descendía muy bajo, hasta los ojos, pareció vacilar. Debía de tener otros proyectos; de todos modos, me los sacrificó fácilmente, con gran satisfacción mía, ya que concedía mucha importancia a tener a mi lado una joven de su casa que sabría disponer la cena mucho mejor que yo.
Il est certain qu′elle avait représenté tout autre chose pour moi, à Balbec. Mais notre intimité, même quand nous ne la jugeons pas alors assez étroite, avec une femme dont nous sommes épris crée entre elle et nous, malgré les insuffisances qui nous font souffrir alors, des liens sociaux qui survivent à notre amour et même au souvenir de notre amour. Alors, dans celle qui n′est plus pour nous qu′un moyen et un chemin vers d′autres, nous sommes tout aussi étonnés et amusés d′apprendre de notre mémoire ce que son nom signifia d′original pour l′autre être que nous avons été autrefois, que si, après avoir jeté à un cocher une adresse, boulevard des Capucines ou rue du Bac, en pensant seulement à la personne que nous allons y voir, nous nous avisons que ces noms furent jadis celui des religieuses capucines dont le couvent se trouvait là et celui du bac qui traversait la Seine. Verdad que Albertina había representado muy otra cosa para mí en Balbec. Pero nuestra intimidad —aun cuando entonces no la juzguemos suficientemente estrecha— con una mujer de quien estamos prendados, crea entre nosotros y ella, a pesar de las insuficiencias que nos hacen sufrir entonces, vínculos sociales que sobreviven a, nuestro amor e incluso al recuerdo del mismo. Entonces, en lo que ya no es para nosotros más que un medio, y un camino hacia otras, nos hallamos tan sorprendidos y divertidos al enterarnos por nuestra memoria de lo que su nombre significó de original para el otro ser que hemos sido antaño, como si, después de haber dado a un cochero unas señas, el “Boulevard des Capucines” o la “rue du Bac” pensando únicamente en la persona a quien vamos a ver allí, nos diésemos cuenta de que esos nombres fueron en otro tiempo el de las monjas capuchinas cuyo convento se encontraba en ese lugar, y el de la balsa10 que cruzaba el Sena.
Certes, mes désirs de Balbec avaient si bien mûri le corps d′Albertine, y avaient accumulé des saveurs si fraîches et si douces que, pendant notre course au Bois, tandis que le vent, comme un jardinier soigneux, secouait les arbres, faisait tomber les fruits, balayait les feuilles mortes, je me disais que, s′il y avait eu un risque pour que Saint–Loup se fût trompé, ou que j′eusse mal compris sa lettre et que mon dîner avec Mme de Stermaria ne me conduisît à rien, j′eusse donné rendez-vous pour le même soir très tard à Albertine, afin d′oublier pendant une heure purement voluptueuse, en tenant dans mes bras le corps dont ma curiosité avait jadis supputé, soupesé tous les charmes dont il surabondait maintenant, les émotions et peut-être les tristesses de ce commencement d′amour pour Mme de Stermaria. Et certes, si j′avais pu supposer que Mme de Stermaria ne m′accorderait aucune faveur le premier soir, je me serais représenté ma soirée avec elle d′une façon assez décevante. Je savais trop bien par expérience comment les deux stades qui se succèdent en nous, dans ces commencements d′amour pour une femme que nous avons désirée sans la connaître, aimant plutôt en elle la vie particulière où elle baigne qu′elle-même presque inconnue encore — comment ces deux stades se reflètent bizarrement dans le domaine des faits, c′est-à-dire non plus en nous-même, mais dans nos rendez-vous avec elle. Nous avons, sans avoir jamais causé avec elle, hésité, tentés que nous étions par la poésie qu′elle représente pour nous. Sera-ce elle ou telle autre? Et voici que les rêves se fixent autour d′elle, ne font plus qu′un avec elle. Le premier rendez-vous avec elle, qui suivra bientôt, devrait refléter cet amour naissant. Il n′en est rien. Comme s′il était nécessaire que la vie matérielle eût aussi son premier stade, l′aimant déjà, nous lui parlons de la façon la plus insignifiante: «Je vous ai demandé de venir dîner dans cette île parce que j′ai pensé que ce cadre vous plairait. Je n′ai du reste rien de spécial à vous dire. Mais j′ai peur qu′il ne fasse bien humide et que vous n′ayez froid. — Mais non. — Vous le dites par amabilité. Je vous permets, madame, de lutter encore un quart d′heure contre le froid, pour ne pas vous tourmenter, mais dans un quart d′heure, je vous ramènerai de force. Je ne veux pas vous faire prendre un rhume.» Et sans lui avoir rien dit, nous la ramenons, ne nous rappelant rien d′elle, tout au plus une certaine façon de regarder, mais ne pensant qu′à la revoir. Or, la seconde fois (ne retrouvant même plus le regard, seul souvenir, mais ne pensant plus malgré cela qu′à la revoir) le premier stade est dépassé. Rien n′a eu lieu dans l′intervalle. Et pourtant, au lieu de parler du confort du restaurant, nous disons, sans que cela étonne la personne nouvelle, que nous trouvons laide, mais à qui nous voudrions qu′on parle de nous à toutes les minutes de sa vie: «Nous allons avoir fort à faire pour vaincre tous les obstacles accumulés entre nos coeurs. Pensez-vous que nous y arriverons? Vous figurez-vous que nous puissions avoir raison de nos ennemis, espérer un heureux avenir?» Mais ces conversations, d′abord insignifiantes, puis faisant allusion à l′amour, n′auraient pas lieu, j′en pouvais croire la lettre de Saint–Loup. Mme de Stermaria se donnerait dès le premier soir, je n′aurais donc pas besoin de convoquer Albertine chez moi, comme pis aller, pour la fin de la soirée. C′était inutile, Robert n′exagérait jamais et sa lettre était claire! Verdad es que mis deseos de Balbec habían madurado tan bien el cuerpo de Albertina, habían acumulado en él sabores tan frescos y tan dulces que, durante nuestra caminata por el bosque, mientras el viento, como un jardinero cuidadoso, sacudía los árboles, hacía caer los frutos, barría las hojas muertas, me decía yo que, si hubiera habido algún riesgo de que Saint-Loup se hubiese engañado, o de que yo hubiese entendido mal su carta y de que mi cena con la señora de Stermaria no me condujese a nada, habría citado para aquel mismo atardecer, muy tarde, a Albertina, con objeto de olvidar durante una hora puramente voluptuosa, teniendo en mis brazos el cuerpo en que mi curiosidad había calculado, sopesado todos los encantos en que ahora sobreabundaba, las emociones y acaso las tristezas de este comienzo de amor respecto de la señora de Stermaria. Y realmente, si yo hubiera podido suponer que la señora de Stermaria no había de concederme ningún favor la primera tarde, me habría representado por modo harto falaz el rato que había de pasar con ella. De sobra sabía yo por experiencia cómo las dos etapas que se suceden en nosotros, en esos comienzos de amor hacia una mujer a la que hemos deseado sin conocerla amando en ella, antes que a ella misma —casi desconocido aún—, la vida particular en que se baña, cómo esas dos etapas se reflejan extrañamente en el orden de los hechos; es decir, no ya en nosotros mismos, sino en nuestras citas con ella. Hemos vacilado, sin haber hablado nunca con ella, tentados por la poesía que para nosotros representa. ¿Será ella o será otra? Y he aquí que los sueños plasman en torno a ella, ya no componen más que una misma cosa con ella. La primera cita con ella, que seguirá bien pronto, debería reflejar este amor naciente. No hay nada de eso. Como si fuera necesario que la vida material tuviese también su primera etapa, queriéndola ya, le hablamos de la manera más insignificante: “Le he pedido a usted que viniese a cenar a esta isla porque he pensado que le gustaría este escenario. Por lo demás, no tengo nada de particular que decirle. Pero me da miedo de que haya aquí mucha humedad y tenga usted frío. —No, no. —Lo dice usted por amabilidad. Le permito luchar, señora, un cuarto de hora más contra el frío, por no importunarla, pero dentro de un cuarto de hora me la llevaré de aquí a la fuerza. No quiero hacerle pillar un catarro”. Y sin haberle dicho nada nos la llevamos de allí, sin recordar nada de ella; a lo sumo, cierta manera de mirar, pero sin pensar más que en volverla a ver. Ahora bien, a la segunda vez (sin volver a encontrar siquiera la mirada, único recuerdo, pero sin pensar ya, a pesar de ello, en otra cosa que en verla de nuevo), la primera etapa ha quedado atrás. Nada ha ocurrido en el intervalo. Y sin embargo, en lugar de hablar de las comodidades del restaurante, decimos, sin que ello extrañe a la nueva persona, a la que encontrarnos fea, pero a la que querríamos que estuvieran hablándole de nosotros todos los minutos de su vida: “Mucho vamos a tener que hacer para vencer todos los obstáculos acumulados entre nuestros corazones. ¿Cree usted que lo conseguiremos? ¿Se figura usted que podremos dar cuenta de nuestros enemigos, esperar un porvenir dichoso?” Pero estas conversaciones, primeramente insignificantes, y que luego hacen alusión al amor, no llegaríamos a tenerlas nosotros dos; podía dar crédito a la carta de Saint-Loup. La señora de Stermaria se entregaría desde el primer día; así es que ya no tendría yo que citar a Albertina en mi casa, poniéndome en lo peor, para el final de la tarde. Era inútil; Roberto no exageraba nunca, y su carta ¡estaba tan clara!...
Albertine me parlait peu, car elle sentait que j′étais préoccupé. Nous fîmes quelques pas à pied, sous la grotte verdâtre, quasi sous-marine, d′une épaisse futaie sur le dôme de laquelle nous entendions déferler le vent et éclabousser la pluie. J′écrasais par terre des feuilles mortes, qui s′enfonçaient dans le sol comme des coquillages, et je poussais de ma canne des châtaignes piquantes comme des oursins. Albertina me hablaba poco porque se daba cuenta de que yo estaba preocupado. Dimos unos cuantos pasos a pie, bajo la gruta verdosa, casi submarina, de una espesa arboleda sobre cuya cúpula oíamos romperse el viento y salpicar la lluvia. Yo aplastaba contra la tierra las hojas muertas que se hundían en el suelo como conchas, y hacía rodar, empujándolas con el bastón, las castañas, punzantes.
Aux branches les dernières feuilles convulsées ne suivaient le vent que de la longueur de leur attache, mais quelquefois, celle-ci se rompant, elles tombaient à terre et le rattrapaient en courant. Je pensais avec joie combien, si ce temps durait, l′île serait demain plus lointaine encore et en tout cas entièrement déserte. Nous remontâmes en voiture, et comme la bourrasque s′était calmée, Albertine me demanda de poursuivre jusqu′à Saint–Cloud. Ainsi qu′en bas les feuilles mortes, en haut les nuages suivaient le vent. Et des soirs migrateurs, dont une sorte de section conique pratiquée dans le ciel laissait voir la superposition rose, bleue et verte, étaient tout préparés à destination de climats plus beaux. Pour voir de plus près une déesse de marbre qui s′élançait de son socle, et, toute seule dans un grand bois qui semblait lui être consacré, l′emplissait de la terreur mythologique, moitié animale, moitié sacrée de ses bonds furieux, Albertine monta sur un tertre, tandis que je l′attendais sur le chemin. Elle-même, vue ainsi d′en bas, non plus grosse et rebondie comme l′autre jour sur mon lit où les grains de son cou apparaissaient à la loupe de mes yeux approchés, mais ciselée et fine, semblait une petit statue sur laquelle les minutes heureuses de Balbec avaient passé leur patine. Quand je me retrouvai seul chez moi, me rappelant que j′avais été faire une course l′après-midi avec Albertine, que je dînais le surlendemain chez Mme de Guermantes, et que j′avais à répondre à une lettre de Gilberte, trois femmes que j′avais aimées, je me dis que notre vie sociale est, comme un atelier d′artiste, remplie des ébauches délaissées où nous avions cru un moment pouvoir fixer notre besoin d′un grand amour, mais je ne songeai pas que quelquefois, si l′ébauche n′est pas trop ancienne, il peut arriver que nous la reprenions et que nous en fassions une oeuvre toute différente, et peut-être même plus importante que celle que nous avions projetée d′abord. En las ramas, las últimas hojas convulsas sólo seguían al viento en la longitud de su pedúnculo, pero a veces, al romperse éste, caían a tierra y alcanzaban al viento corriendo. Yo pensaba con alegría cuánto más lejana aún estaría mañana la isla si seguía este tiempo, y, de todos modos, enteramente desierta. Subimos de nuevo al coche, y, como la borrasca había amainado, Albertina me pidió que siguiéramos hasta Saint-Cloud. Lo mismo que abajo las hojas muertas, las nubes, arriba, seguían al viento. Y migratorios atardeceres cuya superposición rosa, azul y verde dejaba ver una a modo de sección cónica practicada en el cielo, estaban preparados ya con destino a otros climas más benignos. Por ver más de cerca una diosa de mármol que se alzaba de su zócalo y, completamente sola en un gran bosque que parecía estar consagrado a ella, lo colmaba del terror mitológico, medio animal, medio sagrado, de sus brincos furiosos, Albertina subió a un teso, mientras yo la aguardaba en el camino. Hasta ella, vista así desde abajo, no ya abultaba y rolliza como el día aquel en mi cama, en que el grano de la piel, en su cuello, se aparecía a la lupa de mis ojos arrimados a ella, sino cincelada y fina, parecía una estatuilla por la que los minutos venturosos de Balbec habían pasado su página. Cuando volví a encontrarme solo en casa, acordándome que había ido a hacer una excursión a prima tarde con Albertina, de que cenaba pasado mañana en casa de la señora de Guermantes y de que tenía que contestar a una carta de Gilberta, tres mujeres a las que había querido, me dije que nuestra vida social está llena, como el estudio de un artista, de esbozos abandonados en los que por un momento habíamos creído poder plasmar nuestra necesidad de un gran amor; pero no pensé en que a veces, si el bosquejo no es demasiado antiguo, puede ocurrir que volvamos a tornarlo y que hagamos de él una obra completamente diferente, y quizá más importante, inclusive, que la que primeramente habíamos proyectado.
Le lendemain, il fit froid et beau: on sentait l′hiver (et, de fait, la saison était si avancée que c′était miracle si nous avions pu trouver dans le Bois déjà saccagé quelques dômes d′or vert). En m′éveillant je vis, comme de la fenêtre de la caserne de Doncières, la brume mate, unie et blanche qui pendait gaiement au soleil, consistante et douce comme du sucre filé. Puis le soleil se cacha et elle s′épaissit encore dans l′après-midi. Le jour tomba de bonne heure, je fis ma toilette, mais il était encore trop tôt pour partir; je décidai d′envoyer une voiture à Mme de Stermaria. Je n′osai pas y monter pour ne pas la forcer à faire la route avec moi, mais je remis au cocher un mot pour elle où je lui demandais si elle permettait que je vinsse la prendre. En attendant, je m′étendis sur mon lit, je fermai les yeux un instant, puis les rouvris. Au-dessus des rideaux, il n′y avait plus qu′un mince liséré de jour qui allait s′obscurcissant. Je reconnaissais cette heure inutile, vestibule profond du plaisir, et dont j′avais appris à Balbec à connaître le vide sombre et délicieux, quand, seul dans ma chambre comme maintenant, pendant que tous les autres étaient à dîner, je voyais sans tristesse le jour mourir au-dessus des rideaux, sachant que bientôt, après une nuit aussi courte que les nuits du pôle, il allait ressusciter plus éclatant dans le flamboiement de Rivebelle. Je sautai à bas de mon lit, je passai ma cravate noire, je donnai un coup de brosse à mes cheveux, gestes derniers d′une mise en ordre tardive, exécutés à Balbec en pensant non à moi mais aux femmes que je verrais à Rivebelle, tandis que je leur souriais d′avance dans la glace oblique de ma chambre, et restés à cause de cela les signes avant-coureurs d′un divertissement mêlé de lumières et de musique. Comme des signes magiques ils l′évoquaient, bien plus le réalisaient déjà; grâce à eux j′avais de sa vérité une notion aussi certaine, de son charme enivrant et frivole une jouissance aussi complète que celles que j′avais à Combray, au mois de juillet, quand j′entendais les coups de marteau de l′emballeur et que je jouissais, dans la fraîcheur de ma chambre noire, de la chaleur et du soleil. A la mañana siguiente hizo tiempo frío y hermoso: sentíase el invierno (en rigor, la estación estaba tan avanzada que era un milagro que hubiéramos podido encontrar en el Bosque, expoliado ya, algunas cúpulas de oro verde). Al despertar vi, como por la ventana del cuartel de Doncières, la bruma mate, compacta y blanca que pendía gozosamente al sol, consistente y blanda como almíbar hilado. Luego el sol se ocultó, y la niebla se tornó aún más espesa en las horas de la tarde. Se hizo de noche muy pronto y me arreglé, pero era demasiado temprano aún para salir; decidí mandar un coche a la señora de Stermaria. —No me atreví a montar en él por no obligarla a hacer el camino conmigo; pero le entregué al cochero unas letras para ella, en que le preguntaba si me permitía pasar a recogerla. Mientras esperaba, me eché en la cama, cerré los ojos un instante, luego los volví a abrir. Más arriba de los visillos ya no había más que un estrecho viso de claridad que iba oscureciéndose. Reconocía yo esta hora inútil, vestíbulo profundo del goce, cuyo vacío sombrío y delicioso había aprendido a conocer en Balbec cuando, solo en mi cuarto como ahora, mientras todos los demás estaban cenando, veía sin tristeza morir el día más arriba de los visillos, sabiendo que poco después, tras una noche tan corta como las noches del polo, iba a resucitar, más refulgente, en el flamear de Rivebelle. Me echaba fuera de la cama, me ponía mi corbata negra, me pasaba el cepillo por el pelo, últimos ademanes de un tardío poner las cosas en orden, ejecutados en Balbec pensando no en mí, sino en las mujeres que vería en Rivebelle, mientras les sonreía de antemano en el espejo oblicuo de mi cuarto, y que por ello habían quedado como signos precursores de una diversión entreverada de luces y música. Como signos mágicos la evocaban, más aún, la realizaban ya; gracias a ellos tenía yo una noción tan cierta de su verdad, una fruición tan acabada de su hechizo embriagador y frívolo, como las que tenía en Combray en el mes de julio, cuando oía los martillazos del embalador y gozaba, en el frescor de mi alcoba a oscuras, del calor y del sol.
Aussi n′était-ce plus tout à fait Mme de Stermaria que j′aurais désiré voir. Forcé maintenant de passer avec elle ma soirée, j′aurais préféré, comme celle-ci était ma dernière avant le retour de mes parents, qu′elle restât libre et que je pusse chercher à revoir des femmes de Rivebelle. Je me relavai une dernière fois les mains, et dans la promenade que le plaisir me faisait faire à travers l′appartement, je me les essuyai dans la salle à manger obscure. Elle me parut ouverte sur l′antichambre éclairée, mais ce que j′avais pris pour la fente illuminée de la porte qui, au contraire, était fermée, n′était que le reflet blanc de ma serviette dans une glace posée le long du mur, en attendant qu′on la plaçât pour le retour de maman. Je repensai à tous les mirages que j′avais ainsi découverts dans notre appartement et qui n′étaient pas qu′optiques, car les premiers jours j′avais cru que la voisine avait un chien, à cause du jappement prolongé, presque humain, qu′avait pris un certain tuyau de cuisine chaque fois qu′on ouvrait le robinet. Et la porte du palier ne se refermait d′elle-même très lentement, sur les courants d′air de l′escalier, qu′en exécutant les hachures de phrases voluptueuses et gémissantes qui se superposent au choeur des Pèlerins, vers la fin de l′ouverture de Tannhäuser . J′eus du reste, comme je venais de remettre ma serviette en place, l′occasion d′avoir une nouvelle audition de cet éblouissant morceau symphonique, car un coup de sonnette ayant retenti, je courus ouvrir la porte de l′antichambre au cocher qui me rapportait la réponse. Je pensais que ce serait: «Cette dame est en bas», ou «Cette dame vous attend.» Mais il tenait à la main une lettre. J′hésitai un instant à prendre connaissance de ce que Mme de Stermaria avait écrit, qui tant qu′elle avait la plume en main aurait pu être autre, mais qui maintenant était, détaché d′elle, un destin qui poursuivait seul sa route et auquel elle ne pouvait plus rien changer. Je demandai au cocher de redescendre et d′attendre un instant, quoiqu′il maugréât contre la brume. Dès qu′il fut parti, j′ouvris l′enveloppe. Sur la carte: Vicomtesse Alix de Stermaria, mon invitée avait écrit: «Je suis désolée, un contretemps m′empêche de dîner ce soir avec vous à l′île du Bois. Je m′en faisais une fête. Je vous écrirai plus longuement de Stermaria. Regrets. Amitiés.» Je restai immobile, étourdi par le choc que j′avais reçu. A mes pieds étaient tombées la carte et l′enveloppe, comme la bourre d′une arme à feu quand le coup est parti. Je les ramassai, j′analysai cette phrase. «Elle me dit qu′elle ne peut dîner avec moi à l′île du Bois. On pourrait en conclure qu′elle pourrait dîner avec moi ailleurs. Je n′aurai pas l′indiscrétion d′aller la chercher, mais enfin cela pourrait se comprendre ainsi.» Et cette île du Bois, comme depuis quatre jours ma pensée y était installée d′avance avec Mme de Stermaria, je ne pouvais arriver à l′en faire revenir. Mon désir reprenait involontairement la pente qu′il suivait déjà depuis tant d′heures, et malgré cette dépêche, trop récente pour prévaloir contre lui, je me préparais instinctivement encore à partir, comme un élève refusé à un examen voudrait répondre à une question de plus. Je finis par me décider à aller dire à Françoise de descendre payer le cocher. Je traversai le couloir, ne la trouvant pas, je passai par la salle à manger; tout d′un coup mes pas cessèrent de retentir sur le parquet comme ils avaient fait jusque-là et s′assourdirent en un silence qui, même avant que j′en reconnusse la cause, me donna une sensation d′étouffement et de claustration. C′étaient les tapis que, pour le retour de mes parents, on avait commencé de clouer, ces tapis qui sont si beaux par les heureuses matinées, quand parmi leur désordre le soleil vous attend comme un ami venu pour vous emmener déjeuner à la campagne, et pose sur eux le regard de la forêt, mais qui maintenant, au contraire, étaient le premier aménagement de la prison hivernale d′où, obligé que j′allais être de vivre, de prendre mes repas en famille, je ne pourrais plus librement sortir. Parejamente, ya no era en realidad a la señora de Stermaria a quien hubiera deseado ver. Obligado ahora a pasarme con ella la noche, hubiera preferido, como era para mí ésta la última antes de que volviesen mis padres, que me quedase libre y poder tratar de volver a ver mujeres de las de Rivebelle. Volví a lavarme por íntima vez las manos y, en el paseo que el placer me hacía dar por todo el piso, me las sequé en el oscuro comedor. Me pareció que estaba abierto éste a la antesala iluminada; pero lo que había tomado por la iluminada rendija de la puerta que, por el contrario, estaba cerrada, no era sino el blanco reflejo de mí servilleta en la luna de un espejo puesto de pie contra la pared en espera de que lo colocasen cuando volviera mamá. Volví a pensar en todos los espejismos que había descubierto de esta manera en nuestro piso, y que no sólo eran tópicos, ya que los primeros días había creído que la vecina tenía un perro, a cuenta del aullido prolongado, humano casi, que había dada en emitir cierto tubo de la cocina cada vez que abrían el grifo. Y la puerta que daba al descansillo sólo se cerraba lentísimamente, con las corrientes de aire de la escalera, ejecutando los cortes de frase, voluptuosos y gemebundos, que se superponen al coro de los Peregrinos, hacia el final de la obertura de Tanhäuser. Por otra parte, cuando acababa de dejar mi servilleta en su sitio, tuve ocasión de volver a gozar una nueva audición de este asombroso trozo sinfónico, porque, como hubiera sonado un campanillazo, corrí a abrir la puerta del recibimiento al cochero que me traía la respuesta. Pensé que sería: “Esa señora está abajo”, o “La señora esa lo espera.” Pero el hombre tenía en la mano una carta. Dudé un instante si enterarme de lo que la señora de Stermaria había escrito, que mientras ella tenía la pluma en la mano hubiera podido ser otra cosa, pero ahora era, separado de ella, un destino que seguía su camino solo, y en el que ya nada podía cambiar ella. Dije al cochero que bajara y esperase un instante, aunque rezongaba a cuenta de la niebla. En cuanto se fue, abrí el sobre. En el tarjetón: La Vizcondesa Alix de Stermaria. Mi invitada había escrito “Estoy desolada, un contratiempo me impide cenar esta noche con usted en la isla del Bosque. Era para mí una fiesta. Le escribiré más extensamente desde Stermaria. Siento lo ocurrido. Saludos.” Me quedé inmóvil, aturdido por el choque que había recibido. A mis pies habían caído el tarjetón y el sobre, como el taco de una arma de fuego cuando ha salido el tiro. Los recogí, analicé la frase: “Me dice que no puede cenar conmigo en la isla del Bosque. Pudiera deducirse de ello que podría cenar conmigo en otra parte. No cometeré la indiscreción de ir a buscarla; pero, en fin, así podría entenderse esto”. Y esa isla del Bosque, como desde hacía cuatro días se había instalado de antemano en ella mi pensamiento con la señora de Stermaria, no podía acabar de hacerlo volver de allí. Mi deseo se acogía de nuevo a la pendiente que seguía desde hacía tantas horas, y a pesar de esta misiva, demasiado reciente para que pudiera prevalecer contra él, aún me preparaba instintivamente a salir, del mismo modo que un alumno reprobado en un examen querría contestar a una pregunta más. Acabé por decidirme a ir a decirle a Francisca que bajase a pagar al cochero. Crucé el pasillo sin encontrarla, y pasé al comedor; de pronto, mis pasos cesaron de resonar sobre el entarimado como habían hecho hasta allí, y se asordaron en un silencio que aun antes de que conociese su causa me dio una sensación de ahogo y de claustración. Eran las alfombras que, para cuando volvieran mis padres, habían empezado a clavar, esas alfombras que tan hermosas son en las montañas felices, cuando en medio dé su desorden os espera el sol como un amigo que ha venido para llevarnos a comer al campo, y posa en ellos la mirada de la selva, pero que ahora, por el contrario, eran el primer arreglo de la prisión invernal, de donde, obligado como iba a estar a vivir, a hacer mis comidas en familia, ya no iba a poder salir libremente.
— Que Monsieur prenne garde de tomber, ils ne sont pas encore cloués, me cria Françoise. J′aurais dû allumer. On est déjà à la fin de sectembre , les beaux jour sont finis. —Tenga cuidado el señorito, no se vaya a caer, que aún no están clavadas —me gritó Francisca—. Hubiera debido encender la luz. Ya estamos a fines de sectiembre; se acabaron los días buenos.
Bientôt l′hiver; au coin de la fenêtre, comme sur un verre de Gallé, une veine de neige durcie; et, même aux Champs-Élysées, au lieu des jeunes filles qu′on attend, rien que les moineaux tout seuls. Bien pronto, el invierno; en el rincón de la ventana, como en un vidrio de Gallé, una veta de nieve endurecida; e incluso en los Campos Elíseos, en lugar de las muchachas que uno espera, nada más que los gorriones completamente solos.
Ce qui ajoutait à mon désespoir de ne pas voir Mme de Stermaria, c′était que sa réponse me faisait supposer que pendant qu′heure par heure, depuis dimanche, je ne vivais que pour ce dîner, elle n′y avait sans doute pas pensé une fois. Plus tard, j′appris un absurde mariage d′amour qu′elle fit avec un jeune homme qu′elle devait déjà voir à ce moment-là et qui lui avait fait sans doute oublier mon invitation. Car si elle se l′était rappelée, elle n′eût pas sans doute attendu la voiture que je ne devais du reste pas, d′après ce qui était convenu, lui envoyer, pour m′avertir qu′elle n′était pas libre. Mes rêves de jeune vierge féodale dans une île brumeuse avaient frayé le chemin à un amour encore inexistant. Maintenant ma déception, ma colère, mon désir désespéré de ressaisir celle qui venait de se refuser, pouvaient, en mettant ma sensibilité de la partie, fixer l′amour possible que jusque-là mon imagination seule m′avait, mais plus mollement, offert. Lo que acababa de hacer mayor mi desesperación por no ver a la señora de Stermaria era que su respuesta me hacía suponer que mientras yo, hora por hora, desde el domingo, no vivía más que para esta cena, ella no había pensado en semejante cosa, indudablemente, ni una sola vez. Más tarde supe de un absurdo casamiento por amor que hizo con un joven con el que debía de estarse viendo en ese momento y que le había hecho sin duda olvidar mi invitación. Porque si se hubiese acordado de ella, no habría, indudablemente, esperado al coche, que yo no debía, por lo demás, según lo convenido enviarle, para avisarme que no estaba libre. Mis ensueños de tierna virgen feudal en una isla brumosa habían despejado el camino a un amor todavía inexistente. Ahora mi decepción, mi cólera, mi desesperado deseo de recobrar a la que acababa de negárseme, podían, haciendo entrar en la danza de mi sensibilidad, f ijar el amor posible que hasta aquí sólo me había, aunque más débilmente, ofrecido mi imaginación.
Combien y en a-t-il dans nos souvenirs, combien plus dans notre oubli, de ces visages de jeunes filles et de jeunes femmes, tous différents, et auxquels nous n′avons ajouté du charme et un furieux désir de les revoir que parce qu′ils s′étaient au dernier moment dérobés? A l′égard de Mme de Stermaria c′était bien plus et il me suffisait maintenant, pour l′aimer, de la revoir afin que fussent renouvelées ces impressions si vives mais trop brèves et que la mémoire n′aurait pas sans cela la force de maintenir dans l′absence. Les circonstances en décidèrent autrement, je ne la revis pas. Ce ne fut pas elle que j′aimai, mais ç‘aurait pu être elle. Et une des choses qui me rendirent peut-être le plus cruel le grand amour que j′allais bientôt avoir, ce fut, en me rappelant cette soirée, de me dire qu′il aurait pu, si de très simples circonstances avaient été modifiées, se porter ailleurs, sur Mme de Stermaria; appliqué à celle qui me l′inspira si peu après, il n′était donc pas — comme j′aurais pourtant eu si envie, si besoin de le croire — absolument nécessaire et prédestiné. ¡Cuántos hay en nuestros recuerdos, cuántos más en nuestro olvido, de estos rostros de muchachitas y de jóvenes completamente diferentes, y a los que no hemos añadido un encanto yun furioso deseo de volverlos a ver sino porque se había esquivado en el último momento! Por lo que hacía a la señora de Stermaria, era mucho más y me bastaba ahora, para quererla, volver a ver para que fuesen renovadas estas impresiones tan vivas, pero demasiado breves, y que la memoria, de no ser así, no hubiera tenido suficiente fuerza para conservar en la ausencia. Las circunstancias decidieron que fuese de otra manera: no la volví a ver. No fue a ella a quien quise, pero hubiera podido, de haber sido modificadas algunas circunstancias sencillísimas, dirigirse a otra parte, a la señora de Stermaria; aplicado a la que me lo inspiró tan poco tiempo después, no era, por ende —como yo, sin embargo, hubiera tenido tantas ganas, tanta necesidad de creer—, absolutamente necesario y predestinado.
Françoise m′avait laissé seul dans la salle à manger, en me disant que j′avais tort d′y rester avant qu′elle eût allumé le feu. Elle allait faire à dîner, car avant même l′arrivée de mes parents et dès ce soir, ma réclusion commençait. J′avisai un énorme paquet de tapis encore tout enroulés, lequel avait été posé au coin du buffet, et m′y cachant la tête, avalant leur poussière et mes larmes, pareil aux Juifs qui se couvraient la tête de cendres dans le deuil, je me mis à sangloter. Je frissonnais, non pas seulement parce que la pièce était froide, mais parce qu′un notable abaissement thermique (contre le danger et, faut-il le dire, le léger agrément duquel on ne cherche pas à réagir) est causé par certaines larmes qui pleurent de nos yeux, goutte à goutte, comme une pluie fine, pénétrante, glaciale, semblant ne devoir jamais finir. Tout d′un coup j′entendis une voix: Francisca me había dejado solo en el comedor, diciéndome que hacía mal en quedarme allí antes de que hubiese encendido el fuego. Iba a hacer la cena, porque aun antes de la llegada de mis padres, y desde esa noche, comenzaba mi reclusión. Reparé en un enorme lío de alfombras, todavía enrolladas, que habían arrimado contra el rincón del aparador, y escondiendo en ellas la cabeza, tragando su polvo y mis lágrimas, como los judíos que se cubrían de ceniza la cabeza en el duelo, rompí a sollozar. Tiritaba no sólo porque la habitación estaba fría, sino por un notable descenso térmico (contra cuyo peligro y, fuerza es decirlo, contra cuyo ligero deleite no intenta uno reaccionar) causado, por ciertas lágrimas que lloran nuestros ojos, gota a gota, como una lluvia fina, penetrante, glacial, que parece que no ha de acabar nunca. De repente oí una voz:
— Peut-on entrer? Françoise m′a dit que tu devais être dans la salle à manger. Je venais voir si tu ne voulais pas que nous allions dîner quelque part ensemble, si cela ne te fait pas mal, car il fait un brouillard à couper au couteau. —¿Se puede pasar? Me ha dicho Francisca que debías de estar en el comedor. Venía a ver si no querrías que fuésemos a cenar juntos a cualquier sitio, si no te hace daño, porque hay una niebla que se puede cortar con cuchillo.
C′était, arrivé du matin, quand je le croyais encore au Maroc ou en mer, Robert de Saint–Loup. Era Roberto de Saint-Loup, que había llegado por la mañana, cuando yo lo creía aún en Marruecos o en el finar.
J′ai dit (et précisément c′était, à Balbec, Robert de Saint–Loup qui m′avait, bien malgré lui, aidé à en prendre conscience) ce que je pense de l′amitié: à savoir qu′elle est si peu de chose que j′ai peine à comprendre que des hommes de quelque génie, et par exemple un Nietzsche, aient eu la naîµ¥té de lui attribuer une certaine valeur intellectuelle et en conséquence de se refuser à des amitiés auxquelles l′estime intellectuelle n′eût pas été liée. Oui, cela m′a toujours été un étonnement de voir qu′un homme qui poussait la sincérité avec lui-même jusqu′à se détacher, par scrupule de conscience, de la musique de Wagner, se soit imaginé que la vérité peut se réaliser dans ce mode d′expression par nature confus et inadéquat que sont, en général, des actions et, en particulier, des amitiés, et qu′il puisse y avoir une signification quelconque dans le fait de quitter son travail pour aller voir un ami et pleurer avec lui en apprenant la fausse nouvelle de l′incendie du Louvre. J′en étais arrivé, à Balbec, à trouver le plaisir de jouer avec des jeunes filles moins funeste à la vie spirituelle, à laquelle du moins il reste étranger, que l′amitié dont tout l′effort est de nous faire sacrifier la partie seule réelle et incommunicable (autrement que par le moyen de l′art) de nous-même, à un moi superficiel, qui ne trouve pas comme l′autre de joie en lui-même, mais trouve un attendrissement confus à se sentir soutenu sur des étais extérieurs, hospitalisé dans une individualité étrangère, où, heureux de la protection qu′on lui donne, il fait rayonner son bien-être en approbation et s′émerveille de qualités qu′il appellerait défauts et chercherait à corriger chez soi-même. D′ailleurs les contempteurs de l′amitié peuvent, sans illusions et non sans remords, être les meilleurs amis du monde, de même qu′un artiste portant en lui un chef-d′oeuvre et qui sent que son devoir serait de vivre pour travailler, malgré cela, pour ne pas paraître ou risquer d′être égoî²´e, donne sa vie pour une cause inutile, et la donne d′autant plus bravement que les raisons pour lesquelles il eût préféré ne pas la donner étaient des raisons désintéressées. Mais quelle que fût mon opinion sur l′amitié, même pour ne parler que du plaisir qu′elle me procurait, d′une qualité si médiocre qu′elle ressemblait à quelque chose d′intermédiaire entre la fatigue et l′ennui, il n′est breuvage si funeste qui ne puisse à certaines heures devenir précieux et réconfortant en nous apportant le coup de fouet qui nous était nécessaire, la chaleur que nous ne pouvons pas trouver en nous-même. Ya he dicho (y precisamente era, en Balbec, Roberto de Saint-Loup quien me había, bien a pesar suyo, ayudado a adquirir conciencia de ello) lo que pienso de la amistad: a saber, que es tan poca cosa, que me cuesta trabajo comprender que hombres de algún genio, como, por ejemplo, en Nietzsche, hayan tenido el candor de atribuirle cierto valor intelectual y en consecuencia esquivarse a amistades a que la estimación intelectual no fuese unida. Sí, siempre ha sido par mí un asombro ver que un hombre que extremaba la sinceridad para consigo mismo hasta apartarse, por escrúpulo de conciencia, de la música de Wagner, se haya imaginado que la verdad puede realizarse en el modo de expresión, por naturaleza confuso e inadecuado, que son, en general, unos actos, yen particular las amistades, yque pueda haber una significación cualquiera en dejar uno su trabajo por ir a ver a un amigo y llorar con él al saber la falsa noticia del incendio del Louvre. Yo había llegado, en Balbec, a encontrar el placer de jugar con las chicas menos funesto para la vida espiritual, a la que por lo menos permanece ajeno, que la amistad, cuyo esfuerzo todo es un hacernos sacrificar la única parte real e incomunicable (como no sea por medio del arte) de nosotros mismo a un yo superficial, que no encuentra, como el otro, alegría en sí mismo, sino que halla un enternecimiento confuso en sentirse sostenido por puntales externos, hospitalizado en una individualidad ajena, a la que, feliz con la protección que le dan, hace irradiar su bienestar en aprobación y se maravilla con cualidades que llamaría defectos y trataría de corregir en sí mismo. Por lo demás, los que denigran la amistad pueden, sin ilusiones y no sin remordimientos, ser los mejores amigos del mundo, de igual suerte que un artista que lleva en sí una obra maestra y se da cuenta de que su deber sería vivir para trabajar, a pesar de ello, por no parecer egoísta o no correr el riesgo de serlo, da su vida por una causa inútil, y la da tanto más denodadamente cuanto que las razones por que hubiera preferido no darla eran razones desinteresadas. Pero cualquiera que fuese mi opinión acerca de la amistad, aun sin hablar más que del goce que me procuraba, de una calidad tan mediocre que se parecía a algo intermedio entre el cansancio y el hastío, no hay brebaje tan funesto que no pueda a determinadas horas llegar a ser precioso y reconfortante, aportándonos el latigazo que nos era necesario, el calor que no podemos encontrar en nosotros mismos.
J′étais bien éloigné certes de vouloir demander à Saint–Loup, comme je le désirais il y a une heure, de me faire revoir des femmes de Rivebelle; le sillage que laissait en moi le regret de Mme de Stermaria ne voulait pas être effacé si vite, mais, au moment où je ne sentais plus dans mon coeur aucune raison de bonheur, Saint–Loup entrant, ce fut comme une arrivée de bonté, de gaîté, de vie, qui étaient en dehors de moi sans doute mais s′offraient à moi, ne demandaient qu′à être à moi. Il ne comprit pas lui-même mon cri de reconnaissance et mes larmes d′attendrissement. Qu′y a-t-il de plus paradoxalement affectueux d′ailleurs qu′un de ces amis — diplomate, explorateur, aviateur ou militaire — comme l′était Saint–Loup, et qui, repartant le lendemain pour la campagne et de là pour Dieu sait où, semblent faire tenir pour eux-mêmes, dans la soirée qu′ils nous consacrent, une impression qu′on s′étonne de pouvoir, tant elle est rare et brève, leur être si douce, et, du moment qu′elle leur plaît tant, de ne pas les voir prolonger davantage ou renouveler plus souvent. Un repas avec nous, chose si naturelle, donne à ces voyageurs le même plaisir étrange et délicieux que nos boulevards à un Asiatique. Nous partîmes ensemble pour aller dîner et tout en descendant l′escalier je me rappelai Doncières, où chaque soir j′allais retrouver Robert au restaurant, et les petites salles à manger oubliées. Je me souvins d′une à laquelle je n′avais jamais repensé et qui n′était pas à l′hôtel où Saint–Loup dînait, mais dans un bien plus modeste, intermédiaire entre l′hôtellerie et la pension de famille, et où on était servi par la patronne et une de ses domestiques. La neige m′avait arrêté là. D′ailleurs Robert ne devait pas ce soir-là dîner à l′hôtel et je n′avais pas voulu aller plus loin. On m′apporta les plats, en haut, dans une petite pièce toute en bois. La lampe s′éteignit pendant le dîner, la servante m′alluma deux bougies. Moi, feignant de ne pas voir très clair en lui tendant mon assiette, pendant qu′elle y mettait des pommes de terre, je pris dans ma main son avant-bras nu comme pour la guider. Voyant qu′elle ne le retirait pas, je le caressai, puis, sans prononcer un mot, l′attirai tout entière à moi, soufflai la bougie et alors lui dis de me fouiller, pour qu′elle eût un peu d′argent. Pendant les jours qui suivirent, le plaisir physique me parut exiger, pour être goûté, non seulement cette servante mais la salle à manger de bois, si isolée. Ce fut pourtant vers celle où dînaient Robert et ses amis que je retournai tous les soirs, par habitude, par amitié, jusqu′à mon départ de Doncières. Et pourtant, même cet hôtel où il prenait pension avec ses amis, je n′y songeais plus depuis longtemps. Nous ne profitons guère de notre vie, nous laissons inachevées dans les crépuscules d′été ou les nuits précoces d′hiver les heures où il nous avait semblé qu′eût pu pourtant être enfermé un peu de paix ou de plaisir. Mais ces heures ne sont pas absolument perdues. Quand chantent à leur tour de nouveaux moments de plaisir qui passeraient de même aussi grêles et linéaires, elles viennent leur apporter le soubassement, la consistance d′une riche orchestration. Elles s′étendent ainsi jusqu′à un de ces bonheurs types, qu′on ne retrouve que de temps à autre mais qui continuent d′être; dans l′exemple présent, c′était l′abandon de tout le reste pour dîner dans un cadre confortable qui par la vertu des souvenirs enferme dans un tableau de nature des promesses de voyage, avec un ami qui va remuer notre vie dormante de toute son énergie, de toute son affection, nous communiquer un plaisir ému, bien différent de celui que nous pourrions devoir à notre propre effort ou à des distractions mondaines; nous allons être rien qu′à lui, lui faire des serments d′amitié qui, nés dans les cloisons de cette heure, restant enfermés en elle, ne seraient peut-être pas tenus le lendemain, mais que je pouvais faire sans scrupule à Saint–Loup, puisque, avec un courage où il entrait beaucoup de sagesse et le pressentiment que l′amitié ne se peut approfondir, le lendemain il serait reparti. Estaba yo muy lejos, por cierto, de querer pedirle a Saint-Loup, como deseaba hacía una hora, que me hiciera volver a ver mujeres de las de Rivebelle: el surco que dejaba en mí la añoranza de la señora de Stermaria no quería ser borrado tan aprisa; pero en el momento en que ya no sentía en mi corazón ningún motivo de felicidad, la entrada de Saint-Loup fue como un arribo de bondad, de alegría, de vida, que estaban fuera de mí, desde luego, pero que se me ofrecían, que no pedían más que ser mías. Ni él mismo comprendió mi grito de agradecimiento y mis lágrimas de ternura. ¿Qué cosa hay más paradójicamente afectuosa, por otra parte, que uno de esos amigos —diplomático, explorador, aviador o militar— como era Saint-Loup, y que, como vuelven a salir a la mañana siguiente para el campo, y de allí para Dios sabe dónde, parece como si hicieran alojarse para sí mismos, en la tarde que nos consagran, una impresión que se extraña uno de que pueda, de tan rara y breve como es, serles tan dulce, y, desde el momento en que tanto les agrada, de no verles prolongarla más o renovarla más a menudo? Una corrida con nosotros, cosa tan natural, depara a estos viajeros el mismo deleite extraño y delicioso que nuestros bulevares a un asiático. Salimos juntos para ir a cenar, y mientras bajaba la escalera me acordé de Doncières, donde todas las noches iba a buscar a Roberto al restaurante, y de los comedorcitos olvidados. Me acordé de uno en el que no había vuelto a pensar nunca y que no estaba en el hotel en que cenaba Saint-Loup, sino en otro mucho más modesto, entre fonda y casa de huéspedes, yen que le servían a uno la patrona yuna de sus criadas. La nieve me había detenido allí. Por otra parte, Roberto no iba a cenar aquella noche al hotel, y yo no había querido ir más lejos. Me llevaron los platos arriba, a un cuartito revestido todo él de madera. La lámpara se apagó durante la comida; la criada me encendió dos velas. Yo, fingiendo no ver muy claro al tenderle mi plato, mientras ella ponía en éste unas patatas, cogí en mi mano su antebrazo desnudo, como para guiarla. Al ver que no lo retiraba, la acaricié; luego, sin pronunciar palabra, la atraje del todo hacia mí, apague las velas, y entonces le dije que me cachease si quería ganarse algún dinero. Durante los días que siguieron, el placer físico me pareció que exigía, para ser saboreado, no sólo aquella criada, sino el comedor de madera, tan aislado. Fui, con todo, hacia el lugar en que cenaban Roberto y sus amigos, adonde volví todas las noches, por costumbre, por amistad, hasta mi partida de Doncières. Y, sin embargo, ni aun en aquel hotel en qué se hospedaba Saint-Loup con sus amigos pensaba yo ya desde hacía mucho tiempo. Apenas nos aprovechamos de nuestra vida, dejamos inacabadas en los crepúsculos de estío o en las noches precoces de invierno las horas en que nos había parecido que hubiera podido, sin embargo, estar encerrado un poco de paz o de goce. Pero esas horas no están absolutamente perdidas. Cuando cantan a su vez nuevos momentos de placer que pasarían del mismo modo, tan endebles y lineables, vienen ellas a traerles el basamento, la consistencia de una rica orquestación. Se extienden así hasta una de esas felicidades tipo, que sólo se encuentran de tarde en tarde, pero que siguen existiendo; en el ejemplo presente, era el abandono de todo lo demás para cenar en un marco confortable que, por la virtud de los recuerdos, encierra en un cuadro de naturaleza promesas de viaje, con un amigo que va a remover nuestra vida durmiente con toda su energía, con todo su afecto; a comunicarnos un goce conmovido, harto diferente del que podríamos deber a nuestro propio esfuerzo o a las distracciones mundanas; vamos a ser nada más que de él, a hacerle juramentos de amistad que, nacidos entre los tabiques de esa hora, permaneciendo encerrados en ella, acaso no serían cumplidos al día siguiente, pero que yo podía hacerle sin escrúpulos a Saint-Loup, ya que éste, con un valor en que entraba mucha cordura y el presentimiento de que no se puede zahondar en la amistad, a la mañana siguiente habría partido de nuevo.
Si en descendant l′escalier je revivais les soirs de Doncières, quand nous fûmes arrivés dans la rue brusquement, la nuit presque complète où le brouillard semblait avoir éteint les réverbères, qu′on ne distinguait, bien faibles, que de tout près, me ramena à je ne sais quelle arrivée, le soir, à Combray, quand la ville n′était encore éclairée que de loin en loin, et qu′on y tâtonnait dans une obscurité humide, tiède et sainte de Crèche, à peine étoilée ça et là d′un lumignon qui ne brillait pas plus qu′un cierge. Entre cette année, d′ailleurs incertaine, de Combray, et les soirs à Rivebelle revus tout à l′heure au-dessus des rideaux, quelles différences! J′éprouvais à les percevoir un enthousiasme qui aurait pu être fécond si j′étais resté seul, et m′aurait évité ainsi le détour de bien des années inutiles par lesquelles j′allais encore passer avant que se déclarât la vocation invisible dont cet ouvrage est l′histoire. Si cela fût advenu ce soir-là, cette voiture eût mérité de demeurer plus mémorable pour moi que celle du docteur Percepied sur le siège de laquelle j′avais composé cette petite description — précisément retrouvée il y avait peu de temps, arrangée, et vainement envoyée au Figaro — des cloches de Martainville. Est-ce parce que nous ne revivons pas nos années dans leur suite continue jour par jour, mais dans le souvenir figé dans la fraîcheur ou l′insolation d′une matinée ou d′un soir, recevant l′ombre de tel site isolé, enclos, immobile, arrêté et perdu, loin de tout le reste, et qu′ainsi, les changements gradués non seulement au dehors, mais dans nos rêves et notre caractère évoluant, lesquels nous ont insensiblement conduit dans la vie d′un temps à tel autre très différent, se trouvant supprimés, si nous revivons un autre souvenir prélevé sur une année différente, nous trouvons entre eux, grâce à des lacunes, à d′immenses pans d′oubli, comme l′abîme d′une différence d′altitude, comme l′incompatibilité de deux qualités incomparables d′atmosphère respirée et de colorations ambiantes? Mais entre les souvenirs que je venais d′avoir, successivement, de Combray, de Doncières et de Rivebelle, je sentais en ce moment bien plus qu′une distance de temps, la distance qu′il y aurait entre des univers différents où la matière ne serait pas la même. Si j′avais voulu dans un ouvrage imiter celle dans laquelle m′apparaissaient ciselés mes plus insignifiants souvenirs de Rivebelle, il m′eût fallu veiner de rose, rendre tout d′un coup translucide, compacte, fraîchissante et sonore, la substance jusque-là analogue au grès sombre et rude de Combray. Mais Robert, ayant fini de donner ses explications au cocher, me rejoignit dans la voiture. Les idées qui m′étaient apparues s′enfuirent. Ce sont des déesses qui daignent quelquefois se rendre visibles à un mortel solitaire, au détour d′un chemin, même dans sa chambre pendant qu′il dort, alors que debout dans le cadre de la porte elles lui apportent leur annonciation. Mais dès qu′on est deux elles disparaissent, les hommes en société ne les aperçoivent jamais. Et je me trouvai rejeté dans l′amitié. Robert en arrivant m′avait bien averti qu′il faisait beaucoup de brouillard, mais tandis que nous causions il n′avait cessé d′épaissir. Ce n′était plus seulement la brume légère que j′avais souhaité voir s′élever de l′île et nous envelopper Mme de Stermaria et moi. A deux pas les réverbères s′éteignaient et alors c′était la nuit, aussi profonde qu′en pleins champs, dans une forêt, ou plutôt dans une molle île de Bretagne vers laquelle j′eusse voulu aller, je me sentis perdu comme sur la côte de quelque mer septentrionale où on risque vingt fois la mort avant d′arriver à l′auberge solitaire; cessant d′être un mirage qu′on recherche, le brouillard devenait un de ces dangers contre lesquels on lutte, de sorte que nous eûmes, à trouver notre chemin et à arriver à bon port, les difficultés, l′inquiétude et enfin la joie que donne la sécurité— si insensible à celui qui n′est pas menacé de la perdre — au voyageur perplexe et dépaysé. Une seule chose faillit compromettre mon plaisir pendant notre aventureuse randonnée, à cause de l′étonnement irrité où elle me jeta un instant. «Tu sais, j′ai raconté à Bloch, me dit Saint–Loup, que tu ne l′aimais pas du tout tant que ça, que tu lui trouvais des vulgarités. Voilà comme je suis, j′aime les situations tranchées», conclut-il d′un air satisfait et sur un ton qui n′admettait pas de réplique. J′étais stupéfait. Non seulement j′avais la confiance la plus absolue en Saint–Loup, en la loyauté de son amitié, et il l′avait trahie par ce qu′il avait dit à Bloch, mais il me semblait que de plus il eût dû être empêché de le faire par ses défauts autant que par ses qualités, par cet extraordinaire acquis d′éducation qui pouvait pousser la politesse jusqu′à un certain manque de franchise. Son air triomphant était-il celui que nous prenons pour dissimuler quelque embarras en avouant une chose que nous savons que nous n′aurions pas dû faire? traduisait-il de l′inconscience? de la bêtise érigeant en vertu un défaut que je ne lui connaissais pas? un accès de mauvaise humeur passagère contre moi le poussant à me quitter, ou l′enregistrement d′un accès de mauvaise humeur passagère vis-à-vis de Bloch à qui il avait voulu dire quelque chose de désagréable même en me compromettant? Du reste sa figure était stigmatisée, pendant qu′il me disait ces paroles vulgaires, par une affreuse sinuosité que je ne lui ai vue qu′une fois ou deux dans la vie, et qui, suivant d′abord à peu près le milieu de la figure, une fois arrivée aux lèvres les tordait, leur donnait une expression hideuse de bassesse, presque de bestialité toute passagère et sans doute ancestrale. Il devait y avoir dans ces moments-là, qui sans doute ne revenaient qu′une fois tous les deux ans, éclipse partielle de son propre moi, par le passage sur lui de la personnalité d′un al qui s′y reflétait. Tout autant que l′air de satisfaction de Robert, ses paroles: «J′aime les situations tranchées» prêtaient au même doute, et auraient dû encourir le même blâme. Je voulais lui dire que si l′on aime les situations tranchées, il faut avoir de ces accès de franchise en ce qui vous concerne et ne point faire de trop facile vertu aux dépens des autres. Mais déjà la voiture s′était arrêtée devant le restaurant dont la vaste façade vitrée et flamboyante arrivait seule à percer l′obscurité. Le brouillard lui-même, par les clartés confortables de l′intérieur, semblait jusque sur le trottoir même vous indiquer l′entrée avec la joie de ces valets qui reflètent les dispositions du maître; il s′irisait des nuances les plus délicates et montrait l′entrée comme la colonne lumineuse qui guida les Hébreux. Il y en avait d′ailleurs beaucoup dans la clientèle. Car c′était dans ce restaurant que Bloch et ses amis étaient venus longtemps, ivres d′un jeûne aussi affamant que le jeûne rituel, lequel du moins n′a lieu qu′une fois par an, de café et de curiosité politique, se retrouver le soir. Toute excitation mentale donnant une valeur qui prime, une qualité supérieure aux habitudes qui s′y rattachent, il n′y a pas de goût un peu vif qui ne compose ainsi autour de lui une société qu′il unit, et où la considération des autres membres est celle que chacun recherche principalement dans la vie. Ici, fût-ce dans une petite ville de province, vous trouverez des passionnés de musique; le meilleur de leur temps, le plus clair de leur argent se passe aux séances de musique de chambre, aux réunions où on cause musique, au café où l′on se retrouve entre amateurs et où on coudoie les musiciens de l′orchestre. D′autres épris d′aviation tiennent à être bien vus du vieux garçon du bar vitré perché au haut de l′aérodrome; à l′abri du vent, comme dans la cage en verre d′un phare, il pourra suivre, en compagnie d′un aviateur qui ne vole pas en ce moment, les évolutions d′un pilote exécutant des loopings, tandis qu′un autre, invisible l′instant d′avant, vient atterrir brusquement, s′abattre avec le grand bruit d′ailes de l′oiseau Roch. La petite coterie qui se retrouvait pour tâcher de perpétuer, d′approfondir, les émotions fugitives du procès Zola, attachait de même une grande importance à ce café. Mais elle y était mal vue des jeunes nobles qui formaient l′autre partie de la clientèle et avaient adopté une seconde salle du café, séparée seulement de l′autre par un léger parapet décoré de verdure. Ils considéraient Dreyfus et ses partisans comme des traîtres, bien que vingt-cinq ans plus tard, les idées ayant eu le temps de se classer et le dreyfusisme de prendre dans l′histoire une certaine élégance, les fils, bolchevisants et valseurs, de ces mêmes jeunes nobles dussent déclarer aux «intellectuels» qui les interrogeaient que sûrement, s′ils avaient vécu en ce temps-là, ils eussent été pour Dreyfus, sans trop savoir beaucoup plus ce qu′avait été l′Affaire que la comtesse Edmond de Pourtalès ou la marquise de Galliffet, autres splendeurs déjà éteintes au jour de leur naissance. Car, le soir du brouillard, les nobles du café qui devaient être plus tard les pères de ces jeunes intellectuels rétrospectivement dreyfusards étaient encore garçons. Certes, un riche mariage était envisagé par les familles de tous, mais n′était encore réalisé pour aucun. Encore virtuel, il se contentait, ce riche mariage désiré à la fois par plusieurs (il y avait bien plusieurs «riches partis» en vue, mais enfin le nombre des fortes dots était beaucoup moindre que le nombre des aspirants), de mettre entre ces jeunes gens quelque rivalité. Si al bajar la escalera revivía yo las atardecidas de Doncières, cuando hubimos llegado a la calle bruscamente, la noche casi completa en que la niebla parecía haber apagado los faroles, que no se distinguían, harto débiles, como no, fuese desde muy cerca, me devolvió a no sé qué llegada, al atardecer, a Combray, cuando la ciudad no estaba aún alumbrada más que de trecho en trecho y andaba uno en ella a tientas en una oscuridad húmeda, tibia y sagrada, de pesebre, estrellada apenas acá y allá por un lucecilla que no brillaba más que un cirio. Entre ese año, por lo demás incierto, de Combray, y los atardeceres de Rivebelle, que momentos antes había vuelto a ver por cima de los visillos, ¡qué diferencias! Sentía yo al percibirlas un entusiasmo que hubiera podido ser fecundo si me hubiese quedado solo, y me habría evitado así el rodeo de muchos años inútiles por los que aún había de pasar antes de que se declarase la vocación invisible de que esta obra es la historia. Si tal hubiera ocurrido aquella tarde, el coche en que íbamos hubiera merecido quedar como más perdurable para mí que el del doctor Percepied, sentado en cuyo asiento había compuesto yo la breve descripción —vuelta a encontrar precisamente hacía poco tiempo, arreglada y vanamente enviada al Fígaro— de las campanas de Martinville. ¿Es porque no, revivimos nuestros años en su sucesión continua, día por día, sino en el recuerdo fijado en el frescor o en la insolación de una mañana o de una tarde, recibiendo la sombra de tal lugar aislado, cercado, inmóvil, parado y perdido, lejos de todo lo demás, y que así, al resultar suprimidos los cambios graduados no sólo en el exterior, sino en nuestros sueños y en nuestro carácter en evolución, cambios que nos han conducido insensiblemente por la vida un tiempo a tal otro muy diferente, si revivimos otro recuerdo tomado de un año diferente, encontramos entre ellos, gracias a lagunas, a inmensos lienzos de olvido, algo así como el abismo de una diferencia de altura, como la incompatibilidad de dos calidades incomparables de atmósfera respirada y de coloraciones ambientes? Pero entre los recuerdos que acababa de tener, sucesivamente, de Combray, de Doncières y de Rivebelle sentía yo en este momento mucho más que una distancia en el tiempo: la distancia que habría entre universos diferentes en que la materia no fuese la misma. De haber querido imitar en una obra aquella en que se me aparecían cincelados mis más insignificantes recuerdos de Rivebelle, hubiera tenido que vetear de rosa, hacer de repente traslúcida, refrescante y sonora, la sustancia hasta allí análoga al barro oscuro y tosco de Combray. Pero Roberto, que había acabado de dar sus explicaciones al cochero, vino a sentarse a mi lado en el coche. Las ideas que se me habían aparecido, huyeron. Son diosas que a veces se dignan hacerse visibles a un mortal solitario, a la vuelta de un camino, incluso en su alcoba mientras duerme y en tanto ellas, de pie en el vano de la puerta, le traen su anunciación. Pero desde el momento en que hay dos personas juntas, desaparecen; los hombres en sociedad no las distinguen nunca. Y me encontré arrojado a la amistad. Roberto, al llegar; me había advertido ya que había mucha niebla; pero ésta, mientras charlábamos, no había cesado de hacerse más espesa. Ya no era sólo la ligera bruma que había deseado yo ver alzarse de la isla yenvolvernos a la señora de Stermaria ya mí. A dos pasos, los faroles se apagaban, y entonces venía la noche, tan profunda como en medio de los campos, en una selva, o más bien en una blanda isla de Bretaña hacia la que hubiera querido yo ir; me sentí perdido como en la costa de un mar septentrional donde se expone uno veinte veces a la muerte antes de llegar al albergue solitario; dejando de ser un espejismo que buscamos, la niebla se convertía en uno de esos peligros contra los que lucha uno, de modo que tuvimos, para encontrar nuestro camino y llegar a buen puerto, la inquietud y, por fin, el júbilo que da la seguridad —tan insensible para el que no está amenazado de perderla— al viajero perplejo y extraviado. Sólo una cosa estuvo a punto de comprometer mi goce durante nuestra aventurada correría, debido al irritado asombro en queme precipitó por un instante. “¿Sabes?, le he contado a Bloch — me dijo Saint-Loup— que no lo querías ni tanto así, que le encontrabas ciertas vulgaridades. Ahí tienes, yo soy así: me gustan las situaciones claras”, concluyó, con una expresión satisfecha y en un tono que no admitía réplica. Yo estaba estupefacto. No sólo tenía la más absoluta confianza en Saint-Loup, en la lealtad de su amistad, y él la había traicionado con lo que había dicho a Bloch, sino que además me parecía que hubieran debido impedirle hacer semejante cosa tanto sus defectos como sus cualidades, aquella extraordinaria dosis de educación adquirida que podía llevar la cortesía hasta cierta falta de franqueza. Su expresión triunfante, ¿era la que adoptamos para disimular cierto embarazo al confesar una cosa que sabemos que no hubiéramos debido hacer, traducía una inconsciencia una estupidez que erigía en virtud un defecto que yo no le conocía, un acceso de mal humor pasajero contra mí, que 1o impulsaba a abandonarme, o el acuse de un acceso de mal humor pasajero respecto a Bloch, al que había querido decir algo desagradable, aun comprometiéndome? Por otra parte, su rostro estaba estigmatizado, mientras me decía estas palabras vulgares, por una horrible sinuosidad que no le he visto más que una o dos veces en la vida, y que, siguiendo primero aproximadamente el centro de la cara, una vez que había llegado a los labios los torcía, les daba una horrorosa expresión de bajeza, casi de bestialidad puramente pasajera y sin duda ancestral. Debía de haber en estos momentos, que indudablemente no volvían a darse más que una vez cada tres años, un eclipse parcial de su propio yo, porque pasase sobre él la personalidad de un antepasado que en ese yo se reflejaba. Tanto como el aspecto de satisfacción de Roberto, sus palabras: “Me gustan las situaciones claras”, se prestaban a la misma duda y hubieron debido merecer el mismo reproche. Quería yo decirle que, si le gustan a uno las situaciones claras, hay que tener esos raptos de franqueza en lo que a uno mismo atañe y no hacer gala de una virtud demasiado fácil a costa de los demás. Pero ya se había detenido el coche delante del restaurante, cuya vasta fachada encristalada y flameante era lo único que conseguía traspasar la oscuridad. La misma niebla, merced a las confortables claridades del interior, parecía ya, desde la acera, indicar la entrada con el júbilo de esos criados que reflejan la disposición de ánimo del señor; irisábase con los matices más delicados y apuntaba a la entrada como la columna luminosa que guió a los hebreos. Había, por otra parte, muchos de estos entre la clientela. Porque era a este restaurante adonde Bloch y sus amigos habían venido por espacio de mucho tiempo —ebrios de un ayuno tan espoleador del hambre como el ayuno ritual (que, a lo menos, no se celebra más que una vez al año), de café y de curiosidad política— a encontrarse a la caída de la tarde. Como toda excitación mental comunica un valor predominante, una calidad superior a las costumbres que lleva aparejadas, no hay gusto un poco alerta que no componga así en torno una sociedad que unifica y en la que la consideración de los demás miembros es la que cada cual busca principalmente en la vida. Aquí, aunque sea en un villorrio de provincias, encontraréis apasionados de la música; lo mejor de su tiempo, lo más lucido de su dinero, no van a parar a las sesiones de música de cámara, a las reuniones en que se habla de música, sino al café en que se encuentran unos con otros entre deleitantes y en que se codea uno con los músicos de la orquesta. Otros, entusiastas de la aviación, se afanan porque no deje de verlos el camarero viejo del encristalado bar encaramado en lo alto del aeródromo; al abrigo del viento, como en la jaula de vidrio de un faro, podrá seguir, en compañía de un aviador que no vuela en ese momento, las evoluciones de un piloto que riza el rizo, mientras otro, invisible un minuto antes, acaba de aterrizar bruscamente, de abatirse con el gran estruendo de alas del ave Roc. La reducida peña que se reunía para tratar de perpetuar, profundizar las emociones fugitivas del proceso de Zola, concedía también gran importancia a este café. Pero era mal mirada en él por los jóvenes aristócratas que formaban la otra parte de la clientela y habían adoptado una segunda sala del café, separada solamente de la otra por un ligero parapeto adornado de vegetación. Consideraban a Dreyfus y a sus partidarios como traidores, bien que veinticinco años más tarde, como las ideas habían tenido tiempo de sedimentarse y el dreyfusismo de cobrar en la historia cierta elegancia, los hijos, bolchevizantes y valseadores, de esos mismos jóvenes aristócratas habían declarado a los “intelectuales” que los interrogaban que seguramente, de haber vivido en aquel tiempo, hubiesen estado de parte de Dreyfus, sin saber a ciencia cierta mucho más de lo que había sido el affaire que la condesa Edmond de Pourtalés o la marquesa de Galloffet, otras luminarias ya extinguidas el día en que habían nacido ellos. Porque la noche de la niebla, los nobles del café, que habían de ser más tarde padres de esos jóvenes intelectuales retrospectivamente dreyfusistas, estaban todavía solteros. Verdad es que las familias de todos ellos pensaban en un rico casamiento; pero eso era cosa que ninguno había realizado todavía. Virtual aún, ese opulento matrimonio deseado por varios a la vez (había realmente muchos “buenos partidos” a la vista, pero, al fin, el número de dotes pingües era mucho menor que el de aspirantes) se contentaba con introducir entre aquellos jóvenes cierta rivalidad.
Le malheur voulut pour moi que, Saint–Loup étant resté quelques minutes à s′adresser au cocher afin qu′il revînt nous prendre après avoir dîné, il me fallut entrer seul. Or, pour commencer, une fois engagé dans la porte tournante dont je n′avais pas l′habitude, je crus que je ne pourrais pas arriver à en sortir. (Disons en passant, pour les amateurs d′un vocabulaire plus précis, que cette porte tambour, malgré ses apparences pacifiques, s′appelle porte revolver, de l′anglais revolving door .) Ce soir-là le patron, n′osant pas se mouiller en allant dehors ni quitter ses clients, restait cependant près de l′entrée pour avoir le plaisir d′entendre les joyeuses doléances des arrivants tout illuminés par la satisfaction de gens qui avaient eu du mal à arriver et la crainte de se perdre. Pourtant la rieuse cordialité de son accueil fut dissipée par la vue d′un inconnu qui ne savait pas se dégager des volants de verre. Cette marque flagrante d′ignorance lui fit froncer le sourcil comme à un examinateur qui a bonne envie de ne pas prononcer le dignus es intrare . Pour comble de malchance j′allai m′asseoir dans la salle réservée à l′aristocratie d′où il vint rudement me tirer en m′indiquant, avec une grossièreté à laquelle se conformèrent immédiatement tous les garçons, une place dans l′autre salle. Elle me plut d′autant moins que la banquette où elle se trouvait était déjà pleine de monde (et que j′avais en face de moi la porte réservée aux Hébreux qui, non tournante celle-là, s′ouvrant et se fermant à chaque instant, m′envoyait un froid horrible). Mais le patron m′en refusa une autre en me disant: «Non, monsieur, je ne peux pas gêner tout le monde pour vous.» Il oublia d′ailleurs bientôt le dîneur tardif et gênant que j′étais, captivé qu′il était par l′arrivée de chaque nouveau venu, qui, avant de demander son bock, son aile de poulet froid ou son grog (l′heure du dîner était depuis longtemps passée), devait, comme dans les vieux romans, payer son écot en disant son aventure au moment où il pénétrait dans cet asile de chaleur et de sécurité, où le contraste avec ce à quoi on avait échappé faisait régner la gaieté et la camaraderie qui plaisantent de concert devant le feu d′un bivouac. Quiso mi mala suerte que, como Saint-Loup se hubiese rezagado unos minutos para dirigirse al cochero con objeto de que viniese a recogernos después de haber cenado, tuviera yo que entrar solo. Ahora bien, para empezar, una vez que estuve metido en la puerta giratoria, a la que no estaba acostumbrado, creí que no iba a poder lograr salir de ella. (Digamos de pasada, para los que gusten de un vocabulario más preciso, que esta puerta de tambor, a despecho de sus apariencias pacíficas, se llama “puerta revólver”, del inglés revolwing door.) Aquella tarde, el dueño del café, que no se atrevía a mojarse, si salía afuera, ni a abandonar a sus clientes, permanecía, con todo, junto a la entrada para tener el gusto de oír las joviales quejas de los que llegaban iluminados por una satisfacción de gente a quien le había costado trabajo llegar y había pasado miedo de perderse. Sin embargo, la risueña, cordialidad de su recibimiento se disipó ante el espectáculo de un desconocido que no sabía desprenderse de las aspas de cristal. Esta muestra flagrante de ignorancia le hizo fruncir el ceño como a un examinador al que se le pasan sus buenas ganas de no pronunciar el dignos est intrare. Para colmo de desdichas, fui a sentarme a la sala reservada a la aristocracia, de donde el dueño del establecimiento vino a sacarme rudamente, indicándome, con una grosería a la que se ajustaron inmediatamente todos los camareros, un sitio en la otra sala. El sitio me gustó tanto menos cuanto que el diván en que se encontraba estaba ya lleno de gente (sobre que tenía frente a mí la puerta reservada a los hebreos, que, como no era giratoria, al abrirse y cerrarse a cada instante me mandaba un frío horrible). Pero el dueño se negó a darme otro, diciéndome: “No caballero, no puedo molestar a todo el mundo por usted”. Pronto se olvidó, por lo demás, del comensal tardío e incordioso que era yo, cautivado como estaba por la entrada de cada recién llegado, que, antes de pedir su bock, su alón de pollo fiambre o su grog (la hora de la cena hacía ya mucho que había pasado), debía, como en las antiguas novelas, pagar su escote refiriendo su aventura en el momento en que entraba en este asilo de calor y de seguridad en que el contraste con aquello de que había escapado uno hacía reinar la jovialidad y la camaradería que bromean unidos ante el fuego de un vivaque.
L′un racontait que sa voiture, se croyant arrivée au pont de la Concorde, avait fait trois fois le tour des Invalides; un autre que la sienne, essayant de descendre l′avenue des Champs-Élysées, était entrée dans un massif du Rond–Point, d′où elle avait mis trois quarts d′heure à sortir. Puis suivaient des lamentations sur le brouillard, sur le froid, sur le silence de mort des rues, qui étaient dites et écoutées de l′air exceptionnellement joyeux qu′expliquaient la douce atmosphère de la salle où excepté à ma place il faisait chaud, la vive lumière qui faisait cligner les yeux déjà habitués à ne pas voir et le bruit des causeries qui rendait aux oreilles leur activité. El uno contaba que su coche, creyendo haber llegado al puente de la Concordia, había dado la vuelta por tres veces a los Inválidos; otros, que el suyo, cuando intentaba bajar por la avenida de los Campos Elíseos, se había metido en un macizo de la Glorieta, de donde había tardado tres cuartos de hora en salir. Luego venían las lamentaciones a cuenta de la niebla, del frío, del silencio de muerte de las calles, lamentaciones dichas y escuchadas con la expresión excepcionalmente gozosa que explicaban la benigna atmósfera de la sala, en la que, a no ser en mi sitio, hacía calor; la viva luz que obligaba a hacer guiños a los ojos, habituados ya a no ver, y el barullo de las conversaciones, que devolvía a los oídos su actividad.
Les arrivants avaient peine à garder le silence. La singularité des péripéties, qu′ils croyaient uniques, leur brûlaient la langue, et ils cherchaient des yeux quelqu′un avec qui engager la conversation. Le patron lui-même perdait le sentiment des distances: «M. le prince de Foix s′est perdu trois fois en venant de la porte Saint–Martin», ne craignit-il pas de dire en riant, non sans désigner, comme dans une présentation, le célèbre aristocrate à un avocat israélite qui, tout autre jour, eût été séparé de lui par une barrière bien plus difficile à franchir que la baie ornée de verdures. «Trois fois! voyez-vous ça», dit l′avocat en touchant son chapeau. Le prince ne goûta pas la phrase de rapprochement. Il faisait partie d′un groupe aristocratique pour qui l′exercice de l′impertinence, même à l′égard de la noblesse quand elle n′était pas de tout premier rang, semblait être la seule occupation. Ne pas répondre à un salut; si l′homme poli récidivait, ricaner d′un air narquois ou rejeter la tête en arrière d′un air furieux; faire semblant de ne pas connaître un homme âgé qui leur aurait rendu service; réserver leur poignée de main et leur salut aux ducs et aux amis tout à fait intimes des ducs que ceux-ci leur présentaient, telle était l′attitude de ces jeunes gens et en particulier du prince de Foix. Une telle attitude était favorisée par le désordre de la prime jeunesse (où, même dans la bourgeoisie, on paraît ingrat et on se montre mufle parce qu′ayant oublié pendant des mois d′écrire à un bienfaiteur qui vient de perdre sa femme, ensuite on ne le salue plus pour simplifier), mais elle était surtout inspirée par un snobisme de caste suraigu. Il est vrai que, à l′instar de certaines affections nerveuses dont les manifestations s′atténuent dans l′âge mûr, ce snobisme devait généralement cesser de se traduire d′une façon aussi hostile chez ceux qui avaient été de si insupportables jeunes gens. La jeunesse une fois passée, il est rare qu′on reste confiné dans l′insolence. On avait cru qu′elle seule existait, on découvre tout d′un coup, si prince qu′on soit, qu′il y a aussi la musique, la littérature, voire la députation. L′ordre des valeurs humaines s′en trouvera modifié, et on entre en conversation avec les gens qu′on foudroyait du regard autrefois. Bonne chance à ceux de ces gens-là qui ont eu la patience d′attendre et de qui le caractère est assez bien fait — si l′on doit ainsi dire — pour qu′ils éprouvent du plaisir à recevoir vers la quarantaine la bonne grâce et l′accueil qu′on leur avait sèchement refusés à vingt ans. A los que llegaban les costaba trabajo guardar silencio. La singularidad, que creían única, de las peripecias les abrasaba la lengua y buscaban con los ojos alguien con quien entablar conversación. Hasta el dueño perdía el sentido de las distancias: “El príncipe de Foix se extravió tres veces al venir de la Puerta de San Martín”, no temió decir, riéndose, no sin señalar, como en una presentación, al célebre aristócrata a un abogado israelita que otro día cualquiera habría estado separado de aquél por una barrera mucho más difícil de franquear que el hueco adornado de verdor. “¡Tres veces! ¡Hay que ver!”, dijo el abogado, llevándose la mano al sombrero. Al príncipe no le hizo gracia la frase de aproximación. Formaba parte de un grupo aristocrático para el que el ejercicio de la impertinencia, incluso respecto de la nobleza cuando ésta no era de primera categoría, parecía ser la ocupación única. No responder a un saludo, si el hombre cortés reincidía; reírse burlonamente con expresión socarrona, echar hacia atrás la cabeza con aires furiosos, hacer como que no conocían a un hombre entrado en años que les hubiera prestado algún servicio, reservar su apretón de manos para los duques y los amigos realmente íntimos de los duques que éstos les presentaban, tal era la actitud de estos jóvenes, y en particular del príncipe de Foix. Semejante actitud era favorecida por el desorden de la primera mocedad (en que hasta en la burguesía parece uno ingrato y se muestra grosero porque, encima de que nos hemos olvidado durante meses enteros de escribir a un bienhechor que acaba de perder a su mujer, luego ya no lo saludamos, por simplificar); pero era inspirada, sobre todo, por un agudísimo snobismo de casta. Verdad es que, de igual modo que ciertas afecciones nerviosas cuyas manifestaciones se atenúan en la edad madura, ese snobismo había de cesar generalmente de traducirse de una manera tan hostil en los que tan insoportables habían sido de jóvenes. Una vez pasada la mocedad, es raro que permanezcamos confinados en la insolencia. Habíamos creído que eso era lo único que existía; de pronto se descubre, por príncipe que uno sea, que también existen la música, la literatura, las actas de diputado, inclusive. El orden de los valores humanos aparecerá modificado por ello, y entra uno en conversación con las gentes a quienes fulminaba con la mirada en otro tiempo. Buena ocasión para aquellas de estas gentes que han tenido paciencia para esperar y cuyo carácter está bastante bien hecho — si así debe decirse— para que hallen gusto en recibir hacia los cuarenta años la afabilidad y la acogida que se les había negado secamente a los veinte.
A propos du prince de Foix il convient de dire, puisque l′occasion s′en présente, qu′il appartenait à une coterie de douze à quinze jeunes gens et à un groupe plus restreint de quatre. La coterie de douze à quinze avait cette caractéristique, à laquelle échappait, je crois, le prince, que ces jeunes gens présentaient chacun un double aspect. Pourris de dettes, ils semblaient des rien-du-tout aux yeux de leurs fournisseurs, malgré tout le plaisir que ceux-ci avaient à leur dire: «Monsieur le Comte, monsieur le Marquis, monsieur le Duc . . . » Ils espéraient se tirer d′affaire au moyen du fameux «riche mariage», dit encore «gros sac», et comme les grosses dots qu′ils convoitaient n′étaient qu′au nombre de quatre ou cinq, plusieurs dressaient sourdement leurs batteries pour la même fiancée. Et le secret était si bien gardé que, quand l′un d′eux venant au café disait: «Mes excellents bons, je vous aime trop pour ne pas vous annoncer mes fiançailles avec Mlle d′Ambresac», plusieurs exclamations retentissaient, nombre d′entre eux, croyant déjà la chose faite pour eux-mêmes avec elle, n′ayant pas le sang-froid nécessaire pour étouffer au premier moment le cri de leur rage et de leur stupéfaction: «Alors ça te fait plaisir de te marier, Bibi?» ne pouvait s′empêcher de s′exclamer le prince de Châtellerault, qui laissait tomber sa fourchette d′étonnement et de désespoir, car il avait cru que les mêmes fiançailles de Mlle d′Ambresac allaient bientôt être rendues publiques, mais avec lui, Châtellerault. Et pourtant, Dieu sait tout ce que son père avait adroitement conté aux Ambresac contre la mère de Bibi. «Alors ça t′amuse de te marier?» ne pouvait-il s′empêcher de demander une seconde fois à Bibi, lequel, mieux préparé puisqu′il avait eu tout le temps de choisir son attitude depuis que c′était «presque officiel», répondait en souriant: «Je suis content non pas de me marier, ce dont je n′avais guère envie, mais d′épouser Daisy d′Ambresac que je trouve délicieuse.» Le temps qu′avait duré cette réponse, M. de Châtellerault s′était ressaisi, mais il songeait qu′il fallait au plus vite faire volte-face en direction de Mlle de la Canourque ou de Miss Foster, les grands partis nº 2 et nº 3, demander patience aux créanciers qui attendaient le mariage Ambresac, et enfin expliquer aux gens auxquels il avait dit aussi que Mlle d′Ambresac était charmante que ce mariage était bon pour Bibi, mais que lui se serait brouillé avec toute sa famille s′il l′avait épousée. Mme de Soléon avait été, allait-il prétendre, jusqu′à dire qu′elle ne les recevrait pas. A propósito del príncipe de Foix, conviene decir, puesto que se presenta ocasión de ello, que pertenecía a una peña de doce o quince jóvenes y a un grupo, más restringido, de cuatro. La peña de los doce o quince ofrecía la característica, a la que creo escapaba el príncipe, de que cada uno de aquellos jóvenes presentaba doble aspecto. Podridos de deudas, parecían unos don nadie a los ojos de sus proveedores, a despecho de todo el placer que éstos hallaban en decir de ellos: “El señor conde, el señor marqués, el señor duque...” Esperaban salir del atolladero por medio de la famosa “buena boda”, llamada también “buen gato”, y como las opulentas dotes que codiciaban no eran arriba de cuatro o cinco, muchos de ellos asestaban solapadamente sus baterías contra una misma novia. Y tan bien guardaban el secreto, que cuando uno de ellos, al venir al café, decía: “Chicos, os quiero demasiado para no anunciaros que soy el prometido de la señorita de Ambresac”, resonaban diversas exclamaciones, porque muchos de ellos daban ya la cosa por hecha para sí mismos con esa señorita, sin tener la sangre fría necesaria para ahogar en el primer momento el grito de su rabia y de su estupefacción: “Entonces, ¿es que encuentras gusto en casarte, Bibí?”, no podía menos de exclamar el príncipe de Châtellerault, que dejaba caer su tenedor, de asombro y desesperación, porque había creído que esos mismos desposorios de la señorita de Ambresac iban a hacerse públicos muy pronto, pero con él, con Châtellerault. Y, sin embargo, Dios sabe todo lo que su padre les había contado mañosamente a los Ambresac en contra de la madre de Bibí. “¿Conque te divierte casarte?”, no podía menos de preguntar por segunda vez a Bibí, que, mejor preparado, puesto que había tenido todo el tiempo preciso para elegir su actitud desde que la cosa era “casi oficial”, respondía sonriendo: “Estoy contento, no por casarme, que de eso pocas ganas tenía, sino porque voy a casarme con Daisy de Ambresac, que me parece deliciosa”. En el tiempo que había durado esta respuesta,, el señor de Châtellerault se había recobrado, pero pensaba que había que hacer cuanto antes un viraje en dirección a la señorita de la Canourque o de mis Foster, los grandes partidos número 2 y número 3, pedirles que tuvieran paciencia a los acreedores que esperaban la boda con la de Ambresac, y, por último, explicar a la gente, a quien también él había dicho que la señorita de Ambresac era encantadora, que ese matrimonio estaba bien para Bibí, pero que él se hubiera indispuesto con toda su familia de haberse casado con aquella chica. La señora de Soleón había llegado, pretendería, hasta decir que ella no los recibiría en su casa.
Mais si, aux yeux des fournisseurs, patrons de restaurants, etc . . ., ils semblaient des gens de peu, en revanche, êtres doubles, dès qu′ils se trouvaient dans le monde, ils n′étaient plus jugés d′après le délabrement de leur fortune et les tristes métiers auxquels ils se livraient pour essayer de le réparer. Ils redevenaient M. le Prince, M. le Duc un tel, et n′étaient comptés que d′après leurs quartiers. Un duc presque milliardaire et qui semblait tout réunir en soi passait après eux parce que, chefs de famille, ils étaient anciennement princes souverains d′un petit pays où ils avaient le droit, de battre monnaie, etc . . . Souvent, dans ce café, l′un baissait les yeux quand un autre entrait, de façon à ne pas forcer l′arrivant à le saluer. C′est qu′il avait, dans sa poursuite imaginative de la richesse, invité à dîner un banquier. Chaque fois qu′un homme entre, dans ces conditions, en rapports avec un banquier, celui-ci lui fait perdre une centaine de mille francs, ce qui n′empêche pas l′homme du monde de recommencer avec un autre. On continue de brûler des cierges et de consulter les médecins. Pero si a los ojos de los proveedores, dueñas de restaurantes, etcétera, parecían estos jóvenes gente de tres al cuarta, en desquite, como seres dobles, desde el momento que se encontraban en el gran mundo ya no eran juzgados con arreglo a los descalabros de su fortuna y a los lamentables oficios a que se entregaban para intentar repararla. Volvían a ser el príncipe, el duque de tal, y sólo se les tasaba por sus blasones. Un duque casi multimillonario y que parecía reunirlo todo en sí, pasaba detrás de ellos porque, como jefes de linaje, habían sido antiguamente príncipes soberanos de un minúsculo país en que tenían el derecho de acuñar moneda, etcétera. Frecuentemente, en este café, uno de ellos bajaba los ojos cuando entraba otro, de modo que no forzase al que llegaba a saludarlo. Es que había, en su imaginativa persecución de la riqueza, invitado a cenar a un banquero. Cada vez que un hombre de mundo se pone en tales condiciones en relación con un banquero, éste le hace perder cien mil francos, lo cual no impide que el hombre de mundo vuelva a empezar con otro. Sigue uno encendiendo cirios y consultando a los médicos.
Mais le prince de Foix, riche lui-même, appartenait non seulement à cette coterie élégante d′une quinzaine de jeunes gens, mais à un groupe plus fermé et inséparable de quatre, dont faisait partie Saint–Loup. On ne les invitait jamais l′un sans l′autre, on les appelait les quatre gigolos, on les voyait toujours ensemble à la promenade, dans les châteaux on leur donnait des chambres communicantes, de sorte que, d′autant plus qu′ils étaient tous très beaux, des bruits couraient sur leur intimité. Je pus les démentir de la façon la plus formelle en ce qui concernait Saint–Loup. Mais ce qui est curieux, c′est que plus tard, si l′on apprit que ces bruits étaient vrais pour tous les quatre, en revanche chacun d′eux l′avait entièrement ignoré des trois autres. Et pourtant chacun d′eux avait bien cherché à s′instruire sur les autres, soit pour assouvir un désir, ou plutôt une rancune, empêcher un mariage, avoir barre sur l′ami découvert. Un cinquième (car dans les groupes de quatre on est toujours plus de quatre) s′était joint aux quatre platoniciens qui l′étaient plus que tous les autres. Mais des scrupules religieux le retinrent jusque bien après que le groupe des quatre fût désuni et lui-même marié, père de famille, implorant à Lourdes que le prochain enfant fût un garçon ou une fille, et dans l′intervalle se jetant sur les militaires. Pero el príncipe de Foix, rico por su casa, pertenecía no sólo a esta elegante peña de una quincena de jóvenes, sino a un grupo, más cerrado e inseparable, de cuatro, del que formaba parte Saint-Loup. Nunca se invitaba a uno de ellos sin los otros; los llamaban los cuatro gigolos; siempre se los veía juntos en los pases, en los castillos, donde les daban habitaciones con comunicación entre sí, de modo que —tanto más cuanto que todos ellos eran muy guapos— corrían rumores a cuenta de su intimidad. Pude desmentirlos de la manera más formal, por lo que concernía a Saint-Loup. Pero lo curioso es que, si más tarde se supo que esos rumores eran verdaderos tocante a los cuatro, cada uno de ellos, en cambio, lo había ignorado completamente de los otros tres. Y, sin embargo, bien había tratado cada uno de ellos de informarse acerca de los demás, ya fuese para saciar un deseo o más bien un rencor, estorbar un matrimonio o llevar ventaja al amigo descubierto. Un quinto amigo (porque en los grupos de cuatro siempre hay más de cuatro) se había unido a los cuatro platónicos, y aun lo era más que todos los otros. Pero los escrúpulos religiosos lo contuvieron hasta mucho después de que el grupo de los cuatro se hubieran desunido, y él, padre de familia, estuviese implorando en Londres que el próximo hijo fuera chico o chica y, en el intervalo, lanzándose sobre los militares.
Malgré la manière d′être du prince, le fait que le propos fut tenu devant lui sans lui être directement adressé rendit sa colère moins forte qu′elle n′eût été sans cela. De plus, cette soirée avait quelque chose d′exceptionnel. Enfin l′avocat n′avait pas plus de chance d′entrer en relations avec le prince de Foix que le cocher qui avait conduit ce noble seigneur. Aussi ce dernier crut-il pouvoir répondre d′un air rogue et à la cantonade à cet interlocuteur qui, à la faveur du brouillard, était comme un compagnon de voyage rencontré dans quelque plage située aux confins du monde, battue des vents ou ensevelie dans les brumes. «Ce n′est pas tout de se perdre, mais c′est qu′on ne se retrouve pas.» La justesse de cette pensée frappa le patron parce qu′il l′avait déjà entendu exprimer plusieurs fois ce soir. No obstante la manera de ser del príncipe, el hecho de que la frase dicha en presencia suya no fuera directamente dirigida a él hizo que su cólera fuese menos fuerte de lo que hubiera sido a no ser por eso. Además, la noche esta tenía algo excepcional. Al fin, el abogado no tenía más probabilidades de entrar en relación con el príncipe de Foix que el cochero que había traído a este noble señor. Así, este último creyó que podía responder con un continente altanero y como aparte de teatro a aquel interlocutor que, a favor de la niebla, era como un compañero de viaje con el que volvemos a encontrarnos en una playa situada en los confines del mundo, azotada por los vientos o sumida entre las brumas.
En effet, il avait l′habitude de comparer toujours ce qu′il entendait ou lisait à un certain texte déjà connu et sentait s′éveiller son admiration s′il ne voyait pas de différences. Cet état d′esprit n′est pas négligeable car, appliqué aux conversations politiques, à la lecture des journaux, il forme l′opinion publique, et par là rend possibles les plus grands événements. Beaucoup de patrons de cafés allemands admirant seulement leur consommateur ou leur journal, quand ils disaient que la France, l′Angleterre et la Russie «cherchaient» l′Allemagne, ont rendu possible, au moment d′Agadir, une guerre qui d′ailleurs n′a pas éclaté. Les historiens, s′ils n′ont pas eu tort de renoncer à expliquer les actes des peuples par la volonté des rois, doivent la remplacer par la psychologie de l′individu médiocre. “No es sólo lo de perderse, sino que no se vuelve a encontrar uno.” Lo atinado de este pensamiento impresionó al dueño del café, porque ya lo había oído expresar varias veces aquella noche Tenía el hombre, en efecto, la costumbre de comparar siempre lo que oía o leía con un determinado texto ya conocido, y sentía despertarse su admiración si no veía diferencias. Este estado de espíritu no es de desdeñar, puesto que, aplicado a las conversaciones políticas, a la lectura de los periódicos, forma la opinión pública y hace con ello posibles los más grandes acontecimientos. Muchos dueños de café alemanes que sólo admiraban a su consumidor o a su periódico, cuando decían que Francia, Inglaterra y Rusia “buscaban” a Alemania, han hecho posible en el momento de Agadir una guerra que, por lo demás, no ha estallado. Los historiadores, si no han hecho mal en renunciar a explicar los actos de los pueblos por la voluntad de los reyes, deben sustituir ésta por la psicología del individuo medio.
En politique, le patron du café où je venais d′arriver n′appliquait depuis quelque temps sa mentalité de professeur de récitation qu′à un certain nombre de morceaux sur l′affaire Dreyfus. S′il ne retrouvait pas les termes connus dans les propos d′un client où les colonnes d′un journal, il déclarait l′article assommant, ou le client pas franc. Le prince de Foix l′émerveilla au contraire au point qu′il laissa à peine à son interlocuteur le temps de finir sa phrase. «Bien dit, mon prince, bien dit (ce qui voulait dire, en somme, récité sans faute), c′est ça, c′est ça», s′écria-t-il, dilaté, comme s′expriment les Mille et une nuits , «à la limite de la satisfaction». Mais le prince avait déjà disparu dans la petite salle. Puis, comme la vie reprend même après les événements les plus singuliers, ceux qui sortaient de la mer de brouillard commandaient les uns leur consommation, les autres leur souper; et parmi ceux-ci des jeunes gens du Jockey qui, à cause du caractère anormal du jour, n′hésitèrent pas à s′installer à deux tables dans la grande salle, et se trouvèrent ainsi fort près de moi. Tel le cataclysme avait établi même de la petite salle à la grande, entre tous ces gens stimulés par le confort du restaurant, après leurs longues erreurs dans l′océan de brume, une familiarité dont j′étais seul exclu, et à laquelle devait ressembler celle qui régnait dans l′arche de Noé. Tout à coup, je vis le patron s′infléchir en courbettes, les maîtres d′hôtel accourir au grand complet, ce qui fit tourner les yeux à tous les clients. «Vite, appelez-moi Cyprien, une table pour M. le marquis de Saint–Loup», s′écriait le patron, pour qui Robert n′était pas seulement un grand seigneur jouissant d′un véritable prestige, même aux yeux du prince de Foix, mais un client qui menait la vie à grandes guides et dépensait dans ce restaurant beaucoup d′argent. Les clients de la grande salle regardaient avec curiosité, ceux de la petite hélaient à qui mieux mieux leur ami qui finissait de s′essuyer les pieds. Mais au moment où il allait pénétrer dans la petite salle, il m′aperçut dans la grande. «Bon Dieu, cria-t-il, qu′est-ce que tu fais là, et avec la porte ouverte devant toi», dit-il, non sans jeter un regard furieux au patron qui courut la fermer en s′excusant sur les garçons: «Je leur dis toujours de la tenir fermée.» En política, el dueño del café a que acababa de llegar yo no aplicaba desde hacía algún tiempo su mentalidad de profesor de declamación más que a cierto número de trozos referentes a la cuestión de Dreyfus. Si no encontraba las expresiones conocidas en las frases de un cliente o en las columnas de un periódico, declaraba el artículo insoportable o que el cliente no era franco. E1 príncipe de Foix lo maravilló, por el contrario, hasta el punto de que apenas dio a su interlocutor tiempo de acabar su frase. “¡Bien dicho, príncipe, bien dicho! (Lo cual quería decir, en fin de cuentas, recitado irreprochablemente.) ¡Eso es, eso es!”, exclamó, dilatado como expresan Las mil y una noches, “hasta el límite de la satisfacción”. Pero el príncipe había desaparecido ya en la sala chica. Luego, como la vida se reanuda hasta después de los acontecimientos más singulares, los que salían del mar de niebla encargaban, unos su consumición, otros su cena; yentre éstos algunos jóvenes del Jockey que, por el carácter anormal del día, no vacilaron en instalarse en dos mesas de la sala grande, con lo que vinieron a encontrarse muy cerca de mí. Así, el cataclismo había establecido, incluso de la sala chica a la grande, entre toda aquella gente estimulada por el confort del restaurante después de su prolongado errar por el océano de bruma, una familiaridad de la que sólo yo estaba excluido, y a la que debía de asemejarse la que reinaba en el arca de Noé. De pronto vi al dueño del café doblarse en morisquetas, a los maîtres d′hôtel acudir en pleno, cosa que hizo volver los ojos a todos los clientes. “¡Enseguida!, llamad a Cipriano; una mesa para el señor marqués de Saint-Loup”, exclamaba el dueño, para quien Roberto no era sólo un gran señor que gozaba de verdadero prestigio, incluso a los ojos del príncipe de Foix, sino un cliente que llevaba una vida de despilfarro y se gastaba en este restaurante mucho dinero. Los clientes de la sala grande miraban con curiosidad; los de la pequeña chistaban a cual más a su amigo, que estaba acabando de limpiarse las suelas. Pero en el momento en que iba a entrar en la sala chica, me vio a mí en la grande. “Pero, ¡Dios!, ¿qué haces ahí, y con la puerta abierta enfrente?”, gritó no sin lanzar una furiosa mirada al dueño, que corrió a cerrar la puerta, disculpándose con los camareros: “Siempre les digo que la tengan cerrada”.
J′avais été obligé de déranger ma table et d′autres qui étaient devant la mienne, pour aller à lui. «Pourquoi as-tu bougé? Tu aimes mieux dîner là que dans la petite salle? Mais, mon pauvre petit, tu vas geler. Vous allez me faire le plaisir de condamner cette porte, dit-il au patron. — A l′instant même, M. le Marquis, les clients qui viendront à partir de maintenant passeront par la petite salle, voilà tout.» Et pour mieux montrer son zèle, il commanda pour cette opération un maître d′hôtel et plusieurs garçons, et tout en faisant sonner très haut de terribles menaces si elle n′était pas menée à bien. Il me donnait des marques de respect excessives pour que j′oubliasse qu′elles n′avaient pas commencé dès mon arrivée, mais seulement après celle de Saint–Loup, et pour que je ne crusse pas cependant qu′elles étaient dues à l′amitié que me montrait son riche et aristocratique client, il m′adressait à la dérobée de petits sourires où semblait se déclarer une sympathie toute personnelle. Yo me había visto obligado a apartar mi mesa y otras que estaban delante de la mía para ir hacia Roberto. “¿Por qué te has movido? ¿Prefieres cenar aquí mejor que en la sala pequeña? ¡Pero, pobrecillo, te vas a helar!” “Va usted a hacerme el favor de condenar esa puerta”, dijo al dueño. “Al momento, señor marqués; los clientes que vengan desde ahora pasarán por la sala pequeña, sencillamente.” Y por mejor mostrar su celo, llamó para esta operación a un maître d′hôtel y varios mozos, mientras hacía resonar muy alto terribles amenazas si no cumplían bien su orden. Me daba muestras de respeto excesivas para que me olvidase de que sus zalemas no habían empezado desde mi llegada, sino únicamente después de la de Saint-Loup; y porque yo no creyera, sin embargo, que se debían a la amistad que me mostraba su rico y aristocrático cliente, me dirigía a hurtadillas sonrisitas en que parecía declararse una simpatía enteramente personal.
Derrière moi le propos d′un consommateur me fit tourner une seconde la tête. J′avais entendu au lieu des mots: «Aile de poulet, très bien, un peu de champagne; mais pas trop sec», ceux-ci: «J′aimerais mieux de la glycérine. Oui, chaude, très bien.» J′avais voulu voir quel était l′ascète qui s′infligeait un tel menu. Je retournai vivement la tête vers Saint–Loup pour ne pas être reconnu de l′étrange gourmet. C′était tout simplement un docteur, que je connaissais, à qui un client, profitant du brouillard pour le chambrer dans ce café, demandait une consultation. Les médecins comme les boursiers disent «je». Detrás de mí, lo qué decía un consumidor me hizo volver por un segundo la cabeza. Había entendido yo, en lugar de las palabras “Un alón de pollo, eso es; un poco de champaña, pero que no sea demasiado seco”, éstas: “Yo preferiría glicerina. Sí, caliente, eso es”. Había querido ver quién era el asceta que se infligía un menú semejante. Volví rápidamente la cabeza hacia Saint-Loup para que no me reconociese el extraño gastrónomo. Era, sencillamente, un doctor conocido mío, al que un cliente, aprovechándose de la niebla para acorralarlo en este café, hacía una consulta. Los médicos, como los bolsistas, dicen: “Yo”.
Cependant je regardais Robert et je songeais à ceci. Il y avait dans ce café, j′avais connu dans la vie, bien des étrangers, intellectuels, rapins de toute sorte, résignés au rire qu′excitaient leur cape prétentieuse, leurs cravates 1830 et bien plus encore leurs mouvements maladroits, allant jusqu′à le provoquer pour montrer qu′ils ne s′en souciaient pas, et qui étaient des gens d′une réelle valeur intellectuelle et morale, d′une profonde sensibilité. Ils déplaisaient — les Juifs principalement, les Juifs non assimilés bien entendu, il ne saurait être question des autres — aux personnes qui ne peuvent souffrir un aspect étrange, loufoque (comme Bloch à Albertine). Généralement on reconnaissait ensuite que, s′ils avaient contre eux d′avoir les cheveux trop longs, le nez et les yeux trop grands, des gestes théâtraux et saccadés, il était puéril de les juger là-dessus, ils avaient beaucoup d′esprit, de coeur et étaient, à l′user, des gens qu′on pouvait profondément aimer. Pour les Juifs en particulier, il en était peu dont les parents n′eussent une générosité de coeur, une largeur d′esprit, une sincérité, à côté desquelles la mère de Saint–Loup et le duc de Guermantes ne fissent piètre figure morale par leur sécheresse, leur religiosité superficielle qui ne flétrissait que les scandales, et leur apologie d′un christianisme aboutissant infailliblement (par les voies imprévues de l′intelligence uniquement prisée) à un colossal mariage d′argent. Mais enfin chez Saint–Loup, de quelque façon que les défauts des parents se fussent combinés en une création nouvelle de qualités, régnait la plus charmante ouverture d′esprit et de coeur. Et alors, il faut bien le dire à la gloire immortelle de la France, quand ces qualités-là se trouvent chez un pur Français, qu′il soit de l′aristocratie ou du peuple, elles fleurissent — s′épanouissent serait trop dire car la mesure y persiste et la restriction — avec une grâce que l′étranger, si estimable soit-il, ne nous offre pas. Les qualités intellectuelles et morales, certes les autres les possèdent aussi, et s′il faut d′abord traverser ce qui déplaît et ce qui choque et ce qui fait sourire, elles ne sont pas moins précieuses. Mais c′est tout de même une jolie chose et qui est peut-être exclusivement française, que ce qui est beau au jugement de l′équité, ce qui vaut selon l′esprit et le coeur, soit d′abord charmant aux yeux, coloré avec grâce, ciselé avec justesse, réalise aussi dans sa matière et dans sa forme la perfection intérieure. Je regardais Saint–Loup, et je me disais que c′est une jolie chose quand il n′y a pas de disgrâce physique pour servir de vestibule aux grâces intérieures, et que les ailes du nez soient délicates et d′un dessin parfait comme celles des petits papillons qui se posent sur les fleurs des prairies, autour de Combray; et que le véritable opus francigenum , dont le secret n′a pas été perdu depuis le XIIIe siècle, et qui ne périrait pas avec nos églises, ce ne sont pas tant les anges de pierre de Saint–André-des-Champs que les petits Français, nobles, bourgeois ou paysans, au visage sculpté avec cette délicatesse et cette franchise restées aussi traditionnelles qu′au porche fameux, mais encore créatrices. Miraba yo, entretanto, a Saint-Loup y pensaba en esto. Había en este café, llevaba yo conocido en la vida muchos extranjeros, intelectuales, principiantes de toda laya, resignados a la risa que suscitaban su capa presuntuosa, sus corbatas a lo 1830 y mucho más todavía sus movimientos desgarbados, llegando incluso a provocar esa risa para hacer ver que les traía sin cuidado, y que eran gente de un auténtico valor intelectual y moral, de una profunda sensibilidad. Desagradaban —los judíos, principalmente; los judíos no asimilados, claro está; mal podría tratarse de los otros— a las personas que no pueden sufrir una apariencia extraña, estrafalaria (como Bloch a Albertina). Generalmente reconocía uno en seguida que si tenían en contra suya al tener el pelo demasiado largo, la nariz y los ojos demasiado grandes, unos ademanes teatrales y cortados, era pueril juzgarlos por esto, pues tenían mucho talento yvalor, yeran, al emplearlo, gente a la que se podía querer profundamente. Por lo que a los judíos en particular se refiere pocos había cuyos padres no tuviesen una generosidad de corazón, tina amplitud de espíritu, una sinceridad, al lado de las cuales la madre de Saint-Loup y el duque de Guermantes no hicieran un triste papel moral por su sequedad, su religiosidad superficial que sólo censuraba los escándalos y su apología de un cristianismo que conducía infaliblemente (por los caminos imprevistos de la inteligencia estimada únicamente) a un colosal matrimonio de conveniencia. Pero, al fin, en Saint-Loup, de cualquier modo que los defectos de sus padres se hubiesen combinado en una nueva creación de cualidades, reinaba el más encantador despejo de inteligencia y corazón. Y entonces, fuerza es decirlo para gloria inmortal de Francia, cuando estas cualidades se encuentran en un francés puro, sea de la aristocracia o del pueblo, florecen —decir que se expanden sería demasiado, ya que persisten en ellas la mesura y la restricción— con una gracia que el extranjero, por estimable que sea, no nos ofrece. Las cualidades intelectuales y morales las poseen también, desde luego, los demás, y, si es menester primeramente atravesar lo que desagrada ylo que choca ylo que hace sonreír, no son menos preciosas. Pero es, con todo, bonito y acaso sea cosa exclusivamente francesa, que lo que es hermoso a juicio de la equidad, lo que vale según el espíritu y el corazón, sea primero encantador para los ojos, esté coloreado con gracia, cincelado con justeza, realice también en su materia y en su forma la perfección interior. Miraba yo a Saint-Loup, y me decía que es una hermosura que no haya ninguna desgracia física que sirva de vestíbulo a las gracias interiores, y que las aletas de la nariz sean delicadas y de un dibujo perfecto como las alas de las mariposillas que se posan en las flores de las praderas, en torno a Combray; yque el verdadero opus francigenum, cuyo secreto no se ha perdido desde el siglo XIII, y que no perecería con nuestras iglesias, no son tanto los ángeles de piedra de Saint-André-des-Champs como los pequeños franceses, nobles, burgueses o campesinos, de rostro esculpido con esa delicadeza y esa valentía que han seguido siendo tan tradicionales como en el pórtico famoso; pero, además, creadoras.
Après être parti un instant pour veiller lui-même à la fermeture de la porte et à la commande du dîner (il insista beaucoup pour que nous prissions de la «viande de boucherie», les volailles n′étant sans doute pas fameuses), le patron revint nous dire que M. le prince de Foix aurait bien voulu que M. le marquis lui permît de venir dîner à une table près de lui. «Mais elles sont toutes prises, répondit Robert en voyant les tables qui bloquaient la mienne. — Pour cela, cela ne fait rien, si ça pouvait être agréable à M. le marquis, il me serait bien facile de prier ces personnes de changer de place. Ce sont des choses qu′on peut faire pour M. le marquis! — Mais c′est à toi de décider, me dit Saint–Loup, Foix est un bon garçon, je ne sais pas s′il t′ennuiera, il est moins bête que beaucoup.» Je répondis à Robert qu′il me plairait certainement, mais que pour une fois où je dînais avec lui et où je m′en sentais si heureux, j′aurais autant aimé que nous fussions seuls. «Ah! il a un manteau bien joli, M. le prince», dit le patron pendant notre délibération. «Oui, je le connais», répondit Saint–Loup. Je voulais raconter à Robert que M. de Charlus avait dissimulé à sa belle-soeur qu′il me connût et lui demander quelle pouvait en être la raison, mais j′en fus empêché par l′arrivée de M. de Foix. Venant pour voir si sa requête était accueillie, nous l′aperçûmes qui se tenait à deux pas. Robert nous présenta, mais ne cacha pas à son ami qu′ayant à causer avec moi, il préférait qu′on nous laissât tranquilles. Le prince s′éloigna en ajoutant au salut d′adieu qu′il me fit, un sourire qui montrait Saint–Loup et semblait s′excuser sur la volonté de celui-ci de la brièveté d′une présentation qu′il eût souhaitée plus longue. Mais à ce moment Robert semblant frappé d′une idée subite s′éloigna avec son camarade, après m′avoir dit: «Assieds-toi toujours et commence à dîner, j′arrive», et il disparut dans la petite salle. Je fus peiné d′entendre les jeunes gens chics, que je ne connaissais pas, raconter les histoires les plus ridicules et les plus malveillantes sur le jeune grand-duc héritier de Luxembourg (ex-comte de Nassau) que j′avais connu à Balbec et qui m′avait donné des preuves si délicates de sympathie pendant la maladie de ma grand′mère. L′un prétendait qu′il avait dit à la duchesse de Guermantes: «J′exige que tout le monde se lève quand ma femme passe» et que la duchesse avait répondu (ce qui eût été non seulement dénué d′esprit mais d′exactitude, la grand′mère de la jeune princesse ayant toujours été la plus honnête femme du monde): «Il faut qu′on se lève quand passe ta femme, cela changera de sa grand′mère car pour elle les hommes se couchaient.» Puis on raconta qu′étant allé voir cette année sa tante la princesse de Luxembourg, à Balbec, et étant descendu au Grand Hôtel, il s′était plaint au directeur (mon ami) qu′il n′eût pas hissé le fanion de Luxembourg au-dessus de la digue. Or, ce fanion étant moins connu et de moins d′usage que les drapeaux d′Angleterre ou d′Italie, il avait fallu plusieurs jours pour se le procurer, au vif mécontentement du jeune grand-duc. Je ne crus pas un mot de cette histoire, mais me promis, dès que j′irais à Balbec, d′interroger le directeur de l′hôtel de façon à m′assurer qu′elle était une invention pure. En attendant Saint–Loup, je demandai au patron du restaurant de me faire donner du pain. «Tout de suite, monsieur le baron. — Je ne suis pas baron, lui répondis-je. — Oh! pardon, monsieur le comte!» Je n′eus pas le temps de faire entendre une seconde protestation, après laquelle je fusse sûrement devenu «monsieur le marquis»; aussi vite qu′il l′avait annoncé, Saint–Loup réapparut dans l′entrée tenant à la main le grand manteau de vigogne du prince à qui je compris qu′il l′avait demandé pour me tenir chaud. Il me fit signe de loin de ne pas me déranger, il avança, il aurait fallu qu′on bougeât encore ma table ou que je changeasse de place pour qu′il pût s′asseoir. Dès qu′il entra dans la grande salle, il monta légèrement sur les banquettes de velours rouge qui en faisaient le tour en longeant le mur et où en dehors de moi n′étaient assis que trois ou quatre jeunes gens du Jockey, connaissances à lui qui n′avaient pu trouver place dans la petite salle. Entre les tables, des fils électriques étaient tendus à une certaine hauteur; sans s′y embarrasser Saint–Loup les sauta adroitement comme un cheval de course un obstacle; confus qu′elle s′exerçât uniquement pour moi et dans le but de m′éviter un mouvement bien simple, j′étais en même temps émerveillé de cette sûreté avec laquelle mon ami accomplissait cet exercice de voltige; et je n′étais pas le seul; car encore qu′ils l′eussent sans doute médiocrement goûté de la part d′un moins aristocratique et moins généreux client, le patron et les garçons restaient fascinés, comme des connaisseurs au pesage; un commis, comme paralysé, restait immobile avec un plat que des dîneurs attendaient à côté; et quand Saint–Loup, ayant à passer derrière ses amis, grimpa sur le rebord du dossier et s′y avança en équilibre, des applaudissements discrets éclatèrent dans le fond de la salle. Enfin arrivé à ma hauteur, il arrêta net son élan avec la précision d′un chef devant la tribune d′un souverain, et s′inclinant, me tendit avec un air de courtoisie et de soumission le manteau de vigogne, qu′aussitôt après, s′étant assis à côté de moi, sans que j′eusse eu un mouvement à faire, il arrangea, en châle léger et chaud, sur mes épaules. Después de haberse ausentado un instante para velar personalmente por el cierre de la puerta y el encargo de la cena (insistió mucho en que tomásemos “carne”, sin duda porque las aves no eran cosa del otro jueves), el dueño del café volvió para decirnos que el señor príncipe de Foix desearía que el señor marqués le permitiese venir a cenar en una mesa cerca de él. “¡Pero si están tomadas todas!”, respondió Roberto, viendo las mesas que bloqueaban la mía. “Si es por eso, no importa; si el señor marqués le agradase, me sería facilísimo rogarles a esos señores que cambien de sitio. Tratándose del señor marqués puede hacerse”: “Pero quien tiene que decidir eres tú —me dijo Saint-Loup—; Foix es un buen chico, no sé si te aburrirá, es menos tonto que otros muchos.” Respondí a Roberto que desde luego me agradaría, pero que para una vez que cenaba con él y que me sentía tan feliz, me hubiera gustado tanto que estuviésemos solos...” “¡Ah!, el príncipe tiene un gabán precioso”, dijo el dueño del café durante nuestra deliberación. “Sí, lo conozco”, respondió Saint-Loup. Yo quería contarle a Roberto que el señor de Charlus había disimulado delante de su cuñada que me conociese, y preguntarle cuál podía ser la razón de ello; pero me lo impidió la llegada del señor de Voix. Venía a ver si era acogida su petición, cuando lo vimos que se había detenido a dos pasos de nosotros. Roberto nos presentó, pero no ocultó a su amigo que, como tenía que hablar conmigo, prefería que nos dejasen en paz. El príncipe se alejó, añadiendo al saludo de adiós que me hizo una sonrisa que apuntaba a Saint-Loup y parecía disculparse con la voluntad de éste por la gravedad de una presentación que el príncipe hubiera deseado más larga. Pero en ese momento, Roberto, al que parecía que hubiese asaltado una idea repentina, se fue con su camarada, después de haberme dicho: “Tú siéntase, de todas maneras, yponte a cenar que ahora vengo”, ydesapareció en la sala pequeña. Me fastidió tener que oír a los jóvenes distinguidos, que no conocía, contar los chismes más ridículos y peor intencionados a propósito del joven gran duque heredero del Luxemburgo (antes conde de Nassau), al que había conocido yo en Balbec y que me había dado tan delicadas pruebas de simpatía durante la enfermedad de mi abuela. Uno de ellos pretendía que el gran duque heredero le había dicho a da duquesa de Guermantes: “Exijo que se levante todo el mundo cuando pasa una mujer”, y que la duquesa había respondido, cosa que no sólo hubiera carecido de gracia sino de exactitud, ya que la abuela de la joven princesa había sido siempre la mujer más honrada del inundo); “Hay que levantarse cuando pasa tu mujer... Entonces ya no pasará lo que con tu abuela, porque con aquélla lo que hacían los hombres era acostarse”. Luego refirieron que el gran duque, al ir a ver este año a su tía, la princesa de Luxemburgo, en Balbec, y como se hubiese hospedado en el Gran Hotel, se había quejado al director (el amigo mío) de que no hubiera izado el banderín la Luxemburgo en el paseo. Ahora bien, como el tal banderín era menos conocido y se usaba menos que las banderas de Inglaterra o de Italia, se habían necesitado varios días para hacerse con él, con gran descontento del joven gran duque. No creí una sola palabra de esta historia, pero me prometí, tan pronto como fuera a Balbec, interrogar al director del hotel de modo que me cerciorase de que todo ello era pura invención. Mientras esperaba a Saint-Loup, pedí al dueño del restaurante que hiciera que me trajesen pan. “Ahora mismo, señor barón.” “No soy barón”, le contesté. “¡Oh, perdón, señor conde!” No tuve tiempo de hacer oír una segunda protesta, después de la cual seguramente me hubiera convertido en “señor marqués”; tan rápidamente como había anunciado, apareció de nuevo Saint-Loup —en la entrada, trayendo en la mano el amplio gabán de vicuña del príncipe, al que comprendí que se lo había pedido para que me diese calor. He hizo señas, desde lejos, de que no me moviera; avanzó; hubiera sido preciso apartar más mi mesa, o que cambiase yo de sitio, para que pudiera sentarse él. Tan pronto como entró en la sala grande, se subió ligeramente al diván de terciopelo rojo que daba la vuelta pegado a la pared y en que, fuera de mí, no había sentados más que tres o cuatro jóvenes del Jockey, conocidos suyos, que no habían podido encontrar sitio en la sala chica. Entre las mesas había unos cordones eléctricos tendidos a cierta altura; sin Apurarse por ello, Saint-Loup los saltó airosamente como un caballo de carrera un obstáculo; confuso al ver que era desplegada únicamente en atención a mí y con objeto de evitarme un movimiento bien sencillo, me tenía al mismo tiempo maravillado la ~ seguridad con que mi amigo ejecutaba aquel ejercicio de volatinero; y no era yo solo: porque aun cuando no les habría hecho, sin duda, mucha gracia si se hubiera tratado de un cliente menos aristocrático y menos rumboso, el dueño y los camareros estaban fascinados, como aficionados a la equitación en la casilla del peso de un hipódromo; un mozo; como paralizado, permanecía inmóvil con una bandeja que esperaban a nuestro lado unos comensales; y cuando Saint-Loup, como tuviese que pasar por detrás de sus amigos, se encaramó al reborde del respaldo y siguió por él adelante, en equilibrio, unos aplausos discretos estallaron en el fondo de la sala. Por último, al llegar adonde yo estaba, paró en seco su impulso con la precisión de un jefe ante la tribuna de un soberano, e inclinándose, me tendió, con un ademán de cortesía y de sumisión, el gabán de vicuña, que inmediatamente después, en cuanto se hubo sentado junto a mí, sin que yo hubiera tenido que hacer un solo movimiento, extendió, como un chal ligero y caliente, por mis hombros.
— Dis-moi pendant que j′y pense, me dit Robert, mon oncle Charlus a quelque chose à te dire. Je lui ai promis que je t′enverrais chez lui demain soir. —Oye, ahora que me acuerdo —me dijo Roberto—, mi tío Charlus tiene algo que decirte. Le he prometido que te mandaría a su casa mañana por la noche.
— Justement j′allais te parler de lui. Mais demain soir je dîne chez ta tante Guermantes. —De él iba a hablarte justamente. Pero mañana por la noche ceno en casa de tu tía la de Guermantes.
— Oui, il y a un geuleton à tout casser, demain, chez Oriane. Je ne suis pas convié. Mais mon oncle Palamède voudrait que tu n′y ailles pas. Tu ne peux pas te décommander? En tout cas, va chez mon oncle Palamède après. Je crois qu′il tient à te voir. Voyons, tu peux bien y être vers onze heures. Onze heures, n′oublie pas, je me charge de le prévenir. Il est très susceptible. Si tu n′y vas pas, il t′en voudra. Et cela finit toujours de bonne heure chez Oriane. Si tu ne fais qu′y dîner, tu peux très bien être à onze heures chez mon oncle. Du reste, moi, il aurait fallu que je visse Oriane, pour mon poste au Maroc que je voudrais changer. Elle est si gentille pour ces choses-là et elle peut tout sur le général de Saint–Joseph de qui ça dépend. Mais ne lui en parle pas. J′ai dit un mot à la princesse de Parme, ça marchera tout seul. Ah! le Maroc, très intéressant. Il y aurait beaucoup à te parler. Hommes très fins là-bas. On sent la parité d′intelligence. —Sí, mañana hay comilona por todo lo alto en casa de Oriana. A mí no me han convidado. Pero mi tío Palamedes querría que no fueses allí. ¿No puedes mandar recado de que no vas? De todas maneras, ve luego a casa de tío Palamedes. Creo que tiene empeño en verte. Vamos a ver, bien puedes estar allí a eso de las once. A las once, no vayas a olvidarte; yo me encargo de avisarle. Es muy susceptible. Si no vas, te la guardará. Y en casa de Oriana acaban temprano siempre. Si no haces más que cenar, puedes estar perfectamente a las once en casa de mi tío. Yo, por lo demás, hubiera debido ver a Oriana, a propósito de mi destino en Marruecos, de que quisiera cambiar. Oriana es tan servicial para estas cosas, y lo puede todo con el general de Saint-Joseph, de quien eso depende... Pero no le hables de ello. Le he dicho dos palabras a la princesa de Parma; la cosa se arreglará ella sola. ¡A!, Marruecos es muy interesante. Habría mucho de que hablarte. Hay hombres muy agudos allá. Siente uno la paridad de la inteligencia.
— Tu ne crois pas que les Allemands puissent aller jusqu′à la guerre à propos de cela? —¿No crees que los alemanes puedan llegar hasta la guerra a propósito de eso"
— Non, cela les ennuie, et au fond c′est très juste. Mais l′empereur est pacifique. Ils nous font toujours croire qu′ils veulent la guerre pour nous forcer à céder. Cf. Poker. Le prince de Monaco, agent de Guillaume II, vient nous dire en confidence que l′Allemagne se jette sur nous si nous ne cédons pas. Alors nous cédons. Mais si nous ne cédions pas, il n′y aurait aucune espèce de guerre. Tu n′as qu′à penser quelle chose comique serait une guerre aujourd′hui. Ce serait plus catastrophique que le Déluge et le Götter Dämmerung . Seulement cela durerait moins longtemps. —No, eso los fastidia, y en el fondo es muy justo. Pero ti emperador es pacífico. Siempre nos están haciendo creer que quieren la guerra para obligarnos a ceder. Cf. Poker. El príncipe de Mónaco, agente de Guillermo II, viene a decirnos confidencialmente que Alemania se lanza sobre nosotros si no, cedemos. Entonces cedemos. Pero si no cediésemos, no habría guerra dé ninguna clase No tienes más que pensar en lo cómica que sería una guerra hoy. Sería más catastrófica que el Diluvio y que el Götter Dämmerung. Sólo que duraría menos.
Il me parla d′amitié, de prédilection, de regret, bien que, comme tous les voyageurs de sa sorte, il allât repartir le lendemain pour quelques mois qu′il devait passer à la campagne et dût revenir seulement quarante-huit heures à Paris avant de retourner au Maroc (ou ailleurs); mais les mots qu′il jeta ainsi dans la chaleur de coeur que j′avais ce soir-là y allumaient une douce rêverie. Nos rares tête-à-tête, et celui-là surtout, ont fait depuis époque dans ma mémoire. Pour lui, comme pour moi, ce fut le soir de l′amitié. Pourtant celle que je ressentais en ce moment (et à cause de cela non sans quelque remords) n′était guère, je le craignais, celle qu′il lui eût plu d′inspirer. Tout rempli encore du plaisir que j′avais eu à le voir s′avancer au petit galop et toucher gracieusement au but, je sentais que ce plaisir tenait à ce que chacun des mouvements développés le long du mur, sur la banquette, avait sa signification, sa cause, dans la nature individuelle de Saint–Loup peut-être, mais plus encore dans celle que par la naissance et par l′éducation il avait héritée de sa race. Me habló de amistad, de predilección, de nostalgia, bien que, como todos los viajeros de su género, fuera a marcharse de nuevo a la mañana siguiente por unos meses, que habría de pasar en el campo, yhubiese de volver tan sólo por cuarenta yocho horas a París antes de regresar a Marruecos (o a otra parte); pero las palabras que lanzó así en el calor cordial que tenía yo aquella noche, encendían en mi corazón un dulce sueño. Nuestras raras entrevistas mano a mano, y ésta sobre todo, se han convertido en un episodio, más tarde, en mi memoria. Para él, como para mí, fue aquélla la noche de la amistad. Sin embargo, la que yo sentía en aquellos instantes (y, a causa de ello, no sin cierto remordimiento) tenía bien poco, me lo temía, de la que a él le hubiera gustado inspirar. Lleno aún del goce que había tenido al verlo avanzar de una carrerilla y llegar graciosamente a la meta, me daba cuenta de que ese goce se debía a que cada uno de los movimientos desarrollados a lo largo de la pared, en el diván, tenía su significación, su causa en la naturaleza individual de Saint-Loup acaso, pero más aún en la que, por el nacimiento y por la educación, había heredado de su casta.
Une certitude du goût dans l′ordre non du beau mais des manières, et qui en présence d′une circonstance nouvelle faisait saisir tout de suite à l′homme élégant — comme à un musicien à qui on demande de jouer un morceau inconnu — le sentiment, le mouvement qu′elle réclame et y adapter le mécanisme, la technique qui conviennent le mieux; puis permettait à ce goût de s′exercer sans la contrainte d′aucune autre considération, dont tant de jeunes bourgeois eussent été paralysés, aussi bien par peur d′être ridicules aux yeux des autres en manquant aux convenances, que de paraître trop empressés à ceux de leurs amis, et que remplaçait chez Robert un dédain que certes il n′avait jamais éprouvé dans son coeur, mais qu′il avait reçu par héritage en son corps, et qui avait plié les façons de ses ancêtres à une familiarité qu′ils croyaient ne pouvoir que flatter et ravir celui à qui elle s′adressait; enfin une noble libéralité qui, ne tenant aucun compte de tant d′avantages matériels (des dépenses à profusion dans ce restaurant avaient achevé de faire de lui, ici comme ailleurs, le client le plus à la mode et le grand favori, situation que soulignait l′empressement envers lui non pas seulement de la domesticité mais de toute la jeunesse la plus brillante), les lui faisait fouler aux pieds, comme ces banquettes de pourpre effectivement et symboliquement trépignées, pareilles à un chemin somptueux qui ne plaisait à mon ami qu′en lui permettant de venir vers moi avec plus de grâce et de rapidité; telles étaient les qualités, toutes essentielles à l′aristocratie, qui derrière ce corps non pas opaque et obscur comme eût été le mien, mais significatif et limpide, transparaissaient comme à travers une oeuvre d′art la puissance industrieuse, efficiente qui l′a créée, et rendaient les mouvements de cette course légère que Robert avait déroulée le long du mur, intelligibles et charmants ainsi que ceux de cavaliers sculptés sur une frise. «Hélas, eût pensé Robert, est-ce la peine que j′aie passé ma jeunesse à mépriser la naissance, à honorer seulement la justice et l′esprit, à choisir, en dehors des amis qui m′étaient imposés, des compagnons gauches et mal vêtus s′ils avaient de l′éloquence, pour que le seul être qui apparaisse en moi, dont on garde un précieux souvenir, soit non celui que ma volonté, en s′efforçant et en méritant, a modelé à ma ressemblance, mais un être qui n′est pas mon oeuvre, qui n′est même pas moi, que j′ai toujours méprisé et cherché à vaincre; est-ce la peine que j′aie aimé mon ami préféré comme je l′ai fait, pour que le plus grand plaisir qu′il trouve en moi soit celui d′y découvrir quelque chose de bien plus général que moi-même, un plaisir qui n′est pas du tout, comme il le dit et comme il ne peut sincèrement le croire, un plaisir d′amitié, mais un plaisir intellectuel et désintéressé, une sorte de plaisir d′art?» Voilà ce que je crains, aujourd′hui que Saint–Loup ait quelquefois pensé. Il s′est trompé, dans ce cas. S′il n′avait pas, comme il avait fait, aimé quelque chose de plus élevé que la souplesse innée de son corps, s′il n′avait pas été si longtemps détaché de l′orgueil nobiliaire, il y eût eu plus d′application et de lourdeur dans son agilité même, une vulgarité importante dans ses manières. Comme à Mme de Villeparisis il avait fallu beaucoup de sérieux pour qu′elle donnât dans sa conversation et dans ses Mémoires le sentiment de la frivolité, lequel est intellectuel, de même, pour que le corps de Saint–Loup fût habité par tant d′aristocratie, il fallait que celle-ci eût déserté sa pensée tendue vers de plus hauts objets, et, résorbée dans son corps, s′y fût fixée en lignes inconscientes et nobles. Par là sa distinction d′esprit n′était pas absente d′une distinction physique qui, la première faisant défaut, n′eût pas été complète. Un artiste n′a pas besoin d′exprimer directement sa pensée dans son ouvrage pour que celui-ci en reflète la qualité; on a même pu dire que la louange la plus haute de Dieu est dans la négation de l′athée qui trouve la création assez parfaite pour se passer d′un créateur. Et je savais bien aussi que ce n′était pas qu′une oeuvre d′art que j′admirais en ce jeune cavalier déroulant le long du mur la frise de sa course; le jeune prince (descendant de Catherine de Foix, reine de Navarre et petite-fille de Charles VII) qu′il venait de quitter à mon profit, la situation de naissance et de fortune qu′il inclinait devant moi, les ancêtres dédaigneux et souples qui survivaient dans l′assurance et l′agilité, la courtoisie avec laquelle il venait disposer autour de mon corps frileux le manteau de vigogne, tout cela n′était-ce pas comme des amis plus anciens que moi dans sa vie, par lesquels j′eusse cru que nous dussions toujours être séparés, et qu′il me sacrifiait au contraire par un choix que l′on ne peut faire que dans les hauteurs de l′intelligence, avec cette liberté souveraine dont les mouvements de Robert étaient l′image et dans laquelle se réalise la parfaite amitié? Un aplomo del gusto, no en el orden de lo bello, sino de los modales y que en presencia de una circunstancia nueva hacía captar enseguida al hombre elegante —como a un artista al que se le pide que toque un trozo de música que no conoce— el sentimiento, el movimiento que la circunstancia reclama, y adaptar a ella el mecanismo, la técnica que mejor le convienen; luego permitía a ese gusto actuar sin la traba de ninguna otra consideración, que a tantos jóvenes burgueses hubiera paralizado, tanto por el temor de ponerse en ridículo a los ojos de los demás, faltando a las formas, como de parecer solícitos en exceso a los de sus amigos, y que en Roberto era sustituido por un desdén que desde luego no había sentido nunca en su corazón, pero que había recibido por herencia en su cuerpo y que había sometido las maneras de sus antepasados a una familiaridad que, según éstos creían, no podía menos de lisonjear y fascinar a aquel a quien se dirigía; por último, una noble liberalidad que, como para nada tenía en cuenta tantas ventajas materiales (los gastos que hacía en profusión en este restaurante habían acabado por hacer de él, aquí como en otros sitios, el cliente más de moda y el favorito máximo, situación que subrayaba la solicitud para con él no sólo de la servidumbre, sino de la juventud más brillante), le hacía pisotearlas, como los divanes de púrpura efectiva y simbólicamente hollados, semejantes a un camino suntuoso en que sólo hallaba agrado mi amigo en cuanto le permitía venir hacia mí con más gracia y rapidez; tales eran las cualidades, esenciales todas a la aristocracia, que detrás de aquel cuerpo, no opaco y oscuro, como lo hubiera sido el mío, sino significativo y límpido, trasparecían como a través de una obra de arte el poder industrioso, eficiente, que la ha creado, y hacían que los movimientos de la rápida carrera que había desarrollado Roberto a lo largo de la pared fuesen inteligibles y encantadores como los de unos jinetes esculpidos en un friso “¡Ay! —hubiera pensado Roberto—, ¿vale la pena que me haya pasado mi juventud despreciando la alcurnia, honrando únicamente la justicia y el talento, escogiendo, fuera de los amigos que como tales me imponían, compañeros torpes y mal vestidos, si tenían elocuencia, para que el único ser que aparezca en mí, del que se conserve un recuerdo precioso, sea, no el que mi voluntad, esforzándose y haciéndose digna de él, ha modelado a mi semejanza, sino un ser que no es obra mía, que ni siquiera soy yo, un ser al que he despreciado siempre y al que he tratado de vencer; vale la pena que haya querido a mi amigo predilecto como lo he hecho, para que el mayor goce que en mí encuentre sea el de descubrir algo mucho más general que yo mismo, un goce que no es, en absoluto, como él dice y como no puede creer sinceramente, un goce de amistad, sino un goce intelectual y desinteresado, un a modo de deleite de arte?” Esto es lo que hoy temo que haya pensado a veces Saint-Loup. Se ha engañado, en ese caso. Si no hubiera, como había, puesto amor en algo irás alto que la flexibilidad innata de su cuerpo, si no hubiera estado tanto tiempo despegado del orgullo nobiliario, habría habido más ahínco y pesadez en su misma agilidad, una vulgaridad considerable en sus maneras. De igual suerte que la señora de Villeparisis había necesitado mucha seriedad para dar en su conversación y en sus memorias la impresión de frivolidad, impresión que es intelectual, así, para que el cuerpo de Saint-Loup estuviese habitado por tanta aristocracia, era menester que ésta hubiera desertado de su pensamiento, asestado hacia miras más altas, y, reabsorbida en su cuerpo, se hubiese asentado en él en líneas inconscientes y nobles. Par eso su distinción espiritual no se hallaba ausente de una distinción física que, de faltar la primera; no hubiera sido cabal. Un artista no tiene necesidad de expresar directamente su pensamiento en su obra para que ésta refleje la calidad de ese pensamiento; incluso ha podido decirse que la más subida alabanza de Dios está en la negación del ateo que encuentra la creación bastante perfecta para pasarse sin creador. Y de sobra sabía yo también que no era sólo una obra de arte lo que admiraba en el juvenil jinete que desarrollaba a lo largo de la pared el friso de su carrera; el joven príncipe (descendiente de Catalina de Foix, reina de Navarra y nieta de Carlos VII), al que acababa de dejar por mí, la situación de alcurnia yde fortuna que ante mí se inclinaba, los antepasados desdeñosos ydesenvueltos que sobrevivían en el aplomo y en la agilidad, en la cortesía con que acababa de extender en torno a mi cuerpo friolento el gabán de vicuña, todo esto, ¿no era como unos amigos más antiguos que yo en su vida, por los que yo hubiese creído que deberíamos estar siempre separados, y que, por el contrario, sacrificaba a mí en virtud de una elección que sólo puede hacerse en las alturas de la inteligencia, como esa libertad soberana de que eran imágenes los movimientos de Roberto y en la que se realiza la perfecta amistad"
Ce que la familiarité d′un Guermantes — au lieu de la distinction qu′elle avait chez Robert, parce que le dédain héréditaire n′y était que le vêtement, devenu grâce inconsciente, d′une réelle humilité morale — eût décelé de morgue vulgaire, j′avais pu en prendre consciente, non en M. de Charlus chez lequel les défauts de caractère que jusqu′ici je comprenais mal s′étaient superposés aux habitudes aristocratiques, mais chez le duc de Guermantes. Lui aussi pourtant, dans l′ensemble commun qui avait tant déplu à ma grand′mère quand autrefois elle l′avait rencontré chez Mme de Villeparisis, offrait des parties de grandeur ancienne, et qui me furent sensibles quand j′allai dîner chez lui, le lendemain de la soirée que j′avais passée avec Saint–Loup. De lo que la familiaridad de un Guermantes —en lugar de la distinción que tenía en Roberto, porque el desdén hereditario, en él, no era sino el ropaje, convertido en gracia inconsciente, de una auténtica humildad moral— hubiese encubierto de vulgar altivez, había podido yo adquirir conciencia, no en el señor de Charlus, en el que algunos defectos de carácter que hasta aquí no comprendía yo bien se habían superpuesto a los hábitos aristocráticos, sino en el duque de Guermantes. También él, sin embargo, en el conjunto común que tanto había desagradado a mi madre al encontrarse en otro tiempo con él en casa de la señora de Villeparisis, ofrecía partes de grandeza antigua y que fueron sensibles para mí cuando fui a cenar a su casa el día siguiente a la velada que había pasado con Saint-Loup.
Elles ne m′étaient apparues ni chez lui ni chez la duchesse, quand je les avais vus d′abord chez leur tante, pas plus que je n′avais vu le premier jour les différences qui séparaient la Berma de ses camarades, encore que chez celle-ci les particularités fussent infiniment plus saisissantes que chez des gens du monde, puisqu′elles deviennent plus marquées au fur et à mesure que les objets sont plus réels, plus concevables à l′intelligence. Mais enfin si légères que soient les nuances sociales (et au point que lorsqu′un peintre véridique comme Sainte–Beuve veut marquer successivement les nuances qu′il y eut entre le salon de Mme Geoffrin, de Mme Récamier et de Mme de Boigne, ils apparaissent tous si semblables que la principale vérité qui, à l′insu de l′auteur, ressort de ses études, c′est le néant de la vie de salon), pourtant, en vertu de la même raison que pour la Berma, quand les Guermantes me furent devenus indifférents et que la gouttelette de leur originalité ne fut plus vaporisée par mon imagination, je pus la recueillir, tout impondérable qu′elle fût. No se me habían aparecido ni en él ni en la duquesa, cuando los había visto primeramente en casa de su tía, como tampoco había visto el primer día las diferencias que separaban a la Berma de sus camaradas, aún cuando en ésta las particularidades fuesen infinitamente más aprehensibles que en la gente del gran mundo, puesto que se van haciendo más acusadas a medida que los objetos son más reales, más concebibles para la inteligencia. Pero al fin, por ligeros que sean los matices sociales (y esto, hasta el punto de que cuando un pintor veraz como Sainte-Beuve quiere señalar sucesivamente los matices que hubo entre el salón de madama Geoffrin, el de madama Récamier y el de madama de Boigne, todos ellos aparecen tan semejantes, que la principal verdad que, sin querer el autor, resulta de sus estudios es la inanidad de la vida de salón), sin embargo, en virtud de la misma razón que con la Berma, cuando los Guermantes hubieron llegado a serme indiferentes y la gotita de su originalidad ya no fue vaporizada por mi imaginación, pude recogerla por imponderable que fuese.
La duchesse ne m′ayant pas parlé de son mari, à la soirée de sa tante, je me demandais si, avec les bruits de divorce qui couraient, il assisterait au dîner. Mais je fus bien vite fixé car parmi les valets de pied qui se tenaient debout dans l′antichambre et qui (puisqu′ils avaient dû jusqu′ici me considérer à peu près comme les enfants de l′ébéniste, c′est-à-dire peut-être avec plus de sympathie que leur maître mais comme incapable d′être reçu chez lui) devaient chercher la cause de cette révolution, je vis se glisser M. de Guermantes qui guettait mon arrivée pour me recevoir sur le seuil et m′ôter lui-même mon pardessus. Como la duquesa no me había hablado de su marido en la reunión en casa de su tía, me preguntaba yo si, con los rumores de divorcio que corrían, asistiría el duque a la cena. Pero bien pronto supe a qué atenerme, ya que por entre los lacayos que estaban en pie en la antesala y que (toda vez que hasta aquí habían debido de considerarme sobre poco más o írsenos como a los chicos del ebanista; es decir, acaso con más simpatía que su señor, pero como incapaz de ser recibido en casa de éste) debían de preguntarse la causa de tal revolución, vi deslizarse al señor de Guermantes, que acechaba mi llegada para recibirme en el umbral y ser él mismo quien me quitase el gabán.
— Mme de Guermantes va être tout ce qu′il y a de plus heureuse, me dit-il d′un ton habilement persuasif. Permettez-moi de vous débarrasser de vos frusques (il trouvait à la fois bon enfant et comique de parler le langage du peuple). Ma femme craignait un peu une défection de votre part, bien que vous eussiez donné votre jour. Depuis ce matin nous nous disions l′un à l′autre: «Vous verrez qu′il ne viendra pas.» Je dois dire que Mme de Guermantes a vu plus juste que moi. Vous n′êtes pas un homme commode à avoir et j′étais persuadé que vous nous feriez faux bond. —Mi señora se va a llevar un alegrón como no cabe más — me dijo en un tono hábilmente persuasivo—. Permítame que lo libre de sus avíos (encontraba a la vez campechano y cómico emplear el lenguaje del pueblo). Mi mujer tenía cierto temor de una defección por parte de usted, a pesar de haber señalado usted mismo su día. Desde esta mañana nos decíamos el uno al otro “Verá usted cómo no viene”. Debo decir que mi señora ha estado más en lo cierto que yo. No es muy fácil contar con usted.
Et le duc était si mauvais mari, si brutal même, disait-on, qu′on lui savait gré, comme on sait gré de leur douceur aux méchants, de ces mots «Mme de Guermantes» avec lesquels il avait l′air d′étendre sur la duchesse une aile protectrice pour qu′elle ne fasse qu′un avec lui. Cependant me saisissant familièrement par la main, il se mit en devoir de me guider et de m′introduire dans les salons. Telle expression courante peu claire dans la bouche d′un paysan si elle montre la survivance d′une tradition locale, la trace d′un événement historique, peut-être ignorés de celui qui y fait allusion; de même cette politesse de M. de Guermantes, et qu′il allait me témoigner pendant toute la soirée, me charma comme un reste d′habitudes plusieurs fois séculaires, d′habitudes en particulier du XVIIIe siècle. Les gens des temps passés nous semblent infiniment loin de nous. Nous n′osons pas leur supposer d′intentions profondes au delà de ce qu′ils expriment formellement; nous sommes étonnés quand nous rencontrons un sentiment à peu près pareil à ceux que nous éprouvons chez un héros d′Homère ou une habile feinte tactique chez Hannibal pendant la bataille de Cannes, où il laissa enfoncer son flanc pour envelopper son adversaire par surprise; on dirait que nous nous imaginons ce poète épique et ce général aussi éloignés de nous qu′un animal vu dans un jardin zoologique. Même chez tels personnages de la cour de Louis XIV, quand nous trouvons des marques de courtoisie dans des lettres écrites par eux à quelque homme de rang inférieur et qui ne peut leur être utile à rien, elles nous laissent surpris parce qu′elles nous révèlent tout à coup chez ces grands seigneurs tout un monde de croyances qu′ils n′expriment jamais directement mais qui les gouvernent, et en particulier la croyance qu′il faut par politesse feindre certains sentiments et exercer avec le plus grand scrupule certaines fonctions d′amabilité. Y el duque era tan mal marido, tan brutal inclusive, según decían, que se le agradecía, como se les agradece a las personas malévolas su dulzura, las palabras “mi señora”, con las que parecía extender sobre la duquesa su ala protectora para que no formase más que un solo ser con él. A todo esto, cogiéndome familiarmente de la mano, se dispuso a guiarme e introducirme en los salones. Tal o cual expresión corriente puede agradar en boca de un campesino si indica la supervivencia de una tradición local, el rastro de un acontecimiento histórico, ignorados acaso del mismo que hace alusión a ellos; parejamente, esta cortesía del señor de Guermantes, cortesía de que iba a darme muestra durante toda la velada, me encantó como un resto de costumbres multiseculares; de costumbres, en particular, del siglo XVII. Las gentes de los tiempos pasados nos parecen infinitamente lejos de nosotros. No nos atrevemos a suponerles intenciones profundas allende lo que expresan formalmente; nos quedamos pasmados cuando encontramos un sentimiento aproximadamente semejante a los que experimentamos nosotros en un héroe de Homero, o una hábil finta táctica en Aníbal durante la batalla de Cannas, en donde dejó penetrar en su flanco al enemigo para envolverlo por sorpresa; dijérase que nos imaginamos a ese poeta épico y a ese general tan alejados de nosotros como un animal que hemos visto en un parque zoológico. Incluso ciertos personajes de la corte de Luis XIV, cuando encontramos muestras de cortesía en cartas escritas por ellos a algún hombre de condición inferior y que para nada puede serles útil, nos dejan sorprendidos porque nos revelan súbitamente en esos grandes señores todo un mundo de creencias que no expresan nunca directamente, pero que los gobiernan, y en particular la creencia de que hay que fingir por cortesía ciertos sentimientos y ejecutar con el mayor escrúpulo ciertas funciones de amabilidad.
Cet éloignement imaginaire du passé est peut-être une des raisons qui permettent de comprendre que même de grands écrivains aient trouvé une beauté géniale aux oeuvres de médiocres mystificateurs comme Ossian. Nous sommes si étonnés que des bardes lointains puissent avoir des idées modernes, que nous nous émerveillons si, dans ce que nous croyons un vieux chant gaélique, nous en rencontrons une que nous n′eussions trouvée qu′ingénieuse chez un contemporain. Un traducteur de talent n′a qu′à ajouter à un Ancien qu′il restitue plus ou moins fidèlement, des morceaux qui, signés d′un nom contemporain et publiés à part, paraîtraient seulement agréables: aussitôt il donne une émouvante grandeur à son poète, lequel joue ainsi sur le clavier de plusieurs siècles. Ce traducteur n′était capable que d′un livre médiocre, si ce livre eût été publié comme un original de lui. Donné pour une traduction, il semble celle d′un chef-d′oeuvre. Le passé non seulement n′est pas fugace, il reste sur place. Ce n′est pas seulement des mois après le commencement d′une guerre que des lois votées sans hâte peuvent agir efficacement sur elle, ce n′est pas seulement quinze ans après un crime resté obscur qu′un magistrat peut encore trouver les éléments qui serviront à l′éclaircir; après des siècles et des siècles, le savant qui étudie dans une région lointaine la toponymie, les coutumes des habitants, pourra saisir encore en elles telle légende bien antérieure au christianisme, déjà incomprise, sinon même oubliée au temps d′Hérodote et qui dans l′appellation donnée à une roche, dans un rite religieux, demeure au milieu du présent comme une émanation plus dense, immémoriale et stable. Il y en avait une aussi, bien moins antique, émanation de la vie de cour, sinon dans les manières souvent vulgaires de M. de Guermantes, du moins dans l′esprit qui les dirigeait. Je devais la goûter encore, comme une odeur ancienne, quand je la retrouvai un peu plus tard au salon. Car je n′y étais pas allé tout de suite. Este alejamiento imaginario del pasado es quizá una de las razones que permiten comprender que incluso grandes escritores hayan encontrado una belleza genial en obras de mediocres mixtificadores como Osián. Tan pasmados nos deja que unos bardos remotos pueden tener ideas modernas, que nos maravillarnos si en lo que creemos un añejo canto gaélico hallamos alguna que no hubiéramos pasado de encontrar ingeniosa en un contemporáneo. Un traductor de talento no tiene más que añadir a un autor antiguo, al que restituye más o menos fielmente, algunos trozos que, firmados con un nombre contemporáneo y publicados aparte, no pasarían de parecer simplemente agradables: inmediatamente da una conmovedora grandeza a su poeta, que de ese modo pulsa el teclado de varios siglos. Este traductor sólo sería capaz de un libro mediocre, si ese libro hubiera sido publicado como original suyo. Presentado como traducción, parece la de una obra maestra. El pasado no sólo es fugaz, sino que no se mueve de un mismo sitio. No es sólo que meses después del comienzo de una guerra puedan actuar eficazmente sobre ella unas leyes votadas sin prisas; no es sólo que quince años después de un crimen que ha quedado sumido en la oscuridad pueda encontrar todavía un magistrado los elementos que habrán de servir para poner en claro ese crimen; al cabo de siglos y siglos, el erudito que estudia en una religión apartada la toponimia, las costumbres de los habitantes, podrá captar todavía en ellas tal o cual leyenda anterior, con mucho, al cristianismo, incomprendida ya, si no es que olvidada incluso en tiempos de Herodoto, y que en la denominación dada a una peña, en un rito religioso, perdura en medio del presente como una emanación más densa, inmemorial y estable. Una había también, mucho menos antigua, emanación de la vida cortesana, si no en las maneras, frecuentemente vulgares, del señor de Guermantes, por lo menos en el espíritu que las dirigía. Aún había de gozar yo de ella, como de una antigua fragancia, cuando volví a encontrarla un poco más tarde en el salón. Porque no había ido a éste inmediatamente.
En quittant le vestibule, j′avais dit à M. de Guermantes que j′avais un grand désir de voir ses Elstir. «Je suis à vos ordres, M. Elstir est-il donc de vos amis? Je suis fort marri car je le connais un peu, c′est un homme aimable, ce que nos pères appelaient l′honnête homme, j′aurais pu lui demander de me faire la grâce de venir, et le prier à dîner. Il aurait certainement été très flatté de passer la soirée en votre compagnie.» Fort peu ancien régime quand il s′efforçait ainsi de l′être, le duc le redevenait ensuite sans le vouloir. M′ayant demandé si je désirais qu′il me montrât ces tableaux, il me conduisit, s′effaçant gracieusement devant chaque porte, s′excusant quand, pour me montrer le chemin, il était obligé de passer devant, petite scène qui (depuis le temps où Saint–Simon raconte qu′un ancêtre des Guermantes lui fit les honneurs de son hôtel avec les mêmes scrupules dans l′accomplissement des devoirs frivoles du gentilhomme) avait dû, avant de glisser jusqu′à nous, être jouée par bien d′autres Guermantes pour bien d′autres visiteurs. Et comme j′avais dit au duc que je serais bien aise d′être seul un moment devant les tableaux, il s′était retiré discrètement en me disant que je n′aurais qu′à venir le retrouver au salon. Al abandonar el vestíbulo, le había dicho yo al señor de Guermantes que tenía grandes deseos de ver a sus Elstir. “Estoy a sus órdenes. ¿Conque el señor Elstir es amigo suyo" Siento mucho no haberlo sabido, porque lo trato un poco; es hombre amable, lo que nuestros padres llamaban un “hombre de bien”; hubiera podido pedirle que hiciese el favor de venir, y rogarle que se quedara a cenar. Seguramente se habría sentido muy halagado por pasar con usted la velada”. Muy poco “antiguo régimen” cuando así se esforzaba por serlo, volvíalo a ser enseguida el duque sin proponérselo. Como me hubiese preguntado si deseaba que me enseñase sus cuadros, me guió, haciéndose graciosamente a un lado ante cada puerta, excusándose cuando, para enseñarme el camino, se veía obligado a pasar delante, pequeña escena en que (desde los tiempos en que Saint-Simon refiere que un antepasado de los Guermantes le hizo los honores de su palacio con los mismos escrúpulos en el cumplimiento de los deberes frívolos del hidalgo) había debido, antes de resbalar hasta nosotros, de ser representada por otros muchos Guermantes para otras muchas visitas. Y como yo le había dicho al duque que me gustaría mucho quedarme un momento a solas ante los cuadros, se había retirado discretamente, diciéndome que no tenía más que ir a encontrarme luego con él en el salón.
Seulement une fois en tête à tête avec les Elstir, j′oubliai tout à fait l′heure du dîner; de nouveau comme à Balbec j′avais devant moi les fragments de ce monde aux couleurs inconnues qui n′était que la projection, la manière de voir particulière à ce grand peintre et que ne traduisaient nullement ses paroles. Les parties du mur couvertes de peintures de lui, toutes homogènes les unes aux autres, étaient comme les images lumineuses d′une lanterne magique laquelle eût été, dans le cas présent, la tête de l′artiste et dont on n′eût pu soupçonner l′étrangeté tant qu′on n′aurait fait que connaître l′homme, c′est-à-dire tant qu′on n′eût fait que voir la lanterne coiffant la lampe, avant qu′aucun verre coloré eût encore été placé. Parmi ces tableaux, quelques-uns de ceux qui semblaient le plus ridicules aux gens du monde m′intéressaient plus que les autres en ce qu′ils recréaient ces illusions d′optique qui nous prouvent que nous n′identifierions pas les objets si nous ne faisions pas intervenir le raisonnement. Que de fois en voiture ne découvrons-nous pas une longue rue claire qui commence à quelques mètres de nous, alors que nous n′avons devant nous qu′un pan de mur violemment éclairé qui nous a donné le mirage de la profondeur. Dès lors n′est-il pas logique, non par artifice de symbolisme mais par retour sincère à la racine même de l′impression, de représenter une chose par cette autre que dans l′éclair d′une illusion première nous avons prise pour elle? Les surfaces et les volumes sont en réalité indépendants des noms d′objets que notre mémoire leur impose quand nous les avons reconnus. Elstir tâchait d′arracher à ce qu′il venait de sentir ce qu′il savait, son effort avait souvent été de dissoudre cet agrégat de raisonnements que nous appelons vision. Sólo que una vez que me quedé mano a mano con los Elstir, me olvidé por completo de la hora de cenar; de nuevo, como en Balbec, tenía ante mí los fragmentos de este mundo de colores desconocidos, que no era sino la proyección, la manera de ver peculiar de este gran pintor y que en modo alguno traducía sus palabras. Los trechos de pared cubiertos de pintura suyas, homogéneas todas entre sí, eran como las imágenes luminosas de una linterna mágica, que hubiera sido en el caso presente la cabeza del artista, y cuya rareza no hubiera podido sospecharse mientras no se hubiese hecho más que conocer al hombre; es decir, en tanto no se hubiera hecho más que ver la linterna que encaperuzaba la lámpara, antes de haber puesto todavía ningún cristal coloreado. Entre estos cuadros, algunos de los que más ridículos parecían a la gente de mundo me interesaban más que los otros en cuanto recreaba esas ilusiones de óptica que nos prueban que no identificaríamos los objetos si no hiciésemos intervenir al razonamiento. Cuántas veces, yendo en coche, descubrimos una calle larga y clara que empieza a unos metros de nosotros, cuando lo que tenemos delante no es más que un trozo de tapial violentamente iluminado que nos ha dado el espejismo de la profundidad. Pues entonces, ¿no es lógico, no por artificio de simbolismo, sino por un sincero retorno a la raíz misma de la impresión, representar una cosa por aquella otra que en el relámpago de una ilusión primera hemos tomado por ella? Las superficies y los volúmenes son, en realidad, independientes de los nombres de objetos que nuestra memoria les impone cuando los hemos reconocido. Elstir trataba de arrancar lo que él sabía a lo que acababa de sentir; su esfuerzo había consistido a menudo en disolver el conglomerado de razonamientos que llamamos visión.
Les gens qui détestaient ces «horreurs» s′étonnaient qu′Elstir admirât Chardin, Perroneau, tant de peintres qu′eux, les gens du monde, aimaient. Ils ne se rendaient pas compte qu′Elstir avait pour son compte refait devant le réel (avec l′indice particulier de son goût pour certaines recherches) le même effort qu′un Chardin ou un Perroneau, et qu′en conséquence, quand il cessait de travailler pour lui-même, il admirait en eux des tentatives du même genre, des sortes de fragments anticipés d′oeuvres de lui. Mais les gens du monde n′ajoutaient pas par la pensée à l′oeuvre d′Elstir cette perspective du Temps qui leur permettait d′aimer ou tout au moins de regarder sans gêne la peinture de Chardin. Pourtant les plus vieux auraient pu se dire qu′au cours de leur vie ils avaient vu, au fur et à mesure que les années les en éloignaient, la distance infranchissable entre ce qu′ils jugeaient un chef-d′oeuvre d′Ingres et ce qu′ils croyaient devoir rester à jamais une horreur (par exemple l′Olympia de Manet) diminuer jusqu′à ce que les deux toiles eussent l′air jumelles. Mais on ne profite d′aucune leçon parce qu′on ne sait pas descendre jusqu′au général et qu′on se figure toujours se trouver en présence d′une expérience qui n′a pas de précédents dans le passé. Las gentes que detestaban estos “horrores” se extrañaban de que Elstir admirase a Chardin, a Perroneau, a tantos pintores que a ellas, a las gentes de mundo, les gustaban. No se daban cuenta de que Elstir había vuelto a hacer por su cuenta, ante lo real (con el indicio particular de su gusto por ciertas búsquedas), el mismo esfuerzo que un Chardin o un Perroneau, y que, por consiguiente, cuando dejaba de trabajar para sí mismo, admiraba en ellos tentativas del mismo género, algo como fragmentos anticipados de obras suyas. Pero la gente de mundo no añadía con el pensamiento a la obra de Elstir la perspectiva del Tiempo, que permitía a los demás saborear, o por lo menos contemplar despreocupadamente, la pintura de Chardin. Sin embargo, los más viejos hubieran podido decirse que en el curso de su vida habían visto, a medida que los años los alejaban de ella, que la distancia infranqueable que mediaba entre lo que consideraban una obra maestra de Ingres y lo que creían que había de seguir siendo perdurablemente un horror (por ejemplo, la Olimpia, de Manet), disminuía hasta parecer mellizos los dos lienzos. Pero no hay lección que aproveche, porque no se sabe descender hasta lo general y siempre se figura uno que se encuentra ante una experiencia que no tiene precedentes en el pasado.
Je fus émus de retrouver dans deux tableaux (plus réalistes, ceux-là, et d′une manière antérieure) un même monsieur, une fois en frac dans son salon, une autre fois en veston et en chapeau haut de forme dans une fête populaire au bord de l′eau où il n′avait évidemment que faire, et qui prouvait que pour Elstir il n′était pas seulement un modèle habituel, mais un ami, peut-être un protecteur, qu′il aimait, comme autrefois Carpaccio tels seigneurs notoires — et parfaitement ressemblants — de Venise, à faire figurer dans ses peintures; de même encore que Beethoven trouvait du plaisir à inscrire en tête d′une oeuvre préférée le nom chéri de l′archiduc Rodolphe. Cette fête au bord de l′eau avait quelque chose d′enchanteur. La rivière, les robes des femmes, les voiles des barques, les reflets innombrables des unes et des autres voisinaient parmi ce carré de peinture qu′Elstir avait découpé dans une merveilleuse après-midi. Ce qui ravissait dans la robe d′une femme cessant un moment de danser, à cause de la chaleur et de l′essoufflement, était chatoyant aussi, et de la même manière, dans la toile d′une voile arrêtée, dans l′eau du petit port, dans le ponton de bois, dans les feuillages et dans le ciel. Comme dans un des tableaux que j′avais vus à Balbec, l′hôpital, aussi beau sous son ciel de lapis que la cathédrale elle-même, semblait, plus hardi qu′Elstir théoricien, qu′Elstir homme de goût et amoureux du moyen âge, chanter: «Il n′y a pas de gothique, il n′y a pas de chef-d′oeuvre, l′hôpital sans style vaut le glorieux portail», de même j′entendais: «La dame un peu vulgaire qu′un dilettante en promenade éviterait de regarder, excepterait du tableau poétique que la nature compose devant lui, cette femme est belle aussi, sa robe reçoit la même lumière que la voile du bateau, et il n′y a pas de choses plus ou moins précieuses, la robe commune et la voile en elle-même jolie sont deux miroirs du même reflet, tout le prix est dans les regards du peintre.» Or celui-ci avait su immortellement arrêter le mouvement des heures à cet instant lumineux où la dame avait eu chaud et avait cessé de danser, où l′arbre était cerné d′un pourtour d′ombre, où les voiles semblaient glisser sur un vernis d′or. Mais justement parce que l′instant pesait sur nous avec tant de force, cette toile si fixée donnait l′impression la plus fugitive, on sentait que la dame allait bientôt s′en retourner, les bateaux disparaître, l′ombre changer de place, la nuit venir, que le plaisir finit, que la vie passe et que les instants, montrés à la fois par tant de lumières qui y voisinent ensemble, ne se retrouvent pas. Je reconnaissais encore un aspect, tout autre il est vrai, de ce qu′est l′instant, dans quelques aquarelles à sujets mythologiques, datant des débuts d′Elstir et dont était aussi orné ce salon. Les gens du monde «avancés» allaient «jusqu′à» cette manière-là, mais pas plus loin. Ce n′était certes pas ce qu′Elstir avait fait de mieux, mais déjà la sincérité avec laquelle le sujet avait été pensé ôtait sa froideur. C′est ainsi que, par exemple, les Muses étaient représentées comme le seraient des êtres appartenant à une espèce fossile mais qu′il n′eût pas été rare, aux temps mythologiques, de voir passer le soir, par deux ou par trois, le long de quelque sentier montagneux. Quelquefois un poète, d′une race ayant aussi une individualité particulière pour un zoologiste (caractérisée par une certaine insexualité), se promenait avec une Muse, comme, dans la nature, des créatures d′espèces différentes mais amies et qui vont de compagnie. Dans une de ces aquarelles, on voyait un poète épuisé d′une longue course en montagne, qu′un Centaure, qu′il a rencontré, touché de sa fatigue, prend sur son dos et ramène. Dans plus d′une autre, l′immense paysage (où la scène mythique, les héros fabuleux tiennent une place minuscule et sont comme perdus) est rendu, des sommets à la mer, avec une exactitude qui donne plus que l′heure, jusqu′à la minute qu′il est, grâce au degré précis du déclin du soleil, à la fidélité fugitive des ombres. Par là l′artiste donne, en l′instantanéisant, une sorte de réalité historique vécue au symbole de la fable, le peint, et le relate au passé défini. Me sentí conmovido al encontrar en dos cuadros (más realistas y de una manera anterior) el mismo caballero; una vez de frac, en su salón; otra de americana y con sombrero de copa, en una fiesta popular a la orilla del agua, donde no tenía evidentemente nada que hacer, y que demostraba que para Elstir no era sólo un modelo habitual, sino un amigo, acaso un protector, al que le gustaba, como antaño Carpaccio a determinados señores de nota —y perfectamente parecidos unos a otros— de Venecia, hacer figurar estos cuadros; de igual suerte, también, que Beethoven tenía gusto en escribir al frente de una obra preferida el nombre dilecto del archiduque Rodolfo. Esta fiesta a la orilla del agua tenía un no sé qué encantador. El río, los trajes de las mujeres, los velámenes de las barcas, los reflejos innumerables de unos y otras hallábanse en vecindad en medio de este cuadrado de pintura que Elstir había recortado de una siesta maravillosa. Lo que hechizaba en el vestido de una mujer que cesaba de bailar un momento, por el calor y el sofocón, era asimismo tornasolado, y de idéntica manera en el lienzo de una veta quieta, en el agua del puertecillo, en el portón de madera, en las frondas y en el cielo. De igual malo que en uno de los cuadros que había visto yo en Balbec, el hospital, tan hermoso bajo su cielo de lapislázuli como la misma catedral, parecía más atrevido que Elstir, teórico, que Ristir hombre de gusto y enamorado de la Edad Media, cantar: “No hay gótico, no hay obra maestra; el hospital sin estilo vale tanto como la gloriosa fachada”, así oía yo: la dama un tanto vulgar a la que un deleitante de paseo evitaría mirar, exceptuaría del cuadro poético que ante él compone la naturaleza, esa mujer es también hermosa, su vestido recibe la misma luz que la vela del barco, —y no hay cosas más o menos preciosas, el traje corriente y la vela bonita en sí misma son dos espejos del mismo reflejo; todo el valor está en las miradas del pintor. Ahora bien; éste había sabido inmortalmente detener el movimiento de las horas en ese instante luminoso en que la dama había tenido calor y había cesado de bailar, en que el árbol estaba cercado de un ruedo de sombra, en que las velas parecían resbalar sobre un barniz de oro. Pero justamente porque el instante pesaba sobre nosotros con tanta fuerza, este tiempo tan fijo daba la impresión más fugitiva, sentíase que la dama iba a volver a marcharse bien pronto, los barcos a desaparecer, la sombra a cambiar de sitio, la noche a venir; que el placer se acaba, que la vida pasa, y los instantes, mostrados a la vez por tantas luces que en ellos conviven en vecindad, no vuelven a encontrarse. Otro aspecto aún, completamente distinto, en verdad, de lo que es el instante, reconocía yo en algunas acuarelas de asunto mitológico que databa— de los comienzos de Elstir y con las que estaba asimismo decorado este salón. Las gentes de mundo “avanzadas” llegaban “hasta” esta manera, pero no más lejos. No era esto, desde luego, lo mejor que había hecho Elstir, pero ya la sinceridad con que había sido pensado el tema lo despojaba de su frialdad. Así, por ejemplo, las musas eran representadas como lo habían sido unos seres pertenecientes a una especie fósil, pero que no hubiera sido raro, en los tiempos mitológicos, ver pasar al atardecer, de dos en dos o de tres en tres, a lo largo de algún sendero montañoso. A veces, un poeta, de una raza que tenía también una individualidad particular para un zoólogo (caracterizada por cierta asexualidad), se paseaba con una musa, como, en la naturaleza, criaturas de especies diferentes pero amigas y que van en compañía. En una de estas acuarelas se veía a un poeta agotado por una larga caminata por la montaña, al que un Centauro con quien se ha encontrado, apiadado de su cansancio, se echa a la espalda y vuelve consigo a su morada. En más de otra, el inmenso paisaje (en que la escena mítica, los héroes fabulosos, ocupan un lugar minúsculo y están como perdidos) aparece reproducido desde las cumbres hasta él mar con una exactitud que indica, más aún que la hora, hasta el minuto que es, merced al grado preciso del declinar del sol, a la fidelidad fugitiva de las sombras. Con ello, el artista da, instantaneizándolo, una a modo de realidad histórica vivida al símbolo de la fábula, lo pinta y lo relata en pretérito perfecto.
Pendant que je regardais les peintures d′Elstir, les coups de sonnette des invités qui arrivaient avaient tinté, ininterrompus, et m′avaient bercé doucement. Mais le silence qui leur succéda et qui durait déjà depuis très longtemps finit — moins rapidement il est vrai — par m′éveiller de ma rêverie, comme celui qui succède à la musique de Lindor tire Bartholo de son sommeil. J′eus peur qu′on m′eût oublié, qu′on fût à table et j′allai rapidement vers le salon. A la porte du cabinet des Elstir je trouvai un domestique qui attendait, vieux ou poudré, je ne sais, l′air d′un ministre espagnol, mais me témoignant du même respect qu′il eût mis aux pieds d′un roi. Je sentis à son air qu′il m′eût attendu une heure encore, et je pensai avec effroi au retard que j′avais apporté au dîner, alors surtout que j′avais promis d′être à onze heures chez M. de Charlus. Mientras miraba yo los cuadros de Elstir, los campanillazos de los invitados que iban llegando habían sonado, ininterrumpidos, y me había acunado blandamente. Pero el silencio que sucedió a ellos, y que duraba desde hacía ya mucho rato acabó —verdad es que menos rápidamente— por despertarme de mi divagar, como el silencio que sucede a la música de Lindoro saca a Bartolo de su sueño. Tuve el temor de que se hubiesen olvidado de mí, que estuviesen a la mesa, y me dirigí rápidamente hacia el salón. A la puerta del gabinete de los Elstir me encontré con un criado que esperaba, viejo o empolvado, no sé, con el empaque de un ministro español, pero mostrando para conmigo el mismo respeto que hubiera desplegado a los pies de un rey. Me percaté, por su continente, de que aún me habría esperado una hora más, y pensé con espanto en el retraso que había hecho sufrir a la cena, cuando, sobre todo, había prometido estar a las once en casa del señor de Charlus.
Le ministre espagnol (non sans que je rencontrasse, en route, le valet de pied persécuté par le concierge, et qui, rayonnant de bonheur quand je lui demandai des nouvelles de sa fiancée, me dit que justement demain était le jour de sortie d′elle et de lui, qu′il pourrait passer toute la journée avec elle, et célébra la bonté de Madame la duchesse) me conduisit au salon où je craignais de trouver M. de Guermantes de mauvaise humeur. Il m′accueillit au contraire avec une joie évidemment en partie factice et dictée par la politesse, mais par ailleurs sincère, inspirée et par son estomac qu′un tel retard avait affamé, et par la conscience d′une impatience pareille chez tous ses invités lesquels remplissaient complètement le salon. Je sus, en effet, plus tard, qu′on m′avait attendu près de trois quarts d′heure. Le duc de Guermantes pensa sans doute que prolonger le supplice général de deux minutes ne l′aggraverait pas, et que la politesse l′ayant poussé à reculer si longtemps le moment de se mettre à table, cette politesse serait plus complète si en ne faisant pas servir immédiatement il réussissait à me persuader que je n′étais pas en retard et qu′on n′avait pas attendu pour moi. Aussi me demanda-t-il, comme si nous avions une heure avant le dîner et si certains invités n′étaient pas encore là, comment je trouvais les Elstir. Mais en même temps et sans laisser apercevoir ses tiraillements d′estomac, pour ne pas perdre une seconde de plus, de concert avec la duchesse il procédait aux présentations. Alors seulement je m′aperçus que venait de se produire autour de moi, de moi qui jusqu′à ce jour — sauf le stage dans le salon de Mme Swann — avais été habitué chez ma mère, à Combray et à Paris, aux façons ou protectrices ou sur la défensive de bourgeoises rechignées qui me traitaient en enfant, un changement de décor comparable à celui qui introduit tout à coup Parsifal au milieu des filles fleurs. Celles qui m′entouraient, entièrement décolletées (leur chair apparaissait des deux côtés d′une sinueuse branche de mimosa ou sous les larges pétales d′une rose), ne me dirent bonjour qu′en coulant vers moi de longs regards caressants comme si la timidité seule les eût empêchées de m′embrasser. Beaucoup n′en étaient pas moins fort honnêtes au point de vue des moeurs; beaucoup, non toutes, car les plus vertueuses n′avaient pas pour celles qui étaient légères cette répulsion qu′eût éprouvée ma mère. Les caprices de la conduite, niés par de saintes amies, malgré l′évidence, semblaient, dans le monde des Guermantes, importer beaucoup moins que les relations qu′on avait su conserver. On feignait d′ignorer que le corps d′une maîtresse de maison était manié par qui voulait, pourvu que le «salon» fût demeuré intact. Comme le duc se gênait fort peu avec ses invités (de qui et à qui il n′avait plus dès longtemps rien à apprendre), mais beaucoup avec moi dont le genre de supériorité, lui étant inconnu, lui causait un peu le même genre de respect qu′aux grands seigneurs de la cour de Louis XIV les ministres bourgeois, il considérait évidemment que le fait de ne pas connaître ses convives n′avait aucune importance, sinon pour eux, du moins pour moi, et, tandis que je me préoccupais à cause de lui de l′effet que je ferais sur eux, il se souciait seulement de celui qu′ils feraient sur moi. El ministro español (no sin que volviese a encontrar en él, por el camino, al lacayo perseguido por el portero y que, radiante de dicha cuando le pregunté por su novia, me dijo que precisamente mañana les tocaba salir a ella y a él, que podía pasarse todo el día con ella, y ponderó la bondad de la señora duquesa) me condujo al salón donde temía yo encontrarme de mal humor al señor de Guermantes. Me recibió, por el contrario, con una alegría evidentemente ficticia en parte y dictada por la urbanidad, pero por lo demás sincera, inspirada por su estómago, en el que un retraso tal había despertado el hambre, y por la conciencia de una impaciencia igual en todos sus invitados, que llenaban por completo el salón. Supe, en efecto, más tarde que habían estado esperándome cerca de tres cuartos de hora. El duque de Guermantes pensó, sin duda, que con prolongar el suplicio general de dos minutos no lo agravaría, y que, como la cortesía lo había movido a retrasar tanto el momento de sentarse a la mesa, esa cortesía sería más completa si, no haciendo que sirviesen inmediatamente la cena, lograba persuadirme de que no llegaba yo con retraso y de que no habían estado aguardando por mí. Así, me preguntó, como si tuviésemos una hora por delante hasta la comida y aún no estuviesen allí ciertos invitados, qué me habían parecido los Elstir. Pero al mismo tiempo, y sin dejar que se delatasen los retortijones de su estómago, para no perder un segundo más, de acuerdo con la duquesa procedía a las presentaciones. Entonces solamente me percaté de que acababa de producirse en torno a mí (a mí, que hasta ese día —salvo la preparación en el salón de la señora de Swann—, había estado acostumbrado en casa de mi madre, en Combray y en París, a los modales, protectores o ala defensiva, de hoscas burguesas que me trataban como a un chiquillo) un cambio de decoración comparable al que introduce de repente a Parsifal en medio de las muchachas flores. Las que me rodeaban, completamente descotadas (su carne aparecía por los dos lados, de una sinuosa rama de mimosa o bajo los anchos pétalos de una rosa), no me saludaron de otro modo que haciendo fluir hacia mí largas miradas acariciadoras, como si sólo la timidez les hubiera impedido besarme. Muchas no eran menos honestísimas por ello, desde el punto de vista de las costumbres; muchas, no todas, porque las más virtuosas no tenían para las que eran ligeras la repulsión que hubiera sentido mi madre. Los caprichos de la conducta, negados por algunas amigas santas, a despecho de la evidencia, parecían, en el mundo de los Guermantes, importar mucho menos que las relaciones que se habían sabido conservar. Fingíase ignorar que el cuerpo de una señora de su casa era manejado por todo el que quería, con tal que el “salón” hubiese permanecido intacto. Como el duque se cuidaba muy poco de sus invitados (de quienes, desde hacía mucho tiempo, nada tenía que aprender y a los que no tenía nada que enseñar), pero sí mucho de mí, cuyo género de superioridad, por serle desconocido, le causaba un poco de la misma índole de respeto que a los señorones de la corte de Luis XIV los ministros burgueses, estimaba, evidentemente, que el hecho de no conocer a sus invitados no tenía ninguna importancia, si no para ellos, a lo menos para mí, y mientras yo me preocupaba, por él, del efecto que iba a producirles, él sólo se cuidaba, del que a mí me hiciesen.
Tout d′abord, d′ailleurs, se produisit un double petit imbroglio. Au moment même, en effet, où j′étais entré dans le salon, M. de Guermantes, sans même me laisser le temps de dire bonjour à la duchesse, m′avait mené, comme pour faire une bonne surprise à cette personne à laquelle il semblait dire: «Voici votre ami, vous voyez je vous l′amène par la peau du cou», vers une dame assez petite. Or, bien avant que, poussé par le duc, je fusse arrivé devant elle, cette dame n′avait cessé de m′adresser avec ses larges et doux yeux noirs les mille sourires entendus que nous adressons à une vieille connaissance qui peut-être ne nous reconnaît pas. Comme c′était justement mon cas et que je ne parvenais pas à me rappeler qui elle était, je détournais la tête tout en m′avançant de façon à ne pas avoir à répondre jusqu′à ce que la présentation m′eût tiré d′embarras. Pendant ce temps, la dame continuait à tenir en équilibre instable son sourire destiné à moi. Elle avait l′air d′être pressée de s′en débarrasser et que je dise enfin: «Ah! madame, je crois bien! Comme maman sera heureuse que nous nous soyons retrouvés!» J′étais aussi impatient de savoir son nom qu′elle d′avoir vu que je la saluais enfin en pleine connaissance de cause et que son sourire indéfiniment prolongé, comme un sol dièse, pouvait enfin cesser. Mais M. de Guermantes s′y prit si mal, au moins à mon avis, qu′il me sembla qu′il n′avait nommé que moi et que j′ignorais toujours qui était la pseudo-inconnue, laquelle n′eut pas le bon esprit de se nommer tant les raisons de notre intimité, obscures pour moi, lui paraissaient claires. En effet, dès que je fus auprès d′elle elle ne me tendit pas sa main, mais prit familièrement la mienne et me parla sur le même ton que si j′eusse été aussi au courant qu′elle des bons souvenirs à quoi elle se reportait mentalement. Elle me dit combien Albert, que je compris être son fils, allait regretter de n′avoir pu venir. Je cherchai parmi mes anciens camarades lequel s′appelait Albert, je ne trouvai que Bloch, mais ce ne pouvait être Mme Bloch mère que j′avais devant moi puisque celle-ci était morte depuis de longues années. Je m′efforçais vainement à deviner le passé commun à elle et à moi auquel elle se reportait en pensée. Mais je ne l′apercevais pas mieux, à travers le jais translucide des larges et douces prunelles qui ne laissaient passer que le sourire, qu′on ne distingue un paysage situé derrière une vitre noire même enflammée de soleil. Elle me demanda si mon père ne se fatiguait pas trop, si je ne voudrais pas un jour aller au théâtre avec Albert, si j′étais moins souffrant, et comme mes réponses, titubant dans l′obscurité mentale où je me trouvais, ne devinrent distinctes que pour dire que je n′étais pas bien ce soir, elle avança elle-même une chaise pour moi en faisant mille frais auxquels ne m′avaient jamais habitué les autres amis de mes parents. Enfin le mot de l′énigme me fut donné par le duc: «Elle vous trouve charmant», murmura-t-il à mon oreille, laquelle fut frappée comme si ces mots ne lui étaient pas inconnus. C′étaient ceux que Mme de Villeparisis nous avait dits, à ma grand′mère et à moi, quand nous avions fait la connaissance de la princesse de Luxembourg. Alors je compris tout, la dame présente n′avait rien de commun avec Mme de Luxembourg, mais au langage de celui qui me la servait je discernai l′espèce de la bête. C′était une Altesse. Elle ne connaissait nullement ma famille ni moi-même, mais issue de la race la plus noble et possédant la plus grande fortune du monde, car, fille du prince de Parme, elle avait épousé un cousin également princier, elle désirait, dans sa gratitude au Créateur, témoigner au prochain, de si pauvre ou de si humble extraction fût-il, qu′elle ne le méprisait pas. A vrai dire, les sourires auraient pu me le faire deviner, j′avais vu la princesse de Luxembourg acheter des petits pains de seigle sur la plage pour en donner à ma grand′mère, comme à une biche du Jardin d′acclimatation. Mais ce n′était encore que la seconde princesse du sang à qui j′étais présenté, et j′étais excusable de ne pas avoir dégagé les traits généraux de l′amabilité des grands. D′ailleurs eux-mêmes n′avaient-ils pas pris la peine de m′avertir de ne pas trop compter sur cette amabilité, puisque la duchesse de Guermantes, qui m′avait fait tant de bonjours avec la main à l′Opéra-comique, avait eu l′air furieux que je la saluasse dans la rue, comme les gens qui, ayant une fois donné un louis à quelqu′un, pensent qu′avec celui-là ils sont en règle pour toujours. Quant à M. de Charlus, ses hauts et ses bas étaient encore plus contrastés. Enfin j′ai connu, on le verra, des altesses et des majestés d′une autre sorte, reines qui jouent à la reine, et parlent non selon les habitudes de leurs congénères, mais comme les reines dans Sardou. Ante todo, por otra parte, se produjo una pequeña confusión por partida doble. En efecto, en el mismo momento en que había entrado yo en el salón, el señor de Guermantes, sin darme siquiera tiempo a saludar a la duquesa, me había llevado, como para dar una buena sorpresa a aquella persona a la que parecía decir: “Aquí está su amigo; ya ve usted que se lo traigo cogido del pescuezo”, hacia una dama menudita. Ahora bien; desde mucho antes de que, empujado por el duque, hubiese llegado yo ante ella, la dama no había cesado de dirigirme con sus anchos y dulces ojos negros las mil sonrisas de inteligencia que dirigimos a un antiguo conocido que quizá no nos reconoce. Como ése era justamente mi caso y no acababa de recordar quién fuese ella, volvía otro lado la cabeza sin dejar de seguir adelante, de modo que no tuviera que responder hasta que la presentación me hubiese sacado del apuro. En todo ese tiempo, la dama seguía teniendo en equilibrio inestable su sonrisa destinada a mí. Parecía como sí le corriera prisa desembarazarse de ella y que yo dijese por fin: “¡Ah, señora, ya lo creo! ¡Qué alegría le va a dar a mamá que hayamos vuelto a encontrarnos!” Yo estaba tan impaciente por saber su nombre como ella por haber visto que yo la saludaba al fin con pleno conocimiento de causa y que su sonrisa, indefinidamente prolongada como un “sol” sostenido, podía cesar al cabo. Pero el señor de Guermantes se las arregló tan mal, al menos a mi juicio, que me pareció que no había dicho más nombre que el mío, y yo seguía ignorando quién era la seudodesconocida, que no tuvo el buen sentido de decir cómo se llamaba, hasta tal punto las razones de nuestra intimidad, oscuras para mí, les parecían claras. En efecto; en cuanto estuve junto a ella, no me tendió su mano, sino que cogió familiarmente la mía y me habló en el mismo tono que si yo hubiera estado tan al corriente como ella de los buenos recuerdos a que se refería mentalmente. Me dijo cuánto iba a sentir Alberto, que comprendí era su hijo, no haber podido venir. Busqué entre mis antiguos camaradas cuál se llamaba Alberto: no encontré más que a Bloch; pero no podía ser ésta la señora de Bloch, la madre, puesto que aquella había muerto hacía muchos años. Me esforcé en vano en adivinar el pasado común a ella y a mí a —que se refería con el pensamiento. Pero no lo divisaba mejor a través del traslúcido azabache de las anchas y dulces pupilas que sólo dejaban pasar la sonrisa como se distingue un paisaje situado allende un vidrio negro, aunque esté inflamado de sol. La dama me preguntó si no se fatigaba demasiado mi padre, si no quería ir yo un día al teatro con Alberto, si me encontraba más aliviado; y como mis respuestas, titubeando en la oscuridad mental en que me hallaba, no llegaron a hacerse distintas sino para decir que no me encontraba bien aquella noche, ella adelantó con su propia mano una silla para mí, desplegando mil atenciones a que nunca me habían acostumbrado los demás amigos de mis padres. Al fin, el duque me dio la clave del enigma: “Lo encuentra a usted encantador”, murmuró a mí oído, que fue herido como si estas palabras no le fuesen desconocidas. Eran las que la señora de Villeparisis nos había dicho a mi abuela y a mí cuando habíamos trabado conocimiento con madama de Luxemburgo; pero por el lenguaje del que me lo servía, discerní la especie del animal. Era una Alteza. Ni por asomos conocía a mi familia ni a mí; pero, vástagos de la raza más noble y en posesión de la fortuna más grande del mundo, porque, siendo hija del príncipe de Parma, se había casado con uno de sus primos, príncipe también, deseaba, en su gratitud al Creador, mostrar al prójimo, por pobre, por humilde que su origen fuese, que no lo despreciaba. A decir verdad, las sonrisas hubieran podido hacérmelo adivinar; yo había visto a la princesa de Luxemburgo comprar bollitos de centeno, en la playa, para darle de ellos a mi abuela, como a una corza del jardín de Aclimatación. Pero aún no era más que la segunda princesa a quien me presentaban, y podía disculpárseme por no haber discernido los rasgos generales de la amabilidad de los grandes. Por lo demás, ¿no se habían tomado ellos mismos el trabajo de advertirme para que no contase demasiado con esa amabilidad, ya que la duquesa de Guermantes, que tantos saludos me había hecho con la mano en la ópera Cómica, parecía haberse puesto furiosa porque yo la saludase en la calle, como esas gentes que, por haber dado una vez una moneda de oro a alguien, piensan que con eso ya quedan en paz para siempre? En cuanto al señor de Charlus, sus altibajos ofrecían mayores contrastes todavía. Por último, he conocido, como se verá, Altezas y Majestades de otra índole, reinas que juegan a la reina y que hablan, no conforme a los usos de sus congéneres, sino como las reinas del teatro de Sardou.
Si M. de Guermantes avait mis tant de hâte à me présenter, c′est que le fait qu′il y ait dans une réunion quelqu′un d′inconnu à une Altesse royale est intolérable et ne peut se prolonger une seconde. C′était cette même hâte que Saint–Loup avait mise à se faire présenter à ma grand′mère. D′ailleurs, par un reste hérité de la vie des cours qui s′appelle la politesse mondaine et qui n′est pas superficiel, mais où, par un retournement du dehors au dedans, c′est la superficie qui devient essentielle et profonde, le duc et la duchesse de Guermantes considéraient comme un devoir plus essentiel que ceux, assez souvent négligés, au moins par l′un d′eux, de la charité, de la chasteté, de la pitié et de la justice, celui, plus inflexible, de ne guère parler à la princesse de Parme qu′à la troisième personne. Si el señor de Guermantes se había dado tanta prisa a presentarme, es porque el hecho de que haya en una reunión alguien desconocido por una Alteza Real es intolerable y no puede prolongarse un segundo. Esta misma prisa era la que Saint-Loup había puesto en hacerse presentar a mi abuela. Por otra parte, en virtud de un resto heredado de la vida de las cortes, que se llama la urbanidad mundana y que no es superficial, sino que en él, por obra de una conversión de lo externo en interno, es la superficie lo que pasa a ser esencial yprofundo, el duque yla duquesa de Guermantes consideraban como un deber más esencial que los —descuidados bastante a menudo, cuando menos por uno de ellos— de la caridad, de la castidad, de la piedad y de la justicia, el más inflexible, de no hablar apenas a la princesa de Parma como no fuese en tercera persona.
A défaut d′être encore jamais de ma vie allé à Parme (ce que je désirais depuis de lointaines vacances de Pâques), en connaître la princesse, qui, je le savais, possédait le plus beau palais de cette cité unique où tout d′ailleurs devait être homogène, isolée qu′elle était du reste du monde, entre les parois polies, dans l′atmosphère, étouffante comme un soir d′été sans air sur une place de petite ville italienne, de son nom compact et trop doux, cela aurait dû substituer tout d′un coup à ce que je tâchais de me figurer ce qui existait réellement à Parme, en une sorte d′arrivée fragmentaire et sans avoir bougé; c′était, dans l′algèbre du voyage à la ville de Giorgione, comme une première équation à cette inconnue. Mais si j′avais depuis des années — comme un parfumeur à un bloc uni de matière grasse — fait absorber à ce nom de princesse de Parme le parfum de milliers de violettes, en revanche, dès que je vis la princesse, que j′aurais été jusque-là convaincu être au moins la Sanseverina, une seconde opération commença, laquelle ne fut, à vrai dire, parachevée que quelques mois plus tard, et qui consista, à l′aide de nouvelles malaxations chimiques, à expulser toute huile essentielle de violettes et tout parfum stendhalien du nom de la princesse et à y incorporer à la place l′image d′une petite femme noire, occupée d′oeuvres, d′une amabilité tellement humble qu′on comprenait tout de suite dans quel orgueil altier cette amabilité prenait son origine. Du reste, pareille, à quelques différences près, aux autres grandes dames, elle était aussi peu stendhalienne que, par exemple, à Paris, dans le quartier de l′Europe, la rue de Parme, qui ressemble beaucoup moins au nom de Parme qu′à toutes les rues avoisinantes, et fait moins penser à la Chartreuse où meurt Fabrice qu′à la salle des pas perdus de la gare Saint–Lazare. A falta de haber ido nunca aún en mi vida a Parma (cosa que deseaba desde unas remotas vacaciones de Pascuas), conocer a su princesa, de quien sabía yo que poseía el palacio más hermoso de esa ciudad única en que todo, por lo demás, debía de ser homogéneo, aislada como estaba del resto del mundo, entre los muros bruñidos, en la atmósfera, sofocante como un atardecer de estío sin aire de una pequeña ciudad italiana, de su nombre compacto y demasiado dulce, hubiera debido sustituir de repente lo que yo trataba de figurarme por lo que existía realmente en Parma, en una a modo de llegada fragmentaria y sin haberse movido uno del sitio; era, en el álgebra del viaje a la ciudad de Giorgione, como una primera ecuación de esta incógnita. Pero si yo, desde hacía años — como un perfumista a un bloque unido de materia grasa—, había hecho absorber a ese nombre de “princesa de Parma” el perfume de millares de violetas, en cambio, desde que vi a la princesa, que hasta entonces habría estado convencido de que era por lo menos de Sanseverina, comenzó una segunda operación, que en realidad no estuvo acabada hasta algunos meses más tarde, y que consistió en expulsar, con ayuda de nuevos amasamientos químicos, todo aceite esencial de violetas y todo perfume stendhaliano del nombre de la princesa, e incorporar a él, en su lugar, la imagen de una mujercita morena, ocupada en obras de caridad, de una amabilidad tan humilde que enseguida se echaba de ver en qué altanero orgullo tenía su origen. Por lo demás, semejante, salvo algunas diferencias, a las demás grandes damas, era tan poco stendhaliana como, por ejemplo, en París, en el barrio de Europa, la calle de Parma, que se parece mucho menos al nombre de Parma que a las calles vecinas, y hace pensar no tanto en la Cartuja en que muere Fabricio como en la sala de espera de la estación de Saint-Lazare.
Son amabilité tenait à deux causes. L′une, générale, était l′éducation que cette fille de souverains avait reçue. Sa mère (non seulement alliée à toutes les familles royales de l′Europe, mais encore — contraste avec la maison ducale de Parme — plus riche qu′aucune princesse régnante) lui avait, dès son âge le plus tendre, inculqué les préceptes orgueilleusement humbles d′un snobisme évangélique; et maintenant chaque trait du visage de la fille, la courbe de ses épaules, les mouvements de ses bras semblaient répéter: «Rappelle-toi que si Dieu t′a fait naître sur les marches d′un trône, tu ne dois pas en profiter pour mépriser ceux à qui la divine Providence a voulu (qu′elle en soit louée!) que tu fusses supérieure par la naissance et par les richesses. Au contraire, sois bonne pour les petits. Tes ax étaient princes de Clèves et de Juliers dès 647; Dieu a voulu dans sa bonté que tu possédasses presque toutes les actions du canal de Suez et trois fois autant de Royal Dutch qu′Edmond de Rothschild; ta filiation en ligne directe est établie par les généalogistes depuis l′an 63 de l′ère chrétienne; tu as pour belles-soeurs deux impératrices. Aussi n′aie jamais l′air en parlant de te rappeler de si grands privilèges, non qu′ils soient précaires (car on ne peut rien changer à l′ancienneté de la race et on aura toujours besoin de pétrole), mais il est inutile d′enseigner que tu es mieux née que quiconque et que tes placements sont de premier ordre, puisque tout le monde le sait. Sois secourable aux malheureux. Fournis à tous ceux que la bonté céleste t′a fait la grâce de placer au-dessous de toi ce que tu peux leur donner sans déchoir de ton rang, c′est-à-dire des secours en argent, même des soins d′infirmière, mais bien entendu jamais d′invitations à tes soirées, ce qui ne leur ferait aucun bien, mais, en diminuant ton prestige, ôterait de son efficacité à ton action bienfaisante.» Su amabilidad se debía a dos causas. Una, general, era la educación que esta hija de soberanos había recibido. Su madre (no sólo entroncada con todas las familias reales de Europa, sino, sobre eso —en contraste con la casa ducal de Parma—, más rica que ninguna princesa reinante) le había, desde su edad más tierna, inculcado los preceptos orgullosamente humildes de un snobismo evangélico; yahora, cada rasgo del rostro de la hija, la curva de sus hombros, los movimientos de sus brazos parecían repetir “Acuérdate de que si Dios te ha hecho nacer en las gradas de un trono, no debes aprovecharte de ello para despreciar a aquellos a quienes la divina Providencia ha querido (¡alabada sea por ello!) que fueses superior por el nacimiento y las riquezas. Por el contrario, sé buena para con los pequeños. Tus abuelos eran príncipes de Clèves y de Juliers desde el año 647; Dios ha querido en su bondad que poseyeses tú sola casi todas las acciones del Canal de Suez y tres veces por tanto de la Royal Dutch como Edmundo de Rothschild; tu linaje por línea directa ha sido trazado por los genealogistas desde el año 63 de la Era Cristiana; tienes por cuñadas dos emperatrices. Así, ni parezca nunca, cuando hables, que te acuerdas de tan grandes privilegios, no porque sean precarios (pues nada puede cambiarse de la antigüedad de la casta, y siempre habrá necesidad de petróleo), sino porque es inútil alardear de que eres mejor nacida que cualquier otra persona, y que la colocación que has dado a tu dinero es de primer orden, puesto que todo el mundo lo sabe. Sé caritativa con los desdichados. Da a todos aquellos que la bondad celestial te ha otorgado la gracia de poner por debajo de ti lo que puedes darles sin descender de tu condición: es decir, socorros en dinero, cuidados de enfermera, inclusive, pero nunca, ni que decir tiene, invitaciones a tus veladas, cosa que ningún bien les haría, pero que, con disminuir tu prestigio, quitaría su eficacia a tu acción benéfica”.
Aussi, même dans les moments où elle ne pouvait pas faire de bien, la princesse cherchait à montrer, ou plutôt à faire croire par tous les signes extérieurs du langage muet, qu′elle ne se croyait pas supérieure aux personnes au milieu de qui elle se trouvait. Elle avait avec chacun cette charmante politesse qu′ont avec les inférieurs les gens bien élevés et à tout moment, pour se rendre utile, poussait sa chaise dans le but de laisser plus de place, tenait mes gants, m′offrait tous ces services, indignes des fières bourgeoises, et que rendent bien volontiers les souveraines, ou, instinctivement et par pli professionnel, les anciens domestiques. Así, aun en los momentos en que no podía obrar el bien, la princesa trataba de demostrar, o, mejor dicho, cíe hacer creer por todos los signos exteriores del lenguaje mudo, que no se tenía por superior a las personas en medio de las cuales se hallaba. Tenía para cada una esa encantadora cortesía que tienen para con las inferiores las gentes bien educadas, y a cada momento, por hacerse útil, corría su silla con el objeto de dejar más sitio, me tenía los guantes, me ofrecía todos esos servicios, indignos de las orgullosas burguesas y que prestan de muy buen grado las soberanas, o, instintivamente y por hábito profesional, los criados viejos.
Déjà, en effet, le duc, qui semblait pressé d′achever les présentations, m′avait entraîné vers une autre des filles fleurs. En entendant son nom je lui dis que j′avais passé devant son château, non loin de Balbec. «Oh! comme j′aurais été heureuse de vous le montrer», dit-elle presque à voix basse comme pour se montrer plus modeste, mais d′un ton senti, tout pénétré du regret de l′occasion manquée d′un plaisir tout spécial, et elle ajouta avec un regard insinuant: «J′espère que tout n′est pas perdu. Et je dois dire que ce qui vous aurait intéressé davantage c′eût été le château de ma tante Brancas; il a été construit par Mansard; c′est la perle de la province.» Ce n′était pas seulement elle qui eût été contente de montrer son château, mais sa tante Brancas n′eût pas été moins ravie de me faire les honneurs du sien, à ce que m′assura cette dame qui pensait évidemment que, surtout dans un temps où la terre tend à passer aux mains de financiers qui ne savent pas vivre, il importe que les grands maintiennent les hautes traditions de l′hospitalité seigneuriale, par des paroles qui n′engagent à rien. C′était aussi parce qu′elle cherchait, comme toutes les personnes de son milieu, à dire les choses qui pouvaient faire le plus de plaisir à l′interlocuteur, à lui donner la plus haute idée de lui-même, à ce qu′il crût qu′il flattait ceux à qui il écrivait, qu′il honorait ses hôtes, qu′on brûlait de le connaître. Vouloir donner aux autres cette idée agréable d′eux-mêmes existe à vrai dire quelquefois même dans la bourgeoisie elle-même. On y rencontre cette disposition bienveillante, à titre de qualité individuelle compensatrice d′un défaut, non pas, hélas, chez les amis les plus sûrs, mais du moins chez les plus agréables compagnes. Elle fleurit en tout cas tout isolément. Dans une partie importante de l′aristocratie, au contraire, ce trait de caractère a cessé d′être individuel; cultivé par l′éducation, entretenu par l′idée d′une grandeur propre qui ne peut craindre de s′humilier, qui ne connaît pas de rivales, sait que par aménité elle peut faire des heureux et se complaît à en faire, il est devenu le caractère générique d′une classe. Et même ceux que des défauts personnels trop opposés empêchent de le garder dans leur coeur en portent la trace inconsciente dans leur vocabulaire ou leur gesticulation. Ya, en efecto, el duque, que parecía tener prisa por acabar las presentaciones, me había arrastrado hacia otra de las muchachas flores. Al oír su nombre, le dije que había pasado por delante de su castillo, no lejos de Balbec. “¡Oh, cómo me hubiera gustado enseñárselo!”, dijo, casi en voz baja, como para mostrarse más modesta, pero en un tono sentido, penetrado por entero del pesar de la ocasión perdida de un placer especialísimo, y añadió con una mirada insinuante: “Espero que no todo se ha perdido. Y debo decir que lo que más le habría interesado a usted es el castillo de mi tía la de Brancas; fue construido por Mansard; es la perla de la provincia”. No era sólo ella la que se hubiese puesto contenta con enseñarme su castillo, sino su tía la de Brancas, quien no hubiera estado menos encantada de hacerme los honores del suyo, según me aseguró esta dama que pensaba evidentemente que, sobre todo en un tiempo en que la tierra tiende a pasara manos de financieros que no saben vivir, importa que los grandes mantengan las altas tradiciones de la hospitalidad señorial, con palabras que no comprometen a nada. Era, también, porque procuraba, como todas las personas de su medio, decir las cosas que mayor placer podían causar al interlocutor, darle la más alta idea de sí mismo, que creyese que halagaba a aquellos a quienes escribía, que honraba a sus huéspedes, que la gente ardía en deseos de conocerla. Querer dar a los demás esta idea agradable de sí mismos es cosa que existe a veces, a decir verdad, incluso entre la misma burguesía. Encuéntrase, en ella, esta disposición benéfica, a título de cualidad individual compensadora de un defecto, no, ¡ay!, en los amigos más seguros, pero sí, por lo menos, en los compañeros más agradables. Florece, en todos los casos, completamente aislada. En un a parte importante de la aristocracia, por el contrario, este rasgo de carácter ha dejado de ser individual; cultivado por la educación, sostenido por la idea de una grandeza propia que no puede temer humillarse, que no conoce rivales y sabe que por diversión puede hacer dichosos a algunos y se complace en hacerlos tales, ese raso ha pasado a ser el carácter genérico de una clase. Y aun aquellos a quienes defectos personales demasiado opuestos impiden conservarlo en su corazón, llevan la huella inconsciente de él en su vocabulario o en su gesticulación.
— C′est une très bonne femme, me dit M. de Guermantes de la princesse de Parme, et qui sait être «grande dame» comme personne. —Es una mujer muy buena —me dijo el señor de Guermantes de la princesa de Parma—, y que sabe ser “gran señora” como nadie.
Pendant que j′étais présenté aux femmes, il y avait un monsieur qui donnait de nombreux signes d′agitation: c′était le comte Hannibal de Bréauté-Consalvi. Arrivé tard, il n′avait pas eu le temps de s′informer des convives et quand j′étais entré au salon, voyant en moi un invité qui ne faisait pas partie de la société de la duchesse et devait par conséquent avoir des titres tout à fait extraordinaires pour y pénétrer, il installa son monocle sous l′arcade cintrée de ses sourcils, pensant que celui-ci l′aiderait beaucoup à discerner quelle espèce d′homme j′étais. Il savait que Mme de Guermantes avait, apanage précieux des femmes vraiment supérieures, ce qu′on appelle un «salon», c′est-à-dire ajoutait parfois aux gens de son monde quelque notabilité que venait de mettre en vue la découverte d′un remède ou la production d′un chef-d′oeuvre. Le faubourg Saint–Germain restait encore sous l′impression d′avoir appris qu′à la réception pour le roi et la reine d′Angleterre, la duchesse n′avait pas craint de convier M. Detaille. Les femmes d′esprit du faubourg se consolaient malaisément de n′avoir pas été invitées tant elles eussent été délicieusement intéressées d′approcher ce génie étrange. Mme de Courvoisier prétendait qu′il y avait aussi M. Ribot, mais c′était une invention destinée à faire croire qu′Oriane cherchait à faire nommer son mari ambassadeur. Enfin, pour comble de scandale, M. de Guermantes, avec une galanterie digne du maréchal de Saxe, s′était présenté au foyer de la Comédie-Française et avait prié Mlle Reichenberg de venir réciter des vers devant le roi, ce qui avait eu lieu et constituait un fait sans précédent dans les annales des raouts. Au souvenir de tant d′imprévu, qu′il approuvait d′ailleurs pleinement, étant lui-même autant qu′un ornement et, de la même façon que la duchesse de Guermantes, mais dans le sexe masculin, une consécration pour un salon, M. de Bréauté se demandant qui je pouvais bien être sentait un champ très vaste ouvert à ses investigations. Un instant le nom de M. Widor passa devant son esprit; mais il jugea que j′étais bien jeune pour être organiste, et M. Widor trop peu marquant pour être «reçu». Il lui parut plus vraisemblable de voir tout simplement en moi le nouvel attaché de la légation de Suède duquel on lui avait parlé; et il se préparait à me demander des nouvelles du roi Oscar par qui il avait été à plusieurs reprises fort bien accueilli; mais quand le duc, pour me présenter, eut dit mon nom à M. de Bréauté, celui-ci, voyant que ce nom lui était absolument inconnu, ne douta plus dès lors que, me trouvant là, je ne fusse quelque célébrité. Oriane décidément n′en faisait pas d′autres et savait l′art d′attirer les hommes en vue dans son salon, au pourcentage de un pour cent bien entendu, sans quoi elle l′eût déclassé. M. de Bréauté commença donc à se pourlécher les babines et à renifler de ses narines friandes, mis en appétit non seulement par le bon dîner qu′il était sûr de faire, mais par le caractère de la réunion que ma présence ne pouvait manquer de rendre intéressante et qui lui fournirait un sujet de conversation piquant le lendemain au déjeuner du duc de Chartres. Il n′était pas encore fixé sur le point de savoir si c′était moi dont on venait d′expérimenter le sérum contre le cancer ou de mettre en répétition le prochain lever de rideau au Théâtre-Français, mais grand intellectuel, grand amateur de «récits de voyages», il ne cessait pas de multiplier devant moi les révérences, les signes d′intelligence, les sourires filtrés par son monocle; soit dans l′idée fausse qu′un homme de valeur l′estimerait davantage s′il parvenait à lui inculquer l′illusion que pour lui, comte de Bréauté-Consalvi, les privilèges de la pensée n′étaient pas moins dignes de respect que ceux de la naissance; soit tout simplement par besoin et difficulté d′exprimer sa satisfaction, dans l′ignorance de la langue qu′il devait me parler, en somme comme s′il se fût trouvé en présence de quelqu′un des «naturels» d′une terre inconnue où aurait atterri son radeau et avec lesquels, par espoir du profit, il tâcherait, tout en observant curieusement leurs coutumes et sans interrompre les démonstrations d′amitié ni pousser comme eux de grands cris, de troquer des oeufs d′autruche et des épices contre des verroteries. Après avoir répondu de mon mieux à sa joie, je serrai la main du duc de Châtellerault que j′avais déjà rencontré chez Mme de Villeparisis, de laquelle il me dit que c′était une fine mouche. Il était extrêmement Guermantes par la blondeur des cheveux, le profil busqué, les points où la peau de la joue s′altère, tout ce qui se voit déjà dans les portraits de cette famille que nous ont laissés le XVIe et le XVIIe siècle. Mais comme je n′aimais plus la duchesse, sa réincarnation en un jeune homme était sans attrait pour moi. Je lisais le crochet que faisait le nez du duc de Châtellerault comme la signature d′un peintre que j′aurais longtemps étudié, mais qui ne m′intéressait plus du tout. Puis je dis aussi bonjour au prince de Foix, et, pour le malheur de mes phalanges qui n′en sortirent que meurtries, je les laissai s′engager dans l′étau qu′était une poignée de mains à l′allemande, accompagnée d′un sourire ironique ou bonhomme du prince de Faffenheim, l′ami de M. de Norpois, et que, par la manie de surnoms propre à ce milieu, on appelait si universellement le prince Von, que lui-même signait prince Von, ou, quand il écrivait à des intimes, Von. Encore cette abréviation-là se comprenait-elle à la rigueur, à cause de la longueur d′un nom composé. On se rendait moins compte des raisons qui faisaient remplacer Elisabeth tantôt par Lili, tantôt par Bebeth, comme dans un autre monde pullulaient les Kikim. On s′explique que des hommes, cependant assez oisifs et frivoles en général, eussent adopté «Quiou» pour ne pas perdre, en disant Montesquiou, leur temps. Mais on voit moins ce qu′ils en gagnaient à prénommer un de leurs cousins Dinand au lieu de Ferdinand. Il ne faudrait pas croire du reste que pour donner des prénoms les Guermantes procédassent invariablement par la répétition d′une syllabe. Ainsi deux soeurs, la comtesse de Montpeyroux et la vicomtesse de Vélude, lesquelles étaient toutes d′une énorme grosseur, ne s′entendaient jamais appeler, sans s′en fâcher le moins du monde et sans que personne songeât à en sourire, tant l′habitude était ancienne, que «Petite» et «Mignonne». Mme de Guermantes, qui adorait Mme de Montpeyroux, eût, si celle-ci eût été gravement atteinte, demandé avec des larmes à sa soeur: «On me dit que «Petite» est très mal.» Mme de l′Éclin portant les cheveux en bandeaux qui lui cachaient entièrement les oreilles, on ne l′appelait jamais que «ventre affamé». Quelquefois on se contentait d′ajouter un a au nom ou au prénom du mari pour désigner la femme. L′homme le plus avare, le plus sordide, le plus inhumain du faubourg ayant pour prénom Raphaël, sa charmante, sa fleur sortant aussi du rocher signait toujours Raphaëla; mais ce sont là seulement simples échantillons de règles innombrables dont nous pourrons toujours, si l′occasion s′en présente, expliquer quelques-unes. Ensuite je demandai au duc de me présenter au prince d′Agrigente. «Comment, vous ne connaissez pas cet excellent Gri-gri», s′écria M. de Guermantes, et il dit mon nom à M. d′Agrigente. Celui de ce dernier, si souvent cité par Françoise, m′était toujours apparu comme une transparente verrerie, sous laquelle je voyais, frappés au bord de la mer violette par les rayons obliques d′un soleil d′or, les cubes roses d′une cité antique dont je ne doutais pas que le prince — de passage à Paris par un bref miracle — ne fût lui-même, aussi lumineusement sicilien et glorieusement patiné, le souverain effectif. Hélas, le vulgaire hanneton auquel on me présenta, et qui pirouetta pour me dire bonjour avec une lourde désinvolture qu′il croyait élégante, était aussi indépendant de son nom que d′une oeuvre d′art qu′il eût possédée, sans porter sur soi aucun reflet d′elle, sans peut-être l′avoir jamais regardée. Le prince d′Agrigente était si entièrement dépourvu de quoi que ce fût de princier et qui pût faire penser à Agrigente, que c′en était à supposer que son nom, entièrement distinct de lui, relié par rien à sa personne, avait eu le pouvoir d′attirer à soit tout ce qu′il aurait pu y avoir de vague poésie en cet homme comme chez tout autre, et de l′enfermer après cette opération dans les syllabes enchantées. Si l′opération avait eu lieu, elle avait été en tout cas bien faite, car il ne restait plus un atome de charme à retirer de ce parent des Guermantes. De sorte qu′il se trouvait à la fois le seul homme au monde qui fût prince d′Agrigente et peut-être l′homme au monde qui l′était le moins. Il était d′ailleurs fort heureux de l′être, mais comme un banquier est heureux d′avoir de nombreuses actions d′une mine, sans se soucier d′ailleurs si cette mine répond au joli nom de mine Ivanhoe et de mine Primerose, ou si elle s′appelle seulement la mine Premier. Cependant, tandis que s′achevaient les présentations si longues à raconter mais qui, commencées dès mon entrée au salon, n′avaient duré que quelques instants, et que Mme de Guermantes, d′un ton presque suppliant, me disait: «Je suis sûre que Basin vous fatigue à vous mener ainsi de l′une à l′autre, nous voulons que vous connaissiez nos amis, mais nous voulons surtout ne pas vous fatiguer pour que vous reveniez souvent», le duc, d′un mouvement assez gauche et timoré, donna (ce qu′il aurait bien voulu faire depuis une heure remplie pour moi par la contemplation des Elstir) le signe qu′on pouvait servir. Mientras me presentaban a las mujeres, había un caballero que daba numerosas muestras de agitación: era el conde Aníbal de Bréauté-Consalvi. Por haber llegado tarde, no había tenido tiempo de informarse acerca de los comensales, y al entrar yo en el salón, viendo en mí un invitado que no formaba parte de la sociedad de la duquesa y que debía, por consiguiente, de tener títulos realmente extraordinarios para penetraren aquel círculo, instaló su monóculo bajo el arco cimbrado de su ceja, pensando que eso le ayudaría mucho a discernir qué clase de hombre era yo. Sabía que la señora de Guermantes tenía, patrimonio precioso de las mujeres verdaderamente superiores, un “salón”; es decir, que agregaba a veces a las gentes de su mundo alguna notabilidad que acababa de destacarse con el descubrimiento de un remedio o con la producción de una obra maestra. El barrio de Saint-Germain estaba todavía bajo la impresión de haberse enterado de que la duquesa no había tenido reparo en invitar a la recepción en honor del rey y la reina de Inglaterra al señor Detaille. Las mujeres inteligentes del barrio se consolaban difícilmente de no haber sido invitadas, con lo deliciosamente interesadas que hubieran estado en acercarse a aquel extraño genio. La señora de Courvoisier pretendía que también había asistido al señor Ribot, pero eso era una invención destinada a hacer creer que Oriana trataba de hacer nombrar embajador a su marido. En fin, para colmo de escándalo, el señor de Guermantes, con una galantería digna del mariscal de Sajonia, se había presentado en el foyer de la Comedia Francesa y había rogado a la señorita Reichemberg que fuese a recitar versos delante del rey, lo cual se había llevado a cabo y constituido un hecho sin precedentes en los anales del gran mundo. Al recuerdo de tantos eventos imprevistos, que aprobaba, por lo demás, plenamente, por ser también él tanto como un ornamento y, de la misma manera que la duquesa de Guermantes, pero en el sexo masculino, una consagración para un salón, el señor de Bréauté, al preguntarse quién podría ser yo, venteaba un campo vastísimo abierto a sus investigaciones. Por un instante, el nombre del señor Widor pasó ante su espíritu: pero juzgó que era yo muy joven para ser organista, y el señor Widor demasiado poco notable para ser “recibido”. Le pareció más verosímil ver sencillamente en mí al nuevo agregado de la Legación de Suecia, del que le habían hablado, y se disponía a preguntarme noticias del rey Oscar, por quien había sido muy bien recibido en diversas ocasiones: pero cuando el duque, para presentarme, le hubo dicho mi apellido al señor de Bréauté, éste, al ver que el tal apellido le era absolutamente desconocido, ya no dudó desde ese momento de que, pues me encontraba allí, no fuese yo alguna celebridad. Oriana, decididamente, no hacía lo que otras, y sabía el arte de atraer a su salón a los hombres que estaban en candelero, en la proporción de 1 por 100, naturalmente, sin lo cual la hubiera despreciado, el señor de Bréauté empezó, pues, a relamerse de gusto y a husmear con las golosas ventanillas de su nariz, despertado su apetito no sólo por la buena comida de que estaba seguro que iba a gozar, sino por el carácter de la reunión, que mi presencia no podía menos de hacer interesante, y que le proporcionaría a él un sabroso tema de conversación para el día siguiente en el almuerzo del duque de Chartres. Todavía no estaba seguro hasta el punto de saber si era yo el hombre de cuyo suero contra el cáncer se acababan de hacer experiencias, o el autor cuyo próximo estreno habían ensayado recientemente en el Teatro Francés; pero a fuer de gran intelectual, gran aficionado a las “narraciones de viajes”, no cesaba de multiplicar delante de mí las reverencias, los gestos de inteligencia, las sonrisas filtradas por su monóculo, ya fuese con la idea falsa de que un hombre de valor lo estimaría más si llegaba a inculcarle la ilusión de que para el conde de Bréauté-Consalvi, los privilegios del pensamiento no eran menos dignos de respeto que los de la alcurnia, o sencillamente por necesidad y dificultad de expresar su satisfacción, ignorante del lenguaje en que debía hablarme, en suma, como si se hubiera encontrado en presencia de alguno de los “naturales” de una tierra desconocida a que hubiera atracado su almadía y con los que, por esperanza del provecho, intentara, sin dejar de observar curiosamente sus costumbres y sin interrumpir las demostraciones de amistad ni lanzar como ellos grandes alaridos, trocar huevos de avestruz y especias por brujerías. Después de haber respondido lo mejor que pude a su alborozo, estreché la mano del duque de Châtellerault, con el que ya me había encontrado en casa de la señora de Villeparisis, de la cual me dijo que era una buena pieza. Era extremadamente Guermantes por lo rubio del pelo, lo corvo del perfil, los puntos en que la piel de la mejilla se altera, todo lo que se ve ya en los retratos que de esta familia nos han dejado los siglos XVI y XVII. Mas como yo no estaba enamorado de la duquesa, su reencarnación en un joven carecía de atractivo para mí. Leía el gancho que formaba la nariz del duque de Châtellerault como la firma de un pintor al que hubiera estado estudiando durante mucho tiempo, pero que ya no me interesaba ni poco ni mucho. Luego saludé también al príncipe de Foix, y, para desdicha de mis falanges, que no salieron del trance sino magulladas, las dejé entrar en el torno que era un apretón de manos a la alemana, acompañado de una sonrisa irónica o bonachona, del príncipe de Faffenheim, el amigo del señor de Norpois, y al que, por la manía de los remoquetes propia de este medio, llamaban tan universalmente el príncipe Von, que hasta él firmaba príncipe Von, o cuando escribía a sus íntimos, Von. Todavía esta abreviatura se comprendía, en rigor, por lo largo del nombre compuesto. Menos cuenta se daba uno de las razones que hacían sustituir “Israel” (Elisabeth) unas veces por Lilí, otras por Bebeth, lo mismo que en otro mundo pululaban las Kikim. Se explica uno que hubiera hombres, bastantes ociosos y frívolos en general, sin embargo, que hubiesen adoptado “Quiou” por no perder tiempo diciendo Montesquiou. Pera no se ve tan claro el tiempo que ganaban con llamar a uno de sus primos Dinand en lugar de Ferdinand. No hay que creer, por lo demás, que los Guermantes, para poner nombres, se atuviesen invariablemente a la repetición de una sílaba. Así, dos hermanas, la condesa de Montpeyroux y la vizcondesa de Vélude, dotadas ambas de una enorme corpulencia, nunca se oían llamar, sin que se molestasen ni poco ni mucho y sin que nadie pensara en sonreír por ello, tan antigua era la costumbre, de otro modo que Pequeña. y Nena. La señora de Guermantes, que adoraba a la de Montpeyroux, hubiera, de haberse encontrado esta enferma de gravedad, preguntado con lágrimas a su hermana: “Me han dicho que está muy mal la Pequerra”. A la señora de l′Enclin, que llevaba el pelo peinado en bandos que le cubrían por completo las orejas, nunca la llamaban más que tripa hambrienta; a veces se contentaban con agregar una a al apellido o al nombre del marido para designar a la mujer. Como el hombre más avaro, más sórdido, más inhumano del barrio se llamaba Rafael, su encantadora, su flor, al salir así también del peñasco, firmaba siempre Rafaela; pero éstas son solamente simples muestras de reglas innumerables, algunas de las cuales Podremos explicar siempre, si se presenta ocasión de ello. Luego pedí al duque que me presentase al príncipe de Agrigento. “¡Cómo!, ¿pero no conoce usted a este excelente Gri-grí?”, exclamó el señor de Guermantes, y dijo mi apellido al de Agrigento. El de este último, tantas veces citado por Francisca, se me había aparecido siempre, como una cristalería transparente, bajo la que veía, heridos a la orilla del mar violeta por los rayos oblicuos de un sol de oro, los cubos sonrosados de una ciudad antigua, de que no dudaba yo fuese el mismo príncipe —de paso en París por un breve milagro—, tan luminosamente siciliano y gloriosamente entonado de pátina, soberano efectivo. ¡Ay!, el vulgar abejorro a quien me presentaron y que pirueteó para saludarme con una pesada desenvoltura que creía elegante, era tan independiente de su nombre como de una obra de arte que hubiera poseído, sin llevar sobre sí reflejo alguno de ella, acaso sin haberle echado nunca una mirada. El príncipe de Agrigento estaba tan por completo desasistido de cosa alguna que fuese principesca y que pudiera hacer pensar en Agrigento, que era cosa de suponer que su nombre, enteramente distinto de él, no ligado por nada a su persona, había tenido la facultad de atraer a sí cuanto de vaga poesía hubiera podido haber en aquel hombre como en cualquier otro, y de encerrarlo, después de esta operación, en las sílabas encantadas. Si la operación se había efectuado, había sido, de todos modos, bien hecha, puesto que ya no quedaba ni un átomo de encanto que extraer de este pariente de los Guermantes. De suerte que resultaba ser al mismo tiempo el único hombre del mundo que fuese príncipe de Agrigento, y acaso el hombre que menos lo era del mundo. Sentíase, por lo demás, muy dichoso de serlo, pero como un banquero es feliz por tener numerosas acciones de una mina, sin cuidarse, por otra parte, de si esa mina responde al bonito nombre de “mina Ivanhoe”, o de “mina Malvarrosa”, o si se llama solamente la mina “Primero”. A todo esto, mientras acababan las presentaciones —tan largas de relatar, pero que, comenzadas desde mi entrada en el salón, no habían durado más que unas instantes— y la señora de Guermantes, en un tono casi de súplica, me decía: “Estoy segura de que Basin lo fatiga a usted con llevarlo así de una en otra; queremos que conozca usted a nuestros amigos, pero lo que queremos sobre todo es no cansarlo, para que vuelva por aquí con frecuencia”, el duque, con un ademán bastante torpe y timorato, dio (cosa que bien hubiera querido hacer desde hacía una hora, colmada para mí por la contemplación de los Elstir) la señal de que se podía servir la cena.
Il faut ajouter qu′un des invités manquait, M. de Grouchy, dont la femme, née Guermantes, était venue seule de son côté, le mari devant arriver directement de la chasse où il avait passé la journée. Ce M. de Grouchy, descendant de celui du Premier Empire et duquel on a dit faussement que son absence au début de Waterloo avait été la cause principale de la défaite de Napoléon, était d′une excellente famille, insuffisante pourtant aux yeux de certains entichés de noblesse. Ainsi le prince de Guermantes, qui devait être bien des années plus tard moins difficile pour lui-même, avait-il coutume de dire à ses nièces: «Quel malheur pour cette pauvre Mme de Guermantes (la vicomtesse de Guermantes, mère de Mme de Grouchy) qu′elle n′ait jamais pu marier ses enfants. — Mais, mon oncle, l′aînée a épousé M. de Grouchy. — Je n′appelle pas cela un mari! Enfin, on prétend que l′oncle François a demandé la cadette, cela fera qu′elles ne seront pas toutes restées filles.» Hay que añadir que faltaba uno de los invitados, el señor de Grouchy, cuya mujer, Guermantes por su cuna, había venido sola por su parte, porque el marido debía llegar directamente de la cacería en que había pasado el día entero. Este señor de Grouchy, descendiente de aquel que vivió en tiempos del Primer Imperio y del que se ha dicho falsamente que su ausencia al comienzo de Waterloo había sido la causa principal de la derrota de Napoleón, pertenecía a una excelente familia, insuficiente, sin embargo, a los ojos de algunos que tenían la chifladura de la nobleza. Así, el príncipe de Guermantes, que había de ser muchos años más tarde menos exigente para consigo mismo, tenía costumbre de decir a sus sobrinas: “¡Qué mala suerte la de esa pobre señora de Guermantes (la vizcondesa de Guermantes, madre de la señora de Grouchy), no haber podido casar nunca a sus hijas!” “Pero tío, la mayor se ha casado con el señor de Grouchy.” “¡A eso no le llamo yo un marido! En fin, dicen que el tío Francisco ha pedido la mano de la más pequeña; con eso no se quedarán todas solteras.”
Aussitôt l′ordre de servir donné, dans un vaste déclic giratoire, multiple et simultané, les portes de la salle à manger s′ouvrirent à deux battants; un maître d′hôtel qui avait l′air d′un maître des cérémonies s′inclina devant la princesse de Parme et annonça la nouvelle: «Madame est servie», d′un ton pareil à celui dont il aurait dit: «Madame se meurt», mais qui ne jeta aucune tristesse dans l′assemblée, car ce fut d′un air folâtre, et comme l′été à Robinson, que les couples s′avancèrent l′un derrière l′autre vers la salle à manger, se séparant quand ils avaient gagné leur place où des valets de pied poussaient derrière eux leur chaise; la dernière, Mme de Guermantes s′avança vers moi, pour que je la conduisisse à table et sans que j′éprouvasse l′ombre de la timidité que j′aurais pu craindre, car, en chasseresse à qui une grande adresse musculaire a rendu la grâce facile, voyant sans doute que je m′étais mis du côté qu′il ne fallait pas, elle pivota avec tant de justesse autour de moi que je trouvai son bras sur le mien et le plus naturellement encadré dans un rythme de mouvements précis et nobles. Je leur obéis avec d′autant plus d′aisance que les Guermantes n′y attachaient pas plus d′importance qu′au savoir un vrai savant, chez qui on est moins intimidé que chez un ignorant; d′autres portes s′ouvrirent par où entra la soupe fumante, comme si le dîner avait lieu dans un théâtre de pupazzi habilement machiné et où l′arrivée tardive du jeune invité mettait, sur un signe du maître, tous les rouages en action. Tan pronto como fue dada la orden de servir la cena, con un vasto brinco de resorte, giratorio, múltiple y simultáneo, las puertas del comedor se abrieron de par en par; un jefe de comedor, que tenía la apariencia de un maestro de ceremonias, se inclinó ante la princesa de Parma y anunció la noticia: “La señora está servida”, en un tono parecido al que hubiera empleado para decir: “La señora se muere”, pero que no proyectó ninguna tristeza sobre la reunión, ya que las parejas avanzaron con aire jubiloso y como en el verano, en Robinson, una tras otra, hacia el comedor, separándose cuando habían llegado a su sitio, donde los criados, a su espalda, les acercaban las sillas; la señora de Guermantes avanzó, la última, hacia mí para que la llevase a la mesa y sin que sintiera yo ni sombra de la timidez que hubiera podido temer, ya que, como cazadora a la que una gran destreza muscular ha hecho fácil la gracia, viendo, sin duda, que yo me había puesto del lado a que no debía estar, la duquesa giró con tal exactitud en torno a mí, que me encontré con su brazo cogido al mío y encuadrado con la mayor naturalidad en un ritmo de movimientos precisos y nobles. Obedecí a ellos con tanta mayor desenvoltura cuanto que los Guermantes no concedían a eso más importancia que al saber un verdadero sabio, en cuya casa está uno menos intimidado que en la de un ignorante; abriéronse otras puertas, por donde entró la sopa humeante, como si la comida se celebrara en un teatro de pupazzi hábilmente montado yen el que la tardía llegada del joven invitado ponía, a una seña del amo de la casa, todos los rodajes en acción.
C′est timide et non majestueusement souverain qu′avait été ce signe du duc, auquel avait répondu le déclanchement de cette vaste, ingénieuse, obéissante et fastueuse horlogerie mécanique et humaine. L′indécision du geste ne nuisit pas pour moi à l′effet du spectacle qui lui était subordonné. Car je sentais que ce qui l′avait rendu hésitant et embarrassé était la crainte de me laisser voir qu′on n′attendait que moi pour dîner et qu′on m′avait attendu longtemps, de même que Mme de Guermantes avait peur qu′ayant regardé tant de tableaux, on ne me fatiguât et ne m′empêchât de prendre mes aises en me présentant à jet continu. De sorte que c′était le manque de grandeur dans le geste qui dégageait la grandeur véritable. De même que cette indifférence du duc à son propre luxe, ses égards au contraire pour un hôte, insignifiant en lui-même mais qu′il voulait honorer. Ce n′est pas que M. de Guermantes ne fût par certains côtés fort ordinaire, et n′eût même des ridicules d′homme trop riche, l′orgueil d′un parvenu qu′il n′était pas. Tímida y no majestuosamente soberana había sido esta seña del duque, a la que había respondido el ponerse en marcha aquel vasto, ingenioso, obediente y fastuoso aparato de relojería, mecánico y Humano. La indecisión del ademán no perjudicó, para mí, al efecto del espectáculo que a él estaba subordinado. Porque me daba cuenta de que lo que había hecho que fuese vacilante y cohibido era el temor a dejarme ver que sólo se aguardaba por mí para cenar y gire habían estado esperándome mucho rato, lo mismo que la señora de Guermantes tenía miedo de que, después de haber estado mirando tantos cuadros, me cansasen y no le dejaran ponerme a mis anchas con presentarme de carrerilla a todo el inundo, sin concederme respiro. De modo que era la falta de grandeza en el ademán lo que exhalaba la grandeza verdadera. Y lo mismo esta indiferencia del duque respecto de su propio lujo, y sus consideraciones, por el contrario, para con un huésped, insignificante en sí mismo, pero al que quería honrar. Lo cual no quiere decir que el señor de Guermantes no fuese en ciertos respectos muy ordinario, y no tuviera, inclusive, ridiculeces de hombre demasiado rico, el orgullo de un advenedizo, caso no era.
Mais de même qu′un fonctionnaire ou qu′un prêtre voient leur médiocre talent multiplié à l′infini (comme une vague par toute la mer qui se presse derrière elle) par ces forces auxquelles ils s′appuient, l′administration française et l′église catholique, de même M. de Guermantes était porté par cette autre force, la politesse aristocratique la plus vraie. Cette politesse exclut bien des gens. Mme de Guermantes n′eût pas reçu Mme de Cambremer ou M. de Forcheville. Mais du moment que quelqu′un, comme c′était mon cas, paraissait susceptible d′être agrégé au milieu Guermantes, cette politesse découvrait des trésors de simplicité hospitalière plus magnifiques encore s′il est possible que ces vieux salons, ces merveilleux meubles restés là. Pero así como un funcionario o un sacerdote ven su mediocre talento multiplicado hasta el infinito (como una ola por todo el mar que se agolpa detrás de ella) por las fuerzas en que se apoyan — la administración francesa y la iglesia católica—, del mismo modo el señor de Guermantes era transportado por otra fuerza la cortesía aristocrática más auténtica. Esta cortesía excluye a mucha gente. La señora de Guermantes no hubiera recibido a la de Cambremer ni al señor de Forcheville. Pero desde el momento en que alguien, como ocurría en mi caso, parecía susceptible de ser agregado al medio de los Guermantes, esa cortesía descubría tesoros de sencillez hospitalaria más magníficos aún, si cabe, que estos viejos salones, que estos maravillosos muebles que allí se conservaban.
Quand il voulait faire plaisir à quelqu′un, M. de Guermantes avait ainsi pour faire de lui, ce jour-là, le personnage principal, un art qui savait mettre à profit la circonstance et le lieu. Sans doute à Guermantes ses «distinctions» et ses «grâces» eussent pris une autre forme. Il eût fait atteler pour m′emmener faire seul avec lui une promenade avant dîner. Telles qu′elles étaient, on se sentait touché par ses façons comme on l′est, en lisant des Mémoires du temps, par celles de Louis XIV quand il répond avec bonté, d′un air riant et avec une demi-révérence, à quelqu′un qui vient le solliciter. Encore faut-il, dans les deux cas, comprendre que cette politesse n′allait pas au delà de ce que ce mot signifie. Cuando quería dar gusto a alguien, el señor de Guermantes tenía, así, para hacer de él ese día el personaje principal, un arte que sabía sacar partido de las circunstancias y del lugar. Claro está que en Guermantes sus “distinciones” y sus “gracias” hubieran asumido otra forma. Habría hecho enganchar para llevarme a dar un paseo con él, solo, antes de comer. Tal como eran, sentíase uno impresionado por sus maneras como nos sentimos, al leer unas memorias de aquel tiempo, impresionados por las maneras de Luis XIV cuando éste responde bondadosamente, con expresión risueña y una semirreverencia, a uno que va a solicitar algo de él. Así y todo, es menester percatarse, en ambos casos, de que esa cortesía no iba más allá de lo que esta palabra significa.
Louis XIV (auquel les entichés de noblesse de son temps reprochent pourtant son peu de souci de l′étiquette, si bien, dit Saint–Simon, qu′il n′a été qu′un fort petit roi pour le rang en comparaison de Philippe de Valois, Charles V, etc.) fait rédiger les instructions les plus minutieuses pour que les princes du sang et les ambassadeurs sachent à quels souverains ils doivent laisser la main. Dans certains cas, devant l′impossibilité d′arriver à une entente, on préfère convenir que le fils de Louis XIV, Monseigneur, ne recevra chez lui tel souverain étranger que dehors, en plein air, pour qu′il ne soit pas dit qu′en entrant dans le château l′un a précédé l′autre; et l′Électeur palatin, recevant le duc de Chevreuse à dîner, feint, pour ne pas lui laisser la main, d′être malade et dîne avec lui mais couché, ce qui tranche la difficulté. M. le Duc évitant les occasions de rendre le service à Monsieur, celui-ci, sur le conseil du roi son frère dont il est du reste tendrement aimé, prend un prétexte pour faire monter son cousin à son lever et le forcer à lui passer sa chemise. Mais dès qu′il s′agit d′un sentiment profond, des choses du coeur, le devoir, si inflexible tant qu′il s′agit de politesse, change entièrement. Quelques heures après la mort de ce frère, une des personnes qu′il a le plus aimées, quand Monsieur, selon l′expression du duc de Montfort, est «encore tout chaud», Louis XIV chante des airs d′opéras, s′étonne que la duchesse de Bourgogne, laquelle a peine à dissimuler sa douleur, ait l′air si mélancolique, et voulant que la gaieté recommence aussitôt, pour que les courtisans se décident à se remettre au jeu ordonne au duc de Bourgogne de commencer une partie de brelan. Or, non seulement dans les actions mondaines et concentrées, mais dans le langage le plus involontaire, dans les préoccupations, dans l′emploi du temps de M. de Guermantes, on retrouvait le même contraste: les Guermantes n′éprouvaient pas plus de chagrin que les autres mortels, on peut même dire que leur sensibilité véritable était moindre; en revanche, on voyait tous les jours leur nom dans les mondanités du Gaulois à cause du nombre prodigieux d′enterrements où ils eussent trouvé coupable de ne pas se faire inscrire. Comme le voyageur retrouve, presque semblables, les maisons couvertes de terre, les terrasses que purent connaître Xénophon ou saint Paul, de même dans les manières de M. de Guermantes, homme attendrissant de gentillesse et révoltant de dureté, esclave des plus petites obligations et délié des pactes les plus sacrés, je retrouvais encore intacte après plus de deux siècles écoulés cette déviation particulière à la vie de cour sous Louis XIV et qui transporte les scrupules de conscience du domaine des affections et de la moralité aux questions de pure forme. Luis XIV (al cual los maniáticos de la nobleza de su tiempo reprochan, sin embargo, lo poco que se le daba de la etiqueta — tanto, dice Saint-Simon—, que no ha sido más que un rey harto chico, por lo que hace al rango, en comparación de Felipe de Valois, Carlos V, etc.) hace redactar las instrucciones más minuciosas para que los príncipes de la sangre y los embajadores sepan a que soberanos deben ceder el paso. En ciertos casos, ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, se prefiere convenir en que el hijo de Luis XIV, Monseñor, no recibía en sus aposentos a tal o cual soberano extranjero, sino fuera, al aire libre, porque no se diga que al entrar en el castillo ha precedido uno de ellos al otro; y el elector palatino, al recibir al duque de Chevreuse para almorzar, finge, por no cederle el paso, estar enfermo, y come con él, pero acostado, expediente que zanja la dificultad. Como el señor duque evita las ocasiones de prestar el servicio debido a “Monsieur”, éste, por consejo del rey su hermano, que, además, lo quiere tiernamente, busca un pretexto para hacer que su primo suba a sus habitaciones a la hora en que se levanta de la cama, y obligarlo a que le presente la camisa. Pero desde el momento en que se trata de un sentimiento hondo, de cosas del corazón, el deber, tan inflexible mientras se trata de urbanidad, cambia por completo. Horas después de la muerte de ese hermano, una de las personas a que más amor ha tenido, cuando “Monsieur”, según la expresión del duque de Montfort, está “caliente aún”, Luis XIV canta trozos de ópera, se asombra de que la duquesa de Borgoña, a la que le cuesta trabajo disimular su dolor, parezca tan melancólica, y deseoso de que vuelva a empezar inmediatamente el buen humor, para que los cortesanos se decidan a ponerse de nuevo a jugar, ordena al duque de Borgoña que comience una partida de berlanga. Ahora bien; no sólo en los actos mundanos y concentrados, sino en el lenguaje más involuntario, en las preocupaciones, en el empleo que de su tiempo hacía el señor de Guermantes, se encontraba el mismo, contraste: los Guermantes no sentían mayor pena que los demás mortales, incluso puede decirse que su verdadera sensibilidad era menor; en cambio, todos los días se veía su nombre en las notas de sociedad del Gaulois, debido al prodigioso número de entierros en que hubieran considerado culpable no hacerse apuntar. Del mismo modo que el viajero vuelve a encontrar, casi iguales, las casas cubiertas de tierra, las terrazas que pudieron conocer Jenofonte o San Pablo, así, en las maneras del señor de Guermantes, hombre que conmovía por su amabilidad y sublevaba por su dureza, esclavo de las obligaciones más insignificantes y que se zafaba de los pactos más sagrados, volvía a encontrar yo, intacta aún al cabo de más de dos siglos transcurridos, esa desviación peculiar de la vida de corte en tiempos de Luis XIV y que transporta los escrúpulos de conciencia del terreno de los afectos y de la moralidad a las cuestiones de pura forma.
L′autre raison de l′amabilité que me montra la princesse de Parme était plus particulière. C′est qu′elle était persuadée d′avance que tout ce qu′elle voyait chez la duchesse de Guermantes, choses et gens, était d′une qualité supérieure à tout ce qu′elle avait chez elle. Chez toutes les autres personnes, elle agissait, il est vrai, comme s′il en avait été ainsi; pour le plat le plus simple, pour les fleurs les plus ordinaires, elle ne se contentait pas de s′extasier, elle demandait la permission d′envoyer dès le lendemain chercher la recette ou regarder l′espèce par son cuisinier ou son jardinier en chef, personnages à gros appointements, ayant leur voiture à eux et surtout leurs prétentions professionnelles, et qui se trouvaient fort humiliés de venir s′informer d′un plat dédaigné ou prendre modèle sur une variété d′oeillets laquelle n′était pas moitié aussi belle, aussi «panachée» de «chinages», aussi grande quant aux dimensions des fleurs, que celles qu′ils avaient obtenues depuis longtemps chez la princesse. Mais si de la part de celle-ci, chez tout le monde, cet étonnement devant les moindres choses était factice et destiné à montrer qu′elle ne tirait pas de la supériorité de son rang et de ses richesses un orgueil défendu par ses anciens précepteurs, dissimulé par sa mère et insupportable à Dieu, en revanche, c′est en toute sincérité qu′elle regardait le salon de la duchesse de Guermantes comme un lieu privilégié où elle ne pouvait marcher que de surprises en délices. D′une façon générale d′ailleurs, mais qui serait bien insuffisante à expliquer cet état d′esprit, les Guermantes étaient assez différents du reste de la société aristocratique, ils étaient plus précieux et plus rares. Ils m′avaient donné au premier aspect l′impression contraire, je les avais trouvés vulgaires, pareils à tous les hommes et à toutes les femmes, mais parce que préalablement j′avais vu en eux, comme en Balbec, en Florence, en Parme, des noms. Évidemment, dans ce salon, toutes les femmes que j′avais imaginées comme des statuettes de Saxe ressemblaient tout de même davantage à la grande majorité des femmes. Mais de même que Balbec ou Florence, les Guermantes, après avoir déçu l′imagination parce qu′ils ressemblaient plus à leurs pareils qu′à leur nom, pouvaient ensuite, quoique à un moindre degré, offrir à l′intelligence certaines particularités qui les distinguaient. Leur physique même, la couleur d′un rose spécial, allant quelquefois jusqu′au violet, de leur chair, une certaine blondeur quasi éclairante des cheveux délicats, même chez les hommes, massés en touffes dorées et douces, moitié de lichens pariétaires et de pelage félin (éclat lumineux à quoi correspondait un certain brillant de l′intelligence, car, si l′on disait le teint et les cheveux des Guermantes, on disait aussi l′esprit des Guermantes comme l′esprit des Mortemart — une certaine qualité sociale plus fine dès avant Louis XIV, et d′autant plus reconnue de tous qu′ils la promulguaient eux-mêmes), tout cela faisait que, dans la matière même, si précieuse fût-elle, de la société aristocratique où on les trouvait engainés ça et là, les Guermantes restaient reconnaissables, faciles à discerner et à suivre, comme les filons dont la blondeur veine le jaspe et l′onyx, ou plutôt encore comme le souple ondoiement de cette chevelure de clarté dont les crins dépeignés courent comme de flexibles rayons dans les flancs de l′agate-mousse. La otra razón de la amabilidad de que dio muestras para conmigo la princesa de Parma era más particular. Es que estaba de antemano persuadida de que cuanto veía en casa de la duquesa de Guermantes, cosas y gentes, era de calidad superior a todo lo que tenía ella en su propia casa. En la de todas las demás personas procedía, en rigor, como si así hubiera sido; ante el plato más sencillo, ante las flores más ordinarias, no se contentaba con extasiarse: pedía permiso para mandar buscar la receta al día siguiente, o para que fueran a ver la especie su cocinero o, su jardinero mayor, personajes con grandes sueldos, que tenían coche propio y, sobre todo, sus pretensiones profesionales, y se sentían muy humillados por ir a informarse acerca de un plato desdeñado o a tomar de modelo una variedad de claveles que no era ni la mitad de hermosa, de “empenachada” de “mezclillas”, de grande en cuanto a las dimensiones de las flores, que las que ellos habían conseguido desde hacía mucho en casa de la misma princesa. Pero si por parte de ésta, en casa de todo el mundo, ese pasmo ante las menores cosas era ficticio y estaba destinado a hacer ver que no tornaba de la superioridad de su condición y de sus riquezas un orgullo prohibido por sus antiguos preceptores, disimulado por su madre e insoportable para Dios, tenía, en cambio, con absoluta sinceridad el salón de la duquesa de Guermantes por un lugar privilegiado en el que sólo podía ir de sorpresas en delicias. De una manera general, por lo demás, pero que sería harto insuficiente para explicar este estado de espíritu, los Guermantes se diferenciaban bastante del resto de la sociedad aristocrática; eran más refinados y más raros. A mí, a primera vista, me habían producido la impresión contraria: los había encontrado vulgares, parecidos a todos los hombres y a todas las mujeres, pero era porque previamente había visto en ellos, como en Balbec, en Florencia, en Parma, unos nombres. Evidentemente, en este salón, todas las mujeres que me había imaginado como estatuillas de Sajonia se parecían más, sin embargo, a la inmensa mayoría de las mujeres. Pero al igual que Balbec o Florencia, los Guermantes, después de haber defraudado a la imaginación porque se asemejaban más a sus semejantes que a su propio nombre, podían a seguida, aun cuando en menor grado, ofrecer a la inteligencia ciertas particularidades que los distinguían. Su mismo físico, el color de un rosa especial, que llegaba a veces hasta el violeta, de su carne; cierto rubio, casi luminoso, hasta en los hombres, de los delicados cabellos, apiñados en mechones dorados ysuaves, por mitad líquenes parietales ypelaje felino (fulgor lumínico a que correspondía cierta brillantez de la inteligencia, porque si se hablaba de la tez y el pelo de los Guermantes, hablábase asimismo del ingenio de los Guermantes, como del ingenio de los Mortemart, cierta cualidad social más fina ya desde antes de Luis XIV y tanto más reconocida por todos cuanto que ellos mismos la promulgaban), todo esto hacía que en la materia misma, por preciosa que fuera, de la sociedad aristocrática en que se les encontraba enfusados acá y acullá, los Guermantes siguieran siendo reconocibles, fáciles de distinguir yde seguir, como los filones cuya rubiez vetean el jaspe yel ónice, o, mejor todavía, como el ágil ondular de esa cabellera de claridad cuyas despeinadas crines corren como flexibles rayos por las caras de ciertas variedades de ágata.
Les Guermantes — du moins ceux qui étaient dignes du nom — n′étaient pas seulement d′une qualité de chair, de cheveu, de transparent regard, exquise, mais avaient une manière de se tenir, de marcher, de saluer, de regarder avant de serrer la main, de serrer la main, par quoi ils étaient aussi différents en tout cela d′un homme du monde quelconque que celui-ci d′un fermier en blouse. Et malgré leur amabilité on se disait: n′ont-ils pas vraiment le droit, quoiqu′ils le dissimulent, quand ils nous voient marcher, saluer, sortir, toutes ces choses qui, accomplies par eux, devenaient aussi gracieuses que le vol de l′hirondelle ou l′inclinaison de la rose, de penser: ils sont d′une autre race que nous et nous sommes, nous, les princes de la terre? Plus tard je compris que les Guermantes me croyaient en effet d′une race autre, mais qui excitait leur envie, parce que je possédais des mérites que j′ignorais et qu′ils faisaient profession de tenir pour seuls importants. Plus tard encore j′ai senti que cette profession de foi n′était qu′à demi sincère et que chez eux le dédain ou l′étonnement coexistaient avec l′admiration et l′envie. La flexibilité physique essentielle aux Guermantes était double; grâce à l′une, toujours en action, à tout moment, et si par exemple un Guermantes mâle allait saluer une dame, il obtenait une silhouette de lui-même, faite de l′équilibre instable de mouvements asymétriques et nerveusement compensés, une jambe traînant un peu soit exprès, soit parce qu′ayant été souvent cassée à la chasse elle imprimait au torse, pour rattraper l′autre jambe, une déviation à laquelle la remontée d′une épaule faisait contrepoids, pendant que le monocle s′installait dans l′oeil, haussait un sourcil au même moment où le toupet des cheveux s′abaissait pour le salut; l′autre flexibilité, comme la forme de la vague, du vent ou du sillage que garde à jamais la coquille ou le bateau, s′était pour ainsi dire stylisée en une sorte de mobilité fixée, incurvant le nez busqué qui sous les yeux bleus à fleur de tête, au-dessus des lèvres trop minces, d′où sortait, chez les femmes, une voix rauque, rappelait l′origine fabuleuse enseignée au XVIe siècle par le bon vouloir de généalogistes parasites et hellénisants à cette race, ancienne sans doute, mais pas au point qu′ils prétendaient quand ils lui donnaient pour origine la fécondation mythologique d′une nymphe par un divin Oiseau. Los Guermantes —por lo menos los que eran dignos del apellido— no sólo eran de una calidad de carnación de pelo, de transparente mirada,, exquisita, sino que tenían una apostura, una manera de andar, de saludar, de mirar: antes de estrechar la mano, de dar la mano, por la que eran tan diferentes en todo ello de un hombre de mundo cualquiera, como éste de un patán de blusa. Y a pesar de su amabilidad, se decía uno: ¿No tienen verdaderamente derecho, aunque lo disimulen, cuando nos ven andar, saludar, salir, hacer todas esas cosas que, llevadas a cabo por ellos, tornábanse tan graciosas como el vuelo de la golondrina o la inclinación de la rosa, a pensar: son de otra raza que nosotros, y nosotros somos los príncipes de la tierra? Más tarde comprendí que los Guermantes me creían, en efecto, de otra raza, pero que excitaba su envidia, porque yo poseía méritos que ignoraba y que ellos hacían profesión de considerar como los únicos importantes. Más tarde aún me di cuenta de que esta profesión de fe sólo a medias ira sincera, y que en ellos el desdén o el asombro coexistían con la admiración y la envidia. La flexibilidad física esencial a los Guermantes era doble: gracias a la una, siempre en acción, y si, por ejemplo, un Guermantes macho iba a saludar a una dama, obtenía una silueta de sí mismo, hecha del equilibrio inestable de unos movimientos asimétricos y nerviosamente compensados, una pierna que se arrastraba un poco, ya fuese adrede, ya porque, como se había partido a menudo en cacerías, imprimía al torso, para alcanzar a la otra pierna, una desviación a que hacía contrapeso un hombro más alto que el otro, mientras que el monóculo se instalaba en el ojo, peraltaba una ceja en el mismo momento en que el tupé del peinado se inclinaba para el saludo; la otra flexibilidad, como la forma de la onda, del viento o del surco que guarda para siempre la concha o el barco, se había, por decirlo así, estilizado en una a modo de movilidad fijada, encorvando la nariz ganchuda que, por bajo de los ojos azules y saltones, por cima de unos labios excesivamente delgados, de que salía, en las mujeres, una voz ronca, rememoraba el origen fabuloso enseñado en el siglo XVI por la buena voluntad de unos genealogistas parásitos y helenizantes a este linaje antiguo sin duda, pero no hasta el punto que pretendían aquellos cuando le atribuían como origen la fecundación mitológica de una ninfa por un divino Pájaro.
Les Guermantes n′étaient pas moins spéciaux au point de vue intellectuel qu′au point de vue physique. Sauf le prince Gilbert (l′époux aux idées surannées de «Marie Gilbert» et qui faisait asseoir sa femme à gauche quand ils se promenaient en voiture parce qu′elle était de moins bon sang, pourtant royal, que lui), mais il était une exception et faisait, absent, l′objet des railleries de la famille et d′anecdotes toujours nouvelles, les Guermantes, tout en vivant dans le pur «gratin» de l′aristocratie, affectaient de ne faire aucun cas de la noblesse. Les théories de la duchesse de Guermantes, laquelle à vrai dire à force d′être Guermantes devenait dans une certaine mesure quelque chose d′autre et de plus agréable, mettaient tellement au-dessus de tout l′intelligence et étaient en politique si socialistes qu′on se demandait où dans son hôtel se cachait le génie chargé d′assurer le maintien de la vie aristocratique, et qui toujours invisible, mais évidemment tapi tantôt dans l′antichambre, tantôt dans le salon, tantôt dans le cabinet de toilette, rappelait aux domestiques de cette femme qui ne croyait pas aux titres de lui dire «Madame la duchesse», à cette personne qui n′aimait que la lecture et n′avait point de respect humain, d′aller dîner chez sa belle-soeur quand sonnaient huit heures et de se décolleter pour cela. Los Guermantes eran no menos especiales desde el punto de vista intelectual que desde el punto de vista físico. Salvo el príncipe Gilberto (el esposo, de ideas rancias, de “María Gilberto”, que hacía sentarse a su mujer a la izquierda, cuando se paseaban en coche, por no ser ella de tan buena sangre —con ser ésta, sin embargo, real— como él) —pero ése era una excepción y servía, ausente, de objeto a las burlas de la familia y a anécdotas siempre nuevas—, los Guermantes, sin dejar de vivir en la “crema” misma de la aristocracia, afectaban no hacer ningún caso de la nobleza. Las teorías de la duquesa de Guermantes, que, a decir verdad, en fuerza de ser Guermantes acababa por convertirse en cierta medida en algo diferente y más agradable, ponían hasta tal punto por encima de todo la inteligencia y eran en política tan socialistas, que uno se preguntaba dónde se escondía en su palacio el genio encargado de asegurar la conservación de la vida aristocrática y que, siempre invisible, pero evidentemente agazapado tan pronto en la antesala como en el salón o en el tocador, recordaba a los criados de esta mujer que no creía en los títulos, que la llamasen “señora duquesa”, y a esta persona que sólo tenía amor a la lectura y no sabía de respetos humanos, que fuese a cenar a casa de su cuñada al sonar las ocho, y que se descotase para ello.
Le même génie de la famille présentait à Mme de Guermantes la situation des duchesses, du moins des premières d′entre elles, et comme elle multimillionnaires, le sacrifice à d′ennuyeux thés-dîners en ville, raouts, d′heures où elle eût pu lire des choses intéressantes, comme des nécessités désagréables analogues à la pluie, et que Mme de Guermantes acceptait en exerçant sur elles sa verve frondeuse mais sans aller jusqu′à rechercher les raisons de son acceptation. Ce curieux effet du hasard que le maître d′hôtel de Mme de Guermantes dît toujours: «Madame la duchesse» à cette femme qui ne croyait qu′à l′intelligence, ne paraissait pourtant pas la choquer. Jamais elle n′avait pensé à le prier de lui dire «Madame» tout simplement. En poussant la bonne volonté jusqu′à ses extrêmes limites, on eût pu croire que, distraite, elle entendait seulement «Madame» et que l′appendice verbal qui y était ajouté n′était pas perçu. Seulement, si elle faisait la sourde, elle n′était pas muette. Or, chaque fois qu′elle avait une commission à donner à son mari, elle disait au maître d′hôtel: «Vous rappellerez à Monsieur le duc . . . » El mismo genio de la familia presentaba a la señora de Guermantes la posición de las duquesas, por lo menos de las primeras de entre éstas, y como ella multimillonarias, el sacrificio hecho a unos tés aburridos, a unas cenas fuera de casa, a unas reuniones, de unas horas en que hubiera podido leer cosas interesantes, como necesidades desagradables análogas a la lluvia, y que la señora de Guermantes aceptaba ejercitando a cuenta de ellas su gracejo criticón, pero sin llegar hasta buscar las razones de su aceptación. El curioso efecto de la casualidad de que el mayordomo de la señora de Guermantes dijera siempre: “la señora duquesa” a esta mujer que sólo creía en la inteligencia, no parecía chocarle a ella, sin embargo. Nunca había pensado en rogarle que la llamase “señora” simplemente. Llevando la buena voluntad hasta sus límites extremos, hubiera podido creerse que, distraída, oía tan sólo el “señora”, y que el apéndice verbal que se añadía a esto no era percibido. Sólo que, si se hacía la sorda, no era muda. Y es el caso que cada vez que tenía algún encargo que dar a su marido, decía al mayordomo: “Le recordará usted al señor duque”...
Le génie de la famille avait d′ailleurs d′autres occupations, par exemple de faire parler de morale. Certes il y avait des Guermantes plus particulièrement intelligents, des Guermantes plus particulièrement moraux, et ce n′étaient pas d′habitude les mêmes. Mais les premiers — même un Guermantes qui avait fait des faux et trichait au jeu et était le plus délicieux de tous, ouvert à toutes les idées neuves et justes — traitaient encore mieux de la morale que les seconds, et de la même façon que Mme de Villeparisis, dans les moments où le génie de la famille s′exprimait par la bouche de la vieille dame. Dans des moments identiques on voyait tout d′un coup les Guermantes prendre un ton presque aussi vieillot, aussi bonhomme, et à cause de leur charme plus grand, plus attendrissant que celui de la marquise pour dire d′une domestique: «On sent qu′elle a un bon fond, c′est une fille qui n′est pas commune, elle doit être la fille de gens bien, elle est certainement restée toujours dans le droit chemin.» A ces moments-là le génie de la famille se faisait intonation. Mais parfois il était aussi tournure, air de visage, le même chez la duchesse que chez son grand-père le maréchal, une sorte d′insaisissable convulsion (pareille à celle du Serpent, génie carthaginois de la famille Barca), et par quoi j′avais été plusieurs fois saisi d′un battement de coeur, dans mes promenades matinales, quand, avant d′avoir reconnu Mme de Guermantes, je me sentais regardé par elle du fond d′une petite crémerie. Ce génie était intervenu dans une circonstance qui avait été loin d′être indifférente non seulement aux Guermantes, mais aux Courvoisier, partie adverse de la famille et, quoique d′aussi bon sang que les Guermantes, tout l′opposé d′eux (c′est même par sa grand′mère Courvoisier que les Guermantes expliquaient le parti pris du prince de Guermantes de toujours parler naissance et noblesse comme si c′était la seule chose qui importât). Non seulement les Courvoisier n′assignaient pas à l′intelligence le même rang que les Guermantes, mais ils ne possédaient pas d′elle la même idée. Pour un Guermantes (fût-il bête), être intelligent, c′était avoir la dent dure, être capable de dire des méchancetés, d′emporter le morceau, c′était aussi pouvoir vous tenir tête aussi bien sur la peinture, sur la musique, sur l′architecture, parler anglais. Les Courvoisier se faisaient de l′intelligence une idée moins favorable et, pour peu qu′on ne fût pas de leur monde, être intelligent n′était pas loin de signifier «avoir probablement assassiné père et mère». Pour eux l′intelligence était l′espèce de «pince monseigneur» grâce à laquelle des gens qu′on ne connaissait ni d′ève ni d′Adam forçaient les portes des salons les plus respectés, et on savait chez les Courvoisier qu′il finissait toujours par vous en cuire d′avoir reçu de telles «espèces». Aux insignifiantes assertions des gens intelligents qui n′étaient pas du monde, les Courvoisier opposaient une méfiance systématique. Quelqu′un ayant dit une fois: «Mais Swann est plus jeune que Palamède. — Du moins il vous le dit; et s′il vous le dit soyez sûr que c′est qu′il y trouve son intérêt», avait répondu Mme de Gallardon. Bien plus, comme on disait de deux étrangères très élégantes que les Guermantes recevaient, qu′on avait fait passer d′abord celle-ci puisqu′elle était l′aînée: «Mais est-elle même l′aînée?» avait demandé Mme de Gallardon, non pas positivement comme si ce genre de personnes n′avaient pas d′âge, mais comme si, vraisemblablement dénuées d′état civil et religieux, de traditions certaines, elles fussent plus ou moins jeunes comme les petites chattes d′une même corbeille entre lesquelles un vétérinaire seul pourrait se reconnaître. Les Courvoisier, mieux que les Guermantes, maintenaient d′ailleurs en un sens l′intégrité de la noblesse à la fois grâce à l′étroitesse de leur esprit et à la méchanceté de leur coeur. De même que les Guermantes (pour qui, au-dessous des familles royales et de quelques autres comme les de Ligne, les La Trémoille, etc., tout le reste se confondait dans un vague fretin) étaient insolents avec des gens de race ancienne qui habitaient autour de Guermantes, précisément parce qu′ils ne faisaient pas attention à ces mérites de second ordre dont s′occupaient énormément les Courvoisier, le manque de ces mérites leur importait peu. Certaines femmes qui n′avaient pas un rang très élevé dans leur province mais brillamment mariées, riches, jolies, aimées des duchesses, étaient pour Paris, où l′on est peu au courant des «père et mère», un excellent et élégant article d′importation. Il pouvait arriver, quoique rarement, que de telles femmes fussent, par le canal de la princesse de Parme, ou en vertu de leur agrément propre, reçues chez certaines Guermantes. Mais, à leur égard, l′indignation des Courvoisier ne désarmait jamais. Rencontrer entre cinq et six, chez leur cousine, des gens avec les parents de qui leurs parents n′aimaient pas à frayer dans le Perche, devenait pour eux un motif de rage croissante et un thème d′inépuisables déclamations. Dès le moment, par exemple, où la charmante comtesse G . . . entrait chez les Guermantes, le visage de Mme de Villebon prenait exactement l′expression qu′il eût dû prendre si elle avait eu à réciter le vers: El genio de la familia tenía, por lo demás, otras ocupaciones; por ejemplo, hacer hablar de moral. Desde luego, había Guermantes más particularmente inteligentes, Guermantes más particularmente morales, y no eran de ordinario los mismos. Pero los primeros — hasta un Guermantes que había cometido falsificaciones y hacía trampas en el juego y que era el más delicioso de todos, abierto a todas las ideas nuevas y justas— trataban mejor aún de moral que los segundos, y del mismo modo que la señora de Villeparisis, en los momentos en que el genio de la familia se expresaba por boca de la anciana dama. En momentos idénticos se veía de repente a los Guermantes adoptar un tono casi tan anticuado, casi tan bonachón y, debido al hechizo que les era peculiar, más grande, más enternecedor que el de la marquesa, para decir de una sirvienta: “Se ve, que tiene buen fondo, es una chica nada vulgar; debe de ser hija de gente de bien; indudablemente ha seguido siempre el buen camino”. En esos momentos, el genio de la familia se convertía en entonación. Pero a veces era también giro, expresión fisonómica, la misma en la duquesa que en su abuelo el mariscal, una como inaprensible convulsión (análoga a la de la Serpiente, genio cartaginés de la familia Barca), que varias veces había hecho que el corazón me diese un vuelco, en mis paseos matinales, cuando, antes de haber reconocido a la señora de Guermantes, sentía que me estaba mirando desde el fondo de una lechería. Este genio había intervenido en una circunstancia que había estado lejos de ser indiferente no sólo a los Guermantes, sino a los Courvoisier, parte adversa de la familia y, aunque de tan buena sangre como los Guermantes, el polo opuesto a ellos (los Guermantes explicaban incluso por su abuela Courvoisier el empeño del príncipe de Guermantes de estar siempre hablando de alcurnia y de nobleza como si eso fuera la única cosa que importara). Los Courvoisier no sólo no asignaban a la inteligencia el mismo rango que los Guermantes, sino que ni aún poseían la misma idea de ella. Para un Guermantes (por necio que fuese) ser inteligente era tener una lengua afilada, ser capaz de decir cosas tremendas, de levantar ronchas; era, también, mostrarse a la altura de cualquiera, así a propósito de pintura como de música o de arquitectura, hablar inglés. Los Courvoisier se formaban una idea menos favorable de la inteligencia, y a poco que no se perteneciese a su mundo, ser inteligente no andaba lejos de significar: “haber asesinado probablemente a su padre y a su madre”. Para ellos, la inteligencia era como la ganzúa gracias a la cual unas gentes a las que no se conocía ni por Eva ni por Adán forzaban las puertas de los salones más respetados, y en casa de los Courvoisier sabían que acababa siempre por costarle a uno caro haber recibido a semejante “gentecillas”. A los insignificantes asertos de las personas inteligentes que no pertenecían al gran mundo oponían los Courvoisier una desconfianza sistemática. Como alguien hubiese dicho una vez: “Pero Swann es más joven que Palamedes”. “Por lo menos, eso dice él, y si él lo dice, esté usted seguro de que su interés lleva en ello”, había respondido la señora de Gallardon. Es más: decíase a propósito de dos extranjeras elegantísimas a las que recibían los Guermantes, que se había hecho pasar primero a tal de ellas por ser la mayor: “Pero, ¿es siquiera la mayor?”, había preguntado la señora de Gallardon, no, positivamente, como si esa clase de personas no tuviese edad, sino como si, verosímilmente privadas de estado civil y religioso, de tradiciones seguras, fuesen más o menos jóvenes, como las gatitas de una misma cesta, entre las que sólo podría orientarse en este respecto un veterinario. Los Courvoisier, mejor que los Guermantes, mantenían, por lo demás, en un sentido la integridad de la nobleza; gracias, a la vez, a la pobreza de su espíritu y a la ruindad de su corazón. Así como los Guermantes (para quienes, de las familias reales y de algunas otras como los Ligne, los La Trémoille, etc., para abajo, todo lo demás se confundía en una vaga morralla) eran insolentes con gentes de rancio abolengo que vivían en torno a Guermantes, precisamente porque no paraban atención en esos méritos de segundo orden de que se preocupaban enormemente los Courvoisier, la falta de esos méritos les importaba poco. Ciertas mujeres que no disfrutaban de una condición muy elevada en su provincia, pero que se habían casado brillantemente, ricas, bonitas, estimadas de las duquesas, eran, para París, donde se está poco al corriente de quiénes son “los papás”, un excelente y elegante artículo de importación. Podía ocurrir, bien que raras veces, que semejantes mujeres fueran, por conducto de la princesa de Parma o en virtud de su propio aliciente, recibidas en casa de algunos Guermantes. Pero la indignación de los Courvoisier con respecto a ellas no cedía nunca. Encontrarse, de cinco a seis, en casa de su prima a unas gentes con cuyos padres no les gustaba rozarse a los suyos en el Perche, se convertía para ellos en un motivo de rabia creciente y en tema de inagotables declamaciones. Desde el momento, por ejemplo, en que la encantadora condesa de G... entraba en casa de los Guermantes, el semblante de la señora de Villebon cobraba exactamente la expresión que hubiera debido tomar de haber tenido que recitar el verso:
Et s′il n′en reste qu′un, je serai celui-là.
Et s′il n′en reste qu′un, je serai celui-là.
vers qui lui était du reste inconnu. Cette Courvoisier avait avalé presque tous les lundis un éclair chargé de crème à quelques pas de la comtesse G . . ., mais sans résultat. Et Mme de Villebon confessait en cachette qu′elle ne pouvait concevoir comment sa cousine Guermantes recevait une femme qui n′était même pas de la deuxième société, à Châteaudun. «Ce n′est vraiment pas la peine que ma cousine soit si difficile sur ses relations, c′est à se moquer du monde», concluait Mme de Villebon avec une autre expression de visage, celle-là souriante et narquoise dans le désespoir, sur laquelle un petit jeu de devinettes eût plutôt mis un autre vers que la comtesse ne connaissait naturellement pas davantage: verso que, por lo demás, no conocía. Esta Courvoisier había engullido casi todos los lunes un pastelillo cargado de crema, a unos cuantos pasos de la condesa de G..., pero sin resultado. Y la señora de Villebon confesaba a escondidas que no podía concebir cómo su prima la de Guermantes recibía a una mujer que ni siquiera era de la “buena sociedad de segundo orden” en Châteaudun. Realmente no vale la pena que sea tan exigente mi prima en sus amistades; es como para reírse del gran mundo”, concluía la señora de Villebon con otra expresión en su semblante, expresión sonriente y zumbona en medio de la desesperación, y sobre la cual hubiera puesto más bien un juego de adivinanzas otro verso que, naturalmente, tampoco conocía la condesa:
Grâce aux dieux mon malheur passe mon espérance .
Grâce aux dieux mon malheur passe mon espérance .
Au reste, anticipons sur les événements en disant que la «persévérance», rime d′espérance dans le vers suivant, de Mme de Villebon à snober Mme G . . . ne fut pas tout à fait inutile. Aux yeux de Mme G . . . elle doua Mme de Villebon d′un prestige tel, d′ailleurs purement imaginaire, que, quand la fille de Mme G . . ., qui était la plus jolie et la plus riche des bals de l′époque, fut à marier, on s′étonna de lui voir refuser tous les ducs. C′est que sa mère, se souvenant des avanies hebdomadaires qu′elle avait essuyées rue de Grenelle en souvenir de Châteaudun, ne souhaitait véritablement qu′un mari pour sa fille: un fils Villebon. Por otra parte, adelantémonos a los acontecimientos diciendo que la “perseverancia”, rima de “esperanza” en el verso siguiente, que la señora de Villebon tenía de snobizar a la de G... no fue del todo inútil. A los ojos de la señora de G... dotó a la señora de Villebon de un prestigio tal —por lo demás, puramente imaginario— que cuando la hija de la señora de G..., que era la más bonita y la más rica de los bailes de la época, estuvo para casar, la gente se extrañó de verla rechazar a todos los duques. Es que su madre, acordándose de las ofensas hebdomadarias que sufriera en la calle de Grenelle en recuerdo de Châteaudun, no deseaba realmente más que un marido para su hija: un chico de los de Villebon.
Un seul point sur lequel Guermantes et Courvoisier se rencontraient était dans l′art, infiniment varié d′ailleurs, de marquer les distances. Les manières des Guermantes n′étaient pas entièrement uniformes chez tous. Mais, par exemple, tous les Guermantes, de ceux qui l′étaient vraiment, quand on vous présentait à eux, procédaient à une sorte de cérémonie, à peu près comme si le fait qu′ils vous eussent tendu la main eût été aussi considérable que s′il s′était agi de vous sacrer chevalier. Au moment où un Guermantes, n′eût-il que vingt ans, mais marchant déjà sur les traces de ses aînés, entendait votre nom prononcé par le présentateur, il laissait tomber sur vous, comme s′il n′était nullement décidé à vous dire bonjour, un regard généralement bleu, toujours de la froideur d′un acier qu′il semblait prêt à vous plonger dans les plus profonds replis du coeur. C′est du reste ce que les Guermantes croyaient faire en effet, se jugeant tous des psychologues de premier ordre. Ils pensaient de plus accroître par cette inspection l′amabilité du salut qui allait suivre et qui ne vous serait délivré qu′à bon escient. Tout ceci se passait à une distance de vous qui, petite s′il se fût agi d′une passe d′armes, semblait énorme pour une poignée de main et glaçait dans le deuxième cas comme elle eût fait dans le premier, de sorte que quand le Guermantes, après une rapide tournée accomplie dans les dernières cachettes de votre âme et de votre honorabilité, vous avait jugé digne de vous rencontrer désormais avec lui, sa main, dirigée vers vous au bout d′un bras tendu dans toute sa longueur, avait l′air de vous présenter un fleuret pour un combat singulier, et cette main était en somme placée si loin du Guermantes à ce moment-là que, quand il inclinait alors la tête, il était difficile de distinguer si c′était vous ou sa propre main qu′il saluait. Certains Guermantes n′ayant pas le sentiment de la mesure, ou incapables de ne pas se répéter sans cesse, exagéraient en recommençant cette cérémonie chaque fois qu′ils vous rencontraient. Étant donné qu′ils n′avaient plus à procéder à l′enquête psychologique préalable pour laquelle le «génie de la famille» leur avait délégué ses pouvoirs dont ils devaient se rappeler les résultats, l′insistance du regard perforateur précédant la poignée de main ne pouvait s′expliquer que par l′automatisme qu′avait acquis leur regard ou par quelque don de fascination qu′ils pensaient posséder. Les Courvoisier, dont le physique était différent, avaient vainement essayé de s′assimiler ce salut scrutateur et s′étaient rabattus sur la raideur hautaine ou la négligence rapide. En revanche, c′était aux Courvoisier que certaines très rares Guermantes du sexe féminin semblaient avoir emprunté le salut des dames. En effet, au moment où on vous présentait à une de ces Guermantes-là, elle vous faisait un grand salut dans lequel elle approchait de vous, à peu près selon un angle de quarante-cinq degrés, la tête et le buste, le bas du corps (qu′elle avait fort haut jusqu′à la ceinture, qui faisait pivot) restant immobile. Mais à peine avait-elle projeté ainsi vers vous la partie supérieure de sa personne, qu′elle la rejetait en arrière de la verticale par un brusque retrait d′une longueur à peu près égale. Le renversement consécutif neutralisait ce qui vous avait paru être concédé, le terrain que vous aviez cru gagner ne restait même pas acquis comme en matière de duel, les positions primitives étaient gardées. Cette même annulation de l′amabilité par la reprise des distances (qui était d′origine Courvoisier et destinée à montrer que les avances faites dans le premier mouvement n′étaient qu′une feinte d′un instant) se manifestait aussi clairement, chez les Courvoisier comme chez les Guermantes, dans les lettres qu′on recevait d′elles, au moins pendant les premiers temps de leur connaissance. Le «corps» de la lettre pouvait contenir des phrases qu′on n′écrirait, semble-t-il, qu′à un ami, mais c′est en vain que vous eussiez cru pouvoir vous vanter d′être celui de la dame, car la lettre commençait par: «monsieur» et finissait par: «Croyez, monsieur, à mes sentiments distingués.» Dès lors, entre ce froid début et cette fin glaciale qui changeaient le sens de tout le reste, pouvaient se succéder (si c′était une réponse à une lettre de condoléance de vous) les plus touchantes peintures du chagrin que la Guermantes avait eu à perdre sa soeur, de l′intimité qui existait entre elles, des beautés du pays où elle villégiaturait, des consolations qu′elle trouvait dans le charme de ses petits enfants, tout cela n′était plus qu′une lettre comme on en trouve dans des recueils et dont le caractère intime n′entraînait pourtant pas plus d′intimité entre vous et l′épistolière que si celle-ci avait été Pline le Jeune ou Mme de Simiane. En el único punto en que los Guermantes y los Courvoisier se encontraban era en el arte, infinitamente variado, por lo demás, de señalar las distancias. Las maneras de los Guermantes no eran completamente uniformes en todos ellos. Por ejemplo, todos los Guermantes, de aquellos que lo eran verdaderamente, cuando os presentaban a ellos, procedían a una especie de ceremonia, sobre poco más o menos como si el hecho de que os hubiesen tendido la mano hubiera sido tan considerable como si se tratase de armaros caballeros. En el momento en que un Guermantes, aunque no tuviese arriba de veinte años, pero que ya seguía las huellas de sus mayores, oía vuestro nombre pronunciado por el que os presentaba, dejaba caer sobre vosotros, cual si en molo alguno estuviera dispuesto a saludaros, una mirada generalmente azul, siempre de la frialdad de un acero que parecía dispuesto a hundiros en los más hondos recovecos del corazón. Eso es, por otra parte, lo que los Guermantes creían hacer, en efecto, teniéndose todos ellos por psicólogos de primer orden. Pensaban, además, hacer mayor con esa inspección la amabilidad del saludo que iba a seguir y que no habría de seros entregado sino con entero conocimiento. Todo esto sucedía a una distancia de vosotros que, pequeña si se hubiera tratado de un pase de esgrima, parecía enorme para un apretón de manos y lo dejaba helado a uno en el segundo caso como lo hubiera hecho en el primero, de modo que cuando el Guermantes, tras una rápida gira por los últimos escondrijos de vuestra alma y de vuestra honorabilidad, os había juzgado dignos de volver a encontraron desde ese instante con él, su, mano, dirigida hacia vosotros al extremo de un brazo extendido en toda su longitud, parecía como si os presentase un florete para un combate singular, y esa mano estaba, en suma, situada tan lejos del Guermantes en ese momento, que cuando inclinaba entonces la cabeza resultaba difícil distinguir si era a vosotros o a su propia mano a quien saludaba. Ciertos Guermantes que no tenían el sentido de la medida, o que eran incapaces de no repetirse incesantemente, exageraban, recomenzando esta ceremonia cada vez que volvían a tropezarse con vosotros. Supuesto que ya no tenían que proceder a la indagación psicológica previa para la que había delegado en ellos el “genio de la familia” sus poderes, y cuyos resultados debían tener presentes, la insistencia de la mirada perforadora que precedía al apretón de manos sólo podía explicarse por el automatismo que había adquirido su mirada o por algún don de fascinación que imaginaba poseer. Los Courvoisier, cuyo físico era diferente, habían intentado en vano asimilarse ese saludo escrutador y se habían rebajado hasta dar en la tiesura altanera o en la indolencia rápida. En desquite, de los Courvoisier era de quien parecían haber tomado el saludo de las señoras algunos rarísimos Guermantes del sexo femenino. En efecto, en el momento en que os presentaban a una de éstas, os hacía un gran saludo, en el que acercaba a vosotros, aproximadamente en un ángulo de cuarenta ycinco grados, la cabeza yel busto, en tanto la parte inferior del cuerpo (que tenía muy larga la cintura, que hacía de eje) permanecía inmóvil. Pero apenas había proyectado así hacia vosotros la parte superior de su persona, cuando volvía a echarla más allá, hacia atrás, respecto de la vertical, con una brusca retirada de una longitud aproximadamente igual. La subversión consecutiva neutralizaba lo que os parecía que os había sido concedido; el terreno que habíais querido ganar ni siquiera quedaba adquirido; como en términos de desafío, conservábanse las primitivas posiciones. Esta misma anulación de la amabilidad por la repetición de las distancias (que era Courvoisier por su origen y estaba destinada a hacer ver que los anticipos hechos en el primer movimiento no era más que una fiesta de un instante) se manifestaban claramente asimismo, en los Courvoisier como en los Guermantes, en las cartas que uno recibía de ellos, por lo menos durante los primeros tiempos de su trato. El “cuerpo” de la carta podía contener frases que no se escribirían, al parecer, más que a un amigo; pero en vano era que hubieseis creído poder jactaros de serlo de la dama, porque la carta empezaba con un: “Muy señor mío”, y acababa con un: “Cuente usted con mi consideración más distinguida”. Desde ese momento, entre este frío principio y este fin glacial que cambiaban el sentido de todo lo demás, ya podían sucederse (si era una respuesta a alguna carta de pésame vuestra) las más conmovedoras descripciones de la pena por que la Guermantes había pasado al perder a su hermana, de la intimidad que existía entre ellas, de las bellezas del sitio en que estaba pasando una temporada, de los consuelos que allí encontraba en el encanto de sus hijitos: todo ello no era más que una carta como tantas que se hallan en los epistolarios y cuyo carácter íntimo no llevaba aparejada más intimidad entre vosotros y la autora de las cartas que si ésta hubiera sido Plinio el joven o madama de Simiane.
Il est vrai que certaines Guermantes vous écrivaient dès les premières fois «mon cher ami», «mon ami», ce n′étaient pas toujours les plus simples d′entre elles, mais plutôt celles qui, ne vivant qu′au milieu des rois et, d′autre part, étant «légères», prenaient dans leur orgueil la certitude que tout ce qui venait d′elles faisait plaisir et dans leur corruption l′habitude de ne marchander aucune des satisfactions qu′elles pouvaient offrir. Du reste, comme il suffisait qu′on eût eu une trisale commune sous Louis XIII pour qu′un jeune Guermantes dit en parlant de la marquise de Guermantes «la tante Adam», les Guermantes étaient si nombreux que même pour ces simples rites, celui du salut de présentation par exemple, il existait bien des variétés. Chaque sous-groupe un peu raffiné avait le sien, qu′on se transmettait des parents aux enfants comme une recette de vulnéraire et une manière particulière de préparer les confitures. C′est ainsi qu′on a vu la poignée de main de Saint–Loup se déclancher comme malgré lui au moment où il entendait votre nom, sans participation de regard, sans adjonction de salut. Tout malheureux roturier qui pour une raison spéciale — ce qui arrivait du reste assez rarement —était présenté à quelqu′un du sous-groupe Saint–Loup, se creusait la tête, devant ce minimum si brusque de bonjour, revêtant volontairement les apparences de l′inconscience, pour savoir ce que le ou la Guermantes pouvait avoir contre lui. Et il était bien étonné d′apprendre qu′il ou elle avait jugé à propos d′écrire tout spécialement au présentateur pour lui dire combien vous lui aviez plu et qu′il ou elle espérait bien vous revoir. Aussi particularisés que le geste mécanique de Saint–Loup étaient les entrechats compliqués et rapides (jugés ridicules par M. de Charlus) du marquis de Fierbois, les pas graves et mesurés du prince de Guermantes. Mais il est impossible de décrire ici la richesse de cette chorégraphie des Guermantes à cause de l′étendue même du corps de ballet. Verdad es que algunas Guermantes le escribían a uno desde las primeras veces: “Mi querido amigo”, “amigo mío”; no siempre eran las más sencillas de entre ellas, sino antes las que, como sólo vivían entre la certidumbre y, por otra parte, eran “ligeras”, tomaban de su orgullo la certidumbre de que cuanto procedía de ellas era agradable, y de su corrupción, la costumbre de no regatear ninguna de las satisfacciones que podía ofrecer. Por lo demás, como bastaba haber tenido una tatarabuela común en tiempos de Luis XIII para que un Guermantes joven dijese, al hablar de la marquesa de Guermantes: “la tía Adán”, los Guermantes eran tan numerosos que aun en estos simples ritos, el del saludo de presentación, por ejemplo, existían multitud de variedades. Cada subgrupo un poco refinado tenía el suyo, que se transmitían de padres a hijos como una receta de vulnerario y como una manera particular de preparar las confituras. Así hemos visto el apretón de manos de Saint-Loup precipitarse como a pesar suyo en el momento en que oía el nombre del que le presentaban, sin participación de la mirada, sin llevar agregado saludo alguno. Cada desventurado plebeyo que por alguna razón especial —cosa que, por lo demás, ocurría con bastante rareza— era presentado a alguien del subgrupo Saint-Loup, se quebraba los cascos ante este mínimo tan brusco de salutación, que revestía voluntariamente las apariencias de la inconsciencia, para saber qué podía tener contra él la Guermantes o el Guermantes. Y no se quedaba poco asombrado al enterarse de que éste o aquélla habían estimado oportuno escribir especialmente al presentador para decirle cuánto le había agradado uno y que esperaba volverlo a ver. Tan particularizados como el ademán mecánico de Saint-Loup eran las morisquetas complicadas y rápidas (que el señor de Charlus juzgaba ridículas) del marqués de Fierbois, los pasos graves y mesurados del príncipe de Guermantes. Pero es imposible describir aquí la riqueza de esta coreografía de los Guermantes por la extensión misma del cuerpo de baile.
Pour en revenir à l′antipathie qui animait les Courvoisier contre la duchesse de Guermantes, les premiers auraient pu avoir la consolation de la plaindre tant qu′elle fut jeune fille, car elle était alors peu fortunée. Malheureusement, de tout temps une sorte d′émanation fuligineuse et sui generis enfouissait, dérobait aux yeux, la richesse des Courvoisier qui, si grande qu′elle fût, demeurait obscure. Une Courvoisier fort riche avait beau épouser un gros parti, il arrivait toujours que le jeune ménage n′avait pas de domicile personnel à Paris, y «descendait» chez ses beaux-parents, et pour le reste de l′année vivait en province au milieu d′une société sans mélange mais sans éclat. Pendant que Saint–Loup, qui n′avait guère plus que des dettes, éblouissait Doncières par ses attelages, un Courvoisier fort riche n′y prenait jamais que le tram. Inversement (et d′ailleurs bien des années auparavant) Mlle de Guermantes (Oriane), qui n′avait pas grand′chose, faisait plus parler de ses toilettes que toutes les Courvoisier réunies des leurs. Le scandale même de ses propos faisait une espèce de réclame à sa manière de s′habiller et de se coiffer. Elle avait osé dire au grand-duc de Russie: «Eh bien! Monseigneur, il paraît que vous voulez faire assassiner Tolstoí¥±uest;» dans un dîner auquel on n′avait point convié les Courvoisier, d′ailleurs peu renseignés sur Tolstoí¬ Ils ne l′étaient pas beaucoup plus sur les auteurs grecs, si l′on en juge par la duchesse de Gallardon douairière (belle-mère de la princesse de Gallardon, alors encore jeune fille) qui, n′ayant pas été en cinq ans honorée d′une seule visite d′Oriane, répondit à quelqu′un qui lui demandait la raison de son absence: «Il paraît qu′elle récite de l′Aristote (elle voulait dire de l′Aristophane) dans le monde. Je ne tolère pas ça chez moi!» Volviendo a la simpatía que animaba a los Courvoisier contra la duquesa de Guermantes, los primeros habrían podido tener el consuelo de compadecerla en tanto estuvo soltera, ya que entonces era poco afortunada. Desgraciadamente, una como emanación fuliginosa y sui géneris soterraba, hurtaba siempre a los ojos la riqueza de los Courvoisier, que, por grande que fuese, no salía de la sombra. En vano era que una Courvoisier riquísima casase con un buen partido; siempre ocurría que el nuevo matrimonio no tuviese domicilio personal en París, donde “paraba” en casa de los suegros, y el resto del año vivía en provincias en medio de una sociedad sin mezclas, pero sin brillantez. Mientras que Saint-Loup, que apenas tenía ya más que deudas, deslumbraba a Doncières con sus troncos de caballos, un Courvoisier opulentísimo nunca tomaba más que el tranvía en la misma ciudad. Inversamente (y, por otra parte, muchos años antes), la señora de Guermantes (Oriana), que no tenía gran cosa, hacía hablar de sus trajes más que de los suyos todas las Courvoisier juntas. El mismo escándalo de sus ocurrencias era como si hiciese el reclamo de su manera de vestirse y de peinarse. Se había atrevido a decirle al gran duque de Rusia “Vaya, ¿conque, por lo visto, monseñor quiere hacer asesinar a Tolstoi?”, en una cena a la que no se había invitado a los Courvoisier, que, por lo demás, estaban muy poco enterados de quién fuese Tolstoi. No lo estaban mucho más tocante a los autores griegos, si se ha de juzgar de ello por la duquesa viuda de Gallardon (suegra de la princesa de Gallardon, todavía soltera por entonces), que, como no se hubiese visto honrada en cinco años con una sola visita de Oriana, respondió a uno que le preguntaba la razón de su ausencia: “Parece que recita cosas de Aristóteles (quería decir Aristófanes) en las reuniones. ¡Y eso no lo tolero yo en mi casa!”.
On peut imaginer combien cette «sortie» de Mlle de Guermantes sur Tolstoíª si elle indignait les Courvoisier, émerveillait les Guermantes, et, par delà, tout ce qui leur tenait non seulement de près, mais de loin. La comtesse douairière d′Argencourt, née Seineport, qui recevait un peu tout le monde parce qu′elle était bas bleu et quoique son fils fût un terrible snob, racontait le mot devant des gens de lettres en disant: «Oriane de Guermantes qui est fine comme l′ambre, maligne comme un singe, douée pour tout, qui fait des aquarelles dignes d′un grand peintre et des vers comme en font peu de grands poètes, et vous savez, comme famille, c′est tout ce qu′il y a de plus haut, sa grand′mère était Mlle de Montpensier, et elle est la dix-huitième Oriane de Guermantes sans une mésalliance, c′est le sang le plus pur, le plus vieux de France.» Ya puede suponerse hasta qué punto la “salida” de la señorita de Guermantes a propósito de Tolstoi, si indignaba a los Courvoisier, dejaba maravillados a los Guermantes y, por añadidura, a todo el que estaba relacionado con ellos no sólo de cerca, sino de lejos. La condesa viuda de Argencourt, Seineport por su familia, que recibía a todo el mundo, como quien dice, porque era literata y a pesar de que su hijo era un terrible snob, contaba la frase en presencia de la gente de pluma diciendo: “Oriana de Guermantes, que es fina como un coral, maliciosa como un mono, que tiene dotes para todo, que hace acuarelas dignas de un gran pintor y versos como pocos grandes poetas los hacen, y ya saben ustedes que, por lo que se refiere a la familia, es de lo más encopetado que hay, su abuela era la señorita de Montpensier, y ella es la décimoctava Oriana de Guermantes sin un solo entronque desigual, es de la sangre más pura, antigua de Francia”.
Aussi les faux hommes de lettres, ces demi-intellectuels que recevait Mme d′Argencourt, se représentant Oriane de Guermantes, qu′ils n′auraient jamais l′occasion de connaître personnellement, comme quelque chose de plus merveilleux et de plus extraordinaire que la princesse Badroul Boudour, non seulement se sentaient prêts à mourir pour elle en apprenant qu′une personne si noble glorifiait par-dessus tout Tolstoíª mais sentaient aussi que reprenaient dans leur esprit une nouvelle force leur propre amour de Tolstoíª leur désir de résistance au tsarisme. Ces idées libérales avaient pu s′anémier entre eux, ils avaient pu douter de leur prestige, n′osant plus les confesser, quand soudain de Mlle de Guermantes elle-même, c′est-à-dire d′une jeune fille si indiscutablement précieuse et autorisée, portant les cheveux à plat sur le front (ce que jamais une Courvoisier n′eût consenti à faire) leur venait un tel secours. Un certain nombre de réalités bonnes ou mauvaises gagnent ainsi beaucoup à recevoir l′adhésion de personnes qui ont autorité sur nous. Par exemple chez les Courvoisier, les rites de l′amabilité dans la rue se composaient d′un certain salut, fort laid et peu aimable en lui-même, mais dont on savait que c′était la manière distinguée de dire bonjour, de sorte que tout le monde, effaçant de soi le sourire, le bon accueil, s′efforçait d′imiter cette froide gymnastique. Mais les Guermantes, en général, et particulièrement Oriane, tout en connaissant mieux que personne ces rites, n′hésitaient pas, si elles vous apercevaient d′une voiture, à vous faire un gentil bonjour de la main, et dans un salon, laissant les Courvoisier faire leurs saluts empruntés et raides, esquissaient de charmantes révérences, vous tendaient la main comme à un camarade en souriant de leurs yeux bleus, de sorte que tout d′un coup, grâce aux Guermantes, entraient dans la substance du chic, jusque-là un peu creuse et sèche, tout ce que naturellement on eût aimé et qu′on s′était efforcé de proscrire, la bienvenue, l′épanchement d′une amabilité vraie, la spontanéité. C′est de la même manière, mais par une réhabilitation cette fois peu justifiée, que les personnes qui portent le plus en elles le goût instinctif de la mauvaise musique et des mélodies, si banales soient-elles, qui ont quelque chose de caressant et de facile, arrivent, grâce à la culture symphonique, à mortifier en elles ce goût. Mais une fois arrivées à ce point, quand, émerveillées avec raison par l′éblouissant coloris orchestral de Richard Strauss, elles voient ce musicien acueillir avec une indulgence digne d′Auber les motifs plus vulgaires, ce que ces personnes aimaient trouve soudain dans une autorité si haute une justification qui les ravit et elles s′enchantent sans scrupules et avec une double gratitude, en écoutant Salomé , de ce qui leur était interdit d′aimer dans Les Diamants de la Couronne . Así, los falsos hombres de pluma, los semiintelectuales que recibía en su casa la señora de Argencourt, representándose a Oriana de Guermantes, a la que jamás tendrían ocasión de conocer personalmente, como algo más maravilloso y más extraordinario que la princesa Badroul Boudour, no sólo se sentían dispuestos a morir por ella al saber que una persona tan noble glorificaba por encima de todo a Tolstoi, sino que sentían asimismo retoñar en su espíritu una nueva fuerza, su propio amor a Tolstoi, su deseo de resistencia al zarismo. Estas ideas liberales habían podido tornarse anémicas en ellos, que habían podido dudar del prestigio de las mismas, sin atreverse ya a confesarlas, cuando, súbitamente, de la misma señorita de Guermantes, es decir, de una muchacha tan indiscutiblemente refinada v autorizada, que llevaba el pelo pegado a la frente (cosa que jamás hubiera consentido en hacer una Courvoisier, les llegaba una ayuda como aquella. Cierto número de realidades buenas o malas ganan mucho, de esta manera, con recibir la adhesión de personas que tienen autoridad sobre nosotros. Por ejemplo, entre los Courvoisier, los ritos de la amabilidad en la calle se componían de cierto saludo, feísimo y poco amable en sí mismo pero del que se sabía era la manera distinguida de decir buenos días, de modo que todo el mundo, borrando de sí la sonrisa, el buen acogimiento, se esforzaba por imitar aquella fría gimnasia. Pero los Guermantes, en general, y particularmente Oriana, aun conociendo mejor que nadie esos ritos, no vacilaban, si os veían desde un coche, en saludaros amablemente con la mano, y en un salón, dejando a los Courvoisier hacer sus saludos de prestado y rígidos, esbozaban encantadoras reverencias, os tendían la mano como a un camarada, sonriendo con sus ojos azules, de modo que de repente, gracias a los Guermantes, entraba en la sustancia de la distinción, hasta entonces un tanto huera yseca, todo aquello que naturalmente le hubiera gustado a uno yque uno se había esforzarlo en proscribir, la bienvenida, la expansión de una amabilidad verdadera, la espontaneidad. De la misma manera, pero por obra de una rehabilitación en este caso poco justificada, las personas que más arraigado llevan en sí el gusto instintivo por la música mala y por las melodías, por triviales que sean, que tienen algo acariciador y fácil, llegan, gracias a la cultura sinfónica, a amortiguar en sí mismas ese gusto. Pero una vez que han llegado a este punto, cuando, maravilladas con razón por el deslumbrador colorido orquestal de Ricardo Strauss, ven a este músico acoger con una indulgencia digna de Auber los motivos más vulgares, lo que les gusta a esas personas encuentra súbitamente en una autoridad tan alta una justificación que las cautiva, y se entusiasman sin escrúpulos ycon una noble gratitud, oyendo Salomé, con lo que les estaba prohibido encontrar bien en Los Diamantes de la Corona.
Authentique ou non, l′apostrophe de Mlle de Guermantes au grand-duc, colportée de maison en maison, était une occasion de raconter avec quelle élégance excessive Oriane était arrangée à ce dîner. Mais si le luxe (ce qui précisément le rendait inaccessible aux Courvoisier) ne naît pas de la richesse, mais de la prodigalité, encore la seconde dure-t-elle plus longtemps si elle est enfin soutenue par la première, laquelle lui permet alors de jeter tous ses feux. Or, étant donné les principes affichés ouvertement non seulement par Oriane, mais par Mme de Villeparisis, à savoir que la noblesse ne compte pas, qu′il est ridicule de se préoccuper du rang, que la fortune ne fait pas le bonheur, que seuls l′intelligence, le coeur, le talent ont de l′importance, les Courvoisier pouvaient espérer qu′en vertu de cette éducation qu′elle avait reçue de la marquise, Oriane épouserait quelqu′un qui ne serait pas du monde, un artiste, un repris de justice, un va-nu-pieds, un libre penseur, qu′elle entrerait définitivement dans la catégorie de ce que les Courvoisier appelaient «les dévoyés». Ils pouvaient d′autant plus l′espérer que, Mme de Villeparisis traversant en ce moment au point de vue social une crise difficile (aucune des rares personnes brillantes que je rencontrai chez elle ne lui étaient encore revenues), elle affichait une horreur profonde à l′égard de la société qui la tenait à l′écart. Même quand elle parlait de son neveu le prince de Guermantes qu′elle voyait, elle n′avait pas assez de railleries pour lui parce qu′il était féru de sa naissance. Mais au moment même où il s′était agi de trouver un mari à Oriane, ce n′étaient plus les principes affichés par la tante et la nièce qui avaient mené l′affaire; ç‘avait été le mystérieux «Génie de la famille». Aussi infailliblement que si Mme de Villeparisis et Oriane n′eussent jamais parlé que titres de rente et généalogies au lieu de mérite littéraire et de qualités du coeur, et comme si la marquise, pour quelques jours avait été— comme elle serait plus tard — morte, et en bière, dans l′église de Combray, où chaque membre de la famille n′était plus qu′un Guermantes, avec une privation d′individualité et de prénoms qu′attestait sur les grandes tentures noires le seul G . . . de pourpre, surmonté de la couronne ducale, c′était sur l′homme le plus riche et le mieux né, sur le plus grand parti du faubourg Saint–Germain, sur le fils aîné du duc de Guermantes, le prince des Laumes, que le Génie de la famille avait porté le choix de l′intellectuelle, de la frondeuse, de l′évangélique Mme de Villeparisis. Et pendant deux heures, le jour du mariage, Mme de Villeparisis eut chez elle toutes les nobles personnes dont elle se moquait, dont elle se moqua même avec les quelques bourgeois intimes qu′elle avait conviés et auxquels le prince des Laumes mit alors des cartes avant de «couper le câble» dès l′année suivante. Pour mettre le comble au malheur des Courvoisier, les maximes qui font de l′intelligence et du talent les seules supériorités sociales recommencèrent à se débiter chez la princesse des Laumes, aussitôt après le mariage. Et à cet égard, soit dit en passant, le point de vue que défendait Saint–Loup quand il vivait avec Rachel, fréquentait les amis de Rachel, aurait voulu épouser Rachel, comportait — quelque horreur qu′il inspirât dans la famille — moins de mensonge que celui des demoiselles Guermantes en général, prônant l′intelligence, n′admettant presque pas qu′on mît en doute l′égalité des hommes, alors que tout cela aboutissait à point nommé au même résultat que si elles eussent professé des maximes contraires, c′est-à-dire à épouser un duc richissime. Saint–Loup agissait, au contraire, conformément à ses théories, ce qui faisait dire qu′il était dans une mauvaise voie. Certes, du point de vue moral, Rachel était en effet peu satisfaisante. Mais il n′est pas certain que si une personne ne valait pas mieux, mais eût été duchesse ou eût possédé beaucoup de millions, Mme de Marsantes n′eût pas été favorable au mariage.\ Auténtico o no, el apóstrofe de la señorita de Guermantes al gran duque, propalado de casa en casa, era una ocasión para contar con qué excesiva elegancia estaba arreglada Oriana en aquella cena Pero si el lujo (que era precisamente lo que lo hacía inaccesible para los Courvoisier) no nace de la riqueza, sino de la prodigalidad, la segunda, sin embargo, dura más tiempo si es sostenida al cabo por la primera, que entonces le permite proyectar todos sus fuegos. Ahora bien, dados los principios que sustentaba francamente no sólo Oriana, sino la señora de Villeparisis, a saber, que la nobleza no cuenta para nada, que es ridículo preocuparse del rango, que la riqueza no constituye la felicidad, que sólo la inteligencia, el corazón, el talento tienen importancia, los Courvoisier podían esperar que, en virtud de esta educación que había recibido de la marquesa, Oriana se casaría con cualquiera que no perteneciese al gran mundo, con un artista, un criminal reincidente, un vagabundo, un librepensador, y que entraría definitivamente en la categoría de lo que los Courvoisier llamaban “los descarriados”. Tanto más podían esperarlo, cuanto que la señora de Villeparisis, que en aquel momento atravesaba, desde el punto de vista social, una crisis difícil (ninguna de las escasas personas brillantes que encontré yo en su casa había vuelto aún a ella), hacía alarde de sentir un profundo horror respecto de la sociedad que la daba de lado. Hasta cuando hablaba de su sobrino el príncipe de Guermantes, al que veía por su casa, no tenía burlas bastantes para él porque estaba infatuado con su abolengo. Pero en el momento mismo en que se había tratado de encontrar un marido para Oriana, no eran ya los principios sustentados por la tía y por la sobrina los que habían dirigido el sesgo de las cosas; había sido el misterioso “Genio de la, familia”. Tan infaliblemente como si la señora de Villeparisis y Oriana no hubiesen hablado nunca de otra cosa que de títulos de renta y de genealogías, yno de mérito literario yde cualidades del corazón, y como si la marquesa, por unos días, hubiera estado —como había de estar más tarde— muerta y en el ataúd, en la iglesia de Combray, donde cada miembro de la familia ya no era más que un Guermantes, con una privación dé individualidad y de nombres de pila de que daba testimonio en las grandes colgaduras la G... de púrpura, sola, con la corona ducal encima, el genio de la familia había hecho recaer la elección de la intelectual, de la burlona, de la evangélica señora de Villeparisis en el hombre más rico y mejor nacido, en el mejor partido del barrio de Saint-Germain, en el hijo mayor del duque de Guermantes, el príncipe de los Laumes. Y por espacio de dos horas, el día de la boda, tuvo en su casa la señora de Villeparisis a todas las nobles criaturas de quienes se burló incluso con los pocos burgueses de su intimidad que había invitado y a los que el príncipe de los Laumes pasó entonces tarjeta, antes de “cortar las amarras”, como hizo al año siguiente. Para llevar al colmo la contrariedad de los Courvoisier, las máximas que erigen la inteligencia y el talento en únicas superioridades sociales empezaron a ser recitadas en casa de la princesa de los Laumes inmediatamente después de la boda. Y a este respecto, dicho sea de paso, el punto de vista que defendía Saint-Loup cuando vivía con Raquel, se trataba con los amigos de Raquel y hubiera querido casarse con Raquel, llevaba aparejado — cualquiera que fuese el horror que en el seno de la familia inspirase— menos mentira que el de las señoritas de Guermantes, en general, cuando situaban por encima de todo la inteligencia, sin admitir apenas que se pusiera en tela de juicio la igualdad de todos los hombres, mientras que todo ello venía a parar, al fin y al cabo, en el mismo resultado que si hubiesen profesado las máximas contrarias: es decir, a casarse con un duque riquísimo. Saint-Loup procedía, por el contrario, conforme a sus teorías, lo cual hacía decir que iba por mal camino. Claro está que, desde el punto de vista moral, Raquel era, en efecto, poco satisfactoria. Pero no es muy seguro que de haber habido otra persona que no valiese mucho más, pero que hubiera sido, en cambio, duquesa o hubiera poseído muchos millones, no se hubiera mostrado favorable al matrimonio la señora de Marsantes.
Or, pour en revenir à Mme des Laumes (bientôt après duchesse de Guermantes par la mort de son beau-père) ce fut un surcroît de malheur infligé aux Courvoisier que les théories de la jeune princesse, en restant ainsi dans son langage, n′eussent dirigé en rien sa conduite; car ainsi cette philosophie (si l′on peut ainsi dire) ne nuisit nullement à l′élégance aristocratique du salon Guermantes. Sans doute toutes les personnes que Mme de Guermantes ne recevait pas se figuraient que c′était parce qu′elles n′étaient pas assez intelligentes, et telle riche Américaine qui n′avait jamais possédé d′autre livre qu′un petit exemplaire ancien, et jamais ouvert, des poésies de Parny, posé, parce qu′il était «du temps», sur un meuble de son petit salon, montrait quel cas elle faisait des qualités de l′esprit par les regards dévorants qu′elle attachait sur la duchesse de Guermantes quand celle-ci entrait à l′Opéra. Sans doute aussi Mme de Guermantes était sincère quand elle élisait une personne à cause de son intelligence. Quand elle disait d′une femme, il paraît qu′elle est «charmante», ou d′un homme qu′il était tout ce qu′il y a de plus intelligent, elle ne croyait pas avoir d′autres raisons de consentir à les recevoir que ce charme ou cette intelligence, le génie des Guermantes n′intervenant pas à cette dernière minute: plus profond, situé à l′entrée obscure de la région où les Guermantes jugeaient, ce génie vigilant empêchait les Guermantes de trouver l′homme intelligent ou de trouver la femme charmante s′ils n′avaient pas de valeur mondaine, actuelle ou future. L′homme était déclaré savant, mais comme un dictionnaire, ou au contraire commun avec un esprit de commis voyageur, la femme jolie avait un genre terrible, ou parlait trop. Quant aux gens qui n′avaient pas de situation, quelle horreur, c′étaient des snobs. M. de Breauté, dont le château était tout voisin de Guermantes, ne fréquentait que des altesses. Mais il se moquait d′elles et ne rêvait que vivre dans les musées. Aussi Mme de Guermantes était-elle indignée quand on traitait M. de Breauté de snob. «Snob, Babal! Mais vous êtes fou, mon pauvre ami, c′est tout le contraire, il déteste les gens brillants, on ne peut pas lui faire faire une connaissance. Même chez moi! si je l′invite avec quelqu′un de nouveau, il ne vient qu′en gémissant.» Ce n′est pas que, même en pratique, les Guermantes ne fissent pas de l′intelligence un tout autre cas que les Courvoisier. D′une façon positive cette différence entre les Guermantes et les Courvoisier donnait déjà d′assez beaux fruits. Ainsi la duchesse de Guermantes, du reste enveloppée d′un mystère devant lequel rêvaient de loin tant de poètes, avait donné cette fête dont nous avons déjà parlé, où le roi d′Angleterre s′était plu mieux que nulle part ailleurs, car elle avait eu l′idée, qui ne serait jamais venue à l′esprit, et la hardiesse, qui eût fait reculer le courage de tous les Courvoisier, d′inviter, en dehors des personnalités que nous avons citées, le musicien Gaston Lemaire et l′auteur dramatique Grandmougin. Mais c′est surtout au point de vue négatif que l′intellectualité se faisait sentir. Si le coefficient nécessaire d′intelligence et de charme allait en s′abaissant au fur et à mesure que s′élevait le rang de la personne qui désirait être invitée chez la princesse de Guermantes, jusqu′à approcher de zéro quand il s′agissait des principales têtes couronnées, en revanche plus on descendait au-dessous de ce niveau royal, plus le coefficient s′élevait. Par exemple, chez la princesse de Parme, il y avait une quantité de personnes que l′Altesse recevait parce qu′elle les avait connues enfant, ou parce qu′elles étaient alliées à telle duchesse, ou attachées à la personne de tel souverain, ces personnes fussent-elles laides, d′ailleurs, ennuyeuses ou sottes; or, pour un Courvoisier la raison «aimé de la princesse de Parme», «soeur de mère avec la duchesse d′Arpajon», «passant tous les ans trois mois chez la reine d′Espagne», aurait suffi à leur faire inviter de telles gens, mais Mme de Guermantes, qui recevait poliment leur salut depuis dix ans chez la princesse de Parme, ne leur avait jamais laissé passer son seuil, estimant qu′il en est d′un salon au sens social du mot comme au sens matériel où il suffit de meubles qu′on ne trouve pas jolis, mais qu′on laisse comme remplissage et preuve de richesse, pour le rendre affreux. Un tel salon ressemble à un ouvrage où on ne sait pas s′abstenir des phrases qui démontrent du savoir, du brillant, de la facilité. Comme un livre, comme une maison, la qualité d′un «salon», pensait avec raison Mme de Guermantes, a pour pierre angulaire le sacrifice. Ahora bien, para volver a la señora de los Laumes (poco después duquesa de Guermantes, a la muerte de su suegro), el que las teorías de la joven princesa, aun manteniéndose así en su lenguaje, no hubiesen dirigido ni poco ni mucho su conducta, fue un colmo de desgracia infligido a los Courvoisier, ya que así esa filosofía (si así puede decirse) no perjudicó en modo alguno a la elegancia aristocrática del salón de Guermantes. Indudablemente, todas las personas a quienes no recibía la señora de Guermantes se figuraban que era por no ser ellas suficientemente inteligentes, y alguna opulenta americana que jamás había poseído otro libro que un pequeño ejemplar antiguo, y nunca abierto, de las poesías de Parny, puesto, por ser “de la misma época”, sobre un mueble de su saloncito, dejaba ver la importancia que concedía a las cualidades de la inteligencia con las miradas devoradoras que lanzaba a la duquesa de Guermantes cuando ésta entraba en la ópera. Claro está que también la señora de Guermantes era sincera cuando elegía a una persona por su inteligencia. Cuando decía de una mujer: “Parece ser que es encantadora”, o de un hombre que era lo más inteligente que darse cabe, no creía tener otras razones para consentir en recibirlos que ese encanto o esa inteligencia, sin que el genio de los Guermantes interviniese hasta ese minuto último: más profundo, apostado a la oscura entrada de la región en que los Guermantes juzgaban, ese genio vigilante les impedía encontrar inteligente al hombre o encantadora a la mujer, si uno u otra carecían de valor mundano, actual o futuro. Declarábase al hombre sabio, pero como un diccionario, o, por el contrario, vulgar, con un espíritu de viajante; la mujer bonita pertenecía a una clase de gente terrible, o hablaba demasiado. En cuanto alas personas que carecían de posición, ¡qué horror!, eran unos snobs. El señor de Bréauté, cuyo castillo estaba al lado mismo de Guermantes, sólo se trataba con Altezas. Pero se burlaba de ellas y no pensaba más que en vivir en los museos. Así se indignaba la señora de Guermantes cuando trataban al señor de Bréauté de snob. “¡Snob Babal! ¡Pero está usted loco, mi pobre amigo! ¡Si es todo lo contrario!, detesta a la gente de campanillas: no hay modo de presentarlo a nadie. ¡Ni siquiera en mi casa! Si lo invito al mismo tiempo que a algún conocido nuevo, viene a duras penas, y quejándose.” Con esto no quiere decirse que, aun en la práctica, no hiciesen los Guermantes distinto caso de la inteligencia que los Courvoisier. Positivamente, esta diferencia entre los Guermantes, envuelta, por lo demás, en un misterio ante el que soñaban de lejos tantos poetas, había dado la fiesta de que ya hemos hablado, en la que el rey de Inglaterra se había divertido más que en ninguna otra parte, porque la duquesa había tenido la idea, que jamás se le hubiera pasado por las mientes a ninguno de los Courvoisier, y la osadía, que hubiera hecho retroceder al valor de todos ellos, de invitar, aparte de las personalidades que ya hemos citado, al músico Gaston Lemaire y al autor, dramático Grandmougin. Pero donde sobre todo se hacía sentir la intelectualidad es desde el punto de vista negativo. Si el coeficiente necesario de inteligencia y de hechizo iba descendiendo a medida que se elevaba el rango de la persona que deseaba ser invitada a casa de la princesa de Guermantes, hasta acercarse al cero cuando se trataba de las principales testas coronadas, en cambio, cuanto más se descendía por debajo de ese nivel regio, más subía el coeficiente. Por ejemplo, en casa de la princesa de Parma había un sinfín de personas a las que recibía Su Alteza porque la había conocido de niña, o porque estaban emparentadas con talo cual duquesa, o por ser afectas a la persona de tal o cual soberano, aun cuando esas personas fuesen, por lo demás, feas, aburridas o necias; ahora bien, para un Courvoisier, una razón como la de ser “estimado por la princesa de Parma”, “hermano por parte de madre de la duquesa de Arpajon”, “pasó, todos los años tres meses con la reina de España”, hubiera bastado para hacerle admitir en su casa a tales gentes; pero la señora de Guermantes, que recibía cortésmente su saludo, desde hacía diez años, en casa de la princesa de Parma, nunca les había dejado transponer sus umbrales, por estimar que ocurre con los salones, en el sentido social de la palabra, lo que en el sentido material, en el que basta con unos muebles que no encuentra uno bonitos, pero que se deja estar para que ocupen sitio y como muestra de riqueza, para tornar espantoso el salón. Un salón de esa clase se asemeja a una obra en que no ha sabido uno abstenerse de las frases que revelan maestría, brillantez, facilidad. Como, un libro, como una casa, la calidad de un “salón”, pensaba con razón la señora de Guermantes, tiene por piedra angular el sacrificio.
Beaucoup des amies de la princesse de Parme et avec qui la duchesse de Guermantes se contentait depuis des années du même bonjour convenable, ou de leur rendre des cartes, sans jamais les inviter, ni aller à leurs fêtes, s′en plaignaient discrètement à l′Altesse, laquelle, les jours où M. de Guermantes venait seul la voir, lui en touchait un mot. Mais le rusé seigneur, mauvais mari pour la duchesse en tant qu′il avait des maîtresses, mais compère à toute épreuve en ce qui touchait le bon fonctionnement de son salon (et l′esprit d′Oriane, qui en était l′attrait principal), répondait: «Mais est-ce que ma femme la connaît? Ah! alors, en effet, elle aurait dû. Mais je vais dire la vérité à Madame, Oriane au fond n′aime pas la conversation des femmes. Elle est entourée d′une cour d′esprits supérieurs — moi je ne suis pas son mari, je ne suis que son premier valet de chambre. Sauf un tout petit nombre qui sont, elles, très spirituelles, les femmes l′ennuient. Voyons, Madame, votre Altesse, qui a tant de finesse, ne me dira pas que la marquise de Souvré ait de l′esprit. Oui, je comprends bien, la princesse la reçoit par bonté. Et puis elle la connaît. Vous dites qu′Oriane l′a vue, c′est possible, mais très peu je vous assure. Et puis je vais dire à la princesse, il y a aussi un peu de ma faute. Ma femme est très fatiguée, et elle aime tant être aimable que, si je la laissais faire, ce serait des visites à n′en plus finir. Pas plus tard qu′hier soir, elle avait de la température, elle avait peur de faire de la peine à la duchesse de Bourbon en n′allant pas chez elle. J′ai dû montrer les dents, j′ai défendu qu′on attelât. Tenez, savez-vous, Madame, j′ai bien envie de ne pas même dire à Oriane que vous m′avez parlé de Mme de Souvré. Oriane aime tant votre Altesse qu′elle ira aussitôt inviter Mme de Souvré, ce sera une visite de plus, cela nous forcera à entrer en relations avec la soeur dont je connais très bien le mari. Je crois que je ne dirai rien du tout à Oriane, si la princesse m′y autorise. Nous lui éviterons comme cela beaucoup de fatigue et d′agitation. Et je vous assure que cela ne privera pas Mme de Souvré. Elle va partout, dans les endroits les plus brillants. Nous, nous ne recevons même pas, de petits dîners de rien, Mme de Souvré s′ennuierait à périr.» La princesse de Parme, naîµ¥ment persuadée que le duc de Guermantes ne transmettrait pas sa demande à la duchesse et désolée de n′avoir pu obtenir l′invitation que désirait Mme de Souvré, était d′autant plus flattée d′être une des habituées d′un salon si peu accessible. Sans doute cette satisfaction n′allait pas sans ennuis. Ainsi chaque fois que la princesse de Parme invitait Mme de Guermantes, elle avait à se mettre l′esprit à la torture pour n′avoir personne qui pût déplaire à la duchesse et l′empêcher de revenir. Muchas amigas de la princesa de Parma, respecto de las cuales se contentaba la duquesa de Guermantes, desde hacía varios años, con el mismo saludo correcto, o con mandarles tarjeta en respuesta a las suyas, sin invitarlas nunca ni acudir a sus fiestas, quejábanse discretamente de ello a Su Alteza, que, los días en que el señor de Guermantes iba a verla solo, le hablaba de ello como quien no quiere la cosa. Pero el solapado gran señor, mal marido para con la duquesa en cuanto que tenía queridas, pero compadre a toda prueba en lo que atañía al buen funcionamiento de su salón (y del ingenio de Oriana, que era su principal atractivo), respondía: “Pero, ¿es que la conoce mi mujer? ¡Ah!, entonces hubiera debido invitarla, en efecto. Pero voy a decirle la verdad, señora: a Oriana, en el fondo, no, le hace gracia la conversación de las mujeres. Está rodeada de una corte de espíritus superiores —yo no soy su marido, no soy más que su primer ayuda de cámara—. Menos un número reducidísimo de ellas que son muy inteligentes, las mujeres la fastidian. Vamos, señora, Vuestra Alteza, que es tan aguda, no me dirá que la marquesa de Souvré tiene talento. Sí, lo comprendo perfectamente, la princesa la recibe por bondad. Y, además, la conoce. Dice. Vuestra Alteza que Oriana la ha visto; es posible, pero muy poco, se lo aseguro. Y, además, he de decirle a la princesa que también hay un poco de culpa por parte mía. Ayer tarde, sin ir más lejos, tenía fiebre Oriana; temía disgustar a la duquesa de Borbón si no iba a su casa. Bueno, ¿sabe una cosa, Alteza?, la verdad es que me dan ganas de no decirle siquiera a Oriana que me ha hablado Vuestra Alteza de la señora de Souvré. Oriana quiere tanto a Vuestra Alteza, que irá inmediatamente a invitar a la de Souvré; con eso tendremos una visita más, nos obligará a ponernos en relación con la hermana, a cuyo marido conozco perfectamente. Me parece que no voy a decirle nada a Oriana, si la princesa me autoriza a ello. Así le evitaremos mucha fatiga y agitación. Y le aseguro que con eso no privamos de nada a la señora de Souvré. Va a todas partes, a los sitios más brillantes. Nosotros apenas recibimos gente, algunas comidas de nada; la señora de Souvré se aburriría mortalmente”. La princesa de Parma, candorosamente persuadida de que el duque de Guermantes no transmitiría su ruego a la duquesa, y desolada por no haber conseguido la invitación que deseaba la señora de Souvré, sentíase tanto más lisonjeada por ser una de las personas que frecuentaban un salón tan poco accesible. Claro está que esta satisfacción no dejaba de tener sus quiebras. Así, cada vez que la princesa de Parma invitaba a la señora de Guermantes, tenía que someter a una verdadera tortura su imaginación para no recibir ese día en su casa a nadie que pudiera desagradar a la duquesa e impedir que volviera.
Les jours habituels (après le dîner où elle avait toujours de très bonne heure, ayant gardé les habitudes anciennes, quelques convives), le salon de la princesse de Parme était ouvert aux habitués, et d′une façon générale à toute la grande aristocratie française et étrangère. La réception consistait en ceci qu′au sortir de la salle à manger, la princesse s′asseyait sur un canapé devant une grande table ronde, causait avec deux des femmes les plus importantes qui avaient dîné, ou bien jetait les yeux sur un «magazine», jouait aux cartes (ou feignait d′y jouer, suivant une habitude de cour allemande), soit en faisant une patience, soit en prenant pour partenaire vrai ou supposé un personnage marquant. Vers neuf heures la porte du grand salon ne cessant plus de s′ouvrir à deux battants, de se refermer, de se rouvrir de nouveau, pour laisser passage aux visiteurs qui avaient dîné quatre à quatre (ou s′ils dînaient en ville escamotaient le café en disant qu′ils allaient revenir, comptant en effet «entrer par une porte et sortir par l′autre») pour se plier aux heures de la princesse. Celle-ci cependant, attentive à son jeu ou à la causerie, faisait semblant de ne pas voir les arrivantes et ce n′est qu′au moment où elles étaient à deux pas d′elle, qu′elle se levait gracieusement en souriant avec bonté pour les femmes. Celles-ci cependant faisaient devant l′Altesse debout une révérence qui allait jusqu′à la génuflexion, de manière à mettre leurs lèvres à la hauteur de la belle main qui pendait très bas et à la baiser. Mais à ce moment la princesse, de même que si elle eût chaque fois été surprise par un protocole qu′elle connaissait pourtant très bien, relevait l′agenouillée comme de vive force avec une grâce et une douceur sans égales, et l′embrassait sur les joues. Grâce et douceur qui avaient pour condition, dira-t-on, l′humilité avec laquelle l′arrivante pliait le genou. Sans doute, et il semble que dans une société égalitaire la politesse disparaîtrait, non, comme on croit, par le défaut de l′éducation, mais parce que, chez les uns disparaîtrait la déférence due au prestige qui doit être imaginaire pour être efficace, et surtout chez les autres l′amabilité qu′on prodigue et qu′on affine quand on sent qu′elle a pour celui qui la reçoit un prix infini, lequel dans un monde fondé sur l′égalité tomberait subitement à rien, comme tout ce qui n′avait qu′une valeur fiduciaire. Mais cette disparition de la politesse dans une société nouvelle n′est pas certaine et nous sommes quelquefois trop disposés à croire que les conditions actuelles d′un état de choses en sont les seules possibles. De très bons esprits ont cru qu′une république ne pourrait avoir de diplomatie et d′alliances, et que la classe paysanne ne supporterait pas la séparation de l′Église et de l′État. Après tout, la politesse dans une société égalitaire ne serait pas un miracle plus grand que le succès des chemins de fer et l′utilisation militaire de l′aéroplane. Puis, si même la politesse disparaissait, rien ne prouve que ce serait un malheur. Enfin une société ne serait-elle pas secrètement hiérarchisée au fur et à mesure qu′elle serait en fait plus démocratique? C′est fort possible. Le pouvoir politique des papes a beaucoup grandi depuis qu′ils n′ont plus ni États, ni armée; les cathédrales exerçaient un prestige bien moins grand sur un dévot du XVIIe siècle que sur un athée du XXe, et si la princesse de Parme avait été souveraine d′un État, sans doute eussé-je eu l′idée d′en parler à peu près autant que d′un président de la république, c′est-à-dire pas du tout. Los días de costumbre (después de la cena, en que tenía siempre a la mesa desde muy pronto, porque había conservado los antiguos usos, algunos invitados), el salón de la princesa de Parma estaba abierto a los amigos asiduos y, en general, a toda la gran aristocracia francesa y extranjera. La recepción consistía en que, al salir del comedor, la princesa se sentaba en un canapé, delante de una gran mesa redonda; charlaba con dos de las mujeres más importantes que habían cenado en su casa aquella noche, o bien echaba una ojeada a algún magazine, jugaba a las cartas (o fingía jugar, siguiendo una costumbre cortesana alemana), ya haciendo un solitario, ya tomando de compañero verdadero o supuesto a algún personaje de nota. A eso de las nueve, la puerta del gran salón no cesaba ya de abrirse de par en par, de volverse a cerrar, de abrirse de nuevo, para dejar paso a los visitantes que habían cenado a toda prisa (o, si cenaban fuera de sus casas, escamoteaban el café diciendo que iban a volver, contando, en efecto, con “entrar; por una puerta y salir por otra”) para acomodarse a las horas de la princesa. Ésta, mientras tanto, atenta a su juego o a la charla, hacía como si no viese a las que llegaban, y hasta el momento en que estaban a dos pasos de ella no se levantaba graciosamente, sonriendo con bondad a las mujeres, que, en tanto, hacían ante Su Alteza en pie una reverencia que llegaba hasta la genuflexión, de modo que sus labios quedasen a la altura de la hermosa mano que pendía muy bajo, y pudieran besarla. Pero en ese momento, la princesa, ni más ni menos que si una vez y otra hubiera sido sorprendida por un protocolo, que, sin embargo, conocía muy bien, alzaba a la arrodillada como a viva fuerza, con una gracia yuna dulzura sin par, yla besaba en las mejillas. Así era, desde luego, y parece que en una sociedad igualitaria desaparecería la urbanidad, no, como se cree, porque faltase la educación, sino porque en los unos desaparecería la deferencia debida al prestigio que debe ser imaginario para ser eficaz, y, sobre todo, en los otros, la amabilidad que se prodiga y afina cuando se siente que tiene para el que la recibe un valor infinito, que en un mundo fundado en la igualdad se reduciría súbitamente a nada, como todo lo que no tuviera más valor que el fiduciario. Pero esta desaparición de la cortesía en una sociedad nueva no es segura, y a veces estamos excesivamente dispuestos a creer que las condiciones actuales de un estado de cosas son las únicas posibles del mismo. Espíritus muy honrados han creído que una República no podrá tener diplomacia yalianzas, yque la clase campesina no toleraría la separación de la Iglesia del Estado. Después de todo, la cortesía en una sociedad no igualitaria no sería un milagro mayor que el buen éxito de los ferrocarriles y que la utilización militar del aeroplano. Además, aun cuando la cortesía desapareciera, nada prueba que eso fuese una desgracia. Al fin y al cabo, ¿no se iría jerarquizando secretamente una sociedad a medida que fuese de hecho más democrática? Es harto posible. El poderío político de los papas ha crecido mucho desde que ya no tienen ni Estados ni ejércitos; las catedrales ejercían un prestigio mucho menor sobre un devoto del siglo XVII que sobre un ateo del XX, y de haber sido la princesa de Parma soberana de un Estado, sin duda hubiera tenido yo la idea de hablar de ella tanto, aproximadamente, como de un presidente de la República; es decir, ni poco ni mucho.
Une fois l′impétrante relevée et embrassée par la princesse, celle-ci se rasseyait, se remettait à sa patience non sans avoir, si la nouvelle venue était d′importance, causé un moment avec elle en la faisant asseoir sur un fauteuil. Una vez alzada la impetrante y besada por la princesa, ésta volvía a sentarse y poníase de nuevo a su solitario, no sin haber, si la recién llegada era de importancia, charlado un momento con ella haciéndola sentarse en una butaca.
Quand le salon devenait trop plein, la dame d′honneur chargée du service d′ordre donnait de l′espace en guidant les habitués dans un immense hall sur lequel donnait le salon et qui était rempli de portraits, de curiosités relatives à la maison de Bourbon. Les convives habituels de la princesse jouaient alors volontiers le rôle de cicérone et disaient des choses intéressantes, que n′avaient pas la patience d′écouter les jeunes gens, plus attentifs à regarder les Altesses vivantes (et au besoin à se faire présenter à elles par la dame d′honneur et les filles d′honneur) qu′à considérer les reliques des souveraines mortes. Trop occupés des connaissances qu′ils pourraient faire et des invitations qu′ils pêcheraient peut-être, ils ne savaient absolument rien, même après des années, de ce qu′il y avait dans ce précieux musée des archives de la monarchie, et se rappelaient seulement confusément qu′il était orné de cactus et de palmiers géants qui faisaient ressembler ce centre des élégances au Palmarium du Jardin d′Acclimatation. Cuando el salón acababa por estar demasiado lleno, la dama de honor encargada del servicio de orden hacía sitio guiando a los concurrentes asiduos a un inmenso hall a que daba el salón y que estaba colmado de retratos, de curiosidades referentes a la casa de Borbón. Los invitados habituales de la princesa desempeñaban entonces gustosamente el papel dé cicerones, y decían cosas interesantes, que no tenían paciencia para escuchar los jóvenes, más atentos a mirar a las Altezas vivas (y, si a mano venía, a hacerse presentar a ellas por la dama y las señoritas de honor) que a examinar las reliquias de las soberanas muertas. Demasiado ocupados con las personas a quienes podrían conocer y con las invitaciones que acaso pescasen, no sabían absolutamente nada, ni siquiera al cabo de años y años, de lo que había en aquel precioso museo de los archivos de la Monarquía, y sólo se acordaban confusamente de que estaba decorado con cactos y palmeras gigantes que hacían asemejarse aquel centro de las elegancias al Palmárium del jardín de Aclimatación.
Sans doute la duchesse de Guermantes, par mortification, venait parfois faire, ces soirs-là, une visite de digestion à la princesse, qui la gardait tout le temps à côté d′elle, tout en badinant avec le duc. Mais quand la duchesse venait dîner, la princesse se gardait bien d′avoir ses habitués et fermait sa porte en sortant de table, de peur que des visiteurs trop peu choisis déplussent à l′exigeante duchesse. Ces soirs-là, si des fidèles non prévenus se présentaient à la porte de l′Altesse, le concierge répondait: «Son Altesse Royale ne reçoit pas ce soir», et on repartait. D′avance, d′ailleurs, beaucoup d′amis de la princesse savaient que, à cette date-là, ils ne seraient pas invités. C′était une série particulière, une série fermée à tant de ceux qui eussent souhaité d′y être compris. Les exclus pouvaient, avec une quasi-certitude, nommer les élus, et se disaient entre eux d′un ton piqué: «Vous savez bien qu′Oriane de Guermantes ne se déplace jamais sans tout son état-major.» A l′aide de celui-ci, la princesse de Parme cherchait à entourer la duchesse comme d′une muraille protectrice contre les personnes desquelles le succès auprès d′elle serait plus douteux. Mais à plusieurs des amis préférés de la duchesse, à plusieurs membres de ce brillant «état-major», la princesse de Parme était gênée de faire des amabilités, vu qu′ils en avaient fort peu pour elle. Sans doute la princesse de Parme admettait fort bien qu′on pût se plaire davantage dans la société de Mme de Guermantes que dans la sienne propre. Elle était bien obligée de constater qu′on s′écrasait aux «jours» de la duchesse et qu′elle-même y rencontrait souvent trois ou quatre altesses qui se contentaient de mettre leur carte chez elle. Et elle avait beau retenir les mots d′Oriane, imiter ses robes, servir, à ses thés, les mêmes tartes aux fraises, il y avait des fois où elle restait seule toute la journée avec une dame d′honneur et un conseiller de légation étranger. Aussi, lorsque (comme ç‘avait été par exemple le cas pour Swann jadis) quelqu′un ne finissait jamais la journée sans être allé passer deux heures chez la duchesse et faisait une visite une fois tous les deux ans à la princesse de Parme, celle-ci n′avait pas grande envie, même pour amuser Oriane, de faire à ce Swann quelconque les «avances» de l′inviter à dîner. Bref, convier la duchesse était pour la princesse de Parme une occasion de perplexités, tant elle était rongée par la crainte qu′Oriane trouvât tout mal. Mais en revanche, et pour la même raison, quand la princesse de Parme venait dîner chez Mme de Guermantes, elle était sûre d′avance que tout serait bien, délicieux, elle n′avait qu′une peur, c′était de ne pas savoir comprendre, retenir, plaire, de ne pas savoir assimiler les idées et les gens. A ce titre ma présence excitait son attention et sa cupidité aussi bien que l′eût fait une nouvelle manière de décorer la table avec des guirlandes de fruits, incertaine qu′elle était si c′était l′une ou l′autre, la décoration de la table ou ma présence, qui était plus particulièrement l′un de ces charmes, secret du succès des réceptions d′Oriane, et, dans le doute, bien décidée à tenter d′avoir à son prochain dîner l′un et l′autre. Ce qui justifiait du reste pleinement la curiosité ravie que la princesse de Parme apportait chez la duchesse, c′était cet élément comique, dangereux, excitant, où la princesse se plongeait avec une sorte de crainte, de saisissement et de délices (comme au bord de la mer dans un de ces «bains de vagues» dont les guides baigneurs signalent le péril, tout simplement parce qu′aucun d′eux ne sait nager), d′où elle sortait tonifiée, heureuse, rajeunie, et qu′on appelait l′esprit des Guermantes. L′esprit des Guermantes — entité aussi inexistante que la quadrature du cercle, selon la duchesse, qui se jugeait la seule Guermantes à le posséder —était une réputation comme les rillettes de Tours ou les biscuits de Reims. Sans doute (une particularité intellectuelle n′usant pas pour se propager des mêmes modes que la couleur des cheveux ou du teint) certains intimes de la duchesse, et qui n′étaient pas de son sang, possédaient pourtant cet esprit, lequel en revanche n′avait pu envahir certains Guermantes par trop réfractaires à n′importe quelle sorte d′esprit. Les détenteurs non apparentés à la duchesse de l′esprit des Guermantes avaient généralement pour caractéristique d′avoir été des hommes brillants, doués pour une carrière à laquelle, que ce fût les arts, la diplomatie, l′éloquence parlementaire, l′armée, ils avaient préféré la vie de coterie. Peut-être cette préférence aurait-elle pu être expliquée par un certain manque d′originalité, ou d′initiative, ou de vouloir, ou de santé, ou de chance, ou par le snobisme. Claro está que la duquesa de Guermantes, por mortificación, iba a veces a hacer, esas noches, una visita de digestión a la princesa, que la retenía todo el tiempo a su lado, mientras bromeaba con el duque. Pero cuando la duquesa iba a cenar, la princesa se guardaba muy mucho de tener a sus invitados habituales, y cerraba su puerta al levantarse de la mesa, por temor a que unos visitantes demasiado poco selectos desagradasen a la exigente duquesa. Esas noches, si algunos fieles no advertidos se presentaban a la puerta de Su Alteza, el portero respondía: “Su Alteza real no recibe esta noche”, y volvían a marcharse. De antemano, por lo demás, sabían muchos amigos de la princesa que ese día no serían invitados. Era una serie especial, una serie cerrada para tantos que hubieran deseado ser comprendidos en ella. Los excluidos podían, con una casi certeza, señalar por sus nombres a los elegidos, y se decían entre sí en tono lastimero: “Ya sabe usted que Oriana de Guermantes no se mueve nunca sin llevar consigo todo su estado mayor”. Con ayuda de éste, la princesa de Parma trataba de rodear a la duquesa como con una muralla protectora contra las personas que hubiera encontrado cerca de ella un éxito más dudoso. Pero la princesa de Parma se sentía molesta con muchos de los amigos preferidos de la duquesa, con muchos miembros del brillante “estados mayor”, por tener que usar con ellos de amabilidades, en vista de que era muy poca la que para con ella tenían. Claro es que la princesa de Parma admitía perfectamente que pudiera hallarse mayor satisfacción en el trato de la señora de Guermantes que en el suyo. De sobra se veía obligada a reconocer que la gente se apiñaba en los “días” de la duquesa, y que ella misma se encontraba allí a menudo con tres o cuatro Altezas que se contentaban con dejar tarjeta en su casa. Y de nada le servía retener las ocurrencias de Oriana, imitar sus trajes, servir en sus tés las mismas tartas de fresa; había veces que se quedaba sola todo el día con una dama de honor y un consejero de alguna legación extranjera. Así, cuando (como se había dado el caso, por ejemplo, con Swann en otro tiempo) había alguien que nunca acababa el día sin haber ido a pasar dos horas en casa de la duquesa, y hacía una visita una vez cada dos años a la princesa de Parma, ésta no tenía muchas ganas, ni aun por divertir a Oriana, de conceder a ese Swann cualquiera los “avances” de invitarlo a cenar. En suma, convidar a la duquesa era para la princesa de Parma ocasión de perplejidades: hasta tal punto la corría el temor de que Oriana lo encontrase mal todo. Pero en cambio, y por la misma razón, cuando la princesa de Parma iba a cenar a casa de la señora de Guermantes, estaba de antemano segura de que allí todo estaría bien, de que todo sería delicioso; no tenía más que un temor, y era el de no saber comprender, retener, agradar, no saber asimilarse las ideas y la gente. Por eso mi presencia excitaba su atención y su ansia, ni más ni menos que los hubiera excitado una nueva manera de adornar la mesa con guirnaldas, de frutas, dudosa como estaba de si era lo uno o lo otro, el adorno de la mesa o mi presencia, lo que constituía más particularmente uno de esos encantos, secreta del éxito de las recepciones de Oriana, y, en la duda, firmemente decidida a tratar de tener en su próxima comida uno y otra. Lo que justificaba, por lo demás, plenamente la curiosidad hechizada que la princesa de Parma llevaba a casa de la duquesa era el elemento cómico, peligroso, excitante, en que la princesa se sumergía con una especie de temor, de pasmo y de delicias (como, a la orilla del mar, en uno de esos “baños de ola” cuyo peligro señalan los bañeros que hacen de prácticos, sencillamente porque ninguno de ellos sabe nadar), de que se llamaba el ingenio de los Guermantes. El ingenio de los Guermantes —entidad tan inexistente como la cuadratura del círculo, según la duquesa, que juzgaba ser ella la única Guermantes que lo poseyese— era una reputación, como las salchichas blancas de Tours o los bizcochos de Reims. Sin duda (ya que una particularidad intelectual no emplea para propagarse los mismos modos que el color del pelo o de la tez), ciertos íntimos de la duquesa, y que no eran dé su misma sangre, poseían, con todo, ese ingenio, que, en cambio, no había podido invadir a determinados Guermantes excesivamente refractarios a cualquier linaje de, inteligencia. Los detentadores, no emparentados con la duquesa, del ingenio de los Guermantes tenían generalmente como característica el haber sido hombres brillantes, dotados para una carrera a la que, ya fuesen las artes, la diplomacia, la elocuencia parlamentaria o las armas, habían preferido la vida de cotarro. Quizá esta preferencia hubiera podido explicarse por cierta falta de originalidad, o de iniciativa, o de decisión, o de salud, o de suerte, o por el snobismo.
Chez certains (il faut d′ailleurs reconnaître que c′était l′exception), si le salon Guermantes avait été la pierre d′achoppement de leur carrière, c′était contre leur gré. Ainsi un médecin, un peintre et un diplomate de grand avenir n′avaient pu réussir dans leur carrière, pour laquelle ils étaient pourtant plus brillamment doués que beaucoup, parce que leur intimité chez les Guermantes faisait que les deux premiers passaient pour des gens du monde, et le troisième pour un réactionnaire, ce qui les avait empêchés tous trois d′être reconnus par leurs pairs. L′antique robe et la toque rouge que revêtent et coiffent encore les collèges électoraux des facultés n′est pas, ou du moins n′était pas, il n′y a pas encore si longtemps, que la survivance purement extérieure d′un passé aux idées étroites, d′un sectarisme fermé. Sous la toque à glands d′or comme les grands-prêtres sous le bonnet conique des Juifs, les «professeurs» étaient encore, dans les années qui précédèrent l′affaire Dreyfus, enfermés dans des idées rigoureusement pharisiennes. Du Boulbon était au fond un artiste, mais il était sauvé parce qu′il n′aimait pas le monde. Cottard fréquentait les Verdurin. Mais Mme Verdurin était une cliente, puis il était protégé par sa vulgarité, enfin chez lui il ne recevait que la Faculté, dans des agapes sur lesquelles flottait une odeur d′acide phénique. Mais dans les corps fortement constitués, où d′ailleurs la rigueur des préjugés n′est que la rançon de la plus belle intégrité, des idées morales les plus élevées, qui fléchissent dans des milieux plus tolérants, plus libres et bien vite dissolus, un professeur, dans sa robe rouge en satin écarlate doublé d′hermine comme celle d′un Doge (c′est-à-dire un duc) de Venise enfermé dans le palais ducal, était aussi vertueux, aussi attaché à de nobles principes, mais aussi impitoyable pour tout élément étranger, que cet autre duc, excellent mais terrible, qu′était M. de Saint–Simon. L′étranger, c′était le médecin mondain, ayant d′autres manières, d′autres relations. Pour bien faire, le malheureux dont nous parlons ici, afin de ne pas être accusé par ses collègues de les mépriser (quelles idées d′homme du monde!) s′il leur cachait la duchesse de Guermantes, espérait les désarmer en donnant les dîners mixtes où l′élément médical était noyé dans l′élément mondain. Il ne savait pas qu′il signait ainsi sa perte, ou plutôt il l′apprenait quand le conseil des dix (un peu plus élevé en nombre) avait à pourvoir à la vacance d′une chaire, et que c′était toujours le nom d′un médecin plus normal, fût-il plus médiocre, qui sortait de l′urne fatale, et que le «veto» retentissait dans l′antique Faculté, aussi solennel, aussi ridicule, aussi terrible que le «juro» sur lequel mourut Molière. Ainsi encore du peintre à jamais étiqueté homme du monde, quand des gens du monde qui faisaient de l′art avaient réussi à se faire étiqueter artistes, ainsi pour le diplomate ayant trop d′attaches réactionnaires. Para algunos de ellos (fuerza es reconocer, por otra parte, que ésta era la excepción), si el salón de Guermantes había sido el tropiezo interpuesto en su carrera, era contra su voluntad. Así, un médico, un pintor y un diplomático de gran porvenir no habían conseguido “llegar” en su carrera, para la que, sin embargo, estaban harto más brillantemente dotados que otros muchos, porque la intimidad de que gozaban en casa de los Guermantes hacía que los dos primeros pasasen por gentes del gran mundo, y el tercero por un reaccionario, lo cual había impedido a los tres ser reconocidos por sus pares. La antigua toga yel birrete rojo que visten ycon que se cubren todavía los colegios electores de las facultades no es, o por lo menos no era, aun no hace tanto tiempo, otra cosa que la supervivencia puramente externa de un pasado de ideas estrechas, de un sectarismo cerrado. Bajo el birrete con borlas de oro, como los sumos sacerdotes bajo el gorro cónico de los judíos, los “profesores” estaban todavía, en los años que precedieron a la cuestión de Dreyfus, encerrados en ideas rigurosamente farisaicas. Du Boulbon era, en el fondo, un artista, pero estaba salvado porque no le gustaba la vida de sociedad. Cottard frecuentaba a los Verdurin. Pero la señora de Verdurin era una cliente; Cottard, además, estaba protegido por su vulgaridad, y, en fin, no recibía en su casa más que a la Facultad, en ágapes sobre los que flotaba un olor de ácido fénico. Pero en los cuerpos vigorosamente constituidos, en que, por lo demás, el rigor de los prejuicios no es sino el rescate de la más hermosa integridad, de las más elevadas ideas morales, que flaquean en otros medios más tolerantes, más libres y, bien pronto, licenciosos, un profesor, con su toga roja de raso escarlata con vueltas de armiño como la de un Dogo (es decir, un duque) de Venecia encerrado en el palacio ducal, era tan virtuoso, tan apegado a unos nobles principios, pero tan implacable también para con todo elemento extraño, como el otro duque, excelente, pero terrible, que era el señor de Saint-Simon. El extraño era médico mundano, que tenía otras maneras, otras relaciones. Por hacer bien las cosas, el desdichado de que aquí hablamos, para no ser acusado por, sus colegas de que los desdeñaba (¡qué ideas de hombre de mundo!); si los ocultaba a la duquesa de Guermantes, esperaba desarmarlos dando comidas mixtas en que el elemento médico quedaba ahogado por el elemento mundano. No sabía que así firmaba su perdición, o más bien se enteraba de ello cuando el consejo de los diez (un poco más elevado en número) tenía que proveer la vacante de alguna cátedra, y era siempre el nombre de un médico, más normal, aun cuando fuese más mediocre, el que salía de la urna fatal, y el “veto” resonaba en la antigua Facultad, tan solemne, tan ridículo, tan terrible como el “juro” con que murió Moliére. Así también el pintor rotulado para siempre de hombre de mundo, cuando gentes de mundo que se dedicaban al arte habían conseguido hacerse colgar el marchamo de artistas; así el diplomático que tenía demasiados vínculos reaccionarios.
Mais ce cas était le plus rare. Le type des hommes distingués qui formaient le fond du salon Guermantes était celui des gens ayant renoncé volontairement (ou le croyant du moins) au reste, à tout ce qui était incompatible avec l′esprit des Guermantes, la politesse des Guermantes, avec ce charme indéfinissable odieux à tout «corps» tant soit peu centralisé. Pero este caso era el más raro. El tipo de los hombres distinguidos que formaban el fondo del salón de Guermantes era el de unas gentes que había renunciado voluntariamente (o creyéndolo así, por lo menos) a lo demás, a todo lo que era incompatible con el espíritu de los Guermantes, con la cortesía de los Guermantes, con ese encanto indefinible, odioso a todo “cuerpo”, por poco centralizado que esté.
Et les gens qui savaient qu′autrefois l′un de ces habitués du salon de la duchesse avait eu la médaille d′or au Salon, que l′autre, secrétaire de la Conférence des avocats, avait fait des débuts retentissants à la Chambre, qu′un troisième avait habilement servi la France comme chargé d′affaires, auraient pu considérer comme des ratés les gens qui n′avaient plus rien fait depuis vingt ans. Mais ces «renseignés» étaient peu nombreux, et les intéressés eux-mêmes auraient été les derniers à le rappeler, trouvant ces anciens titres de nulle valeur, en vertu même de l′esprit des Guermantes: celui-ci ne faisait-il pas taxer de raseur, de pion, ou bien au contraire de garçon de magasin, tels ministres éminents, l′un un peu solennel, l′autre amateur de calembours, dont les journaux chantaient les louanges, mais à côté de qui Mme de Guermantes bâillait et donnait des signes d′impatience si l′imprudence d′une maîtresse de maison lui avait donné l′un ou l′autre pour voisin? Puisque être un homme d′État de premier ordre n′était nullement une recommandation auprès de la duchesse, ceux de ses amis qui avaient donné leur démission de la «carrière» ou de l′armée, qui ne s′étaient pas représentés à la Chambre, jugeaient, en venant tous les jours déjeuner et causer avec leur grande amie, en la retrouvant chez des Altesses, d′ailleurs peu appréciées d′eux, du moins le disaient-ils, qu′ils avaient choisi la meilleure part, encore que leur air mélancolique, même au milieu de la gaîté, contredît un peu le bien-fondé de ce jugement. Y los que sabían que, en otro tiempo, uno de estos contertulios del salón de la duquesa había ganado la medalla de oro en la Exposición; que el otro, secretario de la Conferencia de los abogados, había tenido unos comienzos resonantes en la Cámara; que el tercero había servido hábilmente a Francia como encargado de negocios, hubieran podido considerar como fracasadas a las gentes que no habían vuelto a hacer nada desde hacía veinte años. Pero esos “informados” eran poco numerosos, y los mismos interesados hubieran sido los últimos en recordarlo, por encontrar esos antiguos títulos de ningún valor, en virtud, precisamente, del espíritu de los Guermantes, ya que éste hacía que se tachase de pelmazo, de pasmarote, o bien, por el contrario, de hortera, a determinados ministros eminentes, el uno un tanto solemne, el otro amigo de los juegos de palabras, cuyas alabanzas cantaban los periódicos, pero al lado de los cuales bostezaba la señora de Guermantes v daba muestras de impaciencia si la imprudencia de una ama de casa le había dado al uno o al otro por vecino. Puesto que ser un estadista de primer orden no era, ni mucho menos, una recomendación para con la duquesa, aquellos de sus amigos que habían presentado su dimisión en la “carrera” o pedido su separación del ejército, que no habían vuelto a presentarse al Parlamento, juzgaban, al ir todos los días a almorzar y charlar con su gente amiga, al encontrarse con ella en casa de las Altezas, a quienes, por lo demás, tenían en poca estima —eso decían ellos, por lo menos—, que habían escogido para sí la mejor parte, bien que su aspecto melancólico, aun en medio de la animación, contradijese un tanto el fundamento que pudiera tener tal juicio.
Encore faut-il reconnaître que la délicatesse de vie sociale, la finesse des conversations chez les Guermantes avait, si mince cela fût-il, quelque chose de réel. Aucun titre officiel n′y valait l′agrément de certains des préférés de Mme de Guermantes que les ministres les plus puissants n′auraient pu réussir à attirer chez eux. Si dans ce salon tant d′ambitions intellectuelles et même de nobles efforts avaient été enterrés pour jamais, du moins, de leur poussière, la plus rare floraison de mondanité avait pris naissance. Certes, des hommes d′esprit, comme Swann par exemple, se jugeaient supérieurs à des hommes de valeur, qu′ils dédaignaient, mais c′est que ce que la duchesse de Guermantes plaçait au-dessus de tout, ce n′était pas l′intelligence, c′était, selon elle, cette forme supérieure, plus exquise, de l′intelligence élevée jusqu′à une variété verbale de talent — l′esprit. Et autrefois chez les Verdurin, quand Swann jugeait Brichot et Elstir, l′un comme un pédant, l′autre comme un mufle, malgré tout le savoir de l′un et tout le génie de l′autre, c′était l′infiltration de l′esprit Guermantes qui l′avait fait les classer ainsi. Jamais il n′eût osé présenter ni l′un ni l′autre à la duchesse, sentant d′avance de quel air elle eût accueilli les tirades de Brichot, les calembredaines d′Elstir, l′esprit des Guermantes rangeant les propos prétentieux et prolongés du genre sérieux ou du genre farceur dans la plus intolérable imbécillité. Fuerza es reconocer, además, que en la delicadeza de la vida social, en la ligereza de las conversaciones entre los Guermantes había, por tenue que fuese, algo real. Ningún título oficial valía en aquel medio lo que el aliciente de ciertos amigos preferidos de la señora de Guermantes, a los que no hubieran podido lograr atraer a su casa los ministros más poderosos. Si en aquel salón habían quedado enterradas para siempre tantas ambiciones intelectuales, e incluso tantos nobles esfuerzos, de sus cenizas, a lo menos, había nacido la más rara floración de mundanidad. Evidentemente, había hombres de talento, como Swann, por ejemplo, que se consideraban superiores a los hombres de valía, a los que desdeñaban; pero es que lo que la duquesa de Guermantes ponía por encima de todo no era la inteligencia; era, según ella, esa forma superior, más exquisita, de la inteligencia elevada hasta una variedad verbal del talento: el ingenio. Y en otro tiempo, en casa de los Verdurin, cuando Swann juzgaba a Brichot y a Elstir, al uno como un pedante, al otro como un mamarracho no obstante todo el saber del tino y todo el genio del otro, lo que la había hecho clasificarlos así era la infiltración del espíritu de los Guermantes. Jamás se hubiera atrevido a presentar al uno ni al otro a la duquesa, imaginándose de antemano con qué cara hubiera acogido las parrafadas de Brichot, los necios chistes de Elstir, ya que el espíritu de los Guermantes encasillaba las frases prolongadas y presuntuosas del género serio o del género bromista en la más intolerable imbecilidad.
Quant aux Guermantes selon la chair, selon le sang, si l′esprit des Guermantes ne les avait pas gagnés aussi complètement qu′il arrive, par exemple, dans les cénacles littéraires, où tout le monde a une même manière de prononcer, d′énoncer, et par voie de conséquence de penser, ce n′est pas certes que l′originalité soit plus forte dans les milieux mondains et y mette obstacle à l′imitation. Mais l′imitation a pour conditions, non pas seulement l′absence d′une originalité irréductible, mais encore une finesse relative d′oreilles qui permette de discerner d′abord ce qu′on imite ensuite. Or, il y avait quelques Guermantes auxquels ce sens musical faisait aussi entièrement défaut qu′aux Courvoisier. En cuanto a los Guermantes según la carne, según la sangre, si el espíritu de los Guermantes no se había enseñoreado de ellos tan por completo —como ocurre, por ejemplo, en los cenáculos literarios, en que todo el mundo tiene la misma manera de pronunciar, de enunciar y, por vía de consecuencia, de pensar—, no es, evidentemente, porque la originalidad sea más vigorosa en los círculos mundanos y ponga en ellos obstáculos a la imitación. Pero la imitación tiene por condiciones no sólo la ausencia de una originalidad irreductible, sino, además, una relativa finura de oído que permite discernir primero lo que se imita luego. Ahora bien, había algunos Guermantes a los que les faltaba este sentido musical casi tanto como a los Courvoisier.
Pour prendre comme exemple l′exercice qu′on appelle, dans une autre acception du mot imitation, «faire des imitations» (ce qui se disait chez les Guermantes «faire des charges»), Mme de Guermantes avait beau le réussir à ravir, les Courvoisier étaient aussi incapables de s′en rendre compte que s′ils eussent été une bande de lapins, au lieu d′hommes et femmes, parce qu′ils n′avaient jamais su remarquer le défaut ou l′accent que la duchesse cherchait à contrefaire. Quand elle «imitait» le duc de Limoges, les Courvoisier protestaient: «Oh! non, il ne parle tout de même pas comme cela, j′ai encore dîné hier soir avec lui chez Bebeth, il m′a parlé toute la soirée, il ne parlait pas comme cela», tandis que les Guermantes un peu cultivés s′écriaient: «Dieu qu′Oriane est drolatique! Le plus fort c′est que pendant qu′elle l′imite elle lui ressemble! Je crois l′entendre. Oriane, encore un peu Limoges!» Or, ces Guermantes-là (sans même aller jusqu′à ceux tout à fait remarquables qui, lorsque la duchesse imitait le duc de Limoges, disaient avec admiration: «Ah! on peut dire que vous le tenez » ou «que tu le tiens») avaient beau ne pas avoir d′esprit, selon Mme de Guermantes (en quoi elle était dans le vrai), à force d′entendre et de raconter les mots de la duchesse ils étaient arrivés à imiter tant bien que mal sa manière de s′exprimer, de juger, ce que Swann eût appelé, comme le duc, sa manière de «rédiger», jusqu′à présenter dans leur conversation quelque chose qui pour les Courvoisier paraissait affreusement similaire à l′esprit d′Oriane et était traité par eux d′esprit des Guermantes. Comme ces Guermantes étaient pour elle non seulement des parents, mais des admirateurs, Oriane (qui tenait fort le reste de sa famille à l′écart, et vengeait maintenant par ses dédains les méchancetés que celle-ci lui avait faites quand elle était jeune fille) allait les voir quelquefois, et généralement en compagnie du duc, à la belle saison, quand elle sortait avec lui. Ces visites étaient un événement. Le coeur battait un peu plus vite à la princesse d′Épinay qui recevait dans son grand salon du rez-de-chaussée, quand elle apercevait de loin, telles les premières lueurs d′un inoffensif incendie ou les «reconnaissances» d′une invasion non espérée, traversant lentement la cour, d′une démarche oblique, la duchesse coiffée d′un ravissant chapeau et inclinant une ombrelle d′où pleuvait une odeur d′été. «Tiens, Oriane», disait-elle comme un «garde-à-vous» qui cherchait à avertir ses visiteuses avec prudence, et pour qu′on eût le temps de sortir en ordre, qu′on évacuât les salons sans panique. La moitié des personnes présentes n′osait pas rester, se levait. «Mais non, pourquoi? rasseyez-vous donc, je suis charmée de vous garder encore un peu», disait la princesse d′un air dégagé et à l′aise (pour faire la grande dame), mais d′une voix devenue factice. «Vous pourriez avoir à vous parler. — Vraiment, vous êtes pressée? eh bien, j′irai chez vous», répondait la maîtresse de maison à celles qu′elle aimait autant voir partir. Le duc et la duchesse saluaient fort poliment des gens qu′ils voyaient là depuis des années sans les connaître pour cela davantage, et qui leur disaient à peine bonjour, par discrétion. A peine étaient-ils partis que le duc demandait aimablement des renseignements sur eux, pour avoir l′air de s′intéresser à la qualité intrinsèque des personnes qu′il ne recevait pas par la méchanceté du destin ou à cause de l′état nerveux d′Oriane. «Qu′est-ce que c′était que cette petite dame en chapeau rose? — Mais, mon cousin, vous l′avez vue souvent, c′est la vicomtesse de Tours, née Lamarzelle. — Mais savez-vous qu′elle est jolie, elle a l′air spirituel; s′il n′y avait pas un petit défaut dans la lèvre supérieure, elle serait tout bonnement ravissante. S′il y a un vicomte de Tours, il ne doit pas s′embêter. Oriane? savez-vous à quoi ses sourcils et la plantation de ses cheveux m′ont fait penser? A votre cousine Hedwige de Ligne.» La duchesse de Guermantes, qui languissait dès qu′on parlait de la beauté d′une autre femme qu′elle, laissait tomber la conversation. Elle avait compté sans le goût qu′avait son mari pour faire voir qu′il était parfaitement au fait des gens qu′il ne recevait pas, par quoi il croyait se montrer plus sérieux que sa femme. «Mais, disait-il tout d′un coup avec force, vous avez prononcé le nom de Lamarzelle. Je me rappelle que, quand j′étais à la Chambre, un discours tout à fait remarquable fut prononcé . . . — C′était l′oncle de la jeune femme que vous venez de voir. — Ah! quel talent! Non, mon petit», disait-il à la vicomtesse d′Égremont, que Mme de Guermantes ne pouvait souffrir mais qui, ne bougeant pas de chez la princesse d′Épinay, où elle s′abaissait volontairement à un rôle de soubrette (quitte à battre la sienne en rentrant), restait confuse, éplorée, mais restait quand le couple ducal était là, débarrassait des manteaux, tâchait de se rendre utile, par discrétion offrait de passer dans la pièce voisine, «ne faites pas de thé pour nous, causons tranquillement, nous sommes des gens simples, à la bonne franquette. Du reste, ajoutait-il en se tournant vers Mme d′Épinay (en laissant l′Égremont rougissante, humble, ambitieuse et zélée), nous n′avons qu′un quart d′heure à vous donner.» Ce quart d′heure était occupé tout entier à une sorte d′exposition des mots que la duchesse avait eus pendant la semaine et qu′elle-même n′eût certainement pas cités, mais que fort habilement le duc, en ayant l′air de la gourmander à propos des incidents qui les avaient provoqués, l′amenait comme involontairement à redire. Tomando como ejemplo el ejercicio que el alma, en otra acepción de la palabra imitación, “hacer imitaciones” (lo que se llamaba entre los Guermantes “caricaturizar”) de nada servía que la señora de Guermantes las hiciese admirablemente: los Courvoisier eran tan incapaces de darse cuenta de ello como si hubieran sido una bandada de conejos, en lugar de hombres o mujeres, porque nunca había sabido observar el defecto o el acento que la duquesa trataba de remedar. Cuando “imitaba” al duque de Limoges, los Courvoisier protestaban: “¡Oh!, no, no habla así, de todos modos; todavía ayer noche cené con él en casa de Bebeth; estuvo hablando conmigo toda la noche; no hablaba así”; mientras que los Guermantes un poco cultos exclamaban: “¡Pero qué gracia tiene esta Oriana! ¡Lo grande es que, mientras lo imita, se parece a él! Me parece estarlo oyendo. ¡Oriana, imite otro poco a Limoges!” Ahora bien, estos Guermantes (aun sin llegar a los que eran francamente notables, que, cuando la duquesa imitaba al duque de Limoges, decían con admiración: “¡Ah!, la verdad es que es usted el duque clavado”, o “que eres”), por más qué careciesen de ingenio según la señora de Guermantes (que en eso estaba en lo cierto), en fuerza de oír y de repetir las ocurrencias de la duquesa habían llegado a imitar, bien que mal, su manera de expresarse, de juzgar, lo que Swann hubiera llamado, como el duque, su manera de “redactar”, hasta presentar en su conversación algo que a los Courvoisier les parecía espantosamente similar al ingenio de Oriana, y que era tratado por ellos de ingenio de los Guermantes. Como esos Guermantes eran para ella no sólo parientes, sino admiradores, Oriana (que mantenía rigurosamente aparte al resto de la familia y se vengaba ahora con sus desdenes del malquerer que esa misma familia había tenido para ella cuando estaba soltera) iba a verlos a veces, generalmente en compañía del duque, en el buen tiempo, cuando salía con su marido. Estas visitas eran un acontecimiento. A la princesa de Epinay, que recibía en su espacioso salón de la planta baja, le palpitaba un poco más aprisa el corazón cuando distinguía desde lejos, cual los primeros resplandores de un inofensivo incendio o las “señales” de una invasión que no se espera, cruzando lentamente el patio, con paso obligado, a la duquesa, tocada con un sombrero arrebatador e inclinando una sombrilla de que llovía una fragancia estival. “¡Hombre, Oriana!”, decía, como una “alerta” que trataba de avisar con prudencia a sus visitantes, y para que tuvieran tiempo de salir en orden, de que evacuasen los salones sin pánico. La mitad de las personas presentes no se atrevían a quedarse, se levantaban. “No, no; pero, ¿por qué? Siéntense ustedes; encantada de tenerlos conmigo un ratito más”, decía la princesa con expresión de naturalidad y desembarazo (por dárselas de gran señora), pero con voz de fingimiento. “A lo mejor tienen ustedes que hablar.” “Bueno, si es que tiene usted prisa... Ya iré a verla, respondía la señora de la casa a aquellas que tanto le complacía ver marcharse. El duque y la duquesa saludaban muy cortésmente a unas gentes a las que veían allí desde hacía varios años, sin que por ello las conociesen más, y que apenas los saludaban a ellos, por discreción. No bien se habían retirado, cuando el duque hacía amablemente algunas preguntas a cuenta de ellas, para hacer ver como que se interesaba por la calidad intrínseca de las personas a quienes no recibía en su casa por culpa del destino o por el estado de los nervios de Oriana. “¿Quién era esa señora menudita del sombrero rosa?” “¡Pero, primo, si la ha visto usted muchas veces! Es la vizcondesa de Tours, una Lamarzelle.” “¿Pues sabe usted que es bonita? Parece inteligente; si no tuviera un defectillo en el labio superior, sería sencillamente encantadora. Si es que hay un vizconde de Tours, no debe de aburrirse. Oriana, ¿sabe en quién me han hecho pensar esas cejas y la disposición del pelo? En su prima Hedwige de Ligne.” La duquesa de Guermantes, que se consumía desde el momento en que hablaban de la belleza de otra mujer que no fuera ella, dejaba decaer la conversación. No había contado con el gusto que tenía su marido por hacer ver que estaba perfectamente al tanto de la gente a quien no recibía, con lo que creía mostrarse más serio que su mujer. “Pero —decía de pronto con fuerza—, ha pronunciado usted el nombre de Lamarzelle... Recuerdo que cuando estaba yo en el Parlamento pronunció un discurso notabilísimo...” “Era el tío de la joven que acaba usted de ver.” “¡Ah, qué talento! No, hijita —decía el duque a la vizcondesa de Egremont, a la que no podía soportar la señora de Guermantes, pero que, como no salía de casa de la princesa de Epinay, donde se rebajaba voluntariamente al papel de doncella (sin perjuicio de pegarle a la suya cuando volvía a casa), se quedaba confusa, desconsolada, pero se quedaba, y cuando la pareja ducal estaba allí, le quitaba los abrigos, trataba de hacerse útil, les ofrecía, por discreción, que pasasen a la habitación inmediata—, no haga usted té para nosotros; charlemos tranquilamente; somos gente sencilla, a la pata la llana. Además — añadía, volviéndose a la señora de Epinay (dejando a la de Egremont sonrojada, humilde, ambiciosa y solícita)—, sólo podemos concederle a usted un cuarto de hora.” Ese cuarto de hora estaba ocupado íntegramente por algo así como una exposición de las ocurrencias que había tenido la duquesa durante la semana y que ella, por su cuenta, no hubiera citado seguramente, pero que el duque, con extraordinaria maña, mientras parecía sermonearla a propósito de los incidentes que las habían provocado,, la llevaba como involuntariamente a repetir.
La princesse d′Épinay, qui aimait sa cousine et savait qu′elle avait un faible pour les compliments, s′extasiait sur son chapeau, son ombrelle, son esprit. «Parlez-lui de sa toilette tant que vous voudrez», disait le duc du ton bourru qu′il avait adopté et qu′il tempérait d′un malicieux sourire pour qu′on ne prit pas son mécontentement au sérieux, «mais, au nom du ciel, pas de son esprit, je me passerais fort d′avoir une femme aussi spirituelle. Vous faites probablement allusion au mauvais calembour qu′elle a fait sur mon frère Palamède, ajoutait-il sachant fort bien que la princesse et le reste de la famille ignoraient encore ce calembour et enchanté de faire valoir sa femme. D′abord je trouve indigne d′une personne qui a dit quelquefois, je le reconnais, d′assez jolies choses, de faire de mauvais calembours, mais surtout sur mon frère qui est très susceptible, et si cela doit avoir pour résultat de me fâcher avec lui, c′est vraiment bien la peine.» La princesa de Epinay, que quería a su prima y sabía que ésta tenía debilidad por los requiebros, se extasiaba ante su sombrero, ante su sombrilla, ante su ingenio. “Háblele usted de su traje todo lo que quiera —decía el duque con el tono de mal humor que había adoptado y que atemperaba con una sonrisa maliciosa para que no se tomase en serio su descontento—; pero, ¡por los clavos de Cristo!, no de su ingenio; nada se perdería con que no tuviera yo una mujer tan ingeniosa. Probablemente hace usted alusión al endiablado retruécano que ha hecho a costa de mi hermano Palamedes —añadía, sabiendo perfectamente que la princesa y el resto de la familia ignoraban aún el juego de palabras en cuestión, y encantado de hacer valer a su mujer—. Ante todo, encuentro indigno de una persona que ha dicho a veces, lo reconozco, cosas que estaban bastante bien, hacer pésimos juegos de palabras, pero sobre todo a costa de mi hermano, que es muy susceptible, y si la cosa ha de tener como resultado ponerme a mal con él, ¡sí que vale la pena!”
— Mais nous ne savons pas! Un calembour d′Oriane? Cela doit être délicieux. Oh! dites-le. “¡Pero si no sabemos nada! ¿Un juego de palabras de Oriana? Tiene que ser delicioso. ¡Oh, díganoslo!”
— Mais non, mais non, reprenait le duc encore boudeur quoique plus souriant, je suis ravi que vous ne l′ayez pas appris. Sérieusement j′aime beaucoup mon frère. “No, no —repetía el duque, haciéndose todavía el enfadado, aunque más sonriente—; me alegro de que no lo conozca usted. En serio, quiero mucho a mi hermano.”
—Écoutez, Basin, disait la duchesse dont le moment de donner la réplique à son mari était venu, je ne sais pourquoi vous dites que cela peut fâcher Palamède, vous savez très bien le contraire. Il est beaucoup trop intelligent pour se froisser de cette plaisanterie stupide qui n′a quoi que ce soit de désobligeant. Vous allez faire croire que j′ai dit une méchanceté, j′ai tout simplement répondu quelque chose de pas drôle, mais c′est vous qui y donnez de l′importance par votre indignation. Je ne vous comprends pas. “Oiga usted, Basin —decía la duquesa, para quien había llegado el momento de dar la réplica a su marido—: no sé por qué dice usted que puede molestarle eso a Palamedes; sabe usted perfectamente que es todo lo contrario. Palamedes de sobra es inteligente para atufarse por esa broma estúpida que no tiene nada de ofensiva. Va usted a hacer que crean que he dicho algo malo; lo que he hecho ha sido responder una cosa que no tiene ni pizca de gracia, pero es usted el que le da importancia con su indignación. No lo comprendo.”
— Vous nous intriguez horriblement, de quoi s′agit-il? “Nos está usted intrigando terriblemente, ¿de qué se trata?”
— Oh! évidemment de rien de grave! s′écriait M. de Guermantes. Vous avez peut-être entendu dire que mon frère voulait donner Brézé, le château de sa femme, à sa soeur Marsantes. “¡Oh! ¡Evidentemente, de nada grave! —exclamaba el señor de Guermantes—. Quizá haya usted oído decir que mi hermano quería darle Brézé, el castillo de su mujer, a su hermana la de Marsantes.”
— Oui, mais on nous a dit qu′elle ne le désirait pas, qu′elle n′aimait pas le pays où il est, que le climat ne lui convenait pas. “Sí, pero nos han dicho que ella no deseaba semejante cosa, que no le gustaba el sitio en que está el castillo, que el clima no le convenía.”
— Eh bien, justement quelqu′un disait tout cela à ma femme et que si mon frère donnait ce château à notre soeur, ce n′était pas pour lui faire plaisir, mais pour la taquiner. C′est qu′il est si taquin, Charlus, disait cette personne. Or, vous savez que Brézé, c′est royal, cela peut valoir plusieurs millions, c′est une ancienne terre du roi, il y a là une des plus belles forêts de France. Il y a beaucoup de gens qui voudraient qu′on leur fît des taquineries de ce genre. Aussi en entendant ce mot de taquin appliqué à Charlus parce qu′il donnait un si beau château, Oriane n′a pu s′empêcher de s′écrier, involontairement, je dois le confesser, elle n′y a pas mis de méchanceté, car c′est venu vite comme l′éclair, «Taquin . . . taquin . . . Alors c′est Taquin le Superbe!» Vous comprenez, ajoutait en reprenant son ton bourru et non sans avoir jeté un regard circulaire pour juger de l′esprit de sa femme, le duc qui était d′ailleurs assez sceptique quant à la connaissance que Mme d′Épinay avait de l′histoire ancienne, vous comprenez, c′est à cause de Tarquin le Superbe, le roi de Rome; c′est stupide, c′est un mauvais jeu de mots, indigne d′Oriane. Et puis moi qui suis plus circonspect que ma femme, si j′ai moins d′esprit, je pense aux suites, si le malheur veut qu′on répète cela à mon frère, ce sera toute une histoire. D′autant plus, ajouta-t-il, que comme justement Palamède est très hautain, très haut et aussi très pointilleux, très enclin aux commérages, même en dehors de la question du château, il faut reconnaître que Taquin le Superbe lui convient assez bien. C′est ce qui sauve les mots de Madame, c′est que même quand elle veut s′abaisser à de vulgaires à peu près, elle reste spirituelle malgré tout et elle peint assez bien les gens. `Pues bueno, no sé quien estaba diciéndole justamente todo eso a mi mujer, y que si mi hermano le regalaba ese castillo a nuestra hermana no era por darle gusto, sino por hacerla rabiar. ¡Es que Charlus es tan cargante, tan amigo de llevar la contraria!”, decía la persona que se lo contaba a mi mujer. Pero es el caso, como usted sabe, que lo de Brézé es regio, puede valer varios millones, es una antigua tierra del rey; allí está una de las hermosas selvas de Francia. Ya quisieran muchos que les gastasen bromazos de ese género. Así es que al oír la palabra cargante aplicada a Charlus porque regalaba un castillo tan hermoso, Oriana no pudo menos de exclamar, involuntariamente, debo confesarlo; no puso en ello ninguna picardía, porque la cosa fue rápida como una centella: “Cargante, cargante... ¡Vamos, lo que es, es Tarquino el Soberbio!” “Como usted comprende —añadía, recobrando su tono de enfado y no sin haber lanzado una mirada circular para juzgar del ingenio de su mujer, el duque, que, por otra parte, era bastante escéptico tocante al conocimiento que de la historia antigua tuviese la señora de Epinay—; como usted comprende, es por Tarquino el Soberbio, el rey de Roma; la cosa es estúpida, es un pésimo juego de palabras, indigno de Oriana. Y luego, yo, que, si tengo menos talento que mi mujer, soy más circunspecto que ella, pienso en las consecuencias; si da la mala suerte de que le repitan eso a mi hermano, habrá que ver la que se arma. Tanto más —añadió— cuanto que como justamente Palamedes es muy arrogante, está muy en alto y es, también, muy puntilloso, muy inclinado a los comadreos. Aun prescindiendo de la cuestión del castillo, hay que reconocer que lo de Tarquino el Soberbio la cae bastante bien. Eso es lo que salva las frases de esta señora, que hasta cuando quiere rebajarse a vulgares aproximaciones sigue siendo ingeniosa a pesar de todo, y pinta bastante bien a la gente.”
Ainsi grâce, une fois, à Taquin le Superbe, une autre fois à un autre mot, ces visites du duc et de la duchesse à leur famille renouvelaient la provision des récits, et l′émoi qu′elles avaient causé durait bien longtemps après le départ de la femme d′esprit et de son imprésario. On se régalait d′abord, avec les privilégiés qui avaient été de la fête (les personnes qui étaient restées là), des mots qu′Oriane avait dits. «Vous ne connaissiez pas Taquin le Superbe?» demandait la princesse d′Épinay. Así, gracias una vez a lo de Tarquino el Soberbio, otra vez a otro dicho, estas visitas del duque y de la duquesa a su familia renovaban la provisión de relatos, y la emoción que habían causado duraba todavía mucho después de la partida de la mujer ingeniosa y de su empresario. Primero era el regalarse, en unión de los privilegiados que habían asistido a la fiesta (las personas que se habían quedado), con las frases que había dicho Oriana: “¿No conocía usted lo de Tarquino el Soberbio?”, preguntaba la princesa de Epinay.
— Si, répondait en rougissant la marquise de Baveno, la princesse de Sarsina (La Rochefoucauld) m′en avait parlé, pas tout à fait dans les mêmes termes. Mais cela a dû être bien plus intéressant de l′entendre raconter ainsi devant ma cousine, ajoutait-elle comme elle aurait dit de l′entendre accompagner par l′auteur. «Nous parlions du dernier mot d′Oriane qui était ici tout à l′heure», disait-on à une visiteuse qui allait se trouver désolée de ne pas être venue une heure auparavant. “Sí, —respondía, sonrojándose, la marquesa de Baveno—; la princesa de Sarsina (La Rochefoucauld) me había hablado de ello, aunque no precisamente en esa forma. Pero ha debido de ser mucho más interesante oírlo contar así delante de mi prima”, añadía, como hubiera dicho de oírlo acompañar por el autor. “Hablábamos de la última ocurrencia de Oriana, que estaba aquí ahora mismo”, decían a una visitante que iba a sentirse desolada por no haber llegado una hora antes.
— Comment, Oriane était ici? “¿Cómo, que estaba aquí Oriana?”
— Mais oui, vous seriez venue un peu plus tôt, lui répondait la princesse d′Épinay, sans reproche, mais en laissant comprendre tout ce que la maladroite avait raté. C′était sa faute si elle n′avait pas assisté à la création du monde ou à la dernière représentation de Mme Carvalho. «Qu′est-ce que vous dites du dernier mot d′Oriane? j′avoue que j′apprécie beaucoup Taquin le Superbe», et le «mot» se mangeait encore froid le lendemain à déjeuner, entre intimes qu′on invitait pour cela, et repassait sous diverses sauces pendant la semaine. Même la princesse faisant cette semaine-là sa visite annuelle à la princesse de Parme en profitait pour demander à l′Altesse si elle connaissait le mot et le lui racontait. «Ah! Taquin le Superbe», disait la princesse de Parme, les yeux écarquillés par une admiration a priori , mais qui implorait un supplément d′explications auquel ne se refusait pas la princesse d′Épinay. «J′avoue que Taquin le Superbe me plaît infiniment comme rédaction» concluait la princesse. En réalité, le mot de rédaction ne convenait nullement pour ce calembour, mais la princesse d′Épinay, qui avait la prétention d′avoir assimilé l′esprit des Guermantes, avait pris à Oriane les expressions «rédigé, rédaction» et les employait sans beaucoup de discernement. Or la princesse de Parme, qui n′aimait pas beaucoup Mme d′Épinay qu′elle trouvait laide, savait avare et croyait méchante, sur la foi des Courvoisier, reconnut ce mot de «rédaction» qu′elle avait entendu prononcer par Mme de Guermantes et qu′elle n′eût pas su appliquer toute seule. Elle eut l′impression que c′était, en effet, la rédaction qui faisait le charme de Taquin le Superbe, et sans oublier tout à fait son antipathie pour la dame laide et avare, elle ne put se défendre d′un tel sentiment d′admiration pour une femme qui possédait à ce point l′esprit des Guermantes qu′elle voulut inviter la princesse d′Épinay à l′Opéra. Seule la retint la pensée qu′il conviendrait peut-être de consulter d′abord Mme de Guermantes. Quant à Mme d′Épinay qui, bien différente des Courvoisier, faisait mille grâces à Oriane et l′aimait, mais était jalouse de ses relations et un peu agacée des plaisanteries que la duchesse lui faisait devant tout le monde sur son avarice, elle raconta en rentrant chez elle combien la princesse de Parme avait eu de peine à comprendre Taquin le Superbe et combien il fallait qu′Oriane fût snob pour avoir dans son intimité une pareille dinde. «Je n′aurais jamais pu fréquenter la princesse de Parme si j′avais voulu, dit-elle aux amis qu′elle avait à dîner, parce que M. d′Épinay ne me l′aurait jamais permis à cause de son immoralité, faisant allusion à certains débordements purement imaginaires de la princesse. Mais même si j′avais eu un mari moins sévère, j′avoue que je n′aurais pas pu. Je ne sais pas comment Oriane fait pour la voir constamment. Moi j′y vais une fois par an et j′ai bien de la peine à arriver au bout de la visite.» Quant à ceux des Courvoisier qui se trouvaient chez Victurnienne au moment de la visite de Mme de Guermantes, l′arrivée de la duchesse les mettait généralement en fuite à cause de l′exaspération que leur causaient les «salamalecs exagérés» qu′on faisait pour Oriane. Un seul resta le jour de Taquin le Superbe. Il ne comprit pas complètement la plaisanterie, mais tout de même à moitié, car il était instruit. Et les Courvoisier allèrent répétant qu′Oriane avait appelé l′oncle Palamède «Tarquin le Superbe», ce qui le peignait selon eux assez bien. «Mais pourquoi faire tant d′histoires avec Oriane? ajoutaient-ils. On n′en aurait pas fait davantage pour une reine. En somme, qu′est-ce qu′Oriane? Je ne dis pas que les Guermantes ne soient pas de vieille souche, mais les Courvoisier ne le leur cèdent en rien, ni comme illustration, ni comme ancienneté, ni comme alliances. Il ne faut pas oublier qu′au Camp du drap d′or, comme le roi d′Angleterre demandait à François Ier quel était le plus noble des seigneurs là présents: «Sire, répondit le roi de France, c′est Courvoisier.» D′ailleurs tous les Courvoisier fussent-ils restés que les mots les eussent laissés d′autant plus insensibles que les incidents qui les faisaient généralement naître auraient été considérés par eux d′un point de vue tout à fait différent. Si, par exemple, une Courvoisier se trouvait manquer de chaises, dans une réception qu′elle donnait, ou si elle se trompait de nom en parlant à une visiteuse qu′elle n′avait pas reconnue, ou si un des ses domestiques lui adressait une phrase ridicule, la Courvoisier, ennuyée à l′extrême, rougissante, frémissant d′agitation, déplorait un pareil contretemps. Et quand elle avait un visiteur et qu′Oriane devait venir, elle disait sur un ton anxieusement et impérieusement interrogatif: «Est-ce que vous la connaissez?» craignant, si le visiteur ne la connaissait pas, que sa présence donnât une mauvaise impression à Oriane. Mais Mme de Guermantes tirait, au contraire, de tels incidents, l′occasion de récits qui faisaient rire les Guermantes aux larmes, de sorte qu′on était obligé de l′envier d′avoir manqué de chaises, d′avoir fait ou laissé faire à son domestique une gaffe, d′avoir eu chez soi quelqu′un que personne ne connaissait, comme on est obligé de se féliciter que les grands écrivains aient été tenus à distance par les hommes et trahis par les femmes quand leurs humiliations et leurs souffrances ont été, sinon l′aiguillon de leur génie, du moins la matière de leurs oeuvres. “Sí; con que hubiera venido usted un poco más pronto...”, le respondía la princesa de Epinay, sin reproche, pero dando a entender todo lo que se había perdido por su torpeza. Ella se tenía la culpa si no había asistido ala creación del mundo o a la última representación de madama Carvalho. “¿(qué me dice usted de la última frase de Oriana? Lo que es a mí, confieso que me parece muy bueno lo de Tarquino el Soberbio”, y la frase se saboreaba todavía, fiambre, al día siguiente, en el almuerzo, entré los amigos íntimos a quienes se invitaba para eso, y reaparecía con diferentes salsas durante toda la semana. Incluso la princesa, al hacer esa semana su visita anual a la princesa de Parma, aprovechaba la ocasión para preguntar a Su Alteza si conocía la frase, y se la Contaba. “¡Ah, Tarquino el Soberbio!”, decía la princesa de Parma, desmesuradamente abiertos los ojos por una admiración a priori, pero que imploraba un suplemento de explicaciones a que no se negaba la princesa de Epinay. “Confieso que lo de Tarquino el Soberbio me vista infinitamente como redacción, concluía la princesa. En realidad, la palabra redacción no venía ni poco ni mucho a pelo tratándose de este juego de palabras; pero la princesa de Epinay, que tenía la pretensión de haberse asimilado el ingenio de los Guermantes, había tomado de Oriana las expresiones “redactado, redacción”, y las empleaba sin mucho discernimiento. Ahora bien, la princesa de Parma, que no veía con muy buenos ojos a la señora de Epinay, a la que encontraba fea, sabía avara y creía malintencionada, fiándose de los Courvoisier, reconoció la palabra “redacción”, que había oído pronunciar por la señora de Guermantes y que ella sola no hubiera sabido aplicar. Tuvo la impresión de que era, en efecto, la redacción lo que constituía el encanto del “Tarquino el Soberbio”, y sin olvidar del todo su antipatía hacia la dama fea y avara, no pudo defenderse contra un sentimiento tal de admiración respecto de una mujer que hasta ese extremo poseía el talento de los Guermantes, que quiso invitar a la princesa de Epinay a la ópera. Lo único que la detuvo fue el pensamiento de que acaso conviniera consultar primero a la señora de Guermantes. En cuanto a la señora de Epinay, que, harto diferente de los Courvoisier, hacía mil arrumacos a Oriana y la quería, pero estaba celosa de sus amistades y un tanto irritada por las bromas que la duquesa le gastaba delante de todo el mundo a cuenta de su avaricia, al volver a su casa, el trabajo que le había costado a la princesa de Parma comprender lo de Tarquino el Soberbio, y que ya hacía falta que fuese snob Oriana para admitir en su intimidad a semejante pava. “Lo que es yo, nunca hubiera podido tratar asiduamente a la princesa de Parma, aunque hubiese querido —dijo a los amigos que tenía a cenar—, porque el señor de Epinay jamás me lo hubiera permitido, por su inmoralidad —haciendo alusión a ciertos desbordamientos puramente imaginarios de la princesa—. Pero aun cuando hubiese tenido un marido menos severo, confieso que no me hubiera sido posible. No sé cómo hace Oriana para estarla viendo a cada paso. Yo voy allá una vez al año, y buen trabajo me cuesta llegar al final de la visita.” En cuanto a los Courvoisier que se hallaban en casa de Victurniana en el momento de la visita de la señora de Guermantes, la llegada de la duquesa los ponía en fuga, por la exasperación que les causaban las “zalemas exageradas” que se hacían a Oriana. Sólo uno se quedó el día de Tarquino el Soberbio. No comprendió el chiste, aunque sí, de todas maneras, a medias, porque era instruido. Y los Courvoisier se dedicaron a repetir que Oriana había llamado al tío Palamedes “Tarquino el Soberbio”, cosa que, según ellos, lo pintaba bastante bien; pero, ¿a qué armar tanto ruido a cuenta de Oriana?”, añadían. No se hubiera hecho más por una reina. “En fin de cuentas, ¿qué es Oriana? No digo que los Guermantes no sean de añeja estirpe, pero en nada les ceden los Courvoisier, ni en cuanto a figuras ilustres, ni en cuanto a antigüedad, ni en cuanto a entronques. No hay que olvidar que en el campo de la Tela de Oro, al preguntarle el rey de Inglaterra a Francisco I cuál era el más noble de los señores allí presentes: “Sire —respondió el rey de Francia—, es Courvoisier”. Por lo demás, aunque todos los Courvoisier se hubieran quedado, las ocurrencias de Oriana los habrían dejado tanto más sensibles cuanto que los incidentes que generalmente las hacían nacer hubieran sido considerados por ellos desde un punto de vista por completo diferente. Si, por ejemplo, una Courvoisier se encontraba con que le faltaban sillas en una recepción que daba, o si se equivocaba de apellido al hablar a una visitante a la que no habla reconocido, o si uno de los criados le dirigía una frase ridícula, la Courvoisier, molesta en extremo, sonrojándose, estremeciéndose con la agitación, deploraba semejante contratiempo. Y cuando tenía una visita y Oriana iba a ir a su casa, decía en tono ansioso e imperiosamente interrogante: “¿La conoce usted?”, temiendo, si la visita no la conocía, que su presencia causase mala impresión a Oriana. Pero la señora de Guermantes tomaba, por el contrario, de tales incidentes ocasión para relatos que hacían reír a los Guermantes hasta saltárseles las lágrimas, de modo que se veía uno obligado a envidiarla porque le hubiesen faltado sillas, por haber cometido o dejado cometer a su criado una torpeza, por haber tenido en su casa a alguien a quien nadie conocía, como se ve uno obligado a felicitarse de que los grandes escritores hayan sido tenidos aparte por los hombres y traicionados por las mujeres cuando sus humillaciones y sufrimientos han sido, si no el aguijón de su genio, por lo menos la materia de sus obras.
Les Courvoisier n′étaient pas davantage capables de s′élever jusqu′à l′esprit d′innovation que la duchesse de Guermantes introduisait dans la vie mondaine et qui, en l′adaptant selon un sûr instinct aux nécessités du moment, en faisait quelque chose d′artistique, là où l′application purement raisonnée de règles rigides eût donné d′aussi mauvais résultats qu′à quelqu′un qui, voulant réussir en amour ou dans la politique, reproduirait à la lettre dans sa propre vie les exploits de Bussy d′Amboise. Si les Courvoisier donnaient un dîner de famille, ou un dîner pour un prince, l′adjonction d′un homme d′esprit, d′un ami de leur fils, leur semblait une anomalie capable de produire le plus mauvais effet. Une Courvoisier dont le père avait été ministre de l′empereur, ayant à donner une matinée en l′honneur de la princesse Mathilde, déduisit par esprit de géométrie qu′elle ne pouvait inviter que des bonapartistes. Or elle n′en connaissait presque pas. Toutes les femmes élégantes de ses relations, tous les hommes agréables furent impitoyablement bannis, parce que, d′opinion ou d′attaches légitimistes, ils auraient, selon la logique des Courvoisier, pu déplaire à l′Altesse Impériale. Celle-ci, qui recevait chez elle la fleur du faubourg Saint–Germain, fut assez étonnée quand elle trouva seulement chez Mme de Courvoisier une pique-assiette célèbre, veuve d′un ancien préfet de l′Empire, la veuve du directeur des postes et quelques personnes connues pour leur fidélité à Napoléon, leur bêtise et leur ennui. La princesse Mathilde n′en répandit pas moins le ruissellement généreux et doux de sa grâce souveraine sur les laiderons calamiteux que la duchesse de Guermantes se garda bien, elle, de convier, quand ce fut son tour de recevoir la princesse, et qu′elle remplaça, sans raisonnements a priori sur le bonapartisme, par le plus riche bouquet de toutes les beautés, de toutes les valeurs, de toutes les célébrités qu′une sorte de flair, de tact et de doigté lui faisait sentir devoir être agréables à la nièce de l′empereur, même quand elles étaient de la propre famille du roi. Il n′y manqua même pas le duc d′Aumale, et quand, en se retirant, la princesse, relevant Mme de Guermantes qui lui faisait la révérence et voulait lui baiser la main, l′embrassa sur les deux joues, ce fut du fond du coeur qu′elle put assurer à la duchesse qu′elle n′avait jamais passé une meilleure journée ni assisté à une fête plus réussie. La princesse de Parme était Courvoisier par l′incapacité d′innover en matière sociale, mais, à la différence des Courvoisier, la surprise que lui causait perpétuellement la duchesse de Guermantes engendrait non comme chez eux l′antipathie, mais l′émerveillement. Cet étonnement était encore accru du fait de la culture infiniment arriérée de la princesse. Mme de Guermantes était elle-même beaucoup moins avancée qu′elle ne le croyait. Mais il suffisait qu′elle le fût plus que Mme de Parme pour stupéfier celle-ci, et comme chaque génération de critiques se borne à prendre le contrepied des vérités admises par leurs prédécesseurs, elle n′avait qu′à dire que Flaubert, cet ennemi des bourgeois, était avant tout un bourgeois, ou qu′il y avait beaucoup de musique italienne dans Wagner, pour procurer à la princesse, au prix d′un surmenage toujours nouveau, comme à quelqu′un qui nage dans la tempête, des horizons qui lui paraissaient inouî± et lui restaient confus. Stupéfaction d′ailleurs devant les paradoxes, proférés non seulement au sujet des oeuvres artistiques, mais même des personnes de leur connaissance, et aussi des actions mondaines. Sans doute l′incapacité où était Mme de Parme de séparer le véritable esprit des Guermantes des formes rudimentairement apprises de cet esprit (ce qui la faisait croire à la haute valeur intellectuelle de certains et surtout de certaines Guermantes dont ensuite elle était confondue d′entendre la duchesse lui dire en souriant que c′était de simples cruches), telle était une des causes de l′étonnement que la princesse avait toujours à entendre Mme de Guermantes juger les personnes. Mais il y en avait une autre et que, moi qui connaissais à cette époque plus de livres que de gens et mieux la littérature que le monde, je m′expliquai en pensant que la duchesse, vivant de cette vie mondaine dont le désoeuvrement et la stérilité sont à une activité sociale véritable ce qu′est en art la critique à la création, étendait aux personnes de son entourage l′instabilité de points de vue, la soif malsaine du raisonneur qui pour étancher son esprit trop sec va chercher n′importe quel paradoxe encore un peu frais et ne se gênera point de soutenir l′opinion désaltérante que la plus belle Iphigénie est celle de Piccini et non celle de Gluck, au besoin la véritable Phèdre celle de Pradon. Tampoco eran capaces los Courvoisier de elevarse hasta el espíritu de innovación que la duquesa de Guermantes introducía en la vida mundana y que, al adaptarla con arreglo a un seguro instinto a las necesidades del momento, hacia de ella una cosa artística, allí donde la aplicación puramente razonada de unas reglas rígidas hubiera dado tan pésimo resultado como el que, queriendo triunfar en el amor o en la política, reprodujese al pie de la letra en su propia vida las proezas de Bussy d′Amboise. Si los Courvoisier daban una cena de familia, o una comida en honor de un príncipe, el agregar un hombre de talento, un amigo de sus hijos, parecíales una anomalía capaz de producir el peor efecto. Una Courvoisier cuyo padre había sido ministro del emperador, yque tenía que dar una matinée en honor de la princesa Matilde, dedujo por espíritu de geometría que sólo podía invitar a bonapartistas. Pero el caso era que apenas conocía ninguno. Todas las mujeres elegantes que figuraban entre sus amistades, todos los hombres agradables, fueron implacablemente proscriptos, ya que, por ser legitimistas por sus opiniones o por sus relaciones, hubieran, según la lógica de los Courvoisier, podido desagradar a Su Alteza Imperial. Ésta, que recibía en su casa a la flor y nata del barrio de Saint-Germain, se quedó bastante extrañada cuando se encontró solamente en casa de la señora de Courvoisier con una gorrona célebre, viuda de un antiguo prefecto del Imperio, la viuda del director de Correos, y unas cuantas personas conocidas por su fidelidad a Napoleón, por su estupidez y por lo aburridas que eran. No por ello dejó de derramar la princesa Matilde el generoso y dulce flujo de su gracia soberana sobre aquellos calamitosos adefesios a los que, por su parte, se libró bien de invitar la duquesa de Guermantes cuando le llegó la vez de recibir a la princesa, y a los que sustituyó, sin razonamientos a priori sobre el bonapartismo, con el más rico ramillete de todas las bellezas, de todos los valores, de todas las celebridades, que a un modo de olfato, de tacto y de digitación le hacía percatarse de que tenían que ser agradables a la sobrina del emperador, aun cuando fuesen de la familia misma del rey. Ni siquiera faltó el duque de Aumale, y cuando la princesa, al retirarse, alzando a la señora de Guermantes, que le hacía la reverencia y quería besarle la mano, la besó en ambas mejillas, pudo asegurar desde el fondo de su corazón a la duquesa que jamás había pasado un día mejor ni asistido a una fiesta que mejor hubiera estado. La princesa de Parma era Courvoisier por la incapacidad de innovar en materia social; pero, a diferencia de los Courvoisier, la sorpresa que continuamente le estaba causando la duquesa de Guermantes engendraba, como en ellos, antipatía, sino pasmo. —Este asombro se hacía aún mayor por obra de la cultura infinitamente atrasada de la princesa. La misma señora de Guermantes estaba mucho menos avanzada en este respecto de lo que ella creía. Pero bastaba que lo estuviese más que la señora de Parma para dejar estupefacta a ésta, y del mismo modo que cada generación de críticos se limita a tomar como pie forzado lo contrario de las verdades admitidas por sus predecesores, no tenía la duquesa más que decir que Flaubert, enemigo de los burgueses, era ante todo un burgués, o que había mucho de música italiana en Wagner, para procurar a la princesa, a costa de un agotamiento siempre nuevo, como a una persona que nada en medio de la tormenta, horizontes que le parecían insólitos y que permanecían confusos para ella. Estupefacción, por otra parte, ante las paradojas, proferidas no sólo a propósito de obras de arte, sino incluso de personas conocidas suyas, y también de los actos mundanos. Indudablemente, la incapacidad en que se hallaba la señora de Parma de separar el auténtico talento de los Guermantes y de las formas rudimentariamente aprendidas de ese talento (lo cual la hacía creer en el subido valor intelectual de ciertos —y sobre todo de ciertas— Guermantes, con lo que luego que daba desconcertada cuando oía decir de ellos a la duquesa, son riendo, que eran simplemente unos zoquetes) era una de las causas del asombro que sentía siempre la princesa al oír a la señora de Guermantes juzgar a las personas. Pero había otra causa, que —conociendo, yo como conocía en esa época más libros que gente, y mejor la literatura que el mundo— me expliqué pensando que la duquesa, como vivía esa vida mundana cuya ociosidad y esterilidad son respecto de una actividad social auténtica lo que es en arte la crítica respecto de la creación, extendía a las personas que la rodeaban la inestabilidad de puntos de vista, la sed malsana del razonador que, por refrigerar su espíritu excesivamente seco, va a buscar cualquier paradoja que conserve todavía cierta frescura, y no tendrá empacho en sostener la refrescante opinión de que la Ifigenia más hermosa es la de Piccini yno la de Glück, y, si a mano viene, que la verdadera Fedra es la de Pradon.
Quand une femme intelligente, instruite, spirituelle, avait épousé un timide butor qu′on voyait rarement et qu′on n′entendait jamais, Mme de Guermantes s′inventait un beau jour une volupté spirituelle non pas seulement en décrivant la femme, mais en «découvrant» le mari. Dans le ménage Cambremer par exemple, si elle eût vécu alors dans ce milieu, elle eût décrété que Mme de Cambremer était stupide, et en revanche, que la personne intéressante, méconnue, délicieuse, vouée au silence par une femme jacassante, mais la valant mille fois, était le marquis, et la duchesse eût éprouvé à déclarer cela le même genre de rafraîchissement que le critique qui, depuis soixante-dix ans qu′on admire Hernani , confesse lui préférer le Lion amoureux. A cause du même besoin maladif de nouveautés arbitraires, si depuis sa jeunesse on plaignait une femme modèle, une vraie sainte, d′avoir été mariée à un coquin, un beau jour Mme de Guermantes affirmait que ce coquin était un homme léger, mais plein de coeur, que la dureté implacable de sa femme avait poussé à de vraies inconséquences. Je savais que ce n′était pas seulement entre les oeuvres, dans la longue série des siècles, mais jusqu′au sein d′une même oeuvre que la critique joue à replonger dans l′ombre ce qui depuis trop longtemps était radieux et à en faire sortir ce qui semblait voué à l′obscurité définitive. Je n′avais pas seulement vu Bellini, Winterhalter, les architectes jésuites, un ébéniste de la Restauration, venir prendre la place de génies qu′on avait dits fatigués simplement parce que les oisifs intellectuels s′en étaient fatigués, comme sont toujours fatigués et changeants les neurasthéniques. J′avais vu préférer en Sainte–Beuve tour à tour le critique et le poète, Musset renié quant à ses vers sauf pour de petites pièces fort insignifiantes. Sans doute certains essayistes ont tort de mettre au-dessus des scènes les plus célèbres du Cid ou de Polyeucte telle tirade du Menteur qui donne, comme un plan ancien, des renseignements sur le Paris de l′époque, mais leur prédilection, justifiée sinon par des motifs de beauté, du moins par un intérêt documentaire, est encore trop rationnelle pour la critique folle. Elle donne tout Molière pour un vers de l′Étourdi, et, même en trouvant le Tristan de Wagner assommant, en sauvera une «jolie note de cor», au moment où passe la chasse. Cette dépravation m′aida à comprendre celle dont faisait preuve Mme de Guermantes quand elle décidait qu′un homme de leur monde reconnu pour un brave coeur, mais sot, était un monstre d′égoî²­e, plus fin qu′on ne croyait, qu′un autre connu pour sa générosité pouvait symboliser l′avarice, qu′une bonne mère ne tenait pas à ses enfants, et qu′une femme qu′on croyait vicieuse avait les plus nobles sentiments. Comme gâtées par la nullité de la vie mondaine, l′intelligence et la sensibilité de Mme de Guermantes étaient trop vacillantes pour que le dégoût ne succédât pas assez vite chez elle à l′engouement (quitte à se sentir de nouveau attirée vers le genre d′esprit qu′elle avait tour à tour recherché et délaissé) et pour que le charme qu′elle avait trouvé à un homme de coeur ne se changeât pas, s′il la fréquentait trop, cherchait trop en elle des directions qu′elle était incapable de lui donner, en un agacement qu′elle croyait produit par son admirateur et qui ne l′était que par l′impuissance où on est de trouver du plaisir quand on se contente de le chercher. Les variations de jugement de la duchesse n′épargnaient personne, excepté son mari. Lui seul ne l′avait jamais aimée; en lui elle avait senti toujours un de ces caractères de fer, indifférent aux caprices qu′elle avait, dédaigneux de sa beauté, violent, d′une volonté à ne plier jamais et sous la seule loi desquels les nerveux savent trouver le calme. D′autre part M. de Guermantes poursuivant un même type de beauté féminine, mais le cherchant dans des maîtresses souvent renouvelées, n′avait, une fois qu′ils les avait quittées, et pour se moquer d′elles, qu′une associée durable, identique, qui l′irritait souvent par son bavardage, mais dont il savait que tout le monde la tenait pour la plus belle, la plus vertueuse, la plus intelligente, la plus instruite de l′aristocratie, pour une femme que lui M. de Guermantes était trop heureux d′avoir trouvée, qui couvrait tous ses désordres, recevait comme personne, et maintenait à leur salon son rang de premier salon du faubourg Saint–Germain. Cette opinion des autres, il la partageait lui-même; souvent de mauvaise humeur contre sa femme, il était fier d′elle. Si, aussi avare que fastueux, il lui refusait le plus léger argent pour des charités, pour les domestiques, il tenait à ce qu′elle eût les toilettes les plus magnifiques et les plus beaux attelages. Chaque fois que Mme de Guermantes venait d′inventer, relativement aux mérites et aux défauts, brusquement intervertis par elle, d′un de leurs amis, un nouveau et friand paradoxe, elle brûlait d′en faire l′essai devant des personnes capables de le goûter, d′en faire savourer l′originalité psychologique et briller la malveillance lapidaire. Sans doute ces opinions nouvelles ne contenaient pas d′habitude plus de vérité que les anciennes, souvent moins; mais justement ce qu′elles avaient d′arbitraire et d′inattendu leur conférait quelque chose d′intellectuel qui les rendait émouvantes à communiquer. Seulement le patient sur qui venait de s′exercer la psychologie de la duchesse était généralement un intime dont ceux à qui elle souhaitait de transmettre sa découverte ignoraient entièrement qu′il ne fût plus au comble de la faveur; aussi la réputation qu′avait Mme de Guermantes d′incomparable amie sentimentale, douce et dévouée, rendait difficile de commencer l′attaque; elle pouvait tout au plus intervenir ensuite comme contrainte et forcée, en donnant la réplique pour apaiser, pour contredire en apparence, pour appuyer en fait un partenaire qui avait pris sur lui de la provoquer; c′était justement le rôle où excellait M. de Guermantes. Cuando una mujer inteligente, instruida, graciosa, se había casado con algún tímido zopenco al que se veía raras veces y al que nunca se oía, la señora de Guermantes se inventaba un buen día una voluptuosidad espiritual no sólo describiendo a la mujer, sino “descubriendo” al marido. En el matrimonio de Cambremer, por ejemplo, la duquesa, de haber vivido entonces en ese medio, hubiera decretado que la señora de Cambremer era estúpida, y, en cambio, que la persona interesante, mal conocida, deliciosa, relegada al silencio por una mujer charlatana, con valer mil veces más que ella, era el marqués, y hubiera sentido al declarar esto la misma índole de aplacamiento refrigerador que el crítico que, al cabo de setenta años que viene admirándose de Hernani, confiesa preferir a esta obra el Lion Amoureux. Debido a la misma necesidad enfermiza de novedades arbitrarias, si desde su juventud se compadecía a una mujer modelo, una verdadera santa, por haberse casado con un pillo, un buen día la señora de Guermantes afirmaba que el tal pillo era un hombre ligero, pero de un corazón excelente, así que la implacable dureza de su mujer había impulsado a verdaderas inconsecuencias. Sabía yo que no sólo entre las obras, en la larga serie de los siglos, sino incluso en el seno de una misma obra, juega la crítica a hundir de nuevo en la sombra lo que era radiante desde hace demasiado tiempo, y a hacer salir de aquélla lo que parecía condenado a la oscuridad definitiva. No sólo había visto a Bellini, a Winterhalter, a los arquitectos jesuitas, a un ebanista de la Restauración pasar a ocupar el puesto de unos genios de quienes se decía que estaban cansados ya, simplemente porque los ociosos intelectuales se habían cansado de ellos, como están siempre cansados y son mudadizos los neurasténicos: había visto preferir en Sainte-Beuve sucesivamente al crítico y al poeta, yrenegar de Musset en cuanto a sus versos, salvo algunas obrillas harto insignificantes. Indudablemente yerran ciertos ensayistas al poner por encima de las escenas más célebres del Cid o de Polyeucte tal trozo del Menteur, que, como un plano antiguo, nos informe acerca del París de la época; pero su predilección, justificada, ya que no por motivos de belleza, a lo menos por un interés documental, resulta demasiado racional todavía para la crítica loca. Da ésta todo Moliére por un verso del Etourdi, y, aun encontrando el Tristán de Wagner pesado, salvará de él una “nota de como preciosa”, en el momento en que pasa el cortejo de los cazadores. Esta depravación me ayudó a comprender la de que daba pruebas la señora de Guermantes cuando decidía que un hombre de su mundo, reconocido como de gran corazón, pero tonto, era un monstruo de egoísmo, más ladino de lo que se creía; que otro, conocido por su generosidad, podía simbolizar la avaricia; que a una buena madre le traían sin cuidado sus hijos, y que una mujer a la que se creía viciosa tenía los más nobles sentimientos. Como echadas a perder por la nulidad de la vida mundana, la inteligencia y la sensibilidad de la señora de Guermantes eran demasiado vacilantes para que la repulsión no sucediese en ella con bastante rapidez al entusiasmo (sin perjuicio de sentirse de nuevo atraída hacia la clase de talento que sucesivamente había perseguido y abandonado), ypara que el encanto que había encontrado a un hombre de valía no sufriese cambio, si la trataba demasiado, buscaba demasiadamente en sí misma direcciones que, era incapaz de darle, con una irritación que creía producida por su admirador y que no lo era sino por la impotencia en que se halla uno de encontrar el placer cuando se contenta con buscarlo. Las variaciones de juicio de la duquesa no perdonaban a nadie, excepto a su marido. Sólo él no la había querido nunca; la duquesa había sentido siempre en él un carácter de hierro, indiferente a los caprichos que tenía ella, desdeñador de su belleza, violento, con una de esas voluntades que no cejan nunca y bajo cuya ley, únicamente, saben hallar la tranquilidad los nerviosos. Por otra parte, el señor de Guermantes, que perseguía un mismo tipo de belleza femenina, aunque buscándolo en queridas frecuentemente renovadas, no tenía, una vez que las había dejado, y para burlarse de ellas, más que una compañera duradera, idéntica, que a menudo lo irritaba con su cháchara, pero de la cual sabía que todo el mundo la tenía por la más hermosa, la más virtuosa, la más inteligente, la más instruida de la aristocracia, por una mujer que demasiada suerte tenía él, el señor de Guermantes, en poseer, que encubría todos sus desórdenes, recibía ala gente como nadie y conservaba a su salón su categoría de primer salón del barrio de Saint-Germain. Esta opinión de los demás compartíala también él; malhumorado frecuentemente contra su mujer, estaba orgulloso de ella. Si, tan avaro como fastuoso, le negaba el dinero, por poco que fuese, para caridades, para los criados, le importaba mucho que tuviese los trajes más magníficos y los troncos de caballos más hermosos. Cada vez que la señora de Guermantes acababa de inventar, a propósito de los méritos y de efectos, bruscamente trastrocados por ella, de alguno de sus amigos una nueva y exquisita paradoja, ardía en deseos de ensayarla delante de personas capaces de apreciarla, de hacer saborear su originalidad psicológica y brillar su malignidad lapidaria. Evidentemente, estas opiniones nuevas no contenían, de ordinario, más verdad que las antiguas, sino con frecuencia menos; pero precisamente lo que de arbitrarias e inesperadas tenían les daba cierto viso intelectual que hacía conmovedor el comunicarlas. Sólo que el paciente sobre el que acababa de operar la psicología de la duquesa era, por lo general, un íntimo, del que aquellos a quienes deseaba ella transmitir su descubrimiento ignoraban por completo que no estuviese ya en el colmo del favor; asimismo, la fama que tenía la señora de Guermantes de incomparable amiga sentimental, cariñosa y leal, hacía difícil iniciar el ataque; la duquesa podía, a lo sumo, intervenir luego, como molesta y forzada, dando la réplica para aplacar, para contradecir en apariencia, para apoyar, de hecho, a un compañero que se había encargado de provocarla; ése era justamente el papel en que descollaba el señor de Guermantes.
Quant aux actions mondaines, c′était encore un autre plaisir arbitrairement théâtral que Mme de Guermantes éprouvait à émettre sur elles de ces jugements imprévus qui fouettaient de surprises incessantes et délicieuses la princesse de Parme. Mais ce plaisir de la duchesse, ce fut moins à l′aide de la critique littéraire que d′après la vie politique et la chronique parlementaire, que j′essayai de comprendre quel il pouvait être. Les édits successifs et contradictoires par lesquels Mme de Guermantes renversait sans cesse l′ordre des valeurs chez les personnes de son milieu ne suffisant plus à la distraire, elle cherchait aussi, dans la manière dont elle dirigeait sa propre conduite sociale, dont elle rendait compte de ses moindres décisions mondaines, à goûter ces émotions artificielles, à obéir à ces devoirs factices qui stimulent la sensibilité des assemblées et s′imposent à l′esprit des politiciens. On sait que quand un ministre explique à la Chambre qu′il a cru bien faire en suivant une ligne de conduite qui semble en effet toute simple à l′homme de bon sens qui le lendemain dans son journal lit le compte rendu de la séance, ce lecteur de bon sens se sent pourtant remué tout d′un coup, et commence à douter d′avoir eu raison d′approuver le ministre, en voyant que le discours de celui-ci a été écouté au milieu d′une vive agitation et ponctué par des expressions de blâme telles que: «C′est très grave», prononcées par un député dont le nom et les titres sont si longs et suivis de mouvements si accentués que, dans l′interruption tout entière, les mots «c′est très grave!» tiennent moins de place qu′un hémistiche dans un alexandrin. Par exemple autrefois, quand M. de Guermantes, prince des Laumes, siégeait à la Chambre, on lisait quelquefois dans les journaux de Paris, bien que ce fût surtout destiné à la circonscription de Méséglise et afin de montrer aux électeurs qu′ils n′avaient pas porté leurs votes sur un mandataire inactif ou muet: «Monsieur de Guermantes–Bouillon, prince des Laumes: «Ceci est grave!» Très bien! au centre et sur quelques bancs à droite, vives exclamations à l′extrême gauche.» En cuanto a los actos mundanos, era otro placer más, arbitrariamente teatral, el que experimentaba la señora de Guermantes al emitir sobre ellos aquellos juicios imprevistos que fustigaban con sorpresas incesantes y deliciosas a la princesa de Parma. Pero este placer de la duquesa fue menos con ayuda de la crítica literaria que por medio de la vida política y la crónica parlamentaria como intenté comprender cuál podía ser. Como los decretos sucesivos y contradictorios con que la señora de Guermantes subvertía sin cesar el orden de los valores en las personas de su medio no bastaban ya a distraerla, en la manera que tenía de dirigir su propia conducta social de dar cuenta de sus menores decisiones mundanas, buscaba igualmente saborear esas emociones artificiales, obedecer a esos deberes ficticios que estimulan la sensibilidad de las asambleas y se imponen al espíritu de los políticos Sabido es que cuando un ministro explica a la Cámara que ha creído obrar bien siguiendo una línea de conducta que le parece, en efecto, sencillísima al hombre de sentido común que a la mañana siguiente lee en su periódico la reseña de la sesión, ese mismo lector de sentido común siente, sin embargo, súbitamente removido, y empieza a dudar de si habrá tenido razón en aprobar al ministro, al ver que el discurso de éste ha sido escuchado en medio de una viva agitación y puntuado por expresiones de censura tales como: “Eso es gravísimo”, pronunciadas por un, diputado cuyo apellido y títulos son tan largos yvan seguidos de movimientos tan acentuados, que, en toda la interrupción, las palabras “Eso es gravísimo” ocupan menos lugar que un hemistiquio en un alejandrino. Por ejemplo, en otro tiempo, cuando el señor de Guermantes, príncipe de los Laumes, se sentaba en la amara, leíase a veces en los diarios de París, al-in cuando la cosa estuviera destinada principalmente al distrito de Méséglise, y con objeto de demostrar a los electores que no habían dado sus votos a un mandatario inactivo o mudo: (El señor de Guermantes-Bouillon, príncipe de los Laumes: “¡Eso es grave!” Gritos de “¡Muy bien! ¡Muy bien!” en el centro y en algunos escaños de la derecha, protestas clamorosas en la extrema izquierda.)
Le lecteur de bon sens garde encore une lueur de fidélité au sage ministre, mais son coeur est ébranlé de nouveaux battements par les premiers mots du nouvel orateur qui répond au ministre: El lector de sentido común conserva todavía una vislumbre de fidelidad al sensato ministro; pero su corazón es alterado con nuevas palpitaciones por las primeras palabras del nuevo orador, que responde al ministro:
«L′étonnement, la stupeur, ce n′est pas trop dire (vive sensation dans la partie droite de l′hémicycle), que m′ont causés les paroles de celui qui est encore, je suppose, membre du Gouvernement (tonnerre d′applaudissements) . . . Quelques députés s′empressent vers le banc des ministres; M. le Sous–Secrétaire d′État aux Postes et Télégraphes fait de sa place avec la tête un signe affirmatif.» Ce «tonnerre d′applaudissements», emporte les dernières résistances du lecteur de bon sens, il trouve insultante pour la Chambre, monstrueuse, une façon de procéder qui en soi-même est insignifiante; au besoin, quelque fait normal, par exemple: vouloir faire payer les riches plus que les pauvres, la lumière sur une iniquité, préférer la paix à la guerre, il le trouvera scandaleux et y verra une offense à certains principes auxquels il n′avait pas pensé en effet, qui ne sont pas inscrits dans le coeur de l′homme, mais qui émeuvent fortement à cause des acclamations qu′ils déchaînent et des compactes majorités qu′ils rassemblent. “No exagero si digo que el asombro, el estupor (honda sensación en la derecha del hemiciclo) que me han causado las palabras del que es todavía, supongo, miembro del Gobierno... (una tempestad de aplausos). Algunos diputados se dirigen presurosos al banco de los ministros; el señor subsecretario de Correos y Telégrafos hace con la cabeza, desde su sitio, una seña afirmativa.” La “tormenta de aplausos” se lleva a rastras las últimas resistencias del lector de sentido común, que encuentra ofensiva para la Cámara, monstruosa, una manera de proceder que en sí misma es insignificante; si a mano viene, un hecho normal, por ejemplo: querer hacer pagar a los ricos más que a los pobres, proyectar luz sobre una iniquidad, preferir la paz a la guerra, le parecerá escandaloso y verá con ello una ofensa a ciertos principios en que no había pensado, en efecto, que no están inscriptos en el corazón del hombre, pero que impresionan vigorosamente merced a las aclamaciones que desencadenan y a las compactas mayorías que reúnen.
Il faut d′ailleurs reconnaître que cette subtilité des hommes politiques, qui me servit à m′expliquer le milieu Guermantes et plus tard d′autres milieux, n′est que la perversion d′une certaine finesse d′interprétation souvent désignée par «lire entre les lignes». Si dans les assemblées il y a absurdité par perversion de cette finesse, il y a stupidité par manque de cette finesse dans le public qui prend tout «à la lettre», qui ne soupçonne pas une révocation quand un haut dignitaire est relevé de ses fonctions «sur sa demande» et qui se dit: «Il n′est pas révoqué puisque c′est lui qui l′a demandé», une défaite quand les Russes par un mouvement stratégique se replient devant les Japonais sur des positions plus fortes et préparées à l′avance, un refus quand une province ayant demandé l′indépendance à l′empereur d′Allemagne, celui-ci lui accorde l′autonomie religieuse. Il est possible d′ailleurs, pour revenir à ces séances de la Chambre, que, quand elles s′ouvrent, les députés eux-mêmes soient pareils à l′homme de bon sens qui en lira le compte rendu. Apprenant que des ouvriers en grève ont envoyé leurs délégués auprès d′un ministre, peut-être se demandent-ils naîµ¥ment: «Ah! voyons, que se sont-ils dit? espérons que tout s′est arrangé», au moment où le ministre monte à la tribune dans un profond silence qui déjà met en goût d′émotions artificielles. Les premiers mots du ministre: «Je n′ai pas besoin de dire à la Chambre que j′ai un trop haut sentiment des devoirs du gouvernement pour avoir reçu cette délégation dont l′autorité de ma charge n′avait pas à connaître», sont un coup de théâtre, car c′était la seule hypothèse que le bon sens des députés n′eût pas faite. Mais justement parce que c′est un coup de théâtre, il est accueilli par de tels applaudissements que ce n′est qu′au bout de quelques minutes que peut se faire entendre le ministre, le ministre qui recevra, en retournant à son banc, les félicitations de ses collègues. On est aussi ému que le jour où il a négligé d′inviter à une grande fête officielle le président du Conseil municipal qui lui faisait opposition, et on déclare que dans l′une comme dans l′autre circonstance il a agi en véritable homme d′État. Hay que reconocer, por la demás, que esta sutileza de los políticos, que me sirvió para explicarme el medio de los Guermantes, y más tarde otros, no es sino la perversión de cierta agudeza de interpretación designada a menudo como “leer entre líneas”. Si en las asambleas se da el absurdo por perversión de esa agudeza, por falta de ella peca de estupidez el público que lo toma todo “al pie de la letra”, que no sospecha que haya habido una destitución cuando se releva de sus funciones a un alto dignatario “a petición suya”, y que se dice: “No lo han destituido, puesto que es el mismo quien lo ha solicitado”; que no recela una derrota estando los rusos, en un movimiento estratégico, se repliegan ante los japoneses a finas posiciones más fuertes y preparadas de antemano, ni una repulsa cuando a una provincia que ha pedido a independencia al emperador de Alemania le concede éste la autonomía religiosa. Es posible, por otra parte, volviendo a las sesiones de la Cámara, que, al abrirse éstas, los mismos diputados se asemejen al hombre de sentido común que habrá de leer la reseña de la sesión. Al enterarse de que unos obreros en huelga han enviado sus delegados a un ministro, quizá se pregunten ingenuamente: “¡Ah!, bueno, ¿qué se han dicho? Es de esperar que todo se haya arreglado”, en el momento en que el ministro sube a la tribuna en medio de un profundo silencio que excita ya un deseo de emociones artificiales. Las primeras palabras del ministro: “No necesito decir a la Cámara que tengo un sentido demasiado elevado de los deberes de la gobernación para no haber recibido a esa delegación, a la cual no tenía por qué reconocer la autoridad de mi cargo”, son un efecto de teatro, ya que ésa era la única hipótesis que no se había forjado el sentido común de los diputados. Pero precisamente por ser un efecto de teatro es recibido con tales aplausos, que hasta que han pasado unos minutos no puede hacerse oír el ministro, el ministro que habrá de recibir, al volver a su banca, las felicitaciones de sus colegas. La gente está tan impresionada como el día en que ese ministro se olvidó de invitar al alcalde presidente, que lo combatía, a una gran fiesta oficial, y todos declaran que tanto en una como en otra ocasión ha procedido como un verdadero hombre de Estado.
M. de Guermantes, à cette époque de sa vie, avait, au grand scandale des Courvoisier, fait souvent partie des collègues qui venaient féliciter le ministre. J′ai entendu plus tard raconter que, même à un moment où il joua un assez grand rôle à la Chambre et où on songeait à lui pour un ministère ou une ambassade, il était, quand un ami venait lui demander un service, infiniment plus simple, jouait politiquement beaucoup moins au grand personnage politique que tout autre qui n′eût pas été le duc de Guermantes. Car s′il disait que la noblesse était peu de chose, qu′il considérait ses collègues comme des égaux, il n′en pensait pas un mot. Il recherchait, feignait d′estimer, mais méprisait les situations politiques, et comme il restait pour lui-même M. de Guermantes, elles ne mettaient pas autour de sa personne cet empesé des grands emplois qui rend d′autres inabordables. Et par là, son orgueil protégeait contre toute atteinte non pas seulement ses façons d′une familiarité affichée, mais ce qu′il pouvait avoir de simplicité véritable. El señor de Guermantes, en esa época de su vida, había formado a menudo, con gran escándalo de los Courvoisier-, entre los colegas que iban a felicitar al ministro. Más tarde he oído contar que incluso en un momento en que desempeñó un papel de bastante importancia en la Cámara y en que se pensaba en él para una cartera o una embajada, era, cuando algún amigo iba a pedirle un favor, infinitamente más sencillo, jugaba políticamente mucho menos al personaje político de campanillas que cualquier otro que no hubiera sido el duque de Guermantes. Porque si decía que la nobleza era muy poco, que consideraba a sus colegas como iguales suyos, ni por asomo pensaba semejante cosa. Perseguía la posición política, fingía estimarla, pero la despreciaba, y como seguía siendo para sí mismo el señor de Guermantes, esa posición no ponía en torno a una persona el envaramiento de los altos puestos que hace a otros inabordables. Y con esto, su orgullo protegía contra todo embate no sólo sus maneras, de una familiaridad alardosa, sino cuanto en él podía haber de sencillez auténtica.
Pour en revenir à ces décisions artificielles et émouvantes comme celles des politiciens, Mme de Guermantes ne déconcertait pas moins les Guermantes, les Courvoisier, tout le faubourg et plus que personne la princesse de Parme, par des décrets inattendus sous lesquels on sentait des principes qui frappaient d′autant plus qu′on s′en était moins avisé. Si le nouveau ministre de Grèce donnait un bal travesti, chacun choisissait un costume, et on se demandait quel serait celui de la duchesse. L′une pensait qu′elle voudrait être en Duchesse de Bourgogne, une autre donnait comme probable le travestissement en princesse de Dujabar, une troisième en Psyché. Enfin une Courvoisier ayant demandé: «En quoi te mettras-tu, Oriane?» provoquait la seule réponse à quoi l′on n′eût pas pensé: «Mais en rien du tout!» et qui faisait beaucoup marcher les langues comme dévoilant l′opinion d′Oriane sur la véritable position mondaine du nouveau ministre de Grèce et sur la conduite à tenir à son égard, c′est-à-dire l′opinion qu′on aurait dû prévoir, à savoir qu′une duchesse «n′avait pas à se rendre» au bal travesti de ce nouveau ministre. «Je ne vois pas qu′il y ait nécessité à aller chez le ministre de Grèce, que je ne connais pas, je ne suis pas Grecque, pourquoi irais-je là-bas, je n′ai rien à y faire», disait la duchesse. Volviendo a esas decisiones artificiales e impresionantes como las de los políticos, la señora de Guermantes no desconcertaba menos a los Guermantes o los Courvoisier, a todo el barrio, y más que a nadie a la princesa de Parma, con fallos inesperados bajo los cuales adivinábanse unos principios que hacían tanto más efecto cuanto menos advertido de ellos había estado uno. Si el nuevo ministro de Grecia daba un baile de trajes, cada cual escogía su disfraz, y la gente se preguntaba cuál sería el de la duquesa. Uno pensaba que querría ir de Duquesa de Borgoña; otro daba como probable el disfraz de Princesa de Dujabar; un tercero, el de Psique. Por último, una Courvoisier que había preguntado: “¿Y tú, de qué vas a disfrazarte, Oriana?”, provocaba la única respuesta en que nadie había pensado: “¡De nada!”, y que daba juego de firme a las lenguas como si revelara la opinión de Oriana sobre la verdadera posición mundana del, nuevo ministro de Grecia y sobre la conducta que debía seguirse respecto de él; es decir, la opinión que hubiera debido preverse, a saber: que una duquesa “no tenía que” ir al baile de trajes de ese nuevo ministro. “No veo que haya necesidad de ir a casa del ministro de Grecia, al que no conozco; no soy griega, ¿a qué he de ir?, nada se me pierde allí”, decía la duquesa.
— Mais tout le monde y va, il paraît que ce sera charmant, s′écriait Mme de Gallardon. “¡Pero si todo el mundo va!; parece ser que va a estar aquello encantador”, exclamaba la señora de Gallardon.
— Mais c′est charmant aussi de rester au coin de son feu, répondait Mme de Guermantes. Les Courvoisier n′en revenaient pas, mais les Guermantes, sans imiter, approuvaient. «Naturellement tout le monde n′est pas en position comme Oriane de rompre avec tous les usages. Mais d′un côté on ne peut pas dire qu′elle ait tort de vouloir montrer que nous exagérons en nous mettant à plat ventre devant ces étrangers dont on ne sait pas toujours d′où ils viennent.» Naturellement, sachant les commentaires que ne manqueraient pas de provoquer l′une ou l′autre attitude, Mme de Guermantes avait autant de plaisir à entrer dans une fête où on n′osait pas compter sur elle, qu′à rester chez soi ou à passer la soirée avec son mari au théâtre, le soir d′une fête où «tout le monde allait», ou bien, quand on pensait qu′elle éclipserait les plus beaux diamants par un diadème historique, d′entrer sans un seul bijou et dans une autre tenue que celle qu′on croyait à tort de rigueur. Bien qu′elle fût antidreyfusarde (tout en croyant à l′innocence de Dreyfus, de même qu′elle passait sa vie dans le monde tout en ne croyant qu′aux idées), elle avait produit une énorme sensation à une soirée chez la princesse de Ligne, d′abord en restant assise quand toutes les dames s′étaient levées à l′entrée du général Mercier, et ensuite en se levant et en demandant ostensiblement ses gens quand un orateur nationaliste avait commencé une conférence, montrant par là qu′elle ne trouvait pas que le monde fût fait pour parler politique; toutes les têtes s′étaient tournées vers elle à un concert du Vendredi Saint où, quoique voltairienne, elle n′était pas restée parce qu′elle avait trouvé indécent qu′on mît en scène le Christ. On sait ce qu′est, même pour les plus grandes mondaines, le moment de l′année où les fêtes commencent: au point que la marquise d′Amoncourt, laquelle, par besoin de parler, manie psychologique, et aussi manque de sensibilité, finissait souvent par dire des sottises, avait pu répondre à quelqu′un qui était venu la condoléancer sur la mort de son père, M. de Montmorency: «C′est peut-être encore plus triste qu′il vous arrive un chagrin pareil au moment où on a à sa glace des centaines de cartes d′invitations.» Eh bien, à ce moment de l′année, quand on invitait à dîner la duchesse de Guermantes en se pressant pour qu′elle ne fût pas déjà retenue, elle refusait pour la seule raison à laquelle un mondain n′eût jamais pensé: elle allait partir en croisière pour visiter les fjords de la Norvège, qui l′intéressaient. Les gens du monde en furent stupéfaits, et sans se soucier d′imiter la duchesse éprouvèrent pourtant de son action l′espèce de soulagement qu′on a dans Kant quand, après la démonstration la plus rigoureuse du déterminisme, on découvre qu′au-dessus du monde de la nécessité il y a celui de la liberté. Toute invention dont on ne s′était jamais avisé excite l′esprit, même des gens qui ne savent pas en profiter. Celle de la navigation à vapeur était peu de chose auprès d′user de la navigation à vapeur à l′époque sédentaire de la season . L′idée qu′on pouvait volontairement renoncer à cent dîners ou déjeuners en ville, au double de «thés», au triple de soirées, aux plus brillants lundis de l′Opéra et mardis des Français pour aller visiter les fjords de la Norvège ne parut pas aux Courvoisier plus explicable que Vingt mille lieues sous les Mers , mais leur communiqua la même sensation d′indépendance et de charme. Aussi n′y avait-il pas de jour où l′on n′entendît dire, non seulement «vous connaissez le dernier mot d′Oriane?», mais «vous savez la dernière d′Oriane?» Et de la «dernière d′Oriane», comme du dernier «mot» d′Oriane, on répétait: «C′est bien d′Oriane»; «c′est de l′Oriane tout pur.» La dernière d′Oriane, c′était, par exemple, qu′ayant à répondre au nom d′une société patriotique au cardinal X . . ., évêque de Maçon (que d′habitude M. de Guermantes, quand il parlait de lui, appelait «Monsieur de Mascon», parce que le duc trouvait cela vieille France), comme chacun cherchait à imaginer comment la lettre serait tournée, et trouvait bien les premiers mots: «Éminence» ou «Monseigneur», mais était embarrassé devant le reste, la lettre d′Oriane, à l′étonnement de tous, débutait par «Monsieur le cardinal» à cause d′un vieil usage académique, ou par «Mon cousin», ce terme étant usité entre les princes de l′Église, les Guermantes et les souverains qui demandaient à Dieu d′avoir les uns et les autres «dans sa sainte et digne garde». Pour qu′on parlât d′une «dernière d′Oriane», il suffisait qu′à une représentation où il y avait tout Paris et où on jouait une fort jolie pièce, comme on cherchait Mme de Guermantes dans la loge de la princesse de Parme, de la princesse de Guermantes, de tant d′autres qui l′avaient invitée, on la trouvât seule, en noir, avec un tout petit chapeau, à un fauteuil où elle était arrivée pour le lever du rideau. «On entend mieux pour une pièce qui en vaut la peine», expliquait-elle, au scandale des Courvoisier et à l′émerveillement des Guermantes et de la princesse de Parme, qui découvraient subitement que le «genre» d′entendre le commencement d′une pièce était plus nouveau, marquait plus d′originalité et d′intelligence (ce qui n′était pas pour étonner de la part d′Oriane) que d′arriver pour le dernier acte après un grand dîner et une apparition dans une soirée. Tels étaient les différents genres d′étonnement auxquels la princesse de Parme savait qu′elle pouvait se préparer si elle posait une question littéraire ou mondaine à Mme de Guermantes, et qui faisaient que, pendant ces dîners chez la duchesse, l′Altesse ne s′aventurait sur le moindre sujet qu′avec la prudence inquiète et ravie de la baigneuse émergeant entre deux «lames». “Pero es que también es encantador quedarse en casa al amor del fuego”, replicaba la señora de Guermantes. Los Courvoisier no salían de su asombro; pero los Guermantes, sin imitar, aprobaban. “Naturalmente, no todo el mundo está en situación, como Oriana, de romper con todos los Lisos. Pero, por una parte, no puede decirse que le falte razón en hacer ver que exageramos al ponernos a gatas ante esos extranjeros que no siempre se sabe de dónde vienen.” Naturalmente, sabiendo los comentarios que no dejarían de provocar una u otra actitud, la señora de Guermantes hallaba tanto placer en entrar en una fiesta en que no se atrevían a contar con ella, como en quedarse en casa o en pasar la velada con su marido en el teatro la noche de una fiesta a la que “iba todo el mundo”, o bien, cuando se pensaba que eclipsaría a los diamantes más hermosos con una diadema histórica, entrar sin una sola joya y con otro traje que el que se creía infundadamente de rigor. Bien que fuese antidreyfusista (sin dejar de creer en la inocencia de Dreyfus, de igual suerte que se pasaba la vida en sociedad, a pesar de no creer más que en las ideas), había producido una enorme sensación en una velada en casa de la princesa de Ligne: primero, quedándose sentada cuando todas las señoras se habían levantado al entrar el general Mercier, yluego levantándose yllamando ostensiblemente a sus criados cuando un orador nacionalista había empezado una conferencia, mostrando con ello que no le parecía que las reuniones mundanas se hubiesen hecho para hablar de política; todas las cabezas se habían vuelto hacia ella en un concierto de Viernes Santos al que, con ser volteriana, no se había quedado por juzgar indecoroso que se sacase a escena a Cristo. Ya se sabe lo que es, aun para los más grandes mundanos, el momento del año en que empiezan las fiestas, hasta el punto de que la marquesa de Amoncourt, que por necesidad de hablar, por manía psicológica, y también por falta de sensibilidad, acababa a menudo por decir tonterías, había podido responder a uno que había ido a darle el pésame por la muerte de su padre, el señor de Montmorency: “Y acaso sea todavía más triste tener que pasar por una pena como ésta en el momento en que tiene una en su espejo centenares de tarjetas de invitación. Pues bien; en ese momento del año, cuando la gente invitaba a cenar a la duquesa de Guermantes, apresurándose, no fuese que estuviera ya comprometida, ella declinaba las invitaciones por la única razón en que jamás hubiera pensado un mundano: iba a emprender una excursión por mar para visitar los fiordos de Noruega, que le interesaban. Las gentes del gran mundo se quedaron estupefactas y, sin cuidarse de imitar a la duquesa, experimentaron, sin embargo, por obra de su acción, el género de alivio que se siente al leer a Kant cuando, después de la demostración más rigurosa del determinismo, se descubre que por encima del mundo de la necesidad hay el de la libertad. Toda invención en que no había caído uno nunca excita el espíritu incluso de la gente que no sabe aprovecharse de esa invención. La de la navegación a vapor era poca cosa comparada con hacer uso de la misma en la época sedentaria de la season. La idea de que se podía renunciar voluntariamente a cien cenas o almuerzos fuera de casa, al doble de “tés”, al triple de reuniones, a los más brillantes lunes de la ópera y martes de “los Franceses” por ir a visitar los fiordos de Noruega no les pareció a los Courvoisier más explicable que Veinte mil leguas de viaje submarino, pero les comunicó la misma sensación de independencia y de hechizo. Así, no había día que no se oyera decir no sólo “¿Conoce usted la última ocurrencia de Oriana?”, sino: “¿Sabe usted lo último de Oriana?”. Y de lo “último de Oriana”, como de “la última ocurrencia de Oriana”, se repetía: “Es muy de Oriana”, “es Oriana clavada”. Lo último de Oriana era, por ejemplo, que, teniendo que contestar en nombre de una sociedad patriótica al cardenal X..., obispo de Mâcon (al que de ordinario el señor de Guermantes, cuando hablaba de él, llamaba “el señor de Mascon”, por parecerle esto al duque muy “antigua Francia”), cuando todo el mundo andaba tratando de imaginarse cómo había de ir redactada la carta y encontraba sin esfuerzo las primeras palabras: “Eminencia o Monseñor”, pero estaba en un aprieto ante el resto, la carta que Oriana, con asombro de todos, empezaba: “Señor cardenal”, debido a un añejo uso académico, o: “primo”, por usarse este término entre los príncipes de la Iglesia, los Guermantes y los soberanos que pedían a Dios tuviese a unos yotros “en su santa ydigna guarda”. Para que se habla de lo “último” de Oriana bastaba con que en una representación en que estaba todo París y en la que ponían una obra muy bonita, cuando se buscaba a la señora de Guermantes en el palco de la princesa de Parma, de la princesa de Guermantes, de tantas otras que la habían invitado, se la encontraba sola, de negro, con un sombrerito, en una butaca a la que había llegado para asistir al momento de alzarse el telón. “Se oye mejor, tratándose de una obra que vale la pena”, explicaba ante el escándalo de los Courvoisier y el maravillado asombro de los Guermantes y de la princesa de Parma, que descubrían súbitamente que la “moda” de oír el comienzo de una obra era cosa más nueva, revelaba más originalidad e inteligencia (lo cual no era de extrañar en Oriana) que llegar al último acto después de una gran cena y de haberse dejado ver en una reunión. Tales eran las diferentes clases de asombro a que sabía la princesa de Parma que podía prepararse si dirigía alguna pregunta literaria o mundana a la señora de Guermantes, y que hacían que en estas cenas en casa de la duquesa no se arriesgara Su Alteza a hablar del menor tema como no fuese con la cautela inquieta y arrebatada de la bañista que emerge entre dos “olas”.
Parmi les éléments qui, absents des deux ou trois autres salons à peu près équivalents qui étaient à la tête du faubourg Saint–Germain, différenciaient d′eux le salon de la duchesse de Guermantes, comme Leibniz admet que chaque monade en reflétant tout l′univers y ajoute quelque chose de particulier, un des moins sympathiques était habituellement fourni par une ou deux très belles femmes qui n′avaient de titre à être là que leur beauté, l′usage qu′avait fait d′elles M. de Guermantes, et desquelles la présence révélait aussitôt, comme dans d′autres salons tels tableaux inattendus, que dans celui-ci le mari était un ardent appréciateur des grâces féminines. Elles se ressemblaient toutes un peu; car le duc avait le goût des femmes grandes, à la fois majestueuses et désinvoltes, d′un genre intermédiaire entre la Vénus de Milo et la Victoire de Samothrace; souvent blondes, rarement brunes, quelquefois rousses, comme la plus récente, laquelle était à ce dîner, cette vicomtesse d′Arpajon qu′il avait tant aimée qu′il la força longtemps à lui envoyer jusqu′à dix télégrammes par jour (ce qui agaçait un peu la duchesse), correspondait avec elle par pigeons voyageurs quand il était à Guermantes, et de laquelle enfin il avait été pendant longtemps si incapable de se passer, qu′un hiver qu′il avait dû passer à Parme, il revenait chaque semaine à Paris, faisant deux jours de voyage pour la voir. Entre los elementos que, ausentes de los dos o tres salones aproximadamente equivalentes que estaban a la cabeza del barrio de Saint-Germain, diferenciaban de ellos el salón de la duquesa de Guermantes, como Leibnitz admite que cada mónada, al reflejar todo el universo, le añade algo privativo, uno de los menos simpáticos era aportado habitualmente por una o dos mujeres hermosísimas que no tenían otro título para estar allí que su belleza, el uso que de ella había hecho el señor de Guermantes, y cuya presencia revelaba inmediatamente, como en otros salones ciertos cuadros inesperados, que en éste el marido era un ardiente apreciador de las gracias femeninas. Todas ellas se parecían un poco: porque al duque le gustaban las mujeres altas, a un tiempo majestuosas y desenvueltas, de un género intermedio entre la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia, frecuentemente rubias, rara vez morenas, en ocasiones pelirrojas, como la más reciente, que se hallaba en esta cena, aquella vizcondesa de Arpajon a la que tanto había querido el duque, que durante mucho tiempo la obligó a ponerle hasta diez telegramas por día (cosa que irritaba un poco a la duquesa), se carteaba con ella por medio de palomas mensajeras cuando estaba en Guermantes, y sin la que, en fin, había sido por espacio de largo tiempo tan incapaz de vivir, que un invierno que había tenido que pasar en Parma volvía todas las semanas a París, haciendo un viaje de dos días, por verla.
D′ordinaire, ces belles figurantes avaient été ses maîtresses mais ne l′étaient plus (c′était le cas pour Mme d′Arpajon) ou étaient sur le point de cesser de l′être. Peut-être cependant le prestige qu′exerçaient sur elle la duchesse et l′espoir d′être reçues dans son salon, quoiqu′elles appartinssent elles-mêmes à des milieux fort aristocratiques mais de second plan, les avaient-elles décidées, plus encore que la beauté et la générosité de celui-ci, à céder aux désirs du duc. D′ailleurs la duchesse n′eût pas opposé à ce qu′elles pénétrassent chez elle une résistance absolue; elle savait qu′en plus d′une, elle avait trouvé une alliée, grâce à laquelle, elle avait obtenu mille choses dont elle avait envie et que M. de Guermantes refusait impitoyablement à sa femme tant qu′il n′était pas amoureux d′une autre. Aussi ce qui expliquait qu′elles ne fussent reçues chez la duchesse que quand leur liaison était déjà fort avancée tenait plutôt d′abord à ce que le duc, chaque fois qu′il s′était embarqué dans un grand amour, avait cru seulement à une simple passade en échange de laquelle il estimait que c′était beaucoup que d′être invité chez sa femme. Or, il se trouvait l′offrir pour beaucoup moins, pour un premier baiser, parce que des résistances, sur lesquelles il n′avait pas compté, se produisaient, ou au contraire qu′il n′y avait pas eu de résistance. En amour, souvent, la gratitude, le désir de faire plaisir, font donner au delà de ce que l′espérance et l′intérêt avaient promis. Mais alors la réalisation de cette offre était entravée par d′autres circonstances. D′abord toutes les femmes qui avaient répondu à l′amour de M. de Guermantes, et quelquefois même quand elles ne lui avaient pas encore cédé, avaient été tour à tour séquestrées par lui. Il ne leur permettait plus de voir personne, il passait auprès d′elles presque toutes ses heures, il s′occupait de l′éducation de leurs enfants, auxquels quelquefois, si l′on doit en juger plus tard sur de criantes ressemblances, il lui arriva de donner un frère ou une soeur. Puis si, au début de la liaison, la présentation à Mme de Guermantes, nullement envisagée par le duc, avait joué un rôle dans l′esprit de la maîtresse, la liaison elle-même avait transformé les points de vue de cette femme; le duc n′était plus seulement pour elle le mari de la plus élégante femme de Paris, mais un homme que sa nouvelle maîtresse aimait, un homme aussi qui souvent lui avait donné les moyens et le goût de plus de luxe et qui avait interverti l′ordre antérieur d′importance des questions de snobisme et des questions d′intérêt; enfin quelquefois, une jalousie de tous genres contre Mme de Guermantes animait les maîtresses du duc. Mais ce cas était le plus rare; d′ailleurs, quand le jour de la présentation arrivait enfin (à un moment où elle était d′ordinaire déjà assez indifférente au duc, dont les actions, comme celles de tout le monde, étaient plus souvent commandées par les actions antérieures, dont le mobile premier n′existait plus) il se trouvait souvent que ç‘avait été Mme de Guermantes qui avait cherché à recevoir la maîtresse en qui elle espérait et avait si grand besoin de rencontrer, contre son terrible époux, une précieuse alliée. Ce n′est pas que, sauf à de rares moments, chez lui, où, quand la duchesse parlait trop, il laissait échapper des paroles et surtout des silences qui foudroyaient, M. de Guermantes manquât vis-à-vis de sa femme de ce qu′on appelle les formes. Les gens qui ne les connaissaient pas pouvaient s′y tromper. Quelquefois, à l′automne, entre les courses de Deauville, les eaux et le départ pour Guermantes et les chasses, dans les quelques semaines qu′on passe à Paris, comme la duchesse aimait le café-concert, le duc allait avec elle y passer une soirée. Le public remarquait tout de suite, dans une de ces petites baignoires découvertes où l′on ne tient que deux, cet Hercule en «smoking» (puisqu′en France on donne à toute chose plus ou moins britannique le nom qu′elle ne porte pas en Angleterre), le monocle à l′oeil, dans sa grosse mais belle main, à l′annulaire de laquelle brillait un saphir, un gros cigare dont il tirait de temps à autre une bouffée, les regards habituellement tournés vers la scène, mais, quand il les laissait tomber sur le parterre où il ne connaissait d′ailleurs absolument personne, les émoussant d′un air de douceur, de réserve, de politesse, de considération. Quand un couplet lui semblait drôle et pas trop indécent, le duc se retournait en souriant vers sa femme, partageait avec elle, d′un signe d′intelligence et de bonté, l′innocente gaîté que lui procurait la chanson nouvelle. Et les spectateurs pouvaient croire qu′il n′était pas de meilleur mari que lui ni de personne plus enviable que la duchesse — cette femme en dehors de laquelle étaient pour le duc tous les intérêts de la vie, cette femme qu′il n′aimait pas, qu′il n′avait jamais cessé de tromper; — quand la duchesse se sentait fatiguée, ils voyaient M. de Guermantes se lever, lui passer lui-même son manteau en arrangeant ses colliers pour qu′ils ne se prissent pas dans la doublure, et lui frayer un chemin jusqu′à la sortie avec des soins empressés et respectueux qu′elle recevait avec la froideur de la mondaine qui ne voit là que du simple savoir-vivre, et parfois même avec l′amertume un peu ironique de l′épouse désabusée qui n′a plus aucune illusion à perdre. Mais malgré ces dehors, autre partie de cette politesse qui a fait passer les devoirs des profondeurs à la superficie, à une certaine époque déjà ancienne, mais qui dure encore pour ses survivants, la vie de la duchesse était difficile. M. de Guermantes ne redevenait généreux, humain que pour une nouvelle maîtresse, qui prenait, comme il arrivait le plus souvent, le parti de la duchesse; celle-ci voyait redevenir possibles pour elle des générosités envers des inférieurs, des charités pour les pauvres, même pour elle-même, plus tard, une nouvelle et magnifique automobile. Mais de l′irritation qui naissait d′habitude assez vite, pour Mme de Guermantes, des personnes qui lui étaient trop soumises, les maîtresses du duc n′étaient pas exceptées. Bientôt la duchesse se dégoûtait d′elles. Or, à ce moment aussi, la liaison du duc avec Mme d′Arpajon touchait à sa fin. Une autre maîtresse pointait. De ordinario, estas hermosas comparsas habían sido sus queridas, pero ya no lo eran (en este caso se encontraba la señora de Arpajon) o estaban a punto de dejar de serlo. Quizá, sin embargo, el prestigio que sobre ellas ejercía la duquesa y la esperanza de ser recibidas en su salón, no obstante pertenecer también ellas a círculos muy característicos, pero de segundo orden, las había decidido, aun más que la belleza y la generosidad del duque, a ceder a los deseos de éste. Por otra parte, la duquesa no hubiera opuesto una resistencia absoluta a que penetrasen en su casa; sabía que en más de una de ellas había encontrado una aliada gracias a la cual había conseguido mil cosas de que tenía deseos y que el señor de Guermantes negaba implacablemente a su mujer en tanto no estaba enamorado de otra. Así, lo que explicaba que no fuesen recibidas por la duquesa hasta que su enredo estaba ya muy avanzado debíase más bien, ante todo, a que el duque, cada vez que se había embarcado en un gran amor, había creído solamente en un trapicheo fugaz, a cambio del cual estimaba que era mucho ser invitado a casa de su mujer. Pero se daba el caso de que ofreciera eso mismo por mucho menos, por un primer beso, porque surgían resistencias con las que no había contado, o, por el contrario, porque no había habido resistencia. En amor, la gratitud, el deseo de proporcionar un placer hacen a menudo que demos más de lo que la esperanza y el interés habían prometido. Pero entonces la realización de ese ofrecimiento se veía coartada por otras circunstancias. En primer lugar, todas las mujeres que habían respondido al amor del señor de Guermantes, e incluso, a veces, cuando aún no habían cedido a ese amor, habían sido sucesivamente secuestradas por él. Ya no les permitía ver a nadie, pasaba al lado de ellas casi todas sus horas, se ocupaba de la educación de sus hijos, a los que tales veces, si ha de juzgarse más tarde por palmario parecidos, le ocurrió dar a un hermano o una hermana. Luego, si, en los comienzos de sus relaciones, la presentación de la señora de Guermantes, en la que en modo alguno había pensado el duque, había desempeñado cierto papel en el ánimo de la querida, las mismas relaciones habían transformado los puntos de vista de esa mujer; el duque ya no era únicamente para ella el marido de la mujer más elegante de París, sino un hombre al que su amante quería, un hombre, asimismo que a menudo le había proporcionado los medios y abierto el apetito de gozar de más lujo y había trastrocado el anterior orden de importancia de las cuestiones de snobismo y de las cuestiones de interés; a veces, en fin, unos celos de todas clases contra la señora de Guermantes animaban a las queridas del duque. Pero este caso era el más raro; por otra parte, cuando llegaba por fin el día de la presentación (en un momento en que la mujer le era ya, de ordinario, bastante indiferente al duque, cuyos actos, como los de todo el mundo, eran las más de las veces regidos por los actos anteriores, cuyo móvil primero ya no existía), resultaba a menudo que había sido la señora de Guermantes la que había andado buscando modo de recibir a la querida en quien esperaba y tan grande necesidad tenía de encontrar, contra su terrible esposo, una aliada. No es que el señor de Guermantes — salvo en raros momentos, en su casa, o cuando la duquesa hablaba de más, en que dejaba escapar palabras y, sobre todo, silencios que fulminaban— faltase con su mujer a lo que se llama “las buenas formas”. La gente que no los conocía podía engañarse a cuenta de esto. A veces, en el otoño, entre las careras de Deauville, las aguas y la partida para Guermantes y las cacerías, en las semanas que se pasa en París, como a la duquesa le gustaba el café-concert, allá iba con ella el duque a pasar la velada. El público reparaba inmediatamente, en uno de esos palquitos descubiertos en que no caben más que dos personas, en aquel Hércules de smoking (ya que en Francia se da a todo lo que es más o menos británico el nombre que no lleva en Inglaterra), calado de monóculo, teniendo en la mano, regordeta pero hermosa, en cuyo anular brillaba un zafiro, un grueso cigarro, del que extraía de cuando en cuando una bocanada de humo, con las miradas vueltas habitualmente al escenario, pero cuando las dejaba caer al patio de las butacas, donde, por lo demás, no conocía absolutamente a nadie, atenuándolas con una expresión de blandura, de reserva, de cortesía, de consideración. Cuando un cuplé le parecía divertido y no demasiado indecente, el duque se volvía, sonriendo, hacia su mujer, ycompartía con ella, con una seña de inteligencia yde bondad, la inocente alegría que la nueva canción le procuraba. Y los espectadores podían creer que no había mejor marido que él, ni nadie más envidiable que la duquesa —aquella mujer fuera de la cual estaban para el duque todos los intereses de la vida, aquella mujer a la que no quería, a la que nunca había dejado de engañar—; cuando la duquesa se sentía cansada, los espectadores veían al señor de Guermantes levantarse, ponerle con sus propias manos el abrigo, arreglando sus collares para que no se enganchasen en el forro, y abrir el camino hasta la salida con cuidados solícitos y respetuosos, que ella recibía con la frialdad de la mujer de la buena sociedad que no ve en todo eso más que simple mundología, e incluso, a veces, con la amargura un tanto irónica de la esposa desengañada que ya no tiene ninguna ilusión que perder. Pero a despecho de estas apariencias, que eran otra parte de esa cortesía que ha hecho pasar los deberes de las honduras a la superficie, en cierta época ya antigua, pero que todavía dura para sus supervivientes, la vida de la duquesa era difícil. El señor de Guermantes sólo tornaba a ser humano, generoso, gracias a una nueva querida que abrazaba, como ocurría las más de las veces, el partido de la duquesa; ésta veía cómo volvían a ser posibles para ella las generosidades para con los inferiores, las caridades para con los pobres, e incluso para sí misma, más tarde, un nuevo y magnífico automóvil. Pero las amantes del duque no eran exceptuadas de la irritación que de costumbre nacía bastante aprisa, para la señora de Guermantes, de las personas que le estaban excesivamente sometidas. Bien pronto se hartaba de ellas la duquesa. Ahora bien; en este momento, las relaciones del duque con la señora de Arpajon tocaban asimismo a su fin. Otra amante apuntaba.
Sans doute l′amour que M. de Guermantes avait eu successivement pour toutes recommençait un jour à se faire sentir: d′abord cet amour en mourant les léguait, comme de beaux marbres — des marbres beaux pour le duc, devenu ainsi partiellement artiste, parce qu′il les avait aimées, et était sensible maintenant à des lignes qu′il n′eût pas appréciées sans l′amour — qui juxtaposaient, dans le salon de la duchesse, leurs formes longtemps ennemies, dévorées par les jalousies et les querelles, et enfin réconciliées dans la paix de l′amitié; puis cette amitié même était un effet de l′amour qui avait fait remarquer à M. de Guermantes, chez celles qui étaient ses maîtresses, des vertus qui existent chez tout être humain mais sont perceptibles à la seule volupté, si bien que l′ex-maîtresse, devenue «un excellent camarade» qui ferait n′importe quoi pour nous, est un cliché comme le médecin ou comme le père qui ne sont pas un médecin ou un père, mais un ami. Mais pendant une première période, la femme que M. de Guermantes commençait à délaisser se plaignait, faisait des scènes, se montrait exigeante, paraissait indiscrète, tracassière. Le duc commençait à la prendre en grippe. Alors Mme de Guermantes avait lieu de mettre en lumière les défauts vrais ou supposés d′une personne qui l′agaçait. Connue pour bonne, Mme de Guermantes recevait les téléphonages, les confidences, les larmes de la délaissée, et ne s′en plaignait pas. Elle en riait avec son mari, puis avec quelques intimes. Et croyant, par cette pitié qu′elle montrait à l′infortunée, avoir le droit d′être taquine avec elle, en sa présence même, quoique celle-ci dît, pourvu que cela pût rentrer dans le cadre du caractère ridicule que le duc et la duchesse lui avaient récemment fabriqué, Mme de Guermantes ne se gênait pas d′échanger avec son mari des regards d′ironique intelligence. Claro que el amor que había tenido sucesivamente el señor de Guermantes para todas ellas empezaba un día a dejarse sentir de nuevo: en primer Itigar, ese amor, al morir, las legaba, como hermosos mármoles —mármoles para el duque, convertido así parcialmente en artista, porque les había tenido amor, y era sensible ahora a unas líneas que sin el amor no hubiera apreciado— que yuxtaponían, en el salón de la duquesa, sus formas durante mucho tiempo enemigas, devoradas por los celos ylas riñas, y alcabo reconciliadas en la paz de la amistad; además, esa misma amistad era un efecto del amor que había hecho percatarse al señor de Guermantes, en aquellas que eran sus amantes, de virtudes que existen en todos los seres humanos, pero que sólo son perceptibles para la voluptuosidad, hasta el punto de que la ex amante, al convertirse en “un excelente camarada”, que haría cualquier cosa por nosotros, es un clisé como el médico o como el padre que no son un médico o un padre, sino un amigo. Pero durante un primer período, la mujer a la que empezaba a abandonar el señor de Guermantes se quejaba, hacía escenas, mostrábase exigente, aparecía como indiscreta, chismosa. El duque empezaba a tomarla entre ojos. Entonces a la señora de Guermantes se le presentaba coyuntura de sacar a luz los defectos, verdaderos o supuestos, de una persona que la irritaba. Como su bondad era conocida, la señora de Guermantes recibía los telefonazos, las confidencias, las lágrimas de la abandonada, y no se quejaba de ello. Se reía del caso con su marido, con algunos íntimos luego. Y creyendo, con la lástima que mostraba a la desventurada, tener derecho a ponerse cargante con ella, en su misma presencia, a nada que dijese, con tal que ello pudiera entrar en el marco del carácter ridículo que el duque y la duquesa le habían fabricado recientemente, la señora de Guermantes no se cohibía para cambiar con su marido miradas de irónica inteligencia.
Cependant, en se mettant à table, la princesse de Parme se rappela qu′elle voulait inviter à l′Opéra la princesse de . . ., et désirant savoir si cela ne serait pas désagréable à Mme de Guermantes, elle chercha à la sonder. A ce moment entra M. de Grouchy, dont le train, à cause d′un déraillement, avait eu une panne d′une heure. Il s′excusa comme il put. Sa femme, si elle avait été Courvoisier, fût morte de honte. Mais Mme de Grouchy n′était pas Guermantes «pour des prunes». Comme son mari s′excusait du retard: A todo esto, al sentarse a la mesa, la princesa de Parma se acordó que quería invitar a la ópera a la duquesa..., y, deseosa de saber si esa invitación no le desagradaría a la señora de Guermantes, trató de sondearla. En ese momento entró el señor de Grouchy, cuyo tren, por culpa de un descarrilamiento, había tenido una parada de una hora. Se disculpó como pudo. Su mujer, si hubiera sido una Courvoisier, se hubiera muerto de vergüenza. Pero la señora de Grouchy no en balde era Guermantes. Mientras su marido se disculpaba del retraso
— Je vois, dit-elle en prenant la parole, que même pour les petites choses, être en retard c′est une tradition dans votre famille. —Ya veo —dijo tomando la palabra— que hasta en las cosas pequeñas es una tradición en su familia de usted llegar con retraso.
— Asseyez-vous, Grouchy, et ne vous laissez pas démonter, dit le duc. —Siéntese, Grouchy, y no haga caso —dijo el duque. —
— Tout en marchant avec mon temps, je suis forcée de reconnaître que la bataille de Waterloo a eu du bon puisqu′elle a permis la restauration des Bourbons, et encore mieux d′une façon qui les a rendus impopulaires. Mais je vois que vous êtes un véritable Nemrod! Aunque no dejo de ir con mi tiempo, me veo obligada a reconocer que algo tuvo de bueno la batalla de Waterloo, puesto que ha permitido la restauración de los Borbones, y, lo que aun está mejor, de una manera que los ha hecho impopulares. ¡Pero veo que es usted un verdadero Nemrod!
— J′ai en effet rapporté quelques belles pièces. Je me permettrai d′envoyer demain à la duchesse une douzaine de faisans. —En efecto, he cobrado algunas piezas hermosas. Voy a permitirme mandarle mariana a la duquesa una docena de faisanes.
Une idée sembla passer dans les yeux de Mme de Guermantes. Elle insista pour que M. de Grouchy ne prît pas la peine d′envoyer les faisans. Et faisant signe au valet de pied fiancé, avec qui j′avais causé en quittant la salle des Elstir: Una idea pareció pasar por los ojos de la señora de Guermantes. Insistió en que no se tomase el señor de Grouchy la molestia de mandar faisanes. Y haciendo una seña al lacayo enamorado, con quien había hablado yo al abandonar la sala de los Elstir
— Poullein, dit-elle, vous irez chercher les faisans de M. le comte et vous les rapporterez de suite, car, n′est-ce pas, Grouchy, vous permettez que je fasse quelques politesses? Nous ne mangerons pas douze faisans à nous deux, Basin et moi. —Poullein —dijo—, irá usted a buscar los faisanes del señor conde y los traerá enseguida; porque usted, Grouchy, me permite, ¿verdad?, que haga algunas finezas. No nos vamos a comer doce faisanes entre Basin y yo.
— Mais après-demain serait assez tôt, dit M. de Grouchy. —Pero pasado mañana habría tiempo —dijo el señor de Grouchy.
— Non, je préfère demain, insista la duchesse. —No, prefiero que vaya mañana —insistió la duquesa.
Poullein était devenu blanc; son rendez-vous avec sa fiancée était manqué. Cela suffisait pour la distraction de la duchesse qui tenait à ce que tout gardât un air humain. Poullein se había quedado pálido; su cita con su novia se desbarataba. Bastaba con esto para la distracción de la duquesa, que tenía empeño en que todo conservase una apariencia humana.
— Je sais que c′est votre jour de sortie, dit-elle à Poullein, vous n′aurez qu′à changer avec Georges qui sortira demain et restera après-demain. “Ya sé que mañana es el día que le toca de salida —le dijo a Poullein—. No tiene usted más que cambiar con Jorge, que saldrá mañana, y al otro se quedará en casa.”
Mais le lendemain la fiancée de Poullein ne serait pas libre. Il lui était bien égal de sortir. Dès que Poullein eut quitté la pièce, chacun complimenta la duchesse de sa bonté avec ses gens. Pero al otro día la novia de Poullein no estaría libre. A él le daba ya lo mismo salir. En cuanto Poullein hubo abandonado el comedor, todo el mundo alabó ala duquesa por su bondad para con su servidumbre.
— Mais je ne fais qu′être avec eux comme je voudrais qu′on fût avec moi. “¡Pero si no hago más que ser con ellos como quisieran que fuesen conmigo!”
— Justement! ils peuvent dire qu′ils ont chez vous une bonne place. “¡Precisamente! Ya pueden decir que tienen una buena colocación en su casa.”
— Pas si extraordinaire que ça. Mais je crois qu′ils m′aiment bien. Celui-là est un peu agaçant parce qu′il est amoureux, il croit devoir prendre des airs mélancoliques. “No tan extraordinaria. Pero creo que me quieren de veras. Éste es un poco fastidioso; porque está enamorado, cree que debe poner cara melancólica.”
A ce moment Poullein rentra. En ese momento volvió a entrar Poullein.
— En effet, dit M. de Grouchy, il n′a pas l′air d′avoir le sourire. Avec eux il faut être bon, mais pas trop bon. “En efecto —dijo el señor de Grouchy—, no parece que tenga el clon de la sonrisa. Hay que ser buenos con ellos, pero no demasiado buenos.”
— Je reconnais que je ne suis pas terrible; dans toute sa journée il n′aura qu′à aller chercher vos faisans, à rester ici à ne rien faire et à en manger sa part. “Reconozco que no tengo nada de terrible; en todo el día no tendrá más quehacer que ir a buscar los faisanes de usted, estarse aquí sin hacer nada, y comerse su ración.”
— Beaucoup de gens voudraient être à sa place, dit M. de Grouchy, car l′envie est aveugle. “¡Cuántos quisieran estar en su lugar!”, dijo el señor de Grouchy, porque la envidia es ciega.
— Oriane, dit la princesse de Parme, j′ai eu l′autre jour la visite de votre cousine d′Heudicourt; évidemment c′est une femme d′une intelligence supérieure; c′est une Guermantes, c′est tout dire, mais on dit qu′elle est médisante . . . “Oriana —dijo la princesa de Parma—, el otro día estuvo de visita en casa su prima la de Heudicourt; evidentemente, es una mujer de una inteligencia superior; es una Guermantes, y con esto basta; pero dicen que es murmuradora...”
Le duc attacha sur sa femme un long regard de stupéfaction voulue. Mme de Guermantes se mit à rire. La princesse finit par s′en apercevoir. El duque clavó en su mujer una larga mirada de estupefacción deliberada. La señora de Guermantes se echó a reír. La princesa acabó por darse cuenta.
— Mais . . . est-ce que vous n′êtes pas . . . de mon avis? . . . demanda-t-elle avec inquiétude. “Pero... ¿es que no es usted... de mi opinión?...”, preguntó con inquietud.
— Mais Madame est trop bonne de s′occuper des mines de Basin. Allons, Basin, n′ayez pas l′air d′insinuer du mal de nos parents. “Vuestra Alteza es demasiado bondadosa en hacer caso de las caras que pone Basin. Vamos, Basin, que no parezca que insinúa usted nada malo acerca de nuestros parientes.”
— Il la trouve trop méchante? demanda vivement la princesse. “¿Es que le parece demasiado malintencionada?”, preguntó vivamente la princesa.
— Oh! pas du tout, répliqua la duchesse. Je ne sais pas qui a dit à Votre Altesse qu′elle était médisante. C′est au contraire une excellente créature qui n′a jamais dit du mal de personne, ni fait de mal à personne. “¡Oh!, en absoluto —replicó la duquesa—. No sé quién le habrá dicho de ella a Vuestra Alteza que es murmuradora. Lejos de eso, es una excelente criatura que jamás ha hablado mal de nadie ni a nadie hizo daño.”
— Ah! dit Mme de Parme soulagée, je ne m′en étais pas aperçue non plus. Mais comme je sais qu′il est souvent difficile de ne pas avoir un peu de malice quand on a beaucoup d′esprit . . . “¡Ah! —dijo la señora de Parma, quitándose un peso de encima—. Tampoco yo había notado nada en ese respecto. Pero como sé que suele ser difícil no tener un poco de malicia cuando se tiene mucho ingenio...”
— Ah! cela par exemple elle en a encore moins. “¡Ah!, pues lo que es de eso, aún tiene menos.”
— Moins d′esprit? . . . demanda la princesse stupéfaite. “¿Menos ingenio?...”, preguntó la princesa, estupefacta.
— Voyons, Oriane, interrompit le duc d′un ton plaintif en lançant autour de lui à droite et à gauche des regards amusés, vous entendez que la princesse vous dit que c′est une femme supérieure. “Vamos, Oriana —interrumpió el duque en tono lastimero, lanzando en torno, a derecha e izquierda, regocijadas miradas—; ya está usted oyendo que le dice de ella la princesa que es una mujer superior.”
— Elle ne l′est pas? “¿No lo es?...”
— Elle est au moins supérieurement grosse. “Por lo menos superiormente gorda.”
— Ne l′écoutez pas, Madame, il n′est pas sincère; elle est bête comme un (heun) oie, dit d′une voix forte et enrouée Mme de Guermantes, qui, bien plus vieille France encore que le duc quand il n′y tâchait pas, cherchait souvent à l′être, mais d′une manière opposée au genre jabot de dentelles et déliquescent de son mari et en réalité bien plus fine, par une sorte de prononciation presque paysanne qui avait une âpre et délicieuse saveur terrienne. «Mais c′est la meilleure femme du monde. Et puis je ne sais même pas si à ce degré-là cela peut s′appeler de la bêtise. Je ne crois pas que j′aie jamais connu une créature pareille; c′est un cas pour un médecin, cela a quelque chose de pathologique, c′est une espèce d′«innocente», de crétine, de «demeurée» comme dans les mélodrames ou comme dans l′Arlésienne . Je me demande toujours, quand elle est ici, si le moment n′est pas venu où son intelligence va s′éveiller, ce qui fait toujours un peu peur.» La princesse s′émerveillait de ces expressions tout en restant stupéfaite du verdict. «Elle m′a cité, ainsi que Mme d′Épinay, votre mot sur Taquin le Superbe. C′est délicieux», répondit-elle. “No le haga caso Vuestra Alteza, que no es sincero; es tan estúpida como una oca”, dijo con voz fuerte y ronca la señora de Guermantes, que, mucho más de la vieja escuela francesa aún que el duque cuando no se lo proponía, procuraba a menudo serlo, pero de una manera opuesta al género de chorrera de encajes y delicuescente de su marido, y en realidad mucho más aguda, gracias a una manera de pronunciar casi campesina que tenía un áspero y delicioso sabor al terruño. “Pero es la mujer más buena del mundo. Y además, ni siquiera sé, si, en un grado así, puede llamársele a eso estupidez. No creo haber conocido nunca una criatura que se le parezca; es un caso como para un médico; tiene algo patológico, es una especie de inocente, de cretina, de retrasada, como las que salen en los melodramas o en La Arlesiana. Siempre que está aquí me pregunto si no ha llegado el momento en que va a despertar su inteligencia, cosa que siempre da un poco de miedo.” La princesa se maravillaba de estas expresiones, aunque el veredicto la dejaba estupefacta. “Ella y la señora de Epinay me han contado la frase de usted sobre Tarquino el Soberbio. Es deliciosa”, respondió.
M. de Guermantes m′expliqua le mot. J′avais envie de lui dire que son frère, qui prétendait ne pas me connaître, m′attendait le soir même à onze heures. Mais je n′avais pas demandé à Robert si je pouvais parler de ce rendez-vous et, comme le fait que M. de Charlus me l′eût presque fixé était en contradiction avec ce qu′il avait dit à la duchesse, je jugeai plus délicat de me taire. «Taquin le Superbe n′est pas mal, dit M. de Guermantes, mais Mme d′Heudicourt ne vous a probablement pas raconté un bien plus joli mot qu′Oriane lui a dit l′autre jour, en réponse à une invitation à déjeuner?» El señor de Guermantes me explicó la frase. Yo tenía ganas de decirle que su hermano, que pretendía no conocerme, me esperaba aquella misma noche a las once. Pero no le había preguntado a Roberto si podía hablar de esa cita, y como el hecho de que el señor de Charlus me la hubiera señalado casi estaba en contradicción con lo que él mismo había dicho a la duquesa, juzgué más delicado callarme. “No está mal lo de Tarquino el Soberbio —dijo el señor de Guermantes— , pero probablemente no le ha contado a usted la señora de Heudicourt una frase mucho más bonita que le ha dicho el otro día Oriana, en respuesta a una invitación a almorzar.”
— Oh! non! dites-le! “¡Oh, no! ¡Dígala!”
— Voyons, Basin, taisez-vous, d′abord ce mot est stupide et va me faire juger par la princesse comme encore inférieure à ma cruche de cousine. Et puis je ne sais pas pourquoi je dis ma cousine. C′est une cousine à Basin. Elle est tout de même un peu parente avec moi. “Bueno, Basin, cállese. En primer lugar, la frasecilla esa es estúpida, y va a hacer que la princesa me juzgue inferior a esa alma de cántaro de mi prima. Además, no sé por qué digo mi prima. Es prima de Basin. Aunque de todos modos es algo parienta mía.”
— Oh! s′écria la princesse de Parme à la pensée qu′elle pourrait trouver Mme de Guermantes bête, et protestant éperdument que rien ne pouvait faire déchoir la duchesse du rang qu′elle occupait dans son admiration. “¡Oh!”, exclamó la princesa de Parma ante la idea de que pudiera parecerle tonta la señora de Guermantes y protestando con grandes extremos de que nada podía hacer descender a la duquesa del lugar que ocupaba en su admiración.
— Et puis nous lui avons déjà retiré les qualités de l′esprit; comme ce mot tend à lui en dénier certaines du coeur, il me semble inopportun. “Además, ya le hemos retirado las cualidades del ingenio; como esta palabra tiende a negarle algunas dotes del corazón, me parece inoportuna.”
— Dénier! inopportun! comme elle s′exprime bien! dit le duc avec une ironie feinte et pour faire admirer la duchesse. “¡Negar! ¡Inoportuna! ¡Qué bien se expresa!”, dijo el duque con una ironía fingida y para hacer admirar a la duquesa.
— Allons, Basin, ne vous moquez pas de votre femme. “Vamos, Basin, no se burle usted de su mujer.”
— Il faut dire à Votre Altesse Royale, reprit le duc, que la cousine d′Oriane est supérieure, bonne, grosse, tout ce qu′on voudra, mais n′est pas précisément, comment dirai-je . . . prodigue. “Fuerza es decir a Vuestra Alteza Real —continuó el duque— que la prima de Oriana es superior, buena, gruesa, todo lo que se quiera, pero no es precisamente, ¿cómo diré?..., pródiga.”
— Oui, je sais, elle est très rapiate, interrompit la princesse. “Sí, ya lo sé: es muy avara interrumpió la princesa—.
— Je ne me serais pas permis l′expression, mais vous avez trouvé le mot juste. Cela se traduit dans son train de maison et particulièrement dans la cuisine, qui est excellente mais mesurée. Yo no me hubiera permitido la expresión, pero Vuestra Alteza ha dado con la palabra exacta. Eso se traduce en su tren de casa y particularmente en la cocina, que es excelente, pero mesurada.”
— Cela donne même lieu à des scènes assez comiques, interrompit M. de Bréauté. Ainsi, mon cher Basin, j′ai été passer à Heudicourt un jour où vous étiez attendus, Oriane et vous. On avait fait de somptueux préparatifs, quand, dans l′après-midi, un valet de pied apporta une dépêche que vous ne viendriez pas. “E incluso da lugar a escenas bastante cómicas —terció el señor de Bréauté—. Así, querido Basin, he ido a Heudicourt a pasar un día, en ocasión en que los esperaban a Oriana y a usted. Habían hecho unos preparativos suntuosos, cuando llega por la tarde un lacayo con un telegrama avisando que no iban ustedes.”
— Cela ne m′étonne pas! dit la duchesse qui non seulement était difficile à avoir, mais aimait qu′on le sût. “¡No me extraña!”, dijo la duquesa, que no sólo era difícil de cazar para estas cosas, sino que le gustaba que se supiera.
— Votre cousine lit le télégramme, se désole, puis aussitôt, sans perdre la carte, et se disant qu′il ne fallait pas de dépenses inutiles envers un seigneur sans importance comme moi, elle rappelle le valet de pied: «Dites au chef de retirer le poulet», lui crie-t-elle. Et le soir je l′ai entendue qui demandait au maître d′hôtel: «Eh bien? et les restes du boeuf d′hier? Vous ne les servez pas?» “Su prima lee el telegrama, queda desolada, e inmediatamente, sin perder su aplomo y diciéndose que no era cosa de hacer gastos inútiles por un señor sin importancia como yo, llama al lacayo: “Diga usted al jefe de cocina que retirte el pollo”, le grita. Y a la noche la oí que preguntaba al jefe de comedor: “Bueno, ¿y lo que sobró de vaca de ayer, no lo sirve usted?”
— Du reste, il faut reconnaître que la chère y est parfaite, dit le duc, qui croyait en employant cette expression se montrer ancien régime. Je ne connais pas de maison où l′on mange mieux. “Por lo demás, hay que reconocer que la mesa es, en aquella casa, perfecta —dijo el duque, que creía, con emplear esta expresión, mostrarse antiguo régimen—. No conozco otro sitio en que se coma mejor.”
— Et moins, interrompit la duchesse. “Ni menos”, interrumpió la duquesa.
— C′est très sain et très suffisant pour ce qu′on appelle un vulgaire pedzouille comme moi, reprit le duc; on reste sur sa faim. “Es muy sano y suficiente para lo que se llama un vulgar catasalsas como yo —prosiguió el duque—; se queda uno con hambre.”
— Ah! si c′est comme cure, c′est évidemment plus hygiénique que fastueux. D′ailleurs ce n′est pas tellement bon que cela, ajouta Mme de Guermantes, qui n′aimait pas beaucoup qu′on décernât le titre de meilleure table de Paris à une autre qu′à la sienne. Avec ma cousine, il arrive la même chose qu′avec les auteurs constipés qui pondent tous les quinze ans une pièce en un acte ou un sonnet. C′est ce qu′on appelle des petits chefs-d′oeuvre, des riens qui sont des bijoux, en un mot, la chose que j′ai le plus en horreur. La cuisine chez Zéna n′est pas mauvaise, mais on la trouverait plus quelconque si elle était moins parcimonieuse. Il y a des choses que son chef fait bien, et puis il y a des choses qu′il rate. J′y ai fait comme partout de très mauvais dîners, seulement ils m′ont fait moins mal qu′ailleurs parce que l′estomac est au fond plus sensible à la quantité qu′à la qualité. “¡Ah! si se toma como cura, evidentemente es más higiénico que fastuoso. Por otra parte, no es una mesa que esté tan bien”, añadió la señora de Guermantes, a la que no le hacía mucha gracia que se concediese el título de la mejor mesa de París a otras que a la suya. “Con mi prima ocurre lo mismo que con los autores estreñidos que ponen cada quince años una obra en un acto o un soneto. Es lo que llaman pequeñas obras maestras, bagatelas que son joyas; en una palabra, la cosa a que más horror tengo. La cocina de casa de Zenaida no es mala, pero le encontraría uno más chiste si escatimasen menos en ella. Hay cosas que pone bien su jefe de cocina, y luego hay otras que echa a perder. He tenido que soportar, allí como en todas partes, almuerzos muy malos, sólo que me han hecho menos daño que en otros sitios, porque el estómago es, en el fondo, más sensible a la cantidad que a la calidad.”
— Enfin, pour finir, conclut le duc, Zéna insistait pour qu′Oriane vînt déjeuner, et comme ma femme n′aime pas beaucoup sortir de chez elle, elle résistait, s′informait si, sous prétexte de repas intime, on ne l′embarquait pas déloyalement dans un grand tralala, et tâchait vainement de savoir quels convives il y aurait à déjeuner. «Viens, viens, insistait Zéna en vantant les bonnes choses qu′il y aurait à déjeuner. Tu mangeras une purée de marrons, je ne te dis que ça, et il y aura sept petites bouchées à la reine. — Sept petites bouchées, s′écria Oriane. Alors c′est que nous serons au moins huit!» “En fin, para acabar —concluyó el duque—, Zenaida insistía en que Oriana fuese a almorzar, y como a Oriana no le hacía mucha gracia salir de casa, se resistía, procuraba informarse de si, con pretexto de una comida íntima, no la embarcaban deslealmente en un almuerzo de rumbo, y trataba en vano de saber quiénes estaban invitados a almorzar.” “Tú, ven; tú, ven —insistía Zenaida, ponderando las cosas ricas que habría para comer—. Tomarás un puré de castañas, no te digo más que eso, ytendremos siete bocaditos a la reina.” “¡Siete bocaditos! —exclamó Oriana—. ¡Entonces es que por lo menos vamos a ser ocho!”
Au bout de quelques instants, la princesse ayant compris laissa éclater son rire comme un roulement de tonnerre. «Ah! nous serons donc huit, c′est ravissant! Comme c′est bien rédigé!» dit-elle, ayant dans un suprême effort retrouvé l′expression dont s′était servie Mme d′Épinay et qui s′appliquait mieux cette fois. Al cabo de unos instantes, la princesa, que al fin había comprendido, dejó estallar su risa como el fragor de un trueno. “¡Ah! ¡Entonces es que vamos a ser ocho! ¡Es admirable! ¡Qué bien redactado está!”, dijo, volviendo a encontrar con un supremo esfuerzo la expresión de que se había servido la señora de Epinay, y que esta vez venía más a pelo.
— Oriane, c′est très joli ce que dit la princesse, elle dit que c′est bien rédigé. “Oriana, es muy amable lo que dice la princesa; dice que está bien redactado.”
— Mais, mon ami, vous ne m′apprenez rien, je sais que la princesse est très spirituelle, répondit Mme de Guermantes qui goûtait facilement un mot quand à la fois il était prononcé par une Altesse et louangeait son propre esprit. «Je suis très fière que Madame apprécie mes modestes rédactions. D′ailleurs, je ne me rappelle pas avoir dit cela. Et si je l′ai dit, c′était pour flatter ma cousine, car si elle avait sept bouchées, les bouches, si j′ose m′exprimer ainsi, eussent dépassé la douzaine.» “¡Pero, amigo mío, no me enseña usted nada nuevo!, ya sé yo que la princesa es muy ingeniosa”, respondió la señora de Guermantes, que saboreaba fácilmente una frase cuando era a la vez pronunciada por una Alteza y encomiástica para su propio ingenio. “Me siento muy orgullosa de que Su Alteza aprecie mis modestas redacciones. Por lo demás no me acuerdo de haber dicho eso. Y si lo he dicho, ha sido por halagar a mi prima, porque si tenía siete bocaditos, las bocas, no sé si me atreva a decirlo, habrían pasado de la docena.”
— Elle possédait tous les manuscrits de M. de Bornier, reprit, en parlant de Mme d′Heudicourt, la princesse, qui voulait tâcher de faire valoir les bonnes raisons qu′elle pouvait avoir de se lier avec elle. “Poseía todos los manuscritos del señor de Bornier”, prosiguió, hablando de la señora de Heudicourt, la princesa, que quería tratar de hacer valer las buenas razones que podía tener para intimar con aquélla.
— Elle a dû le rêver, je crois qu′elle ne le connaissait même pas, dit la duchesse. “Ha debido de soñarlo; creo que ni siquiera lo conocía”, dijo la duquesa.
— Ce qui est surtout intéressant, c′est que ces correspondances sont de gens à la fois des divers pays, continua la comtesse d′Arpajon qui, alliée aux principales maisons ducales et même souveraines de l′Europe, était heureuse de le rappeler. “Lo interesante, sobre todo, es que esas correspondencias, que sostenía simultáneamente, son de gente de varios países”, continuó la condesa de Arpajon, que, emparentada con las principales casas ducales y aun soberanas de Europa, se sentía feliz recordarlo.
— Mais si, Oriane, dit M. de Guermantes non sans intention. Vous vous rappelez bien ce dîner où vous aviez M. de Bornier comme voisin! “¡Pues claro que sí, Oriana! —dijo el señor de Guermantes, no sin intención—. ¡Si tiene usted que acordarse perfectamente de aquel almuerzo en que tuvo de vecino al señor de Bornier!”
— Mais, Basin, interrompit la duchesse, si vous voulez me dire que j′ai connu M. de Bornier, naturellement, il est même venu plusieurs fois pour me voir, mais je n′ai jamais pu me résoudre à l′inviter parce que j′aurais été obligée chaque fois de faire désinfecter au formol. Quant à ce dîner, je ne me le rappelle que trop bien, ce n′était pas du tout chez Zéna, qui n′a pas vu Bornier de sa vie et qui doit croire, si on lui parle de la Fille de Roland , qu′il s′agit d′une princesse Bonaparte qu′on prétendait fiancée au fils du roi de Grèce; non, c′était à l′ambassade d′Autriche. Le charmant Hoyos avait cru me faire plaisir en flanquant sur une chaise à côté de moi cet académicien empesté. Je croyais avoir pour voisin un escadron de gendarmes. J′ai été obligée de me boucher le nez comme je pouvais pendant tout le dîner, je n′ai osé respirer qu′au gruyère! “Pero, Basin, si lo que quiere usted decirme es que he conocido al señor de Bornier, naturalmente que sí; ha venido a verme, inclusive, varias veces, pero nunca he podido resolverme a invitarlo, porque me hubiera visto obligada, cada vez que viniera, a hacer que desinfectaran la casa con formol. En cuanto a ese almuerzo, demasiado bien que me acuerdo de él. No era, ni mucho menos, en casa de Zenaida, que no, ha visto a Bornier en su vida, y que debe de creer, si se le habla de la Fille de Roland, que se trata de una princesa Bonaparte que, según pretendían, estaba prometida al hijo del rey de Grecia; no, era en la embajada de Austria. El simpático Hoyos había creído proporcionarme un placer con encajarme, en una silla al lado de la mía, a ese académico pestilente. Yo creía tener de vecino a un escuadrón de gendarmes. Me vi obligada a taparme la nariz como pude todo el tiempo que duró la cena. ¡No me atreví a respirar hasta que sacaron el Gruyere!”
M. de Guermantes, qui avait atteint son but secret, examina à la dérobée sur la figure des convives l′impression produite par le mot de la duchesse. El señor de Guermantes, que había conseguido su secreta mira, examinó a hurtadillas, en la cara de los invitados, la impresión producida por la frase de la duquesa.
— Vous parlez de correspondances, je trouve admirable celle de Gambetta, dit la duchesse de Guermantes pour montrer qu′elle ne craignait pas de s′intéresser à un prolétaire et à un radical. M. de Bréauté comprit tout l′esprit de cette audace, regarda autour de lui d′un oeil à la fois éméché et attendri, après quoi il essuya son monocle. “Hablaban ustedes de correspondencias; a mí la que me parece admirable es la de Gambetta”, dijo la duquesa de Guermantes, para hacer ver que no temía mostrar interés por un proletario y radical. El señor de Bréauté comprendió todo el ingenio de esta audacia y miró en torno con una mirada chispona y al mismo tiempo enternecida, tras de lo cual limpió su monóculo.
— Mon Dieu, c′était bougrement embêtant la Fille de Roland , dit M. de Guermantes, avec la satisfaction que lui donnait le sentiment de sa supériorité sur une oeuvre à laquelle il s′était tant ennuyé, peut-être aussi par le suave mari magno que nous éprouvons, au milieu d′un bon dîner, à nous souvenir d′aussi terribles soirées. Mais il y avait quelques beaux vers, un sentiment patriotique. “¡Dios mío! La Fille de Roland era espantosamente pesada —dijo el señor de Guermantes, con la satisfacción que le daba sentir su propia superioridad respecto de una obra con la que tanto se había aburrido; acaso, también, por el suave mari magno que experimentamos a la mitad de una buena cena, al recordar tan terribles veladas—. Pero tenía algunos versos hermosos, un sentimiento patriótico”.
J′insinuai que je n′avais aucune admiration pour M. de Bornier. «Ah! vous avez quelque chose à lui reprocher?» me demanda curieusement le duc qui croyait toujours, quand on disait du mal d′un homme, que cela devait tenir à un ressentiment personnel, et du bien d′une femme que c′était le commencement d′une amourette. Insinué que yo no sentía ninguna admiración hacia el señor de Bornier. “¡Ah!, ¿es que tiene usted algo que echarle en cara?”, me preguntó con curiosidad el duque, que creía siempre, cuando se hablaba mal de un hombre, que debía obedecer a un sentimiento personal y, si se hablaba bien de una mujer, que era el comienzo de tinos amoríos.
— Je vois que vous avez une dent contre lui. Qu′est-ce qu′il vous a fait? Racontez-nous ça! Mais si, vous devez avoir quelque cadavre entre vous, puisque vous le dénigrez. C′est long la Fille de Roland mais c′est assez senti. “Ya veo que le tiene usted ojeriza. ¿Qué es lo que le ha hecho? Cuéntenoslo. Sí, sí, tiene que haber algún cadáver entre ustedes dos, ya que usted lo denigra. La Fille de Roland es un latazo, pero el asunto está sentido de una manera bastante penetrante.”
— Senti est très juste pour un auteur aussi odorant, interrompit ironiquement Mme de Guermantes. Si ce pauvre petit s′est jamais trouvé avec lui, il est assez compréhensible qu′il l′ait dans le nez! “Penetrante..., exactísimo, tratándose de un autor tan oloroso —interrumpió la señora de Guermantes irónicamente—. ¡Si esa pobre criatura se ha tropezado alguna vez con él no deja de comprenderse que lo tenga montado en la narices!”
— Je dois du reste avouer à Madame, reprit le duc en s′adressant à la princesse de Parme, que, Fille de Roland à part, en littérature et même en musique je suis terriblement vieux jeu, il n′y a pas de si vieux rossignol qui ne me plaise. Vous ne me croiriez peut-être pas, mais le soir, si ma femme se met au piano, il m′arrive de lui demander un vieil air d′Auber, de Bodieu, même de Beethoven! Voilà ce que j′aime. En revanche, pour Wagner, cela m′endort immédiatement. “Por otra parte, debo confesar a Vuestra Alteza que, dejando a un lado la Fille de Roland, en literatura yaun en música soy de gustos terriblemente rancios; no hay ruiseñor tan viejo que no me agrade. Quizá no me crean ustedes; pero, por las noches, cundo mi mujer se sienta al piano, me ocurre pedirle que toque alguna antigualla de Auber, de Boüldieu, ¡hasta de Beethoven! Eso es lo que me gusta. En cambio, lo que es Wagner, me duerme inmediatamente.”
— Vous avez tort, dit Mme de Guermantes, avec des longueurs insupportables Wagner avait du génie. Lohengrin est un chef-d′oeuvre. Même dans Tristan il y a çà et là une page curieuse. Et le Choeur des fileuses du Vaisseau fantôme est une pure merveille. “No tiene usted razón —dijo la señora de Guermantes—; con ser insoportablemente prolijo, Wagner tenía genio. Lohengrin es una obra maestra. Hasta en Tristán, hay, acá yallá, alguna página curiosa. Y el coro de las hilanderas de El barco fantasma es una pura maravilla.”
— N′est-ce pas, Babal, dit M. de Guermantes en s′adressant à M. de Bréauté, nous préférons: «Les rendez-vous de noble compagnie se donnent tous en ce charmant séjour.» C′est délicieux. Et Fra Diavolo , et la Flûte enchantée , et le Chalet , et les Noces de Figaro , et les Diamants de la Couronne , voilà de la musique! En littérature, c′est la même chose. Ainsi j′adore Balzac, le Bal de Sceaux , les Mohicans de Paris . Nosotros, ¿no es verdad, Babal? —dijo el señor de Guermantes dirigiéndose al de Bréauté—, preferimos: Les rendezvous de noble compagnie se donnent tous en ce charmant sejour. Es delicioso. Y Fra Diavolo, y La flauta encantada, y el Chalet, y Las bodas de Fígaro, y Los diamantes de la corona; ¡eso sí que es música! En literatura, lo mismo. Así, adoro a Balzac, el Baile de Sceaux, Los Mohicanos de París”.
— Ah! mon cher, si vous partez en guerre sur Balzac, nous ne sommes pas prêts d′avoir fini, attendez, gardez cela pour un jour où Mémé sera là. Lui, c′est encore mieux, il le sait par coeur. “¡Ay, hijo, como se lance usted a hablar de Balzac, trazas llevamos de acabar! Espere, guárdelo para un día en que esté aquí Memé. Ése, más aún, se lo sabe de memoria.”
Irrité de l′interruption de sa femme, le duc la tint quelques instants sous le feu d′un silence menaçant. Et ses yeux de chasseur avaient l′air de deux pistolets chargés. Cependant Mme d′Arpajon avait échangé avec la princesse de Parme, sur la poésie tragique et autre, des propos qui ne me parvinrent pas distinctement, quand j′entendis celui-ci prononcé par Mme d′Arpajon: «Oh! tout ce que Madame voudra, je lui accorde qu′il nous fait voir le monde en laid parce qu′il ne sait pas distinguer entre le laid et le beau, ou plutôt parce que son insupportable vanité lui fait croire que tout ce qu′il dit est beau, je reconnais avec Votre Altesse que, dans la pièce en question, il y a des choses ridicules, inintelligibles, des fautes de goût, que c′est difficile à comprendre, que cela donne à lire autant de peine que si c′était écrit en russe ou en chinois, car évidemment c′est tout excepté du français, mais quand on a pris cette peine, comme on est récompensé, il y a tant d′imagination!» De ce petit discours je n′avais pas entendu le début. Je finis par comprendre non seulement que le poète incapable de distinguer le beau du laid était Victor Hugo, mais encore que la poésie qui donnait autant de peine à comprendre que du russe ou du chinois était: «Lorsque l′enfant paraît, le cercle de famille applaudit à grands cris», pièce de la première époque du poète et qui est peut-être encore plus près de Mme Deshoulières que du Victor Hugo de la Légende des Siècles . Loin de trouver Mme d′Arpajon ridicule, je la vis (la première, de cette table si réelle, si quelconque, où je m′étais assis avec tant de déception), je la vis par les yeux de l′esprit sous ce bonnet de dentelles, d′où s′échappent les boucles rondes de longs repentirs, que portèrent Mme de Rémusat, Mme de Broglie, Mme de Saint–Aulaire, toutes les femmes si distinguées qui dans leurs ravissantes lettres citent avec tant de savoir et d′à propos Sophocle, Schiller et l′Imitation, mais à qui les premières poésies des romantiques causaient cet effroi et cette fatigue inséparables pour ma grand′mère des derniers vers de Stéphane Mallarmé. «Mme d′Arpajon aime beaucoup la poésie», dit à Mme de Guermantes la princesse de Parme, impressionnée par le ton ardent avec lequel le discours avait été prononcé. Irritado por la interrupción de su mujer, el duque la tuvo unos instantes bajo el fuego de un silencio amenazador. Y sus ojos de cazador parecían dos .pistolas cargadas. Mientras tanto, la señora de Arpajon había cambiado con la princesa de Parma, a cuenta de la poesía trágica y de la poesía en general, frases que no llegaron hasta mí distintamente, cuando oí ésta„ pronunciada por la señora de Arpajon: “¡Oh!, todo lo que Vuestra Alteza quiera; le concedo que nos hace ver el mundo feo porque no sabe distinguir entre lo feo y lo bello, o más bien porque su insoportable vanidad le hace creer que cuanto dice es hermoso; reconozco con Vuestra Alteza que en la obra en cuestión hay cosas ridículas, ininteligibles, faltas de gusto, que es difícil de entender, que cuesta tanto trabajo leerla como si estuviera en chino o en ruso, porque aquello, evidentemente, es cualquier cosa menos francés: pero cuando se ha tomado uno ese trabajo ¡hay que ver cómo se desquita! ¡Qué imaginación!” No había oído yo el comienzo de este breve discurso. Acabé por comprender no, sólo que el poeta incapaz de distinguir entre lo bello y lo feo era Víctor Hugo, sino, además, que la poesía que costaba tanto trabajo entender como si estuviese en chino o en ruso era: Lorsque l′ enfaut paraît, le cercle de famille aplaudit à grands cris, obra de la primera época del poeta, y que acaso, esté todavía más cerca de madama Deshoulières que del Víctor Hugo de la Leyenda de dos siglos. Lejos de encontrar ridícula a la señora de Arpajon, la vi la primera de esta mesa tan real, tan parecida a otra cualquiera, a la que me había sentado yo con tanta decepción), con los ojos del espíritu, bajo la cofia de encajes, de que se escapan los redondos bucles de los largos tirabuzones que usaron madama Rémusat, madama de Broglie, madama de Saint- Aulaire, todas las mujeres tan distinguidas que en sus deliciosas cartas citan con tanta sapiencia yoportunidad a Sófocles, a Schiller yla Imitación, pero a las que las primeras poesías de los románticos causaban el mismo terror y la misma fatiga inseparables para mi abuela de los últimos versos de Stéphane Mallarmé. “A la señora de Arpajon le gustaba mucho la poesía”, dijo la señora de Guermantes a, la princesa de Parma, impresionada por el tono ardiente con que había sido pronunciado el discurso.
— Non, elle n′y comprend absolument rien, répondit à voix basse Mme de Guermantes, qui profita de ce que Mme d′Arpajon, répondant à une objection du général de Beautreillis, était trop occupée de ses propres paroles pour entendre celles que chuchota la duchesse. «Elle devient littéraire depuis qu′elle est abandonnée. Je dirai à Votre Altesse que c′est moi qui porte le poids de tout ça, parce que c′est auprès de moi qu′elle vient gémir chaque fois que Basin n′est pas allé la voir, c′est-à-dire presque tous les jours. Ce n′est tout de même pas ma faute si elle l′ennuie, et je ne peux pas le forcer à aller chez elle, quoique j′aimerais mieux qu′il lui fût un peu plus fidèle, parce que je la verrais un peu moins. Mais elle l′assomme et ce n′est pas extraordinaire. Ce n′est pas une mauvaise personne, mais elle est ennuyeuse à un degré que vous ne pouvez pas imaginer. Elle me donne tous les jours de tels maux de tête que je suis obligée de prendre chaque fois un cachet de pyramidon. Et tout cela parce qu′il a plu à Basin pendant un an de me trompailler avec elle. Et avoir avec cela un valet de pied qui est amoureux d′une petite grue et qui fait des têtes si je ne demande pas à cette jeune personne de quitter un instant son fructueux trottoir pour venir prendre le thé avec moi! Oh! la vie est assommante», conclut langoureusement la duchesse. Mme d′Arpajon assommait surtout M. de Guermantes parce qu′il était depuis peu l′amant d′une autre que j′appris être la marquise de Surgis-le-Duc. Justement le valet de pied privé de son jour de sortie était en train de servir. Et je pensai que, triste encore, il le faisait avec beaucoup de trouble, car je remarquai qu′en passant les plats à M. de Châtellerault, il s′acquittait si maladroitement de sa tâche que le coude du duc se trouva cogner à plusieurs reprises le coude du servant. Le jeune duc ne se fâcha nullement contre le valet de pied rougissant et le regarda au contraire en riant de son oeil bleu clair. La bonne humeur me sembla être, de la part du convive, une preuve de bonté. Mais l′insistance de son rire me fit croire qu′au courant de la déception du domestique il éprouvait peut-être au contraire une joie méchante. «Mais, ma chère, vous savez que ce n′est pas une découverte que vous faites en nous parlant de Victor Hugo, continua la duchesse en s′adressant cette fois à Mme d′Arpajon qu′elle venait de voir tourner la tête d′un air inquiet. N′espérez pas lancer ce débutant. Tout le monde sait qu′il a du talent. Ce qui est détestable c′est le Victor Hugo de la fin, la Légende des Siècles , je ne sais plus les titres. Mais les Feuilles d′Automne , les Chants du Crépuscule , c′est souvent d′un poète, d′un vrai poète. Même dans les Contemplations , ajouta la duchesse, que ses interlocuteurs n′osèrent pas contredire et pour cause, il y a encore de jolies choses. Mais j′avoue que j′aime autant ne pas m′aventurer après le Crépuscule ! Et puis dans les belles poésies de Victor Hugo, et il y en a, on rencontre souvent une idée, même une idée profonde.» Et avec un sentiment juste, faisant sortir la triste pensée de toutes les forces de son intonation, la posant au delà de sa voix, et fixant devant elle un regard rêveur et charmant, la duchesse dit lentement: «Tenez: “No, no entiende absolutamente nada de poesía”, repuso en voz baja la señora de Guermantes, que se aprovechó de que la de Arpajon, que respondía a una objeción del general de Beautreillis, estaba demasiado ocupada con sus propias palabras para oír las que murmuró la duquesa. “Se va volviendo literaria desde que la han abandonado. He de decir a Vuestra Alteza que soy yo quien soporta el peso de todo esto, porque a mi lado viene a gemir cada vez que Basin no ha ido a verla; es decir, casi todos los días. Así como así, no tengo yo culpa de que ella lo aburra, y no puedo obligarlo a que vaya a su casa, aunque preferiría que Basin le fuese un poco más fiel, porque de esa manera la vería yo algo menos por aquí. Pero lo tiene harto, y no es nada extraordinario. No es mala persona, pero es fastidiosa en un grado que no puede imaginarse Vuestra Alteza. Todos los días me levantan tales dolores de cabeza, que me veo obligada, cada vez que viene, a tomar un sello de piramidón. Y todo porque a Basin se le ha antojado por espacio de un año jugar a engañarme con ella. ¡Y encima de eso, tener un lacayo que está enamorado de una pirujilla y se me pone de hocico si no le pido a la moza esa que deje, por un momento su fructífera carrera para venir a tomar el té conmigo! ¡Oh, qué agobio de vida!”, concluyó lánguidamente la duquesa. La señora de Arpajon agobiaba, sobre todo, al señor de Guermantes porque éste había pasado desde hacía poco a ser amante de otra, que, según supe, era la marquesa de Surgis-le-Duc. El mozo de librea privado de su día de salida estaba justamente sirviendo a la mesa. Y pensé que, triste aún, lo hacía con mucha confusión, porque observé que, al presentarle las fuentes al señor de Châtellerault, desempeñaba con tal torpeza su cometido, que el codo del duque tropezó varias veces con el codo del sirviente. El joven duque no se enfadó poco ni mucho con el ruborizado mozo, y, por el contrario, lo miró, riendo, con los ojos azul claro. El buen humor me pareció, por parte del comensal, una prueba de bondad. Pero la insistencia de su risa me hizo creer que, por hallarse al corriente de la decepción del criado, acaso estuviera sintiendo, por el contrario, una alegría perversa. “Pero, querida, bien sabe usted que no es ningún descubrimiento el que hace al hablarnos de Víctor Hugo —continuó la duquesa, dirigiéndose de esta vez a la señora de Arpajon, a la que acababa de ver que volvía la cabeza con expresión suspicaz—. No espere usted lanzar a ese principiante. Todo el mundo sabe que tiene talento. El que es detestable es el Víctor Hugo del final, la Leyenda de los Siglos, no sé ya los títulos. Pero las Hojas de Otoño, los Cantos del Crepúsculo, son a menudo obra de un poeta, de un verdadero poeta. Hasta en las Contemplaciones —añadió la duquesa, a quien no se atrevieron a contradecir sus interlocutores, no sin motivo— hay todavía cosas bonitas. Pero confieso que me da lo mismo no aventurarme más allá del Crepúsculo. Además, en las poesías hermosas de Víctor Hugo, que las hay, se encuentra frecuentemente una idea, una idea profunda, inclusive.” Y con un sentimiento exacto, haciendo destacarse el melancólico pensamiento con todas las fuerzas de su entonación, poniéndolo más allá de su voz y clavando frente a sí una mirada ensoñadora y deliciosa, la duquesa dijo lentamente: “Por ejemplo
La douleur est un fruit, Dieu ne le fait pas croître
Sur la branche trop faible encor pour le porter
,
La douleur est un fruit, Dieu ne le fait pas croître
Sur la branche trop faible encor pour le porter
,
ou bien encore: o esto otro:
Les morts durent bien peu, [/i >
Hélas, dans le cercueil ils tombent en poussière
Moins vite qu′en nos coeurs
Les morts durent bien peu, [/i >
Hélas, dans le cercueil ils tombent en poussière
Moins vite qu′en nos coeurs
Et tandis qu′un sourire désenchanté fronçait d′une gracieuse sinuosité sa bouche douloureuse, la duchesse fixa sur Mme d′Arpajon le regard rêveur de ses yeux clairs et charmants. Je commençais à les connaître, ainsi que sa voix, si lourdement traînante, si âprement savoureuse. Dans ces yeux et dans cette voix je retrouvais beaucoup de la nature de Combray. Certes, dans l′affectation avec laquelle cette voix faisait apparaître par moments une rudesse de terroir, il y avait bien des choses: l′origine toute provinciale d′un rameau de la famille de Guermantes, resté plus longtemps localisé, plus hardi, plus sauvageon, plus provocant; puis l′habitude de gens vraiment distingués et de gens d′esprit, qui savent que la distinction n′est pas de parler du bout des lèvres, et aussi de nobles fraternisant plus volontiers avec leurs paysans qu′avec des bourgeois; toutes particularités que la situation de reine de Mme de Guermantes lui avait permis d′exhiber plus facilement, de faire sortir toutes voiles dehors. Il paraît que cette même voix existait chez des soeurs à elle, qu′elle détestait, et qui, moins intelligentes et presque bourgeoisement mariées, si on peut se servir de cet adverbe quand il s′agit d′unions avec des nobles obscurs, terrés dans leur province ou à Paris, dans un faubourg Saint–Germain sans éclat, possédaient aussi cette voix mais l′avaient refrénée, corrigée, adoucie autant qu′elles pouvaient, de même qu′il est bien rare qu′un d′entre nous ait le toupet de son originalité et ne mette pas son application à ressembler aux modèles les plus vantés. Mais Oriane était tellement plus intelligente, tellement plus riche, surtout tellement plus à la mode que ses soeurs, elle avait si bien, comme princesse des Laumes, fait la pluie et le beau temps auprès du prince de Galles, qu′elle avait compris que cette voix discordante c′était un charme, et qu′elle en avait fait, dans l′ordre du monde, avec l′audace de l′originalité et du succès, ce que, dans l′ordre du théâtre, une Réjane, une Jeanne Granier (sans comparaison du reste naturellement entre la valeur et le talent de ces deux artistes) ont fait de la leur, quelque chose d′admirable et de distinctif que peut-être des soeurs Réjane et Granier, que personne n′a jamais connues, essayèrent de masquer comme un défaut. Y mientras una sonrisa desencantada fruncía con una graciosa sinuosidad su boca dolorosa, la duquesa posó en la señora de Arpajon la mirada señora de sus ojos claros y adorables. Empezaba yo a conocerlos, así como su voz, que se arrastraba tan pastosamente lánguida, tan ásperamente sabrosa. En esos ojos y en esa voz volvía yo a encontrar macho de la naturaleza de Combray. Indudablemente, en la afectación con que esa voz hacía aparecer por momentos una rudeza de terruño, había muchas cosas: el origen completamente provinciano de una rama de la familia de Guermantes, que se había conservado más tiempo localizada, más atrevida, más silvestre, más incitante; luego, un hálito de gente verdaderamente distinguida y de gente de talento que sabe que la distinción no está en hablar con el borde de los labios, y también de nobles que fraternizan de mejor gana con sus campesinos que con unos burgueses; particularidades todas que la situación de reina de la señora de Guermantes le había permitido exhibir más fácilmente, hacer salir afuera sin velo alguno. Parece ser que esa misma voz existía en unas hermanas de la duquesa, a las que ésta detestaba, yque, menos inteligentes ycasadas casi burguesamente, si cabe servirse de este adverbio cuando se trata de enlaces con nobles oscuros, enterrados en su provincia o en París, en un barrio de Saint-Germain sin fausto, poseían también esa voz, pero la habían refrenado, corregido, suavizado tanto como podían de igual suerte que es rarísimo que uno de nosotros tenga el descaro de su propia originalidad y no ponga su aplicación en asemejarse a los modelos más alabados. Pero Oriana era hasta tal punto más inteligente, más rica y, sobre todo, a tal extremo estaba más a la moda que sus hermanas; tanta habla sido, como princesa de los Laumes, su influencia cerca del príncipe de Gales, que se había dado cuenta de que aquella voz discordante era un hechizo, y había hecho de ella, en el orden mundano, con la audacia de la originalidad y del triunfo, lo que, en el orden teatral, una Réjane, una Jeanne Granier (sin comparación, por lo demás, naturalmente, entre el valor y el talento de estas dos artistas) han hecho de la suya: una cosa admirable y distintiva que acaso unas hermanas de la Réjane o de la Granier, a las que jamás ha conocido nadie, intentaron enmascarar como un defecto.
A tant de raisons de déployer son originalité locale, les écrivains préférés de Mme de Guermantes: Mérimée, Meilhac et Halévy, étaient venus ajouter, avec le respect du naturel, un désir de prosaî²­e par où elle atteignait à la poésie et un esprit purement de société qui ressuscitait devant moi des paysages. D′ailleurs la duchesse était fort capable, ajoutant à ces influences une recherche artiste, d′avoir choisi pour la plupart des mots la prononciation qui lui semblait le plus Ile-de-France , le plus Champenoise , puisque, sinon tout à fait au degré de sa belle-soeur Marsantes, elle n′usait guère que du pur vocabulaire dont eût pu se servir un vieil auteur français. Et quand on était fatigué du composite et bigarré langage moderne, c′était, tout en sachant qu′elle exprimait bien moins de choses, un grand repos d′écouter la causerie de Mme de Guermantes — presque le même, si l′on était seul avec elle et qu′elle restreignît et clarifiât encore son flot, que celui qu′on éprouve à entendre une vieille chanson. Alors en regardant, en écoutant Mme de Guermantes, je voyais, prisonnier dans la perpétuelle et quiète après-midi de ses yeux, un ciel d′Ile-de-France ou de Champagne se tendre, bleuâtre, oblique, avec le même angle d′inclinaison qu′il avait chez Saint–Loup. A tantas razones para desplegar su originalidad local, los escritores preferidos de la señora de Guermantes —Mérimée, Méilhac y Halévy— habían venido a añadir, con el respeto a la naturalidad, un deseo de prosaísmo, merced al cual llegaba a la poesía, y un ingenio puramente de sociedad que resucitaba ante mí paisajes. Por otra parte, la duquesa era muy capaz, añadiendo a esas influencias un rebuscamiento preciosista, de escoger para la mayor parte de las palabras la pronunciación que le parecía más Isla de Francia, más champañesa, ya que, sino del todo en la medida de su cuñada la de Marsantes, apenas usaba otro que el puro vocabulario de que hubiera podido servirse un viejo autor francés, Y cuando se estaba harto del adobado y abigarrado lenguaje moderno, era, aun sabiendo que expresaba muchas menos cosas, un gran descanso escuchar la charla de la señora de Guermantes —casi el mismo alivio, si estaba uno a solas con ella yla duquesa restringía yclarificaba aún más el caudal de esa su charla, que el que se siente al oír una canción antigua. Entonces, al mirar, al oír a la señora de Guermantes, veía yo, cautivo en la perpetua y tranquila siesta de sus ojos, un cielo de la Isla de Francia o de la Champaña, tenderse, azulino, oblicuo, con el mismo ángulo de inclinación que tenía en Saint-Loup.
Ainsi, par ces diverses formations, Mme de Guermantes exprimait à la fois la plus ancienne France aristocratique, puis, beaucoup plus tard, la façon dont la duchesse de Broglie aurait pu goûter et blâmer Victor Hugo sous la monarchie de juillet, enfin un vif goût de la littérature issue de Mérimée et de Meilhac. La première de ces formations me plaisait mieux que la seconde, m′aidait davantage à réparer la déception du voyage et de l′arrivée dans ce faubourg Saint–Germain, si différent de ce que j′avais cru, mais je préférais encore la seconde à la troisième. Or, tandis que Mme de Guermantes était Guermantes presque sans le vouloir, son Pailleronisme, son goût pour Dumas fils étaient réfléchis et voulus. Comme ce goût était à l′opposé du mien, elle fournissait à mon esprit de la littérature quand elle me parlait du faubourg Saint–Germain, et ne me paraissait jamais si stupidement faubourg Saint–Germain que quand elle me parlait littérature. Así, por obra de estas diversas formaciones, la señora de Guermantes expresaba a la vez la más antigua Francia aristocrática; luego, mucho más tarde, la manera en que la duquesa de Broglie habría podido saborear y censurar a Víctor Hugo en tiempos de la monarquía de julio, y, finalmente, un vivo gusto por la literatura surgida de Mérimée y de Meilhac. La primera de estas formaciones me agradaba más que la segunda, me ayudaba más a reparar la decepción del viaje y de la llegada a este barrio de Saint-Germain, tan diferente de lo que yo había creído; pero aún prefería la segunda a la tercera. Ahora bien, al paso que la señora de Guermantes era Guermantes casi sin querer, su gusto por Pailleron, su afición a Dumas hijo eran reflexivos y deliberados. Como ese gusto era el polo opuesto del mío, proveía de literatura a mi espíritu cuando me hablaba del barrio de Saint-Germain y nunca me parecía tan estúpidamente barrio de Saint-Germain como cuando me hablaba de literatura.
Émue par les derniers vers, Mme d′Arpajon s′écria: Emocionada por los últimos versos, la señora de Arpajon exclamó:
— Ces reliques du coeur ont aussi leur poussière! Monsieur, il faudra que vous m′écriviez cela sur mon éventail, dit-elle à M. de Guermantes. “¡Ésas reliquias del corazón tienen también su polvo! Tiene usted que escribirme eso en mi abanico, caballero”, dijo al señor de Guermantes.
— Pauvre femme, elle me fait de la peine! dit la princesse de Parme à Mme de Guermantes. “¡Pobre mujer, me da pena!”, dijo la princesa de Parma a la señora de Guermantes.
— Non, que madame ne s′attendrisse pas, elle n′a que ce qu′elle mérite. “No, no se enternezca Vuestra Alteza; no tiene más que lo que se merece.”
— Mais . . . pardon de vous dire cela à vous . . . cependant elle l′aime vraiment! “Pero...; perdóneme que sea a usted a quien se lo diga... ¡sin embargo, ella o quiere realmente!”
— Mais pas du tout, elle en est incapable, elle croit qu′elle l′aime comme elle croit en ce moment qu′elle cite du Victor Hugo parce qu′elle dit un vers de Musset. Tenez, ajouta la duchesse sur un ton mélancolique, personne plus que moi ne serait touchée par un sentiment vrai. Mais je vais vous donner un exemple. Hier, elle a fait une scène terrible à Basin. Votre Altesse croit peut-être que c′était parce qu′il en aime d′autres, parce qu′il ne l′aime plus; pas du tout, c′était parce qu′il ne veut pas présenter ses fils au Jockey! Madame trouve-t-elle que ce soit d′une amoureuse? Non! Je vous dirai plus, ajouta Mme de Guermantes avec précision, c′est une personne d′une rare insensibilité. “Nada de eso; es incapaz de semejante cosa cree que lo quiere, como cree en este momento que cita a Víctor Hugo porque cita un verso de Musset. Mire Vuestra Alteza — añadió la duquesa en un tono melancólico—: a nadie le conmovería más que a mí un sentimiento verdadero. Pero va a ver Vuestra Alteza un ejemplo. Ayer le ha armado una escena terrible a Basin. Quizá crea Vuestra Alteza que era porque Basin quiere a otras; pues liada de eso: ¡era porque Basin ¡lo quiere presentar a los hijos de ella en el Jockey! ¿Le parece, señora, que eso es propio de una enamorada? No; aún diré más —añadió la señora de Guermantes con precisión—: es una persona de una insensibilidad nada común.”
Cependant c′est l′oeil brillant de satisfaction que M. de Guermantes avait écouté sa femme parler de Victor Hugo à «brûle-pourpoint» et en citer ces quelques vers. La duchesse avait beau l′agacer souvent, dans des moments comme ceux-ci il était fier d′elle. «Oriane est vraiment extraordinaire. Elle peut parler de tout, elle a tout lu. Elle ne pouvait pas deviner que la conversation tomberait ce soir sur Victor Hugo. Sur quelque sujet qu′on l′entreprenne, elle est prête, elle peut tenir tête aux plus savants. Ce jeune homme doit être subjugué. A todo esto el señor de Guermantes había estado, brillándole de satisfacción los ojos, oyendo a su mujer hablar de Víctor Hugo “a quemarropa” y citar sus versos. Por más que la duquesa lo sacase de tino a menudo, en momentos como estos sentíase orgulloso de ella. “Oriana es verdaderamente extraordinaria. Puede hablar de todo, todo lo ha leído. No podía adivinar que la conversación había de recaer esta noche sobre Víctor Hugo. Cualquiera que sea el tema que se toque, siempre está dispuesta, puede tenérselas tiesas con los más enterados. Ese joven debe de estar subyugando.”
— Mais changeons de conversation, ajouta Mme de Guermantes, parce qu′elle est très susceptible. Vous devez me trouver bien démodée, reprit-elle en s′adressant à moi, je sais qu′aujourd′hui c′est considéré comme une faiblesse d′aimer les idées en poésie, la poésie où il y a une pensée. “Pero cambiemos de conversación —añadió la señora de Guermantes—, porque es muy susceptible. Debe usted de encontrarme muy anticuada —prosiguió, dirigiéndose a mí—: ya sé que hoy se considera como una debilidad el que le gusten a uno las ideas en poesía, la poesía en que hay un pensamiento.”
— C′est démodé? dit la princesse de Parme avec le léger saisissement que lui causait cette vague nouvelle à laquelle elle ne s′attendait pas, bien qu′elle sût que la conversation de la duchesse de Guermantes lui réservât toujours ces chocs successifs et délicieux, cet essoufflant effroi, cette saine fatigue après lesquels elle pensait instinctivement à la nécessité de prendre un bain de pieds dans une cabine et de marcher vite pour «faire la réaction». “¿Que está anticuado eso?”, dijo la princesa de Parma con el ligero pasmo que le causaba esta vaga noticia que no esperaba, aun cuando supiese que la conversación de la duquesa de Guermantes le reservaba siempre estos choques sucesivos y deliciosos, este susto que le cortaba la respiración, esta sana fatiga, después de los cuales pensaba instintivamente en la necesidad de tomar un pediluvio en una casa de baños y echar a andar aprisa “para entrar en reacción”.
— Pour ma part, non, Oriane, dit Mme de Brissac, je n′en veux pas à Victor Hugo d′avoir des idées, bien au contraire, mais de les chercher dans ce qui est monstrueux. Au fond c′est lui qui nous a habitués au laid en littérature. Il y a déjà bien assez de laideurs dans la vie. Pourquoi au moins ne pas les oublier pendant que nous lisons? Un spectacle pénible dont nous nous détournerions dans la vie, voilà ce qui attire Victor Hugo. “Pues lo que es por mi parte, no, Oriana —dijo la señora de Brissac—; yo no le censuro a Víctor Hugo que tenga ideas, tú mucho menos, sino que las busque en lo que es monstruoso. En el fondo, es él quien nos ha acostumbrado a lo feo en literatura. Bastantes cosas feas hay ya en la vida. ¿Por qué no olvidarlas, por lo menos mientras leemos? Lo que le atrae a Víctor Hugo es un espectáculo penoso, del que nos apartaríamos en la vida.”
— Victor Hugo n′est pas aussi réaliste que Zola, tout de même? demanda la princesse de Parme. Le nom de Zola ne fit pas bouger un muscle dans le visage de M. de Beautreillis. L′antidreyfusisme du général était trop profond pour qu′il cherchât à l′exprimer. Et son silence bienveillant quand on abordait ces sujets touchait les profanes par la même délicatesse qu′un prêtre montre en évitant de vous parler de vos devoirs religieux, un financier en s′appliquant à ne pas recommander les affaires qu′il dirige, un hercule en se montrant doux et en ne vous donnant pas de coups de poings. “Pero, de todos modos, Víctor Hugo no será tan realista como Zola”, inquirió la princesa de Parma. El nombre de Zola no hizo moverse ni un músculo en el rostro del señor de Beautreillis. El antidreyfusismo del general era demasiado hondo para que tratase de expresarlo. Y su benévolo silencio cuando se abordaban estos temas impresionaba a los profanos por la misma delicadeza que muestran un sacerdote que evita hablar de vuestros deberes religiosos, un financiero que se empeña en no recomendaros los negocios que dirige, un hércules que se muestra afable y no os da de puñetazos.
— Je sais que vous êtes parent de l′amiral Jurien de la Gravière, me dit d′un air entendu Mme de Varambon, la dame d′honneur de la princesse de Parme, femme excellente mais bornée, procurée à la princesse de Parme jadis par la mère du duc. Elle ne m′avait pas encore adressé la parole et je ne pus jamais dans la suite, malgré les admonestations de la princesse de Parme et mes propres protestations, lui ôter de l′esprit l′idée que je n′avais quoi que ce fût à voir avec l′amiral académicien, lequel m′était totalement inconnu. L′obstination de la dame d′honneur de la princesse de Parme à voir en moi un neveu de l′amiral Jurien de la Gravière avait en soi quelque chose de vulgairement risible. Mais l′erreur qu′elle commettait n′était que le type excessif et desséché de tant d′erreurs plus légères, mieux nuancées, involontaires ou voulues, qui accompagnent notre nom dans la «fiche» que le monde établit relativement à nous. Je me souviens qu′un ami des Guermantes, ayant vivement manifesté son désir de me connaître, me donna comme raison que je connaissais très bien sa cousine, Mme de Chaussegros, «elle est charmante, elle vous aime beaucoup». Je me fis un scrupule, bien vain, d′insister sur le fait qu′il y avait erreur, que je ne connaissais pas Mme de Chaussegros. «Alors c′est sa soeur que vous connaissez, c′est la même chose. Elle vous a rencontré en Écosse.» Je n′étais jamais allé en Écosse et pris la peine inutile d′en avertir par honnêteté mon interlocuteur. C′était Mme de Chaussegros elle-même qui avait dit me connaître, et le croyait sans doute de bonne foi, à la suite d′une confusion première, car elle ne cessa jamais plus de me tendre la main quand elle m′apercevait. Et comme, en somme, le milieu que je fréquentais était exactement celui de Mme de Chaussegros, mon humilité ne rimait à rien. Que je fusse intime avec les Chaussegros était, littéralement, une erreur, mais, au point de vue social, un équivalent de ma situation, si on peut parler de situation pour un aussi jeune homme que j′étais. L′ami des Guermantes eut donc beau ne me dire que des choses fausses sur moi, il ne me rabaissa ni ne me suréleva (au point de vue mondain) dans l′idée qu′il continua à se faire de moi. Et somme toute, pour ceux qui ne jouent pas la comédie, l′ennui de vivre toujours dans le même personnage est dissipé un instant, comme si l′on montait sur les planches, quand une autre personne se fait de vous une idée fausse, croit que nous sommes liés avec une dame que nous ne connaissons pas et que nous sommes notés pour avoir connue au cours d′un charmant voyage que nous n′avons jamais fait. Erreurs multiplicatrices et aimables quand elles n′ont pas l′inflexible rigidité de celle que commettait et commit toute sa vie, malgré mes dénégations, l′imbécile dame d′honneur de Mme de Parme, fixée pour toujours à la croyance que j′étais parent de l′ennuyeux amiral Jurien de la Gravière. «Elle n′est pas très forte, me dit le duc, et puis il ne lui faut pas trop de libations, je la crois légèrement sous l′influence de Bacchus.» En réalité Mme de Varambon n′avait bu que de l′eau, mais le duc aimait à placer ses locutions favorites. «Mais Zola n′est pas un réaliste, madame! c′est un poète!» dit Mme de Guermantes, s′inspirant des études critiques qu′elle avait lues dans ces dernières années et les adaptant à son génie personnel. Agréablement bousculée jusqu′ici, au cours du bain d′esprit, un bain agité pour elle, qu′elle prenait ce soir, et qu′elle jugeait devoir lui être particulièrement salutaire, se laissant porter par les paradoxes qui déferlaient l′un après l′autre, devant celui-ci, plus énorme que les autres, la princesse de Parme sauta par peur d′être renversée. Et ce fut d′une voix entrecoupée, comme si elle perdait sa respiration, qu′elle dit: “Ya sé que es usted pariente del almirante Jurien de la Gravière”, me dijo, con aires de estar muy enterada, la señora de Varambon, la dama de honor de la princesa de Parma, mujer excelente pero corta de luces, que había sido procurada en tiempos a la princesa de Parma por la madre del duque. Hasta entonces no me había dirigido la palabra, y nunca pude luego, a despecho de las amonestaciones de la princesa de Parma y de mis propias protestas, quitarle de la cabeza la idea de que yo tuviera nada que ver con el almirante académico, el cual me era completamente desconocido. La obstinación de la dama de honor de la princesa de Parma en ver en mí un sobrino del almirante Jurien de la Gravière tenía por sí sola algo vulgarmente risible. Pero el error que cometía no era sino el tipo excesivo y deseado de tantos errores más ligeros, mejor matizados, involuntarios o cometidos adrede, como acompañan a nuestro nombre en la “ficha” que la sociedad compone a propósito de nosotros. Recuerdo que un amigo de los Guermantes que había manifestado vivamente su deseo de conocerme, me dio como razón el que yo conocía muy bien a su prima, la señora de Chaussegros —”es encantadora, lo quiere a usted mucho” Obedecí al escrúpulo, harto vano, de insistir en el hecho de que se trataba de un error, que yo no conocía a la señora de Chaussegros. “Entonces, a la que conoce usted es a su hermana; da lo trismo. Se encontró con usted en Escocia.” Yo no había estado nunca en Escocia, y me tomé el inútil trabajo de advertírselo, por honradez, a mi interlocutor. Era la misma señora de Chaussegros la que había dicha que me conocía, y lo creía sin duda de buena fe, a consecuencia de una confusión primera, porque ya no dejó nunca de alargarme la mano en cuanto me echaba la vista encima. Y como, al fin y al cabo, el medio que yo frecuentaba era exactamente el de la señora de Chaussegros, mi humildad no tenía sentido. Lo de que yo fuese amigo íntimo de los Chaussegros era, tomado al pie de la letra, un error; pero; desde el punto de vista social, un equivalente de mi situación, si es que puede hablarse de situación tratándose de un hombre tan joven como era yo. Así es que por más que el amigo de los Guermantes no dijera sino cosas falsas a cuenta de mí, ni me rebajó ni me enalteció (desde el punto de vista mundano) en la idea que de mí siguió forjándose. Y, en fin de cuentas, para aquellos que no están representando una comedia, el hastío de vivir siempre dentro del mismo personaje se disipa por un instante como si supiera uno a las tablas, cuando otra persona se forma una idea falsa de nosotros, cree dite estamos en relaciones con una dama a la que no conocemos y se nos señala afirmando que la hemos conocido en el curso de un delicioso viaje que trunca hemos hecho. Errores multiplicadores y amables cuando no tienen la inflexible rigidez del que cometía y cometió toda su vida, a pesar de mis negaciones, la imbécil dama de honor de la señora de Parma, empedernida para siempre en la creencia de que yo era pariente del fastidioso almirante Jurien de la Gravière. “No es muy discreta —me dijo el duque—, y además no necesita muchas libaciones; creo que se halla ligeramente bajo la influencia de Baco.” En realidad, la señora de Varambon no había bebido más que agua, pero el duque se perecía por encajar sus locuciones favoritas. “¡Pero si Zola no es un realista, señora! ¡Es un poeta!”, dijo la señora de Guermantes, inspirándose en los estudios críticos que había leído en los últimos años y adaptándolos a su genio personal. Agradablemente empujada hasta aquí, en el curso del baño de ingenio, baño agitado para ella, que tomaba esta noche, y que juzgaba había de serle particularmente saludable, dejándose llevar por las paradojas que rompían en oleada una tras otras, ante ésta, más enorme que las demás; la princesa de Parma saltó, de miedo a ser derribada. Y con una voz entrecortada como si se perdiese la respiración, dijo:
— Zola un poète! “¡Poeta, Zola!”
— Mais oui, répondit en riant la duchesse, ravie par cet effet de suffocation. Que Votre Altesse remarque comme il grandit tout ce qu′il touche. Vous me direz qu′il ne touche justement qu′à ce qui . . . porte bonheur! Mais il en fait quelque chose d′immense; il a le fumier épique! C′est l′Homère de la vidange! Il n′a pas assez de majuscules pour écrire le mot de Cambronne. “¡Pues claro que sí! —respondió la duquesa riendo, encantada por este efecto de ahogo—. Fíjese Vuestra Alteza en cómo abulta cuanto toca. Me dirá que no toca, justamente, más que aquello que... trae buena suerte. Pero hace de ello algo inmenso; ¡su muladar es épico! ¡Es el Homero de las letrinas! No tiene mayúsculas bastantes para escribir la palabra de Cambronne.”
Malgré l′extrême fatigue qu′elle commençait à éprouver, la princesse était ravie, jamais elle ne s′était sentie mieux. Elle n′aurait pas échangé contre un séjour à Schoenbrunn, la seule chose pourtant qui la flattât, ces divins dîners de Mme de Guermantes rendus tonifiants par tant de sel. A despecho de la extremada fatiga que empezaba a experimentar, la princesa estaba encantada, nunca se había sentido mejor. No hubiera cambiado por una temporada en Schönbrunn —la única cosa, sin embargo, capaz de halagarla— estas divinas cenas de la señora de Guermantes, que resultaban tonificadoras en fuerza de tanta sal.
— Il l′écrit avec un grand C, s′écria Mme d′Arpajon. “La escribe con C mayúscula”, exclamó la señora de Arpajon.
— Plutôt avec un grand M, je pense, ma petite, répondit Mme de Guermantes, non sans avoir échangé avec son mari un regard gai qui voulait dire: «Est-elle assez idiote!» “Más bien será con una M mayúscula, me figuro, hijita”, repuso la señora de Guermantes, no sin haber cambiado con su marido una mirada de fisga que quería decir:
— Tenez, justement, me dit Mme de Guermantes en attachant sur moi un regard souriant et doux et parce qu′en maîtresse de maison accomplie elle voulait, sur l′artiste qui m′intéressait particulièrement, laisser paraître son savoir et me donner au besoin l′occasion de faire montre du mien, tenez, me dit-elle en agitant légèrement son éventail de plumes tant elle était consciente à ce moment-là qu′elle exerçait pleinement les devoirs de l′hospitalité et, pour ne manquer à aucun, faisant signe aussi qu′on me redonnât des asperges sauce mousseline, tenez, je crois justement que Zola a écrit une étude sur Elstir, ce peintre dont vous avez été regarder quelques tableaux tout à l′heure, les seuls du reste que j′aime de lui, ajouta-t-elle. En réalité, elle détestait la peinture d′Elstir, mais trouvait d′une qualité unique tout ce qui était chez elle. Je demandai à M. de Guermantes s′il savait le nom du monsieur qui figurait en chapeau haut de forme dans le tableau populaire, et que j′avais reconnu pour le même dont les Guermantes possédaient tout à côté le portrait d′apparat, datant à peu près de cette même période où la personnalité d′Elstir n′était pas encore complètement dégagée et s′inspirait un peu de Manet. «Mon Dieu, me répondit-il, je sais que c′est un homme qui n′est pas un inconnu ni un imbécile dans sa spécialité, mais je suis brouillé avec les noms. Je l′ai là sur le bout de la langue, monsieur . . . monsieur . . . enfin peu importe, je ne sais plus. Swann vous dirait cela, c′est lui qui a fait acheter ces machines à Mme de Guermantes, qui est toujours trop aimable, qui a toujours trop peur de contrarier si elle refuse quelque chose; entre nous, je crois qu′il nous a collé des croûtes. Ce que je peux vous dire, c′est que ce monsieur est pour M. Elstir une espèce de Mécène qui l′a lancé, et l′a souvent tiré d′embarras en lui commandant des tableaux. Par reconnaissance — si vous appelez cela de la reconnaissance, ça dépend des goûts — il l′a peint dans cet endroit-là où avec son air endimanché il fait un assez drôle d′effet. Ça peut être un pontife très calé, mais il ignore évidemment dans quelles circonstances on met un chapeau haut de forme. Avec le sien, au milieu de toutes ces filles en cheveux, il a l′air d′un petit notaire de province en goguette. Mais dites donc, vous me semblez tout à fait féru de ces tableaux. Si j′avais su ça, je me serais tuyauté pour vous répondre. Du reste, il n′y a pas lieu de se mettre autant martel en tête pour creuser la peinture de M. Elstir que s′il s′agissait de la Source d′Ingres ou des Enfants d′Édouard de Paul Delaroche. Ce qu′on apprécie là dedans, c′est que c′est finement observé, amusant, parisien, et puis on passe. Il n′y a pas besoin d′être un érudit pour regarder ça. Je sais bien que ce sont de simples pochades, mais je ne trouve pas que ce soit assez travaillé. Swann avait le toupet de vouloir nous faire acheter une Botte d′Asperges . Elles sont même restées ici quelques jours. Il n′y avait que cela dans le tableau, une botte d′asperges précisément semblables à celles que vous êtes en train d′avaler. Mais moi je me suis refusé à avaler les asperges de M. Elstir. Il en demandait trois cents francs. Trois cents francs une botte d′asperges! Un louis, voilà ce que ça vaut, même en primeurs! Je l′ai trouvée roide. Dès qu′à ces choses-là il ajoute des personnages, cela a un côté canaille, pessimiste, qui me déplaît. Je suis étonné de voir un esprit fin, un cerveau distingué comme vous, aimer cela.» “¡Es bastante idiota!” “¡Ah!, precisamente —me dijo la señora de Guermantes, posando en mí una mirada sonriente yafable yporque, como cumplida señora de su casa, quería, a propósito del artista que me interesaba particularmente, dejar trasparecer todo su saber y darme ocasión a mí, si se terciaba, de hacer gala del mío—, oiga usted —me dijo, agitando ligeramente su abanico de plumas (hasta tal punto tenía conciencia en aquel momento de que ejercía plenamente los deberes de la hospitalidad, y, por no faltar a ninguno, haciendo seña asimismo de que volvieran a servirme espárragos con salsa mousseline)—, precisamente, creo que Zola ha escrito un estudio sobre Elstir, ese pintor de quien ha ido usted a ver hace un rato algunos cuadros, los únicos suyos, por lo demás, que me gustan”, añadió. En realidad, detestaba la pintura de Elstir, pero encontraba de una calidad única todo lo que tenía en casa. Pregunté al señor de Guermantes si sabía el nombre del caballero que figuraba con sombrero de copa en el cuadro popular y que había reconocido yo como el mismo cuyo retrato de tiros largos —inmediato al primero, y que databa aproximadamente del mismo período en que la personalidad de Elstir no se mostraba todavía completamente exenta y se inspiraba un tanto en Manet— poseían los Guermantes. “¡Dios mío! —me respondió—, sé que es un hombre que no es ningún desconocido ni un imbécil en su especialidad, pero siempre estoy a matar con los nombres. El de ése lo tengo en la punta de la lengua: el señor..., el señor..., en fin, qué más da, ya no lo sé. Swann podría decírselo a usted; él es quien le ha hecho comprar esos monigotes a la señora de Guermantes, que siempre es demasiado amable, que tiene siempre demasiado temor a contrariar a la gente si dice que no a algo; aquí entre nosotros, creo que Swann nos ha encajado unos mamarrachos. Lo que puedo decirle a usted es que ese caballero es para el señor Elstir una especie de mecenas que lo ha lanzado, y que a menudo lo ha sacado de apuros encargándole cuadros. En agradecimiento —si llama usted agradecimiento a eso; va en gustos—, lo ha pintado en ese rincón, donde hace un efecto bastante cómico con su facha endomingada. Podrá ser un pozo de ciencia, pero ignora evidentemente en qué circunstancias se pone uno el sombrero de copa. Con el suyo, en medio de todas esas mozas en pelo, parece un notario de provincias metido en juerga. Pero, oiga, me parece que está usted verdaderamente prendado de esos cuadros. Si llego a saberlo, me hubiera informado para contestarle. Por lo demás, no hay por qué quebrarse tanto los cascos para profundizar en la pintura del señor Elstir, como si se tratase de la Fuente, de Ingres, o de Los hijos de Eduardo, de Paul Delaroche. Lo que en ella se aprecia es que está observada de una manera fina, que es divertida, parisiense, y luego se pasa a otra cosa. No hace falta ser un erudito para contemplar esa pintura. Bien sé que son simples bocetos, pero no me parecen bastante trabajados. Swann tenía el tupé de querernos hacer comprar un Manojo de espárragos. Incluso los tuvimos aquí unos días. No había más que eso en el cuadro: un manojo de espárragos, precisamente como los que está usted engullendo. Pero yo me negué a paparme los espárragos del señor Elstir. Trescientos francos pedía por ellos. ¡Trescientos francos un manojo de espárragos! ¡Un luis es lo que valen, y aun eso, los tempranos! Se me hizo cuesta arriba. Desde el momento en que añade personajes a esas cosas, su pintura toma un cariz desgarrado, pesimista, que me desagrada. Me choca ver que a un espíritu fino, a un cerebro distinguido como es usted, le gusten esas cosas.”
— Mais je ne sais pas pourquoi vous dites cela, Basin, dit la duchesse qui n′aimait pas qu′on dépréciât ce que ses salons contenaient. Je suis loin de tout admettre sans distinction dans les tableaux d′Elstir. Il y a à prendre et à laisser. Mais ce n′est toujours pas sans talent. Et il faut avouer que ceux que j′ai achetés sont d′une beauté rare. “Pero no sé por qué dice usted eso, Basin —dijo la duquesa, a la que no le gustaba que se menospreciase lo que contenía sus salones—. Yo estoy lejos de admitirlo todo, sin distinción, en los cuadros de Elstir. Tienen de todo. Pero no dejan de estar hechos con talento siempre. Y hay que confesar que los que he comprado son de una rara belleza.”
— Oriane, dans ce genre-là je préfère mille fois la petite étude de M. Vibert que nous avons vue à l′Exposition des aquarellistes. Ce n′est rien si vous voulez, cela tiendrait dans le creux de la main, mais il y a de l′esprit jusqu′au bout des ongles: ce missionnaire décharné, sale, devant ce prélat douillet qui fait jouer son petit chien, c′est tout un petit poème de finesse et même de profondeur. “Oriana, en ese género prefiero mil veces el apunte del señor Vibert que vimos en la exposición de acuarelistas. No es nada, si usted quiere; cabría en el hueco de la mano, pero allí sí que hay talento hasta la punta de las uñas: aquel misionero descarnado, sucio, delante del untuoso prelado que hace jugar a su perrillo, es un verdadero poemita de finura, e incluso de profundidad.”
— Je crois que vous connaissez M. Elstir, me dit la duchesse. L′homme est agréable. “Creo que conoce usted al señor Elstir —me dijo la duquesa—.
— Il est intelligent, dit le duc, on est étonné, quand on cause avec lui, que sa peinture soit si vulgaire. El Hombre es agradable.” “Es inteligente —dijo el duque—; pasma, cuando se habla con él, que sea tan vulgar su pintura.”
— Il est plus qu′intelligent, il est même assez spirituel, dit la duchesse de l′air entendu et dégustateur d′une personne qui s′y connaît. “Es más que inteligente; es, incluso, bastante espiritual”, dijo la duquesa, con la expresión de entendida y buena catadora de una persona que sabe lo que trae entre manos.
— Est-ce qu′il n′avait pas commencé un portrait de vous, Oriane? demanda la princesse de Parme. “¿No había empezado a hacerle a usted un retrato, Oriana?”, preguntó la princesa de Parma.
— Si, en rouge écrevisse, répondit Mme de Guermantes, mais ce n′est pas cela qui fera passer son nom à la postérité. C′est une horreur, Basin voulait le détruire. Cette phrase-là, Mme de Guermantes la disait souvent. Mais d′autres fois, son appréciation était autre: «Je n′aime pas sa peinture, mais il a fait autrefois un beau portrait de moi.» L′un de ces jugements s′adressait d′habitude aux personnes qui parlaient à la duchesse de son portrait, l′autre à ceux qui ne lui en parlaient pas et à qui elle désirait en apprendre l′existence. Le premier lui était inspiré par la coquetterie, le second par la vanité. “Sí, en rojo cangrejo — respondió la señora de Guermantes—; pero no es eso lo que hará pasar su nombre a la posteridad. Es un horror; Basin quería destruirlo.” La señora de Guermantes solía decir a mentido esta frase. Pero otras veces, su apreciación era diferente: “A mí no me gusta su pintura, pero en tiempos ha hecho un hermoso retrato mío.” De estos juicios, el tino se dirigía, de ordinario,, a las personas que hablaban a la duquesa de su retrato; el otro, a aquellas que no le hablaban de él y a las que deseaba enterar de su existencia. Inspirábale el primero la coquetería;
— Faire une horreur avec un portrait de vous! Mais alors ce n′est pas un portrait, c′est un mensonge: moi qui sais à peine tenir un pinceau, il me semble que si je vous peignais, rien qu′en représentant ce que je vois je ferais un chef-d′oeuvre, dit naîµ¥ment la princesse de Parme. el segundo, la vanidad hacer un horror con un retrato de usted! Pero, entonces, ¡eso no es un retrato, es una mentira! Soy yo, que apenas sé tener un pincel en la mano, y me parece que, si la pintara a usted, nada más que con representar lo que veo, liaría una obra maestra”, dijo ingenuamente la princesa de Parma.
— Il me voit probablement comme je me vois, c′est-à-dire dépourvue d′agrément, dit Mme de Guermantes avec le regard à la fois mélancolique, modeste et câlin qui lui parut le plus propre à la faire paraître autre que ne l′avait montrée Elstir. “Probablemente Elstir me ve tal como me veo yo misma; es decir, desprovista de atractivos”, dijo la señora de Guermantes con la mirada a un tiempo melancólica, modesta y zalamera que le pareció más adecuada para hacerla aparecer diferente de como la había representado Elstir.
— Ce portrait ne doit pas déplaire à Mme de Gallardon, dit le duc. “El retrato ese no debe de disgustarle a la señora de Gallardon”, dijo el duque
— Parce qu′elle ne s′y connaît pas en peinture? demanda la princesse de Parme qui savait que Mme de Guermantes méprisait infiniment sa cousine. Mais c′est une très bonne femme n′est-ce pas? Le duc prit un air d′étonnement profond. «Mais voyons, Basin, vous ne voyez pas que la princesse se moque de vous (la princesse n′y songeait pas). Elle sait aussi bien que vous que Gallardonette est une vieille poison », reprit Mme de Guermantes, dont le vocabulaire, habituellement limité à toutes ces vieilles expressions, était savoureux comme ces plats possibles à découvrir dans les livres délicieux de Pampille, mais dans la réalité devenus si rares, où les gelées, le beurre, le jus, les quenelles sont authentiques, ne comportent aucun alliage, et même où on fait venir le sel des marais salants de Bretagne: à l′accent, au choix des mots on sentait que le fond de conversation de la duchesse venait directement de Guermantes. Par là, la duchesse différait profondément de son neveu Saint–Loup, envahi par tant d′idées et d′expressions nouvelles; il est difficile, quand on est troublé par les idées de Kant et la nostalgie de Baudelaire, d′écrire le français exquis d′Henri IV, de sorte que la pureté même du langage de la duchesse était un signe de limitation, et qu′en elle, et l′intelligence et la sensibilité étaient restées fermées à toutes les nouveautés. Là encore l′esprit de Mme de Guermantes me plaisait justement par ce qu′il excluait (et qui composait précisément la matière de ma propre pensée) et tout ce qu′à cause de cela même il avait pu conserver, cette séduisante vigueur des corps souples qu′aucune épuisante réflexion, nul souci moral ou trouble nerveux n′ont altérée. Son esprit d′une formation si antérieure au mien, était pour moi l′équivalent de ce que m′avait offert la démarche des jeunes filles de la petite bande au bord de la mer. Mme de Guermantes m′offrait, domestiquée et soumise par l′amabilité, par le respect envers les valeurs spirituelles, l′énergie et le charme d′une cruelle petite fille de l′aristocratie des environs de Combray, qui, dès son enfance, montait à cheval, cassait les reins aux chats, arrachait l′oeil aux lapins et, aussi bien qu′elle était restée une fleur de vertu, aurait pu, tant elle avait les mêmes élégances, pas mal d′années auparavant, être la plus brillante maîtresse du prince de Sagan. Seulement elle était incapable de comprendre ce que j′avais cherché en elle — le charme du nom de Guermantes — et le petit peu que j′y avais trouvé, un reste provincial de Guermantes. Nos relations étaient-elles fondées sur un malentendu qui ne pouvait manquer de se manifester dès que mes hommages, au lieu de s′adresser à la femme relativement supérieure qu′elle se croyait être, iraient vers quelque autre femme aussi médiocre et exhalant le même charme involontaire? Malentendu si naturel et qui existera toujours entre un jeune homme rêveur et une femme du monde, mais qui le trouble profondément, tant qu′il n′a pas encore reconnu la nature de ses facultés d′imagination et n′a pas pris son parti des déceptions inévitables qu′il doit éprouver auprès des êtres, comme au théâtre, en voyage et même en amour. M. de Guermantes ayant déclaré (suite aux asperges d′Elstir et à celles qui venaient d′être servies après le poulet financière) que les asperges vertes poussées à l′air et qui, comme dit si drôlement l′auteur exquis qui signe E. de Clermont–Tonnerre, «n′ont pas la rigidité impressionnante de leurs soeurs» devraient être mangées avec des oeufs: «Ce qui plaît aux uns déplaît aux autres, et vice versa », répondit M. de Bréauté. Dans la province de Canton, en Chine, on ne peut pas vous offrir un plus fin régal que des oeufs d′ortolan complètement pourris.» M. de Bréauté, auteur d′une étude sur les Mormons, parue dans la Revue des Deux–Mondes , ne fréquentait que les milieux les plus aristocratiques, mais parmi eux seulement ceux qui avaient un certain renom d′intelligence. De sorte qu′à sa présence, du moins assidue, chez une femme, on reconnaissait si celle-ci avait un salon. Il prétendait détester le monde et assurait séparément à chaque duchesse que c′était à cause de son esprit et de sa beauté qu′il la recherchait. Toutes en étaient, persuadées. Chaque fois que, la mort dans l′âme, il se résignait à aller à une grande soirée chez la princesse de Parme, il les convoquait toutes pour lui donner du courage et ne paraissait ainsi qu′au milieu d′un cercle intime. Pour que sa réputation d′intellectuel survécût à sa mondanité, appliquant certaines maximes de l′esprit des Guermantes, il partait avec des dames élégantes faire de longs voyages scientifiques à l′époque des bals, et quand une personne snob, par conséquent sans situation encore, commençait à aller partout, il mettait une obstination féroce à ne pas vouloir la connaître, à ne pas se laisser présenter. Sa haine des snobs découlait de son snobisme, mais faisait croire aux na, c′est-à-dire à tout le monde, qu′il en était exempt. «Babal sait toujours tout! s′écria la duchesse de Guermantes. Je trouve charmant un pays où on veut être sûr que votre crémier vous vende des oeufs bien pourris, des oeufs de l′année de la comète. Je me vois d′ici y trempant ma mouillette beurrée. Je dois dire que cela arrive chez la tante Madeleine (Mme de Villeparisis) qu′on serve des choses en putréfaction, même des oeufs (et comme Mme d′Arpajon se récriait): Mais voyons, Phili, vous le savez aussi bien que moi. Le poussin est déjà dans l′oeuf. Je ne sais même pas comment ils ont la sagesse de s′y tenir. Ce n′est pas une omelette, c′est un poulailler, mais au moins ce n′est pas indiqué sur le menu. Vous avez bien fait de ne pas venir dîner avant-hier, il y avait une barbue à l′acide phénique! Ça n′avait pas l′air d′un service de table, mais d′un service de contagieux. Vraiment Norpois pousse la fidélité jusqu′à l′héroî²­e: il en a repris!» “¿Porque no entiende de pintura? — preguntó la princesa de Parma, que sabía que la señora de Guermantes despreciaba infinitamente a su prima— . Pero es una mujer bonísima, ¿verdad?” El duque puso una cara de profundo asombro. “Pero bueno, Basin, ¿no está usted viendo que la princesa se burla de usted? (la princesa no pensaba en semejante cosa). Sabe tan bien como usted que Gallardonette es una pécora vieja”, continuó la señora de Guermantes, cuyo vocabulario, habitualmente limitado a todas estas rancias expresiones, era sabroso como esos platos que es posible descubrir en los deliciosos libros de Pampille, pero que tan raros han llegado a ser en la realidad, y en los que las gelatinas, la manteca, la salsa, las albondiguillas, son auténticos, no llevan aparejada aleación alguna, e incluso se ha hecho traer para ellos la sal de las salinas de Bretaña: por el acento, por la elección de las palabras, se echaba de ver que el fondo de conversación de la duquesa venía directamente de Guermantes. En eso se diferenciaba profundamente la duquesa de su sobrino, Saint- Loup, invadido por tantas ideas y expresiones nuevas; es difícil, cuando está uno turbado por las ideas de Kant y la nostalgia de Baudelaire, escribir en el exquisito francés de Enrique IV, de modo que la misma pureza del lenguaje de la duquesa era una señal de limitación y de que, en ella, la inteligencia y la sensibilidad habían permanecido cerradas a todas las novedades. Hasta en esto me agradaba el talento de la señora de Guermantes, justamente por lo que excluía (y que componía precisamente la materia de mi propio pensamiento) y por todo lo que, gracias a eso mismo, había podido conservar ese seductor vigor de los cuerpos ágiles que ninguna reflexión agotadora, ningún cuidado moral o perturbación nerviosa han alterado. Su espíritu, de una formación tan anterior al mío, era para mí el equivalente de lo que me había ofrecido el porte de las muchachas de la pandilla a la orilla del mar. La señora de Guermantes me ofrecía, domesticada v sumisa por obra de la amabilidad, del respeto a los valores intelectuales, la energía y el hechizo de una cruel muchachita de la aristocracia de los alrededores de Combray, que desde niña montaba a caballo, les partía los riñones a los gatos, arrancaba los ojos a los conejos y, lo mismo que se había quedado en una flor de virtud, hubiera podido —hasta tal punto tenía las mismas elegancias— ser, no muchos años antes, la más brillante de las queridas del príncipe de Sagan. Sólo que era incapaz de comprender lo que yo había buscado en ella —el hechizo del nombre de Guermantes— y lo poquísimo, que en ella había encontrado: un resto provinciano de Guermantes. Nuestras relaciones descansaban sobre un equívoco que no podía dejar de manifestarse desde el punto en que mis homenajes, en lugar de dirigirse a la mujer relativamente superior por que se tenía ella, fuesen hacia alguna otra mujer igualmente mediocre y que exhalase el mismo encanto involuntario. Equívoco tan natural que existirá siempre entre un joven soñador y una mujer del gran mundo, pero que desconcierta profundamente a aquél en tanto no ha reconocido todavía la naturaleza de sus facultades imaginativas ni ha adoptado una resolución ante las inevitables decepciones que tiene que sufrir con los seres, como en el teatro, en los viajes e incluso en el amor. Como el señor de Guermantes declarase (continuación de los espárragos de Elstir y de los que acaban de ser servidos después del pollo a la financiera) que los espárragos verdes criados al aire libre yque, como dice tan graciosamente el exquisito autor que se firma E. de Clermont-Tonnerre, “no tienen la rigidez impresionante de sus hermanos”, deberían comerse con huevos: “Lo que gusta a unos desagrada a otros, y viceversa —respondió el señor de Bréauté—. En la provincia de Cantón, en China, el regalo más delicado que pueden ofrecerle a uno es huevos de hortelano completamente podridos.” El señor de Bréauté, autor de un estudio sobre los mormones publicado en la Revue des Deux Mondes, sólo frecuentaba los círculos más aristocráticos; pero, entre ellos, solamente aquellos que tenían cierta fama de inteligencia. De modo que por su presencia, cuando menos asidua, en casa de, una mujer reconocíase si ésta tenía un salón. Pretendía el señor de Bréauté aborrecer la vida de sociedad y aseguraba por separado a cada duquesa que si buscaba su trato era por su talento y por su belleza. Todas estaban convencidas de ello. Cada vez que él, con la muerte en el alma, se resignaba a ir a una gran recepción en casa de la princesa de Parma, convocaba a todas ellas para que le diesen ánimos, y así no aparecía como no fuese en medio de un círculo íntimo. Para que su reputación de intelectual sobreviviese a su mundanidad, aplicando ciertas máximas del espíritu de los Guermantes, se iba con damas elegantes a hacer largos viajes científicos en la época de los bailes, y cuando alguna persona tocada de snobismo y que, por consiguiente, carecía aún de posición social, empezaba a ir a todas partes, el señor de Bréauté ponía una obstinación feroz en no querer conocerla, en no dejársela presentar. Su odio a los snobs procedía de su snobismo, pero hacía creer a los ingenuos —es decir, a todo el mundo— que se hallaba exento de semejante defecto. “¡Babal lo sabe todo siempre! —exclamó la duquesa de Guermantes— . Me parece delicioso un país en que la gente quiere estar segura de que su lechero le vende huevos bien podridos, huevos del año de la nana. Desde aquí me estoy viendo mojar en las yemas un cachito de pan con manteca. Debo decir que eso mismo ocurre en casa de tu tía Magdalena (la señora de Villeparisis), que sirven cosas en estado de putrefacción, incluso huevos (y como la señora de Arpajon protestase): -¡Pero bueno, Fili si usted lo sabe tan bien como yo! El pollito está ya en el huevo. Ni siquiera sé cómo tienen formalidad para seguir dentro del cascarón. Aquello no es una tortilla, es un gallinero; pero por lo menos no se indica en la carta de la comida. Ha hecho usted bien en no ir a cenar anteayer; ¡había un mero en ácido fénico! Ni siquiera parecía aquello un servicio de mesa, sino un servicio para contagiosos. La verdad es que Norpois lleva la fidelidad hasta el heroísmo: ¡repitió del pescado!”
— Je crois vous avoir vu à dîner chez elle le jour où elle a fait cette sortie à ce M. Bloch (M. de Guermantes, peut-être pour donner à un nom israélite l′air plus étranger, ne prononça pas le ch de Bloch comme un k , mais comme dans hoch en allemand) qui avait dit de je ne sais plus quel poite (poète) qu′il était sublime. Châtellerault avait beau casser les tibias de M. Bloch, celui-ci ne comprenait pas et croyait les coups de genou de mon neveu destinés à une jeune femme assise tout contre lui (ici M. de Guermantes rougit légèrement). Il ne se rendait pas compte qu′il agaçait notre tante avec ses «sublimes» donnés en veux-tu en voilà. Bref, la tante Madeleine, qui n′a pas sa langue dans sa poche, lui a riposté: «Hé, monsieur, que garderez-vous alors pour M. de Bossuet.» (M. de Guermantes croyait que devant un nom célèbre, monsieur et une particule étaient essentiellement ancien régime.) C′était à payer sa place. “Me parece haberlo visto a usted cenando allí el día en que la marquesa le soltó aquella salida a ese señor Bloch (el señor de Guermantes, acaso por dar un aspecto más extranjero a un apellido israelita, no pronunció la ch de Bloch como k, sino como en hoch en alemán), que había dicho de ya no sé qué poeta que era sublime. Por más que Châtellerault le partía las tibias a fuerza de hacerle señas, el seis Bloch no comprendía y creía que los rodillazos de mi sobrino señor de que estaban destinados a una joven sentada a su lado. (Aquí el señor de Guermantes se ruborizó ligeramente.) No se daba cuenta de que estaba cargándole a nuestra tía con sus sublimes que aplicaba a chorro. En resumen, tu tía Magdalena, que no se muerde la lengua, le replicó: “Pero, bueno, caballero, ¿qué guarda usted entonces para el señor de Bossuet? (El señor de Guermantes creía que, delante de un nombre célebre, “señor” y una partícula eran esencialmente antiguo régimen.) ¡Era como para pagar butaca!”
— Et qu′a répondu ce M. Bloch? demanda distraitement Mme de Guermantes, qui, à court d′originalité à ce moment-là, crut devoir copier la prononciation germanique de son mari. “¿Y qué respondió el señor Bloch ese?”, preguntó distraídamente la señora de Guermantes, que, escasa de originalidad en aquel momento, creyó que debía copiar la pronunciación germánica de su marido.
— Ah! je vous assure que M. Bloch n′a pas demandé son reste, il court encore. “¡Ah!, le aseguro que el señor Bloch no pidió más explicaciones; aún está corriendo.”
— Mais oui, je me rappelle très bien vous avoir vu ce jour-là, me dit d′un ton marqué Mme de Guermantes, comme si de sa part ce souvenir avait quelque chose qui dût beaucoup me flatter. C′est toujours très intéressant chez ma tante. A la dernière soirée où je vous ai justement rencontré, je voulais vous demander si ce vieux monsieur qui a passé près de nous n′était pas François Coppée. Vous devez savoir tous les noms, me dit-elle avec une envie sincère pour mes relations poétiques et aussi par amabilité à mon «égard», pour poser davantage aux yeux de ses invités un jeune homme aussi versé dans la littérature. J′assurai à la duchesse que je n′avais vu aucune figure célèbre à la soirée de Mme de Villeparisis. «Comment! me dit étourdiment Mme de Guermantes, avouant par là que son respect pour les gens de lettres et son dédain du monde étaient plus superficiels qu′elle ne disait et peut-être même qu′elle ne croyait, comment! il n′y avait pas de grands écrivains! Vous m′étonnez, il y avait pourtant des têtes impossibles!» Je me souvenais très bien de ce soir-là, à cause d′un incident absolument insignifiant. Mme de Villeparisis avait présenté Bloch à Mme Alphonse de Rothschild, mais mon camarade n′avait pas entendu le nom et, croyant avoir affaire à une vieille Anglaise un peu folle, n′avait répondu que par monosyllabes aux prolixes paroles de l′ancienne Beauté quand Mme de Villeparisis, la présentant à quelqu′un d′autre, avait prononcé, très distinctement cette fois: «la baronne Alphonse de Rothschild». Alors étaient entrées subitement dans les artères de Bloch et d′un seul coup tant d′idées de millions et de prestige, lesquelles eussent dû être prudemment subdivisées, qu′il avait eu comme un coup au coeur, un transport au cerveau et s′était écrié en présence de l′aimable vieille dame: «Si j′avais su!» exclamation dont la stupidité l′avait empêché de dormir pendant huit jours. Ce mot de Bloch avait peu d′intérêt, mais je m′en souvenais comme preuve que parfois dans la vie, sous le coup d′une émotion exceptionnelle, on dit ce que l′on pense. «Je crois que Mme de Villeparisis n′est pas absolument . . . morale», dit la princesse de Parme, qui savait qu′on n′allait pas chez la tante de la duchesse et, par ce que celle-ci venait de dire, voyait qu′on pouvait en parler librement. Mais Mme de Guermantes ayant l′air de ne pas approuver, elle ajouta: “Sí, sí, me acuerdo muy bien de haberlo visto a usted ese día —me dijo la señora de Guermantes, recalcando con el tono las palabras, como si ese recuerdo por parte de ella hubiera sido algo que debiera halagarme mucho—. Las reuniones de mi tía son siempre interesantísimas. En la última en que lo encontré a usted, justamente, quería preguntarle si aquel caballero de edad que pasó por junto a nosotros no era Francisco Coppée. Debe usted saber todos los nombres”, me dijo con una sincera envidia de mis relaciones poéticas y también por amabilidad “respecto” a mí, para destacar más a los ojos de sus invitados a un joven tan versado en literatura. Aseguré ala duquesa que no había visto ninguna figura célebre en la velada de la señora de Villeparisis. “¡Cómo! —me dijo atolondradamente la señora de Guermantes, confesando con ello que su respeto a los hombres de letras y su desdén hacia el gran mondo eran más superficiales de lo que decía, y aun acaso de lo que creía ella misma—. ¡Como! ¿Que no había ningún gran escritor? Me deja usted pasmada; ¡sin embargo, bahía allí unas cabezas imposibles! Recordaba yo muy bien la noche aquella a causa de un incidente absolutamente insignificante. La señora de Villeparisis había presentado a Bloch a la señora de Alfonso de Rothschild; pero mi camarada no había oído bien el apellido y, creyendo habérselas con una inglesa vieja v un tanto chiflada, había respondido solamente con monosílabos a las prolijas palabras de la antigua belleza, cuando la señora de Villeparisis, al presentársela a otro, había pronunciado muy distintamente de esta vez: la baronesa de Rothschild, señora de Alfonso de Rothschild. Entonces habían entrado súbitamente en las arterias de Bloch, y de un solo golpe, tantas ideas de millones y de prestigio, ideas que hubieran debido ser prudentemente subdivididas, que el hombre había sentido como un vuelco en el corazón, un arrebato al cerebro, y había exclamado, en presencia de la amable y anciana dama: “¡Si yo lo hubiera sabido!”, exclamación cuya estupidez no la había dejado dormir por espacio de ocho días. Esta frase de Bloch tenía poco interés, pero yo me acordaba de ella como prueba de que a veces, en la vida, al choque de una emoción excepcional, dice uno lo que piensa. “Creo que la señora de Villeparisis no es absolutamente... moral”, dijo la princesa de Parma, que sabía que no iba nadie a casa de la tía de la duquesa, y, por lo que ésta acababa de decir, veía que se podía hablar de ella libremente. Pero como la señora de Guermantes no pareciese aprobar, añadió
— Mais à ce degré-là, l′intelligence fait tout passer. “Pero, en ese grado, la inteligencia hace que pase todo.”
— Mais vous vous faites de ma tante l′idée qu′on s′en fait généralement, répondit la duchesse, et qui est, en somme, très fausse. C′est justement ce que me disait Mémé pas plus tard qu′hier. Elle rougit, un souvenir inconnu de moi embua ses yeux. Je fis la supposition que M. de Charlus lui avait demandé de me désinviter, comme il m′avait fait prier par Robert de ne pas aller chez elle. J′eus l′impression que la rougeur — d′ailleurs incompréhensible pour moi — qu′avait eue le duc en parlant à un moment de son frère ne pouvait pas être attribuée à la même cause: «Ma pauvre tante! elle gardera la réputation d′une personne de l′ancien régime, d′un esprit éblouissant et d′un dévergondage effréné. Il n′y a pas d′intelligence plus bourgeoise, plus sérieuse, plus terne; elle passera pour une protectrice des arts, ce qui veut dire qu′elle a été la maîtresse d′un grand peintre, mais il n′a jamais pu lui faire comprendre ce que c′était qu′un tableau; et quant à sa vie, bien loin d′être une personne dépravée, elle était tellement faite pour le mariage, elle était tellement née conjugale, que n′ayant pu conserver un époux, qui était du reste une canaille, elle n′a jamais eu une liaison qu′elle n′ait pris aussi au sérieux que si c′était une union légitime, avec les mêmes susceptibilités, les mêmes colères, la même fidélité. Remarquez que ce sont quelquefois les plus sincères, il y a en somme plus d′amants que de maris inconsolables.» “¡Pero usted se forma de mi tía la idea que se forma de ella la gente en general —respondió la duquesa— , y que es, en suma, falsísima! Eso es justamente lo que me decía Memé no más tarde que ayer.” Se ruborizó; un recuerdo para mí desconocido humedeció sus ojos. Me hice la suposición de que el señor de Charlus le había pedido que se volviera atrás de invitarme lo mismo que me había hecho rogar por Roberto que no fuese a casa de ella. Tuve la impresión de que el rubor —por otra parte incomprensible para mí— del duque al hablar, un momento, de su hermano no podía ser atribuido a la misma causa: “Mi pobre tía se quedará con la reputación de una persona del antiguo régimen, de un ingenio deslumbrador y de una desvergüenza desenfrenada. No hay inteligencia más burguesa, más seria, más apagada; pasará por una protectora de las artes, lo cual quiere decir que ha sido la amiga de un gran pintor; pero ese mismo pintor no ha podido nunca hacerle comprender lo que era un cuadro; y en cuanto a su vida, muy lejos de ser una persona depravada, de tal modo estaba hecha para el matrimonio, tan conyugal era, que como no pudo conservar un esposo que era, por otra parte, un canalla, jamás ha tenido un enredo que no haya tomado tan en serio como si fuese una unión legítima, con las mismas susceptibilidades, con las mismas cóleras, con la misma fidelidad. Observen ustedes que a veces son los más sinceros, que hay, en fin, más amantes que maridos inconsolables.”
— Pourtant, Oriane, regardez justement votre beau-frère Palamède dont vous êtes en train de parler; il n′y a pas de maîtresse qui puisse rêver d′être pleurée comme l′a été cette pauvre Mme de Charlus. “Sin embargo, Oriana, fíjese precisamente en su cuñado Palamedes, de quien hablaba usted ahora; no hay ninguna amante que pueda soñar con ser llorada como lo ha sido la pobre señora de Charlus.”
— Ah! répondit la duchesse, que Votre Altesse me permette de ne pas être tout à fait de son avis. Tout le monde n′aime pas être pleuré de la même manière, chacun a ses préférences. “¡Ah! —replicó la duquesa—: Permítame Vuestra Alteza que no sea por completo de su opinión. No a todo el mundo le gusta ser llorado de la misma manera; cada cual tiene sus preferencias.”
— Enfin il lui a voué un vrai culte depuis sa mort. Il est vrai qu′on fait quelquefois pour les morts des choses qu′on n′aurait pas faites pour les vivants. “En fin, le ha consagrado un verdadero culto desde su muerte. Verdad que a veces se hace por los muertos cosas que no se hubieran hecho por los vivos.”
— D′abord, répondit Mme de Guermantes sur un ton rêveur qui contrastait avec son intention gouailleuse, on va à leur enterrement, ce qu′on ne fait jamais pour les vivants! M. de Guermantes regarda d′un air malicieux M. de Bréauté comme pour le provoquer à rire de l′esprit de la duchesse. «Mais enfin j′avoue franchement, reprit Mme de Guermantes, que la manière dont je souhaiterais d′être pleurée par un homme que j′aimerais, n′est pas celle de mon beau-frère.» La figure du duc se rembrunit. Il n′aimait pas que sa femme portât des jugements à tort et à travers, surtout sur M. de Charlus. «Vous êtes difficile. Son regret a édifié tout le monde», dit-il d′un ton rogue. Mais la duchesse avait avec son mari cette espèce de hardiesse des dompteurs ou des gens qui vivent avec un fou et qui ne craignent pas de l′irriter: «Eh bien, non, qu′est-ce que vous voulez, c′est édifiant, je ne dis pas, il va tous les jours au cimetière lui raconter combien de personnes il a eues à déjeuner, il la regrette énormément, mais comme une cousine, comme une grand′mère, comme une soeur. Ce n′est pas un deuil de mari. Il est vrai que c′était deux saints, ce qui rend le deuil un peu spécial.» M. de Guermantes, agacé du caquetage de sa femme, fixait sur elle avec une immobilité terrible des prunelles toutes chargées. «Ce n′est pas pour dire du mal du pauvre Mémé, qui, entre parenthèses, n′était pas libre ce soir, reprit la duchesse, je reconnais qu′il est bon comme personne, il est délicieux, il a une délicatesse, un coeur comme les hommes n′en ont pas généralement. C′est un coeur de femme, Mémé!» “Ante todo —respondió la señora de Guermantes en un tono soñador que contrastaba con su intención zumbona—, va uno a su entierro, cosa que no se hace nunca con los vivos.” El señor de Guermantes miró con expresión maliciosa al de Bréauté, como para provocarlo a reír con el gracejo de la duquesa. “Pero, en fin, confiesa francamente —prosiguió la señora de Guermantes— que la forma en que yo desearía ser llorada por un hombre al que quisiera no es la de mi cuñado.” El semblante del duque se ensombreció. No le gustaba que su mujer pronunciase juicios a tontas y a locas, sobre todo a propósito del señor de Charlus. “Es usted difícil de contentar. Su pena ha edificado a todo el mundo”, dijo en tono altanero. Pero la duquesa tenía para con su marido la índole de osadía de los domadores o de la gente que vive con un loco y no teme irritarlo: “Pues no, ¡qué quiere usted!, es edificante, no digo que no; va todos los días al cementerio a contarle cuántas personas ha tenido a almorzar en casa: la siente enormemente, pero como a una prima, como a una abuela, como a una hermana. Eso no es un pesar de marido. Verdad es que eran dos santos, lo cual hace que sea un tanto especial el dolor.” El señor de Guermantes, irritado por la cháchara de su mujer, clavaba en ella, con una inmovilidad terrible, sus pupilas cargadas de mala voluntad. “No es por decir mal del pobre Memé, que, entre paréntesis, no estaba libre esta noche — continuó la duquesa—; reconozco que es bueno como persona, es delicioso, tiene una delicadeza, un buen corazón como no suelen tenerlos generalmente los hombres. ¡Memé es un corazón de mujer!”
— Ce que vous dites est absurde, interrompit vivement M. de Guermantes, Mémé n′a rien d′efféminé, personne n′est plus viril que lui. “Es absurdo lo que está usted diciendo —la interrumpió vivamente el señor de Guermantes—. Memé no tiene nada de afeminado: no hay nadie más viril que él.
— Mais je ne vous dis pas qu′il soit efféminé le moins du monde. Comprenez au moins ce que je dis, reprit la duchesse. Ah! celui-là, dès qu′il croit qu′on veut toucher à son frère . . ., ajouta-t-elle en se tournant vers la princesse de Parme. “¡Pero si yo no le digo a usted que sea afeminado ni mucho menos! Comprenda usted, al menos, lo que digo —prosiguió la duquesa—. ¡Ah, lo que es éste, desde el momento en que cree que quieren tocarle a su hermano!”, añadió, volviéndose hacia la princesa de Parma.
— C′est très gentil, c′est délicieux à entendre. Il n′y a rien de si beau que deux frères qui s′aiment, dit la princesse de Parme, comme l′auraient fait beaucoup de gens du peuple, car on peut appartenir à une famille princière, et à une famille par le sang, par l′esprit fort populaire. “Eso está muy bien, es delicioso oír una cosa así. No hay nada tan hermoso como dos hermanos que se quieren”, dijo la princesa de Parma, como lo hubiera dicho mucha gente del pueblo, porque se puede pertenecer a una familia principesca ya una familia por la sangre ypor el espíritu muy popular.
— Puisque nous parlions de votre famille, Oriane, dit la princesse, j′ai vu hier votre neveu Saint–Loup; je crois qu′il voudrait vous demander un service. Le duc de Guermantes fronça son sourcil jupitérien. Quand il n′aimait pas rendre un service, il ne voulait pas que sa femme s′en chargeât, sachant que cela reviendrait au même et que les personnes à qui la duchesse avait été obligée de le demander l′inscriraient au débit commun de ménage, tout aussi bien que s′il avait été demandé par le mari seul. “Ya que hablamos de su familia, Oriana —dijo la princesa— , ayer he visto a su sobrino Saint-Loup; creo que quería pedirle a usted que le prestase un servicio.” El duque de Guermantes frunció su ceño jupiterino. Cuando no le gustaba hacer algún favor, no quería que su mujer se encargase de ello; por saber que vendría a ser lo mismo y que las personas a quienes se hubiera visto obligada a pedirlo la duquesa lo inscribirían en el “debe” común del matrimonio, ni más ni menos que si hubiera sido el marido solo quien lo hubiera solicitado.
— Pourquoi ne me l′a-t-il pas demandé lui-même? dit la duchesse, il est resté deux heures ici, hier, et Dieu sait ce qu′il a pu être ennuyeux. Il ne serait pas plus stupide qu′un autre s′il avait eu, comme tant de gens du monde, l′intelligence de savoir rester bête. Seulement, c′est ce badigeon de savoir qui est terrible. Il veut avoir une intelligence ouverte . . . ouverte à toutes les choses qu′il ne comprend pas. Il vous parle du Maroc, c′est affreux. “¿Por qué no me lo ha pedido él? —dijo la duquesa—. Dos horas pasó aquí ayer, y sólo Dios sabe lo aburrido que pudo estar. No sería más estúpido que otro cualquiera de haber tenido, como tantos en sociedad, la inteligencia necesaria para seguir siendo necio. Sólo que lo terrible es ese barniz de sabiduría. Quiere tener una inteligencia abierta..., abierta a todos los casos que no comprende. Le habla a usted de Marruecos, y es espantoso.”
— Il ne veut pas y retourner, à cause de Rachel, dit le prince de Foix. “No puede volver allá por causa de Raquel”, dijo el príncipe de Foix.
— Mais puisqu′ils ont rompu, interrompit M. de Bréauté. “¡Pero si han roto!”, lo atajó el señor de Bréauté.
— Ils ont si peu rompu que je l′ai trouvée il y a deux jours dans la garçonnière de Robert; ils n′avaient pas l′air de gens brouillés, je vous assure, répondit le prince de Foix qui aimait à répandre tous les bruits pouvant faire manquer un mariage à Robert et qui d′ailleurs pouvait être trompé par les reprises intermittentes d′une liaison en effet finie. “Tan no han roto, que hace dos días me la encontré con ella en la garçonniere de Roberto; no tenían facha de estar reñidos, se lo aseguro”, repuso el príncipe de Voix, que se perecía por difundir todos los rumores que pudieran hacer perder una boda a Roberto, y que, de otra parte, podía estar engañado por las prolongaciones intermitentes de unas relaciones efectivamente acabadas.
— Cette Rachel m′a parlé de vous, je la vois comme ça en passant le matin aux Champs-Élysées, c′est une espèce d′évaporée comme vous dites, ce que vous appelez une dégrafée, une sorte de «Dame aux Camélias», au figuré bien entendu. —La Raquel esa me ha hablado de usted; la veo así, al pasar, a la mañana, por los Campos Elíseos; es una aturdida, como dicen ustedes; lo que ustedes llaman una cosa desatada, algo así como una “Dama de las Camelias”, en sentido figurado, naturalmente.
Ce discours m′était tenu par le prince Von qui tenait à avoir l′air au courant de la littérature française et des finesses parisiennes. —Quien me enjaretaba este discurso era el príncipe Von, que estaba empeñado en parecer al corriente de la literatura francesa y de las agudezas parisienses.
— Justement c′est à propos du Maroc . . . s′écria la princesse saisissant précipitamment ce joint. “Justamente es a propósito de Marruecos...”, exclamó la princesa aprovechando precipitadamente la coyuntura.
— Qu′est-ce qu′il peut vouloir pour le Maroc? demanda sévèrement M. de Guermantes; Oriane ne peut absolument rien dans cet ordre-là, il le sait bien. “¿Qué es lo que puede querer ése de Marruecos? — preguntó severamente el señor de Guermantes—; Oriana no puede hacer absolutamente nada en ese terreno; bien lo sabe él.”
— Il croit qu′il a inventé la stratégie, poursuivit Mme de Guermantes, et puis il emploie des mots impossibles pour les moindres choses, ce qui n′empêche pas qu′il fait des pâtés dans ses lettres. L′autre jour, il a dit qu′il avait mangé des pommes de terre sublimes , et qu′il avait trouvé à louer une baignoire sublime . “Se figura que ha inventado la estrategia — prosiguió la señora de Guermantes—, y además emplea palabras imposibles para la menor cosa, lo cual no le impide tener coladuras en sus cartas. El otro día ha dicho que había comido unas patatas sublimes, y que había conseguido abonarse a una platea sublime.”
— Il parle latin, enchérit le duc. “¡Habla en latín!—, ponderó el duque.
— Comment, latin? demanda la princesse. “¿Cómo que en latín?”, preguntó la princesa.
— Ma parole d′honneur! que Madame demande à Oriane si j′exagère. “¡Palabra de honor! Pregúntele a Oriana, señora, si exagero.”
— Mais comment, madame, l′autre jour il a dit dans une seule phrase, d′un seul trait: «Je ne connais pas d′exemple de Sic transit gloria mundi plus touchant»; je dis la phrase à Votre Altesse parce qu′après vingt questions et en faisant appel à des linguistes , nous sommes arrivés à la reconstituer, mais Robert a jeté cela sans reprendre haleine, on pouvait à peine distinguer qu′il y avait du latin là dedans, il avait l′air d′un personnage du Malade imaginaire ! Et tout ça s′appliquait à la mort de l′impératrice d′Autriche! “¡Pero cómo, señora! El otro día ha dicho en una sola frase, de un tirón: “No conozco un ejemplo de sic transit gloria mundi más impresionante”; si puedo decirle la frase a Vuestra Alteza es gracias a que después de veinte preguntas y de acudir a algunos lingüistas, llegamos a reconstituirla; pero lo, que es Roberto la lanzó sin tomar aliento; apenas podía distinguirse que hubiera nada de latín en ella; ¡parecía un personaje del Malade imaginaire! ¡Y todo eso a cuenta de la muerte de la emperatriz de Austria!”
— Pauvre femme! s′écria la princesse, quelle délicieuse créature c′était. “¡Pobre mujer! —exclamó la princesa— . ¡Qué criatura más deliciosa era!”
— Oui, répondit la duchesse, un peu folle, un peu insensée, mais c′était une très bonne femme, une gentille folle très aimable, je n′ai seulement jamais compris pourquoi elle n′avait jamais acheté un râtelier qui tînt, le sien se décrochait toujours avant la fin de ses phrases et elle était obligée de les interrompre pour ne pas l′avaler. “Sí —respondió la duquesa—; un poco chiflada, un tanto insensata, pero era una mujer bonísima, una loca deliciosa y muy amable; lo único que jamás he comprendido es por qué no se había comprado nunca una dentadura postiza que ajustara bien; la que tenía se le desencajaba siempre antes del final de sus frases y se veía obligada a interrumpirlas para no tragársela.”
— Cette Rachel m′a parlé de vous, elle m′a dit que le petit Saint–Loup vous adorait, vous préférait même à elle, me dit le prince Von, tout en mangeant comme un ogre, le teint vermeil, et dont le rire perpétuel découvrait toutes les dents. —La Raquel esa me ha hablado de usted; me dijo que Saint-Loup lo adoraba, que incluso lo prefería a ella —me dijo el príncipe Von, sin dejar de comer como un ogro, arrebatado el color, mientras su perpetua risa ponía al descubierto todos sus dientes.
— Mais alors elle doit être jalouse de moi et me détester, répondis-je. —Pero entonces debe de estar celosa de mí y detestarme — repuse.
— Pas du tout, elle m′a dit beaucoup de bien de vous. La maîtresse du prince de Foix serait peut-être jalouse s′il vous préférait à elle. Vous ne comprenez pas? Revenez avec moi, je vous expliquerai tout cela. —Nada de eso, me ha hablado de usted muy bien. Puede que la querida del príncipe de Foix estuviera celosa si él lo prefiriese a ella. ¿No me entiende usted? Véngase conmigo cuando salgamos y le explicaré todo eso.
— Je ne peux pas, je vais chez M. de Charlus à onze heures. —No puedo, tengo que ir a casa del señor de Charlus a las once.
— Tiens, il m′a fait demander hier de venir dîner ce soir, mais de ne pas venir après onze heures moins le quart. Mais si vous tenez à aller chez lui, venez au moins avec moi jusqu′au Théâtre-Français, vous serez dans la périphérie, dit le prince qui croyait sans doute que cela signifiait «à proximité» ou peut-être «le centre». —¡Hombre!, ayer me mandó decir que fuese a cenar con él esta noche, pero que no fuera después de las once menos cuarto. Pero si tiene usted empeño en ir a su casa, venga usted conmigo, al menos hasta el Teatro Francés; estará usted en la periferia —dijo el príncipe, que sin duda creía que eso significaba “en las cercanías”, o quizá “el centro”.
Mais ses yeux dilatés dans sa grosse et belle figure rouge me firent peur et je refusai en disant qu′un ami devait venir me chercher. Cette réponse ne me semblait pas blessante. Le prince en reçut sans doute une impression différente, car jamais il ne m′adressa plus la parole. Pero sus ojos, dilatados en su rolliza y hermosa cara arrebolada, me dieron miedo, y no acepté, diciendo que iba a venir a buscarme un amigo. No me parecía que esta respuesta fuese ofensiva. La impresión que de ella recibió el príncipe fue, sin duda, diferente, porque nunca más volvió a dirigirme la palabra.
«Il faut justement que j′aille voir la reine de Naples, quel chagrin elle doit avoir!» dit, ou du moins me parut avoir dit, la princesse de Parme. Car ces paroles ne m′étaient arrivées qu′indistinctes à travers celles, plus proches, que m′avait adressées pourtant fort bas le prince Von, qui avait craint sans doute, s′il parlait plus haut, d′être entendu de M. de Foix. Precisamente tengo que ir a ver a la reina de Nápoles, ¡qué pena debe de tener!”, dijo, o, por lo menos, me pareció que había dicho la princesa de Parma. Porque estas palabras sólo habían llegado hasta mí indistintas, a través de las más próximas que me había dirigido, muy bajo, sin embargo, el príncipe Von, el cual había tenido, sin duda, si hablaba más alto, ser oído por el señor de Foix,
— Ah! non, répondit la duchesse, ça, je crois qu′elle n′en a aucun. “¡Oh, no! — respondió la duquesa—. Lo que es pena, no creo que tenga ni pizca.”
— Aucun? vous êtes toujours dans les extrêmes, Oriane, dit M. de Guermantes reprenant son rôle de falaise qui, en s′opposant à la vague, la force à lancer plus haut son panache d′écume. “¿Ni pizca? ¡Siempre ha de estar usted en los extremos, Oriana!”, dijo el señor de Guermantes, reasumiendo su papel de acantilado que, con oponerse a la ola, la obliga a lanzar más alto su penacho de espuma.
— Basin sait encore mieux que moi que je dis la vérité, répondit la duchesse, mais il se croit obligé de prendre des airs sévères à cause de votre présence et il a peur que je vous scandalise. “Basin sabe mejor aún que yo que estoy diciendo la verdad —respondió la duquesa—, pero se cree obligado a adoptar aires severos por la presencia de Vuestra Alteza, y tiene miedo de que yo la escandalice.”
— Oh! non, je vous en prie, s′écria la princesse de Parme, craignant qu′à cause d′elle on n′altérât en quelque chose ces délicieux mercredis de la duchesse de Guermantes, ce fruit défendu auquel la reine de Suède elle-même n′avait pas encore eu le droit de goûter. “¡Oh, no, por favor!”, exclamó la princesa de Parma, temiendo que por su causa se alteraran en algo aquellos deliciosos miércoles de la duquesa de Guermantes, fruto prohibido que ni la misma reina de Suecia había tenido aún derecho a probar.
— Mais c′est à lui-même qu′elle a répondu, comme il lui disait, d′un air banalement triste: Mais la reine est en deuil; de qui donc? est-ce un chagrin pour votre Majesté? «Non, ce n′est pas un grand deuil, c′est un petit deuil, un tout petit deuil, c′est ma soeur.» La vérité c′est qu′elle est enchantée comme cela, Basin le sait très bien, elle nous a invités à une fête le jour même et m′a donné deux perles. Je voudrais qu′elle perdît une soeur tous les jours! Elle ne pleure pas la mort de sa soeur, elle la rit aux éclats. Elle se dit probablement, comme Robert, que sic transit , enfin je ne sais plus, ajouta-t-elle par modestie, quoiqu′elle sût très bien. “¡Pero si ha sido justamente a él a quien ha respondido, cuando le decía en un tono trivialmente triste: “¡Pero la reina está de luto! ¿Por quién? ¿Es alguna desgracia que toca de cerca a Vuestra Majestad?” “No, no es ningún luto de importancia; es un luto ligero, muy ligero; es por mi hermana.” “La verdad es que, así como así, está encantada; Basin lo sabe perfectamente; nos ha invitado a una fiesta ese mismo día, y a mí me ha dado dos perlas. ¡Ya quisiera yo que perdiese una hermana todos los días! No llora la muerte de su hermana; la ríe a carcajadas. Probablemente se dice, como Roberto, que sic transa, bueno, ya no sé lo que sigue”, añadió, por modestia, aunque lo sabía muy bien.
D′ailleurs Mme de Guermantes faisait seulement en ceci de l′esprit, et du plus faux, car la reine de Naples, comme la duchesse d′Alençon, morte tragiquement aussi, avait un grand coeur et a sincèrement pleuré les siens. Mme de Guermantes connaissait trop les nobles soeurs bavaroises, ses cousines, pour l′ignorer. Por lo demás, al hablar así, la señora de Guermantes hacía solamente alarde de ingenio, y del más falso, ya que la reina de Nápoles, como la duquesa de Alenzón, que murió asimismo de una manera trágica, tenía un gran corazón y ha llorado sinceramente a los suyos.
— Il aurait voulu ne pas retourner au Maroc, dit la princesse de Parme en saisissant à nouveau ce nom de Robert que lui tendait bien involontairement comme une perche Mme de Guermantes. Je crois que vous connaissez le général de Monserfeuil. La señora de Guermantes conocía de sobra a sus primas, las nobles hermanas bávaras, para ignorarlo. “Pues Saint-Loup hubiera querido no volver a Marruecos —dijo la princesa de Parma, asiendo de nuevo el nombre de Marruecos, que le tendía, harto involuntariamente, como una pértiga, la señora de Guermantes—. Creo que conoce usted al general de Monserfeuil.”
— Très peu, répondit la duchesse qui était intimement liée avec cet officier. La princesse expliqua ce que désirait Saint–Loup. “Muy poco”, respondió la duquesa, que llevaba una amistad íntima con el militar. La princesa explicó lo que deseaba Saint-Loup.
— Mon Dieu, si je le vois, cela peut arriver que je le rencontre, répondit, pour ne pas avoir l′air de refuser, la duchesse dont les relations avec le général de Monserfeuil semblaient s′être rapidement espacées depuis qu′il s′agissait de lui demander quelque chose. Cette incertitude ne suffit pourtant pas au duc, qui, interrompant sa femme: «Vous savez bien que vous ne le verrez pas, Oriane, dit-il, et puis vous lui avez déjà demandé deux choses qu′il n′a pas faites. Ma femme a la rage d′être aimable, reprit-il de plus en plus furieux pour forcer la princesse à retirer sa demande sans que cela pût faire douter de l′amabilité de la duchesse et pour que Mme de Parme rejetât la chose sur son propre caractère à lui, essentiellement quinteux. Robert pourrait ce qu′il voudrait sur Monserfeuil. Seulement, comme il ne sait pas ce qu′il veut, il le fait demander par nous, parce qu′il sait qu′il n′y a pas de meilleure manière de faire échouer la chose. Oriane a trop demandé de choses à Monserfeuil. Une demande d′elle maintenant, c′est une raison pour qu′il refuse.» “Dios mío, si lo veo..., bien puede ocurrir que lo encuentre”, respondió, porque no pareciera que se negaba, la duquesa, cuyas relaciones con el general de Monserfeuil parecían haberse espaciado rápidamente desde el punto en que se trataba de pedirle algo. Esta incertidumbre no le bastó, sin embargo, al duque, que, interrumpiendo a su mujer: “Bien sabe usted que no lo verá Oriana —dijo—; y, además, ya le ha pedido usted dos cosas que no ha hecho. Mi mujer tiene el prurito de ser amable —continuó, cada vez más furioso, para obligar a la princesa a retirar su petición sin que ello pudiera hacer dudar de la amabilidad de la duquesa, y para que la señora de Guermantes echase la culpa del caso al carácter dé él, esencialmente caprichoso—. Roberto podía tener todo lo que quisiera con Monserfeuil. Sólo que como no sabe lo que quiere, hace que seamos nosotros quienes lo pidamos, porque sabe que no hay mejor modo de que salga mal. Demasiadas cosas le ha pedido Oriana a Monserfeuil. Un ruego suyo, ahora, es una razón para que el general se niegue.”
— Ah! dans ces conditions, il vaut mieux que la duchesse ne fasse rien, dit Mme de Parme. “¡Ah!, en esas circunstancias más vale que no haga nada la duquesa”, dijo la señora de Parma.
— Naturellement, conclut le duc. “¡Naturalmente!”, concluyó el duque.
— Ce pauvre général, il a encore été battu aux élections, dit la princesse de Parme pour changer de conversation. “¡Ese pobre general!, otra vez lo han derrotado en las elecciones”, dijo la princesa de Parma, por cambiar de conversación.
— Oh! ce n′est pas grave, ce n′est que la septième fois, dit le duc qui, ayant dû lui-même renoncer à la politique, aimait assez les insuccès électoraux des autres. “¡Oh!, eso no es grave, no es más que la séptima vez”, dijo el duque, que, como había tenido que renunciar también a la política, se complacía bastante en los reveses electorales de los demás.
— Il s′est consolé en voulant faire un nouvel enfant à sa femme. “Se ha consolado queriendo hacerle otro chico a su mujer.”
— Comment! Cette pauvre Mme de Monserfeuil est encore enceinte, s′écria la princesse. “¡Cómo! ¿Vuelve a estar encinta esa pobre señora de Monserfeuil?”
— Mais parfaitement, répondit la duchesse, c′est le seul arrondissement où le pauvre général n′a jamais échoué. “¡Pues claro! — respondió la duquesa—; ése es el único distrito en que no ha fracasado nunca el pobre general.”
Je ne devais plus cesser par la suite d′être continuellement invité, fût-ce avec quelques personnes seulement, à ces repas dont je m′étais autrefois figuré les convives comme les apôtres de la Sainte–Chapelle. Ils se réunissaient là en effet, comme les premiers chrétiens, non pour partager seulement une nourriture matérielle, d′ailleurs exquise, mais dans une sorte de Cène sociale; de sorte qu′en peu de dîners j′assimilai la connaissance de tous les amis de mes hôtes, amis auxquels ils me présentaient avec une nuance de bienveillance si marquée (comme quelqu′un qu′ils auraient de tout temps paternellement préféré), qu′il n′est pas un d′entre eux qui n′eût cru manquer au duc et à la duchesse s′il avait donné un bal sans me faire figurer sur sa liste, et en même temps, tout en buvant un des Yquem que recelaient les caves des Guermantes, je savourais des ortolans accommodés selon les différentes recettes que le duc élaborait et modifiait prudemment. Cependant, pour qui s′était déjà assis plus d′une fois à la table mystique, la manducation de ces derniers n′était pas indispensable. De vieux amis de M. et de Mme de Guermantes venaient les voir après dîner, «en cure-dents» aurait dit Mme Swann, sans être attendus, et prenaient l′hiver une tasse de tilleul aux lumières du grand salon, l′été un verre d′orangeade dans la nuit du petit bout de jardin rectangulaire. On n′avait jamais connu, des Guermantes, dans ces après-dîners au jardin, que l′orangeade. Elle avait quelque chose de rituel. Y ajouter d′autres rafraîchissements eût semblé dénaturer la tradition, de même qu′un grand raout dans le faubourg Saint–Germain n′est plus un raout s′il y a une comédie ou de la musique. Il faut qu′on soit censé venir simplement — y eût-il cinq cents personnes — faire une visite à la princesse de Guermantes, par exemple. On admira mon influence parce que je pus à l′orangeade faire ajouter une carafe contenant du jus de cerise cuite, de poire cuite. Je pris en inimitié, à cause de cela, le prince d′Agrigente qui, comme tous les gens dépourvus d′imagination, mais non d′avarice, s′émerveillent de ce que vous buvez et vous demandent la permission d′en prendre un peu. De sorte que chaque fois M. d′Agrigente, en diminuant ma ration, gâtait mon plaisir. Car ce jus de fruit n′est jamais en assez grande quantité pour qu′il désaltère. Rien ne lasse moins que cette transposition en saveur, de la couleur d′un fruit, lequel cuit semble rétrograder vers la saison des fleurs. Empourpré comme un verger au printemps, ou bien incolore et frais comme le zéphir sous les arbres fruitiers, le jus se laisse respirer et regarder goutte à goutte, et M. d′Agrigente m′empêchait, régulièrement, de m′en rassasier. Malgré ces compotes, l′orangeade traditionnelle subsista comme le tilleul. Sous ces modestes espèces, la communion sociale n′en avait pas moins lieu. En cela, sans doute, les amis de M. et de Mme de Guermantes étaient tout de même, comme je me les étais d′abord figurés, restés plus différents que leur aspect décevant ne m′eût porté à le croire. Maints vieillards venaient recevoir chez la duchesse, en même temps que l′invariable boisson, un accueil souvent assez peu aimable. Or, ce ne pouvait être par snobisme, étant eux-mêmes d′un rang auquel nul autre n′était supérieur; ni par amour du luxe: ils l′aimaient peut-être, mais, dans de moindres conditions sociales, eussent pu en connaître un splendide, car, ces mêmes soirs, la femme charmante d′un richissime financier eût tout fait pour les avoir à des chasses éblouissantes qu′elle donnerait pendant deux jours pour le roi d′Espagne. Ils avaient refusé néanmoins et étaient venus à tout hasard voir si Mme de Guermantes était chez elle. Ils n′étaient même pas certains de trouver là des opinions absolument conformes aux leurs, ou des sentiments spécialement chaleureux; Mme de Guermantes lançait parfois sur l′affaire Dreyfus, sur la République, sur les lois antireligieuses, ou même, à mi-voix, sur eux-mêmes, sur leurs infirmités, sur le caractère ennuyeux de leur conversation, des réflexions qu′ils devaient faire semblant de ne pas remarquer. Sans doute, s′ils gardaient là leurs habitudes, était-ce par éducation affinée du gourmet mondain, par claire connaissance de la parfaite et première qualité du mets social, au goût familier, rassurant et sapide, sans mélange, non frelaté, dont ils savaient l′origine et l′histoire aussi bien que celle qui la leur servait, restés plus «nobles» en cela qu′ils ne le savaient eux-mêmes. Or, parmi ces visiteurs auxquels je fus présenté après dîner, le hasard fit qu′il y eut ce général de Monserfeuil dont avait parlé la princesse de Parme et que Mme de Guermantes, du salon de qui il était un des habitués, ne savait pas devoir venir ce soir-là. Il s′inclina devant moi, en entendant mon nom, comme si j′eusse été président du Conseil supérieur de la guerre. J′avais cru que c′était simplement par quelque inserviabilité foncière, et pour laquelle le duc, comme pour l′esprit, sinon pour l′amour, était le complice de sa femme, que la duchesse avait presque refusé de recommander son neveu à M. de Monserfeuil. Et je voyais là une indifférence d′autant plus coupable que j′avais cru comprendre par quelques mots échappés à la princesse de Parme que le poste de Robert était dangereux et qu′il était prudent de l′en faire changer. Mais ce fut par la véritable méchanceté de Mme de Guermantes que je fus révolté quand, la princesse de Parme ayant timidement proposé d′en parler d′elle-même et pour son compte au général, la duchesse fit tout ce qu′elle put pour en détourner l′Altesse. No había de dejar yo ya, en lo sucesivo, de ser invitado continuamente, aunque sólo fuese con unas pocas personas más, a estas comidas cuyos comensales me había figurado antaño como los apóstoles de la Capilla Santa. Reuníanse allí, en efecto, como los primeros cristianos, no para compartir solamente un alimento material, por lo demás exquisito, sino en una a modo de Cena social; de manera que en unas cuantas comidas me asimilé el conocimiento de todos los amigos de mis huéspedes, amigos a quienes éstos me presentaban con un matiz de benevolencia tan marcado (como una persona a la que hubieran preferido siempre paternalmente), que no había entre ellos uno que no hubiera creído hacer de menos al duque ya la duquesa si había dado un baile sin hacerme figurar en su lista, y, al mismo tiempo, en tanto bebía uno de los Yquem que guardaban las bodegas de los Guermantes, saboreaba yo unos hortelanos aderezados con arreglo a las diferentes recetas que el duque elaboraba y modificaba prudentemente. Sin embargo, para el que se había sentado ya más de una vez a la mesa mística, la manducación dé los últimos no era indispensable. Algunos antiguos amigos del señor y la señora de Guermantes iban a verlos después de cenar, “de mondadientes” hubiera dicho la señora de Swann, sin que se los esperase, y tomaban en invierno una taza de tila bajo las luces del gran salón, y en verano un vaso de naranjada en la oscuridad del trocito de jardín rectangular. Nunca se les había conocido a los Guermantes, en esas sobrecenas en el jardín, otra cosa que la naranjada. Tenía ésta algo de ritual. Añadir a ella otros refrescos hubiera parecido desnaturalizar la tradición, de igual suerte que una gran recepción, en el barrio de Saint-Germain, ya no es una recepción si en ella se representa una comedia o hay música. Tiene que parecer que ha ido uno —aunque haya en la recepción quinientas personas— a hacer una visita a la princesa de Guermantes, por ejemplo. Se admiró mi influencia porque a la naranjada pude hacer añadir una garrafilla con zumo de cerezas cocidas, de pera cocida. Por causa de esto le tomé ojeriza al príncipe de Agrigento que, como todas las gentes desprovistas de imaginación, pero no de avaricia, se maravillan de lo que bebéis y os piden permiso para tomar un poco de ello. De modo que, todas las veces, el señor de Agrigento, al disminuir mi ración, echaba a perder mi goce. Porque ese zumo de fruta, por mucha cantidad en que se tome nunca es bastante para apagar la sed. Nada me cansa menos que esa trasposición a sabor del color de una fruta que, cocida, parece retrogradar hacia la estación de las flores. Empurpurado como un vergel en primavera, o bien incoloro y fresco como el céfiro baje los árboles frutales, el zumo se deja respirar y mirar gota a gota, y el señor de Agrigento me impedía, regularmente, saciarme de él. A pesar de estas compotas, la naranjada tradicional subsistió como la tila. Bajo estas modestas especies no dejaba de efectuarse la comunión social. En esto, sin duda, los amigos del señor y de la señora de Guermantes habían seguido siendo, a pesar de todo, como me los había figurado yo en un principio, más diferentes de lo que su engañosa apariencia me hubiera movido a creer. Muchos viejos iban a recibir en casa de la duquesa, al mismo tiempo que la invariable bebida, una acogida que a menudo tenía bastante poco de amable. Ahora bien, no podía ser por snobismo —puesto que pertenecían a una condición a que ninguna otra era superior—, ni por amor al lujo; quizá tuviesen apego a éste, pero en unas condiciones sociales menores hubieran podido conocer un lujo espléndido, ya que, esas mismas noches, la encantadora mujer de un financiero riquísimo hubiera hecho cuanto fuese preciso hacer para tenerlos en unas cacerías deslumbradoras que iba a dar por espacio de dos días en honor del rey de España. Los viejos, con todo, se habían esquivado, y habían venido a todo trance a ver si estaba en casa la señora de Guermantes. Ni siquiera estaban seguros de encontrar allí opiniones absolutamente conformes con las suyas, o sentimientos especialmente calurosos; la señora de Guermantes lanzaba a veces, a cuenta del caso de Dreyfus, de la República, de las leyes antirreligiosas, o incluso, a media voz, a propósito de ellos, de sus achaques, del tono aburrido de su conversación, reflexiones tales que tenían que hacer como si no reparasen en ellas. Indudablemente, si conservaban allí sus costumbres era por una afinada educación de sibaritas mundanos, por un claro conocimiento de la perfecta y primera calidad del manjar social, de regusto familiar, tranquilizador y rápido, sin mezcla, no adulterado, cuyo origen e historia conocían tan bien como la que se lo servía, siendo en esto más “nobles” de lo que ellos mismos sabían. Pues entre estos visitantes, a los que fui presentado después de cenar, quiso la casualidad que estuviera el general Monserfeuil, del que había hablado la princesa de Parma, y que la señora de Guermantes, de cuyo salón era uno de los asiduos, no sabía que hubiera de venir esa noche. El general se inclinó ante mí, al oír mi nombre, cual si hubiera sido yo el presidente del Consejo Superior de Guerra. Me había figurado que era simplemente por cierta inserviciabilidad radical, y para la que el duque, como para el ingenio, ya que no para el amor, era cómplice de su mujer, por lo que la duquesa se había negado casi a recomendar a su sobrino al señor de Monserfeuil. Y veía en ello una indiferencia tanto más culpable cuanto que había creído comprender, por algunas palabras que se le escaparon a la princesa de Parma, que el puesto de Roberto era de peligro y que era prudente hacerlo trasladar de él. Pero lo que me sublevó fue la verdadera perversidad cuando, al proponer tímidamente la del caso ella misma y por su cuenta al general, la duquesa hizo cuanto pudo para disuadir de ello a Su Alteza.
— Mais Madame, s′écria-t-elle, Monserfeuil n′a aucune espèce de crédit ni de pouvoir avec le nouveau gouvernement. Ce serait un coup d′épée dans l′eau. “¡Pero, señora —exclamó—, Monserfeuil no tiene ningún género de crédito ni de poder con el nuevo Gobierno! Eso sería tanto como dar una estocada en el agua.”
— Je crois qu′il pourrait nous entendre, murmura la princesse en invitant la duchesse à parler plus bas. “Me parece que puede oírnos”, murmuró la princesa, invitando a la duquesa a hablar más bajo.
— Que Votre Altesse ne craigne rien, il est sourd comme un pot, dit sans baisser la voix la duchesse, que le général entendit parfaitement. “No tema nada Vuestra Alteza; es sordo coma una tapia”, dijo, sin bajar la voz, la duquesa, a la que el general oyó perfectamente.
— C′est que je crois que M. de Saint–Loup n′est pas dans un endroit très rassurant, dit la princesse. “Es que creo que el señor de Saint-Loup no está en un sitio muy tranquilizador”, dijo la princesa.
— Que voulez-vous, répondit la duchesse, il est dans le cas de tout le monde, avec la différence que c′est lui qui a demandé à y aller. Et puis, non, ce n′est pas dangereux; sans cela vous pensez bien que je m′en occuperais. J′en aurais parlé à Saint–Joseph pendant le dîner. Il est beaucoup plus influent, et d′un travailleur! Vous voyez, il est déjà parti. Du reste ce serait moins délicat qu′avec celui-ci, qui a justement trois de ses fils au Maroc et n′a pas voulu demander leur changement; il pourrait objecter cela. Puisque Votre Altesse y tient, j′en parlerai à Saint–Joseph . . . si je le vois, ou à Beautreillis. Mais si je ne les vois pas, ne plaignez pas trop Robert. On nous a expliqué l′autre jour où c′était. Je crois qu′il ne peut être nulle part mieux que là. “¿Qué quiere Vuestra Alteza? — respondió la duquesa—. Está en el caso de toda el mundo, con la diferencia de que es él quien ha pedido ir allá. Además, que no, no es peligroso; si así no fuere, ya puede suponerse Vuestra Alteza que me ocuparía yo de eso. Le hubiera hablado de ello a Saint-Joseph durante la cena. Es mucho más influyente, y ¡tiene un tesón!... Mire Vuestra Alteza, ya se ha ido. Por otra parte, sería menos delicado con éste, que precisamente tiene a tres de sus hijos en Marruecos y no ha querido pedir que los trasladasen; podría objetar eso mismo. Ya que Vuestra Alteza tiene empeño, hablaré de ello a Saint-Joseph, si lo veo... o a Beautreillis Pero si no los veo, no compadezca demasiado a Roberto. El otro día nos han explicado dónde estaba. Creo que en ninguna parte puede estar mejor que allí.”
«Quelle jolie fleur, je n′en avais jamais vu de pareille, il n′y a que vous, Oriane, pour avoir de telles merveilles!» dit la princesse de Parme qui, de peur que le général de Monserfeuil n′eût entendu la duchesse, cherchait à changer de conversation. Je reconnus une plante de l′espèce de celles qu′Elstir avait peintes devant moi. “¡Qué flor más bonita!, no he visto nunca otra igual, ¡no hay nadie como usted, Oriana, para tener maravillas de estas!”, dijo la princesa de Parma, que, por miedo a que el general de Monserfeuil hubiese oído a la duquesa, trataba de cambiar de conversación. Reconocí una planta de la especie de las que Elstir había pintado delante de mí.
— Je suis enchantée qu′elle vous plaise; elles sont ravissantes, regardez leur petit tour de cou de velours mauve; seulement, comme il peut arriver à des personnes très jolies et très bien habillées, elles ont un vilain nom et elles sentent mauvais. Malgré cela, je les aime beaucoup. Mais ce qui est un peu triste, c′est qu′elles vont mourir. “Encantada de que le guste; son admirables, fíjese en ese collarín de terciopelo malva; sólo que, como puede ocurrirles a algunas personas muy bonitas y muy bien vestidas, tienen un nombre feo y huelen mal. A mí, a pesar de eso, me gustan mucho. Pero lo que no deja de ser triste es que van a morir.”
— Mais elles sont en pot, ce ne sont pas des fleurs coupées, dit la princesse. “Pero están en una maceta, no son flores cortadas”, dijo la princesa.
— Non, répondit la duchesse en riant, mais ça revient au même, comme ce sont des dames. C′est une espèce de plantes où les dames et les messieurs ne se trouvent pas sur le même pied. Je suis comme les gens qui ont une chienne. Il me faudrait un mari pour mes fleurs. Sans cela je n′aurai pas de petits! “No —respondió la duquesa, riéndose—, pero viene a ser lo mismo, ya que son damas. Es una especie de plantas en que las damas y los caballeros no se encuentran al mismo nivel. Me pasa lo que a las personas que tienen una perra. Necesitaría un marido para mis plantas. ¡Si no, no tendré crías!”
— Comme c′est curieux. Mais alors dans la nature . . . “Es curioso. Pero entonces, en la naturaleza...”
— Oui! il y a certains insectes qui se chargent d′effectuer le mariage, comme pour les souverains, par procuration, sans que le fiancé et la fiancée se soient jamais vus. Aussi je vous jure que je recommande à mon domestique de mettre ma plante à la fenêtre le plus qu′il peut, tantôt du côté cour, tantôt du côté jardin, dans l′espoir que viendra l′insecte indispensable. Mais cela exigerait un tel hasard. Pensez, il faudrait qu′il ait justement été voir une personne de la même espèce et d′un autre sexe, et qu′il ait l′idée de venir mettre des cartes dans la maison. Il n′est pas venu jusqu′ici, je crois que ma plante est toujours digne d′être rosière, j′avoue qu′un peu plus de dévergondage me plairait mieux. Tenez, c′est comme ce bel arbre qui est dans la cour, il mourra sans enfants parce que c′est une espèce très rare dans nos pays. Lui, c′est le vent qui est chargé d′opérer l′union, mais le mur est un peu haut. “¡Sí! Hay ciertos insectos que se encargan de efectuar la boda, como se hace con los soberanos, por poder, sin que el novio y la novia se hayan visto nunca. Por eso, le juro que recomiendo a mi criado que ponga mi planta a la ventana lo más que pueda, unas veces a la parte que da al patio, otras del lado del jardín, con la esperanza de que venga el insecto indispensable. ¡Pero eso exigiría una casualidad tan grande! Figúrese Vuestra Alteza, haría falta que hubiese ido justamente a ver a una persona de la misma especie yde otro sexo yque le dé la ocurrencia de venir a dejar tarjeta en casa.. Hasta ahora no ha venido; creo que mi planta sigue siendo digna de un premio a la virtud; confieso que preferiría un poco más de libertinaje. Es lo mismo que ese árbol tan hermoso que hay en el patio; se morirá sin tener hijos, porque es de una especie rarísima en nuestras tierras. Para él, es el viento el que está encargado de operar la unión, pero la tapia está un poco alta.”
— En effet, dit M. de Bréauté, vous auriez dû le faire abattre de quelques centimètres seulement, cela aurait suffi. Ce sont des opérations qu′il faut savoir pratiquer. Le parfum de vanille qu′il y avait dans l′excellente glace que vous nous avez servie tout à l′heure, duchesse, vient d′une plante qui s′appelle le vanillier. Celle-là produit bien des fleurs à la fois masculines et féminines, mais une sorte de paroi dure, placée entre elles, empêche toute communication. Aussi ne pouvait-on jamais avoir de fruits jusqu′au jour où un jeune nègre natif de la Réunion et nommé Albins, ce qui, entre parenthèses, est assez comique pour un noir puisque cela veut dire blanc, eut l′idée, à l′aide d′une petite pointe, de mettre en rapport les organes séparés. “En efecto —dijo el señor de Bréauté—, debían ustedes haberla hecho rebajar nada más que unos centímetros; con eso hubiera bastado. El perfume de vainilla que había en el excelente helado que nos han servido hace un momento, duquesa, viene de una planta que lleva el mismo nombre. Esa planta produce a la vez flores masculinas y femeninas, pero una modo de tabique duro interpuesto entre ellas impide toda comunicación. Así, no había nunca manera de conseguir frutos hasta el día en que a un muchacho negro, natural de la isla de la Reunión y llamado Albins, lo cual, entre paréntesis, es bastante cómico, ya que ese nombre quiere decir blanco, se le ocurrió la idea; con ayuda de un pincho, de poner en relación los órganos separados.”
— Babal, vous êtes divin, vous savez tout, s′écria la duchesse. “¡Babal, es usted divino, lo sabe usted todo!”, exclamó la duquesa.
— Mais vous-même, Oriane, vous m′avez appris des choses dont je ne me doutais pas, dit la princesse. “¡Pero también usted, Oriana, me ha enseñado cosas que yo ni sospechaba!”, dijo la princesa.
— Je dirai à Votre Altesse que c′est Swann qui m′a toujours beaucoup parlé de botanique. Quelquefois, quand cela nous embêtait trop d′aller à un thé ou à une matinée, nous partions pour la campagne et il me montrait des mariages extraordinaires de fleurs, ce qui est beaucoup plus amusant que les mariages de gens, sans lunch et sans sacristie. On n′avait jamais le temps d′aller bien loin. Maintenant qu′il y a l′automobile, ce serait charmant. Malheureusement dans l′intervalle il a fait lui-même un mariage encore beaucoup plus étonnant et qui rend tout difficile. Ah! madame, la vie est une chose affreuse, on passe son temps à faire des choses qui vous ennuient, et quand, par hasard, on connaît quelqu′un avec qui on pourrait aller en voir d′intéressantes, il faut qu′il fasse le mariage de Swann. Placée entre le renoncement aux promenades botaniques et l′obligation de fréquenter une personne déshonorante, j′ai choisi la première de ces deux calamités. D′ailleurs, au fond, il n′y aurait pas besoin d′aller si loin. Il paraît que, rien que dans mon petit bout de jardin, il se passe en plein jour plus de choses inconvenantes que la nuit . . . dans le bois de Boulogne! Seulement cela ne se remarque pas parce qu′entre fleurs cela se fait très simplement, on voit une petite pluie orangée, ou bien une mouche très poussiéreuse qui vient essuyer ses pieds ou prendre une douche avant d′entrer dans une fleur. Et tout est consommé! “Le diré a Vuestra Alteza: ha sido Swann quien me ha hablado mucho, siempre, de botánica. A veces, cuando nos fastidiaba demasiado ira un té o a una reunión por la tarde, nos marchábamos al campo, y Swann me enseñaba bodas de flores, cosa que es mucho más divertida que las bodas de la gente, sin lunch ni sacristía. Nunca teníamos tiempo de ir muy lejos. Ahora, con el automóvil, sería encantador. Por desgracia, de entonces acá, el propio Swann ha hecho una boda mucho más asombrosa todavía, y que hace difícil todo. ¡Ay, señora! La vida es una cosa espantosa; se pasa una el tiempo haciendo cosas que le fastidian, y cuando por casualidad conoce a alguien con quien podría ir a ver otras interesantes, ese alguien ha de hacer una boda como la de Swann.. Entre renunciar a los paseos botánicos y la obligación de tratar a una persona indecorosa, he escogido la primera de las dos calamidades. Por lo demás, en el fondo, no habría necesidad de ir tan lejos. ¡Parece que sólo en mis dos palmos de jardín ocurren en pleno día más cosas indecorosas que por la noche. . . en el bosque de Bolonia! Ahora, que no se nota, porque esas cosas, entre flores, se hacen sencillísimamente, se ve un chaparroncillo anaranjado, o bien una mosca muy polvorienta que viene a limpiarse las patas o a tomar una ducha antes de entrar en una flor. ¡Y todo está consumado!”
— La commode sur laquelle la plante est posée est splendide aussi, c′est Empire, je crois, dit la princesse qui, n′étant pas familière avec les travaux de Darwin et de ses successeurs, comprenait mal la signification des plaisanteries de la duchesse. “También es espléndida la cómoda sobre que está puesta la planta; me parece que es Imperio”, dijo la princesa, que, como no estaba familiarizada con los trabajos de Darwin y de sus sucesores, no comprendía bien el significado de las bromas de la duquesa.
— N′est-ce pas, c′est beau? Je suis ravie que Madame l′aime, répondit la duchesse. C′est une pièce magnifique. Je vous dirai que j′ai toujours adoré le style Empire, même au temps où cela n′était pas à la mode. Je me rappelle qu′à Guermantes je m′étais fait honnir de ma belle-mère parce que j′avais dit de descendre du grenier tous les splendides meubles Empire que Basin avait hérités des Montesquiou, et que j′en avais meublé l′aile que j′habitais. M. de Guermantes sourit. Il devait pourtant se rappeler que les choses s′étaient passées d′une façon fort différente. Mais les plaisanteries de la princesse des Laumes sur le mauvais goût de sa belle-mère ayant été de tradition pendant le peu de temps où le prince avait été épris de sa femme, à son amour pour la seconde avait survécu un certain dédain pour l′infériorité d′esprit de la première, dédain qui s′alliait d′ailleurs à beaucoup d′attachement et de respect. «Les Iéna ont le même fauteuil avec incrustations de Wetgwood, il est beau, mais j′aime mieux le mien, dit la duchesse du même air d′impartialité que si elle n′avait possédé aucun de ces deux meubles; je reconnais du reste qu′ils ont des choses merveilleuses que je n′ai pas.» La princesse de Parme garda le silence. «Mais c′est vrai, Votre Altesse ne connaît pas leur collection. Oh! elle devrait absolument y venir une fois avec moi. C′est une des choses les plus magnifiques de Paris, c′est un musée qui serait vivant.» Et comme cette proposition était une des audaces les plus Guermantes de la duchesse, parce que les Iéna étaient pour la princesse de Parme de purs usurpateurs, leur fils portant, comme le sien, le titre de duc de Guastalla, Mme de Guermantes en la lançant ainsi ne se retint pas (tant l′amour qu′elle portait à sa propre originalité l′emportait encore sur sa déférence pour la princesse de Parme) de jeter sur les autres convives des regards amusés et souriants. Eux aussi s′efforçaient de sourire, à la fois effrayés, émerveillés, et surtout ravis de penser qu′ils étaient témoins de la «dernière» d′Oriane et pourraient la raconter «tout chaud». Ils n′étaient qu′à demi stupéfaits, sachant que la duchesse avait l′art de faire litière de tous les préjugés Courvoisier pour une réussite de vie plus piquante et plus agréable. N′avait-elle pas, au cours de ces dernières années, réuni à la princesse Mathilde le duc d′Aumale qui avait écrit au propre frère de la princesse la fameuse lettre: «Dans ma famille tous les hommes sont braves et toutes les femmes sont chastes?» Or, les princes le restant même au moment où ils paraissent vouloir oublier qu′ils le sont, le duc d′Aumale et la princesse Mathilde s′étaient tellement plu chez Mme de Guermantes qu′ils étaient ensuite allés l′un chez l′autre, avec cette faculté d′oublier le passé que témoigna Louis XVIII quand il prit pour ministre Fouché qui avait voté la mort de son frère. Mme de Guermantes nourrissait le même projet de rapprochement entre la princesse Murat et la reine de Naples. En attendant, la princesse de Parme paraissait aussi embarrassée qu′auraient pu l′être les héritiers de la couronne des Pays–Bas et de Belgique, respectivement prince d′Orange et duc de Brabant, si on avait voulu leur présenter M. de Mailly Nesle, prince d′Orange, et M. de Charlus, duc de Brabant. Mais d′abord la duchesse, à qui Swann et M. de Charlus (bien que ce dernier fût résolu à ignorer les Iéna) avaient à grand′peine fini par faire aimer le style Empire, s′écria: “¿Verdad que es bonita? Encantada de que le guste, señora —respondió la duquesa—. Es un mueble magnífico. Debo decirle que siempre he adorado el estilo Imperio, incluso cuando no estaba de moda. Recuerdo que en Guermantes me había hecho excomulgar por mi suegra por haber dicho que bajaran del desván todos los espléndidos muebles Imperio que Basin había heredado de los Montesquiou, y porque había amueblado con ellos el ala en que vivía yo”: El señor de Guermantes sonrió. Debía de acordarse, sin embargo, de que las cosas habían pasado de manera hartes diferente. Pero como las bromas de la princesa de los Laumes a cuenta del mal gusto de su suegra habían sido tradicionales durante el poco tiempo que el príncipe había estado prendado de su mujer, a su amor a la segunda había sobrevivido cierto desdén hacia la inferioridad del talento de la primera, desdén que se aliaba, por otra parte, con un gran cariño y respeto. “Los Iena tienen el mismo sillón con incrustaciones de Wetgwood; es hermoso, pero yo prefiero el mío —dijo la duquesa con la misma expresión de imparcialidad que si no hubiera poseído ninguno de los dos muebles— ; reconozco, por lo demás, que ellos tienen cosas maravillosas que yo no tengo.” La princesa de Parma guardó silencio. “Pero, ¡es verdad! Vuestra Alteza no conoce su colección. ¡Oh!, tiene que ira verla una vez conmigo. Es una de las cosas más magníficas de París; aquello es un museo vivo.” Y como esta proposición era una de las audacias más Guermantes de la duquesa, porque los Iena eran para la princesa de Parma unos puros usurpadores, ya que el hijo de aquellos llevaba, como el de ella, el título de duque de Guastalla, la señora de Guermantes, al dispararla así, no se privó (hasta tal punto el amor que tenía a su propia originalidad era más poderoso que su deferencia hacia con la princesa de Parma, inclusive) de lanzar sobre los demás invitados miradas divertidas y risueñas. También ellos se esforzaban por sonreír, a la vez espantados, maravillados y, sobre todo, encantados de pensar que eran testigos de la “última” de Oriana, y que podrían contarla “calentita”. Sólo a medias estaban estupefactos„ porque sabían que la duquesa tenía el arte de despreciar todos los prejuicios de los Courvoisier para conseguir como resultado una vida más salpimentada y agradable. ¿No había reunido, en el curso de estos últimos años, a la princesa Matilde y al duque de Aumale, que había escrito al mismísimo hermano de la princesa la famosa carta: “En mi familia, todos los hombres son valientes y todas las mujeres castas?” Ahora bien, como los príncipes siguen siéndolo incluso en el momento en que parecen querer olvidar que lo son, el duque de Aumale y la princesa Matilde se habían agradado tanto en casa de la señora de Guermantes, que luego habían ido el uno a casa del otro, con esa facultad de olvidar el pasado de que dio muestra Luis XVIII cuando tomó de ministro a Fouché, que había votado la muerte de su hermano. La señora de Guermantes abrigaba el mismo proyecto de aproximación entre la princesa Murat y la reina de Nápoles. Entretanto, la princesa de Parma parecía tan perpleja como hubieran podido estarlo los herederos de la corona de los Países Bajos y de Bélgica, respectivamente príncipe de Orange y duque de Brabante, si se hubiese querido presentarles al señor de Mailly Nesle, príncipe de Orange, y al señor de Charlus, duque de Brabante. Pero, ante todo, la duquesa, a la que Swann y el señor de Charlus (bien que este último estuviese resuelto a ignorar la existencia de los Iena) habían acabado con gran trabajo por hacer estimar el estilo Imperio, exclamó:
— Madame, sincèrement, je ne peux pas vous dire à quel point vous trouverez cela beau! J′avoue que le style Empire m′a toujours impressionnée. Mais, chez les Iéna, là, c′est vraiment comme une hallucination. Cette espèce, comment vous dire, de . . . reflux de l′expédition d′Égypte, et puis aussi de remontée jusqu′à nous de l′Antiquité, tout cela qui envahit nos maisons, les Sphinx qui viennent se mettre aux pieds des fauteuils, les serpents qui s′enroulent aux candélabres, une Muse énorme qui vous tend un petit flambeau pour jouer à la bouillotte ou qui est tranquillement montée sur votre cheminée et s′accoude à votre pendule, et puis toutes les lampes pompéiennes, les petits lits en bateau qui ont l′air d′avoir été trouvés sur le Nil et d′où on s′attend à voir sortir Moî²¥, ces quadriges antiques qui galopent le long des tables de nuit . . . “¡Señora, sinceramente, no puedo decirle hasta qué punto ha de parecerle hermoso! Confieso que a mí siempre me ha hecho impresión el estilo Imperio. Pero allí, en casa de los Iena, es verdaderamente como una alucinación. Ese a modo ¿cómo diría yo?, de... reflujo de la Expedición a Egipto, y luego, también, de subida de la Antigüedad en oleada hasta nosotros, todo eso que invade nuestras casas, las Esfinges que vienen a ponerse a los pies de las butacas, las serpientes que se enroscan a los candelabros, una musa enorme que nos tiende una pequeña antorcha como para jugar a la berlanga, o que se ha encaramado tranquilamente a nuestra chimenea y se pone de codos en nuestro reloj; y luego, todas las lámparas pompeyanas, los lechos diminutos, en forma de barco, que tienen toda la traza de haber sido encontrados en el Nilo y de los que espera uno ver surgir a Moisés; esas cuadrigas antiguas que galopan por las mesillas de noche...”
— On n′est pas très bien assis dans les meubles Empire, hasarda la princesse. “No se está muy a gusto cuando se sienta uno en los muebles Imperio”, aventuró la princesa.
— Non, répondit la duchesse, mais, ajouta Mme de Guermantes en insistant avec un sourire, j′aime être mal assise sur ces sièges d′acajou recouverts de velours grenat ou de soie verte. J′aime cet inconfort de guerriers qui ne comprennent que la chaise curule et, au milieu du grand salon, croisaient les faisceaux et entassaient les lauriers. Je vous assure que, chez les Iéna, on ne pense pas un instant à la manière dont on est assis, quand on voit devant soi une grande gredine de Victoire peinte à fresque sur le mur. Mon époux va me trouver bien mauvaise royaliste, mais je suis très mal pensante, vous savez, je vous assure que chez ces gens-là on en arrive à aimer tous ces N, toutes ces abeilles. Mon Dieu, comme sous les rois, depuis pas mal de temps, on n′a pas été très gâté du côté gloire, ces guerriers qui rapportaient tant de couronnes qu′ils en mettaient jusque sur les bras des fauteuils, je trouve que ça a un certain chic! Votre Altesse devrait . . . “No —respondió la duquesa—, pero a mí — añadió la señora de Guermantes, insistiendo con una sonrisa —me encanta estar sentada a disgusto en esos asientos de caoba forrados de terciopelo granate o de seda verde. Me gusta esa falta de comodidad de guerreros que sólo comprenden la silla curul y que en medio del gran salón cruzaban las fasces y amontonaban los laureles. Le aseguro que en casa de los Iena no piensa uno ni un instante en cómo está sentado, cuando ve ante sí una buena moza, una Victoria, pintada al fresco en la pared. A mi esposo voy a parecerle una realista pésima; pero yo, ¿sabe Vuestra Alteza?, soy muy mala persona: le aseguro que en casa de esa gente llegan a gustarle a una todas esas N., todas esas abejas; ¡Dios mío!, como con los reyes, desde hace bastante tiempo, no estamos muy acostumbrados que digamos a todas esas cosas de la gloria, les encuentro cierta distinción a esos guerreros que ganaban tantas coronas que las ponían hasta en los brazos de los sillones. Debía Vuestra Alteza...”
— Mon Dieu, si vous croyez, dit la princesse, mais il me semble que ce ne sera pas facile. “¡Por Dios!, si le parece a usted... —dijo la princesa—; pero me figuro que no va a ser fácil.” Ya verá, señora, cómo se arregla todo muy bien. Es una gente bonísima, nada tonta.
— Mais Madame verra que tout s′arrangera très bien. Ce sont de très bonnes gens, pas bêtes. Nous y avons mené Mme de Chevreuse, ajouta la duchesse sachant la puissance de l′exemple, elle a été ravie. Le fils est même très agréable . . . Ce que je vais dire n′est pas très convenable, ajouta-t-elle, mais il a une chambre et surtout un lit où on voudrait dormir — sans lui! Ce qui est encore moins convenable, c′est que j′ai été le voir une fois pendant qu′il était malade et couché. A côté de lui, sur le rebord du lit, il y avait sculptée une longue Sirène allongée, ravissante, avec une queue en nacre, et qui tient dans la main des espèces de lotus. Je vous assure, ajouta Mme de Guermantes — en ralentissant son débit pour mettre encore mieux en relief les mots qu′elle avait l′air de modeler avec la moue de ses belles lèvres, le fuselage de ses longues mains expressives, et tout en attachant sur la princesse un regard doux, fixe et profond — qu′avec les palmettes et la couronne d′or qui était à côté, c′était émouvant; c′était tout à fait l′arrangement du jeune Homme et la Mort de Gustave Moreau (Votre Altesse connaît sûrement ce chef-d′oeuvre). La princesse de Parme, qui ignorait même le nom du peintre, fit de violents mouvements de tête et sourit avec ardeur afin de manifester son admiration pour ce tableau. Mais l′intensité de sa mimique ne parvint pas à remplacer cette lumière qui reste absente de nos yeux tant que nous ne savons pas de quoi on veut nous parler. Hemos llevado allí a la señora de Chevreuse —añadió la duquesa, sabiendo el poder del ejemplo—; ha quedado encantada. El hijo es agradabilísimo, incluso... Lo que voy a decir no está muy bien, pero tiene una alcoba, y sobre todo una cama en la que quisiera una dormir ¡sin él! Lo que aún está menos bien es que he ido a verlo una vez que estaba enfermo y en cama. A. su lado, en el reborde del lecho, había, esculpida, una larga Sirena echada, deliciosa, con una cola de nácar y que tiene en la mano algo así como unos lotos. Le aseguro —añadió la señora de Guermantes, hablando más despacio para dar mayor realce a las palabras que parecía modelar con el mohín de sus hermosos labios, con lo ahusado de sus largas manos expresivas, y sin dejar de clavar en la princesa una mirada dulce, fija y profunda que, con las palmas y la corona de oro que tenía al lado, resultaba conmovedor; era exactamente la misma disposición de El Joven y la Muerte, de Gustavo Moreau (seguramente conoce Vuestra Alteza esa obra maestra).” La princesa de Parma, que ignoraba hasta el nombre del pintor, hizo violentos movimientos de cabeza y sonrió con ardor, tratando de manifestar su admiración por el cuadro. Pero la intensidad de su mímica no llegó a sustituir esa luz que permanece ausente de nuestros ojos en tanto no sabemos de qué se nos quiere hablar.
— Il est joli garçon, je crois? demanda-t-elle. “Es un chico guapo, ¿no?”, preguntó.
— Non, car il a l′air d′un tapir. Les yeux sont un peu ceux d′une reine Hortense pour abat-jour. Mais il a probablement pensé qu′il serait un peu ridicule pour un homme de développer cette ressemblance, et cela se perd dans des joues encaustiquées qui lui donnent un air assez mameluck. On sent que le frotteur doit passer tous les matins. Swann, ajouta-t-elle, revenant au lit du jeune duc, a été frappé de la ressemblance de cette Sirène avec la Mort de Gustave Moreau. Mais d′ailleurs, ajouta-t-elle d′un ton plus rapide et pourtant sérieux, afin de faire rire davantage, il n′y a pas à nous frapper, car c′était un rhume de cerveau, et le jeune homme se porte comme un charme. “No, porque tiene toda la facha de un tapir. Los ojos son algo así como los de una reina Hortensia de pantalla. Pero probablemente ha pensado que sería un tanto ridículo en un hombre desarrollar ese parecido, y ese rasgo se pierde en unas mejillas estucadas que no dejan de darle una apariencia de mameluco. Se ve que deben de sacarle brillo todas las mañanas. A Swann — añadió, volviendo al lecho del joven duque— le hizo impresión el parecido de esa Sirena con la. Muerte de Gustavo Moreau. Pero, por otra parte —añadió en un tono más rápido y, sin embargo, serio, por hacer reír más—, no hay por qué impresionarse, ya que se trataba de un catarro de cabeza, y el mozo está más tieso que un roble.”
— On dit qu′il est snob? demanda M. de Bréauté d′un air malveillant, allumé et en attendant dans la réponse la même précision que s′il avait dit: «On m′a dit qu′il n′avait que quatre doigts à la main droite, est-ce vrai?» ¿No dicen que es un snob?”, preguntó el señor Bréauté con expresión maligna, excitada, y esperando en la respuesta la misma precisión que si hubiera dicho: “Me lían dicho que no tenía más que cuatro dedos en la mano derecha, ¿es verdad?”
— M . . . on Dieu, n . . . on, répondit Mme de Guermantes avec un sourire de douce indulgence. Peut-être un tout petit peu snob d′apparence, parce qu′il est extrêmement jeune, mais cela m′étonnerait qu′il le fût en réalité, car il est intelligent, ajouta-t-elle, comme s′il y eût eu à son avis incompatibilité absolue entre le snobisme et l′intelligence. «Il est fin, je l′ai vu drôle», dit-elle encore en riant d′un air gourmet et connaisseur, comme si porter le jugement de drôlerie sur quelqu′un exigeait une certaine expression de gaîté, ou comme si les saillies du duc de Guastalla lui revenaient à l′esprit en ce moment. «Du reste, comme il n′est pas reçu, ce snobisme n′aurait pas à s′exercer», reprit-elle sans songer qu′elle n′encourageait pas beaucoup de la sorte la princesse de Parme. “¡Dios mí...ío, Dios mí...ío! —respondió la señora de Guermantes con una sonrisa de dulce indulgencia—. Quizá un poquitín snob en apariencia, porque es sumamente joven, pero me chocaría que lo fuese en realidad, porque es inteligente —añadió, como si hubiera habido, a juicio suyo, incompatibilidad absoluta entre el snobismo y la inteligencia—. Es agudo; he presenciado algunos golpes suyos muy chuscos — dijo, riéndose con aires de regodeo y de buena catadora coma si el aplicar a alguien el calificativo de chusco exigiese cierta expresión de alborozo, o como si las salidas del duque de Guastalla le acudiesen a las mientes en aquel momento—. Por lo demás, como no se lo recibe en sociedad, mal podría ejercitarse ese snobismo —continuó, sin pensar en que de esa manera no alentaba gran cosa a la princesa de Parma.
— Je me demande ce que dira le prince de Guermantes, qui l′appelle Mme Iéna, s′il apprend que je suis allée chez elle. “¿Qué dirá el príncipe de Guermantes, que la llama la señora de Iena, si se entera de que he ido a casa de ella?”
— Mais comment, s′écria avec une extraordinaire vivacité la duchesse, vous savez que c′est nous qui avons cédé à Gilbert (elle s′en repentait amèrement aujourd′hui!) toute une salle de jeu Empire qui nous venait de Quiou–Quiou et qui est une splendeur! Il n′y avait pas la place ici où pourtant je trouve que ça faisait mieux que chez lui. C′est une chose de toute beauté, moitié étrusque, moitié égyptienne . . . “Pero ¡cómo! —exclamó con extraordinaria vivacidad la duquesa—; ya sabe Vuestra Alteza que fuimos nosotros quienes le hemos cedido a Gilberto (¡hoy se arrepentía amargamente de ello!) toda una sala de juego Imperio que nos había venido de Quiou- Quiou y que es una divinidad. No teníamos sitio aquí, donde me parece, sin embargo, que hubiera lucido mejor que en casa de Gilberto. Es una cosa que no cabe nada más precioso, medio etrusca, medio egipcia...”
—Égyptienne? demanda la princesse à qui étrusque disait peu de chose. “¿Egipcia?”, preguntó la princesa, a quien lo de etrusco no le decía gran cosa.
— Mon Dieu, un peu les deux, Swann nous disait cela, il me l′a expliqué, seulement, vous savez, je suis une pauvre ignorante. Et puis au fond, Madame, ce qu′il faut se dire, c′est que l′Égypte du style Empire n′a aucun rapport avec la vraie Égypte, ni leurs Romains avec les Romains, ni leur Étrurie . . . “Dios mío, un poco de las dos cosas; eso nos decía Swann; él me lo explicó, sólo que yo, ¿sabe Vuestra Alteza?, soy una pobre ignorante. Además, en el fondo, lo que tiene uno que decirse es que el Egipto del estilo Imperio no guarda ninguna relación con el verdadero Egipto, ni sus romanos con los romanos, ni su Etruria...”
— Vraiment! dit la princesse. “¿De veras?”, dijo la princesa.
— Mais non, c′est comme ce qu′on appelait un costume Louis XV sous le second Empire, dans la jeunesse d′Anna de Mouchy ou de la mère du cher Brigode. Tout à l′heure Basin vous parlait de Beethoven. On nous jouait l′autre jour de lui une chose, très belle d′ailleurs, un peu froide, où il y a un thème russe. C′en est touchant de penser qu′il croyait cela russe. Et de même les peintres chinois ont cru copier Bellini. D′ailleurs même dans le même pays, chaque fois que quelqu′un regarde les choses d′une façon un peu nouvelle, les quatre quarts des gens ne voient goutte à ce qu′il leur montre. Il faut au moins quarante ans pour qu′ils arrivent à distinguer. “Pues claro, es como lo que se llamaba un traje a lo Luis XV en tiempos del Segundo Imperio, en la juventud de Ana de Monchy o de la madre del bueno de Brigode. Hace un momento les hablaba a ustedes Basin de Beethoven. El otra día tocaron una cosa de éste, bellísima, por lo demás un poco fría, en que hay un tema ruso. Es enternecedor pensar que Beethoven creía que aquello era ruso. Pues, del mismo modo, los pintores chinos han creído copiar a Bellini. Por otra parte, aun en el mismo país, cada vez que alguien mira las cosas de una manera un tanto nueva, las cuatro cuartas partes de la gente no ven ni gota en la que ese alguien les enseña. Hacen falta lo menos cuarenta años para que lleguen a distinguir.”
— Quarante ans! s′écria la princesse effrayée. “¡Cuarenta años!”, exclamó la princesa espantada.
— Mais oui, reprit la duchesse, en ajoutant de plus en plus aux mots (qui étaient presque des mots de moi, car j′avais justement émis devant elle une idée analogue), grâce à sa prononciation, l′équivalent de ce que pour les caractères imprimés on appelle italiques, c′est comme une espèce de premier individu isolé d′une espèce qui n′existe pas encore et qui pullulera, un individu doué d′une espèce de sens que l′espèce humaine à son époque ne possède pas. Je ne peux guère me citer, parce que moi, au contraire, j′ai toujours aimé dès le début toutes les manifestations intéressantes, si nouvelles qu′elles fussent. Mais enfin l′autre jour j′ai été avec la grande-duchesse au Louvre, nous avons passé devant l′Olympia de Manet. Maintenant personne ne s′en étonne plus. Ç‘a l′air d′une chose d′Ingres! Et pourtant Dieu sait ce que j′ai eu à rompre de lances pour ce tableau que je n′aime pas tout, mais qui est sûrement de quelqu′un. Sa place n′est peut-être pas tout à fait au Louvre. “¡Sí, sí! —continuó la duquesa, añadiendo cada vez más a las palabras (que eran punto menos que palabras mías, ya que justamente había emitida yo delante de ella una idea análoga), gracias a su pronunciación, el equivalente de lo que se llama cursiva en los caracteres impresos—: es algo así como un primer individuo aislado de una especie que todavía no existe y que llegará a pulular, un individuo dotado de un género de sentido que no posee en su época la especie humana. Apenas puedo citarme a mí misma, puesto que a mí, por el contrario, siempre me han entusiasmado desde el principio todas las manifestaciones interesantes, por nuevas que fuesen. Pero en fin, el otro día he ido con la gran duquesa al Louvre, hemos pasado por delante de La Olympia, de Manet. Ahora ya nadie se asombra de ella. ¡Parece una cosa de Ingres! Y sin embargo, bien sabe Dios si he tenido que romper lanzas por ese cuadro que no me acaba de gustar, pero que indudablemente el que lo ha pintado es alguien. Acaso no esté del todo en su sitio en el Louvre.”
— Elle va bien, la grande-duchesse? demanda la princesse de Parme à qui la tante du tsar était infiniment plus familière que le modèle de Manet. “¿Qué tal está la gran duquesa?”, preguntó la princesa de Parma, para quien la tía del zar era infinitamente más familiar que él modelo de Manet.
— Oui, nous avons parlé de vous. Au fond, reprit la duchesse, qui tenait à son idée, la vérité c′est que, comme dit mon beau-frère Palamède, l′on a entre soi et chaque personne le mur d′une langue étrangère. Du reste je reconnais que ce n′est exact de personne autant que de Gilbert. Si cela vous amuse d′aller chez les Iéna, vous avez trop d′esprit pour faire dépendre vos actes de ce que peut penser ce pauvre homme, qui est une chère créature innocente, mais enfin qui a des idées de l′autre monde. Je me sens plus rapprochée, plus consanguine de mon cocher, de mes chevaux, que de cet homme qui se réfère tout le temps à ce qu′on aurait pensé sous Philippe le Hardi ou sous Louis le Gros. Songez que, quand il se promène dans la campagne, il écarte les paysans d′un air bonasse, avec sa canne, en disant: «Allez, manants!» Je suis au fond aussi étonnée quand il me parle que si je m′entendais adresser la parole par les «gisants» des anciens tombeaux gothiques. Cette pierre vivante a beau être mon cousin, elle me fait peur et je n′ai qu′une idée, c′est de la laisser dans son moyen âge. A part ça, je reconnais qu′il n′a jamais assassiné personne. “Está bien; hemos hablado de Vuestra Alteza. En el fondo —prosiguió la duquesa, aferrada a su idea— la verdad es que, como dice mi cuñado Palamedes, entre uno y cada persona hay un muro de una lengua extranjera. Por lo demás, reconozco que de nadie es tan exacto eso como de Gilberto. Si a Vuestra Alteza le divierte ir a casa de los Iena, demasiado talento tiene para hacer depender sus actos de lo que pueda pensar ese pobre hombre que es una excelente criatura, pero que al fin y al cabo tiene unas ideas del otro mundo. Lo, que es yo, me siento más cerca, más consanguínea de mi cochero, de mis caballos, que de ese hombre que siempre está refiriéndose a lo que se hubiera pensado en tiempos de Felipe el Atrevido o de Luis el Gordo. Figúrense ustedes que cuándo se pasea por el campo aparta a los campesinos con una expresión bonachona, empujándolos con el bastón y diciendo: “Vamos, rústicos”. En el fondo, cuando me habla me deja tan pasmada como si estuviera oyendo que me dirigían la palabra las estatuas yacentes de las antiguas tumbas góticas. Por más que esa piedra viviente sea mi primo, me da miedo y no tengo más que una idea: dejarlo en su Edad Media. Aparte de eso, reconozco que no ha asesinado nunca a nadie.”
— Je viens justement de dîner avec lui chez Mme de Villeparisis, dit le général, mais sans sourire ni adhérer aux plaisanteries de la duchesse. “Precisamente acabo de cenar con él en casa de la señora de Villeparisis”, dijo, el general, aunque sin sonreír ni adherirse a las chanzas de la duquesa.
— Est-ce que M. de Norpois était là, demanda le prince Von, qui pensait toujours à l′Académie des Sciences morales. “¿Estaba allí el señor de Norpois?”, preguntó el príncipe Von, que siempre se hallaba pensando en la Academia de Ciencias Morales.
— Oui, dit le général. Il a même parlé de votre empereur. “Sí —dijo el general—. E incluso ha hablado de su emperador.”
— Il paraît que l′empereur Guillaume est très intelligent, mais il n′aime pas la peinture d′Elstir. Je ne dis du reste pas cela contre lui, répondit la duchesse, je partage sa manière de voir. Quoique Elstir ait fait un beau portrait de moi. Ah! vous ne le connaissez pas? Ce n′est pas ressemblant mais c′est curieux. Il est intéressant pendant les poses. Il m′a fait comme une espèce de vieillarde. Cela imite les Régentes de l′hôpital de Hals. Je pense que vous connaissez ces sublimités, pour prendre une expression chère à mon neveu, dit en se tournant vers moi la duchesse qui faisait battre légèrement son éventail de plumes noires. Plus que droite sur sa chaise, elle rejetait noblement sa tête en arrière, car tout en étant toujours grande dame, elle jouait un petit peu à la grande dame. Je dis que j′étais allé autrefois à Amsterdam et à La Haye, mais que, pour ne pas tout mêler, comme mon temps était limité, j′avais laissé de côté Haarlem. — Ah! La Haye, quel musée! s′écria M. de Guermantes. “Parece que el emperador Guillermo es inteligentísimo, pero que no le gusta la pintura de Elstir. Por lo demás, esto no lo digo en contra suya — respondió la duquesa—; comparto su manera de ver. Aunque Elstir me haya hecho un hermoso retrato. ¡Ah, ustedes no lo conocen! No está parecido, pero es curioso. Es interesante durante las sesiones. Me ha sacado hecha una vieja. El cuadro imita a las Regentes del hospital, de Hals. Supongo que conocerá usted esas sublimidades, para usar de una expresión cara a mi sobrino”, dijo, volviéndose hacia mí, la duquesa, que hacía aletear ligeramente su abanico de plumas negras. Más que derecha en su silla, echaba noblemente la cabeza hacia atrás, porque aun siendo siempre gran dama, jugaba un poquito a la gran dama. Yo dije que había ido en otro tiempo a Amsterdam y a La Haya, pero que, por no confundirlo todo, como tenía tasado el tiempo, había dejado de lado Haarlem.” “¡Ah, La Haya, qué museo!”, exclamó el señor de Guermantes.
Je lui dis qu′il y avait sans doute admiré la Vue de Delft de Vermeer. Mais le duc était moins instruit qu′orgueilleux. Aussi se contenta-t-il de me répondre d′un air de suffisance, comme chaque fois qu′on lui parlait d′une oeuvre d′un musée, ou bien du Salon, et qu′il ne se rappelait pas: «Si c′est à voir, je l′ai vu!» Le dije que sin duda habría admirado en él la Vista de Delf, de Vermeer. Pero el duque era menos culto que orgulloso. Así, se contentó con responderme con aires de suficiencia, como hacía cada vez que le hablaban de una obra de un museo, o bien del Salón, y no la recordaba: “¡Si es digna de verse, la he visto!”
— Comment! vous avez fait le voyage de Hollande et vous n′êtes pas allé à Haarlem? s′écria la duchesse. Mais quand même vous n′auriez eu qu′un quart d′heure c′est une chose extraordinaire à avoir vue que les Hals. Je dirais volontiers que quelqu′un qui ne pourrait les voir que du haut d′une impériale de tramway sans s′arrêter, s′ils étaient exposés dehors, devrait ouvrir les yeux tout grands. “¡Cómo! ¿Ha estado usted de viaje por Holanda y no ha ido a Haarlem? —exclamó la duquesa—. Pero aunque no hubiera tenido usted más que un cuarto de hora, los Hals son una cosa extraordinaria que hay que ver. Es más, yo diría que quien sólo pudiera verlos desde lo alto de la imperial de un tranvía sin detenerse, si estuviesen expuestos afuera, debería abrir los ojos a todo abrir.”
Cette parole me choqua comme méconnaissant la façon dont se forment en nous les impressions artistiques, et parce qu′elle semblait impliquer que notre oeil est dans ce cas un simple appareil enregistreur qui prend des instantanés. Esta frase me chocó por el desconocimiento que revelaba de la manera como se forman en nosotros las impresiones artísticas, y porque parecía implicar que nuestro ojo es en ese caso un simple aparato registrador que toma instantáneas.
M. de Guermantes, heureux qu′elle me parlât avec une telle compétence des sujets qui m′intéressaient, regardait la prestance célèbre de sa femme, écoutait ce qu′elle disait de Frans Hals et pensait: «Elle est ferrée à glace sur tout. Mon jeune invité peut se dire qu′il a devant lui une grande dame d′autrefois dans toute l′acception du mot, et comme il n′y en a pas aujourd′hui une deuxième.» Tels je les voyais tous deux, retirés de ce nom de Guermantes dans lequel, jadis, je les imaginais menant une inconcevable vie, maintenant pareils aux autres hommes et aux autres femmes, retardant seulement un peu sur leurs contemporains, mais inégalement, comme tant de ménages du faubourg Saint–Germain où la femme a eu l′art de s′arrêter à l′âge d′or, l′homme, la mauvaise chance de descendre à l′âge ingrat du passé, l′une restant encore Louis XV quand le mari est pompeusement Louis–Philippe. Que Mme de Guermantes fût pareille aux autres femmes, ç‘avait été pour moi d′abord une déception, c′était presque, par réaction, et tant de bons vins aidant, un émerveillement. Un Don Juan d′Autriche, une Isabelle d′Este, situés pour nous dans le monde des noms, communiquent aussi peu avec la grande histoire que le côté de Méséglise avec le côté de Guermantes. Isabelle d′Este fut sans doute, dans la réalité, une fort petite princesse, semblable à celles qui sous Louis XIV n′obtenaient aucun rang particulier à la cour. Mais, nous semblant d′une essence unique et, par suite, incomparable, nous ne pouvons la concevoir d′une moindre grandeur, de sorte qu′un souper avec Louis XIV nous paraîtrait seulement offrir quelque intérêt, tandis qu′en Isabelle d′Este nous nous trouverions, par une rencontre, voir de nos yeux une surnaturelle héroî­¥ de roman. Or, après avoir, en étudiant Isabelle d′Este, en la transplantant patiemment de ce monde féerique dans celui de l′histoire, constaté que sa vie, sa pensée, ne contenaient rien de cette étrangeté mystérieuse que nous avait suggérée son nom, une fois cette déception consommée, nous savons un gré infini à cette princesse d′avoir eu, de la peinture de Mantegna, des connaissances presque égales à celles, jusque-là méprisées par nous et mises, comme eût dit Françoise, «plus bas que terre», de M. Lafenestre. Après avoir gravi les hauteurs inaccessibles du nom de Guermantes, en descendant le versant interne de la vie de la duchesse, j′éprouvais à y trouver les noms, familiers ailleurs, de Victor Hugo, de Frans Hals et, hélas, de Vibert, le même étonnement qu′un voyageur, après avoir tenu compte, pour imaginer la singularité des moeurs dans un vallon sauvage de l′Amérique Centrale ou de l′Afrique du Nord, de l′éloignement géographique, de l′étrangeté des dénominations de la flore, éprouve à découvrir, une fois traversé un rideau d′aloès géants ou de mancenilliers, des habitants qui (parfois même devant les ruines d′un théâtre romain et d′une colonne dédiée à Vénus) sont en train de lire Mérope ou Alzire . Et si loin, si à l′écart, si au-dessus des bourgeoises instruites que j′avais connues, la culture similaire par laquelle Mme de Guermantes s′était efforcée, sans intérêt, sans raison d′ambition, de descendre au niveau de celles qu′elle ne connaîtrait jamais, avait le caractère méritoire, presque touchant à force d′être inutilisable, d′une érudition en matière d′antiquités phéniciennes chez un homme politique ou un médecin. «J′en aurais pu vous montrer un très beau, me dit aimablement Mme de Guermantes en me parlant de Hals, le plus beau, prétendent certaines personnes, et que j′ai hérité d′un cousin allemand. Malheureusement il s′est trouvé «fieffé» dans le château; vous ne connaissiez pas cette expression? moi non plus,» ajouta-t-elle par ce goût qu′elle avait de faire des plaisanteries (par lesquelles elle se croyait moderne) sur les coutumes anciennes, mais auxquelles elle était inconsciemment et âprement attachée. «Je suis contente que vous ayez vu mes Elstir, mais j′avoue que je l′aurais été encore bien plus, si j′avais pu vous faire les honneurs de mon Hals, de ce tableau «fieffé». El señor de Guermantes, feliz al ver que la duquesa me hablaba con tal competencia de temas que me interesaban, contemplaba la prestancia célebre de su mujer, escuchaba lo que ésta decía de Frantz Hals, y pensaba: “Está empollada en todo. Mi joven invitado puede decirse que tiene ante sí a una gran dama de antaño en toda la acepción de la palabra y como no hay otra hoy.” Así los veía yo a los dos retirados del apellido de Guermantes, en el que, en otro tiempo, me los imaginaba llevando una vida inconcebible, semejantes ahora a los demás hombres y mujeres, retrasándose solamente un poco respecto de sus contemporáneos, pero desigualmente, como tantos matrimonios del barrio de Saint-Germain en los que la mujer ha tenido el arte de detenerse en la edad de oro, y el hombre la mala suerte de descender a la edad ingrata del pasado, conservándose todavía la una en el estilo de Luis XV cuando el marido es pomposamente del de Luis Felipe. Que la señora de Guermantes fuese igual a las demás mujeres, si había sido para mí, primero, una decepción, era casi, por reacción, y con ayuda de tantos vinos buenos, un pasmo. Un Don Juan de Austria, una Isabel de Este, situados para nosotros en el mundo de los nombres, se comunican tan poco con la historia en grande como la comarca de Méséglise con la de Guermantes. Isabel de Este fue, sin duda, una princesa harto insignificante, análoga a las que en tiempos de Luis XIV no conseguían ningún rango particular en la corte. Mas como nos parece de una esencia única y, por ende, incomparable, no podemos concebirla de menor magnitud, de modo que una cena con Luis XIV nos parecería solamente que ofrecería cierto interés, al paso que en Isabel de Este nos encontraríamos, por obra de un encuentro, con que veíamos con nuestros propios ojos una sobrenatural heroína de novela. Ahora bien: después de haber estudiado a Isabel de Este, trasplantándola pacientemente de ese mundo mágico al de la historia, y comprobado que su vida, su pensamiento, no contenían nada de la rareza misteriosa que nos había sugerido su nombre; una vez consumada esa decepción agradecemos infinitamente a esa princesa que haya tenido, en lo que hace a la pintura de Mantegna, conocimientos casi iguales a los hasta entonces desdeñados por nosotros, y puestos, como hubiera dicho Francisca, más bajos que la misma tierra, del señor Lafenestre. Después de haber escalado las cimas inaccesibles del nombre de Guermantes, al descender por la vertiente interna de la duquesa, experimentaba yo, al encontrarme en ella con los nombres, familiares en otros lugares, de Víctor Hugo, de Frantz Hals y, ¡ay!, de Vibert, el mismo asombro que un viajero, después de haber tenido en cuenta, para imaginarse la singularidad de las costumbres en un valle salvaje de la América Central o del norte de África, el alejamiento geográfico, lo extraño de las denominaciones de la flora, siente al descubrir, una vez que ha atravesado una cortina de áloes gigantes o de manzanillos, unos habitantes (incluso, a veces, ante las ruinas de un teatro romano yde una columna dedicada a Venus) que están leyendo Mérope o Alzire. Y tan lejos, tan aparte, tan por encima de las burguesías instruidas que yo había conocido, la cultura similar por la que la señora de Guermantes se había esforzado, sin interés, sin razones de ambición, en descender hasta el nivel de aquellas que no conocería nunca, tenía el carácter meritorio, casi conmovedor en fuerza de ser inutilizable, de una erudición en materia de antigüedades fenicias por parte de un político o de un médico. “Hubiera podido enseñarle a usted uno hermosísimo —me dijo amablemente la señora de Guermantes hablándome de Hals—: el más hermoso, según pretenden ciertas personas, y que he heredado de un primo mío alemán. Por desgracia, resulta que está, “enfeudado” al castillo; ¿no conocía usted ésa expresión?; tampoco yo —añadió, obedeciendo al gusto que tenía de gastar bramas (por las que se creía moderna) a cuenta de las costumbres antiguas, a las que estaba, sin embargo, inconsciente y ásperamente atada—. Me alegro de que haya visto usted mis Elstir, pero aún me hubiera alegrado más de haber podido hacerle los honores de mi Hals, de ese cuadro enfeudado”.
— Je le connais, dit le prince Von, c′est celui du grand-duc de Hesse. “Lo conozco —dijo el príncipe Von—: es del gran duque de Hesse.”
— Justement, son frère avait épousé ma soeur, dit M. de Guermantes, et d′ailleurs sa mère était cousine germaine de la mère d′Oriane. “Justamente; su hermano se había casado con mi hermana —dijo el señor de Guermantes—, y, por otra parte, su madre era prima hermana de la madre de Oriana.”
— Mais en ce qui concerne M. Elstir, ajouta le prince, je me permettrai de dire que, sans avoir d′opinion sur ses oeuvres, que je ne connais pas, la haine dont le poursuit l′empereur ne me paraît pas devoir être retenue contre lui. L′empereur est d′une merveilleuse intelligence. “Pero en lo que se refiere al señor Elstir —añadió el príncipe—, me permitiré decir que, sin que yo tenga formada opinión de sus obras, que no conozco, el odio con que lo persigue el emperador no me parece que deba ser recogido en contra suya. El emperador es hombre de una inteligencia maravillosa.”
— Oui, j′ai dîné deux fois avec lui, une fois chez ma tante Sagan, une fois chez ma tante Radziwill, et je dois dire que je l′ai trouvé curieux. Je ne l′ai pas trouvé simple! Mais il a quelque chose d′amusant, d′«obtenu», dit-elle en détachant le mot, comme un oeillet vert, c′est-à-dire une chose qui m′étonne et ne me plaît pas infiniment, une chose qu′il est étonnant qu′on ait pu faire, mais que je trouve qu′on aurait fait aussi bien de ne pas pouvoir. J′espère que je ne vous «choque» pas? “Sí, he cenado dos veces con él; una en casa de mi tía la de Sagan, y otra en casa de mi tía la de Radziwill, y debo decir que me ha parecido curioso. No lo he encontrado nada sencillo. Pero tiene un no sé qué divertido, “logrado” —dijo la duquesa, destacando la palabra como un clavel verde—, es decir, una cosa que me choca y que no acaba de hacerme mucha gracia, una cosa que es asombroso que se haya podido hacer, pero que encuentro que hubiera estado igualmente bien que no pudiera hacerse. Espero que no le “chocará” a usted esto.”
— L′empereur est d′une intelligence inou reprit le prince, il aime passionnément les arts; il a sur les oeuvres d′art un goût en quelque sorte infaillible, il ne se trompe jamais; si quelque chose est beau, il le reconnaît tout de suite, il le prend en haine. S′il déteste quelque chose, il n′y a aucun doute à avoir, c′est que c′est excellent. (Tout le monde sourit.) “El emperador es de una inteligencia inaudita —continuó el príncipe— ; tiene un amor apasionado por las artes; tiene, respecto de las obras de arte, un gusto en cierto modo infalible, nunca se equivoca; si una cosa es hermosa, lo reconoce inmediatamente, le toma aborrecimiento. Si detesta algo, no cabe la menor duda, es que es excelente.” Todo el mundo sonrió.
— Vous me rassurez, dit la princesse. “Me tranquiliza usted”, dijo la duquesa.
— Je comparerai volontiers l′empereur, reprit le prince qui, ne sachant pas prononcer le mot archéologue (c′est-à-dire comme si c′était écrit kéologue), ne perdait jamais une occasion de s′en servir, à un vieil archéologue (et le prince dit arshéologue) que nous avons à Berlin. Devant les anciens monuments assyriens le vieil arshéologue pleure. Mais si c′est du moderne truqué, si ce n′est pas vraiment ancien, il ne pleure pas. Alors, quand on veut savoir si une pièce arshéologique est vraiment ancienne, on la porte au vieil arshéologue. S′il pleure, on achète la pièce pour le musée. Si ses yeux restent secs, on la renvoie au marchand et on le poursuit pour faux. Eh bien, chaque fois que je dîne à Potsdam, toutes les pièces dont l′empereur me dit: «Prince, il faut que vous voyiez cela, c′est plein de génialité», j′en prends note pour me garder d′y aller, et quand je l′entends fulminer contre une exposition, dès que cela m′est possible j′y cours. “De buena gana compararía al emperador —prosiguió el príncipe, que, como no sabía pronunciar la palabra arqueólogo21 (es decir, como si estuviera escrita “arkeólogo”), no perdía nunca ocasión de servirse de ella— a un viejo arqueóloga (y el príncipe dijo “arseólogo”) que tenemos en Berlín. Ante los antiguos monumentos asirios, el viejo arseólogo llora. Pero si es una falsificación moderna, no llora. Así que cuando se quiere saber si una pieza arseológica es verdaderamente antigua, se la llevan al viejo arseólogo. Si llora, se compra la pieza para el museo. Si sus ojos permanecen secos, se le devuelve al marchante y se persigue a éste por falsario. Pues bueno, cada vez que ceno en Potsdam, todas aquellas obras de que me dice el emperador: “Príncipe, tiene usted que ir a ver eso, está lleno de genialidad”, tomo nota de ellas para guardarme de ir a verlas, y cuando le oigo tronar contra una exposición, en cuanto me es posible corro a ella.
— Est-ce que Norpois n′est pas pour un rapprochement anglo-français? dit M. de Guermantes. “¿No está de Norpois por una aproximación anglo-francesa?”, dijo el señor de Guermantes.
— A quoi ça vous servirait? demanda d′un air à la fois irrité et finaud le prince Von qui ne pouvait pas souffrir les Anglais. Ils sont tellement pêtes. Je sais bien que ce n′est pas comme militaires qu′ils vous aideraient. Mais on peut tout de même les juger sur la stupidité de leurs généraux. Un de mes amis a causé récemment avec Botha, vous savez, le chef boer. Il lui disait: «C′est effrayant une armée comme ça. J′aime, d′ailleurs, plutôt les Anglais, mais enfin pensez que moi, qui ne suis qu′un paysan, je les ai rossés dans toutes les batailles. Et à la dernière, comme je succombais sous un nombre d′ennemis vingt fois supérieur, tout en me rendant parce que j′y étais obligé, j′ai encore trouvé le moyen de faire deux mille prisonniers! Ç‘a été bien parce que je n′étais qu′un chef de paysans, mais si jamais ces imbéciles-là avaient à se mesurer avec une vraie armée européenne, on tremble pour eux de penser à ce qui arriverait! Du reste, vous n′avez qu′à voir que leur roi, que vous connaissez comme moi, passe pour un grand homme en Angleterre.» J′écoutais à peine ces histoires, du genre de celles que M. de Norpois racontait à mon père; elles ne fournissaient aucun aliment aux rêveries que j′aimais; et d′ailleurs, eussent-elles possédé ceux dont elles étaient dépourvues, qu′il les eût fallu d′une qualité bien excitante pour que ma vie intérieure pût se réveiller durant ces heures mondaines où j′habitais mon épiderme, mes cheveux bien coiffés, mon plastron de chemise, c′est-à-dire où je ne pouvais rien éprouver de ce qui était pour moi dans la vie le plaisir. “¿De qué iba a servirles eso a ustedes? —preguntó con expresión a la vez irritada y socarrona el príncipe Von, que no podía soportar a los ingleses—. ¡Son tan calamitosos!... Bien sé que no sería en cuanto militares como les ayudarían a ustedes. Pero, de todas maneras, puede juzgárselos por la estupidez de sus generales. Un amigo mío ha hablado recientemente con Botha; ya saben ustedes, el jefe boer. Éste le decía: “Es espantoso un ejército así. Yo, por lo demás, les tengo más ley que otra cosa a los ingleses; pero, al fin y al cabo, figúrese usted que yo, que no soy más que un aldeano, los he zurrado en todas las batallas. ¡Y en la última, cuando sucumbía ante un número de enemigos veinte veces superior, mientras me rendía porque no me quedaba más remedio, aún encontré modo de hacer dos mil prisioneros! La cosa salió bien porque yo no era más que un cabecilla de aldeanos; ¡pero como esos imbéciles tuvieran que medirse alguna vez con un verdadero ejército europeo, tiembla uno por ellos de pensar en lo que ocurriría! Por otra parte, no tiene usted más que ver que su rey, al que usted conoce tan bien como a mí, pasa por ser un grande hombre en Inglaterra”. Yo escuchaba apenas estas historias, del género de las que el señor de Norpois le contaba a mi padre; no daban ningún pábulo a los ensueños que eran de mi gusto, y, por otra parte, aun cuando hubieran poseído el aliciente de que estaban, desprovistas, les hubiera hecho falta una calidad harto excitante para que mi vida interior pudiera despertarse durante esas horas en que habitaba yo mi epidermis, mi pelo bien peinado, la almidonada pechera de mi camisa; es decir, en que no podía sentir nada de lo que era para mí el placer en la vida.
— Ah! je ne suis pas de votre avis, dit Mme de Guermantes, qui trouvait que le prince allemand manquait de tact, je trouve le roi Edouard charmant, si simple, et bien plus fin qu′on ne croit. Et la reine est, même encore maintenant, ce que je connais de plus beau au monde. “¡Ah!, no soy de su opinión —dijo la señora de Guermantes, que estimaba que el príncipe alemán carecía de tacto—; encuentro al rey Eduardo encantador tan sencillo, y mucho más agudo de lo que se cree. Y la reina es, aun ahora, lo más hermoso que conozco en el mundo”.
— Mais, madame la duchesse, dit le prince irrité et qui ne s′apercevait pas qu′il déplaisait, cependant si le prince de Galles avait été un simple particulier, il n′y a pas un cercle qui ne l′aurait rayé et personne n′aurait consenti à lui serrer la main. La reine est ravissante, excessivement douce et bornée. Mais enfin il y a quelque chose de choquant dans ce couple royal qui est littéralement entretenu par ses sujets, qui se fait payer par les gros financiers juifs toutes les dépenses que lui devrait faire, et les nomme baronnets en échange. C′est comme le prince de Bulgarie . . . Pero, señora duquesa —dijo el príncipe, irritado y sin darse cuenta de que estaba siendo desagradable—, sin embargo, si el príncipe de Gales hubiera sido un simple particular, no hay círculo que no lo hubiese borrado de sus listas ni habría consentido nadie en estrecharle la mano. La reina es maravillosa, excesivamente dulce ylimitada. Pero, al fin y al cabo, hay un no sé qué chocante en esa pareja real que es literalmente mantenida por sus súbditos, que se hace pagar por los grandes financieros judíos todos los gastos que debería hacer ella, y a cambio de esa los nombra baronnets. Es como el príncipe de Bulgaria...”
— C′est notre cousin, dit la duchesse, il a de l′esprit. “Es primo nuestro —dijo la duquesa—, tiene talento.”
— C′est le mien aussi, dit le prince, mais nous ne pensons pas pour cela que ce soit un brave homme. Non, c′est de nous qu′il faudrait vous rapprocher, c′est le plus grand désir de l′empereur, mais il veut que ça vienne du coeur; il dit: ce que je veux c′est une poignée de mains, ce n′est pas un coup de chapeau! Ainsi vous seriez invincibles. Ce serait plus pratique que le rapprochement anglo-français que prêche M. de Norpois. “También es primo mía —dijo el príncipe—; pero no vamos a pensar por eso que sea una excelente persona. No, a quien deberían ustedes aproximarse es a nosotros; es el mayor deseo del emperador, pero quiere que nazca del corazón; dice: “¡Lo que yo quiero es un apretón de manos, no un sombrerazo!” De esa manera serían ustedes invencibles. Eso sería más práctico que la aproximación anglo-francesa que predica el señor de Norpois.”
— Vous le connaissez, je sais, me dit la duchesse de Guermantes pour ne pas me laisser en dehors de la conversation. Me rappelant que M. de Norpois avait dit que j′avais eu l′air de vouloir lui baiser la main, pensant qu′il avait sans doute raconté cette histoire à Mme de Guermantes et, en tout cas, n′avait pu lui parler de moi que méchamment, puisque, malgré son amitié avec mon père, il n′avait pas hésité à me rendre si ridicule, je ne fis pas ce qu′eut fait un homme du monde. Il aurait dit qu′il détestait M. de Norpois et le lui avait fait sentir; il l′aurait dit pour avoir l′air d′être la cause volontaire des médisances de l′ambassadeur, qui n′eussent plus été que des représailles mensongères et intéressées. Je dis, au contraire, qu′à mon grand regret, je croyais que M. de Norpois ne m′aimait pas. «Vous vous trompez bien, me répondit Mme de Guermantes. Il vous aime beaucoup. Vous pouvez demander à Basin, si on me fait la réputation d′être trop aimable, lui ne l′est pas. Il vous dira que nous n′avons jamais entendu parler Norpois de quelqu′un aussi gentiment que de vous. Et il a dernièrement voulu vous faire donner au ministère une situation charmante. Comme il a su que vous étiez souffrant et ne pourriez pas l′accepter, il a eu la délicatesse de ne pas même parler de sa bonne intention à votre père qu′il apprécie infiniment.» M. de Norpois était bien la dernière personne de qui j′eusse attendu un bon office. La vérité est qu′étant moqueur et même assez malveillant, ceux qui s′étaient laissé prendre comme moi à ses apparences de saint Louis rendant la justice sous un chêne, aux sons de voix facilement apitoyés qui sortaient de sa bouche un peu trop harmonieuse, croyaient à une véritable perfidie quand ils apprenaient une médisance à leur égard venant d′un homme qui avait semblé mettre son coeur dans ses paroles. Ces médisances étaient assez fréquentes chez lui. Mais cela ne l′empêchait pas d′avoir des sympathies, de louer ceux qu′il aimait et d′avoir plaisir à se montrer serviable pour eux. «Cela ne m′étonne du reste pas qu′il vous apprécie, me dit Mme de Guermantes, il est intelligent. Et je comprends très bien, ajouta-t-elle pour les autres, et faisant allusion à un projet de mariage que j′ignorais, que ma tante, qui ne l′amuse pas déjà beaucoup comme vieille maîtresse, lui paraisse inutile comme nouvelle épouse. D′autant plus que je crois que, même maîtresse, elle ne l′est plus depuis longtemps, elle est plus confite en dévotion. Booz–Norpois peut dire comme dans les vers de Victor Hugo: «Voilà longtemps que celle avec qui j′ai dormi, ô Seigneur, a quitté ma couche pour la vôtre!» Vraiment, ma pauvre tante est comme ces artistes d′avant-garde, qui ont tapé toute leur vie contre l′Académie et qui, sur le tard, fondent leur petite académie à eux; ou bien les défroqués qui se refabriquent une religion personnelle. Alors, autant valait garder l′habit, ou ne pas se coller. Et qui sait, ajouta la duchesse d′un air rêveur, c′est peut-être en prévision du veuvage. Il n′y a rien de plus triste que les deuils qu′on ne peut pas porter.» “Sé que usted los conoce”, me dijo la duquesa de Guermantes para no dejarme fuera de la conversación. Yo, recordando que el señor de Norpois había dicho de mí que había parecido que quería besarle la mano, pensando que sin duda le habría contado la historia a la señora de Guermantes y que, en todo caso, no había podido hablarle de mí como no fuese mal, ya que, no obstante su amistad con mi padre, no había vacilado en ponerme hasta tal punto en ridículo, no hice lo que hubiese hecho un hombre de mundo. Éste hubiera dicho que detestaba al señor de Norpois y que así se lo había hecho ver; lo hubiera dicho para aparecer coma causa voluntaria de los chismorreos del embajador, que ya no habrían sido más que represalias mendaces e interesadas. Yo, por el contrario, dije que, con gran sentimiento mío, creía que el señor de Norpois no me veía con buenos ojos. “Está usted muy equivocado —me respondió la señora de Guermantes—. Lo quiere a usted mucho. Puede preguntárselo a Basin, si es que a mí me echan fama de ser demasiado amable. Él le dirá que nunca le hemos oído hablar a Norpois de nadie tan bien como de usted. Y últimamente ha querido hacer que le diesen un puesto magnífico en el ministerio. Como supo que estaba usted delicado y que no podría aceptarlo, ha tenido la delicadeza de no, hablar de su buena intención a su padre de usted, al que aprecia infinitamente”. El señor de Norpois era realmente la última persona en cuyos buenos oficios hubiese esperado yo la verdad es que, por su condición burlona e incluso bastante malévola, los que como yo se habían dejado engañar por sus apariencias de San Luis administrando justicia al pie de una encina, par los tonos de voz fácilmente compasivos que salían de su boca un tanto excesivamente armoniosa, creían en una verdadera perfidia cuando se enteraban de algún chisme referente a ellos y procedente de un hombre que parecía haber puesto su corazón en sus palabras. Estos chismes eran harto frecuentes en él. Pero eso no le impedía tener simpatías, alabar a aquellos a quienes quería y tener gusto en mostrarse servicial para con ellos. “No me extraña, por otra parte; que lo aprecie a usted —me dijo la señora de Guermantes—: es inteligente. Y comprendo muy bien —añadió para los demás y haciendo alusión a un proyecto de matrimonio que yo ignoraba— que mi tía, que ya no le divierte mucho como antigua amante, le parezca inútil como nueva esposa. Tanto más, cuanto que creo que ni amante siquiera es ya desde hace mucho tiempo; está más dada a la devoción. Booz-Norpois puede decir como en los versos de Víctor Hugo: Voilá longtemps que celle avec qui j′ai dormi O Seigneur, a quitté ma couche pour la vôtre! Verdaderamente mi pobre tía es como esos artistas de vanguardia que se han pasado la vida vapuleando a la Academia, y que a última hora fundan su academia chiquita, o como los que han colgado los hábitos y se fabrican de nuevo una religión personal. Para eso, tanto valía conservar los hábitos o no armar tanto trepe. Y quién sabe —añadió la duquesa, con expresión cavilosa—, acaso sea en previsión de enviudar. No hay nada más triste que los lutos que no puede llevar uno.”
— Ah! si Mme de Villeparisis devenait Mme de Norpois, je crois que notre cousin Gilbert en ferait une maladie, dit le général de Saint–Joseph. “¡Ah!, si la señora de Villeparisis llegara a ser la señora de Norpois, creo que a nuestro primo Gilberto le costaría una enfermedad”, dijo el general de Saint-Joseph.
— Le prince de Guermantes est charmant, mais il est, en effet, très attaché aux questions de naissance et d′étiquette, dit la princesse de Parme. J′ai été passer deux jours chez lui à la campagne pendant que malheureusement la princesse était malade. J′étais accompagnée de Petite (c′était un surnom qu′on donnait à Mme d′Hunolstein parce qu′elle était énorme). Le prince est venu m′attendre au bas du perron, m′a offert le bras et a fait semblant de ne pas voir Petite. Nous sommes montés au premier jusqu′à l′entrée des salons et alors là, en s′écartant pour me laisser passer, il a dit: «Ah! bonjour, madame d′Hunolstein» (il ne l′appelle jamais que comme cela, depuis sa séparation), en feignant d′apercevoir seulement alors Petite, afin de montrer qu′il n′avait pas à venir la saluer en bas. “El príncipe de Guermantes es encantador, pero está, en efecto, muy apegado a las cuestiones de alcurnia y de etiqueta —dijo la princesa de Parma—. He ido a pasar dos días en su casa en ocasión en que, por desgracia, estaba enferma la princesa. Iba yo acompañada de la Pequeña (era un mote que le habían puesto a la señora de Hunolsteins porque era enorme). El príncipe salió a esperarme al pie de la escalinata, me ofreció el brazo e hizo como si no viese a la Pequeña. Subimos hasta el primer piso, a la entrada de los salones, y entonces ya allí, al hacerse a un lado para dejarme pasar, dijo: “¡Ah!, ¡buenos días, señora de Hunolsteins!” (nunca la llama de otra manera desde que se separó de su marido), fingiendo no haber reparado hasta entonces en la Pequeña, para hacer ver que no tenía por qué salir a saludarla abajo.
— Cela ne m′étonne pas du tout. Je n′ai pas besoin de vous dire, dit le duc qui se croyait extrêmement moderne, contempteur plus que quiconque de la naissance, et même républicain, que je n′ai pas beaucoup d′idées communes avec mon cousin. Madame peut se douter que nous nous entendons à peu près sur toutes choses comme le jour avec la nuit. Mais je dois dire que si ma tante épousait Norpois, pour une fois je serais de l′avis de Gilbert. Être la fille de Florimond de Guise et faire un tel mariage, ce serait, comme on dit, à faire rire les poules, que voulez-vous que je vous dise? Ces derniers mots, que le duc prononçait généralement au milieu d′une phrase, étaient là tout à fait inutiles. Mais il avait un besoin perpétuel de les dire, qui les lui faisait rejeter à la fin d′une période s′ils n′avaient pas trouvé de place ailleurs. C′était pour lui, entre autre choses, comme une question de métrique. «Notez, ajouta-t-il, que les Norpois sont de braves gentilshommes de bon lieu, de bonne souche.» “No me extraña ni poco ni mucho. No necesito decir —dijo el duque, que creía ser moderno en extremo, desdeñar más que nadie el abolengo, y se tenía incluso por republicano— que no tengo muchas ideas comunes con mi primo. Ya puede suponer Vuestra Alteza que nos entendemos aproximadamente en todo como el día y la noche. Pero deba decir que si mi tía se casase con Norpois, por una vez sería yo de la opinión de Gilberto. Ser hija de Florimundo de Guisa y hacer una boda tal sería, como suele decirse, cosa de hacer reír hasta a las gallinas, ¿qué quieren ustedes que les diga?” Estas últimas palabras, que el duque pronunciaba generalmente en mitad de una frase, eran completamente inútiles aquí. Pero tenía una perpetua necesidad de decirlas, necesidad que lo obligaba a relegarlas al final de un período si no habían encontrado sitio en otra parte. Era para él, entre otras cosas, como una cuestión de métrica. “Tengan ustedes en cuenta — añadió— que los Norpois son unos excelentes hidalgos de buena casa, de buena cepa.”
—Écoutez, Basin ce n′est pas la peine de se moquer de Gilbert pour parler comme lui, dit Mme de Guermantes pour qui la «bonté» d′une naissance, non moins que celle d′un vin, consistait exactement, comme pour le prince et pour le duc de Guermantes, dans son ancienneté. Mais moins franche que son cousin et plus fine que son mari, elle tenait à ne pas démentir en causant l′esprit des Guermantes et méprisait le rang dans ses paroles quitte à l′honorer par ses actions. «Mais est-ce que vous n′êtes même pas un peu cousins? demanda le général de Saint–Joseph. Il me semble que Norpois avait épousé une La Rochefoucauld.» “Oiga usted, Basin, no vale la pena de burlarse de Gilberto para hablar como él”, dijo la señora de Guermantes, para quien la “bondad” de un linaje, ni más ni menos que la de un vino, consistía exactamente, como para el príncipe y para el duque de Guermantes, en su antigüedad. Pero, menos franca que su prima y más aguda que su marido, tenía empeño en no desmentir, al hablar, el espíritu de los Guermantes, y desdeñaba el rango en sus palabras, sin perjuicio de honrarlo con sus actos. “Pero, ¿no son ustedes algo primos, incluso? —preguntó el general de Saint-Joseph—. Me parece que Norpois estuvo casado con una La Rochefoucauld.”
— Pas du tout de cette manière-là, elle était de la branche des ducs de La Rochefoucauld, ma grand′mère est des ducs de Doudeauville. C′est la propre grand′mère d′Édouard Coco, l′homme le plus sage de la famille, répondit le duc qui avait, sur la sagesse, des vues un peu superficielles, et les deux rameaux ne se sont pas réunis depuis Louis XIV; ce serait un peu éloigné. “No es eso exactamente; ella era de la rama de los duques de La Rochefoucauld; mi abuela venía de los duques de Doudeauville. Es la mismísima abuela de Eduardo Coco, el hombre más sensato de la familia —respondió el duque, que tocante a la sensatez tenía puntos de vista un tanto superficiales—, y las dos ramas no han vuelto a unirse desde Luis XIV, de modo que el parentesco sería un tanto lejano.”
— Tiens, c′est intéressant, je ne le savais pas, dit le général. “¡Hombre!, es interesante, no sabía yo eso”, dijo el general.
— D′ailleurs, reprit M. de Guermantes, sa mère était, je crois, la soeur du duc de Montmorency et avait épousé d′abord un La Tour d′Auvergne. Mais comme ces Montmorency sont à peine Montmorency, et que ces La Tour d′Auvergne ne sont pas La Tour d′Auvergne du tout, je ne vois pas que cela lui donne une grande position. Il dit, ce qui serait le plus important, qu′il descend de Saintrailles, et comme nous en descendons en ligne directe . . . “Por otra parte — prosiguió el señor de Guermantes—, creo que su madre era hermana del duque de Montmorency, y había estado casada primeramente con un La Tour d′Auvergne. Pero como esos Montmorency apenas son Montmorency, y como esos La Tour d′Auvergne no tienen nada de La Tour d′Auvergne, no veo que eso le dé una gran posición. Se dice, yeso sería lo más importante, que desciende de Saintrailles, ycomo nosotros venimos de éste en línea recta...”.
Il y avait à Combray une rue de Saintrailles à laquelle je n′avais jamais repensé. Elle conduisait de la rue de la Bretonnerie à la rue de l′Oiseau. Et comme Saintrailles, ce compagnon de Jeanne d′Arc, avait en épousant une Guermantes fait entrer dans cette famille le comté de Combray, ses armes écartelaient celles de Guermantes au bas d′un vitrail de Saint–Hilaire. Je revis des marches de grès noirâtre pendant qu′une modulation ramenait ce nom de Guermantes dans le ton oublié où je l′entendais jadis, si différent de celui où il signifiait les hôtes aimables chez qui je dînais ce soir. Si le nom de duchesse de Guermantes était pour moi un nom collectif, ce n′était pas que dans l′histoire, par l′addition de toutes les femmes qui l′avaient porté, mais aussi au long de ma courte jeunesse qui avait déjà vu, en cette seule duchesse de Guermantes, tant de femmes différentes se superposer, chacune disparaissant quand la suivante avait pris assez de consistance. Les mots ne changent pas tant de signification pendant des siècles que pour nous les noms dans l′espace de quelques années. Notre mémoire et notre coeur ne sont pas assez grands pour pouvoir être fidèles. Nous n′avons pas assez de place, dans notre pensée actuelle, pour garder les morts à côté des vivants. Nous sommes obligés de construire sur ce qui a précédé et que nous ne retrouvons qu′au hasard d′une fouille, du genre de celle que le nom de Saintrailles venait de pratiquer. Je trouvai inutile d′expliquer tout cela, et même, un peu auparavant, j′avais implicitement menti en ne répondant pas quand M. de Guermantes m′avait dit: «Vous ne connaissez pas notre patelin?» Peut-être savait-il même que je le connaissais, et ne fut-ce que par bonne éducation qu′il n′insista pas. Había en Combray una calle de Saintrailles en que yo no había vuelto a pensar nunca. Iba de la calle de la Bretonería a la del Pájaro. Y como Saintrailles, el compañero de Juana de Arco, había, al casarse con una Guermantes, hecho entrar en esta familia el condado de Combray, sus armas partían el blasón de los Guermantes al pie de una vidriera de Saint-Hilaire. Volví a ver unas gradas de asperón negruzco mientras una modulación restituía el nombre de Guermantes al tono olvidado en que yo lo oía en otro tiempo, tan diferente de aquel en que significaba los amables huéspedes en cuya casa cenaba yo esta noche. Si el nombre de duquesa de Guermantes era para mí un nombre colectivo, no era sólo en la Historia, por la suma de todas las mujeres que lo habían llevado, sino también a lo largo de mi corta juventud, que había visto ya en esta sola duquesa de Guermantes superponerse tantas mujeres diferentes, desapareciendo cada una de ellas cuando la siguiente había cobrado suficiente consistencia. Las palabras no cambian de significación, durante siglos, tanto como cambian para nosotros los nombres en el espacio de unos años. Nuestra memoria y nuestro corazón no son bastante grandes para poder ser fieles. No tenemos suficiente sitio, en nuestro pensamiento actual, para guardar los muertos al lado de los vivos. Nos vemos obligados a construir sobre lo que ha precedido y que sólo volvemos a encontrar al azar de una excavación del género que la que acababa de llevar a cabo el nombre de Saintrailles. Me pareció inútil explicar todo esto, e incluso, poco antes, había mentido implícitamente al dejar de responder cuando el señor de Guermantes me había dicho: “¿No conoce usted nuestro solar?” Quizá supiera que lo conocía, y si no insistió fue por educación.
Mme de Guermantes me tira de ma rêverie. «Moi, je trouve tout cela assommant. Écoutez, ce n′est pas toujours aussi ennuyeux chez moi. J′espère que vous allez vite revenir dîner pour une compensation, sans généalogies cette fois», me dit à mi-voix la duchesse incapable de comprendre le genre de charme que je pouvais trouver chez elle et d′avoir l′humilité de ne me plaire que comme un herbier, plein de plantes démodées. La señora de Guermantes me sacó de mis cavilaciones. “A mí todo eso me parece abrumador. Mire usted, no siempre está tan aburrida mi casa. Espero que volverá usted pronto a cenar con nosotros, para tener una compensación, de esa vez sin genealogías”, me dijo a Tedia voz la duquesa, incapaz de comprender la clase de encanto que podía encontrar yo en su casa y de tener la humildad de no agradarme sino como un herbario lleno de plantas pasadas de moda.
Ce que Mme de Guermantes croyait décevoir mon attente était, au contraire, ce qui, sur la fin — car le duc et le général ne cessèrent plus de parler généalogies — sauvait ma soirée d′une déception complète. Comment n′en eusse-je pas éprouvé une jusqu′ici? Chacun des convives du dîner, affublant le nom mystérieux sous lequel je l′avais seulement connu et rêvé à distance, d′un corps et d′une intelligence pareils ou inférieurs à ceux de toutes les personnes que je connaissais, m′avait donné l′impression de plate vulgarité que peut donner l′entrée dans le port danois d′Elseneur à tout lecteur enfiévré d′Hamlet. Sans doute ces régions géographiques et ce passé ancien, qui mettaient des futaies et des clochers gothiques dans leur nom, avaient, dans une certaine mesure, formé leur visage, leur esprit et leurs préjugés, mais n′y subsistaient que comme la cause dans l′effet, c′est-à-dire peut-être possibles à dégager pour l′intelligence, mais nullement sensibles à l′imagination. Lo que la señora de Guermantes creía que defraudaba mis esperanzas era, por el contrario, lo que a la postre —porque el duque y el general ya no cesaron de hablar de genealogías— salvaba a mi velada de una decepción completa. ¿Cómo no había de haberla sentido yo hasta ese momento? Cada uno de los comensales de la cena, al disfrazar el nombre misterioso bajo el que solamente lo había conocido ysoñado yo a distancia, de un cuerpo yde una inteligencia, semejantes a inferiores a los de todas las personas a quienes conocía yo, me había dado la impresión de vulgaridad ramplona que puede dar la entrada en la puerta danés de Elsinor a todo lector apasionado de Hamlet. Clavó está que todas las regiones geográficas y el rancio pasado que ponían bosques y campanarios góticos en el nombre de esas gentes habían formado, en cierta medida, su semblante, su espíritu y sus prejuicios, pero no subsistían en ellas sino como la causa en el efecto; es decir, posibles acaso de discernir para la inteligencia, pero en modo alguno sensibles a la imaginación.
Et ces préjugés d′autrefois rendirent tout à coup aux amis de M. et Mme de Guermantes leur poésie perdue. Certes, les notions possédées par les nobles et qui font d′eux les lettrés, les étymologistes de la langue, non des mots mais des noms (et encore seulement relativement à la moyenne ignorante de la bourgeoisie, car si, à médiocrité égale, un dévot sera plus capable de vous répondre sur la liturgie qu′un libre penseur, en revanche un archéologue anticlérical pourra souvent en remontrer à son curé sur tout ce qui concerne même l′église de celui-ci), ces notions, si nous voulons rester dans le vrai, c′est-à-dire dans l′esprit, n′avaient même pas pour ces grands seigneurs le charme qu′elles auraient eu pour un bourgeois. Ils savaient peut-être mieux que moi que la duchesse de Guise était princesse de Clèves, d′Orléans et de Porcien, etc., mais ils avaient connu, avant même tous ces noms, le visage de la duchesse de Guise que, dès lors, ce nom leur reflétait. J′avais commencé par la fée, dût-elle bientôt périr; eux par la femme. Y esos prejuicios de antaño devolvieron súbitamente a los amigos del señor y de la señora de Guermantes su poesía perdida. Verdad es que las nociones poseídas por los nobles y que hacen de ellos los eruditos, los etimologistas de la lengua, no de las palabras, sino de los nombres (y aun eso, únicamente con relación al término medio ignorante de la burguesía, ya que si, en igualdad de mediocridad, un devoto será más capaz de responderos acerca de la liturgia que un librepensador, un arqueólogo anticlerical, en cambio, podría a menuda dar lecciones al cura de su parroquia acerca de todo lo que concierne a la iglesia de éste, inclusive); esas nociones, si no queremos salir del terreno de la verdad, es decir, del espíritu, ni siquiera tenían para aquellos grandes señores el canto que hubieran tenida para un burgués. Sabían mejor que ya, acaso, que la duquesa de Guisa era princesa de Clèves de Orleáns y de Porcien, etc., pero habían conocido, aun antes que todos esos nombres, el rostro de la duquesa de Guisa, que desde entonces reflejaba para ellos ese nombre. Yo había empezado por el hada, aunque bien pronto hubiese de perecer ésta; ellos, por la mujer.
Dans les familles bourgeoises on voit parfois naître des jalousies si la soeur cadette se marie avant l′aînée. Tel le monde aristocratique, des Courvoisier surtout, mais aussi des Guermantes, réduisait sa grandeur nobiliaire à de simples supériorités domestiques, en vertu d′un enfantillage que j′avais connu d′abord (c′était pour moi son seul charme) dans les livres. Tallemant des Réaux n′a-t-il pas l′air de parler des Guermantes au lieu des Rohan, quand il raconte avec une évidente satisfaction que M. de Guéméné criait à son frère: «Tu peux entrer ici, ce n′est pas le Louvre!» et disait du chevalier de Rohan (parce qu′il était fils naturel du duc de Clermont): «Lui, du moins, il est prince!» La seule chose qui me fît de la peine dans cette conversation, c′est de voir que les absurdes histoires touchant le charmant grand-duc héritier de Luxembourg trouvaient créance dans ce salon aussi bien qu′auprès des camarades de Saint–Loup. Décidément c′était une épidémie, qui ne durerait peut-être que deux ans, mais qui s′étendait à tous. On reprit les mêmes faux récits, on en ajouta d′autres. Je compris que la princesse de Luxembourg elle-même, en ayant l′air de défendre son neveu, fournissait des armes pour l′attaquer. «Vous avez tort de le défendre, me dit M. de Guermantes comme avait fait Saint–Loup. Tenez, laissons même l′opinion de nos parents, qui est unanime, parlez de lui à ses domestiques, qui sont au fond les gens qui nous connaissent le mieux. M. de Luxembourg avait donné son petit nègre à son neveu. Le nègre est revenu en pleurant: «Grand-duc battu moi, moi pas canaille, grand-duc méchant, c′est épatant.» Et je peux en parler sciemment, c′est un cousin à Oriane.» Je ne peux, du reste, pas dire combien de fois pendant cette soirée j′entendis les mots de cousin et cousine. D′une part, M. de Guermantes, presque à chaque nom qu′on prononçait, s′écriait: «Mais c′est un cousin d′Oriane!» avec la même joie qu′un homme qui, perdu dans une forêt, lit au bout de deux flèches, disposées en sens contraire sur une plaque indicatrice et suivies d′un chiffre fort petit de kilomètres: «Belvédère Casimir–Perier» et «Croix du Grand–Veneur», et comprend par là qu′il est dans le bon chemin. D′autre part, ces mots cousin et cousine étaient employés dans une intention tout autre (qui faisait ici exception) par l′ambassadrice de Turquie, laquelle était venue après le dîner. Dévorée d′ambition mondaine et douée d′une réelle intelligence assimilatrice, elle apprenait avec la même facilité l′histoire de la retraite des Dix mille ou la perversion sexuelle chez les oiseaux. Il aurait été impossible de la prendre en faute sur les plus récents travaux allemands, qu′ils traitassent d′économie politique, des vésanies, des diverses formes de l′onanisme, ou de la philosophie d′Épicure. C′était du reste une femme dangereuse à écouter, car, perpétuellement dans l′erreur, elle vous désignait comme des femmes ultra-légères d′irréprochables vertus, vous mettait en garde contre un monsieur animé des intentions les plus pures, et racontait de ces histoires qui semblent sortir d′un livre, non à cause de leur sérieux, mais de leur invraisemblance. En las familias burguesas se ve a las veces nacer celillos si la hermana más pequeña se casa antes que la mayor. Parejamente, el mundo aristocrático, sobre todo el de los Courvoisier, pero también el de los Guermantes, reducía su grandeza nobiliaria a simples superioridades domésticas, en virtud de una puerilidad que había conocido yo primeramente (ése era para mí su único encanto) en los libros. No parece sino que Tallemant des Réaux habla de los Guermantes, en lugar de referirse a los Rohan, cuando refiere con evidente satisfacción que el señor de Guéménée le gritaba a su hermano: “¡Puedes entrar aquí, que esto no es el Louvre!”, y decía del caballero de Rohan (porque era hijo natural del duque de Clermont): “¡Ése, al menos, es príncipe!” Lo único que me dolió en esta conversación fue ver que las absurdas historias a cuenta del encantador gran duque heredero del Luxemburgo hallaban tanto crédito en este salón como entre camaradas de Saint-Loup. Decididamente, era una epidemia que acaso no durara arriba de dos años, pero que se extendía a todos. Repitiéronse los mismos sucedidos falsos, o se les añadieron otros. Comprendí que la misma princesa de Luxemburgo, mientras hacía cómo si defendiese a su sobrino, daba armas para atacarlo. “Hace usted mal en defenderlo —me dijo el señor de Guermantes, como había hecho Saint-Loup—. Mire usted, dejemos a un lado, incluso, la opinión de nuestros parientes, que es unánime; hábleles de él a sus criados, que son, en el fondo, la gente que mejor nos conoce. El señor de Luxemburgo le había dado su negrito a su sobrino. El negro volvió llorando: “Gran duque pegó a mí, yo canalla no, gran duque malo”. ¡Es estupendo! Y yo puedo hablar de él con conocimiento de causa; es primo de Oriana.” Por lo demás, no puedo decir cuántas veces oí en aquella velada las palabras “primo” y “prima”. Por una parte, el señor de Guermantes, a cada nombre, casi que se pronunciaba, exclamaba: “¡Pero si es primo de Oriana!”, con la misma alegría de un hombre que, perdido en una selva, lee al final de las flechas dispuestas en sentido contrario, en una placa indicadora, y seguidas de una cifra muy pequeña de kilómetros: “Glorieta de Casimiro Périer” y “Cruce del Montero Mayor”, y gracias a ello comprende que está en el buen camino. Por otra parte, esas palabras, “primo” y “prima”, eran empleadas con una intención completamente distinta (que constituía aquí la excepción) por la embajadora de Turquía, que había llegado después de la cena. Devorada por la ambición mundana y dotada de una real inteligencia asimiladora, se enteraba con la misma facilidad de la historia de la retirada de los Diez mil o de la perversión sexual en los pájaros. Hubiera sido difícil cogerla en falta a propósito de los trabajos alemanes más recientes, ya tratasen de economía política, de las vesanias, de las diversas formas del onanismo o de la filosofía de Epicuro. Era, por lo demás, una mujer a la que resultaba peligroso escuchar, porque, como estaba siempre equivocada, señalaba como mujeres ultraligeras a impecables virtudes, lo ponía a uno en guardia contra un señor animado de las más puras intenciones y contaba historias de esas que parecen salir de un libro, no por su seriedad, sino por su inverosimilitud.
Elle était, à cette époque, peu reçue. Elle fréquentait quelques semaines des femmes tout à fait brillantes comme la duchesse de Guermantes, mais, en général, en était restée, par force, pour les familles très nobles, à des rameaux obscurs que les Guermantes ne fréquentaient plus. Elle espérait avoir l′air tout à fait du monde en citant les plus grands noms de gens peu reçus qui étaient ses amis. Aussitôt M. de Guermantes, croyant qu′il s′agissait de gens qui dînaient souvent chez lui, frémissait joyeusement de se retrouver en pays de connaissance et poussait un cri de ralliement: «Mais c′est un cousin d′Oriane! Je le connais comme ma poche. Il demeure rue Vaneau. Sa mère était Mlle d′Uzès.» L′ambassadrice était obligée d′avouer que son exemple était tiré d′animaux plus petits. Elle tâchait de rattacher ses amis à ceux de M. de Guermantes en rattrapant celui-ci de biais: «Je sais très bien qui vous voulez dire. Non, ce n′est pas ceux-là, ce sont des cousins.» Mais cette phrase de reflux jetée par la pauvre ambassadrice expirait bien vite. Car M. de Guermantes, désappointé: «Ah! alors, je ne vois pas qui vous voulez dire.» L′ambassadrice ne répliquait rien, car si elle ne connaissait jamais que «les cousins» de ceux qu′il aurait fallu, bien souvent ces cousins n′étaient même pas parents. Puis, de la part de M. de Guermantes, c′était un flux nouveau de «Mais c′est une cousine d′Oriane», mots qui semblaient avoir pour M. de Guermantes, dans chacune de ses phrases, la même utilité que certaines épithètes commodes aux poètes latins, parce qu′elles leur fournissaient pour leurs hexamètres un dactyle ou un spondée. Du moins l′explosion de «Mais c′est une cousine d′Oriane» me parut-elle toute naturelle appliquée à la princesse de Guermantes, laquelle était en effet fort proche parente de la duchesse. L′ambassadrice n′avait pas l′air d′aimer cette princesse. Elle me dit tout bas: «Elle est stupide. Mais non, elle n′est pas si belle. C′est une réputation usurpée. Du reste, ajouta-t-elle d′un air à la fois réfléchi, répulsif et décidé, elle m′est fortement antipathique.» Mais souvent le cousinage s′étendait beaucoup plus loin, Mme de Guermantes se faisant un devoir de dire «ma tante» à des personnes avec qui on ne lui eût pas trouvé un ancêtre commun sans remonter au moins jusqu′à Louis XV, tout aussi bien que, chaque fois que le malheur des temps faisait qu′une milliardaire épousait quelque prince dont le trisal avait épousé, comme celui de Mme de Guermantes, une fille de Louvois, une des joies de l′Américaine était de pouvoir, dès une première visite à l′hôtel de Guermantes, où elle était d′ailleurs plus ou moins mal reçue et plus ou moins bien épluchée, dire «ma tante» à Mme de Guermantes, qui la laissait faire avec un sourire maternel. Mais peu m′importait ce qu′était la «naissance» pour M. de Guermantes et M. de Beauserfeuil; dans les conversations qu′ils avaient à ce sujet, je ne cherchais qu′un plaisir poétique. Sans le connaître eux-mêmes, ils me le procuraient comme eussent fait des laboureurs ou des matelots parlant de culture et de marées, réalités trop peu détachées d′eux-mêmes pour qu′ils puissent y goûter la beauté que personnellement je me chargeais d′en extraire. Por esa época la recibían en pocos sitios. Frecuentaba algunas semanas las reuniones de ciertas mujeres que ocupaban una posición francamente brillante, como la duquesa de Guermantes, pero en lo general había tenido que conformarse, a la fuerza, en lo que hacía a familias muy nobles, con algunas ramas oscuras a las que ya no trataban los Guermantes. Se figuraba tener aires perfectamente mundanos porque citaba los nombres más importantes de gentes raras veces admitidas en sociedad y que eran amigas suyas. Inmediatamente, el señor de Guermantes, creyendo que se trataba de personas que cenaban a menuda en su casa, se estremecía jubilosamente al encontrarse en terreno conocida y lanzaba un grito de llamada: “¡Pero si es primo de Oriana! Lo conozco coma al traje que llevo puesto. Vive en la calle de Vaneau. Su madre era la señorita de Uzés”. La embajadora se veía obligada a confesar que su ejemplo estaba tomado de animales más pequeños. Trataba de relacionar a sus amigos con los del señor de Guermantes, agarrándose a éste al sesgo: “Sé muy bien quién quiere usted decir. No, no son ésos, son primos”. Pero esta frase de reflujo lanzada por la pobre embajadora expiraba harto aprisa. Porque el señor de Guermantes, chasqueado, respondía: “¡Ah!, entonces no veo quién quiere usted decir”. La embajadora no replicaba nada, porque si no conocía nunca más que a “los primos” de aquellos que hubiera hecha falta que conociese, no pocas veces ocurría que esos primos ni siquiera fuesen parientes. Luego, por parte del señor de Guermantes, venía un nuevo chorro de “¡Pero si es prima de Oriana!”, palabras que parecían tener para el señor de Guermantes, en cada una de sus frases, la misma utilidad que ciertos epítetos cómodos para los poetas latinos, porque les deparaban un dáctilo o un espondeo para sus hexámetros. Al menos, la explosión de “¡Pero si es prima de Oriana!” me pareció naturalísima aplicada a la princesa de Guermantes, que era, en efecto, parienta muy cercana de la duquesa. No parecía que le cayese muy en gracia esta princesa a la embajadora. Me dijo por lo bajo: “Es estúpida. No, no, no es tan hermosa. Es una fama usurpada. Por lo demás —añadió con expresión a la vez reflexiva, repelente y decidida—, me es profundamente antipática”. Pero la consideración de primos se extendía a menudo mucho más lejos, ya que la señora de Guermantes consideraba un deber tratar de “mi tía” a personas con las que no hubiera habido moda de encontrarle un antepasado común sin remontarse por lo menas hasta Luis XIV, ni más ni menos que, cada vez que lo calamitoso de los tiempos hacía que una multimillonaria americana se casase con algún príncipe cuyo tatarabuelo había tomada por mujer, como el de la señora de Guermantes, a una hija de Louvois, una de las alegrías de la americana era poder, a partir de una primera visita al palacio de los Guermantes —donde, por otra parte, era más o menos mal recibida y más o menos bien examinada—, llamar “tía” a la señora de Guermantes, que la dejaba hacer con una sonrisa maternal. Pero a mí me importaba poco lo que fuese el “abolengo” para el señor de Guermantes y para el de Beauserfeuil; lo único que yo buscaba en las conversaciones qué sobre este punto sostenían era un placer poético. Sin que ellos lo supiesen, me lo procuraban como lo hubieran hecho unos labriegos o unos marineros que hablasen de cultivos y de mareas, realidades demasiado poco desgajadas de ellos para que pudiesen saborear la belleza que yo, personalmente, me encargaba de extraer de tales temas.
Parfois, plus que d′une race, c′était d′un fait particulier, d′une date, que faisait souvenir un nom. En entendant M. de Guermantes rappeler que la mère de M. de Bréauté était Choiseul et sa grand′mère Lucinge, je crus voir, sous la chemise banale aux simples boutons de perle, saigner dans deux globes de cristal ces augustes reliques: le coeur de Mme de Praslin et du duc de Berri; d′autres étaient plus voluptueuses, les fins et longs cheveux de Mme Tallien ou de Mme de Sabran. A veces, más que de un linaje, era de un hecho particular, de una fecha, de lo que le hacía a uno acordarse un hombre. Al oír recordar al señor de Guermantes que la madre del señor de Bréauté era Choiseul y su abuela Lucinge, creí ver, bajo la trivial camisa con su sencilla abotonadura de perlas, sangrar en dos globos de cristal estas augustas reliquias: el corazón de machina de Praslin y el del duque de Berri; otras eran más voluptuosas, como los finos y largos cabellos de madama Tallien o de madama de Sabran.
Plus instruit que sa femme de ce qu′avaient été leurs ancêtres, M. de Guermantes se trouvait posséder des souvenirs qui donnaient à sa conversation un bel air d′ancienne demeure dépourvue de chefs-d′oeuvre véritables, mais pleine de tableaux authentiques, médiocres et majestueux, dont l′ensemble a grand air. Le prince d′Agrigente ayant demandé pourquoi le prince X . . . avait dit, en parlant du duc d′Aumale, «mon oncle», M. de Guermantes répondit: «Parce que le frère de sa mère, le duc de Wurtemberg, avait épousé une fille de Louis–Philippe.» Alors je contemplai toute une châsse, pareille à celles que peignaient Carpaccio ou Memling, depuis le premier compartiment où la princesse, aux fêtes des noces de son frère le duc d′Orléans, apparaissait habillée d′une simple robe de jardin pour témoigner de sa mauvaise humeur d′avoir vu repousser ses ambassadeurs qui étaient allés demander pour elle la main du prince de Syracuse, jusqu′au dernier où elle vient d′accoucher d′un garçon, le duc de Wurtemberg (le propre oncle du prince avec lequel je venais de dîner), dans ce château de Fantaisie, un de ces lieux aussi aristocratiques que certaines familles. Eux aussi, durant au delà d′une génération, voient se rattacher à eux plus d′une personnalité historique. Dans celui-là notamment vivent côte à côte les souvenirs de la margrave de Bayreuth, de cette autre princesse un peu fantasque (la soeur du duc d′Orléans) à qui on disait que le nom du château de son époux plaisait, du roi de Bavière, et enfin du prince X . . ., dont il était précisément l′adresse à laquelle il venait de demander au duc de Guermantes de lui écrire, car il en avait hérité et ne le louait que pendant les représentations de Wagner, au prince de Polignac, autre «fantaisiste» délicieux. Quand M. de Guermantes, pour expliquer comment il était parent de Mme d′Arpajon, était obligé, si loin et si simplement, de remonter, par la chaîne et les mains unies de trois ou de cinq ales, à Marie–Louise ou à Colbert, c′était encore la même chose dans tous ces cas: un grand événement historique n′apparaissait au passage que masqué, dénaturé, restreint, dans le nom d′une propriété, dans les prénoms d′une femme, choisis tels parce qu′elle est la petite-fille de Louis–Philippe et Marie–Amélie considérés non plus comme roi et reine de France, mais seulement dans la mesure où, en tant que grands-parents, ils laissèrent un héritage. (On voit, pour d′autres raisons, dans un dictionnaire de l′oeuvre de Balzac où les personnages les plus illustres ne figurent que selon leurs rapports avec la Comédie humaine , Napoléon tenir une place bien moindre que Rastignac et la tenir seulement parce qu′il a parlé aux demoiselles de Cinq–Cygne.) Telle l′aristocratie, en sa construction lourde, percée de rares fenêtres, laissant entrer peu de jour, montrant le même manque d′envolée, mais aussi la même puissance massive et aveuglée que l′architecture romane, enferme toute l′histoire, l′emmure, la renfrogne. Más enterado que su mujer de lo que habían sido sus antepasados, el señor de Guermantes resultaba poseedor de recuerdos que daban a su conversación un hermoso empaque de antigua mansión desprovista de verdaderas obras maestras, pero llena de cuadros auténticos, mediocres y majestuosos, cuyo conjunto tiene un gran tono. Como el príncipe de Agrigento preguntase por qué había dicho el príncipe de X..., al hablar del duque de Aumale, “mi tío”, el señor de Guermantes respondió: “Porque el hermano de su madre, el duque de Wurtemberg, estuvo casado con una hija de Luis Felipe”. Entonces contemplé toda una arqueta de reliquias, semejante a las que pintaban Carpaccio o Memling, desde el primer compartimiento, en que la princesa, en las fiestas por las bodas de su hermano el duque de Orleáns, aparecía vestida con un simple traje como para andar por los jardines, para mostrar su mal humor por haber visto rechazar a sus embajadores que habían ido a pedir para ella la mano del duque de Siracusa, hasta el último, en que acababa de dar a luz un muchacho —el duque de Wurtemberg (el mismísimo tío del príncipe con quien yo acababa de cenar)—, en el castillo de Fantaisie, uno de esos lugares tan aristocráticos como ciertas familias. Como también ellos duran más allá de una generación, ven ligarse a sí más de una personalidad histórica. En éste, en particular, viven mano a mano los recuerdos de la margravesa de Bayreuth, de aquella otra princesa un tanto fantástica (la hermana del duque de Orleáns), a la que, según se decía, le agradaba el nombre del castillo de su esposo, y, en fin, del príncipe de X..., cuya era precisamente la dirección, a la que acababa de pedir al duque de Guermantes que le escribiese, porque había heredarlo el castillo y no lo alquilaba más que durante las representaciones de Wagner al príncipe de Polignac, otro “fantasista” delicioso. Cuando el señor de Guermantes, para explicar su parentesco con la señora de Arpajon, se veía obligado, tan lejos ytan simplemente, a remontarse por la cadena ypor las manos unidas de tres e de cinco abuelas hasta María Luisa o hasta Colbert, ocurría también lo mismo en todos esos casos: al parecer, de pasada, un gran acontecimiento histórico, no era sino enmascarado, desnaturalizado, restringido, en el nombre de una propiedad, en loa nombres de pila de una mujer, que fueron elegidos porque esa mujer es nieta de Luis Felipe y de María Amelia, considerados no ya como rey y reina de Francia, sino solamente en la medida en que, en cuanto abuelos, dejaron una herencia. (Por otras razones, en un diccionario de la obra de Balzac, en que los personajes más ilustres figuran únicamente con arreglo a sus relaciones con la Comedia humana, se ve a Napoleón ocupar un lugar macho menor que Rastignac, y ocuparlo solamente porque ha hablado a las señoritas de Cinq-Cygne.) De este modo, la aristocracia, en su construcción pesada, calada por raras ventanas que dejan pasar escasa luz, mostrando la misma falta de vuelos, pero también el mismo poderío macizo y cegado de la arquitectura románica, encierra toda la Historia, la cerca de muros, la reduce de volumen.
Ainsi les espaces de ma mémoire se couvraient peu à peu de noms qui, en s′ordonnant, en se composant les uns relativement aux autres, en nouant entre eux des rapports de plus en plus nombreux, imitaient ces oeuvres d′art achevées où il n′y a pas une seule touche qui soit isolée, où chaque partie tour à tour reçoit des autres sa raison d′être comme elle leur impose la sienne. Así, los espacios de mi memoria iban cubriéndose poco a poco de nombres que, al ordenarse, al componerse unos con relación a otros, al anudar entre sí vínculos cada vez más numerosos, imitaban a esas obras de arte acabadas en que no hay un solo toque que esté aislado, en que cada parte recibe sucesivamente de las demás su razón de ser, de igual suerte que les impone la suya.
Le nom de M. de Luxembourg étant revenu sur le tapis, l′ambassadrice de Turquie raconta que le grand-père de la jeune femme (celui qui avait cette immense fortune venue des farines et des pâtes) ayant invité M. de Luxembourg à déjeuner, celui-ci avait refusé en faisant mettre sur l′enveloppe: «M. de ***, meunier», à quoi le grand-père avait répondu: «Je suis d′autant plus désolé que vous n′ayez pas pu venir, mon cher ami, que j′aurais pu jouir de vous dans l′intimité, car nous étions dans l′intimité, nous étions en petit comité et il n′y aurait eu au repas que le meunier, son fils et vous.» Cette histoire était non seulement odieuse pour moi, qui savais l′impossibilité morale que mon cher M. de Nassau écrivît au grand-père de sa femme (duquel du reste il savait devoir hériter) en le qualifiant de «meunier»; mais encore la stupidité éclatait dès les premiers mots, l′appellation de meunier étant trop évidemment placée pour amener le titre de la fable de La Fontaine. Mais il y a dans le faubourg Saint–Germain une niaiserie telle, quand la malveillance l′aggrave, que chacun trouva que c′était envoyé et que le grand-père, dont tout le monde déclara aussitôt de confiance que c′était un homme remarquable, avait montré plus d′esprit que son petit-gendre. Le duc de Châtellerault voulut profiter de cette histoire pour raconter celle que j′avais entendue au café: «Tout le monde se couchait», mais dès les premiers mots et quand il eut dit la prétention de M. de Luxembourg que, devant sa femme, M. de Guermantes se levât, la duchesse l′arrêta et protesta: «Non, il est bien ridicule, mais tout de même pas à ce point.» J′étais intimement persuadé que toutes les histoires relatives à M. de Luxembourg étaient pareillement fausses et que, chaque fois que je me trouverais en présence d′un des acteurs ou des témoins, j′entendrais le même démenti. Je me demandai cependant si celui de Mme de Guermantes était dû au souci de la vérité ou à l′amour-propre. En tout cas, ce dernier céda devant la malveillance, car elle ajouta en riant: «Du reste, j′ai eu ma petite avanie aussi, car il m′a invitée à goûter, désirant me faire connaître la grande-duchesse de Luxembourg; c′est ainsi qu′il a le bon goût d′appeler sa femme en écrivant à sa tante. Je lui ai répondu mes regrets et j′ai ajouté: «Quant à «la grande-duchesse de Luxembourg», entre guillemets, dis-lui que si elle vient me voir je suis chez moi après 5 heures tous les jeudis.» J′ai même eu une seconde avanie. Étant à Luxembourg je lui ai téléphoné de venir me parler à l′appareil. Son Altesse allait déjeuner, venait de déjeuner, deux heures se passèrent sans résultat et j′ai usé alors d′un autre moyen: «Voulez-vous dire au comte de Nassau de venir me parler?» Piqué au vif, il accourut à la minute même.» Tout le monde rit du récit de la duchesse et d′autres analogues, c′est-à-dire, j′en suis convaincu, de mensonges, car d′homme plus intelligent, meilleur, plus fin, tranchons le mot, plus exquis que ce Luxembourg–Nassau, je n′en ai jamais rencontré. La suite montrera que c′était moi qui avais raison. Je dois reconnaître qu′au milieu de toutes ses «rosseries», Mme de Guermantes eut pourtant une phrase gentille. «Il n′a pas toujours été comme cela, dit-elle. Avant de perdre la raison, d′être, comme dans les livres, l′homme qui se croit devenu roi, il n′était pas bête, et même, dans les premiers temps de ses fiançailles, il en parlait d′une façon assez sympathique comme d′un bonheur inespéré: «C′est un vrai conte de fées, il faudra que je fasse mon entrée au Luxembourg dans un carrosse de féerie», disait-il à son oncle d′Ornessan qui lui répondit, car, vous savez, c′est pas grand le Luxembourg: «Un carrosse de féerie, je crains que tu ne puisses pas entrer. Je te conseille plutôt la voiture aux chèvres.» Non seulement cela ne fâcha pas Nassau, mais il fut le premier à nous raconter le mot et à en rire.» Como el nombre del señor de Luxemburgo volviera a aparecer sobre el tapete, la embajadora de Turquía contó que el abuelo de la joven gran duquesa heredera (el mismo que tenía la inmensa fortuna de marras, ganada con las harinas y las pastas) había invitado al de Luxemburgo a comer, y que éste había rechazado el convite, haciendo poner en el sobre: “Al señor de ***, molinero”, a lo que había respondido el abuelo: “Lamento tanto más que no haya podido venir usted, mi querida amigo, cuanto que hubiera podido gozar de su presencia en la intimidad, ya que estábamos en la intimidad, formábamos una reunión íntima, y no habría asistido a la comida nadie más que el molinero, su hijo y usted”. Esta historia no sólo era odiosa para mí, que sabía la imposibilidad moral de que mi buen amigo el señor de Nassau escribiese al abuelo de su mujer (al que, por otra parte, sabía que habría de heredar) clasificándolo de “molinero”, sino que, además, la estupidez saltaba a la vista desde las primeras palabras, ya que la denominación de molinero estaba colocada con demasiada evidencia para recordar el título de la fábula de La Fontaine. Pero hay en el barrio de Saint-Germain una necedad tal, cuando la malevolencia la agrava, que cuantos oyeron el caso lo tomaron por auténtico, juzgando que el abuelo, a propósito del cual declaró inmediatamente todo el mundo con absoluta seguridad que era un hombre notable, había dado muestra de tener más talento que el marido de su nieta. El duque de Châtellerault quiso aprovechar esta historia para contar la que había oído yo en el café: “Todo el mundo se acostaba”; pero a las primeras palabras, y cuando hubo dicho la pretensión del señor de Luxemburgo de que, delante de su mujer, se pusiese en pie el señor de Guermantes, la duquesa lo atajó, protestando: “No; es muy ridículo, pero no, de todas maneras, hasta ese punto”. Yo estaba íntimamente persuadido de que todas las historias referentes al señor de Luxemburgo eran igualmente falsas, y que cada vez que me hallase en presencia de tino de los actores o de los testigos habría de oír el mismo mentís. Le pregunté, sin embargo, si el de la señora de Guermantes se debía ala preocupación por la verdad o al amor propio. Como quiera que fuese, este último cedió ante la malignidad, ya que la duquesa añadió riendo: “Por lo demás, también yo he recibido mi grosería, porque me ha invitado a merendar, con el desea de hacerme conocer a la gran duquesa de Luxemburgo, que así es como tiene el buen gusto de hacer llamar a su mujer, escribiendo a su tía. Yo le respondí que sentía no poder ir, y añadí: “En cuanto a la “gran duquesa de Luxemburgo”, entre comillas, dile que si viene a verme estoy en casa, después de las cinco, todos los jueves”. Incluso he recibido una segunda ofensa. Cuando estaba en Luxemburgo le telefoneé que acudiese a hablarme al aparato. Su Alteza iba a almorzar, acababa de almorzar; pasaron dos horas sin ningún resultado, y entonces utilicé otro medio: “¿Quiere usted decirle al conde de Nassau que venga a hablarme?” Herido en lo vivo, acudió al minuto”. Todo el mundo se rió con el relato de la duquesa y con otros análogos; es decir —estoy convencido de ello—, mentiras, porque jamás he encontrado hombre más inteligente, mejor, más fino, digámoslo sin rodeos, más exquisito que este Luxemburgo Nassau. Más adelante se verá que era yo quien tenía razón. Debo reconocer, que en medio de todos estos “varapalos” la señora de Guermantes tuvo, sin embargo, una frase amable. “No siempre ha sido así —dijo—. Antes de perder la razón, de ser, como en los libros, el hombre que cree haberse vuelto rey, no tenía nada de tonto, e incluso en los primeros tiempos de su noviazgo hablaba de éste de una manera bastante simpática, como de una suerte inesperada.” “Es un verdadero cuento de hadas: voy a tener que hacer mi entrada en el Luxemburgo en una carroza de comedia de magia”, le decía a su tío el de Ornessan, que le respondió, porque, como ustedes saben, el Luxemburgo no es muy grande: “¿Una carroza de comedia de magia? Me temo que no vas a poder entrar. Mejor te aconsejo un cochecito tirado por cabras”. La cosa no sólo no le molestó a Nassau, sino que él mismo fue el primero en contarnos la ocurrencia y en reírla.
«Ornessan est plein d′esprit, il a de qui tenir, sa mère est Montjeu. Il va bien mal, le pauvre Ornessan.» Ce nom eut la vertu d′interrompre les fades méchancetés qui se seraient déroulées à l′infini. En effet M. de Guermantes expliqua que l′arrière-grand′mère de M. d′Ornessan était la soeur de Marie de Castille Montjeu, femme de Timoléon de Lorraine, et par conséquent tante d′Oriane. De sorte que la conversation retourna aux généalogies, cependant que l′imbécile ambassadrice de Turquie me soufflait à l′oreille: «Vous avez l′air d′être très bien dans les papiers du duc de Guermantes, prenez garde», et comme je demandais l′explication: «Je veux dire, vous comprendrez à demi-mot, que c′est un homme à qui on pourrait confier sans danger sa fille, mais non son fils.» Or, si jamais homme au contraire aima passionnément et exclusivement les femmes, ce fut bien le duc de Guermantes. Mais l′erreur, la contre-vérité naîµ¥ment crue étaient pour l′ambassadrice comme un milieu vital hors duquel elle ne pouvait se mouvoir. «Son frère Mémé, qui m′est, du reste, pour d′autres raisons (il ne la saluait pas), foncièrement antipathique, a un vrai chagrin des moeurs du duc. De même leur tante Villeparisis. Ah! je l′adore. Voilà une sainte femme, le vrai type des grandes dames d′autrefois. Ce n′est pas seulement la vertu même, mais la réserve. Elle dit encore: «Monsieur» à l′ambassadeur Norpois qu′elle voit tous les jours et qui, entre parenthèses, a laissé un excellent souvenir en Turquie.» “Ornessan es hombre de mucho ingenio, tiene a quién salir: su madre es una Montjeu. Anda muy real el pobre de Ornessan.” Este hombre tuvo la virtud de interrumpir las insustanciales picoterías que se hubieran prolongado hasta el infinito. El señor de Guermantes explicó, en efecto, que la bisabuela del señor de Ornessan era hermana de María de Castillo Montjeu, mujer de Timoleón de Lorena, y por consiguiente tía de Oriana. De modo que la conversación volvió a las genealogías, mientras la imbécil embajadora de Turquía me susurraba al oído: “Parece que está usted muy a bien con el duque de Guermantes; ándese con cuidada”, y como yo le pidiese que se explicara: “quiero decir, me comprenderá usted con media palabra, que es un hombre al que podría confiarle una sin peligro su hija, pero no su hijo”. Ahora bien, si jamás hombre alguno, por el contrario, amó apasionada y exclusivamente a las mujeres, fue realmente el duque de Guermantes. Pero el error, la contraverdad ingenuamente creída eran para la embajadora como un medio vital fuera del que no podía moverse. “Su hermano Memé, que me es, por lo demás, por otras razones (no la saludaba) fundamentalmente antipático, está verdaderamente apenado por las costumbres del duque. Y lo mismo su tía la de Villeparisis. ¡Ah!, a ésa la adoro. Esa sí que es una santa, el verdadero tipo de las grandes damas de antaño. No sólo es la virtud misma, sino la misma circunspección. Todavía lo llama “caballero” al embajador de Norpois, al que ve todos los días y que, entre paréntesis, ha dejado un excelente recuerdo en Turquía.”
Je ne répondis même pas à l′ambassadrice afin d′entendre les généalogies. Elles n′étaient pas toutes importantes. Il arriva même, au cours de la conversation, qu′une des alliances inattendues, que m′apprit M. de Guermantes, était une mésalliance, mais non sans charme, car, unissant, sous la monarchie de juillet, le duc de Guermantes et le duc de Fezensac aux deux ravissantes filles d′un illustre navigateur elle donnait ainsi aux deux duchesses le piquant imprévu d′une grâce exotiquement bourgeoise, louisphilippement indienne. Ou bien, sous Louis XIV, un Norpois avait épousé la fille du duc de Mortemart, dont le titre illustre frappait, dans le lointain de cette époque, le nom que je trouvais terne et pouvais croire récent de Noirpois, y ciselait profondément la beauté d′une médaille. Et dans ces cas-là d′ailleurs, ce n′était pas seulement le nom moins connu qui bénéficiait du rapprochement: l′autre, devenu banal à force d′éclat, me frappait davantage sous cet aspect nouveau et plus obscur, comme, parmi les portraits d′un éblouissant coloriste, le plus saisissant est parfois un portrait tout en noir. La mobilité nouvelle dont me semblaient doués tous ces noms, venant se placer à côté d′autres dont je les aurais crus si loin, ne tenait pas seulement à mon ignorance; ces chassés-croisés qu′ils faisaient dans mon esprit, ils ne les avaient pas effectués moins aisément dans ces époques où un titre, étant toujours attaché à une terre, la suivait d′une famille dans une autre, si bien que, par exemple, dans la belle construction féodale qu′est le titre de duc de Nemours ou de duc de Chevreuse, je pouvais découvrir successivement, blottis comme dans la demeure hospitalière d′un Bernard-l′ermite, un Guise, un prince de Savoie, un Orléans, un Luynes. Parfois plusieurs restaient en compétition pour une même coquille; pour la principauté d′Orange, la famille royale des Pays–Bas et MM. de Mailly–Nesle; pour le duché de Brabant, le baron de Charlus et la famille royale de Belgique; tant d′autres pour les titres de prince de Naples, de duc de Parme, de duc de Reggio. Quelquefois c′était le contraire, la coquille était depuis si longtemps inhabitée par les propriétaires morts depuis longtemps, que je ne m′étais jamais avisé que tel nom de château eût pu être, à une époque en somme très peu reculée, un nom de famille. Aussi, comme M. de Guermantes répondait à une question de M. de Beauserfeuil: «Non, ma cousine était une royaliste enragée, c′était la fille du marquis de Féterne, qui joua un certain rôle dans la guerre des Chouans», à voir ce nom de Féterne, qui depuis mon séjour à Balbec était pour moi un nom de château, devenir ce que je n′avais jamais songé qu′il eût pu être, un nom de famille, j′eus le même étonnement que dans une féerie où des tourelles et un perron s′animent et deviennent des personnes. Dans cette acception-là, on peut dire que l′histoire, même simplement généalogique, rend la vie aux vieilles pierres. Il y eut dans la société parisienne des hommes qui y jouèrent un rôle aussi considérable, qui y furent plus recherchés par leur élégance ou par leur esprit, et eux-mêmes d′une aussi haute naissance que le duc de Guermantes ou le duc de La Trémoille. Ils sont aujourd′hui tombés dans l′oubli, parce que, comme ils n′ont pas eu de descendants, leur nom, qu′on n′entend plus jamais, résonne comme un nom inconnu; tout au plus un nom de chose, sous lequel nous ne songeons pas à découvrir le nom d′hommes, survit-il en quelque château, quelque village lointain. Un jour prochain le voyageur qui, au fond de la Bourgogne, s′arrêtera dans le petit village de Charlus pour visiter son église, s′il n′est pas assez studieux ou se trouve trop pressé pour en examiner les pierres tombales, ignorera que ce nom de Charlus fut celui d′un homme qui allait de pair avec les plus grands. Cette réflexion me rappela qu′il fallait partir et que, tandis que j′écoutais M. de Guermantes parler généalogies, l′heure approchait où j′avais rendez-vous avec son frère. Qui sait, continuais-je à penser, si un jour Guermantes lui-même paraîtra autre chose qu′un nom de lieu, sauf aux archéologues arrêtés par hasard à Combray, et qui devant le vitrail de Gilbert le Mauvais auront la patience d′écouter les discours du successeur de Théodore ou de lire le guide du curé. Mais tant qu′un grand nom n′est pas éteint, il maintient en pleine lumière ceux qui le portèrent; et c′est sans doute, pour une part, l′intérêt qu′offrait à mes yeux l′illustration de ces familles, qu′on peut, en partant d′aujourd′hui, les suivre en remontant degré par degré jusque bien au delà du XIVe siècle, retrouver des Mémoires et des correspondances de tous les ascendants de M. de Charlus, du prince d′Agrigente, de la princesse de Parme, dans un passé où une nuit impénétrable couvrirait les origines d′une famille bourgeoise, et où nous distinguons, sous la projection lumineuse et rétrospective d′un nom, l′origine et la persistance de certaines caractéristiques nerveuses, de certains vices, des désordres de tels ou tels Guermantes. Presque pathologiquement pareils à ceux d′aujourd′hui, ils excitent de siècle en siècle l′intérêt alarmé de leurs correspondants, qu′ils soient antérieurs à la princesse Palatine et à Mme de Motteville, ou postérieurs au prince de Ligne. No respondí siquiera a la embajadora por atender a las genealogías. No todas eran importantes. Incluso ocurrió en el curso de la conversación que uno de los entronques inesperados, de que me enteré por el señor de Guermantes, era un enlace desigual, pero no sin encantos, ya que al unir en tiempos de la monarquía de Julio al duque de Guermantes y al de Fezensac con las hechiceras hijas de un ilustre navegante daba así a las dos duquesas la imprevista sal y pimienta de una gracia exóticamente burguesa, luisfelipescamente indiana. O bien, en el reinado de Luis XIV, un Norpois se había casado con la hija del duque de Mortemart, cuyo ilustre título vulneraba, en lo lejano de aquella época, el nombre que encontraba yo mate y que podía creer reciente de Norpois, cincelando profundamente en él la belleza de una medalla. Y en estos casos, por lo demás, no era solamente el nombre menos conocido el que se beneficiaba con el emparejamiento: el otro, que había llegado a ser trivial en fuerza de esplendor, me hacía irás impresión en este aspecto nuevo y más oscuro, como entre los retratos de un deslumbrador colorista es a veces el más sorprendente un retrato todo él en negro. La movilidad nueva de que me parecían dotados todos estos nombres, al venir a ponerse a par de otros de que tan lejos los hubiera creído yo, no se debía únicamente a mi ignorancia; las contradanzas que llevaban a cabo en mi espíritu las habían efectuado no menos desembarazadamente en aquellas épocas en que un título, por ir siempre vinculado a una tierra, seguía a ésta de una familia en otra, hasta el punto de que, por ejemplo, en la hermosa construcción feudal que es el título de duque de Nemours o de duque de Chevreuse, podía yo descubrir sucesivamente agazapados, como en la hospitalaria morada de un “Bernardo el ermitaño”, un Guisa, un príncipe de Saboya, un Orleáns, un Luynes. A veces seguían estando varios de ellos en pugna por una misma concha: por el principado de Orange, la familia real de los Países Bajos y los señores de Maylli-Nesle; por el ducado de Brabante, el barón de Charlus y la familia real de Bélgica; tantos otros por los títulos de príncipe de Nápoles, de duque de Parma, de duque de Reggio. A veces era lo contrario, la concha estaba desde hacía tanto, tiempo deshabitada de los propietarios muertos, que jamás se me había ocurrido que tal o cual hombre de castillo hubiera podido ser, en una época al fin y al cabo muy poco lejana, un nombre de familia. Así, como el señor de Guermantes respondiese a una pregunta del señor de Monserfeuil: “No, mi prima era una realista rabosa, era hija del marqués de Féterne, que desempeñó cierto papel en la guerra de los chuanes”, al ver que este nombre de Féterne, que desde mi estancia en Balbec era para mí un nombre de castillo, se convertía en lo que nunca había pensado yo que hubiera podido ser: en un nombre de familia, sentí el mismo asombro que en un artificio de magia en que unas torrecillas yuna escalinata se animan yconvierten en personas. En esta acepción, puede decirse que la Historia, aunque sea simplemente genealógica, devuelve la vida a las vetustas piedras. Ha habido en la sociedad parisiense hombres que desempeñaron en la misma un papel tan considerable, que han sido más buscados en ella por su elegancia o por su talento, y fueron incluso de tan alta cuna como el duque de Guermantes o como el duque de Trémoille. Hoy han caído en el olvido, porque como no han tenido descendientes, su nombre, que ya no se oye nunca, resuena como un nombre desconocido; a lo sumo, un nombre de hombres sobrevive en algún castillo, en algún pueblo remoto. Un día no lejano el viajero que en el fondo de la Borgoña se detenga en el pueblecillo de Charlus para visitar su iglesia, si no es bastante estudioso o lleva demasiada prisa para examinar las piedras tumbales del templo, ignorará que ese nombre de Charlus fue el de un hombre que iba de par con los más grandes. Esta reflexión me recordó que tenía que marcharme y que, mientras yo oía al señor de Guermantes hablar de linajes, se acercaba la hora en que estaba citado con su hermano. Quién sabe, seguía pensando yo, si algún día no parecerá el mismo Guermantes otra cosa que un nombre de lugar, salvo para los arqueólogos que por casualidad se detengan en Combray y que ante el vitral de Gilberto el Malo tengan la paciencia de escuchar los discursos del sucesor de Teodoro o de leer la guía del cura. Pero en tanto un grande nombre no se ha extinguido, mantiene en plena luz a quienes lo han llevado, y, sin duda, por una parte, el interés que ofrecía a mis ajos la ilustración de esas familias era, al ser posible, partiendo de hoy, seguirlas, remontándose grado por grada hasta mucho más allá del siglo XIV; encontrar memorias y epistolarios de todos los ascendientes del señor de Charlus, del príncipe de Agrigento, de la princesa de Parma, en un pasado en que una noche impenetrable cubriría los orígenes de una familia burguesa, y en el que distinguimos, bajo la proyección luminosa yretrospectiva de un nombre, el origen yla persistencia de ciertas características nerviosas, de ciertos vicios, de los desórdenes de tales o cuales Guermantes. Patológicamente, casi, iguales a los de hoy, excitan de siglo en siglo el interés alarmado de aquellos que corresponden a ellos, sean anteriores a la princesa palatina y a madama de Motteville, o posteriores al príncipe de Ligne.
D′ailleurs, ma curiosité historique était faible en comparaison du plaisir esthétique. Les noms cités avaient pour effet de désincarner les invités de la duchesse, lesquels avaient beau s′appeler le prince d′Agrigente ou de Cystira, que leur masque de chair et d′inintelligence ou d′intelligence communes avait changé en hommes quelconques, si bien qu′en somme j′avais atterri au paillasson du vestibule, non pas comme au seuil, ainsi que je l′avais cru, mais au terme du monde enchanté des noms. Le prince d′Agrigente lui-même, dès que j′eus entendu que sa mère était Damas, petite-fille du duc de Modène, fut délivré, comme d′un compagnon chimique instable, de la figure et des paroles qui empêchaient de le reconnaître, et alla former avec Damas et Modène, qui eux n′étaient que des titres, une combinaison infiniment plus séduisante. Chaque nom déplacé par l′attirance d′un autre avec lequel je ne lui avais soupçonné aucune affinité, quittait la place immuable qu′il occupait dans mon cerveau, où l′habitude l′avait terni, et, allant rejoindre les Mortemart, les Stuarts ou les Bourbons, dessinait avec eux des rameaux du plus gracieux effet et d′un coloris changeant. Le nom même de Guermantes recevait de tous les beaux noms éteints et d′autant plus ardemment rallumés, auxquels j′apprenais seulement qu′il était attaché, une détermination nouvelle, purement poétique. Tout au plus, à l′extrémité de chaque renflement de la tige altière, pouvais-je la voir s′épanouir en quelque figure de sage roi ou d′illustre princesse, comme le père d′Henri IV ou la duchesse de Longueville. Mais comme ces faces, différentes en cela de celles des convives, n′étaient empâtées pour moi d′aucun résidu d′expérience matérielle et de médiocrité mondaine, elles restaient, en leur beau dessin et leurs changeants reflets, homogènes à ces noms, qui, à intervalles réguliers, chacun d′une couleur différente, se détachaient de l′arbre généalogique de Guermantes, et ne troublaient d′aucune matière étrangère et opaque les bourgeons translucides, alternants et multicolores, qui, tels qu′aux antiques vitraux de Jessé les ancêtres de Jésus, fleurissaient de l′un et l′autre côté de l′arbre de verre. Por lo demás, mi curiosidad histórica resultaba débil en comparación del placer estético. Los nombres citados conseguían el efecto de desencarnar a los invitados de la duquesa, que dé nada servía que se llamasen el príncipe de Agrigento o de Cystira, pues su máscara de carne y de ininteligencia o de inteligencia comunes los había trocado en unos hombres cualesquiera, tanto que yo, en fin de cuentas, había atracado en la esterilla del vestíbulo, no como en el umbral, según había creído, sino en la extrema linde del mundo encantado de los sueños. El mismo príncipe de Agrigento, desde el momento en que oí que su madre era de los lamas, nieta del duque de Módena, quedó libertarlo, como de un compañero químico inestable, del semblante y de las palabras que impedían reconocerlo, yfue a formar con Damas ycon Módena, que no eran más que sendos títulos, una combinación infinitamente más seductora. Cada nombre cambiado de sitio por la atracción de otro respecto del cual no le había sospechado yo ninguna afinidad, abandonaba el lugar inmutable que ocupaba en mi cerebro, donde la costumbre lo había empañado, y al ir a unirse a los Mortemart, a los Estuardos o a los Borbones, dibujaba en ellos ramas del más gracioso efecto y de un colorido cambiante. El mismo nombre de Guermantes recibía de todos los hermosos nombres extinguidos y con tanto mayor ardor encendidos de nuevo, a los que acababa de enterarme que estaba ligado, una nueva determinación, puramente poética. A lo sumo, al extremo de cada dilatación de la altiva raíz, podía yo verla granar en algún rostro de rey prudente o de princesa ilustre, como el padre de Enrique IV o la duquesa de Longueville. Mas como esas caras, diferentes en esto de los semblantes de los comensales, no estaban embadurnadas, para mí, por ningún residuo de experiencia material ni de mediocridad mundana, seguían siendo, en medio de su hermoso dibujo y de sus cambiantes reflejos, homogéneas respecto de los nombres que, a intervalos regulares, cada uno de un color diferente, se destacaban del árbol genealógico de Guermantes, y no turbaban de ninguna manera extraña y opaca los retoños traslúcidos, alternos y multicolores que, al igual que en los antiguos vitrales de Jessé los antepasados de, Jesús, florecían a uno y otro lado del árbol de vidrio.
A plusieurs reprises déjà j′avais voulu me retirer et, plus que pour toute autre raison, à cause de l′insignifiance que ma présence imposait à cette réunion, l′une pourtant de celles que j′avais longtemps imaginées si belles, et qui sans doute l′eût été si elle n′avait pas eu de témoin gênant. Du moins mon départ allait permettre aux invités, une fois que le profane ne serait plus là, de se constituer enfin en comité secret. Ils allaient pouvoir célébrer les mystères pour la célébration desquels ils s′étaient réunis, car ce n′était pas évidemment pour parler de Frans Hals ou de l′avarice et pour en parler de la même façon que font les gens de la bourgeoisie. On ne disait que des riens, sans doute parce que j′étais là, et j′avais des remords, en voyant toutes ces jolies femmes séparées, de les empêcher, par ma présence, de mener, dans le plus précieux de ses salons, la vie mystérieuse du faubourg Saint–Germain. Mais ce départ que je voulais à tout instant effectuer, M. et Mme de Guermantes poussaient l′esprit de sacrifice jusqu′à le reculer en me retenant. Chose plus curieuse encore, plusieurs des dames qui étaient venues, empressées, ravies, parées, constellées de pierreries, pour n′assister, par ma faute, qu′à une fête qui ne différait pas plus essentiellement de celles qui se donnent ailleurs que dans le faubourg Saint–Germain, qu′on ne se sent à Balbec dans une ville qui diffère de ce que nos yeux ont coutume de voir — plusieurs de ces dames se retirèrent, non pas déçues, comme elles auraient dû l′être, mais remerciant avec effusion Mme de Guermantes de la délicieuse soirée qu′elles avaient passée, comme si, les autres jours, ceux où je n′étais pas là, il ne se passait pas autre chose. Varias veces yo había querido retirarme, y más que por ninguna otra razón, por la insignificancia que mi presencia imponía a aquella reunión, una, sin embargo, de las que por espacio de mucho tiempo me había imaginado tan hermosa, y que sin duda lo hubiera sido de no haber tenido un testigo molesta. Al menos mi partida iba a permitir a los invitados, una vez que el profano ya no estuviese allí, constituirse por fin en reunión secreta. Iban a poder celebrar los misterios para cuya celebración se habían reunido, porque no era evidentemente para hablar de Frantz Hals o de la avaricia y para hablar de ello de la misma manera qué lo hace la gente de la burguesía. No se decían más que nonadas, sin duda porque estaba yo allí, y yo tenía remordimientos, viendo a todas aquellas mujeres bonitas separadas, de impedirles, con mi presencia, vivir, en el más precioso de sus salones, la vida misteriosa del barrio de Saint-Germain. Pero el señor y la señora de Guermantes llevaban el espíritu de sacrificio hasta aplazar, reteniéndome, la partida que a cada instante quería yo efectuar. Cosa aún más curiosa: muchas de las damas que habían venido solícitas, encantadas, engalanadas, consteladas de pedrerías para no asistir, por mi culpa, a una fiesta que ya no se diferenciaba esencialmente de las que se dan fuera del barrio de Saint-Germain, del mismo modo que en Balbec no nos sentimos en una ciudad que se diferencie de lo que nuestros ojos tienen costumbre de ver, muchas de esas damas se retiraron, no defraudadas, como hubieran debido estarlo, sino dando las gracias con efusión a la señora de Guermantes por la deliciosa velada que habían pasado, como si los demás días, esos en que no estaba yo allí, no pasase otra cosa.
Était-ce vraiment à cause de dîners tels que celui-ci que toutes ces personnes faisaient toilette et refusaient de laisser pénétrer des bourgeoises dans leurs salons si fermés, pour des dîners tels que celui-ci? pareils si j′avais été absent? J′en eus un instant le soupçon, mais il était trop absurde. Le simple bon sens me permettait de l′écarter. Et puis, si je l′avais accueilli, que serait-il resté du nom de Guermantes, déjà si dégradé depuis Combray? ¿Era verdaderamente por unas cenas como ésta por lo que todas estas personas se ponían de tiros largos y se negaban a dejar penetrar a las bueguesas en sus salones tan cerrados? ¿Para unas cenas como ésta? ¿Hubieran sido por este estilo de haber estado yo ausente? Por un instante tuve la sospecha de ello, pero era demasiado absurda. El simple sentido común me permitía descartarla. Y además, si le hubiese dado acogida, ¿qué hubiera quedado del nombre de Guermantes, tan desvaída ya desde Combray"
Au reste ces filles fleurs étaient, à un degré étrange, faciles à être contentées par une autre personne, ou désireuses de la contenter, car plus d′une, à laquelle je n′avais tenu pendant toute la soirée que deux ou trois propos dont la stupidité m′avait fait rougir, tint, avant de quitter le salon, à venir me dire, en fixant sur moi ses beaux yeux caressants, tout en redressant la guirlande d′orchidées qui contournait sa poitrine, quel plaisir intense elle avait eu à me connaître, et me parler — allusion voilée à une invitation à dîner — de son désir «d′arranger quelque chose», après qu′elle aurait «pris jour» avec Mme de Guermantes. Aucune de ces dames fleurs ne partit avant la princesse de Parme. La présence de celle-ci — on ne doit pas s′en aller avant une Altesse —était une des deux raisons, non devinées par moi, pour lesquelles la duchesse avait mis tant d′insistance à ce que je restasse. Dès que Mme de Parme fut levée, ce fut comme une délivrance. Toutes les dames ayant fait une génuflexion devant la princesse, qui les releva, reçurent d′elle dans un baiser, et comme une bénédiction qu′elles eussent demandée à genou, la permission de demander son manteau et ses gens. De sorte que ce fut, devant la porte, comme une récitation criée de grands noms de l′Histoire de France. La princesse de Parme avait défendu à Mme de Guermantes de descendre l′accompagner jusqu′au vestibule de peur qu′elle ne prît froid, et le duc avait ajouté: «Voyons, Oriane, puisque Madame le permet, rappelez-vous ce que vous a dit le docteur.» Por lo demás, estas muchachas-flores eran, en un grado extraño, fáciles de contentar por otra persona, o estaban deseosas de contentarla, ya que más de una con la que n o había cambiado yo en toda la noche arriba de dos o tres frases cuya estupidez había hecho sonrojarme, mostró empeño, antes de abandonar el salón, en venir a decirme, clavando en mí sus hermosos, ojos acariciadores, mientras corregía la guirnalda de orquídeas que daba vuelta a su pecho, el intenso placer que había tenido en conocerme, y hablarme —alusión velada a una invitación a cenar— de su deseo de “arreglar algo”, después de que hubiera “escogido día” con la señora de Guermantes. Ninguna de estas damas-flores se retiró antes que la princesa de Parma. La presencia de ésta —no debe uno irse antes que una Alteza— era urca, de las dos razones, no adivinadas por mí, por las que tanta insistencia había puesto la duquesa en que me quedase. En cuanto la señora de Parma se puso en pie, fue como una liberación. Todas las damas, después de haber hecho una genuflexión delante de la princesa, que las hizo alzarse, recibieron de ella en un beso y, como una bendición que hubiesen solicitado de rodillas, permiso para pedir su abrigo y llamar a sus criados. De modo que hubo ante la puerta como una recitación a gritos de los grandes nombres de la historia de Francia. La princesa de Parma había prohibido a la señora de Guermantes que bajase a acompañarla hasta el vestíbulo, por temor a que cogiese frío, y el duque había añadido: “Vamos, Oriana, ya que Su Alteza lo permite, recuerde usted lo que le ha dicho el doctor”.
«Je crois que la princesse de Parme a été très contente de dîner avec vous.» Je connaissais la formule. Le duc avait traversé tout le salon pour venir la prononcer devant moi, d′un air obligeant et pénétré, comme s′il me remettait un diplôme ou m′offrait des petits fours. Et je sentis au plaisir qu′il paraissait éprouver à ce moment-là, et qui donnait une expression momentanément si douce à son visage, que le genre de soins que cela représentait pour lui était de ceux dont il s′acquitterait jusqu′à la fin extrême de sa vie, comme de ces fonctions honorifiques et aisées que, même gâteux, on conserve encore. “Creo que la Duquesa de Parma ha quedado contentísima de cenar con usted.” Conocía yo la fórmula. El duque había cruzado todo el salón para venir a pronunciarla delante de mí, con expresión obsequiosa y penetrada, como si me entregara un diploma o me ofreciese unos pastelillos de hojaldre. Y por el placer que parecía sentir en aquel momento y que comunicaba una expresión momentáneamente tan dulce a su fisonomía, me di cuenta de que el género de cuidados que esto representaba para él era de los que cumpliría hasta el extremo final de su vida, como esas funciones honoríficas y cómodas que, aunque ya esté uno chocho, sigue conservando.
Au moment où j′allais partir, la dame d′honneur de la princesse rentra dans le salon, ayant oublié d′emporter de merveilleux oeillets, venus de Guermantes, que la duchesse avait donnés à Mme de Parme. La dame d′honneur était assez rouge, on sentait qu′elle avait été bousculée, car la princesse, si bonne envers tout le monde, ne pouvait retenir son impatience devant la niaiserie de sa suivante. Aussi celle-ci courait-elle vite en emportant les oeillets, mais, pour garder son air à l′aise et mutin, elle jeta en passant devant moi: «La princesse trouve que je suis en retard, elle voudrait que nous fussions parties et avoir les oeillets tout de même. Dame! je ne suis pas un petit oiseau, je ne peux pas être à plusieurs endroits à la fois.» En el momento en que iba a marcharme, volvió a entrar en el salón la dama de honor de la princesa, que se había olvidado de llevarse unos maravillosos claveles, traídos de Guermantes, que la duquesa había dado a la de Parma. La dama de honor estaba bastante arrebolada; echábase de ver que acababa de ser tratada de mala manera, porque la princesa, tan buena para con todo el mundo, no podía contener su impaciencia ante la simpleza de su señora de compañía. Así corría a toda prisa, llevándose los claveles; pero, por conservar su aire desenvuelto y travieso, lanzó, al pasar por delante de mí: “A la princesa le parece que me retraso; querría que nos hubiésemos ido ya y tener, de todas maneras, los claveles. ¡Vamos, no soy ningún pajarito, no puedo estar en más de un sitio a la vez”.
Hélas! la raison de ne pas se lever avant une Altesse n′était pas la seule. Je ne pus pas partir immédiatement, car il y en avait une autre: c′était que ce fameux luxe, inconnu aux Courvoisier, dont les Guermantes, opulents ou à demi ruinés, excellaient à faire jouir leurs amis, n′était pas qu′un luxe matériel et comme je l′avais expérimenté souvent avec Robert de Saint–Loup, mais aussi un luxe de paroles charmantes, d′actions gentilles, toute une élégance verbale, alimentée par une véritable richesse intérieure. Mais comme celle-ci, dans l′oisiveté mondaine, reste sans emploi, elle s′épanchait parfois, cherchait un dérivatif en une sorte d′effusion fugitive, d′autant plus anxieuse, et qui aurait pu, de la part de Mme de Guermantes, faire croire à de l′affection. Elle l′éprouvait d′ailleurs au moment où elle la laissait déborder, car elle trouvait alors, dans la société de l′ami ou de l′amie avec qui elle se trouvait, une sorte d′ivresse, nullement sensuelle, analogue à celle que la musique donne à certaines personnes; il lui arrivait de détacher une fleur de son corsage, un médaillon et de les donner à quelqu′un avec qui elle eût souhaité de faire durer la soirée, tout en sentant avec mélancolie qu′un tel prolongement n′aurait pu mener à autre chose qu′à de vaines causeries où rien n′aurait passé du plaisir nerveux de l′émotion passagère, semblables aux premières chaleurs du printemps par l′impression qu′elles laissent de lassitude et de tristesse. Quant à l′ami, il ne fallait pas qu′il fût trop dupe des promesses, plus grisantes qu′aucune qu′il eût jamais entendue, proférées par ces femmes, qui, parce qu′elles ressentent avec tant de force la douceur d′un moment, font de lui, avec une délicatesse, une noblesse ignorées des créatures normales, un chef-d′oeuvre attendrissant de grâce et de bonté, et n′ont plus rien à donner d′elles-mêmes après qu′un autre moment est venu. Leur affection ne survit pas à l′exaltation qui la dicte; et la finesse d′esprit qui les avait amenées alors à deviner toutes les choses que vous désiriez entendre et à vous les dire, leur permettra tout aussi bien, quelques jours plus tard, de saisir vos ridicules et d′en amuser un autre de leurs visiteurs avec lequel elles seront en train de goûter un de ces «moments musicaux» qui sont si brefs. ¡Ay! La razón de no levantarse antes que una Alteza no era la única. No pude marcharme inmediatamente, porque había otra era que el famoso lujo, desconocida para los Courvoisier, que los Guermantes, opulentos o semiarruinados, sobresalían en hacer gozar a sus amigos, no era sólo un lujo material, como a menudo lo había experimentado ya con Roberto de Saint-Loup, sino también un lujo de frases encantadoras, de actos amables, toda una elegancia verbal, alimentada por una verdadera riqueza interior. Pero como ésta, en la ociosidad mundana, permanece sin empleo, desahogándose a veces, buscaba un derivativo en una a modo de efusión fugitiva, tanto más ansiosa, y que hubiera podido, por parte de la señora de Guermantes, hacer creer en un verdadero afecto. Sentíalo ella, por lo demás, en el momento en que la dejaba desbordarse, porque hallaba entonces en la compañía del amigo o de la amiga con quien se encontraba, una como embriaguez, en moda alguno sensual, análoga a la que da la música a ciertas personas; ocurríale desprenderse una flor del escote, un medallón, y dárselos a uno con quien hubiera deseado hacer durar la velada, aun sintiendo con melancolía que semejante prolongación no habría podido conducir a otra cosa que a vanas Charlus en que nada hubiera pasada del placer nervioso de la emoción pasajera, semejantes a los primeros calores Primaverales por la impresión que dejan de cansera y de tristeza. En cuanto al amigo, no debía dejarse engañar demasiado por las promesas más embriagadoras que cuantas hubieran oído nunca, proferidas por estas mujeres que, porque sienten con tanta fuerza la dulzura de un momento, hacen de él, con una delicadeza, con una nobleza ignoradas de las criaturas normales, una enternecedora obra maestra de gracia yde bondad, y ya no tienen nada más que dar de sí mismas en cuanto ha llegado otro momento. Su afecto no sobrevive a la exaltación que lo dicta, y la finura de espíritu que las había llevado entonces a adivinar todas las cosas que desearíais oír, y a decírosla, les permitirá igualmente, algunos días más tarde cazar vuestras ridiculeces y divertir con ellas a otro de sus visitantes con el que estarán saboreando uno de esos “momentos musicales” que son tan breves.
Dans le vestibule où je demandai à un valet de pied mes snow-boots, que j′avais pris par précaution contre la neige, dont il était tombé quelques flocons vite changés en boue, ne me rendant pas compte que c′était peu élégant, j′éprouvai, du sourire dédaigneux de tous, une honte qui atteignit son plus haut degré quand je vis que Mme de Parme n′était pas partie et me voyait chaussant mes caoutchoucs américains. La princesse revint vers moi. «Oh! quelle bonne idée, s′écria-t-elle, comme c′est pratique! voilà un homme intelligent. Madame, il faudra que nous achetions cela», dit-elle à sa dame d′honneur, tandis que l′ironie des valets se changeait en respect et que les invités s′empressaient autour de moi pour s′enquérir où j′avais pu trouver ces merveilles. «Grâce à cela, vous n′aurez rien à craindre, même s′il reneige et si vous allez loin; il n′y a plus de saison», me dit la princesse. En el vestíbulo, donde pedí a un lacayo mis snow-boots, que había sacado de casa por precaución contra la nieve, de que habían caído algunos copos convertidos bien pronta en lodo, sin darme cuenta de que era poco elegante, sentí, por la desdeñosa sonrisa de todos, una vergüenza que llegó a su más alto grado cuando vi que la señora de Guermantes no se había retirada y me veía calzándome mis chanclos americanos. La princesa se volvió hacia mí. “¡Oh, qué buena idea —exclamó—; qué práctica es! Ahí tienen ustedes Un hombre inteligente. Señora, vamos a tener que comprarnos esto”, dijo a su dama de honor, mientras la ironía de los lacayos se trocaba en respeto y los invitados se apiñaban en torno a mí para enterarse de dónde había podido encontrar aquellas maravillas. “Gracias a eso, no tendrá usted nada que temer, aunque vuelva a nevar y vaya usted lejos; se acabó el mal tiempo”, me dijo la princesa.
— Oh! à ce point de vue, Votre Altesse Royale peut se rassurer, interrompit la dame d′honneur d′un air fin, il ne reneigera pas. “Oh!, desde ese punto de vista puede tranquilizarse Vuestra Alteza Real —interrumpió la dama de honor, con aires de agudeza—; no volverá a nevar.”
— Qu′en savez-vous, madame? demanda aigrement l′excellente princesse de Parme, que seule réussissait à agacer la bêtise de sa dame d′honneur. “¡Qué sabe usted, señora!”, añadió agriamente la excelente princesa de Parma, a la que sólo conseguía irritar la estupidez de su dama de honor.
— Je peux l′affirmer à Votre Altesse Royale, il ne peut pas reneiger, c′est matériellement impossible. “Puedo afirmarlo a Vuestra Alteza Real; no puede volver a nevar, es materialmente imposible”.
— Mais pourquoi? “Pero, ¿por qué ya no puede nevar más?
— Il ne peut plus neiger, on a fait le nécessaire pour cela: on a jeté du sel! La naîµ¥ dame ne s′aperçut pas de la colère de la princesse et de la gaieté des autres personnes, car, au lieu de se taire, elle me dit avec un sourire amène, sans tenir compte de mes dénégations au sujet de l′amiral Jurien de la Gravière: «D′ailleurs qu′importe? Monsieur doit avoir le pied marin. Bon sang ne peut mentir.» ¿Han hecho lo necesario para ello? ¿Han echado sal?” La candorosa dama no se percató de la cólera de la princesa ni del regocijo de las demás personas, ya que, en lugar de callarse, me dijo con una sonrisa afable, sin tener en cuenta mis denegaciones a cuenta del almirante Jurien de la Gravière: “Por lo demás, ¿qué importa? Este caballero debe de tener pies de marino. La buena sangre no se desmiente”.
Et ayant reconduit la princesse de Parme, M. de Guermantes me dit en prenant mon pardessus: «Je vais vous aider à entrer votre pelure.» Il ne souriait même plus en employant cette expression, car celles qui sont le plus vulgaires étaient, par cela même, à cause de l′affectation de simplicité des Guermantes, devenues aristocratiques. Y, después de acompañar a la princesa de Parma, el señor de Guermantes me dijo, cogiendo mi gabán: “Voy a ayudarle a usted a meterse en su cáscara”. Ni siquiera sonreía ya al emplear esta expresión, porque las que son más vulgares, por lo mismo, gracias a la afectación de sencillez de los Guermantes, habían acabado por hacerse aristocráticas.
Une exaltation n′aboutissant qu′à la mélancolie, parce qu′elle était artificielle, ce fut aussi, quoique tout autrement que Mme de Guermantes, ce que je ressentis une fois sorti enfin de chez elle, dans la voiture qui allait me conduire à l′hôtel de M. de Charlus. Nous pouvons à notre choix nous livrer à l′une ou l′autre de deux forces, l′une s′élève de nous-même, émane de nos impressions profondes; l′autre nous vient du dehors. La première porte naturellement avec elle une joie, celle que dégage la vie des créateurs. L′autre courant, celui qui essaye d′introduire en nous le mouvement dont sont agitées des personnes extérieures, n′est pas accompagné de plaisir; mais nous pouvons lui en ajouter un, par choc en retour, en une ivresse si factice qu′elle tourne vite à l′ennui, à la tristesse, d′où le visage morne de tant de mondains, et chez eux tant d′états nerveux qui peuvent aller jusqu′au suicide. Or, dans la voiture qui me menait chez M. de Charlus, j′étais en proie à cette seconde sorte d′exaltation, bien différente de celle qui nous est donnée par une impression personnelle, comme celle que j′avais eue dans d′autres voitures, une fois à Combray, dans la carriole du Dr Percepied, d′où j′avais vu se peindre sur le couchant les clochers de Martainville; un jour, à Balbec, dans la calèche de Mme de Villeparisis, en cherchant à démêler la réminiscence que m′offrait une allée d′arbres. Mais dans cette troisième voiture, ce que j′avais devant les yeux de l′esprit, c′étaient ces conversations qui m′avaient paru si ennuyeuses au dîner de Mme de Guermantes, par exemple les récits du prince Von sur l′empereur d′Allemagne, sur le général Botha et l′armée anglaise. Je venais de les glisser dans le stéréoscope intérieur à travers lequel, dès que nous ne sommes plus nous-même, dès que, doués d′une âme mondaine, nous ne voulons plus recevoir notre vie que des autres, nous donnons du relief à ce qu′ils ont dit, à ce qu′ils ont fait. Comme un homme ivre plein de tendres dispositions pour le garçon de café qui l′a servi, je m′émerveillais de mon bonheur, non ressenti par moi, il est vrai, au moment même, d′avoir dîné avec quelqu′un qui connaissait si bien Guillaume II et avait raconté sur lui des anecdotes, ma foi, fort spirituelles. Et en me rappelant, avec l′accent allemand du prince, l′histoire du général Botha, je riais tout haut, comme si ce rire, pareil à certains applaudissements qui augmentent l′admiration intérieure, était nécessaire à ce récit pour en corroborer le comique. Derrière les verres grossissants, même ceux des jugements de Mme de Guermantes qui m′avaient paru bêtes (par exemple, sur Frans Hals qu′il aurait fallu voir d′un tramway) prenaient une vie, une profondeur extraordinaires. Et je dois dire que si cette exaltation tomba vite elle n′était pas absolument insensée. De même que nous pouvons un beau jour être heureux de connaître la personne que nous dédaignions le plus, parce qu′elle se trouve être liée avec une jeune fille que nous aimons, à qui elle peut nous présenter, et nous offre ainsi de l′utilité et de l′agrément, choses dont nous l′aurions crue à jamais dénuée, il n′y a pas de propos, pas plus que de relations, dont on puisse être certain qu′on ne tirera pas un jour quelque chose. Ce que m′avait dit Mme de Guermantes sur les tableaux qui seraient intéressants à voir, même d′un tramway, était faux, mais contenait une part de vérité qui me fut précieuse dans la suite. Una exaltación, que sólo llevaba a la melancolía, porque era artificial, fue también, aunque de muy distinta manera que la señora de Guermantes, lo que sentí una vez que hube salido por fin de su casa, en el coche que iba a conducirme al palacio del señor de Charlus. Podemos, a nuestra elección, entregarnos a una u otra de dos fuerzas; la una se alza de nosotros mismos, emana de nuestras impresiones profundas; la otra nos viene de fuera. La primera lleva naturalmente consigo una alegría, la que exhala la vida de dos creadores. La otra corriente, la que intenta introducir en nosotros el movimiento que agita a unas personas exteriores, no va acompañada de placer; pero podemos añadirle uno, gracias a un retroceso, en una embriaguez tan ficticia que se muda rápidamente en tedio, en tristeza; de donde el semblante melancólico de tantos mundanos y, en éstos, tanto estado nervioso, que puede llegar hasta el suicidio. Ahora bien, en el coche que me llevaba a casa del señor de Charlus era yo presa de ese segundo género de exaltación, harto diferente de la que nos da una impresión personal, como la que había sentido yo en otros coches; una vez en Combray, en el carricochillo del doctor Percepied, desde el que había visto pintarse sobre el poniente los campanarios de Martinville; un día en Balbec, en la carretela de la señora de Villeparisis, tratando de desentrañar la reminiscencia que me ofrecía una avenida de árboles. Pera en este tercer coche, lo que tenía yo ante los ojos del espíritu eran las conversaciones que me habían parecido tan aburridas en la cena de la señora de Guermantes: por ejemplo, todo lo que había contado el príncipe Von acerca del emperador de Alemania, del general Botha y del ejército inglés. Acababa yo de hacerlos deslizarse en el estereóscopo interior a través del cual, desde el punto en que ya no somos nosotros mismos, desde el momento en que, dotados de un alma mundana, ya no queremos recibir nuestra vida como no sea de los demás, damos relieve a lo que los demás han dicho, a la que han hecho. Cual un hombre ebrio lleno de tiernas disposiciones hacia el mozo de café que lo ha servida, maravillábame yo de mi suerte —de que, verdad es, no me había dado cuenta en el momento mismo en haber cenado con quien tan bien conocía a Guillermo— y había contado a propósito de él unas anécdotas a fe mía graciosísimas. Y recordando, con el acento alemán del príncipe, la historia del general Botha, me reía alto, como si esa risa, semejante a ciertos aplausos que aumentan la admiración interior, fuese necesaria a aquel relato para corroborar su comicidad. Tras de los cristales de aumento, hasta aquellos juicios de la señora de Guermantes que me habían parecido estúpidos (por ejemplo, a propósito de Frantz Hals, cuyos cuadros hubiera habido que ver desde un tranvía) cobraban una vida, una profundidad extraordinarias. Y debo decir que si esta exaltación decayó pronto, no era absolutamente insensata. Del mismo modo que podemos ser felices un buen día con conocer a la persona a quien más despreciábamos, porque resulta estar relacionada con una muchacha a la que queremos, a la que puede presentarnos, y nos ofrece de esta suerte utilidad y aliciente, cosas de que la hubiéramos creído desasistida para siempre jamás, no hay frase, como no hay relaciones, de que pueda uno estar seguro de que no sacará un día algo. Lo que me había dicho la señora de Guermantes acerca de los cuadros que sería interesante ver aunque fuese desde un tranvía, era falso, pero contenía una parte de verdad que me fue preciosa más tarde.
De même les vers de Victor Hugo qu′elle m′avait cités étaient, il faut l′avouer, d′une époque antérieure à celle où il est devenu plus qu′un homme nouveau, où il a fait apparaître dans l′évolution une espèce littéraire encore inconnue, douée d′organes plus complexes. Dans ces premiers poèmes, Victor Hugo pense encore, au lieu de se contenter, comme la nature, de donner à penser. Des «pensées», il en exprimait alors sous la forme la plus directe, presque dans le sens où le duc prenait le mot, quand, trouvant vieux jeu et encombrant que les invités de ses grandes fêtes, à Guermantes, fissent, sur l′album du château, suivre leur signature d′une réflexion philosophico-poétique, il avertissait les nouveaux venus d′un ton suppliant: «Votre nom, mon cher, mais pas de pensée!» Or, c′étaient ces «pensées» de Victor Hugo (presque aussi absentes de la Légende des Siècles que les «airs», les «mélodies» dans la deuxième manière wagnérienne) que Mme de Guermantes aimait dans le premier Hugo. Mais pas absolument à tort. Elles étaient touchantes, et déjà autour d′elles, sans que la forme eût encore la profondeur où elle ne devait parvenir que plus tard, le déferlement des mots nombreux et des rimes richement articulées les rendait inassimilables à ces vers qu′on peut découvrir dans un Corneille, par exemple, et où un romantisme intermittent, contenu, et qui nous émeut d′autant plus, n′a point pourtant pénétré jusqu′aux sources physiques de la vie, modifié l′organisme inconscient et généralisable où s′abrite l′idée. Aussi avais-je eu tort de me confiner jusqu′ici dans les derniers recueils d′Hugo. Des premiers, certes, c′était seulement d′une part infime que s′ornait la conversation de Mme de Guermantes. Mais justement, en citant ainsi un vers isolé on décuple sa puissance attractive. Ceux qui étaient entrés ou rentrés dans ma mémoire, au cours de ce dîner, aimantaient à leur tour, appelaient à eux avec une telle force les pièces au milieu desquelles ils avaient l′habitude d′être enclavés, que mes mains électrisées ne purent pas résister plus de quarante-huit heures à la force qui les conduisait vers le volume où étaient reliés les Orientales et les Chants du Crépuscule . Je maudis le valet de pied de Françoise d′avoir fait don à son pays natal de mon exemplaire des Feuilles d′Automne , et je l′envoyai sans perdre un instant en acheter un autre. Je relus ces volumes d′un bout à l′autre, et ne retrouvai la paix que quand j′aperçus tout d′un coup, m′attendant dans la lumière où elle les avait baignés, les vers que m′avait cités Mme de Guermantes. Pour toutes ces raisons, les causeries avec la duchesse ressemblaient à ces connaissances qu′on puise dans une bibliothèque de château, surannée, incomplète, incapable de former une intelligence, dépourvue de presque tout ce que nous aimons, mais nous offrant parfois quelque renseignement curieux, voire la citation d′une belle page que nous ne connaissions pas, et dont nous sommes heureux dans la suite de nous rappeler que nous en devons la connaissance à une magnifique demeure seigneuriale. Nous sommes alors, pour avoir trouvé la préface de Balzac à la Chartreuse ou des lettres inédites de Joubert, tentés de nous exagérer le prix de la vie que nous y avons menée et dont nous oublions, pour cette aubaine d′un soir, la frivolité stérile. Parejamente, los versos de Víctor Hugo que la duquesa me había citado eran, fuerza es confesarlo, de una época anterior a aquella en que el poeta ha llegado a ser más que un hombre, en que ha hecho aparecer en la evolución una especie literaria todavía desconocida, dotada de órganos más complejos. En esos primeros poemas, Víctor Hugo piensa aún, en lugar de contentarse, como la naturaleza, en dar en qué pensar. Expresaba entonces “pensamientos” en la forma más directa, casi en el sentido en que el duque tomaba la palabra cuando, por encontrar anticuado y embarazoso el que los invitados a sus grandes fiestas, en Guermantes, hiciesen, en el álbum del castillo, seguir su firma de una reflexión filosófico-poética, advertía á los recién llegados en tono de súplica: “¡Su nombre, amigo mío, pero nada de pensamientos!”. Ahora bien, esos “pensamientos” de Víctor Hugo (casi tan ausentes de la Leyenda de los Siglos como las “arias” ylas “melodías” en la segunda manera wagneriana) eran lo que le gustaba a la señora de Guermantes en el primer Hugo. Pero sin que le faltase razón en absoluto. Eran atractivos, y ya en torno a ellos, sin que la forma tuviese aún la profundidad que no había de alcanzar hasta más tarde, el romperse de las palabras numerosas y de las rimas ricamente articuladas los hacía inasimilables a esos versos que pueden descubrirse en un Corneille, por ejemplo, y en los que un romanticismo intermitente, contenido, y que nos conmueve tanto más por lo mismo, no ha penetrado, sin embargo, hasta las fuentes físicas de la vida, modificando el organismo inconsciente y generalizable en que se resguarda la idea. Así, había hecho yo mal en confinarme hasta aquí en los últimos libros de Hugo. De los primeros, desde luego, era una parte ínfima tan sólo la que engalanaba a la conversación de la señora de Guermantes. Pero precisamente al citar así un verso aislado se decuplica su poder atractivo. Los que habían entrado o vuelto a mi memoria en el curso de esta cena, imantaban a su vez, llamaban a sí con tal fuerza las composiciones en medio de las que tenían la costumbre de estar enclavados, que mis manos electrizadas no pudieron resistir más de cuarenta y ocho horas a la fuerza que las conducía hacia el volumen en que estaban encuadernados juntamente las Orientales y los Cantos del Crepúsculo. Maldije al lacayo de Francisca por haber hecho donación a su pueblo natal de mi ejemplar de las Hojas de Otoño, y lo mandé sin perder instante a comprar otro. Releí esos volúmenes de punta a cabo, y no encontré paz hasta que no distinguí de repente, esperándome en la luz en que ella los había bañado, los versos que me había citado la señora de Guermantes. Por todas estas razones, las Charlus con la duquesa se asemejaban a esos conocimientos que adquiere uno en la biblioteca de algún castillo, anticuada, incompleta, incapaz para formar una inteligencia, desprovista de casi todo aquello que es de nuestro gusto, pero que a veces nos ofrece algún informe curioso, la cita de una hermosa página que no conocíamos, inclusive, y que más tarde nos hace felices recordar que debemos el conocerla a una magnífica mansión señorial. Entonces, por haber encontrado el prefacio de Balzac en La Cartuja o unas cartas inéditas de Joubert, nos sentimos tentados a exagerarnos a nosotros mismos el valor de la vida que en esa mansión hemos vivido y cuya estéril frivolidad, merced a esa ganga de una tarde, hemos olvidado.
A ce point de vue, si le monde n′avait pu au premier moment répondre à ce qu′attendait mon imagination, et devait par conséquent me frapper d′abord par ce qu′il avait de commun avec tous les mondes plutôt que par ce qu′il en avait de différent, pourtant il se révéla à moi peu à peu comme bien distinct. Les grands seigneurs sont presque les seules gens de qui on apprenne autant que des paysans; leur conversation s′orne de tout ce qui concerne la terre, les demeures telles qu′elles étaient habitées autrefois, les anciens usages, tout ce que le monde de l′argent ignore profondément. A supposer que l′aristocrate le plus modéré par ses aspirations ait fini par rattraper l′époque où il vit, sa mère, ses oncles, ses grand′tantes le mettent en rapport, quand il se rappelle son enfance, avec ce que pouvait être une vie presque inconnue aujourd′hui. Dans la chambre mortuaire d′un mort d′aujourd′hui, Mme de Guermantes n′eût pas fait remarquer, mais eût saisi immédiatement tous les manquements faits aux usages. Elle était choquée de voir à un enterrement des femmes mêlées aux hommes alors qu′il y a une cérémonie particulière qui doit être célébrée pour les femmes. Quant au poêle dont Bloch eût cru sans doute que l′usage était réservé aux enterrements, à cause des cordons du poêle dont on parle dans les comptes rendus d′obsèques, M. de Guermantes pouvait se rappeler le temps où, encore enfant, il l′avait vu tenir au mariage de M. de Mailly–Nesle. Tandis que Saint–Loup avait vendu son précieux «Arbre généalogique», d′anciens portraits des Bouillon, des lettres de Louis XIII, pour acheter des Carrière et des meubles modern style, M. et Mme de Guermantes, émus par un sentiment où l′amour ardent de l′art jouait peut-être un moindre rôle et qui les laissait eux-mêmes plus médiocres, avaient gardé leurs merveilleux meubles de Boule, qui offraient un ensemble autrement séduisant pour un artiste. Un littérateur eût de même été enchanté de leur conversation, qui eût été pour lui — car l′affamé n′a pas besoin d′un autre affamé— un dictionnaire vivant de toutes ces expressions qui chaque jour s′oublient davantage: des cravates à la Saint–Joseph, des enfants voués au bleu, etc., et qu′on ne trouve plus que chez ceux qui se font les aimables et bénévoles conservateurs du passé. Le plaisir que ressent parmi eux, beaucoup plus que parmi d′autres écrivains, un écrivain, ce plaisir n′est pas sans danger, car il risque de croire que les choses du passé ont un charme par elles-mêmes, de les transporter telles quelles dans son oeuvre, mort-née dans ce cas, dégageant un ennui dont il se console en se disant: «C′est joli parce que c′est vrai, cela se dit ainsi.» Ces conversations aristocratiques avaient du reste, chez Mme de Guermantes, le charme de se tenir dans un excellent français. A cause de cela elles rendaient légitime, de la part de la duchesse, son hilarité devant les mots «vatique», «cosmique», «pythique», «suréminent», qu′employait Saint–Loup — de même que devant ses meubles de chez Bing. Desde este punto de vista, si el gran mundo no había podido responder en el primer momento a lo que mi imaginación esperaba, y había, por consiguiente, de chocarme al pronto por lo que tenía de común con todos los mundos antes que por lo que tenía de diferente respecto de ellos, se me reveló poco a poco, sin embargo, como harto distinto. Los grandes señores son casi la única gente de quien se aprende tanto coma de los aldeanos; su conversación se engalana con todo aquello que concierne a la tierra, a las mansiones señoriales tal como estaban habitadas antaño, los antiguos usos, todo lo que el mundo del dinero ignora profundamente. Aun suponiendo que el aristócrata más moderado por sus aspiraciones haya podido ponerse al nivel de la época en que vive, su madre, sus tíos, sus tías-abuelas lo ponen en relación, cuando se acuerda de su infancia, con lo que podía ser una vida punto menos que desconocida hoy. En la cámara mortuoria de un difunto de hoy, la señora de Guermantes no hubiera hecho notar nada, pero se hubiera dado cuenta inmediatamente de todas las faltas de respeta para con la costumbre. Le chocaba ver en un entierro a las mujeres mezcladas a los hombres, cuando hay una ceremonia particular que debe ser celebrado por las mujeres. En cuanto a los paños cuyo uso habría creído sin duda Bloch que estaba reservado a los entierros, por los cordones del paño, de que se habla en las gacetillas de las exequias, el señor de Guermantes podía acordarse del tiempo en que, siendo él todavía un niño, había visto utilizar ese mismo pairo en la boda del señor de Mailly-Nesle. Al paso que Saint-Loup había vendido su precioso “Árbol genealógico”, unos retratos antiguos de los Bouillon, unas cartas de Luis XIII, para comprar cuadros de Carrière ymuebles modern style, el señor yla señora de Guermantes, movidos de un sentimiento en que el ardiente amor al arte desempeñaba acaso un papel menor y que hacía que ellos mismos fuesen más mediocres, habían conservada sus maravillosos muebles de Boule, que ofrecían un conjunto seductor, pero en sentido contrario, para un artista. Un literato hubiera quedado, de todas maneras, encantado de su conversación, que habría sido para él —ya que el hambriento no tiene ninguna necesidad de otro hambriento— un diccionario vivo de todas esas expresiones que cada día se olvidan más: corbatas a lo San José, niños consagrarlos al azul, etc., y que ya no se encuentran como no sea en aquellos que se convierten en amables y benévolos conservadores del pasado. El placer que siente entre ellos, mucho más que entre otros escritores, un escritor, no carece de peligro, ya que corre el riesgo de creer que las cosas del pasado poseen un encanto por sí mismas (y debe transportarlas sin más ni más a su obra, que en ese caso nace muerta, exhalando un aburrimiento de que el autor se consuela diciendo: “Es bonita porque es verdad; así es como se dice”. Estas conversaciones aristocráticas tenían, por otra parte, en casa de la señora de Guermantes el encanto de ser sostenidas, en un francés excelente. Merced a esto legitimaban, por parte de la duquesa, su hilaridad ante las palabras “viático”, “cósmico”, “pítico”, “superemimente”, que empleaba Saint-Loup, lo mismo que antes sus muebles de casa de Bing.
Malgré tout, bien différentes en cela de ce que j′avais pu ressentir devant des aubépines ou en goûtant à une madeleine, les histoires que j′avais entendues chez Mme de Guermantes m′étaient étrangères. Entrées un instant en moi, qui n′en étais que physiquement possédé, on aurait dit que (de nature sociale, et non individuelle) elles étaient impatientes d′en sortir . . . Je m′agitais dans la voiture, comme une pythonisse. J′attendais un nouveau dîner où je pusse devenir moi même une sorte de prince X . . ., de Mme de Guermantes, et les raconter. En attendant, elles faisaient trépider mes lèvres qui les balbutiaient et j′essayais en vain de ramener à moi mon esprit vertigineusement emporté par une force centrifuge. Aussi est-ce avec une fiévreuse impatience de ne pas porter plus longtemps leur poids tout seul dans une voiture, où d′ailleurs je trompais le manque de conversation en parlant tout haut, que je sonnai à la porte de M. de Charlus, et ce fut en longs monologues avec moi-même, où je me répétais tout ce que j′allais lui narrer et ne pensais plus guère à ce qu′il pouvait avoir à me dire, que je passai tout le temps que je restai dans un salon où un valet de pied me fit entrer, et que j′étais d′ailleurs trop agité pour regarder. J′avais un tel besoin que M. de Charlus écoutât les récits que je brûlais de lui faire, que je fus cruellement déçu en pensant que le maître de la maison dormait peut-être et qu′il me faudrait rentrer cuver chez moi mon ivresse de paroles. Je venais en effet de m′apercevoir qu′il y avait vingt-cinq minutes que j′étais, qu′on m′avait peut-être oublié, dans ce salon, dont, malgré cette longue attente, j′aurais tout au plus pu dire qu′il était immense, verdâtre, avec quelques portraits. Le besoin de parler n′empêche pas seulement d′écouter, mais de voir, et dans ce cas l′absence de toute description du milieu extérieur est déjà une description d′un état interne. J′allais sortir du salon pour tâcher d′appeler quelqu′un et, si je ne trouvais personne, de retrouver mon chemin jusqu′aux antichambres et me faire ouvrir, quand, au moment même où je venais de me lever et de faire quelques pas sur le parquet mosaî°µé, un valet de chambre entra, l′air préoccupé: «Monsieur le baron a eu des rendez-vous jusqu′à maintenant, me dit-il. Il y a encore plusieurs personnes qui l′attendent. Je vais faire tout mon possible pour qu′il reçoive monsieur, j′ai déjà fait téléphoner deux fois au secrétaire.» Con todo, harto diferentes en esto de cuanto había podido sentir yo ante unos espinos blancos o al saborear una magdalena, las historias que había oído en casa de la señora de Guermantes me eran extrañas. Por un instante habían entrado en mí, que sólo físicamente había sido poseído por ellas; hubiérase dicho que (dotadas de una naturaleza social y no individual) estaban impacientes por salir de mí... Agitábame yo en el coche como una pitonisa. Esperaba una nueva cena en que pudiera convertirme a mi vez en una especie de príncipe de X..., de señora de Guermantes, y contar esas mismas historias. Mientras tanto, hacían trepidar mis labios que las balbuceaban, e intentaban en vado retraer a mí mi espíritu vertiginosamente arrebatado por una fuerza centrífuga. Así llamé a la puerta del señor de Charlus con una impaciencia febril por no poder sobrellevar por más tiempo yo solo el peso de esas historias en mi coche, donde, por lo demás, engañaba la falta de conversación hablando en voz alta; y entregado a largos monólogos conmigo mismo, en los que me repetía todo lo que iba a contarle al señor de Charlus y apenas pensaba ya en lo que él tuviera que decirme, pasé todo el tiempo que permanecí en un salón en que me hizo entrar un lacayo, y que, por otra parte, me hallaba demasiado agitado para examinar. Sentía tal necesidad de que el señor de Charlus escuchase las cosas que ardía en deseos de contarle, que me sentí cruelmente defraudado al pensar que acaso estuviera durmiendo el dueño de casa, y que tendría que volverme a empollar en casa mi embriaguez de palabras. Acababa, en efecto, de darme cuenta de que hacía veinticinco minutos que estaba allí, que quizá se hubieran olvidado de mí en este salón del que, a pesar de la larga espera, hubiera podido decir, a lo sumo, que era inmenso, verdoso, con algunos retratos. La necesidad de hablar no sólo impide escuchar, sino ver, y en ese caso la ausencia de toda descripción del medio exterior es ya una descripción de un estado interno. Iba a salir del salón para tratar de llamar a alguien y, si no hallaba a nadie, volver a encontrar el camino hacia las antesalas y hacer que me abriesen, cuando, en el mismo momento en que acababa de levantarme y dar algunos pasos por el suelo de mosaico, entró un ayuda de cámara, con aire preocupado: “El señor barón ha tenido gente hasta ahora —me dijo— . Todavía tiene varias personas esperándolo. Voy a hacer todo lo posible para que reciba al señor; ya he hecha que le telefoneasen dos veces al secretario”.
— Non, ne vous dérangez pas, j′avais rendez-vous avec monsieur le baron, mais il est déjà bien tard, et, du moment qu′il est occupé ce soir, je reviendrai un autre jour. “No, no se moleste; yo estaba citado con el señor barón; pero ya es muy tarde, y desde el momento en que está ocupado esta noche, volveré otro día.”
— Oh! non, que monsieur ne s′en aille pas, s′écria le valet de chambre. M. le baron pourrait être mécontent. Je vais de nouveau essayer. Je me rappelai ce que j′avais entendu raconter des domestiques de M. de Charlus et de leur dévouement à leur maître. On ne pouvait pas tout à fait dire de lui comme du prince de Conti qu′il cherchait à plaire aussi bien au valet qu′au ministre, mais il avait si bien su faire des moindres choses qu′il demandait une espèce de faveur, que, le soir, quand, ses valets assemblés autour de lui à distance respectueuse, après les avoir parcourus du regard, il disait: «Coignet, le bougeoir!» ou: «Ducret, la chemise!», c′est en ronchonnant d′envie que les autres se retiraient, envieux de celui qui venait d′être distingué par le maître. Deux, même, lesquels s′exécraient, essayaient chacun de ravir la faveur à l′autre, en allant, sous le plus absurde prétexte, faire une commission au baron, s′il était monté plus tôt, dans l′espoir d′être investi pour ce soir-là de la charge du bougeoir ou de la chemise. S′il adressait directement la parole à l′un d′eux pour quelque chose qui ne fût pas du service, bien plus, si, l′hiver, au jardin, sachant un de ses cochers enrhumé, il lui disait au bout de dix minutes: «Couvrez-vous», les autres ne lui reparlaient pas de quinze jours, par jalousie, à cause de la grâce qui lui avait été faite. J′attendis encore dix minutes et, après m′avoir demandé de ne pas rester trop longtemps, parce que M. le baron fatigué avait dû faire éconduire plusieurs personnes des plus importantes, qui avaient pris rendez-vous depuis de longs jours, on m′introduisit auprès de lui. Cette mise en scène autour de M. de Charlus me paraissait empreinte de beaucoup moins de grandeur que la simplicité de son frère Guermantes, mais déjà la porte s′était ouverte, je venais d′apercevoir le baron, en robe de chambre chinoise, le cou nu, étendu sur un canapé. Je fus frappé au même instant par la vue d′un chapeau haut de forme «huit reflets» sur une chaise avec une pelisse, comme si le baron venait de rentrer. Le valet de chambre se retira. Je croyais que M. de Charlus allait venir à moi. Sans faire un seul mouvement, il fixa sur moi des yeux implacables. Je m′approchai de lui, lui dis bonjour, il ne me tendit pas la main, ne me répondit pas, ne me demanda pas de prendre une chaise. Au bout d′un instant je lui demandai, comme on ferait à un médecin mal élevé, s′il était nécessaire que je restasse debout. Je le fis sans méchante intention, mais l′air de colère froide qu′avait M. de Charlus sembla s′aggraver encore. J′ignorais, du reste, que chez lui, à la campagne, au château de Charlus, il avait l′habitude après dîner, tant il aimait à jouer au roi, de s′étaler dans un fauteuil au fumoir, en laissant ses invités debout autour de lui. Il demandait à l′un du feu, offrait à l′autre un cigare, puis au bout de quelques instants disait: «Mais, Argencourt, asseyez-vous donc, prenez une chaise, mon cher, etc.», ayant tenu à prolonger leur station debout, seulement pour leur montrer que c′était de lui que leur venait la permission de s′asseoir. «Mettez-vous dans le siège Louis XIV», me répondit-il d′un air impérieux et plutôt pour me forcer à m′éloigner de lui que pour m′inviter à m′asseoir. Je pris un fauteuil qui n′était pas loin. «Ah! voilà ce que vous appelez un siège Louis XIV! je vois que vous êtes instruit», s′écria-t-il avec dérision. J′étais tellement stupéfait que je ne bougeai pas, ni pour m′en aller comme je l′aurais dû, ni pour changer de siège comme il le voulait. «Monsieur, me dit-il, en pesant tous les termes, dont il faisait précéder les plus impertinents d′une double paire de consonnes, l′entretien que j′ai condescendu à vous accorder, à la prière d′une personne qui désire que je ne la nomme pas, marquera pour nos relations le point final. Je ne vous cacherai pas que j′avais espéré mieux; je forcerais peut-être un peu le sens des mots, ce qu′on ne doit pas faire, même avec qui ignore leur valeur, et par simple respect pour soi-même, en vous disant que j′avais eu pour vous de la sympathie. Je crois pourtant que «bienveillance», dans son sens le plus efficacement protecteur, n′excéderait ni ce que je ressentais, ni ce que je me proposais de manifester. Je vous avais, dès mon retour à Paris, fait savoir à Balbec même que vous pouviez compter sur moi.» Moi qui me rappelais sur quelle incartade M. de Charlus s′était séparé de moi à Balbec, j′esquissai un geste de dénégation. «Comment! s′écria-t-il avec colère, et en effet son visage convulsé et blanc différait autant de son visage ordinaire que la mer quand, un matin de tempête, on aperçoit, au lieu de la souriante surface habituelle, mille serpents d′écume et de bave, vous prétendez que vous n′avez pas reçu mon message — presque une déclaration — d′avoir à vous souvenir de moi? Qu′y avait-il comme décoration autour du livre que je vous fis parvenir?» “¡Oh, no!, no se vaya el señor —exclamó el ayuda de cámara—. Podría disgustarse el señor barón. Voy a probar cura vez.” Me acordé de lo que había oído contar de los criados del señor de Charlus y de su devoción a su amo. No se podía decir precisamente de él, como del príncipe de Conti, que trataba de agradar al lacayo tanto como al ministro, pero tan bien había sabido hacer de las mejores cosas que pedía algo así como un favor, que cuando a la noche, reunidos en torno a él sus criados, a respetuosa distancia, después de haberlos recorrido con la mirada, decía: “¡Coignet, la palmatoria!”, o: “¡Ducret, la camisa!”, los demás se retiraron rezongando de envidia, celosos del que acababa de ser distinguido por el señor. Dos, incluso, que se execraban, afanábanse por arrebatarse el uno al otro el favor, yendo, con el pretexto más absurdo, a llevarle algún recado al barón, si éste había subido a sus habitaciones más temprano, con la esperanza de ser investidos para esa noche del cuidado de la palmatoria o de la camisa. Si el barón dirigía directamente la palabra a uno de ellos para alguna cosa que no fuese del servicio; más aún, si en invierno, en el jardín, sabiendo que tino de sus cocheros estaba acatarrado, le decía al cabo de diez minutos: “Cúbrase”, los demás no volvían a hablar en quince días al favorecido, por celos de la gracia que le había sido otorgada. Todavía esperé otros diez minutos y, después de haberme pedido que no estuviese mucho tiempo, porque el señor barón, cansado, había hecho despedir a varias personas de las más importantes a las que había citado desde hacía no pocos días, me introdujeron donde estaba. Este aparato en derredor del señor de Charlus me parecía teñido de mucho menos grandeza que la sencillez de su hermano el de Guermantes; pero ya se había abierto la puerta, y yo acababa de distinguir al barón, en batín chinesco, despechugado, tendido en un canapé. En el mismo instante me llamó la atención ver un sombrero de copa “ocho reflejos” encima de una silla, con un gabán de pieles, como si el barón acabara de llegar de la calle. El ayuda de cámara se retiró. Creía yo que el señor de Charlus iba a venir hacia mí. Sin hacer un solo movimiento, se me quedó mirando fijo, con ojos implacables. Me acerqué a él, lo saludé, no me tendió la mano, no me contestó, no me pidió que cogiese una silla. Al cabo de un instante le pregunté, como se le preguntaría a un médico mal educado, si era necesario que siguiera de pie. Lo hice sin mala intención, pero la expresión de fría cólera que tenía el señor de Charlus pareció agravarse aún más. Yo ignoraba, por otra parte, que en su casa, en el campo, en el castillo de Charlus, tenía la costumbre, después de cenar —hasta tal punto le gustaba jugar al rey—, de esparrancarse en una butaca del fumadero, dejando en pie a su alrededor a los invitados. Pedía lumbre a uno, ofrecía a otro un cigarro; luego, al cabo de unos instantes, decía: “¡Pero siéntese usted, Argencourt!; coja usted una silla, etcétera”, después de haber prolongado adrede el teneros de pie, únicamente por hacerles ver que era de él de quien les venía el permiso para sentarse. “Siéntese usted en el sillón Luis XIV”, me respondió con imperioso talante y antes para forzarme a que me alejara que para invitarme a tomar asiento. Cogí una butaca que estaba no lejos de mí. “¡Ah! ¿eso es lo que llama usted un sillón Luis XIV" Ya veo que está usted enterado”, exclamó en son de mofa. Yo estaba tan estupefacto que no me moví, ni para irme, como hubiera debido hacer, ni para cambiar de asiento como él quería. “Caballero —me dijo, pensando todos los términos, haciendo preceder los más impertinentes de ellos de un doble par de consonantes—: la conversación que he condescendido en conceder a usted a ruegos de una persona que desea no la nombre, va a señalar para nuestras relaciones el punto final. No he de ocultarle que yo, había esperado algo mejor; quizá forzase un poco el sentido de las palabras, cosa que no se debe hacer, ni siquiera con quien ignora su valor, y por simple respeto a uno mismo, si le dijera que había sentido simpatía por usted. Creo, sin embargo, que “benevolencia”, en su sentido más eficazmente protector, no excedería ni de lo que sentía yo ni de lo que me proponía manifestar. Desde mi regreso a París le había hecho saber á usted, en el mismo Balbec, que podía contar conmigo”, Yo, que me acordaba de la salida de pie de banco con que el señor de Charlus se había separado de mí en Balbec, esbocé un ademán de denegación. “¡Cómo! —exclamó el señor de Charlus con cólera (y su semblante convulso y pálido era en realidad tan diferente de su rostro ordinario como el mar cuando en una mañana de tempestad vemos, en lugar de la sonriente superficie habitual, mil serpientes de espuma y de baba— , ¿pretende usted no haber recibido mi mensaje —casi una declaración— de que tendría que acordarse de mí? ¿Qué adorno tenía alrededor el libro que hice llegar a usted?”
— De très jolis entrelacs historiés, lui dis-je. “Unos enlaces historiados muy bonitos”, dije.
— Ah! répondit-il d′un air méprisant, les jeunes Français connaissent peu les chefs-d′oeuvre de notre pays. Que dirait-on d′un jeune Berlinois qui ne connaîtrait pas la Walkyrie ? Il faut d′ailleurs que vous ayez des yeux pour ne pas voir, puisque ce chef-d′oeuvre-là vous m′avez dit que vous aviez passé deux heures devant. Je vois que vous ne vous y connaissez pas mieux en fleurs qu′en styles; ne protestez pas pour les styles, cria-t-il, d′un ton de rage suraigu, vous ne savez même pas sur quoi vous vous asseyez. Vous offrez à votre derrière une chauffeuse Directoire pour une bergère Louis XIV. Un de ces jours vous prendrez les genoux de Mme de Villeparisis pour le lavabo, et on ne sait pas ce que vous y ferez. Pareillement, vous n′avez même pas reconnu dans la reliure du livre de Bergotte le linteau de myosotis de l′église de Balbec. Y avait-il une manière plus limpide de vous dire: «Ne m′oubliez pas!» “¡Ah! —repuso con tono desdeñoso—. Los jóvenes franceses conocen muy poco las obras maestras de nuestro país. ¿Qué se diría de un joven berlinés que no conociera la Walkiria? Por otra parte, ya hace falta que tenga usted los ojos para no ver, puesto que me ha dicho que se había pasado dos horas delante de esa obra maestra. Ya veo que no entiende usted mucho más de flores que de estilos; ¡no proteste por lo de los estilos! —gritó en un tono de rabia agudísima—; ¡ni siquiera sabe usted en lo que se sienta! Ofrece a su trasero una silla baja Directorio tomándola por una bergère Luis XIV. Un día de estos confundirá las rodillas de la señora de Villeparisis con el lavabo, y no sabe uno qué hará usted en ellas. Del mismo modo, ni siguiera ha reconocido en la encuadernación del libro de Bergotte el dintel de miosotis de la iglesia de Balbec. ¿Había manera más límpida de decirle: No me olvide usted?”
Je regardais M. de Charlus. Certes sa tête magnifique, et qui répugnait, l′emportait pourtant sur celle de tous les siens; on eût dit Apollon vieilli; mais un jus olivâtre, hépatique, semblait prêt à sortir de sa bouche mauvaise; pour l′intelligence, on ne pouvait nier que la sienne, par un vaste écart de compas, avait vue sur beaucoup de choses qui resteraient toujours inconnues au duc de Guermantes. Mais de quelques belles paroles qu′il colorât ses haines, on sentait que, même s′il y avait tantôt de l′orgueil offensé, tantôt un amour déçu, ou une rancune, du sadisme, une taquinerie, une idée fixe, cet homme était capable d′assassiner et de prouver à force de logique et de beau langage qu′il avait eu raison de le faire et n′en était pas moins supérieur de cent coudées à son frère, sa belle-soeur, etc., etc. Miré al señor de Charlus. Realmente, su cabeza magnífica, y que repelía, aventajaba, sin embargo, a la de todos los suyos; hubiérase dicho Apolo avejentado; pero un zumo oliváceo, hepático, parecía pronto a salir de su aviesa boca; por lo que hacía a la inteligencia, no podía negarse que la suya, gracias a una vasta abertura de compás, se asomaba a muchas cosas que permanecerían siempre desconocidas para el duque de Guermantes. Pero cualesquiera que fuesen las lindas frases con que coloreara todos sus odios, echábase de ver que, aun cuando hubiera en ellas tan pronto orgullo ofendida como un amor defraudado, o un rencor, sadismo, una provocación, una idea fija, este hombre era capaz de asesinar y de probar a fuerza de lógica y de lenguaje florido que había tenido razón para hacerlo, y que no por ello dejaba de ser superior en cien codos a su hermano, a su cuñada, etc., etc.
— Comme dans les Lances de Vélasquez, continua-t-il, le vainqueur s′avance vers celui qui est le plus humble, comme le doit tout être noble, puisque j′étais tout et que vous n′étiez rien, c′est moi qui ai fait les premiers pas vers vous. Vous avez sottement répondu à ce que ce n′est pas à moi à appeler de la grandeur. Mais je ne me suis pas laissé décourager. Notre religion prêche la patience. Celle que j′ai eue envers vous me sera comptée, je l′espère, et de n′avoir fait que sourire de ce qui pourrait être taxé d′impertinence, s′il était à votre portée d′en avoir envers qui vous dépasse de tant de coudées; mais enfin, monsieur, de tout cela il n′est plus question. Je vous ai soumis à l′épreuve que le seul homme éminent de notre monde appelle avec esprit l′épreuve de la trop grande amabilité et qu′il déclare à bon droit la plus terrible de toutes, la seule qui puisse séparer le bon grain de l′ivraie. Je vous reprocherais à peine de l′avoir subie sans succès, car ceux qui en triomphent sont bien rares. Mais du moins, et c′est la conclusion que je prétends tirer des dernières paroles que nous échangerons sur terre, j′entends être à l′abri de vos inventions calomniatrices.» Je n′avais pas songé jusqu′ici que la colère de M. de Charlus pût être causée par un propos désobligeant qu′on lui eût répété; j′interrogeai ma mémoire; je n′avais parlé de lui à personne. Quelque méchant l′avait fabriqué de toutes pièces. Je protestai à M. de Charlus que je n′avais absolument rien dit de lui. «Je ne pense pas que j′aie pu vous fâcher en disant à Mme de Guermantes que j′étais lié avec vous.» Il sourit avec dédain, fit monter sa voix jusqu′aux plus extrêmes registres, et là, attaquant avec douceur la note la plus aiguë et la plus insolente: «Oh! monsieur, dit-il en revenant avec une extrême lenteur à une intonation naturelle, et comme s′enchantant, au passage, des bizarreries de cette gamme descendante, je pense que vous vous faites tort à vous-même en vous accusant d′avoir dit que nous étions «liés». Je n′attends pas une très grande exactitude verbale de quelqu′un qui prendrait facilement un meuble de Chippendale pour une chaise rococo, mais enfin je ne pense pas, ajouta-t-il, avec des caresses vocales de plus en plus narquoises et qui faisaient flotter sur ses lèvres jusqu′à un charmant sourire, je ne pense pas que vous ayez dit, ni cru, que nous étions liés ! Quant à vous être vanté de m′avoir été présenté , d′avoir causé avec moi , de me connaître un peu, d′avoir obtenu, presque sans sollicitation, de pouvoir être un jour mon protégé , je trouve au contraire fort naturel et intelligent que vous l′ayez fait. L′extrême différence d′âge qu′il y a entre nous me permet de reconnaître, sans ridicule, que cette présentation , ces causeries , cette vague amorce de relations étaient pour vous, ce n′est pas à moi de dire un honneur, mais enfin à tout le moins un avantage dont je trouve que votre sottise fut non point de l′avoir divulgué, mais de n′avoir pas su le conserver. J′ajouterai même, dit-il, en passant brusquement et pour un instant de la colère hautaine à une douceur tellement empreinte de tristesse que je croyais qu′il allait se mettre à pleurer, que, quand vous avez laissé sans réponse la proposition que je vous ai faite à Paris, cela m′a paru tellement inouퟤe votre part à vous, qui m′aviez semblé bien élevé et d′une bonne famille bourgeoise (sur cet adjectif seul sa voix eut un petit sifflement d′impertinence), que j′eus la naîµ¥té de croire à toutes les blagues qui n′arrivent jamais, aux lettres perdues, aux erreurs d′adresses. Je reconnais que c′était de ma part une grande naîµ¥té, mais saint Bonaventure préférait croire qu′un boeuf pût voler plutôt que son frère mentir. Enfin tout cela est terminé, la chose ne vous a pas plu, il n′en est plus question. Il me semble seulement que vous auriez pu (et il y avait vraiment des pleurs dans sa voix), ne fût-ce que par considération pour mon âge, m′écrire. J′avais conçu pour vous des choses infiniment séduisantes que je m′étais bien gardé de vous dire. Vous avez préféré refuser sans savoir, c′est votre affaire. Mais, comme je vous le dis, on peut toujours écrire. Moi à votre place, et même dans la mienne, je l′aurais fait. J′aime mieux à cause de cela la mienne que la vôtre, je dis à cause de cela, parce que je crois que toutes les places sont égales, et j′ai plus de sympathie pour un intelligent ouvrier que pour bien des ducs. Mais je peux dire que je préfère ma place, parce que ce que vous avez fait, dans ma vie tout entière qui commence à être assez longue, je sais que je ne l′ai jamais fait. (Sa tête était tournée dans l′ombre, je ne pouvais pas voir si ses yeux laissaient tomber des larmes comme sa voix donnait à le croire.) Je vous disais que j′ai fait cent pas au-devant de vous, cela a eu pour effet de vous en faire faire deux cents en arrière. Maintenant c′est à moi de m′éloigner et nous ne nous connaîtrons plus. Je ne retiendrai pas votre nom, mais votre cas, afin que, les jours où je serais tenté de croire que les hommes ont du coeur, de la politesse, ou seulement l′intelligence de ne pas laisser échapper une chance sans seconde, je me rappelle que c′est les situer trop haut. Non, que vous ayez dit que vous me connaissiez quand c′était vrai — car maintenant cela va cesser de l′être — je ne puis trouver cela que naturel et je le tiens pour un hommage, c′est-à-dire pour agréable. Malheureusement, ailleurs et en d′autres circonstances, vous avez tenu des propos fort différents. “Lo mismo que, en Lanzas de Velázquez —continuó—, el vencedor avanza hacia el que es más humilde, como debe hacerlo todo noble, ya que yo lo era todo y usted no era nada, he sido yo quien ha dado los primeros pasos hacia usted. Usted ha respondido neciamente a lo que no es a mí a quien corresponde llamar grandeza. Pero yo no me he dejado desalentar. Nuestra religión predica la paciencia. Espero que la que con usted he tenido será tornada en cuenta, lo mismo que el no haber hecho más que sonreírme de lo que podría ser tachado de impertinencia si estuviera a su alcance tenerla para con quien a tantos codos está por encima de usted; pero, en fin, caballero, de nada de esto se trata ya. Lo he sometido a usted ala prueba que el único hombre eminente de nuestro mundo llama ingeniosamente la prueba de la amabilidad demasiado grande, y que declara con justo título ser la más terrible de todas, la única que puede separar la buena simiente de la cizaña. Apenas le reprocharía yo que la hubiera sufrido sin éxito, ya que los que triunfan de ella son rarísimos. Pero al menos, y ésta es la conclusión que pretendo sacar de las últimas palabras que vamos a cambiar en la tierra, me importa estar a cubierto de las calumniadoras invenciones de usted.” No había pensado yo hasta aquí que la cólera del señor de Charlus pudiera ser causada por alguna frase ofensiva que le hubiesen repetido; interrogué a mi memoria: a nadie había hablado yo del barón. Algún malintencionado había urdido el embuste en todas sus partes. Hice protestas al señor de Charlus de que no había dicho absolutamente nada de él. “No creo que haya podido molestarlo con decir a la señora de Guermantes que yo estaba en relaciones de amistad con usted.” Sonrió con desdén, hizo subir su voz hasta los registros más extremos, yallí, atacando con suavidad la nota más aguda ymás insolente: “¡Oh!, caballero —dijo volviendo con extrema lentitud a una entonación natural, y como recreándose de pasada con las rarezas de esta gama descendente—, estimo que se perjudica usted a sí mismo con acusarse de haber dicho que “estábamos en relaciones de amistad”. No espero una exactitud verbal muy grande de una persona que fácilmente tomaría un mueble de Chippendale por un escaro rococó; pero en fin, no creo —añadió, con caricias vocales cada vez más zumbonas y que hacían flotar en sus labios hasta una sonrisa encantadora— , no creo que haya dicho usted, ni que haya creído, que estábamos en relaciones de amistad. En cuanto a haberse alabado de haberme sido presentado, de haber charlado conmigo, de conocerme un poco, de haber conseguido casi sin solicitación el poder ser algún día mi protegido, me parece, por el contrario, muy natural e inteligente que lo haya hecho usted. La extrema diferencia de edad que hay entre nosotros me permite reconocer, sin caer en el ridículo, que esa presentación, esas charlas, ese vago cebo de relaciones eran para usted, no he de ser yo quien diga que un honor, pero en fin, una ventaja respecto de la cual me parece que la tontería de usted estuvo no en haberla divulgado, sino en no haber sabido conservarla. Añadiré, inclusive —dijo, pasando bruscamente y por un instante de la cólera altanera a una dulzura tan henchida de tristeza que creí que iba a echarse a llorar—, que cuando dejó usted sin respuesta la proposición que le hice en París, el caso se me antojó tan insólito por su parte, que me pareció usted bien educada y de buena familia burguesa (sólo en este adjetivo tuvo su voz un ligero silbido de impertinencia), que tuve la ingenuidad de creer en todos los embustes que no suceden nunca, en las cartas perdidas, en los errores de dirección. Reconozco que eso era, por mi parte, una gran ingenuidad, pero San Buenaventura prefería creer que un buey pudiera volar antes que admitir que pudiese mentir su hermano. En fin, todo esto ha terminado; la cosa no le ha gustado a usted; ya no se trata de eso. Únicamente me parece que hubiera podido usted (y había verdaderamente llanto en su voz), aunque sólo fuese por consideración a mi edad, escribirme. Yo había concebida para usted cosas infinitamente seductoras que me había guardado muy mucho de decirle. Prefiere usted rehusar sin saber; ego es cosa suya. Pero, como le iba diciendo, siempre puede uno escribir. Yo, en su lagar, yaun en el mío, lo hubiera hecho. Prefiero, por esto, mi lugar al de usted, y digo que por esto, porque creo que todos los lugares son iguales, y tengo más simpatía por un obrero inteligente que por muchos duques. Pero puedo decir que prefiero mi lugar, porque lo que usted ha echo, en mi vida entera, que empieza a ser bastante larga, sé que no lo he hecho yo nunca. (Había vuelto la cabeza en la sombra; yo no podía ver si sus ojos —dejaban caer lágrimas, como su voz inducía a creer.) Le decía que me he adelantado a usted cien pasos; el efecto de esto ha sido hacerle a usted dar doscientos hacia atrás. Ahora me toca a mí alejarme, y ya nunca más nos conoceremos. Yo no retendré su nombre de usted, sino su caso, para que los días en que me vea tentado a creer que los hombres tienen el corazón, la cortesía o simplemente la inteligencia que hacen falta para no dejar escapar una buena suerte sin segundo, tenga presente que eso es ponerlos demasiado alto. No, el que haya dicho usted que me conocía cuando era cierto —porque ahora va a dejar de serlo—, no puede parecerme sino natural y lo tomo como un homenaje, es decir, cómo una cosa agradable. Por desgracia, en otro lugar y en otras circunstancias, ha empleado usted frases muy diferentes”.
— Monsieur, je vous jure que je n′ai rien dit qui pût vous offenser. “Caballero, le juro a usted que no he dicho nada que pueda ofenderlo.”
— Et qui vous dit que j′en suis offensé? s′écria-t-il avec fureur en se redressant violemment sur la chaise longue où il était resté jusque-là immobile, cependant que, tandis que se crispaient les blêmes serpents écumeux de sa face, sa voix devenait tour à tour aiguë et grave comme une tempête assourdissante et déchaînée. (La force avec laquelle il parlait d′habitude, et qui faisait se retourner les inconnus dehors, était centuplée, comme l′est un forte , si, au lieu d′être joué au piano, il l′est à l′orchestre, et de plus se change en un fortissime . M. de Charlus hurlait.) Pensez-vous qu′il soit à votre portée de m′offenser? Vous ne savez donc pas à qui vous parlez? Croyez-vous que la salive envenimée de cinq cents petits bonshommes de vos amis, juchés les uns sur les autres, arriverait à baver seulement jusqu′à mes augustes orteils? Depuis un moment, au désir de persuader M. de Charlus que je n′avais jamais dit ni entendu dire de mal de lui avait succédé une rage folle, causée par les paroles que lui dictait uniquement, selon moi, son immense orgueil. Peut-être étaient-elles du reste l′effet, pour une partie du moins, de cet orgueil. Presque tout le reste venait d′un sentiment que j′ignorais encore et auquel je ne fus donc pas coupable de ne pas faire sa part. J′aurais pu au moins, à défaut du sentiment inconnu, mêler à l′orgueil, si je m′étais souvenu des paroles de Mme de Guermantes, un peu de folie. Mais à ce moment-là l′idée de folie ne me vint même pas à l′esprit. Il n′y avait en lui, selon moi, que de l′orgueil, en moi il n′y avait que de la fureur. Celle-ci (au moment où M. de Charlus cessant de hurler pour parler de ses augustes orteils, avec une majesté qu′accompagnaient une moue, un vomissement de dégoût à l′égard de ses obscurs blasphémateurs), cette fureur ne se contint plus. D′un mouvement impulsif je voulus frapper quelque chose, et un reste de discernement me faisant respecter un homme tellement plus âgé que moi, et même, à cause de leur dignité artistique, les porcelaines allemandes placées autour de lui, je me précipitai sur le chapeau haut de forme neuf du baron, je le jetai par terre, je le piétinai, je m′acharnai à le disloquer entièrement, j′arrachai la coiffe, déchirai en deux la couronne, sans écouter les vociférations de M. de Charlus qui continuaient et, traversant la pièce pour m′en aller, j′ouvris la porte. Des deux côtés d′elle, à ma grande stupéfaction, se tenaient deux valets de pied qui s′éloignèrent lentement pour avoir l′air de s′être trouvés là seulement en passant pour leur service. (J′ai su depuis leurs noms, l′un s′appelait Burnier et l′autre Charmel.) Je ne fus pas dupe un instant de cette explication que leur démarche nonchalante semblait me proposer. Elle était invraisemblable; trois autres me le semblèrent moins: l′une que le baron recevait quelquefois des hôtes, contre lesquels pouvant avoir besoin d′aide (mais pourquoi?), il jugeait nécessaire d′avoir un poste de secours voisin; l′autre, qu′attirés par la curiosité, ils s′étaient mis aux écoutes, ne pensant pas que je sortirais si vite; la troisième, que toute la scène que m′avait faite M. de Charlus étant préparée et jouée, il leur avait lui-même demandé d′écouter, par amour du spectacle joint peut-être à un «nunc erudimini» dont chacun ferait son profit. “¿Y quién le dice a usted que me haya ofendido" —exclamó con furor— irguiéndose violentamente en la meridiana en que hasta entonces había permanecido inmóvil, al paso que, mientras se crispaban las lívidas serpientes espumosas de su cara, su voz se volvía alternativamente aguda y grave como una tempestad ensordecedora ydesencadenada. (La fuerza con que hablaba de costumbre y que hacía volverse a los desconocidos en la calle, estaba centuplicada, como lo es un forte si, en lugar de ser ejecutado al piano, lo es por la orquesta, yademás se trueca en un fortissimo. El señor de Charlus bramaba.) ¿Piensa usted que está a su alcance ofenderme" ¿Pero es que no sabe usted con quién habla? ¿Cree usted que la saliva envenenada de quinientos hominicacos amigos suyos encaramados unos sobre otros llegaría a babear siquiera hasta los augustos dedos de mis pies?” Desde hacía un momento, al deseo de persuadir al señor de Charlus de que jamás había hablado yo ni oído hablar mal de él, había sucedido un coraje loco; causado por las palabras que le dictaba únicamente, a juicio mío, su inmenso orgullo. Quizá fuesen, por lo, demás, efecto, en parte al menos, de ese orgullo. Casi todo el resto procedía de un sentimiento que yo ignoraba aún y que, por ende, no fue culpa mía si no lo tomé en cuenta. Hubiera podido, al menos, en defecto del sentimiento desconocido, mezclar el orgullo, de haber recordado las palabras de la señora de Guermantes, un poco de locura. Pero en ese momento la idea de la locura no se me pasó siquiera por las mientes. No había en él, en opinión mía, más que orgullo; en mí, nada más que furor. Este (en el momento en que el señor de Charlus dejaba de bramar para hablar de los augustos dedos de sus pies, con una majestad que acompañaban un mohín, una arcada de asco respecto de sus oscuros blasfemadores), este furor ya no se contuvo. Con un movimiento impulsivo, quise romper algo, y como un resto de discernimiento me hacía respetar a un hombre de tanta más edad que yo, e incluso, por su dignidad artística. las porcelanas alemanas dispuestas en torno de él, me precipité sobre el sombrero de copa nuevo del barón, lo tiré al suelo, lo pisoteé, me cebé en él, queriendo desbaratarlo por completo; arranqué el forro, desgarré en dos la corona, sin escuchar las vociferaciones del señor de Charlus, que continuaban, y, cruzando la habitación para irme, abrí la puerta. A ambos lado de ella, con gran estupefacción mía, se hallaban apostados dos lacayos, que se alejaron lentamente porque pareciera que se había encontrado allí únicamente al pasar para su servicio. (Después he sabido los nombres: el uno se llamaba Burnier y el otro Charmel.) Ni por un instante me engañó esta explicación que su indolente paso parecía proponerme. Era inverosímil; otras tres me lo parecieron menos; una, que el barón recibía a veces huéspedes y que, como podía tener necesidad de ayuda contra ellos (pero, ¿por qué?), juzgaba necesario tener un puesto de socorro vecino. La otra, que, atraídos por la curiosidad, los dos lacayos se habían puesto a escuchar, sin pensar que yo iba salir tan aprisa. La tercera, que por haber sido preparada y representada toda la escena que me había hecho el señor de Charlus, él mismo les había pedido que escuchasen, por amor al espectáculo, unido acaso a un nunc erudimini de que cada cual sacaría su provecho.
Ma colère n′avait pas calmé celle du baron, ma sortie de la chambre parut lui causer une vive douleur, il me rappela, me fit rappeler, et enfin, oubliant qu′un instant auparavant, en parlant de «ses augustes orteils», il avait cru me faire le témoin de sa propre déification, il courut à toutes jambes, me rattrapa dans le vestibule et me barra la porte. «Allons, me dit-il, ne faites pas l′enfant, rentrez une minute; qui aime bien châtie bien, et si je vous ai bien châtié, c′est que je vous aime bien.» Ma colère était passée, je laissai passer le mot châtier et suivis le baron qui, appelant un valet de pied, fit sans aucun amour-propre emporter les miettes du chapeau détruit qu′on remplaça par un autre. Mi cólera no había calmado la del barón; mi salida del aposento pareció causarle un vivo dolor, me llamó, hizo que me llamasen, y, por último, olvidando que un instante antes, al hallar de “los augustos dedos de sus pies”, había creído hacerme testigo de su propia deificación, corrió cuanto se lo consintieron su piernas, me alcanzó en el vestíbulo y me cerró el paso a la puerta. “Vamos —me dijo—, no sea usted niño, vuelva usted a entrar un minuto; quien bien te quiere te hará llorar, ysi yo lo he castigada yle he hecho pasar a usted un mal rato es porque lo quiero bien.” Mi cólera se había desvanecida, dejé pasar la palabra “castigar” y seguí al barón, que, llamando a un criado, hizo, sin muestra alguna de amor propio, que se llevasen los pedazos del sombrero destruido, que fue sustituido par otro.
— Si vous voulez me dire, monsieur, qui m′a perfidement calomnié, dis-je à M. de Charlus, je reste pour l′apprendre et confondre l′imposteur. “Si quiere usted decirme, caballero, quién me ha calumniado pérfidamente —dije al señor de Charlus—, me quedo, para saberlo y confundir al impostor.”
— Qui? ne le savez-vous pas? Ne gardez-vous pas le souvenir de ce que vous dites? Pensez-vous que les personnes qui me rendent le service de m′avertir de ces choses ne commencent pas par me demander le secret? Et croyez-vous que je vais manquer à celui que j′ai promis? “¿Cómo? ¿No lo sabe usted? ¿No guarda usted recuerdo de lo que dice" ¿Piensa usted que las personas que me prestan el servicio de advertirme de estas cosas no empiezan por pedirme que les guarde el secreto? ¿Y cree usted que voy a faltar a lo que he prometido?”
— Monsieur, c′est impossible que vous me le disiez? demandai-je en cherchant une dernière fois dans ma tête (où je ne trouvais personne) à qui j′avais pu parler de M. de Charlus. “Caballero, ¿es imposible que me lo diga usted?”, pregunté, buscando en mi cabeza (donde no encontraba a nadie) a quién había podido hablar yo del señor de Charlus.
— Vous n′avez pas entendu que j′ai promis le secret à mon indicateur, me dit-il d′une voix claquante. Je vois qu′au goût des propos abjects vous joignez celui des insistances vaines. Vous devriez avoir au moins l′intelligence de profiter d′un dernier entretien et de parler pour dire quelque chose qui ne soit pas exactement rien. “¿No ha oído usted que le he prometido el secreto al que me lo ha indicado? — me dijo con voz restallante—. Ya veo que al gusto por las frases abyectas une usted el de las insistencias vanas. Debiera usted tener por lo menos la inteligencia de aprovechar una última conversación y hablar para decir algo que no sea exactamente nada.”
— Monsieur, répondis-je en m′éloignant, vous m′insultez, je suis désarmé puisque vous avez plusieurs fois mon âge, la partie n′est pas égale; d′autre part je ne peux pas vous convaincre, je vous ai juré que je n′avais rien dit. “Caballero —respondí alejándome—, me insulta usted, estoy desarmado, porque tiene usted varias veces mi edad; la partida no es igual; por otra parte, no puedo convencerlo, ya le he jurado que yo no había dicho nada.”
— Alors je mens! s′écria-t-il d′un ton terrible, et en faisant un tel bond qu′il se trouva debout à deux pas de moi. “¡Entonces es que yo miento!”, exclamó en un tono terrible y dando tal bote que vino a encontrarse de pie a dos pasos de mí.
— On vous a trompé. “Lo han engañado a usted.”
Alors d′une voix douce, affectueuse, mélancolique, comme dans ces symphonies qu′on joue sans interruption entre les divers morceaux, et où un gracieux scherzo aimable, idyllique, succède aux coups de foudre du premier morceau. «C′est très possible, me dit-il. En principe, un propos répété est rarement vrai. C′est votre faute si, n′ayant pas profité des occasions de me voir que je vous avais offertes, vous ne m′avez pas fourni, par ces paroles ouvertes et quotidiennes qui créent la confiance, le préservatif unique et souverain contre une parole qui vous représentait comme un traître. En tout cas, vrai ou faux, le propos a fait son oeuvre. Je ne peux plus me dégager de l′impression qu′il m′a produite. Je ne peux même pas dire que qui aime bien châtie bien, car je vous ai bien châtié, mais je ne vous aime plus.» Tout en disant ces mots, il m′avait forcé à me rasseoir et avait sonné. Un nouveau valet de pied entra. «Apportez à boire, et dites d′atteler le coupé.» Je dis que je n′avais pas soif, qu′il était bien tard et que d′ailleurs j′avais une voiture. «On l′a probablement payée et renvoyée, me dit-il, ne vous en occupez pas. Je fais atteler pour qu′on vous ramène . . . Si vous craignez qu′il ne soit trop tard . . . j′aurais pu vous donner une chambre ici . . . » Je dis que ma mère serait inquiète. «Ah! oui, vrai ou faux, le propos a fait son oeuvre. Ma sympathie un peu prématurée avait fleuri trop tôt; et comme ces pommiers dont vous parliez poétiquement à Balbec, elle n′a pu résister à une première gelée.» Si la sympathie de M. de Charlus n′avait pas été détruite, il n′aurait pourtant pas pu agir autrement, puisque, tout en me disant que nous étions brouillés, il me faisait rester, boire, me demandait de coucher et allait me faire reconduire. Il avait même l′air de redouter l′instant de me quitter et de se retrouver seul, cette espèce de crainte un peu anxieuse que sa belle-soeur et cousine Guermantes m′avait paru éprouver, il y avait une heure, quand elle avait voulu me forcer à rester encore un peu, avec une espèce de même goût passager pour moi, de même effort pour faire prolonger une minute. «Malheureusement, reprit-il, je n′ai pas le don de faire refleurir ce qui a été une fois détruit. Ma sympathie pour vous est bien morte. Rien ne peut la ressusciter. Je crois qu′il n′est pas indigne de moi de confesser que je le regrette. Je me sens toujours un peu comme le Booz de Victor Hugo: «Je suis veuf, je suis seul, et sur moi le soir tombe.» Je traversai avec lui le grand salon verdâtre. Je lui dis, tout à fait au hasard, combien je le trouvais beau. «N′est-ce pas? me répondit-il. Il faut bien aimer quelque chose. Les boiseries sont de Bagard. Ce qui est assez gentil, voyez-vous, c′est qu′elles ont été faites pour les sièges de Beauvais et pour les consoles. Vous remarquez, elles répètent le même motif décoratif qu′eux. Il n′existait plus que deux demeures où cela soit ainsi: le Louvre et la maison de M. d′Hinnisdal. Mais naturellement, dès que j′ai voulu venir habiter dans cette rue, il s′est trouvé un vieil hôtel Chimay que personne n′avait jamais vu puisqu′il n′est venu ici que pour moi . En somme, c′est bien. Ça pourrait peut-être être mieux, mais enfin ce n′est pas mal. N′est-ce pas, il y a de jolies choses: le portrait de mes oncles, le roi de Pologne et le roi d′Angleterre, par Mignard. Mais qu′est-ce que je vous dis, vous le savez aussi bien que moi puisque vous avez attendu dans ce salon. Non? Ah! C′est qu′on vous aura mis dans le salon bleu, dit-il d′un air soit d′impertinence à l′endroit de mon incuriosité, soit de supériorité personnelle et de n′avoir pas demandé où on m′avait fait attendre. Tenez, dans ce cabinet, il y a tous les chapeaux portés par Mme Elisabeth, la princesse de Lamballe, et par la Reine. Cela ne vous intéresse pas, on dirait que vous ne voyez pas. Peut-être êtes-vous atteint d′une affection du nerf optique. Si vous aimez davantage ce genre de beauté, voici un arc-en-ciel de Turner qui commence à briller entre ces deux Rembrandt, en signe de notre réconciliation. Vous entendez: Beethoven se joint à lui.» Et en effet on distinguait les premiers accords de la troisième partie de la Symphonie pastorale,«la joie après l′orage», exécutés non loin de nous, au premier étage sans doute, par des musiciens. Je demandai naîµ¥ment par quel hasard on jouait cela et qui étaient les musiciens. «Eh bien! on ne sait pas. On ne sait jamais. Ce sont des musiques invisibles. C′est joli, n′est-ce pas, me dit-il d′un ton légèrement impertinent et qui pourtant rappelait un peu l′influence et l′accent de Swann. Mais vous vous en fichez comme un poisson d′une pomme. Vous voulez rentrer, quitte à manquer de respect à Beethoven et à moi. Vous portez contre vous-même jugement et condamnation», ajouta-t-il d′un air affectueux et triste, quand le moment fut venu que je m′en allasse. «Vous m′excuserez de ne pas vous reconduire comme les bonnes façons m′obligeraient à le faire, me dit-il. Désireux de ne plus vous revoir, il n′importe peu de passer cinq minutes de plus avec vous. Mais je suis fatigué et j′ai fort à faire.» Cependant, remarquant que le temps était beau: «Eh bien! si, je vais monter en voiture. Il fait un clair de lune superbe, que j′irai regarder au Bois après vous avoir reconduit. Comment! vous ne savez pas vous raser, même un soir où vous dînez en ville vous gardez quelques poils, me dit-il en me prenant le menton entre deux doigts pour ainsi dire magnétisés, qui, après avoir résisté un instant, remontèrent jusqu′à mes oreilles comme les doigts d′un coiffeur. Ah! ce serait agréable de regarder ce «clair de lune bleu» au Bois avec quelqu′un comme vous», me dit-il avec une douceur subite et comme involontaire, puis, l′air triste: «Car vous êtes gentil tout de même, vous pourriez l′être plus que personne, ajouta-t-il en me touchant paternellement l′épaule. Autrefois, je dois dire que je vous trouvais bien insignifiant.» J′aurais dû penser qu′il me trouvait tel encore. Je n′avais qu′à me rappeler la rage avec laquelle il m′avait parlé, il y avait à peine une demi-heure. Malgré cela j′avais l′impression qu′il était, en ce moment, sincère, que son bon coeur l′emportait sur ce que je considérais comme un état presque délirant de susceptibilité et d′orgueil. La voiture était devant nous et il prolongeait encore la conversation. «Allons, dit-il brusquement, montez; dans cinq minutes nous allons être chez vous. Et je vous dirai un bonsoir qui coupera court et pour jamais à nos relations. C′est mieux, puisque nous devons nous quitter pour toujours, que nous le fassions comme en musique, sur un accord parfait.» Malgré ces affirmations solennelles que nous ne nous reverrions jamais, j′aurais juré que M. de Charlus, ennuyé de s′être oublié tout à l′heure et craignant de m′avoir fait de la peine, n′eût pas été fâché de me revoir encore une fois. Je ne me trompais pas, car au bout d′un moment: «Allons bon! dit-il, voilà que j′ai oublié le principal. En souvenir de madame votre grand-mère, j′avais fait relier pour vous une édition curieuse de Mme de Sévigné. Voilà qui va empêcher cette entrevue d′être la dernière. Il faut s′en consoler en se disant qu′on liquide rarement en un jour des affaires compliquées. Regardez combien de temps a duré le Congrès de Vienne.» Entonces, con una voz dulce, afectuosa, melancólica, como esas sinfonías que se tocan sin interrupción entre los diversos trozos, yen que un gracioso scherzo amable, idílico, sucede a los truenos del primer trozo: “Es muy posible —me dijo—. En principio, una frase con que le vienen a uno raras veces es cierta. Culpa de usted es si, por no haber aprovechado las ocasiones de verme que yo le habría ofrecido, no me ha facilitado, con esas palabras francas y cotidianas que crean la confianza, el preventivo único y soberano contra un dicho que lo presentaba a usted como un traidor. De todas maneras, verdadera o falsa, la frase ha hecho su labor. Ya no puedo librarme de la impresión que me ha producido. Ni siquiera puedo decir que quien bien quiere bien castiga, porque bien lo he castigado a usted, pero ya no lo quiero.” Mientras me decía estas palabras, me había obligado a tomar asiento de nuevo y había tocado el timbre. Entró un lacayo. “Tráiganos algo de beber, y diga que enganchen el cupé.” Le dije que yo no tenía sed, que era muy tarde y que, por otra parte, tenía un coche abajo. “Probablemente le habrán pagado al cochero y lo habrán despedido —me dijo el barón— ; no se preocupe usted de eso. Mando que enganchen para que lo lleven a su casa... Si teme usted que sea demasiado tarde... hubiera podido darle una habitación aquí...” Le dije que mi madre estaría intranquila. “¡Ah, sí! Verdadera o falsa, la frase ha hecho su labor. Mi simpatía, un tanto prematura, había florecido demasiado pronto, y, como esos manzanos de que tan poéticamente hablaba usted en Balbec, no ha podido resistir la primera helada”. Si la simpatía del señor de Charlus no hubiera quedado destruida, no hubiese podido proceder éste, sin embargo, de otra manera, ya que, mientras me decía que estábamos reñidos, me hacía quedarme, me pedía que bebiese, que durmiera en su casa, e iba a hacer que me llevaran a la mía. Parecía incluso como si temiera el instante de dejarme y volver a encontrarse solo, con el género de temor mezclado a cierta ansiedad que su cuñada y prima la de Guermantes me había parecido sentir, hacía una hora, cuando había querido obligarme a quedarme un poco más, con algo del mismo gusto pasajero hacia mí, del mismo esfuerzo por hacer prolongarse un minuto. “Por desgracia —continuó el señor de Charlus—, no poseo el don de hacer que reflorezca lo que ha sido destruido una vez. Mi simpatía hacia usted está muerta y bien muerta. Nada puede resucitarla. Creo que no es indigno de mí confesar que lo lamento. Me siento siempre un poco como el Booz de Víctor Hugo: Je suis veuf, je suis seul, et sur moi le soir tombe. Volví a cruzar con él el gran salón verdoso. Le dije, completamente al azar, lo hermoso que me parecía aquel salón. “¿Verdad que sí? —me respondió—. En algo ha de poner uno amor. El maderaje es de Bagard. Lo que no deja de ser gracioso, vea usted, es que fue hecho para los asientos de Beauvais y para las consolas. Como observará usted, repite el mismo motivo decorativa. Ya no había más que dos sitios en que hubiese estas cosas: el Louvre y la casa del señor de Hinnisdal. Pero, naturalmente, en cuanto he querido venirme a vivir a esta calle, ha aparecido un antiguo palacio de Chimay que nadie había visto nunca porque sólo ha venido aquí para mí. En conjunto está bien. Quizá pudiera estar mejor, pero, en fin, no está mal así. Hay cosas bonitas, ¿verdad,: el retrato de mis tíos, el rey de Polonia y el rey de Inglaterra, por Mignard. Pero, ¿qué le estoy diciendo?, lo sabe usted tan bien como yo, puesto que ha esperado en este salón. ¿No? ¡Ah!, es que le habrán pasado a usted al salón azul —dijo con un tonillo que podía ser de impertinencia, dirigida a mi falta de curiosidad, o de superioridad personal y de no haber preguntado dónde me habían hecho esperar—. Mire usted, en este gabinete están todos los sombreros que usaron mademoiselle Elisabeth, la princesa de Lamballe y la reina. No le interesa esto; cualquiera diría qué no ve usted nada. Quizá esté usted atacado de alguna afección al nervio óptico. Si le gusta más este género de belleza, ahí tiene un arco iris de Turner que empieza a brillar entre esos dos Rembrandt, en señal de nuestra reconciliación. ¿Oye usted? Beethoven se une a él.” Y, en efecto, distinguíanse los primeros acordes de la tercera parte de la Sinfonía pastoral, “la alegría después de la tormenta”, ejecutados no lejos de nosotros, sin duda en el primer piso, por unos músicos. Pregunté ingenuamente por qué casualidad tocaban aquello, y quiénes eran los músicos. “Pues no se sabe. No se sabe nunca. Son unos músicos invisibles. Es bonita, ¿verdad? — me dijo en un tono ligeramente impertinente y que, sin embargo, recordaba un poco la influencia y el acento de Swann—. Pero a usted todo eso le trae tan sin cuidado como a un pez una manzana. Quiere volverse a su casa, exponiéndose a faltarnos al respeto a Beethoven y a mí. Usted mismo se juzga y se condena —añadió con expresión afectuosa y triste, cuando hubo llegado el momento de que me fuese— . Usted me disculpará si no lo acompaño, como la buena educación me obligaría a hacer —me dijo—. Como mi deseo es no volver a verlo, poco me importaría pasar cinco minutos más con usted. Pero estoy cansado y tengo mucho que hacer.” Sin embargo, reparando en que el tiempo estaba despejado: “Bueno, sí, voy a subir al coche: Hace un claro de luna soberbio, que iré a contemplar al Bosque después que lo haya acompañado a usted a su casa. ¡Pero usted no sabe afeitarse!, hasta en una noche en que cena fuera de casa se deja algunos cañones —me dijo, cogiéndome la barbilla entre dos dedos por decirlo así magnetizados, que, después de haber resistido un instante, subieron hasta mis orejas como los dedos de un peluquero— . ¡Ah!, sería agradable contemplar este “claro de lima azul” en el Bosque con una persona como usted”, me dijo con una dulzura súbita y como involuntaria. Luego, en un tono triste: “Porque de todas maneras es usted bueno; podría usted serlo más que nadie —añadió tocándome paternalmente en el hombro—. En otro tiempo, debo decir que lo encontraba a usted muy insignificante”. Lo que yo hubiera debido pensar es que así seguía encontrándome aún. No tenía más que recordar la rabia con que me había hablado hacía apenas media hora. A pesar de ello, tenía yo la impresión de que el barón, en aquel momento, era sincero, que su buen corazón triunfaba de lo que consideraba yo como un estado casi delirante de susceptibilidad y de orgullo. El coche estaba delante de nosotros, y el señor de Charlus prolongaba todavía la conversación. “Vamos —dijo bruscamente— , suba usted; dentro de cinco minutos estaremos en su casa. Y le diré a usted un ¡buenas noches! que cortará en seco y para siempre nuestras relaciones. Es mejor, puesto que hemos de separarnos para siempre, que lo hagamos como en música, en un acorde perfecto.” A pesar de estas solemnes afirmaciones de que nunca más volveríamos a vernos, hubiera jurado yo que al señor de Charlus, molesto por haberse dejado llevar de su genio hacía un instante y temeroso de haberme hecho sufrir, no le habría parecido mal volver a verme otra vez. No me engañaba, ya que, al cabo de un momento: “¡Vaya! —dijo—, ahora resulta que se me había olvidado lo principal. En recuerdo de su señora abuela, había hecho yo encuadernar para usted una curiosa edición de madama de Sevigné. Ahí tiene usted, eso va a impedir que esta entrevista sea la última. Fuerza es que nos consolemos de ello diciéndonos que raras veces se liquidan en un día las cosas complicadas. Ya ve usted cuánto tiempo ha durado el Congreso de Viena.”
— Mais je pourrais la faire chercher sans vous déranger, dis-je obligeamment. “Pero es que yo podría mandar a buscar el libra sin que usted se molestase”, le dije obsequiosamente.
— Voulez-vous vous taire, petit sot, répondit-il avec colère, et ne pas avoir l′air grotesque de considérer comme peu de chose l′honneur d′être probablement (je ne dis pas certainement, car c′est peut-être un valet de chambre qui vous remettra les volumes) reçu par moi. Il se ressaisit: «Je ne veux pas vous quitter sur ces mots. Pas de dissonance avant le silence éternel de l′accord de dominante!» C′est pour ses propres nerfs qu′il semblait redouter son retour immédiatement après d′âcres paroles de brouille. «Vous ne vouliez pas venir jusqu′au Bois», me dit-il d′un ton non pas interrogatif mais affirmatif, et, à ce qu′il me sembla, non pas parce qu′il ne voulait pas me l′offrir, mais parce qu′il craignait que son amour-propre n′essuyât un refus. «Eh bien voilà, me dit-il en traînant encore, c′est le moment où, comme dit Whistler, les bourgeois rentrent (peut-être voulait-il me prendre par l′amour-propre) et où il convient de commencer à regarder. Mais vous ne savez même pas qui est Whistler.» Je changeai de conversation et lui demandai si la princesse d′Iéna était une personne intelligente. M. de Charlus m′arrêta, et prenant le ton le plus méprisant que je lui connusse: «Ah! monsieur, vous faites allusion ici à un ordre de nomenclature où je n′ai rien à voir. Il y a peut-être une aristocratie chez les Tahitiens, mais j′avoue que je ne la connais pas. Le nom que vous venez de prononcer, c′est étrange, a cependant résonné, il y a quelques jours, à mes oreilles. On me demandait si je condescendrais à ce que me fût présenté le jeune duc de Guastalla. La demande m′étonna, car le duc de Guastalla n′a nul besoin de se faire présenter à moi, pour la raison qu′il est mon cousin et me connaît de tout temps; c′est le fils de la princesse de Parme, et en jeune parent bien élevé, il ne manque jamais de venir me rendre ses devoirs le jour de l′an. Mais, informations prises, il ne s′agissait pas de mon parent, mais d′un fils de la personne qui vous intéresse. Comme il n′existe pas de princesse de ce nom, j′ai supposé qu′il s′agissait d′une pauvresse couchant sous le pont d′Iéna et qui avait pris pittoresquement le titre de princesse d′Iéna, comme on dit la Panthère des Batignolles ou le Roi de l′Acier. Mais non, il s′agissait d′une personne riche dont j′avais admiré à une exposition des meubles fort beaux et qui ont sur le nom du propriétaire la supériorité de ne pas être faux. Quant au prétendu duc de Guastalla, ce devait être l′agent de change de mon secrétaire, l′argent procure tant de choses. Mais non; c′est l′Empereur, paraît-il, qui s′est amusé à donner à ces gens un titre précisément indisponible. C′est peut-être une preuve de puissance, ou d′ignorance, ou de malice, je trouve surtout que c′est un fort mauvais tour qu′il a joué ainsi à ces usurpateurs malgré eux. Mais enfin je ne puis vous donner d′éclaircissements sur tout cela, ma compétence s′arrête au faubourg Saint–Germain où, entre tous les Courvoisier et Gallardon, vous trouverez, si vous parvenez à découvrir un introducteur, de vieilles gales tirées tout exprès de Balzac et qui vous amuseront. Naturellement tout cela n′a rien à voir avec le prestige de la princesse de Guermantes, mais, sans moi et mon Sésame, la demeure de celle-ci est inaccessible.» “¿(Quiere usted callarse, majaderillo —respondió con cólera—, y no tomar esos aires grotescos de considerar ,poca cosa el honor de ser probablemente (no, digo que de seguro, parque quizá sea un lacayo quien le entregue el volumen) recibido por mí?” Se rehizo: “No puedo dejarlo a usted con estas palabras. Nada de disonancias antes del silencio eterno del acorde de dominante”. Era por sus propios nervios por lo que parecía temer su vuelta tras unas acres palabras de ruptura. “Usted no querrá venir al Bosque —me dijo en un tono no interrogatorio, sino afirmativa, y, a lo que me pareció, no porque no quisiera ofrecérmelo, sino porque recelaba que su amor propio sufriese una repulsa—. Bueno, vea usted —me dijo, demorándose todavía—, estamos en ese momento en que, como dice Whistler, los burgueses se retiran a sus casas (acaso quisiera cogerme por el amor propio) y en que conviene empezar a mirar. Pero usted ni siquiera sabe quién es Whistler.” Cambié de conversación, y le pregunté si era inteligente la princesa de Iena. El señor de Charlus me atajó, y adoptando el tono más desdeñoso que ya le conocía: “¡Ah, caballero!, está usted haciendo alusión a un orden de nomenclatura con el que nada tengo que ver. Es posible que haya una aristocracia entre los tahitianos, pero confieso que no la conozco. El nombre que acaba usted de pronunciar, es extraño, ha resonado, sin embargo, hace unos días en míos oídos. Me preguntaban si condescendería yo a que me presentasen al duquesito de Guastalla. Me extrañó la petición, ya que el duque de Guastalla no tiene necesidad de que me lo presenten, por la sencilla razón de que es primo mío y me conoce siempre; es el hijo de la princesa de Parma y, como pariente joven ybien educada, nunca deja de, venir a cumplir sus deberes, visitándome el día de Año Nuevo. Pero, después de tomar informes, resultó que no se trataba de mi pariente, sino del hija de la persona que le interesa a usted. Coma no existe ninguna princesa de ese nombre, he supuesto que se trataba de una pobre que dormiría debajo del puente de Iena y que había tomada pintorescamente el título de princesa de Iena, lo mismo que se dice la Pantera de Batignolles o el Rey del Acero. Pero no, se trataba de una persona rica, de quien había admirado yo en una exposición algunos muebles hermosísimos y que tienen respecto del nombre de su propietaria la superioridad de no ser falsos. En cuanto al supuesto duque de Guastalla, debía de ser el agente de cambia de mi secretario, ¡tantas cosas procura el dinero! Pero no, es el emperador, según parece, quien se ha divertido en ,dar a esas gentes un título precisamente indisponible. Quizá sea una prueba de poder o de ignorancia; a mí me parece, sobre todo, que es una pésima trastada que les ha jugado de esa manera a esos usurpadores a pesar suyo. Pero, en fin, no puedo darle a usted luces acerca de todo eso, ya que mi competencia se detiene en el barrio de Saint-Germain, donde, entre todos los Courvoisier y Gallardon, encontrará usted, si llega a descubrir un introductor, viejas malas lenguas sacadas ex profeso de Balzac, y que le divertirán. Todo esto, naturalmente, nada tiene que ver con el prestigio de la princesa de Guermantes, pero sin mí y sin mi Sésamo, la mansión de esta última es inaccesible.”
— C′est vraiment très beau, monsieur, à l′hôtel de la princesse de Guermantes. “Verdaderamente debe de ser magnífico el ambiente en el palacio de la princesa de Guermantes.”
— Oh! ce n′est pas très beau. C′est ce qu′il y a de plus beau; après la princesse toutefois. “¡Oh!, no es que sea magnífico. Es lo más hermoso que existe; después de la princesa, sin embargo.”
— La princesse de Guermantes est supérieure à la duchesse de Guermantes? “La princesa de Guermantes, ¿es superior a la duquesa de Guermantes?"
— Oh! cela n′a pas de rapport. (Il est à remarquer que, dès que les gens du monde ont un peu d′imagination, ils couronnent ou détrônent, au gré de leurs sympathies ou de leurs brouilles, ceux dont la situation paraissait la plus solide et la mieux fixée.) ¡Oli!, no tiene nada que ver." (Es de notar que, desde el punto en que las gentes de mundo tienen un poco de imaginación, coronan o destronan, al arbitrio de sus simpatías o de sus desavenencias, a aquellos cuya situación parecía más sólida y mejor asentada.)
La duchesse de Guermantes (peut-être en ne l′appelant pas Oriane voulait-il mettre plus de distance entre elle et moi) est délicieuse, très supérieure à ce que vous avez pu deviner. Mais enfin elle est incommensurable avec sa cousine. Celle-ci est exactement ce que les personnes des Halles peuvent s′imaginer qu′était la princesse de Metternich, mais la Metternich croyait avoir lancé Wagner parce qu′elle connaissait Victor Maurel. La princesse de Guermantes, ou plutôt sa mère, a connu le vrai. Ce qui est un prestige, sans parler de l′incroyable beauté de cette femme. Et rien que les jardins d′Esther! "La duquesa de Guermantes (quizá con no llamarla Oriana quisiera poner más distancia entre ella y yo) es deliciosa; muy superior a lo que ha podido adivinar usted. Pero, en fin, es inconmensurable con su prima. Esto es exactamente lo que la gente de los mercados puede imaginarse que era la princesa de Metternich; pero la de Metternich creía haber lanzado a Wagner porque conocía a Víctor Maurel. La princesa de Guermantes, o, mejor dicho, su madre, ha conocido al verdadero. Lo cual es un prestigio, sin hablar de la increíble belleza de esa mujer. ¡Y solamente los jardines de Ester!"
— On ne peut pas les visiter? "¿No es posible visitarlos?"
— Mais non, il faudrait être invité, mais on n′invite jamais personne à moins que j′intervienne. Mais aussitôt, retirant, après l′avoir jeté, l′appât de cette offre, il me tendit la main, car nous étions arrivés chez moi. «Mon rôle est terminé, monsieur; j′y ajoute simplement ces quelques paroles. Un autre vous offrira peut-être un jour sa sympathie comme j′ai fait. Que l′exemple actuel vous serve d′enseignement. Ne le négligez pas. Une sympathie est toujours précieuse. Ce qu′on ne peut pas faire seul dans la vie, parce qu′il y a des choses qu′on ne peut demander, ni faire, ni vouloir, ni apprendre par soi-même, on le peut à plusieurs et sans avoir besoin d′être treize comme dans le roman de Balzac, ni quatre comme dans les Trois Mousquetaires . Adieu.» "No, habría que ser invitado, pero nunca invitan a nadie, a menos que intervenga yo." Pero retirando, inmediatamente después de Haberlo lanzado, el cebo de este ofrecimiento, me tendió la mano, porque habíamos llegado a mi casa. "Mi papel ha terminado, caballero; añadiré a él simplemente estas pocas palabras: Quizá algún día le ofrezca otro su simpatía como he hecho yo. Que el ejemplo actual le sirva a usted de enseñanza. No lo deje escapar. Una simpatía es preciosa siempre. Lo que no es posible hacer solos en la vida, porque hay cosas que no puede uno pedir, ni hacer, ni querer, ni aprender por sí mismo, puede lograrse entre varios y sin necesidad de ser trece como en la novela de Balzac, ni cuatro como en Los tres mosqueteros. Adiós."
Il devait être fatigué et avoir renoncé à l′idée d′aller voir le clair de lune car il me demanda de dire au cocher de rentrer. Aussitôt il fit un brusque mouvement comme s′il voulait se reprendre. Mais j′avais déjà transmis l′ordre et, pour ne pas me retarder davantage, j′allai sonner à ma porte, sans avoir plus pensé que j′avais affaire à M. de Charlus, relativement à l′empereur d′Allemagne, au général Botha, des récits tout à l′heure si obsédants, mais que son accueil inattendu et foudroyant avait fait s′envoler bien loin de moi. Debía de estar cansado y haber renunciado a la idea de ir a ver el claro de luna, porque me pidió dijese al cochero que volviera a llevarla a casa. Inmediatamente hizo un brusco movimiento como si quisiera desdecirse. Pero ya había transmitido yo la orden y por no retrasarme más, fui a llamar a mi puerta, sin haber vuelto a pensar en que tenía que contarle al señor de Charlus, a propósito del emperador de Alemania, del general Botha, las historias que de tal modo me obsesionaban poco antes, pero que su recibimiento inesperado y fulminante había hecha volar muy lejos de mí.
En rentrant, je vis sur mon bureau une lettre que le jeune valet de pied de Françoise avait écrite à un de ses amis et qu′il y avait oubliée. Depuis que ma mère était absente, il ne reculait devant aucun sans-gêne; je fus plus coupable d′avoir celui de lire la lettre sans enveloppe, largement étalée et qui, c′était ma seule excuse, avait l′air de s′offrir à moi. Al entrar en mi cuarto vi sobre mi escritorio una carta que el joven lacayo de Francisca había escrito a un amigo suyo y dejado olvidada allí. El mozo, desde que mi madre estaba ausente, no retrocedía ante ningún descaro; más culpable fui yo en tener el de leer la carta sin sobre, harto a la vista, y que —era mi única excusa— parecía ofrecerse a mí.
«Cher ami et cousin, “Querido amigo y primo:
«J′espère que la santé va toujours bien et qu′il en est de même pour toute la petite famille particulièrement pour mon jeune filleul Joseph dont je n′ai pas encore le plaisir de connaître mais dont je préfère à vous tous comme étant mon filleul, ces reliques du coeur ont aussi leur poussière, sur leurs restes sacrés ne portons pas les mains. D′ailleurs cher ami et cousin qui te dit que demain toi et ta chère femme ma cousine Marie, vous ne serez pas précipités tous deux jusqu′au fond de la mer, comme le matelot attaché en haut du grand mât, car cette vie n′est qu′une vallée obscure. Cher ami il faut te dire que ma principale occupation, de ton étonnement j′en suis certain, est maintenant la poésie que j′aime avec délices, car il faut bien passé le temps. Aussi cher ami ne sois pas trop surpris si je ne suis pas encore répondu à ta dernière lettre, à défaut du pardon laisse venir l′oubli. Comme tu le sais, la mère de Madame a trépassé dans des souffrances inexprimables qui l′ont assez fatiguée car elle a vu jusqu′à trois médecins. Le jour de ses obsèques fut un beau jour car toutes les relations de Monsieur étaient venues en foule ainsi que plusieurs ministres. On a mis plus de deux heures pour aller au cimetière, ce qui vous fera tous ouvrir de grands yeux dans votre village car on n′en fera certainement pas autant pour la mère Michu. Aussi ma vie ne sera plus qu′un long sanglot. Je m′amuse énormément à la motocyclette dont j′ai appris dernièrement. Que diriez-vous, mes chers amis, si j′arrivais ainsi à toute vitesse aux Écorces. Mais là-dessus je ne me tairai pas plus car je sens que l′ivresse du malheur emporte sa raison. Je fréquente la duchesse de Guermantes, des personnes que tu as jamais entendu même le nom dans nos ignorants pays. Aussi c′est avec plaisir que j′enverrai les livres de Racine, de Victor Hugo, de Pages choisies de Chênedollé, d′Alfred de Musset, car je voudrais guérir le pays qui ma donner le jour de l′ignorance qui mène fatalement jusqu′au crime. Je ne vois plus rien à te dire et tanvoye comme le pélican lassé d′un long voyage mes bonnes salutations ainsi qu′à ta femme à mon filleul et à ta soeur Rose. Puisse-t-on ne pas dire d′elle: Et Rose elle n′a vécu que ce que vivent les roses, comme l′a dit Victor Hugo, le sonnet d′Arvers, Alfred de Musset, tous ces grands génies qu′on a fait à cause de cela mourir sur les flammes du bûcher comme Jeanne d′Arc. A bientôt ta prochaine missive, reçois mes baisers comme ceux d′un frère. Espero que seguiréis bien de salud lo mismo que toda la familia menuda, en particular mi ahijadillo José, al que todavía no tengo el gasto de conocer pero a quien prefiero a todos vosotros por ser mi ahijado. También estas reliquias del corazón tienen su polvo, no pongamos las manos en sus restos sacrosantos. Por otra parte, querido primo yamigo, quién te dice a ti y a tu querida mujer mi prima María que no habéis de ser precipitados los dos el día de mañana hasta el fondo del mar como el marinero atado en lo alto del palo mayor, porque esta vida no es mas que un valle oscuro. Querido amigo: debo decirte que mi principal ocupación, seguro estoy de tu asombro, es ahora la poesía, que me gusta con delirio, porque de algún modo hay que pasar el tiempo. Así es, mi querido amigo, que no te sorprenda demasiado que no haya respondido aún a tu última carta; a falta de perdón deja venir el olvido. Como sabrás, la madre de la señora ha fallecido en medio de sufrimientos indecibles que la han rendido bastante, pues la han visto hasta tres médicos. El día de sus funerales fue un día grande, pues todas las amistades del señor habían venido en tropel, así como varios ministros. Más de dos horas se emplearon en ir al cementerio, lo cual os hará abrir tamaños ojos a todos en vuestra aldea, porque de seguro que no se hará tanto por la tía Michu. Así mi vida no será ya más, que un largo sollozo. Me divierto una enormidad con la motocicleta, en la cual he aprendido a montar últimamente. ¿Qué diríais, mis queridos amigos, si llegase yo así a toda velocidad a las Ecorcés? Pero no he de callarme ya sobre esto, porque me doy cuenta de que la embriaguez de la desgracia arrastra su razón. Frecuento el trato de la duquesa de Guermantes, de personas que nunca has oído siquiera su nombre en nuestros ignorantes pueblos. Así es que mandaré con mucho gusto los libros de Racine, de Víctor Hugo, de Páginas Escogidas de Chenedolle, de Alfredo Musset, porque quisiera curar a la tierra que me ha dado el ser de la ignorancia que lleva fatalmente hasta el crimen. No se me ocurre nada más que decirte, y te mando como el pelícano rendido por un largo viaje mis afectuosos saludos, así como para tu mujer, para mi ahijado y para tu hermana Rosa. Ojalá no haya que decir de ella: Y Rosa sólo ha vivido lo que viven las rosas, como ha dicho Víctor Hugo, el soneto de Arvers, Alfredo de Musset, todos esos grandes genios a los que se les ha hecho por esa razón morir en las llamas de la hoguera como Juana de Arco. Hasta tu próxima misiva, recibe mis besos como los de un hermano.
«Périgot (Joseph).» -Perigot (José)."
Nous sommes attirés par toute vie qui nous représente quelque chose d′inconnu, par une dernière illusion à détruire. Malgré cela les mystérieuses paroles, grâce auxquelles M. de Charlus m′avait amené à imaginer la princesse de Guermantes comme un être extraordinaire et différent de ce que je connaissais, ne suffisent pas à expliquer la stupéfaction où je fus, bientôt suivie de la crainte d′être victime d′une mauvaise farce machinée par quelqu′un qui eût voulu me faire jeter à la porte d′une demeure où j′irais sans être invité, quand, environ deux mois après mon dîner chez la duchesse et tandis que celle-ci était à Cannes, ayant ouvert une enveloppe dont l′apparence ne m′avait averti de rien d′extraordinaire, je lus ces mots imprimés sur une carte: «La princesse de Guermantes, née duchesse en Bavière, sera chez elle le ***.» Sans doute être invité chez la princesse de Guermantes n′était peut-être pas, au point de vue mondain, quelque chose de plus difficile que dîner chez la duchesse, et mes faibles connaissances héraldiques m′avaient appris que le titre de prince n′est pas supérieur à celui de duc. Puis je me disais que l′intelligence d′une femme du monde ne peut pas être d′une essence aussi hétérogène à celle de ses congénères que le prétendait M. de Charlus, et d′une essence si hétérogène à celle d′une autre femme. Mais mon imagination, semblable à Elstir en train de rendre un effet de perspective sans tenir compte des notions de physique qu′il pouvait par ailleurs posséder, me peignait non ce que je savais, mais ce qu′elle voyait; ce qu′elle voyait, c′est-à-dire ce que lui montrait le nom. Or, même quand je ne connaissais pas la duchesse, le nom de Guermantes précédé du titre de princesse, comme une note ou une couleur ou une quantité, profondément modifiée des valeurs environnantes par le «signe» mathématique ou esthétique qui l′affecte, m′avait toujours évoqué quelque chose de tout différent. Avec ce titre on se trouve surtout dans les Mémoires du temps de Louis XIII et de Louis XIV, de la Cour d′Angleterre, de la reine d′Écosse, de la duchesse d′Aumale; et je me figurais l′hôtel de la princesse de Guermantes comme plus ou moins fréquenté par la duchesse de Longueville et par le grand Condé, desquels la présence rendait bien peu vraisemblable que j′y pénétrasse jamais. Nos sentimos atraídos por toda vida que representa para nosotros algo desconocido, por una última ilusión por destruir aún. A pesar de esto, las misteriosas palabras gracias a las que me había llevado el señor de Charlus a imaginarme a la princesa de Guermantes como un ser extraordinario y diferente de cuanto yo conocía, no bastan a explicar la estupefacción en que me vi, seguida bien pronto del temor a ser víctima de un bromazo de mal género urdido por alguien que hubiera querido hacerme poner de patitas a la .puerta de una casa a la que iría yo sin ser invitado, cuando, como dos meses después de la cena en casa de la duquesa, y mientras ésta se hallaba en Cannes, al abrir un sobre cuya apariencia no me había advertido de nada extraordinario, leí estas palabras impresas en un tarjetón: “La princesa de Guermantes, née duquesa de Baviera, estará en casa el...” Claro está que el ser invitado a casa de la princesa de Guermantes quizá no fuese; desde el punto de vista mundano, más difícil que cenar en casa de la duquesa, y mis escasos conocimientos heráldicos me habían hecho saber que el título de príncipe no es superior al de duque. Además, me decía, yo que la inteligencia de una mujer de mundo no puede ser de una esencia tan heterogénea respecto a la de sus congéneres como pretendía el señor de Charlus, y de una esencia tan heterogénea respecto a la de otra mujer. Pero mi imaginación, pareja a la de Elstir en trance de dar un efecto de perspectiva sin tener en cuenta las nociones de física que podía, por otra parte, poseer, me pintaba no lo que yo sabía, sino lo que veía ella; lo que veía ella, es decir, lo que le mostraba el nombre. Ahora bien, incluso cuando no conocía yo a la duquesa, el nombre de Guermantes precedido del título de princesa, como una nota o un color o una cantidad profundamente modificados respecto de los valores circunstantes por el “signo” matemático o estético que afecta a la nota, al color o a la cantidad, había evocado siempre para mí algo por completo diferente. Con ese título se encuentra uno, sobre toda en las memorias del tiempo de Luis XIII y de Luis XIV de la corte de Inglaterra, de la reina de Escocia, de la duquesa de Aumale, y yo me figuraba el palacio de la princesa de Guermantes como más o menos frecuentado por la duquesa de Longueville y el gran Condé, cuya presencia hacía poco verosímil que llegase yo nunca a penetrar en semejantes lugares.
Beaucoup de choses que M. de Charlus m′avait dites avaient donné un vigoureux coup de fouet à mon imagination et, faisant oublier à celle-ci combien la réalité l′avait déçue chez la duchesse de Guermantes (il en est des noms des personnes comme des noms des pays), l′avaient aiguillée vers la cousine d′Oriane. Au reste, M. de Charlus ne me trompa quelque temps sur la valeur et la variété imaginaires des gens du monde que parce qu′il s′y trompait lui-même. Et cela peut-être parce qu′il ne faisait rien, n′écrivait pas, ne peignait pas, ne lisait même rien d′une manière sérieuse et approfondie. Mais, supérieur aux gens du monde de plusieurs degrés, si c′est d′eux et de leur spectacle qu′il tirait la matière de sa conversation, il n′était pas pour cela compris par eux. Parlant en artiste, il pouvait tout au plus dégager le charme fallacieux des gens du monde. Mais le dégager pour les artistes seulement, à l′égard desquels il eût pu jouer le rôle du renne envers les Esquimaux; ce précieux animal arrache pour eux, sur des roches désertiques, des lichens, des mousses qu′ils ne sauraient ni découvrir, ni utiliser, mais qui, une fois digérés par le renne, deviennent pour les habitants de l′extrême Nord un aliment assimilable. Muchas cosas que me había dicho el señor de Charlus habían dado un vigoroso latigazo a mi imaginación y, haciendo olvidar a ésta cuánto la había defraudado la realidad en la duquesa de Guermantes (ocurre con los nombres de las personas lo que con los nombres de los países), la habían aguijado hacia la prima de Oriana. Por lo demás, si el señor de Charlus me engasó algún tiempo respecto al valor y variedad imaginarios de las gentes de mundo, fue únicamente porque él mismo se engañaba en ese orden. Y quizá fuese así porque no hacía nada, no escribía, no pintaba, ni siquiera leía nada de una manera seria y profundizando. Pero, superior a las gentes de mundo en muchos grados, si de éstas y de su espectáculo era de donde sacaba la materia de su conversación, no por eso era comprendido de ellas. Gracias a que hablaba como un artista, podía, a lo sumo, exhalar el encanto falaz de las gentes de mundo. Pero exhalarlo solamente para los artistas, respecto de los cuales hubiera podido desempeñar el papel que el reno para los esquimales; este precioso animal arranca para ellos, de las rocas desérticas, líquenes, musgos que aquellos no sabrían descubrir ni utilizar, pero que, una vez digeridos por el reno, se convierten para los habitantes del extremo Norte en un alimento asimilable.
A quoi j′ajouterai que ces tableaux que M. de Charlus faisait du monde étaient animés de beaucoup de vie par le mélange de ses haines féroces et de ses dévotes sympathies. Les haines dirigées surtout contre les jeunes gens, l′adoration excitée principalement par certaines femmes. A esto he de añadir que los cuadros que del gran mundo trazaba el señor de Charlus estaban animados con mucha vida por la mezcla de sus odios feroces y de sus devotas simpatías. Los odios, dirigidos sobre todo contra los jóvenes; la adoración, excitada principalmente por ciertas mujeres.
Si parmi celles-ci, la princesse de Guermantes était placée par M. de Charlus sur le trône le plus élevé, ses mystérieuses paroles sur «l′inaccessible palais d′Aladin» qu′habitait sa cousine ne suffisent pas à expliquer ma stupéfaction. Si entre éstas ponía el señor de Charlus a la princesa de Guermantes en el trono más elevado, sus misteriosas palabras sobre “el inaccesible palacio de Aladino” que habitaba su prima no bastan a explicar mi estupefacción.
Malgré ce qui tient aux divers points de vue subjectifs, dont j′aurai à parler, dans les grossissements artificiels, il n′en reste pas moins qu′il y a quelque réalité objective dans tous ces êtres, et par conséquent différence entre eux. A pesar de la parte que corresponde a los diferentes puntos de vista objetivos de que habré de hablar, en los abultamientos artificiales, no es menos cierto que hay cierta realidad objetiva en todos estos seres y, por consiguiente, diferencia entre ellos.
Comment d′ailleurs en serait-il autrement? L′humanité que nous fréquentons et qui ressemble si peu à nos rêves est pourtant la même que, dans les Mémoires, dans les Lettres de gens remarquables, nous avons vue décrite et que nous avons souhaité de connaître. Le vieillard le plus insignifiant avec qui nous dînons est celui dont, dans un livre sur la guerre de 70, nous avons lu avec émotion la fière lettre au prince Frédéric-Charles. On s′ennuie à dîner parce que l′imagination est absente, et, parce qu′elle nous y tient compagnie, on s′amuse avec un livre. Mais c′est des mêmes personnes qu′il est question. Nous aimerions avoir connu Mme de Pompadour qui protégea si bien les arts, et nous nous serions autant ennuyés auprès d′elle qu′auprès des modernes Égéries, chez qui nous ne pouvons nous décider à retourner tant elles sont médiocres. Il n′en reste pas moins que ces différences subsistent. Les gens ne sont jamais tout à fait pareils les uns aux autres, leur manière de se comporter à notre égard, on pourrait dire à amitié égale, trahit des différences qui, en fin de compte, font compensation. Quand je connus Mme de Montmorency, elle aima à me dire des choses désagréables, mais si j′avais besoin d′un service, elle jetait pour l′obtenir avec efficacité tout ce qu′elle possédait de crédit, sans rien ménager. Tandis que telle autre, comme Mme de Guermantes, n′eût jamais voulu me faire de peine, ne disait de moi que ce qui pouvait me faire plaisir, me comblait de toutes les amabilités qui formaient le riche train de vie moral des Guermantes, mais, si je lui avais demandé un rien en dehors de cela, n′eût pas fait un pas pour me le procurer, comme en ces châteaux où on a à sa disposition une automobile, un valet de chambre, mais où il est impossible d′obtenir un verre de cidre, non prévu dans l′ordonnance des fêtes. Laquelle était pour moi la véritable amie, de Mme de Montmorency, si heureuse de me froisser et toujours prête à me servir, de Mme de Guermantes, souffrant du moindre déplaisir qu′on m′eût causé et incapable du moindre effort pour m′être utile? D′autre part, on disait que la duchesse de Guermantes parlait seulement de frivolités, et sa cousine, avec l′esprit le plus médiocre, de choses toujours intéressantes. Les formes d′esprit sont si variées, si opposées, non seulement dans la littérature, mais dans le monde, qu′il n′y a pas que Baudelaire et Mérimée qui ont le droit de se mépriser réciproquement. Ces particularités forment, chez toutes les personnes, un système de regards, de discours, d′actions, si cohérent, si despotique, que quand nous sommes en leur présence il nous semble supérieur au reste. Chez Mme de Guermantes, ses paroles, déduites comme un théorème de son genre d′esprit, me paraissaient les seules qu′on aurait dû dire. Et j′étais, au fond, de son avis, quand elle me disait que Mme de Montmorency était stupide et avait l′esprit ouvert à toutes les choses qu′elle ne comprenait pas, ou quand, apprenant une méchanceté d′elle, la duchesse me disait: «C′est cela que vous appelez une bonne femme, c′est ce que j′appelle un monstre.» Mais cette tyrannie de la réalité qui est devant nous, cette évidence de la lumière de la lampe qui fait pâlir l′aurore déjà lointaine comme un simple souvenir, disparaissaient quand j′étais loin de Mme de Guermantes, et qu′une dame différente me disait, en se mettant de plain-pied avec moi et jugeant la duchesse placée fort au-dessous de nous: «Oriane ne s′intéresse au fond à rien, ni à personne», et même (ce qui en présence de Mme de Guermantes eût semblé impossible à croire tant elle-même proclamait le contraire): «Oriane est snob.» Aucune mathématique ne nous permettant de convertir Mme d′Arpajon et Mme de Montpensier en quantités homogènes, il m′eût été impossible de répondre si on me demandait laquelle me semblait supérieure à l′autre. ¿Cómo, por lo demás, habría de ser de otra manera? La humanidad que frecuentamos y que tan poco se parece a nuestros sueños, es, sin embargo, la misma que en las memorias, en las cartas de las gentes notables, hemos visto descripta y que hemos deseado conocer. El viejo más insignificante con quien cenamos es aquel cuya orgullosa carta al príncipe Federico Carlos hemos leído en un libro sobre la guerra del 70. Se aburre uno en la cena porque la imaginación está ausente, y si nos divertimos con un libro es porque en él nos da compañía aquélla. Pero se trata de las mismas personas. Nos gustaría haber conocido a madama de Pompadour, que tan bien protegió a las artes, y nos hubiéramos aburrido a su lado tanto como al lado de las modernas Egerias a cuya casa no nos podemos decidir a volver, de tan mediocres como son. No por ello es menos cierto que esas diferencias subsisten. Las gentes no son nunca exactamente iguales unas a otras; su manera de comportarse con respecto a nosotros, en igualdad de amistad pudiera decirse, revela diferencias que, en fin de cuentas, ofrecen una compensación. Cuando conocí a la señora de Montmorency, ésta se complació en decirme cosas desagradables; pero si yo tenía necesidad de algún servicio, lanzaba ella, para conseguirlo con eficacia, todo el crédito que poseía, sin escatimar nada. Mientras que otra cualquiera, como la señora de Guermantes, jamás hubiera querido disgustarme, no decía de mí sino aquello que podía causarme un placer, me colmaba de todas las amabilidades que formaban el opulento tren de vida moral de los Guermantes; pero si yo hubiera pedido una cosa de nada fuera de eso, no hubiera dado un paso para procurármelo, como en esos castillos en que tiene uno a su disposición un automóvil, un ayuda de cámara, pero en los que es imposible conseguir un vaso de sidra, que no está previsto en el orden de festejos. ¿Cuál era para mí la verdadera amiga: la señora de Montmorency, tan feliz con molestarme y tan dispuesta siempre a servirme, o la señora de Guermantes, que sufría con el menor disgusto que se me hubiera causado, y que era incapaz del menor esfuerzo por serme útil? Por otra parte, se decía que la duquesa de Guermantes hablaba únicamente de frivolidades, y su prima, con un talento más mediocre, de cosas que siempre eran interesantes. Las formas de talento son tan variadas, tan opuestas no sólo en literatura, sino en la vida de mundo, que únicamente Baudelaire y Mérimée tienen derecho a desdeñarse recíprocamente. Estas particularidades forman, en todas las personas, un sistema de miradas, de expresiones, de actos, tan coherente, tan despótico, que cuando estamos en presencia suya nos parece superior a todo lo demás. En la señora de Guermantes, sus palabras, deducidas, como un teorema, del corte de su espíritu, me parecían las únicas que hubieran debido decirse. Y me sentía, en el fondo, de su opinión cuando me decía que la señora de Montmorency era estúpida y tenía el espíritu abierto a todas las cosas que no comprendía, o cuando, al enterarse de alguna mala partida de aquélla, me decía la duquesa: “Eso es lo que usted llama una mujer buena; pues a eso lo llamo yo un monstruo”. Pero esta tiranía de la realidad que está ante nosotros, esta evidencia de la luz de la lámpara que hace palidecer la aurora ya lejana como un simple recuerdo, desaparecían en cuanto yo estaba lejos de la señora de Guermantes y una dama diferente me decía, poniéndose a un mismo nivel conmigo y juzgando a la duquesa muy por debajo de nosotros: “Oriana no se interesa, en el fondo, por nada ni por nadie”, e inclusa (cosa que en presencia de la señora de Guermantes me hubiera parecido imposible de creer, hasta tal punto proclamaba ella lo contrario): “Oriana es una snob”. Como ninguna matemática nos permite convertir a la señora de Arpajon y a la señora de Montpensier en cantidades homogéneas, me hubiera sido imposible responder si me preguntasen cuál de ellas me parecía superior a la otra.
Or, parmi les traits particuliers au salon de la princesse de Guermantes, le plus habituellement cité était un certain exclusivisme, dû en partie à la naissance royale de la princesse, et surtout le rigorisme presque fossile des préjugés aristocratiques du prince, préjugés que d′ailleurs le duc et la duchesse ne s′étaient pas fait faute de railler devant moi, et qui, naturellement, devait me faire considérer comme plus invraisemblable encore que m′eût invité cet homme qui ne comptait que les altesses et les ducs et à chaque dîner, faisait une scène parce qu′il n′avait pas eu à table la place à laquelle il aurait eu droit sous Louis XIV, place que, grâce à son extrême érudition en matière d′histoire et de généalogie, il était seul à connaître. A cause de cela, beaucoup de gens du monde tranchaient en faveur du duc et de la duchesse les différences qui les séparaient de leurs cousins. «Le duc et la duchesse sont beaucoup plus modernes, beaucoup plus intelligents, ils ne s′occupent pas, comme les autres, que du nombre de quartiers, leur salon est de trois cents ans en avance sur celui de leur cousin», étaient des phrases usuelles dont le souvenir me faisait maintenant frémir en regardant la carte d′invitation à laquelle ils donnaient beaucoup plus de chances de m′avoir été envoyée par un mystificateur. Ahora bien, entre los rasgos privativos del salón de la princesa de Guermantes, el más habitualmente citado era cierto exclusivismo, debido en parte a la regia cuna de la princesa, y sobre todo el rigorismo casi fósil de los prejuicios aristocráticos del príncipe, prejuicios que, por lo demás, no habían tenido empacho en zaherir delante de mí el duque yla duquesa, yque, naturalmente, habían de hacerme considerar más inverosímil aún que me hubiese invitado aquel hombre para el que sólo contaban las Altezas ylos duques, y que en cada comida hacía una escena porque no se le había señalado en la mesa el sitio a que hubiera tenido derecho en tiempos de Luis XIV, sitio que, gracias a su extremada erudición en materias de historia y de genealogía, sólo él sabía cuál era. A causa de esto, muchas gentes de mundo resolvían a favor del duque y de la duquesa las diferencias que los separaban de sus primos. “El duque y la duquesa son mucho más modernos, mucho más inteligentes, no se ocupan exclusivamente, como los otros, del número de cuarteles; su salón está trescientos años más adelantada que el de su primo”, eran frases usuales cuyo recuerdo me hacía ahora estremecer cuando contemplaba la tarjeta de invitación, a la que daban muchas más probabilidades de haberme sido enviada por algún chusco.
Si encore le duc et la duchesse de Guermantes n′avaient pas été à Cannes, j′aurais pu tâcher de savoir par eux si l′invitation que j′avais reçue était véritable. Ce doute où j′étais n′est pas même dû, comme je m′en étais un moment flatté, au sentiment qu′un homme du monde n′éprouverait pas et qu′en conséquence un écrivain, appartînt-il en dehors de cela à la caste des gens du monde, devrait reproduire afin d′être bien «objectif» et de peindre chaque classe différemment. J′ai, en effet, trouvé dernièrement, dans un charmant volume de Mémoires, la notation d′incertitudes analogues à celles par lesquelles me faisait passer la carte d′invitation de la princesse. «Georges et moi (ou Hély et moi, je n′ai pas le livre sous la main pour vérifier), nous grillions si fort d′être admis dans le salon de Mme Delessert, qu′ayant reçu d′elle une invitation, nous crûmes prudent, chacun de notre côté, de nous assurer que nous n′étions pas les dupes de quelque poisson d′avril.» Or le narrateur n′est autre que le comte d′Haussonville (celui qui épousa la fille du duc de Broglie), et l′autre jeune homme qui «de son côté» va s′assurer s′il n′est pas le jouet d′une mystification est, selon qu′il s′appelle Georges ou Hély, l′un ou l′autre des deux inséparables amis de M. d′Haussonville, M. d′Harcourt ou le prince de Chalais. Todavía si el duque y la duquesa de Guermantes no hubiesen estado en Cannes, hubiera podido yo tratar de saber por ellos si la invitación que había recibido era auténtica. Esta duda en que me hallaba no se debe siquiera, como por un momento me había lisonjeado creer, al sentimiento que un hombre de mundo no experimentaría. y que, en consecuencia, un escritor, aun cuando perteneciese, fuera de esto, a la casta de las gentes de mundo, debería reproducir para ser debidamente “objetivo” y pintar cada clase diferentemente. últimamente he encontrado, en efecto, en un delicioso volumen de memorias, la notación de incertidumbres análogas a aquellas por que me hacía pasar la tarjeta de invitación de la princesa. “Jorge y yo (o Hély y yo —no tengo el libro a mano para comprobarlo—) ardíamos hasta tal punto en deseos de ser admitidos al salón de la señora Delessert, que, habiendo recibido una invitación de ella, creímos prudente, cada uno por nuestro lado, asegurarnos de que no éramos víctimas de alguna inocentada.” Ahora bien, el narrador no es otro que el conde de Hanssonville (el que casó con la hija del duque de Broglie), y el otro joven que “por su parte” va a asegurarse de si no será juguete de un bromazo, es, según se llame Jorge o Hély, uno u otro de los dos inseparables amigos del señor de Hanssonvile: el señor de Harcourt o el príncipe de Chalais.
Le jour où devait avoir lieu la soirée chez la princesse de Guermantes, j′appris que le duc et la duchesse étaient revenus à Paris depuis la veille. Le bal de la princesse ne les eût pas fait revenir, mais un de leurs cousins était fort malade, et puis le duc tenait beaucoup à une redoute qui avait lieu cette nuit-là et où lui-même devait paraître en Louis XI et sa femme en Isabeau de Bavière. Et je résolus d′aller la voir le matin. Mais, sortis de bonne heure, ils n′étaient pas encore rentrés; je guettai d′abord d′une petite pièce, que je croyais un bon poste de vigie, l′arrivée de la voiture. En réalité j′avais fort mal choisi mon observatoire, d′où je distinguai à peine notre cour, mais j′en aperçus plusieurs autres ce qui, sans utilité pour moi, me divertit un moment. Ce n′est pas à Venise seulement qu′on a de ces points de vue sur plusieurs maisons à la fois qui ont tenté les peintres, mais à Paris tout aussi bien. Je ne dis pas Venise au hasard. C′est à ses quartiers pauvres que font penser certains quartiers pauvres de Paris, le matin, avec leurs hautes cheminées évasées, auxquelles le soleil donne les roses les plus vifs, les rouges les plus clairs; c′est tout un jardin qui fleurit au-dessus des maisons, et qui fleurit en nuances si variées, qu′on dirait, planté sur la ville, le jardin d′un amateur de tulipes de Delft ou de Haarlem. D′ailleurs l′extrême proximité des maisons aux fenêtres opposées sur une même cour y fait de chaque croisée le cadre où une cuisinière rêvasse en regardant à terre, où plus loin une jeune fille se laisse peigner les cheveux par une vieille à figure, à peine distincte dans l′ombre, de sorcière; ainsi chaque cour fait pour le voisin de la maison, en supprimant le bruit par son intervalle, en laissant voir les gestes silencieux dans un rectangle placé sous verre par la clôture des fenêtres, une exposition de cent tableaux hollandais juxtaposés. Certes, de l′hôtel de Guermantes on n′avait pas le même genre de vues, mais de curieuses aussi, surtout de l′étrange point trigonométrique où je m′étais placé et où le regard n′était arrêté par rien jusqu′aux hauteurs lointaines que formait, les terrains relativement vagues qui précédaient étant fort en pente, l′hôtel de la princesse de Silistrie et de la marquise de Plassac, cousines très nobles de M. de Guermantes, et que je ne connaissais pas. Jusqu′à cet hôtel (qui était celui de leur père, M. de Bréquigny), rien que des corps de bâtiments peu élevés, orientés des façons les plus diverses et qui, sans arrêter la vue, prolongeaient la distance de leurs plans obliques. La tourelle en tuiles rouges de la remise où le marquis de Frécourt garait ses voitures se terminait bien par une aiguille plus haute, mais si mince qu′elle ne cachait rien, et faisait penser à ces jolies constructions anciennes de la Suisse, qui s′élancent isolées au pied d′une montagne. Tous ces points vagues et divergents, où se reposaient les yeux, faisaient paraître plus éloigné que s′il avait été séparé de nous par plusieurs rues ou de nombreux contreforts l′hôtel de Mme de Plassac, en réalité assez voisin mais chimériquement éloigné comme un paysage alpestre. Quand ses larges fenêtres carrées, éblouies de soleil comme des feuilles de cristal de roche, étaient ouvertes pour le ménage, on avait, à suivre aux différents étages les valets de pied impossibles à bien distinguer, mais qui battaient des tapis, le même plaisir qu′à voir, dans un paysage de Turner ou d′Elstir, un voyageur en diligence, ou un guide, à différents degrés d′altitude du Saint–Gothard. Mais de ce «point de vue» où je m′étais placé, j′aurais risqué de ne pas voir rentrer M. ou Mme de Guermantes, de sorte que, lorsque dans l′après-midi je fus libre de reprendre mon guet, je me mis simplement sur l′escalier, d′où l′ouverture de la porte cochère ne pouvait passer inaperçue pour moi, et ce fut dans l′escalier que je me postai, bien que n′y apparussent pas, si éblouissantes avec leurs valets de pied rendus minuscules par l′éloignement et en train de nettoyer, les beautés alpestres de l′hôtel de Bréquigny et Tresmes. Or cette attente sur l′escalier devait avoir pour moi des conséquences si considérables et me découvrir un paysage, non plus turnérien, mais moral si important, qu′il est préférable d′en retarder le récit de quelques instants, en le faisant précéder d′abord par celui de ma visite aux Guermantes quand je sus qu′ils étaient rentrés. Ce fut le duc seul qui me reçut dans sa bibliothèque. Au moment où j′y entrais, sortit un petit homme aux cheveux tout blancs, l′air pauvre, avec une petite cravate noire comme en avaient le notaire de Combray et plusieurs amis de mon grand-père, mais d′un aspect plus timide et qui, m′adressant de grands saluts, ne voulut jamais descendre avant que je fusse passé. Le duc lui cria de la bibliothèque quelque chose que je ne compris pas, et l′autre répondit avec de nouveaux saluts adressés à la muraille, car le duc ne pouvait le voir, mais répétés tout de même sans fin, comme ces inutiles sourires des gens qui causent avec vous par le téléphone; il avait une voix de fausset, et me resalua avec une humilité d′homme d′affaires. Et ce pouvait d′ailleurs être un homme d′affaires de Combray, tant il avait le genre provincial, suranné et doux des petites gens, des vieillards modestes de là-bas. «Vous verrez Oriane tout à l′heure, me dit le duc quand je fus entré. Comme Swann doit venir tout à l′heure lui apporter les épreuves de son étude sur les monnaies de l′Ordre de Malte, et, ce qui est pis, une photographie immense où il a fait reproduire les deux faces de ces monnaies, Oriane a préféré s′habiller d′abord, pour pouvoir rester avec lui jusqu′au moment d′aller dîner. Nous sommes déjà encombrés d′affaires à ne pas savoir où les mettre et je me demande où nous allons fourrer cette photographie. Mais j′ai une femme trop aimable, qui aime trop à faire plaisir. Elle a cru que c′était gentil de demander à Swann de pouvoir regarder les uns à côté des autres tous ces grands maîtres de l′Ordre dont il a trouvé les médailles à Rhodes. Car je vous disais Malte, c′est Rhodes, mais c′est le même Ordre de Saint–Jean de Jérusalem. Dans le fond elle ne s′intéresse à cela que parce que Swann s′en occupe. Notre famille est très mêlée à toute cette histoire; même encore aujourd′hui, mon frère que vous connaissez est un des plus hauts dignitaires de l′Ordre de Malte. Mais j′aurais parlé de tout cela à Oriane, elle ne m′aurait seulement pas écouté. En revanche, il a suffi que les recherches de Swann sur les Templiers (car c′est inouퟬa rage des gens d′une religion à étudier celle des autres) l′aient conduit à l′Histoire des Chevaliers de Rhodes, héritiers des Templiers, pour qu′aussitôt Oriane veuille voir les têtes de ces chevaliers. Ils étaient de forts petits garçons à côté des Lusignan, rois de Chypre, dont nous descendons en ligne directe. Mais comme jusqu′ici Swann ne s′est pas occupé d′eux, Oriane ne veut rien savoir sur les Lusignan.» Je ne pus tout de suite dire au duc pourquoi j′étais venu. En effet, quelques parentes ou amies, comme Mme de Silistrie et la duchesse de Montrose, vinrent pour faire une visite à la duchesse, qui recevait souvent avant le dîner, et ne la trouvant pas, restèrent un moment avec le duc. La première de ces dames (la princesse de Silistrie), habillée avec simplicité, sèche, mais l′air aimable, tenait à la main une canne. Je craignis d′abord qu′elle ne fût blessée ou infirme. Elle était au contraire fort alerte. Elle parla avec tristesse au duc d′un cousin germain à lui — pas du côté Guermantes, mais plus brillant encore s′il était possible — dont l′état de santé, très atteint depuis quelque temps, s′était subitement aggravé. Mais il était visible que le duc, tout en compatissant au sort de son cousin et en répétant: «Pauvre Mama! c′est un si bon garçon», portait un diagnostic favorable. En effet le dîner auquel devait assister le duc l′amusait, la grande soirée chez la princesse de Guermantes ne l′ennuyait pas, mais surtout il devait aller à une heure du matin, avec sa femme, à un grand souper et bal costumé en vue duquel un costume de Louis XI pour lui et d′Isabeau de Bavière pour la duchesse étaient tout prêts. Et le duc entendait ne pas être troublé dans ces divertissement multiples par la souffrance du bon Amanien d′Osmond. Deux autres dames porteuses de canne, Mme de Plassac et Mme de Tresmes, toutes deux filles du comte de Bréquigny, vinrent ensuite faire visite à Basin et déclarèrent que l′état du cousin Mama ne laissait plus d′espoir. Après avoir haussé les épaules, et pour changer de conversation, le duc leur demanda si elles allaient le soir chez Marie–Gilbert. Elles répondirent que non, à cause de l′état d′Amanien qui était à toute extrémité, et même elles s′étaient décommandées du dîner où allait le duc, et duquel elles lui énumérèrent les convives, le frère du roi Théodose, l′infante Marie–Conception, etc. Comme le marquis d′Osmond était leur parent à un degré moins proche qu′il n′était de Basin, leur «défection» parut au duc une espèce de blâme indirect de sa conduite. Aussi, bien que descendues des hauteurs de l′hôtel de Bréquigny pour voir la duchesse (ou plutôt pour lui annoncer le caractère alarmant, et incompatible pour les parents avec les réunions mondaines, de la maladie de leur cousin), ne restèrent-elles pas longtemps, et, munies de leur bâton d′alpiniste, Walpurge et Dorothée (tels étaient les prénoms des deux soeurs) reprirent la route escarpée de leur faîte. Je n′ai jamais pensé à demander aux Guermantes à quoi correspondaient ces cannes, si fréquentes dans un certain faubourg Saint–Germain. Peut-être, considérant toute la paroisse comme leur domaine et n′aimant pas prendre de fiacres, faisaient-elles de longues courses, pour lesquelles quelque ancienne fracture, due à l′usage immodéré de la chasse et des chutes de cheval qu′il comporte souvent, ou simplement des rhumatismes provenant de l′humidité de la rive gauche et des vieux châteaux, leur rendaient la canne nécessaire. Peut-être n′étaient-elles pas parties, dans le quartier, en expédition si lointaine. Et, seulement descendues dans leur jardin (peu éloigné de celui de la duchesse) pour faire la cueillette des fruits nécessaires aux compotes, venaient-elles, avant de rentrer chez elles, dire bonsoir à Mme de Guermantes chez laquelle elles n′allaient pourtant pas jusqu′à apporter un sécateur ou un arrosoir. Le duc parut touché que je fusse venu chez eux le jour même de son retour. Mais sa figure se rembrunit quand je lui eus dit que je venais demander à sa femme de s′informer si sa cousine m′avait réellement invité. Je venais d′effleurer une de ces sortes de services que M. et Mme de Guermantes n′aimaient pas rendre. Le duc me dit qu′il était trop tard, que si la princesse ne m′avait pas envoyé d′invitation, il aurait l′air d′en demander une, que déjà ses cousins lui en avaient refusé une, une fois, et qu′il ne voulait plus, ni de près, ni de loin, avoir l′air de se mêler de leurs listes, «de s′immiscer», enfin qu′il ne savait même pas si lui et sa femme, qui dînaient en ville, ne rentreraient pas aussitôt après chez eux, que dans ce cas leur meilleure excuse de n′être pas allés à la soirée de la princesse était de lui cacher leur retour à Paris, que, certainement sans cela, ils se seraient au contraire empressés de lui faire connaître en lui envoyant un mot ou un coup de téléphone à mon sujet, et certainement trop tard, car en toute hypothèse les listes de la princesse étaient certainement closes. «Vous n′êtes pas mal avec elle», me dit-il d′un air soupçonneux, les Guermantes craignant toujours de ne pas être au courant des dernières brouilles et qu′on ne cherchât à se raccommoder sur leur dos. Enfin comme le duc avait l′habitude de prendre sur lui toutes les décisions qui pouvaient sembler peu aimables: «Tenez, mon petit, me dit-il tout à coup, comme si l′idée lui en venait brusquement à l′esprit, j′ai même envie de ne pas dire du tout à Oriane que vous m′avez parlé de cela. Vous savez comme elle est aimable, de plus elle vous aime énormément, elle voudrait envoyer chez sa cousine malgré tout ce que je pourrais lui dire, et si elle est fatiguée après dîner, il n′y aura plus d′excuse, elle sera forcée d′aller à la soirée. Non, décidément, je ne lui en dirai rien. Du reste vous allez la voir tout à l′heure. Pas un mot de cela, je vous prie. Si vous vous décidez à aller à la soirée je n′ai pas besoin de vous dire quelle joie nous aurons de passer la soirée avec vous.» Les motifs d′humanité sont trop sacrés pour que celui devant qui on les invoque ne s′incline pas devant eux, qu′il les croie sincères ou non; je ne voulus pas avoir l′air de mettre un instant en balance mon invitation et la fatigue possible de Mme de Guermantes, et je promis de ne pas lui parler du but de ma visite, exactement comme si j′avais été dupe de la petite comédie que m′avait jouée M. de Guermantes. Je demandai au duc s′il croyait que j′avais chance de voir chez la princesse Mme de Stermaria. «Mais non, me dit-il d′un air de connaisseur; je sais le nom que vous dites pour le voir dans les annuaires des clubs, ce n′est pas du tout le genre de monde qui va chez Gilbert. Vous ne verrez là que des gens excessivement comme il faut et très ennuyeux, des duchesses portant des titres qu′on croyait éteints et qu′on a ressortis pour la circonstance, tous les ambassadeurs, beaucoup de Cobourg; altesses étrangères, mais n′espérez pas l′ombre de Stermaria. Gilbert serait malade, même de votre supposition. El día en que debía tener lugar la recepción en casa de la princesa de Guermantes me enteré de que el duque y la duquesa estaban de vuelta en París desde la víspera. El baile de la princesa no los hubiera hecho volver, pero uno de sus primos estaba muy enfermo, y el duque, además, tenía mucho empeño por un baile de trajes que daban esa noche y en el que había de aparecer él disfrazado de Luis XI; y su mujer de Isabel de Baviera. Y resolví ir a verlos por la mañana. Pero el duque y la duquesa, que habían salido temprano, aún no habían vuelto; espié, primero, desde un cuartito que se me antojaba una buena atalaya, la llegada del coche. En realidad, había escogido muy mal mi observatorio, desde el que distinguí apenas nuestro patio, pero vi otros muchos, cosa que, sin utilidad para mí, me distrajo un momento. No es sólo en Venecia, sino también en París, donde encuentra uno esos puntos de vista que dan a varias casas a la vez y que han tentado a los pintores. No digo Venecia a humo de pajas. En sus barrios pobres es en lo que hacen pensar ciertos barrios pobres de París, a la mañana, con sus altas chimeneas anchas de boca, a las que da el sol los rosas más vivos, los rojos más claros; es todo un jardín que florece por cima de las cosas, y que florece con matices tan varios que se diría, plantado sobre la ciudad, el jardín de un aficionado a tulipanes, de Delft o de Haarlem. Por otra parte, la extremada proximidad de las casas de ventanas opuestas que dan a un mismo patio hace, en éstos, de cada recuadra de ventana el marco en que una cocinera sueña mirando al suelo, en que más allá, una muchacha se deja peinar el pelo por una vieja, con cara —distinta apenas en la sombra— de bruja; así, cada patio constituye para el vecino de la casa, al suprimir el cuida con su intervalo, dejando ver los ademanes silenciosos en un rectángulo que ponen bajo cristales las vidrieras cerradas, una exposición de cien cuadros holandeses yuxtapuestos. Claro está que desde el palacio de Guermantes no tenía uno la misma clase de vistas, pero sí igualmente curiosas, sobre toda desde el extraño punta trigonométrica en que me había apostada yo y en el que nada estorbaba a la mirada hasta las lejanas alturas que formaban los terrenos relativamente vagos que precedían, por estar muy en cuesta, al palacio de la princesa de Silistria y de la marquesa de Plassac, nobilísimas primas del señor de Guermantes, a las que no conocía yo. Hasta ese hotel (que era el de su padre, el señor de Bréquigny) no había nada más que cuerpos de edificios poco elevados, orientados de las maneras más diversas y que, sin detener la vista, prolongaban la distancia con sus planas oblicuos. La torrecilla de tejas rajas de la cochera en que encerraba sus coches el marqués de Frécourt remataba en una aguja más alta, pera tan delgada que no tapaba nada, y hacía pensar en esas lindas construcciones antiguas de Suiza que irrumpen, aisladas, al pie de una montaña. Todos estos puntos vagas y divergentes en que se reposaban los ojos, hacían parecer más lejos que si hubiera estado separada de nosotras por varias calles o por numerosos contrafuertes el palacio de la señora de Plassac, en realidad bastante cercano, pera quiméricamente alejada como un paisaje alpestre. Cuando sus anchas ventanas cuadradas, encandiladas de sol cama hojas de cristal de roca, se abrían para hacer la limpieza, sentía uno, al seguir en los diferentes pisos a los criados imposibles de distinguir bien, pero que sacudían alfombras, el mismo goce que al ver en un cuadro de Turner a de Elstir un viajero en diligencia, o un guía, a diferentes gradas de altitud del San Gotardo. Pero desde el “punto de vista” en que me había colocada, me hubiera expuesta a no ver entrar al señor o a la señora de Guermantes, de modo que cuando, a la hora de la siesta, me vi en libertad de volver a mi acechadero, emboqué sencillamente por la escalera desde la que no podía pasar inadvertida fiara mí el abrirse la puerta cochera, y en la escalera fue donde me aposté, bien que no apareciesen en ella, tan deslumbradoras con sus criados —que el alejamiento tornaba minúsculos, entregados a los quehaceres de la limpieza—, las bellezas alpestres del palacio de Bréquigny y de Tresmes. Ahora bien, esta espera en la escalera había de tener para mí consecuencias tan considerables y descubrirme un paisaje no ya turneriano, sino moral, tan importante, que es preferible aplazar por unos instantes el relato de las mismas, haciéndolo preceder primeramente del de mi visita a los Guermantes cuando supo que habían vuelto. Fue el duque solo quien me recibió en su biblioteca. En el momento en que entraba yo en ésta salió un hombrecillo con el pelo completamente blanco, de apariencia pobretona, con una corbatita negra como la que gastaban el notario de Combray y varios amigos de mi abuelo, pero de aspecto más tímido, y que, dirigiéndome grandes saludos, no consintió de ningún modo en bajar antes de que hubiese pasado yo. El duque le gritó desde la biblioteca algo que no entendí, y el otro respondió con nuevos saludos dirigidos a la pared, ya que el duque no podía verlo, pero repetidos de todas maneras sin fin, como esas inútiles sonrisas de las personas que hablan con uno por teléfono; el viejo tenía una voz de falsete, v volvió a saludarme con amabilidad de hombre de negocios. Y podía, por lo demás, ser un hombre de negocios de Combray —hasta tal punto tenía el corte provinciano, anticuado y apacible de las gentes humildes, de los vicios modestos de allá. +“Ahora mismo verá usted a Oriana —me dijo el duque en cuanto hube entrado—. Como Swann tiene que venir dentro de un momento a traerle las pruebas de su estudio sobre las monedas de la Orden de Malta, y, lo que es peor, una fotografía inmensa en que ha hecho reproducir las dos caras de esas monedas, Oriana ha preferido vestirse primero para poder estar con él hasta el momento de ir a cenar. Estamos ya tan llenos de trastos que no sabemos dónde ponerlos, y es lo que me digo yo, dónde vamos a meter esa fotografía. Pero es que tengo una mujer demasiado amable, que se complace con exceso en dar gusto a la gente. Le ha parecido que estaría bien pedirle a Swann que le dejase ver unos junto a otros todos esos maestros de la Orden, cuyas medallas ha encontrado él en Rodas. Porque le decía yo a usted: Malta es Rodas, pero se trata de la misma Orden de San Juan de Jerusalén. En el fondo, si a Oriana le interesan esas casas es únicamente porque Swann se ocupa de ellas. Nuestra familia ancla muy mezclada con todo eso.; aún hoy, mi Hermano, al que usted conoce, es uno de los más altos dignatarios de la Orden de Malta. Pero si yo le hubiese hablado de todas estas cosas a Oriana, ni siquiera me habría escuchado. En cambio, ha bastado que las investigaciones de Swann acerca de los Templarios (porque es inaudito el delirio de la gente de una religión por estudiar la de los demás) lo hayan llevado a la historia de los Caballeros de Rodas; herederos de los Templarios, vara que inmediatamente quiera ver las cabezas de esos caballeros. Eran unos chiquilicuatros al lado de los Lusiñán, reyes de Chipre, de quienes descendemos por línea recta. Pero como Swann, hasta ahora, no se ha ocupado de ellos, tampoco Oriana quiere saber nada acerca de los Lusiñán.” No pude decirle en seguida al duque a qué había ida a su casa. En efecto, algunas parientas o amibas, como la señora de Silistria y la duquesa de Montrose, vinieron a hacer una vista a la duquesa, que solía recibir antes de la cena, y. como no encontrasen a aquélla, se quedaron un momento con el duque. La primera de dichas damas da princesa de Silistria), vestida con sencillez, seca, pero de aspecto amable, llevaba en la mano un bastón. Temí, al pronto, que estuviese herida o que fuese inválida. Era, por el contrario, muy avispada. Habló con tristeza al duque de un primo hermano de éste —no por parte de los Guermantes, sino por otro lado más brillante aún si cabía—, cuyo estado de salud, muy quebrantado ya desde hacía algún tiempo, se había agravado súbitamente. Pero se veía que el duque, sin dejar de compadecer la mala suerte de su primo ni de repetir: “¡Pobre Mamá! ¡Es tan buen chico!”, daba un diagnóstico favorable. En efecto, la comida a que debía asistir el duque le divertía, la espléndida recepción en casa de la princesa de Guermantes no le aburría; pero, sobre todo, tenía que ir a la una de la mañana con su mujer a una gran cena y a un baile de trajes, pensando en el cual estaban a punto un disfraz de Luis XI para él y otro de Isabel de Baviera para la duquesa. Y el duque no quería que le echase a perder estas diversiones múltiples el sufrimiento del buen Amaniano de Asmond. Otras dos damas portadoras de bastones, la señora de Plassac y la de Tresmes, hijas ambas del conde de Bréquigny, vinieron luego a hacer su visita a Basin, y declararon que el estado del primo Mama no daba ya lugar a esperanzas. Después de haberse encogido de hombros, por cambiar de conversación, el duque les preguntó si iban aquella noche a casa de María Gilberto. Respondieron que no, por el estado de Amaniano, que estaba en las últimas, y que incluso habían desistido de asistir a la comida a que iba el duque, y cuyos comensales —el hermano del rey Teodosio, la infanta María Concepción, etc.— le enumeraron. Como el marqués de Osmond era pariente suyo en un grado menos próximo que de Basin, su “defección” le pareció al duque algo así como una censura indirecta a su proceder. Así, aun cuando habían bajado de las alturas del palacio de Bréquigny para ver a la duquesa (o más bien para anunciarle el carácter alarmante e incompatible con las reuniones mundanas, para los parientes, de su primo), no se quedaron mucho rato, y, provistas de su bastón de alpinista, Walpurgis y Dorotea (tales eran los nombres de las dos hermanas) emprendieron de nuevo el escarpado camino de su cumbre. Nunca se me ocurrió preguntarles a los Guermantes a qué venían aquellos bastones, tan frecuentes en cierto sector del barrio de Saint-Germain. Quizá considerando toda la parroquia como dominio suyo, y porque no les gustase tomar coches de punto, se diesen las dos hermanas largos paseos a pie, para los que alguna antigua fractura, debida al uso inmoderado de la caza v a las caídas de caballo que a mentido lleva consigo, o simplemente los reumatismos provenientes de la humedad de la orilla izquierda del río y de los castillos antiguos, les hacían necesario el bastón. Acaso no hubiesen salido para una expedición tan dilatada por el barrio, v, habiendo bajado solamente a su jardín (que estaba no muy lejos del de la duquesa) a recoger la fruta que necesitaban para las compotas, venían, antes de volverse a casa, a dar las buenas noches a la señora de Guermantes, a cuya casa no llegaban, sin embargo. a llevar unas podaderas o una regadera. Al duque pareció halagarle que yo hubiese ido a su casa el mismo día de mi regreso. Pero su semblante se ensombreció cuando le dije que venía a pedirle a su mujer que se informase de si realmente me había invitado su prima. Acababa yo de rozar tino de esos servicios arte ni al señor ni a la señora de Guermantes les gustaba prestar. El duque me dijo que era demasiado tarde: que si la princesa no me había enviado invitación, iba a parecer como que pedía él una; que ya le habían negado una sus primos una vez, y que no quería va, ni de cerca ni de lejos, parecer que se entremetía en sus listas, “que se inmiscuía”—, en fin, que ni siquiera sabía si él y su mujer, que cenaban fuera, se volverían inmediatamente después a casa: que en ese caso, su mejor disculpa por no haber ido a la recepción de la princesa era ocultarle su regreso a París; que, evidentemente, de no ser así, .se hubieran apresurado, por el contrario, a hacérselo saber, mandándole dos letras o dándole un telefonazo a propósito de mí, y seguramente demasiado tarde, porque, según todas las hipótesis, las listas de la princesa estarían de seguro cerradas. “¿No estará usted a mal con ella?”, me dijo con expresión recelosa, porque los Guermantes tenían siempre el temor de no estar al corriente de las últimas desavenencias, y de que no tratara uno de arreglarse a costa de ellos. Al fin, como el duque tenía la costumbre de echar sobre sí todas las decisiones que podían parecer poco amables: “Mire usted, hijo mío —me dijo de pronto, como si la idea hubiese acudido bruscamente a su magín—, hasta me dan ganas de no decirle nada a Oriana de que me ha hablada usted de esto. Ya sabe usted lo amable que es ella; además, lo quiere a usted enormemente, querría mandar recado a casa de su prima, a pesar de cuanto ya pudiera decirle, ¡y está tan cansada después de cenar!, ya no habrá ninguna excusa que valga, se verá obligada a ir a la recepción. No, decididamente, no le diré nada. Por lo demás, ahora mismo va usted a verla. Ni una palabra de esto, se lo ruego. Si se decide a ir a la recepción, no necesito decirle qué alegría tendremos en pasar con usted la velada.” Los motivos de humanidad son demasiado sagrados para que aquel delante de quien se invocan no se incline ante ellos, créalos sinceros o no; no quise parecer que ponía ni un instante en la balanza mi invitación y la posible fatua de la señora de Guermantes, y prometí no hablar a ésta del objeto de mi visita, exactamente como si me hubiera engañado la comedieta que para mí acababa de representar el señor de Guermantes. Pregunté al duque si creía que tendría yo alguna probabilidad de ver en casa de la princesa a la señora de Stermaria. “No —me dijo con expresión de buen conocedor—: conozco el apellido que dice usted de verlo en las anuarios de los clubes; no es ésa precisamente la clase de sociedad que va a casa de Gilberto. Allí no verá usted más que tientes excesivamente correctas y aburridísimas, duquesas que llevan títulos dite uno creía extinguidos y que se han vuelto a sacar para el caso, todos los embajadores, muchas Colturgos, Altezas extranjeras, pera no piense usted encontrar ni sombra de Stermaria Gilberto se pondría enfermo sólo con esa suposición de usted.”
«Tenez, vous qui aimez la peinture, il faut que je vous montre un superbe tableau que j′ai acheté à mon cousin, en partie en échange des Elstir, que décidément nous n′aimions pas. On me l′a vendu pour un Philippe de Champagne, mais moi je crois que c′est encore plus grand. Voulez-vous ma pensée? Je crois que c′est un Vélasquez et de la plus belle époque», me dit le duc en me regardant dans les yeux, soit pour connaître mon impression, soit pour l′accroître. Un valet de pied entra. «Mme la duchesse fait demander à M. le duc si M. le duc veut bien recevoir M. Swann, parce que Mme la duchesse n′est pas encore prête. “¡Ah!, a usted que le gusta la pintura, tengo que enseñarle un cuadro soberbio que le he comprado a mi primo, en parte a cambio de los Elstir, que decididamente no nos gustaban. Me lo han vendido por un Philippe de Champagne, pero ya creo que es algo aún más grande. Me parece que es un Velázquez, y de la época más hermosa”, me dijo el duque mirándose a los ojos, fuese por conocer mi impresión, fuese para aumentarla; entró un criado. “La señora duquesa me manda a preguntar al señor duque si quiere recibir el señor duque al señor Swann, porque la señora duquesa todavía no está arreglada.”
— Faites entrer M. Swann», dit le duc après avoir regardé et vu à sa montre qu′il avait lui-même quelques minutes encore avant d′aller s′habiller. «Naturellement ma femme, qui lui a dit de venir, n′est pas prête. Inutile de parler devant Swann de la soirée de Marie–Gilbert, me dit le duc. Je ne sais pas s′il est invité. Gilbert l′aime beaucoup, parce qu′il le croit petit-fils naturel du duc de Berri, c′est toute une histoire. (Sans ça, vous pensez! mon cousin qui tombe en attaque quand il voit un Juif à cent mètres.) Mais enfin maintenant ça s′aggrave de l′affaire Dreyfus, Swann aurait dû comprendre qu′il devait, plus que tout autre, couper tout câble avec ces gens-là, or, tout au contraire, il tient des propos fâcheux.» Le duc rappela le valet de pied pour savoir si celui qu′il avait envoyé chez le cousin d′Osmond était revenu. En effet le plan du duc était le suivant: comme il croyait avec raison son cousin mourant, il tenait à faire prendre des nouvelles avant la mort, c′est-à-dire avant le deuil forcé. Une fois couvert par la certitude officielle qu′Amanien était encore vivant, il ficherait le camp à son dîner, à la soirée du prince, à la redoute où il serait en Louis XI et où il avait le plus piquant rendez-vous avec une nouvelle maîtresse, et ne ferait plus prendre de nouvelles avant le lendemain, quand les plaisirs seraient finis. Alors on prendrait le deuil, s′il avait trépassé dans la soirée. «Non, monsieur le duc, il n′est pas encore revenu. — Cré nom de Dieu! on ne fait jamais ici les choses qu′à la dernière heure», dit le duc à la pensée qu′Amanien avait eu le temps de «claquer» pour un journal du soir et de lui faire rater sa redoute. Il fit demander le Temps où il n′y avait rien. Je n′avais pas vu Swann depuis très longtemps, je me demandai un instant si autrefois il coupait sa moustache, ou n′avait pas les cheveux en brosse, car je lui trouvais quelque chose de changé; c′était seulement qu′il était en effet très «changé», parce qu′il était très souffrant, et la maladie produit dans le visage des modifications aussi profondes que se mettre à porter la barbe ou changer sa raie de place. (La maladie de Swann était celle qui avait emporté sa mère et dont elle avait été atteinte précisément à l′âge qu′il avait. Nos existences sont en réalité, par l′hérédité, aussi pleines de chiffres cabalistiques, de sorts jetés, que s′il y avait vraiment des sorcières. Et comme il y a une certaine durée de la vie pour l′humanité en général, il y en a une pour les familles en particulier, c′est-à-dire, dans les familles, pour les membres qui se ressemblent.) Swann était habillé avec une élégance qui, comme celle de sa femme, associait à ce qu′il était ce qu′il avait été. Serré dans une redingote gris perle, qui faisait valoir sa haute taille, svelte, ganté de gants blancs rayés de noir, il portait un tube gris d′une forme évasée que Delion ne faisait plus que pour lui, pour le prince de Sagan, pour M. de Charlus, pour le marquis de Modène, pour M. Charles Haas et pour le comte Louis de Turenne. Je fus surpris du charmant sourire et de l′affectueuse poignée de mains avec lesquels il répondit à mon salut, car je croyais qu′après si longtemps il ne m′aurait pas reconnu tout de suite; je lui dis mon étonnement; il l′accueillit avec des éclats de rire, un peu d′indignation, et une nouvelle pression de la main, comme si c′était mettre en doute l′intégrité de son cerveau ou la sincérité de son affection que supposer qu′il ne me reconnaissait pas. Et c′est pourtant ce qui était; il ne m′identifia, je l′ai su longtemps après, que quelques minutes plus tard, en entendant rappeler mon nom. Mais nul changement dans son visage, dans ses paroles, dans les choses qu′il me dit, ne trahirent la découverte qu′une parole de M. de Guermantes lui fit faire, tant il avait de maîtrise et de sûreté dans le jeu de la vie mondaine. Il y apportait d′ailleurs cette spontanéité dans les manières et ces initiatives personnelles, même en matière d′habillement, qui caractérisaient le genre des Guermantes. C′est ainsi que le salut que m′avait fait, sans me reconnaître, le vieux clubman n′était pas le salut froid et raide de l′homme du monde purement formaliste, mais un salut tout rempli d′une amabilité réelle, d′une grâce véritable, comme la duchesse de Guermantes par exemple en avait (allant jusqu′à vous sourire la première avant que vous l′eussiez saluée si elle vous rencontrait), par opposition aux saluts plus mécaniques, habituels aux dames du faubourg Saint–Germain. C′est ainsi encore que son chapeau, que, selon une habitude qui tendait à disparaître, il posa par terre à côté de lui, était doublé de cuir vert, ce qui ne se faisait pas d′habitude, mais parce que c′était (à ce qu′il disait) beaucoup moins salissant, en réalité parce que c′était fort seyant. «Tenez, Charles, vous qui êtes un grand connaisseur, venez voir quelque chose; après ça, mes petits, je vais vous demander la permission de vous laisser ensemble un instant pendant que je vais passer un habit; du reste je pense qu′Oriane ne va pas tarder.» Et il montra son «Vélasquez» à Swann. «Mais il me semble que je connais ça,» fit Swann avec la grimace des gens souffrants pour qui parler est déjà une fatigue. «Oui, dit le duc rendu sérieux par le retard que mettait le connaisseur à exprimer son admiration. Vous l′avez probablement vu chez Gilbert. “Haga usted pasar al señor Swann”, dijo el duque después de haber mirado su reloj y visto que aún le quedaban unos minutos antes de ir a vestirse. “Naturalmente, mi mujer, que le ha dicho que viniera, no está arreglada. No hay para qué hablar delante de Swann de la recepción de María Gilberta —me dijo el duque—. No sé si está invitado. Gilberto lo quiere mucho, porque lo cree nieto natural del duque de Berri: es toda una historia. (De no ser por eso, figúrese usted, ¡mi primo, (me le da un ataque cuando ve un indio a cien metros!) Pero, en fin, altura la cosa se agrava con la cuestión de Dreyfus: Swann hubiera debido comprender que él más que ningún otro debía cortar todos los calles con esas gentes; pues bueno, lejos de eso, anda diciendo por allí cosas desagradables.” El duque llamó al criado para saber si el que había mandado a casa de su primo el de Osmond había vuelto. En efecto, el plan del duque era el siguiente: como creía, con razón, moribundo a su primo, tenía empeño en hacer que le trajesen noticias de él antes de su muerte; es decir, antes del lato forzoso. Una vez a cubierto por la certeza: oficial de que Amaniano estaba vivo afín, se largaría a su cena, a la recepción del príncipe, al baile de trajes a que iría disfrazado de Luis XI y en donde tenía la más excitante de las citas con una nueva querida, y ya no mandaría en busca de noticias antes de la mañana siguiente, cuando hubieran acabado las diversiones. Entonces se pondrían de luto, si el enfermo había fallecido durante la noche: “No, señor duque, todavía no ha vuelto. ¡Maldita sea! Aquí no sé hacen nunca las cosas hasta última llora”, dijo el duque ante el pensamiento de que Amaniano había tenido tiempo de “espichar” para cuando saliese algún periódico de la noche, y hacerle perder a él su baile de trajes. Mandó que le trajesen el Taenahs, en que no venía nada. No había visto yo a Swann desde hacía mucho tiempo; por un instante me pregunté si no se afeitaba antes el bigote, o si no llevaba el pelo cortado al rape, porque encontraba algún cambio en él; era únicamente que estaba, en efecto, muy “cambiado”, porque estaba muy malo, y la enfermedad produjo en el semblante modificaciones tan profundas como el dejarse crecer la barba o cambiarse de lado la raya. (La enfermedad de Swann era la misma que se había llevado a su madre y por la que ésta había sido atacada precisamente a la edad que tenía él. Nuestras existencias están, en realidad, por la obra de la herencia, tan llenas de cifras cabalísticas, de aojamientos, como si realmente hubiera brujas. Y así como hay una cierta duración de la vida para la humanidad en general, hay una para las familias en particular; es decir, dentro de las familias, para los miembros que se parecen.) Swann iba vestido con una elegancia que, como la de su mujer, asociaba a lo que era lo que había sido. Enfundado en una levita gris perla que hacía resaltar su aventajada estatura, esbelto, blancos los guantes con rayas negras en el dorso, llevaba una chistera gris de una forma ancha de base que hacía Delion exclusivamente para él, para el príncipe de Sagan, para el señor de Charlus, para el marqués de Módem, para Carlos Haas y para el conde Luis de Turena. Me dejó sorprendido la agradable sonrisa y el afectuoso apretón de manos con que respondió a mi saludo, porque creía yo que al cabo de tanto tiempo no habría de reconocerme en seguida; le dije cuál era mi asombro; lo recibió con risotadas, un poco de indignación y una nueva presión de la mano, como si fuese poner en duda la integridad de su inteligencia o la sinceridad de su afecto suponer que no me reconociera. Y ése era, sin embargo, el caso; no, me identificó, la he sabido mucho después, hasta unos minutos más tarde, al oír mi apellido. Pero ningún cambio en su rostro, en sus palabras, en las cosas que me dijo, delató el descubrimiento, que una frase del señor de Guermantes lo llevó a hacer; tal maestría y seguridad tenía en el juego de la vida mundana. Ponía en él, por lo demás, aquella espontaneidad en las maneras y aquellas iniciativas personales, inclusa en materia de atuendo, que caracterizaban a la especie de los Guermantes. Así, el saludo que sin reconocerme me había hecha el viejo clubman no era el saludo frío yrápido del hombre de mundo puramente formalista, sino un saludo colmado de una amabilidad real, de una gracia verdadera, coma las que tenía la duquesa de Guermantes, por ejemplo (que llegaba hasta ser la primera en sonreíros antes de que la hubieseis saludado si se encontraba con vosotros), en oposición a los saludos más mecánicos, habituales en las damas del barrio de Saint-Germain. Del mismo modo, también, su sombrero, que, con arreglo a una costumbre que tendía a desaparecer, puso en el suelo a su lado, estaba forrada de cuero verde, casa que no se hacía de ordinaria, pero es porque (según decía él) era mucho menos sucio, y en realidad porque estaba muy bien. “Oiga usted, Carlos, usted que es buen catador, venga a ver una casa; después, hijitos, voy a pedirles permiso para dejarlos juntos un instante mientras voy a ponerme un frac; por lo demás, supongo que no ha de tardar Oriana.” Y le enseñó su Velázquez a Swann, “¡Pera si me parece que conozco esto!”, dijo Swann, con la mueca de las personas enfermas para quienes hablar es ya una fatiga. “Sí —dijo el duque, al que había hecho ponerse serio lo que tardaba el conocedor en expresar su admiración—. Probablemente lo habrá visto usted en casa de Gilberto.”.
— Ah! en effet, je me rappelle. “¡Ah!, en efecto, ahora me acuerdo.”
— Qu′est-ce que vous croyez que c′est? “¿Qué cree usted que es?”
— Eh bien, si c′était chez Gilbert, c′est probablement un de vos ancêtres , dit Swann avec un mélange d′ironie et de déférence envers une grandeur qu′il eût trouvé impoli et ridicule de méconnaître, mais dont il ne voulait, par bon goût, parler qu′en «se jouant». “Pues, si estaba en casa de Gilberto, probablemente será alguno de sus antepasados”, dijo Swann con una mezcla de ironía ydeferencia hacia una grandeza que hubiera estimado descortés y ridículo negarse a reconocer, pero de la que por buen gusto no quería hablar sino “en broma”.
— Mais bien sûr, dit rudement le duc. C′est Boson, je ne sais plus quel numéro, de Guermantes. Mais ça, je m′en fous. Vous savez que je ne suis pas aussi féodal que mon cousin. J′ai entendu prononcer le nom de Rigaud, de Mignard, même de Vélasquez!» dit le duc en attachant sur Swann un regard et d′inquisiteur et de tortionnaire, pour tâcher à la fois de lire dans sa pensée et d′influencer sa réponse. «Enfin, conclut-il, car, quand on l′amenait à provoquer artificiellement une opinion qu′il désirait, il avait la faculté, au bout de quelques instants, de croire qu′elle avait été spontanément émise; voyons, pas de flatterie. Croyez-vous que ce soit d′un des grands pontifes que je viens de dire? “Pues claro que sí —dijo violentamente el duque—. Es Boson, número va no sé cuántos de los Guermantes. Pero eso me trae sin cuidado. Ya sabe usted que no soy tan feudal como mi primo. He oído apuntar el nombre de Rigaud, de Mignard, y de Velázquez, inclusive! —dijo el duque, clavando en Swann ana mirada de inquisidor yde sayón, para tratar a la vez de leer en su pensamiento yde influir en su respuesta—. En fin —concluyó, porque cuando se lo llevaba a provocar artificialmente una opinión que deseaba, tenía* la facultad, al cabo de unos instantes, de creer que había sido emitida espontáneamente—;vamos a ver, sin lisonjas: ¿Cree usted que sea de alguno de los grandes pontífices que acabo de decir?”
— Nnnnon, dit Swann. “Nnnno”, dijo Swann.
— Mais alors, enfin moi je n′y connais rien, ce n′est pas à moi de décider de qui est ce croûton-là. Mais vous, un dilettante, un maître en la matière, à qui l′attribuez-vous? Vous êtes assez connaisseur pour avoir une idée. A qui l′attribuez-vous?» Swann hésita un instant devant cette toile que visiblement il trouvait affreuse: «A la malveillance!» répondit-il en riant au duc, lequel ne put laisser échapper un mouvement de rage. Quand elle fut calmée: «Vous êtes bien gentils tous les deux, attendez Oriane un instant, je vais mettre ma queue de morue et je reviens. Je vais faire dire à ma bourgeoise que vous l′attendez tous les deux.» Je causai un instant avec Swann de l′affaire Dreyfus et je lui demandai comment il se faisait que tous les Guermantes fussent antidreyfusards. «D′abord parce qu′au fond tous ces gens-là sont antisémites», répondit Swann qui savait bien pourtant par expérience que certains ne l′étaient pas, mais qui, comme tous les gens qui ont une opinion ardente, aimait mieux, pour expliquer que certaines personnes ne la partageassent pas, leur supposer une raison préconçue, un préjugé contre lequel il n′y avait rien à faire, plutôt que des raisons qui se laisseraient discuter. D′ailleurs, arrivé au terme prématuré de sa vie, comme une bête fatiguée qu′on harcèle, il exécrait ces persécutions et rentrait au bercail religieux de ses pères. “Pero entonces, en fin, yo no entiendo nada de esto, no es a mí a quien toca decidir de quién es este mamarracho. Pero usted, que es un aficionado, un maestro en la materia, ¿a quién lo atribuye? Es usted bastante entendido para tener alguna idea.” Swann vaciló un momento ante aquel lienzo que visiblemente encontraba horrible: “¡A la malevolencia!”, respondió, riéndose, al duque, que no pudo dejar pasar un movimiento de ira. Cuando ésta se hubo calmado: “Ustedes son muy amables, esperen un instante a Oriana, voy a ponerme el frac, y vuelvo. Voy a hacer que avisen ala parienta de que están ustedes esperándola.” Hablé un momento con Swann de la cuestión de Dreyfus, y le pregunté cómo podía ser que todos los Guermantes fuesen antidreyfusistas. “En primer lugar, porque toda esa gente es antisemita”, respondió Swann, que de sobra sabía, sin embargo, por experiencia, que algunos de ellos no lo eran, pero que, como todas las gentes que profesan una opinión ardiente, prefería, para explicar que ciertas personas no la compartiesen, suponerles una razón preconcebida, un prejuicio contra el que no había modo de hacer nada, antes que unas razones que pudieran ser sometidas a discusión. , .Por otra parte, llegado al término prematuro de su vida, como un animal rendido al que se hostiga, execraba esas persecuciones y —se acogía de nuevo al aprisco religioso de sus padres.
— Pour le prince de Guermantes, dis-je, il est vrai, on m′avait dit qu′il était antisémite. “Por lo que se refiere al príncipe de Guermantes —dije—, es verdad, me habían dicho que era antisemita.”
— Oh! celui-là, je n′en parle même pas. C′est au point que, quand il était officier, ayant une rage de dents épouvantable, il a préféré rester à souffrir plutôt que de consulter le seul dentiste de la région, qui était juif, et que plus tard il a laissé brûler une aile de son château, où le feu avait pris, parce qu′il aurait fallu demander des pompes au château voisin qui est aux Rothschild. “¡Oh!, de ése ni siquiera hablo. Lo es hasta el punto de que cuando era oficial, un día que estaba con un dolor de muelas espantoso, prefirió seguir con los dolores antes que consultarse con el único dentista de la comarca, que era judío; y más tarde ha dejado que se quemase una ala de su castillo en que había prendido el fuego, porque hubiera tenido que pedir unas bombas de incendios al castillo vecina, que es de los Rothschild.”
— Est-ce que vous allez par hasard ce soir chez lui? “¿Va usted por casualidad esta noche a su casa?”
— Oui, me répondit-il, quoique je me trouve bien fatigué: Mais il m′a envoyé un pneumatique pour me prévenir qu′il avait quelque chose à me dire. Je sens que je serai trop souffrant ces jours-ci pour y aller ou pour le recevoir; cela m′agitera, j′aime mieux être débarrassé tout de suite de cela. “Sí —me respondió—, aunque me encuentro cansadísimo. Pero me ha mandado un continental para advertirme que tenía que decirme algo. Siento que voy a estar demasiado malo estos días para ir a su casa o para recibirlo: me agitaré a cuenta de esa, y prefiero verme libre de ello en seguida.”
— Mais le duc de Guermantes n′est pas antisémite. “Pero el duque de Guermantes no es antisemita.”
— Vous voyez bien que si puisqu′il est antidreyfusard, me répondit Swann, sans s′apercevoir qu′il faisait une pétition de principe. Cela n′empêche pas que je suis peiné d′avoir déçu cet homme — que dis-je! ce duc — en n′admirant pas son prétendu Mignard, je ne sais quoi. “Ya ve usted que sí, puesto que es antidreyfusista” —me respondió Swann, sin darse cuenta de que cometía una petición de principio—. Eso no impide que me duela haber defraudado a ese hombre — ¡qué digo!, a ese duque— al no admirar su supuesto Mignard, o lo que fuese.”
— Mais enfin, repris-je en revenant à l′affaire Dreyfus, la duchesse, elle, est intelligente. “Pero, bueno — continué, volviendo a la cuestión de Dreyfus—, la duquesa es inteligente.”
— Oui, elle est charmante. A mon avis, du reste, elle l′a été encore davantage quand elle s′appelait encore la princesse des Laumes. Son esprit a pris quelque chose de plus anguleux, tout cela était plus tendre dans la grande dame juvénile, mais enfin, plus ou moins jeunes, hommes ou femmes, qu′est-ce que vous voulez, tous ces gens-là sont d′une autre race, on n′a pas impunément mille ans de féodalité dans le sang. Naturellement ils croient que cela n′est pour rien dans leur opinion. “Sí, es encantadora. En mi opinión, aún lo ha sido más todavía cuando se llamaba princesa de los Laumes. Su inteligencia ha cobrado un no sé qué más anguloso; todo eso era más tierno en la gran dama juvenil; pero al fin, más o menos jóvenes, hombres y mujeres, ¿qué quiere usted?, toda esa gente es de otra raza, no se llevan impunemente mil años de feudalismo en la masa de la sangre. Ellos, naturalmente, creen que eso no entra para nada en sus opiniones.”
— Mais Robert de Saint–Loup pourtant est dreyfusard? Pero Roberto de Saint-Loup, así como así, es dreyfusista.”
— Ah! tant mieux, d′autant plus que vous savez que sa mère est très contre. On m′avait dit qu′il l′était, mais je n′en étais pas sûr. Cela me fait grand plaisir. Cela ne m′étonne pas, il est très intelligent. C′est beaucoup, cela. “¡Ah!, ¡mejor que mejor!, tanto más, cuanto que ya sabe usted que su madre es muy antidreyfusista. Me habían dicho de él que era dreyfusista, pera no estaba seguro de ello.
Le dreyfusisme avait rendu Swann d′une naîµ¥té extraordinaire et donné à sa façon de voir une impulsion, un déraillement plus notables encore que n′avait fait autrefois son mariage avec Odette; ce nouveau déclassement eût été mieux appelé reclassement et n′était qu′honorable pour lui, puisqu′il le faisait rentrer dans la voie par laquelle étaient venus les siens et d′où l′avaient dévié ses fréquentations aristocratiques. Mais Swann, précisément au moment même où, si lucide, il lui était donné, grâce aux données héritées de son ascendance, de voir une vérité encore cachée aux gens du monde, se montrait pourtant d′un aveuglement comique. Il remettait toutes ses admirations et tous ses dédains à l′épreuve d′un critérium nouveau, le dreyfusisme. Que l′antidreyfusisme de Mme Bontemps la lui fît trouver bête n′était pas plus étonnant que, quand il s′était marié, il l′eût trouvée intelligente. Il n′était pas bien grave non plus que la vague nouvelle atteignît aussi en lui les jugements politiques, et lui fit perdre le souvenir d′avoir traité d′homme d′argent, d′espion de l′Angleterre (c′était une absurdité du milieu Guermantes) Clémenceau, qu′il déclarait maintenant avoir tenu toujours pour une conscience, un homme de fer, comme Cornély. «Non, je ne vous ai jamais dit autrement. Vous confondez.» Mais, dépassant les jugements politiques, la vague renversait chez Swann les jugements littéraires et jusqu′à la façon de les exprimer. Barrès avait perdu tout talent, et même ses ouvrages de jeunesse étaient faiblards, pouvaient à peine se relire. «Essayez, vous ne pourrez pas aller jusqu′au bout. Quelle différence avec Clémenceau! Personnellement je ne suis pas anticlérical, mais comme, à côté de lui, on se rend compte que Barrès n′a pas d′os! C′est un très grand bonhomme que le père Clémenceau. Comme il sait sa langue!» D′ailleurs les antidreyfusards n′auraient pas été en droit de critiquer ces folies. Ils expliquaient qu′on fût dreyfusiste parce qu′on était d′origine juive. Si un catholique pratiquant comme Saniette tenait aussi pour la révision, c′était qu′il était chambré par Mme Verdurin, laquelle agissait en farouche radicale. Elle était avant tout contre les «calotins». Saniette était plus bête que méchant et ne savait pas le tort que la Patronne lui faisait. Que si l′on objectait que Brichot était tout aussi ami de Mme Verdurin et était membre de la Patrie française, c′est qu′il était plus intelligent. «Vous le voyez quelquefois?» dis-je à Swann en parlant de Saint–Loup. Eso me da un alegrón. No me choca de él, es muy inteligente. Eso es mucho.” El dreyfusismo había vuelto a Swann de un candor extraordinario, comunicando a su manera de ver un impulso, un descarrío más notables aún de los que en otro tiempo le había traído su boda con Odette; este nuevo cambio de posición hubiera estada mejor calificado de reencasillamiento, y no era sino honroso para él, ya que lo hacía volver a encauzarse en el camino por donde habían venido los suyos y del que lo habían desviado sus relaciones aristocráticas. Pero Swann, precisamente en el mismo momento en que, tan lícito, le estaba dado, gracias a los antecedentes heredados de su ascendencia, ver una verdad todavía oculta para las gentes de mundo, mostrábase, sin embargo, de una ceguedad cómica. Remitía todas sus admiraciones y todos sus desdenes a la prueba de un criterio nuevo, el dreyfusismo. Que el antidreyfusismo de la señora de Bontemps lo, hiciese encontrarla estúpida no tenía más de asombroso que el hecho de que cuando se había casado, la hubiese encontrado inteligente. Tampoco era muy grave que la nueva oleada alcanzase asimismo en él a los juicios políticos, y le hiciese perder el recuerdo de haber tratado de hombre venal, de espía de Inglaterra (era un absurdo del círculo de los Guermantes), a Clemenceau, al que ahora declaraba haber tenido siempre por una conciencia, por un hombre de hierro, como Cornély. “No, nunca le he dicho a usted otra cosa. Se confunde usted.” Pero la ola, pasando más allá de los juicios políticos, echaba por tierra en Swann los juicios literarios y hasta la manera de expresarlos. Barrés había perdido todo asomo de talento, y hasta sus obras de mocedad —eran flojuchas, apenas podían releerse. “Inténtelo usted, no podrá llegar hasta el final. ¡Qué diferencia de Clemenceau! Yo, personalmente, no soy anticlerical, pero al lado de ese hombre, ¡cómo se da uno cuenta de que Barrés no tiene huesos! El tío Clemenceau es un buenazo estupendo. ¡Cómo conoce su lengua!” Por lo demás, los antidreyfusistas no hubieran tenido derecho a criticar estas locuras. Explicaban que una persona fuese dreyfusista por ser de origen judío. Si un católico practicante como Samiette estaba también por la revisión, era que lo tenía cogido la señora Verdurin, que procedía como una radical acérrima. Estaba, ante todo, contra los “carcas”. Samiette tenía más de tonto que de malo, y no sabía el daño que le hacía la Patrona. Y si se objetaba que también Brichot era amigo de la señora Verdurin y miembro de “La Patria Francesa”, es porque era más inteligente. “Usted lo, ve alguna vez”, dije a Swann, hablando de Saint-Loup.
— Non, jamais. Il m′a écrit l′autre jour pour que je demande au duc de Mouchy et à quelques autres de voter pour lui au Jockey, où il a du reste passé comme une lettre à la poste. “No, nunca. El otro día me ha escrito para que le pida al duque de Mouchy y a algunos otros que voten por él en el Jockey, donde, por lo demás, ha pasado como si tal cosa.”
— Malgré l′Affaire! “¡A pesar del Affaire!”
— On n′a pas soulevé la question. Du reste je vous dirai que, depuis tout ça, je ne mets plus les pieds dans cet endroit. “No se ha planteado la cuestión. Por otra parte, debo decirle a usted que desde que ha empezado todo esto ya no pongo los pies en ese local.”
M. de Guermantes rentra, et bientôt sa femme, toute prête, haute et superbe dans une robe de satin rouge dont la jupe était bordée de paillettes. Elle avait dans les cheveux une grande plume d′autruche teinte de pourpre et sur les épaules une écharpe de tulle du même rouge. «Comme c′est bien de faire doubler son chapeau de vert, dit la duchesse à qui rien n′échappait. D′ailleurs, en vous, Charles, tout est joli, aussi bien ce que vous portez que ce que vous dites, ce que vous lisez et ce que vous faites.» Swann, cependant, sans avoir l′air d′entendre, considérait la duchesse comme il eût fait d′une toile de maître et chercha ensuite son regard en faisant avec la bouche la moue qui veut dire: «Bigre!» Mme de Guermantes éclata de rire. «Ma toilette vous plaît, je suis ravie. Mais je dois dire qu′elle ne me plaît pas beaucoup, continua-t-elle d′un air maussade. Mon Dieu, que c′est ennuyeux de s′habiller, de sortir quand on aimerait tant rester chez soi!» Volvió a entrar el señor de Guermantes, y poco después, apareció su mujer, arreglada ya, alta y soberbia, con un traje de raso rosa cuya falta estaba bordada de lentejuelas. Traía en el pelo una gran pluma de avestruz teñida de púrpura, y un chal de tul del mismo rojo echado por los hombros. “¡Qué bien está esto de hacerse forrar de verde el sombrero —dijo la duquesa, a la que no se le escapaba nada—. Por lo demás, en usted, Carlos, todo queda bien, lo mismo lo que lleva puesto que lo que dice, como lo que lee o lo que hace.” Swann, mientras tanto, sin que pareciese oírla, examinaba a la duquesa como hubiera examinado un lienzo de un maestro, y buscó luego su mirada haciendo con la boca el mohín que quiere decir: “¡Demonio!” La señora de Guermantes soltó la carcajada. “ Le gusta a usted mi traje; me alegro. Pero debo decirle que lo que es a mí no me hace mucha gracia —añadió con expresión de fastidio—. ¡Dios mío, qué aburrimiento eso de tener que arreglarse, que salir, cuando tanta le gustaría a una quedarse en casa!”
— Quels magnifiques rubis! “¡Magníficos rubíes!”
— Ah! mon petit Charles, au moins on voit que vous vous y connaissez, vous n′êtes pas comme cette brute de Beauserfeuil qui me demandait s′ils étaient vrais. Je dois dire que je n′en ai jamais vu d′aussi beaux. C′est un cadeau de la grande-duchesse. Pour mon goût ils sont un peu gros, un peu verre à bordeaux plein jusqu′aux bords, mais je les ai mis parce que nous verrons ce soir la grande-duchesse chez Marie–Gilbert, ajouta Mme de Guermantes sans se douter que cette affirmation détruisait celles du duc. “¡Ah, Carlitos!, al menos se ve que entiende usted de esa; no es usted como ese bárbaro de Monserfeuil, que me preguntaba si eran finos. Debo decir que nunca he vista otros tan hermosos. Es un regalo de la gran duquesa. Para mi gusto son un poco grandes de más, un tanto vaso de Burdeos lleno hasta los bordes, pero me los he puesto porque esta noche hemos de ver a la gran duquesa en casa de María Gilberto”, añadió la señora de Guermantes, sin sospechar que esa afirmación destruía las del duque.
— Qu′est-ce qu′il y a chez la princesse? demanda Swann. “¿Qué hay en casa de la duquesa?”, preguntó Swann.
— Presque rien, se hâta de répondre le duc à qui la question de Swann avait fait croire qu′il n′était pas invité. “Casi nada”, se apresuró a responder el duque; al que la pregunta de Swann había hecho creer que éste no estaba invitado.
— Mais comment, Basin? C′est-à-dire que tout le ban et l′arrière-ban sont convoqués. Ce sera une tuerie à s′assommer. Ce qui sera joli, ajouta-t-elle en regardant Swann d′un air délicat, si l′orage qu′il y a dans l′air n′éclate pas, ce sont ces merveilleux jardins. Vous les connaissez. J′ai été là-bas, il y a un mois, au moment où les lilas étaient en fleurs, on ne peut pas se faire une idée de ce que ça pouvait être beau. Et puis le jet d′eau, enfin, c′est vraiment Versailles dans Paris. “Pero, ¿cómo, Basin? ¡Si están convocados toda la nobleza y sus feudatarios! Va a ser un latazo tremendo. Lo que estará bien —añadió mirando a Swann con expresión delicada—, si la tormenta que está en el aire no estalla, son aquellos maravillosos jardines. Ya los conoce usted. Yo estuve allí hace un mes, en el momento en que estaban en flor las lilas; no es posible hacerse una idea de la hermoso que podía ser aquello. Y luego, el surtidor; en fin, es realmente Versalles en París.”
— Quel genre de femme est la princesse? demandai-je. “¿Qué clase de mujer es la princesa”?, pregunté.
— Mais vous savez déjà, puisque vous l′avez vue ici, qu′elle est belle comme le jour, qu′elle est aussi un peu idiote, très gentille malgré toute sa hauteur germanique, pleine de coeur et de gaffes. Swann était trop fin pour ne pas voir que Mme de Guermantes cherchait en ce moment à «faire de l′esprit Guermantes» et sans grands frais, car elle ne faisait que resservir sous une forme moins parfaite d′anciens mots d′elle. Néanmoins, pour prouver à la duchesse qu′il comprenait son intention d′être drôle et comme si elle l′avait réellement été, il sourit d′un air un peu forcé, me causant, par ce genre particulier d′insincérité, la même gêne que j′avais autrefois à entendre mes parents parler avec M. Vinteuil de la corruption de certains milieux (alors qu′ils savaient très bien qu′était plus grande celle qui régnait à Montjouvain), Legrandin nuancer son débit pour des sots, choisir des épithètes délicates qu′il savait parfaitement ne pouvoir être comprises d′un public riche ou chic, mais illettré. «Voyons, Oriane, qu′est-ce que vous dites, dit M. de Guermantes. Marie bête? Elle a tout lu, elle est musicienne comme le violon.» “Pero si ya sabe usted, puesto que la ha visto aquí, que es hermosa coma el sol, que es también un tanto idiota, muy amable a pesar de su altanería germánica, llena de la mejor intención y de torpezas.” Swann era demasiado agudo para no ver que la señora de Guermantes trataba en ese momento de “hacer gala del ingenia de los Guermantes”, y a poca costa, ya que no hacía más que servirnos de nuevo en una forma menos perfecta antiguas frases de su propia cosecha. Con todo, para demostrar a la duquesa que comprendía su intención de ser graciosa, y como si realmente lo hubiera sido, sonrió con expresión un tanto forzada, causándome con este modo particular de insinceridad el mismo embarazo que había sentido en otro tiempo al oír a mis padres hablar con el señor Vinteuil de la corrupción de ciertos medios (cuando sabían muy bien que era mucho mayor la que reinaba en Mountjovain), a Legrandin matizar su conversación para unas necios, escoger epítetos delicados que sabía perfectamente que no podían ser comprendidos por un público rico o distinguido, pero iletrado. “Bueno, Oriana, ¿qué está usted diciendo? —terció el señor de Guermantes—. ¿Tonta María? Lo ha leído todo, es música como un violín.”
— Mais, mon pauvre petit Basin, vous êtes un enfant qui vient de naître. Comme si on ne pouvait pas être tout ça et un peu idiote. Idiote est du reste exagéré, non elle est nébuleuse, elle est Hesse–Darmstadt, Saint–Empire et gnan gnan. Rien que sa prononciation m′énerve. Mais je reconnais, du reste, que c′est une charmante loufoque. D′abord cette seule idée d′être descendue de son trône allemand pour venir épouser bien bourgeoisement un simple particulier. Il est vrai qu′elle l′a choisi! Ah! mais c′est vrai, dit-elle en se tournant vers moi, vous ne connaissez pas Gilbert! Je vais vous en donner une idée: il a autrefois pris le lit parce que j′avais mis une carte à Mme Carnot . . . Mais, mon petit Charles, dit la duchesse pour changer de conversation, voyant que l′histoire de sa carte à Mme Carnot paraissait courroucer M. de Guermantes, vous savez que vous n′avez pas envoyé la photographie de nos chevaliers de Rhodes, que j′aime par vous et avec qui j′ai si envie de faire connaissance. Le duc, cependant, n′avait pas cessé de regarder sa femme fixement: «Oriane, il faudrait au moins raconter la vérité et ne pas en manger la moitié. Il faut dire, rectifia-t-il en s′adressant à Swann, que l′ambassadrice d′Angleterre de ce moment-là, qui était une très bonne femme, mais qui vivait un peu dans la lune et qui était coutumière de ce genre d′impairs, avait eu l′idée assez baroque de nous inviter avec le Président et sa femme. Nous avons été, même Oriane, assez surpris, d′autant plus que l′ambassadrice connaissait assez les mêmes personnes que nous pour ne pas nous inviter justement à une réunion aussi étrange. Il y avait un ministre qui a volé, enfin je passe l′éponge, nous n′avions pas été prévenus, nous étions pris au piège, et il faut du reste reconnaître que tous ces gens ont été fort polis. Seulement c′était déjà bien comme ça. Mme de Guermantes, qui ne me fait pas souvent l′honneur de me consulter, a cru devoir aller mettre une carte dans la semaine à l′Élysée. Gilbert a peut-être été un peu loin en voyant là comme une tache sur notre nom. Mais il ne faut pas oublier que, politique mise à part, M. Carnot, qui tenait du reste très convenablement sa place, était le petit-fils d′un membre du tribunal révolutionnaire qui a fait périr en un jour onze des nôtres.» “Pero, mi pobre Basin, es usted una criatura recién nacida. ¡Como si no pudiera uno ser todo esa y un poco idiota! Idiota, por lo demás, es exagerado; no; es nebulosa, es Hesse-Darmstadt, Sacro Imperio y ñoña. Sólo esa manera que tiene de pronunciar me pone nerviosa. Pero reconozco, por lo demás, que es una chiflada encantadora. En primer lugar, la sola idea de haber descendido de su trono alemán para venir a casarse burguesísimamente con un simple particular. ¡Cierto es que lo ha escogido ella! ¡Ah, pero es verdad! — dijo volviéndose hacia mí—, ¡usted no conoce a Gilberto! Voy a darle una idea de él: hace tiempo cayó en cama porque yo había dejado tarjeta en casa de la señora de Carnot... Pero, Carlitos —dijo la duquesa por cambiar de conversación, al ver que la historia de la tarjeta que había dejado en casa de la señora de Carnot parecía irritar al señor de Guermantes—, ¿sabe usted que no me ha mandado la fotografía de nuestros caballeros de Rodas, a los que he tomado cariño por usted, y con los que tantas ganas tengo de trabar conocimiento?” El duque, a todo esto, no había cesado de mirar a su mujer fijamente: “Oriana, al menos habría que contar la verdad y no comerse la mitad de ella. Es preciso decir —rectificó dirigiéndose a Swann— que la embajadora de Inglaterra en aquel momento, que era una mujer bonísima, pero que vivía un poco en la luna y tenía costumbre de tirarse esas planchas, había tenido la ocurrencia bastante descabellada de invitarnos al mismo tiempo que al presidente y a su mujer. Nosotros, hasta la misma Oriana, nos quedamos bastante sorprendidos, tanto más cuanto que la embajadora conocía suficientemente a las mismas personas que nosotros para no invitarnos precisamente a una reunión tan extraña. Allí estaba un ministro que ha robado, en fin, paso la esponja; a nosotros no nos habían prevenido, nos encontramos cogidos en el lazo, y fuerza es reconocer, por lo demás, que toda aquella gente estuvo muy cortés. Sólo que ya estaba bien así. La señora de Guermantes, que no suele hacerme el honor de consultar conmigo las cosas, creyó que debía ir a dejar tarjeta aquella misma semana en el Elíseo. Gilberto fue acaso un poco lejos de más en ver en eso algo así como un borrón para nuestro apellido. Pero no hay que, olvidar que, dejando a un lado la política, el señor Carnot, que por lo demás ocupaba muy decorosamente su puesto, era nieto de un miembro del Tribunal revolucionario que ha hecho perecer en un día a once de los nuestros.”
— Alors, Basin, pourquoi alliez-vous dîner toutes les semaines à Chantilly? Le duc d′Aumale n′était pas moins petit-fils d′un membre du tribunal révolutionnaire, avec cette différence que Carnot était un brave homme et Philippe-Égalité une affreuse canaille. “Entonces, Basin, ¿por qué iba usted a cenar todas las semanas a Chantilly? El duque de Aumale no dejaba de ser también nieto de un miembro del Tribunal revolucionario, con la diferencia de que Carnot era un buen hombre, y Felipe Igualdad un canalla horrible.”
— Je m′excuse d′interrompre pour vous dire que j′ai envoyé la photographie, dit Swann. Je ne comprends pas qu′on ne vous l′ait pas donnée. “Perdóneme que la interrumpa para decirle que he mandado la fotografía —dijo Swann—. No comprendo cómo no se la han dado.”
—Ça ne m′étonne qu′à moitié, dit la duchesse. Mes domestiques ne me disent que ce qu′ils jugent à propos. Ils n′aiment probablement pas l′Ordre de Saint–Jean. Et elle sonna. «Vous savez, Oriane, que quand j′allais dîner à Chantilly, c′était sans enthousiasme.» “No me choca más que a medias. Mis criados sólo me dicen aquello que juzgan oportuno. Probablemente no les gusta la Orden de San Juan.” Y llamó al timbre. “Ya sabe usted, Oriana, que cuando yo iba a cenar a Chantilly, era sin ningún entusiasmo.”
— Sans enthousiasme, mais avec chemise de nuit pour si le prince vous demandait de rester à coucher, ce qu′il faisait d′ailleurs rarement, en parfait mufle qu′il était, comme tous les Orléans. Savez-vous avec qui nous dînons chez Mme de Saint–Euverte? demanda Mme de Guermantes à son mari. “Sin entusiasmo, pero con camisa de noche, por si el príncipe le pedía que se quedase a dormir, cosa que, por lo demás, hacía raras veces, como un perfecto animalito que era, como todos los Orleáns. ¿Sabe usted con quién cenamos en casa de la señora de Saint-Euverte?”, preguntó la señora de Guermantes a su marido.
— En dehors des convives que vous savez, il y aura, invité de la dernière heure, le frère du roi Théodose. A cette nouvelle les traits de la duchesse respirèrent le contentement et ses paroles l′ennui. «Ah! mon Dieu, encore des princes.» “Fuera de los convidados que ya conoce usted, irá —lo han invitado a íntima hora— el hermano del rey Teodosio.” Ante esta noticia, los rasgos de la señora de Guermantes respiraron júbilo, y sus palabras fastidio. “¡Ay, Dios! ¡Más príncipes todavía!”
— Mais celui-là est gentil et intelligent, dit Swann. “Pero ése es amable e inteligente”, dijo Swann.
— Mais tout de même pas complètement, répondit la duchesse en ayant l′air de chercher ses mots pour donner plus de nouveauté à sa pensée. Avez-vous remarqué parmi les princes que les plus gentils ne le sont pas tout à fait? Mais si, je vous assure! Il faut toujours qu′ils aient une opinion sur tout. Alors comme ils n′en ont aucune, ils passent la première partie de leur vie à nous demander les nôtres, et la seconde à nous les resservir. Il faut absolument qu′ils disent que ceci a été bien joué, que cela a été moins bien joué. Il n′y a aucune différence. Tenez, ce petit Théodose Cadet (je ne me rappelle pas son nom) m′a demandé comment ça s′appelait, un motif d′orchestre. Je lui ai répondu, dit la duchesse les yeux brillants et en éclatant de rire de ses belles lèvres rouges: «Ça s′appelle un motif d′orchestre.» Eh bien! dans le fond, il n′était pas content. Ah! mon petit Charles, reprit Mme de Guermantes, ce que ça peut être ennuyeux de dîner en ville! Il y a des soirs où on aimerait mieux mourir! Il est vrai que de mourir c′est peut-être tout aussi ennuyeux puisqu′on ne sait pas ce que c′est.» Un laquais parut. C′était le jeune fiancé qui avait eu des raisons avec le concierge, jusqu′à ce que la duchesse, dans sa bonté, eût mis entre eux une paix apparente. «Est-ce que je devrai prendre ce soir des nouvelles de M. le marquis d′Osmond?» demanda-t-il. “Pero no por completo, de todas maneras —respondió la duquesa, pareciendo como si buscara las palabras para dar más novedad a su pensamiento—. ¿No ha observado usted entre los príncipes que los más amables de ellos no acaban de serlo del todo? Pues sí, se lo aseguro y himen por tener siempre una opinión acerca de toda. Y como no tienen ninguna, se pasan la primera parte de su vida preguntándonos las nuestras, y la segunda sirviéndonoslas de nuevo. Es absolutamente preciso que digan que esto ha sido bien representado, que aquello ha sido menos bien representado. No hay ninguna diferencia. + Mire usted, ese pequeño, Teodosio chico (ya no recuerdo su nombre), me ha preguntado que cómo se llamaba a un motivo orquestal. Le he respondido —dijo la duquesa con los ojos brillantes y rompiendo a reír con sus hermosos labios rojos—: “Pues se le llama un motivo orquestal.” Bueno, pues en el fondo no quedó satisfecho. ¡Ay, Carlitos! — prosiguió la señora de Guermantes—, ¡cuidado que puede ser aburrido cenar fuera de casa! Hay noches en que preferiría uno morirse. Verdad es que acaso sea tan aburrido morirse, puesto que no se sabe lo que es eso.” Apareció un lacayo. Era el mozo enamorado que había tenido sus dimes y diretes con el portero hasta que la duquesa, con su bondad, hubo puesto entre ellos una paz aparente. “¿Tengo que ir a preguntar esta noche por el señor marqués de Osmond?”, preguntó.
— Mais jamais de la vie, rien avant demain matin! Je ne veux même pas que vous restiez ici ce soir. Son valet de pied, que vous connaissez, n′aurait qu′à venir vous donner des nouvelles et vous dire d′aller nous chercher. Sortez, allez où vous voudrez, faites la noce, découchez, mais je ne veux pas de vous ici avant demain matin. Une joie immense déborda du visage du valet de pied. Il allait enfin pouvoir passer de longues heures avec sa promise qu′il ne pouvait quasiment plus voir, depuis qu′à la suite d′une nouvelle scène avec le concierge, la duchesse lui avait gentiment expliqué qu′il valait mieux ne plus sortir pour éviter de nouveaux conflits. Il nageait, à la pensée d′avoir enfin sa soirée libre, dans un bonheur que la duchesse remarqua et comprit. Elle éprouva comme un serrement de coeur et une démangeaison de tous les membres à la vue de ce bonheur qu′on prenait à son insu, en se cachant d′elle, duquel elle était irritée et jalouse. «Non, Basin, qu′il reste ici, qu′il ne bouge pas de la maison, au contraire.» “¡De ningún modo! ¡No tiene usted que hacer nada hasta mañana por la mañana! Ni siquiera quiero que se quede usted aquí esta noche. El criado ese del marqués que conoce usted no tendría otra cosa que hacer que venir a traerle noticias y decirle que fuese a buscarnos. Salga usted, váyase a donde se le antoje, de juerga, duerma fuera, pero no quiero tenerlo aquí antes de mañana por la mañana.” Una alegría inmensa desbordó del semblante del lacayo. Por fin iba a poder pasar largas horas con su prometida, a la que apenas podía ver ya, desde que, a consecuencia de una nueva agarrada con el portero, la duquesa le había explicado amablemente que más valía que no volviera a salir, para evitar nuevos conflictos. Nadaba, ante el pensamiento de que al fin tenía libre la velada, en una felicidad que la duquesa echó de ver y comprendió. Sintió como un ahogo al corazón y una comezón en todos los miembros á la vista de aquella felicidad que alguien se permitía sin su consentimiento, escondiéndose de ella, yque la ponía irritada ycelosa. “No, Basin, nada de eso; que se quede aquí, que no se mueva de casa.”
— Mais, Oriane, c′est absurde, tout votre monde est là, vous aurez en plus, à minuit, l′habilleuse et le costumier pour notre redoute. Il ne peut servir à rien du tout, et comme seul il est ami avec le valet de pied de Mama, j′aime mille fois mieux l′expédier loin d′ici. “¡Pero, Oriana, es absurdo!, allá está toda su gente; además, a media noche tendrá usted a la camarera y al del vestuario para nuestro baile de trajes. Este hombre no puede servir de nada, y como sólo él es amigo del lacayo de Mama, prefiero mil veces mandarlo lejos de aquí.”
—Écoutez, Basin, laissez-moi, j′aurai justement quelque chose à lui faire dire dans la soirée je ne sais au juste à quelle heure. Ne bougez surtout pas d′ici d′une minute, dit-elle au valet de pied désespéré. S′il y avait tout le temps des querelles et si on restait peu chez la duchesse, la personne à qui il fallait attribuer cette guerre constante était bien inamovible, mais ce n′était pas le concierge; sans doute pour le gros ouvrage, pour les martyres plus fatigants à infliger, pour les querelles qui finissent par des coups, la duchesse lui en confiait les lourds instruments; d′ailleurs jouait-il son rôle sans soupçonner qu′on le lui eût confié. Comme les domestiques, il admirait la bonté de la duchesse; et les valets de pied peu clairvoyants venaient, après leur départ, revoir souvent Françoise en disant que la maison du duc aurait été la meilleure place de Paris s′il n′y avait pas eu la loge. La duchesse jouait de la loge comme on joua longtemps du cléricalisme, de la franc-maçonnerie, du péril juif, etc . . . Un valet de pied entra. «Pourquoi ne m′a-t-on pas monté le paquet que M. Swann a fait porter? Mais à ce propos (vous savez que Mama est très malade, Charles), Jules, qui était allé prendre des nouvelles de M. le marquis d′Osmond, est-il revenu?» “Mire usted, Basin, déjeme a mí; precisamente tendré que mandarle decir algo por la noche, no sé a ciencia cierta a qué hora. Sobre todo, usted no se mueva, no se mueva de aquí ni un minuto”, dijo al desesperado lacayo. Si siempre estaba habiendo cuestiones y si la gente paraba poco en casa de la duquesa, la persona a quien había que atribuir esta guerra constante era, desde luego, inamovible, pero no era el portero; claro está que a éste, para el trabajo más basto, para los martirios que resultaban más fatigosos de infligir, para las riñas que acababan a golpes, le confiaba la duquesa los pesados instrumentos de esa lucha; por lo demás, el hombre desempeñaba su papel sin sospechar que le hubiera sido encomendado. Como la servidumbre, admiraba la bondad de la duquesa; y los lacayos poco clarividentes venían, después de haberse marchado, a ver frecuentemente a Francisca, diciendo que la casa del duque hubiera sido la mejor colocación de París si no fuera por la portería. La duquesa manejaba la portería como se manejó durante mucho tiempo el clericalismo, la francmasonería, el peligro judío, etc... Entró un lacayo. “¿Por qué no me han subido el paquete que ha mandado el señor de Swann? Pero, a propósito (ya sabrá usted que Mama está muy enfermo, Carlos), ¿ha vuelto julio, que había ido a preguntar por el señor marqués de Osmond?”
— Il arrive à l′instant, M. le duc. On s′attend d′un moment à l′autre à ce que M. le marquis ne passe. “Acaba de llegar ahora mismo, señor duque. Se espera de un momento a otro que no salga adelante el señor marqués”.
— Ah! il est vivant, s′écria le duc avec un soupir de soulagement. On s′attend, on s′attend! Satan vous-même. Tant qu′il y a de la vie il y a de l′espoir, nous dit le duc d′un air joyeux. On me le peignait déjà comme mort et enterré. Dans huit jours il sera plus gaillard que moi. “¡Ah, está vivo! —exclamó el duque con un suspiro de alivio—. ¡Se espera! ¡Se es-pera! Valiente camueso está usted! Mientras hay vida hay esperanza —nos dijo el duque en tono jubiloso—. Ya me lo pintaban coma muerto y enterrado. De aquí a ocho días estará más valiente que yo.”
— Ce sont les médecins qui ont dit qu′il ne passerait pas la soirée. L′un voulait revenir dans la nuit. Leur chef a dit que c′était inutile. M. le marquis devrait être mort; il n′a survécu que grâce à des lavements d′huile camphrée. “Son los médicos quienes han dicho que no saldría de esta noche. Uno de ellos quería volver luego. Su jefe ha dicho que era inútil. El señor marqués debía ya estar muerto; sólo vive aún gracias a unas lavativas de aceite alcanforado.”
— Taisez-vous, espèce d′idiot, cria le duc au comble de la colère. Qu′est-ce qui vous demande tout ça? Vous n′avez rien compris à ce qu′on vous a dit. “¡Cállese, usted, pedazo de idiota! —gritó el duque en el colmo de la cólera— . ¿Quién le pregunta todo eso? No ha entendido usted nada de la que le han dicho.”
— Ce n′est pas à moi, c′est à Jules. “No ha sido a mí, fue a Julio.”
— Allez-vous vous taire? hurla le duc, et se tournant vers Swann: «Quel bonheur qu′il soit vivant! Il va reprendre des forces peu à peu. Il est vivant après une crise pareille. C′est déjà une excellente chose. On ne peut pas tout demander à la fois. Ça ne doit pas être désagréable un petit lavement d′huile camphrée.» Et le duc, se frottant les mains: «Il est vivant, qu′est-ce qu′on veut de plus? Après avoir passé par où il a passé, c′est déjà bien beau. Il est même à envier d′avoir un tempérament pareil. Ah! les malades, on a pour eux des petits soins qu′on ne prend pas pour nous. Il y a ce matin un bougre de cuisinier qui m′a fait un gigot à la sauce béarnaise, réussie à merveille, je le reconnais, mais justement à cause de cela, j′en ai tant pris que je l′ai encore sur l′estomac. Cela n′empêche qu′on ne viendra pas prendre de mes nouvelles comme de mon cher Amanien. On en prend même trop. Cela le fatigue. Il faut le laisser souffler. On le tue, cet homme, en envoyant tout le temps chez lui.» “¿Quiere usted callarse? —aulló el duque, y volviéndose hacia Swann—: ¡Qué suerte que esté vivo! Recobrará fuerzas poco a poco. ¡Vive después de una crisis como ésa! La cosa es ya excelente. No puede pedirse todo a la vez. No debe de ser desagradable una lavativita de aceite alcanforado.” Y, frotándose las manos: “Está viva, ¿qué más se quiere? Después de haber pasada por lo que ha pasado, no es poco ya. Hasta es como para envidiarlo por tener un temperamento así. ¡Ah, los enfermos! Con ellos se tienen cuidados que no se toman con nosotros. Esta mañana, el tunante del cocinero me ha puesto una pierna de cordero con salsa bearnesa, que le ha salido maravillosa, la reconozca; pero precisamente por eso me he servido tanta que aún me está pesando en el estómago. Eso no impide que nadie venga a preguntar por mí como van a preguntar por mi buen Amaniano. Incluso van a preguntar con exceso. Lo cansan. Hay que dejarlo respirar. Lo están matando a ese hombre con mandar recados a cada instante a su casa.”
— Eh bien! dit la duchesse au valet de pied qui se retirait, j′avais demandé qu′on montât la photographie enveloppée que m′a envoyée M. Swann. “Bueno —dijo la duquesa al lacayo que se retiraba—, había pedido que subieran la fotografíe envuelta que me ha mandado el señor Swann.”
— Madame la duchesse, c′est si grand que je ne savais pas si ça passerait dans la porte. Nous l′avons laissé dans le vestibule. Est-ce que madame la duchesse veut que je le monte? “Señora duquesa, es tan grande que no sabía si pasaría por la puerta. La hemos dejado en el vestíbulo. Quiere la señora duquesa que la suba?”
— Eh bien! non, on aurait dû me le dire, mais si c′est si grand, je le verrai tout à l′heure en descendant. “Bueno, no hubieran debido decírmelo; pero, si es tan grande, ahora la veré al bajar.”
— J′ai aussi oublié de dire à madame la duchesse que Mme la comtesse Molé avait laissé ce matin une carte pour madame la duchesse. “Se me ha olvidada también de decirle a la señora duquesa que la señora condesa de Molé había dejado esta mañana una tarjeta párala señora duquesa.”
— Comment, ce matin? dit la duchesse d′un air mécontent et trouvant qu′une si jeune femme ne pouvait pas se permettre de laisser des cartes le matin. “¿Cómo, esta mañana?”, dijo la duquesa en tono de descontento y juzgando que una mujer tan joven no podía permitirse dejar tarjeta por la mañana.
— Vers dix heures, madame la duchesse. “Hacia eso de las diez, señora duquesa.”.
— Montrez-moi ces cartes. “Enséñeme usted esa tarjeta.”
— En tout cas, Oriane, quand vous dites que Marie a eu une drôle d′idée d′épouser Gilbert, reprit le duc qui revenait à sa conversation première, c′est vous qui avez une singulière façon d′écrire l′histoire. Si quelqu′un a été bête dans ce mariage, c′est Gilbert d′avoir justement épousé une si proche parente du roi des Belges, qui a usurpé le nom de Brabant qui est à nous. En un mot nous sommes du même sang que les Hesse, et de la branche aînée. C′est toujours stupide de parler de soi, dit-il en s′adressant à moi, mais enfin quand nous sommes allés non seulement à Darmstadt, mais même à Cassel et dans toute la Hesse électorale, les landgraves ont toujours tous aimablement affecté de nous céder le pas et la première place, comme étant de la branche aînée. “De todas maneras, Oriana, cuando dice usted que María ha tenido una peregrina ocurrencia en casarse con Gilberto —prosiguió el duque, que volvía a su conversación primera—, es usted quien tiene una manera singular de escribir la historia. Si alguien ha hecho el tonto en ese matrimonio, es Gilberto, por haberse ido a casar precisamente con una parienta tan próxima del rey de los belgas, que ha usurpado el nombre de Brabante, que es nuestro. Nosotros, en una palabra, somos de la misma sangre que los Hesse, y de la rama principal. Siempre es estúpido hablar de sí mismo —dijo dirigiéndose a mí—; pero, en fin, cuando hemos ido no sólo a Darmstad, sino incluso a Cassel y a todo el Hesse elector, todos los landgraves han hecho ver siempre amablemente que nos cedían el paso y el primer lugar, como de la rama principal que éramos.”
— Mais enfin, Basin, vous ne me raconterez pas que cette personne qui était major de tous les régiments de son pays, qu′on fiançait au roi de Suède . . . “Pero, bueno, Basin, no va usted a venir contándome que esa persona que era coronel en todos los regimientos de su país, que la prometían al rey de Suecia...”
— Oh! Oriane, c′est trop fort, on dirait que vous ne savez pas que le grand-père du roi de Suède cultivait la terre à Pau quand depuis neuf cents ans nous tenions le haut du pavé dans toute l′Europe. “¡Oh!, Oriana, eso es demasiado fuerte; cualquiera diría que no sabe usted que el abuelo del rey de Suecia labraba la tierra en Pau cuando nosotros llevábamos novecientos años de ser lo más empingorotado de toda Europa.”
—Ça m′empêche pas que si on disait dans la rue: «Tiens, voilà le roi de Suède», tout le monde courrait pour le voir jusque sur la place de la Concorde, et si on dit: «Voilà M. de Guermantes», personne ne sait qui c′est. “Eso no es obstáculo para que si se dijera en la calle: “Mira, ahí va el rey de Suecia”, todo el mundo corriese para verlo, hasta en la plaza de la Concordia, y se dice: “Ahí va el señor de Guermantes”, nadie sabe quién es.”
— En voilà une raison! “¡Vaya una razón!”
— Du reste, je ne peux pas comprendre comment, du moment que le titre de duc de Brabant est passé dans la famille royale de Belgique, vous pouvez y prétendre. “Por lo demás, no puedo comprender cómo, desde el momento en que el título de duque de Brabante ha pasado a la familia real de Bélgica, puede usted pretender ese título.”
Le valet de pied rentra avec la carte de la comtesse Molé, ou plutôt avec ce qu′elle avait laissé comme carte. Alléguant qu′elle n′en avait pas sur elle, elle avait tiré de sa poche une lettre qu′elle avait reçue, et, gardant le contenu, avait corné l′enveloppe qui portait le nom: La comtesse Molé. Comme l′enveloppe était assez grande, selon le format du papier à lettres qui était à la mode cette année-là, cette «carte», écrite à la main, se trouvait avoir presque deux fois la dimension d′une carte de visite ordinaire. «C′est ce qu′on appelle la simplicité de Mme Molé, dit la duchesse avec ironie. Elle veut nous faire croire qu′elle n′avait pas de cartes et montrer son originalité. Mais nous connaissons tout ça, n′est-ce pas, mon petit Charles, nous sommes un peu trop vieux et assez originaux nous-mêmes pour apprendre l′esprit d′une petite dame qui sort depuis quatre ans. Elle est charmante, mais elle ne me semble pas avoir tout de même un volume suffisant pour s′imaginer qu′elle peut étonner le monde à si peu de frais que de laisser une enveloppe comme carte et de la laisser à dix heures du matin. Sa vieille mère souris lui montrera qu′elle en sait autant qu′elle sur ce chapitre-là.» Swann ne put s′empêcher de rire en pensant que la duchesse, qui était du reste un peu jalouse du succès de Mme Molé, trouverait bien dans «l′esprit des Guermantes» quelque réponse impertinente à l′égard de la visiteuse. «Pour ce qui est du titre de duc de Brabant, je vous ai dit cent fois, Oriane . . . », reprit le duc, à qui la duchesse coupa la parole, sans écouter. El lacayo volvió con la tarjeta de la condesa de Molé, o más bien con lo que ésta había dejado como tarjeta. Alegando que no llevaba ninguna encima, había sacado de su bolsillo una carta que había recibido, y, guardándose el contenido, había doblado un pico del sobre que llevaba el nombre: Condesa de Molé. Como el sobre era bastante grande, con arreglo al formato del papel de cartas que estaba de moda aquel año, esta “tarjeta” escrita a mano resultaba que tenía casi dos veces la dimensión de una tarjeta de visita ordinaria. “Esto es lo que llaman la sencillez de la señora de Molé —dijo la duquesa con ironía—. Quiere hacernos creer que no tenía tarjetas, y demostrar su originalidad. Pero ya conocemos todo eso, ¿no es verdad, Carlitos?, somos un tanto demasiado viejos y bastante originales para aprender ingenio de una damisela que ha salido al mundo hace cuatro años. Es encantadora, pero de todos modos no me parece que tenga suficiente volumen para imaginarse que pueda asombrar al mundo a tan poca costa como es dejar un sobre en lugar de una tarjeta, y dejarlo a las diez de la mañana. Su madre, la ratona vieja, le enseñará que sabe tanto como ella en ese capítulo.” Swann no puedo menos de reírse al pensar que la duquesa, que, por lo demás, estaba un poco celosa del éxito de la señora de Molé, no dejaría de encontrar en “el ingenio de los Guermantes” alguna respuesta impertinente para la visitante. “Por lo que hace al título de duque de Brabante, cien veces le he dicho a usted, Oriana...”, continuó el duque, al que cortó la palabra la duquesa, sin escuchar.
— Mais mon petit Charles, je m′ennuie après votre photographie. “¡Pero, Carlitos, me estoy cansando de esperar por tu fotografía!”
— Ah! extinctor draconis labrator Anubis , dit Swann. “¡Ah!, extinctor draconis labrator Anubis”, dijo Swann.
— Oui, c′est si joli ce que vous m′avez dit là-dessus en comparaison du Saint–Georges de Venise. Mais je ne comprends pas pourquoi Anubis . “Sí, es tan bonito lo que me ha dicho usted sobre eso en comparación del San Jorge de Venecia... Pero no comprendo a qué viene lo de Anubis.”
— Comment est celui qui est ancêtre de Babal? demanda M. de Guermantes. “¿Cómo es el que es antepasado de Babal?”, preguntó el duque.
— Vous voudriez voir sa baballe, dit Mme de Guermantes d′un air sec pour montrer qu′elle méprisait elle-même ce calembour. Je voudrais les voir tous, ajouta-t-elle. “Usted querría ver su babala —dijo la señora de Guermantes en un tono seco, por mostrar que hasta ella desdeñaba este retruécano—. Pues yo quisiera verlos todos”, añadió.
—Écoutez, Charles, descendons en attendant que la voiture soit avancée, dit le duc, vous nous ferez votre visite dans le vestibule, parce que ma femme ne nous fichera pas la paix tant qu′elle n′aura pas vu votre photographie. Je suis moins impatient à vrai dire, ajouta-t-il d′un air de satisfaction. Je suis un homme calme, moi, mais elle nous ferait plutôt mourir. “Oiga usted, Carlos, vamos a bajar, mientras esperamos a que vengan con el coche —dijo el duque—; nos hará usted la visita en el vestíbulo, porque mi mujer no nos va a dejar en paz mientras no haya visto su fotografía. Yo soy menos impaciente a decir verdad —añadió con aires de satisfacción—. Yo soy un hombre tranquilo, pero lo que es ella nos pondría a morir primero.”
— Je suis tout à fait de votre avis, Basin, dit la duchesse, allons dans le vestibule, nous savons au moins pourquoi nous descendons de votre cabinet, tandis que nous ne saurons jamais pourquoi nous descendons des comtes de Brabant. “Soy por completo de su opinión, Basin —dijo la duquesa—;vamos al vestíbulo; por lo menos sabemos por qué nos vamos del gabinete de usted, mientras que nunca sabremos por qué venimos de los condes de Brabante.”
— Je vous ai répété cent fois comment le titre était entré dans la maison de Hesse, dit le duc (pendant que nous allions voir la photographie et que je pensais à celles que Swann me rapportait à Combray), par le mariage d′un Brabant, en 1241, avec la fille du dernier landgrave de Thuringe et de Hesse, de sorte que c′est même plutôt ce titre de prince de Hesse qui est entré dans la maison de Brabant, que celui de duc de Brabant dans la maison de Hesse. Vous vous rappelez du reste que notre cri de guerre était celui des ducs de Brabant: «Limbourg à qui l′a conquis», jusqu′à ce que nous ayons échangé les armes des Brabant contre celles des Guermantes, en quoi je trouve du reste que nous avons eu tort, et l′exemple des Gramont n′est pas pour me faire changer d′avis. “Cien veces le he repetido a usted cómo había entrado el título en la casa de Hesse — dijo el duque (mientras íbamos a ver la fotografía y yo pensaba en las que Swann me llevaba a Combray—, por el matrimonio de un Brabante, en 1241, con la hija del último landgrave de Turingia y de Hesse; de modo que incluso es más bien el título de príncipe de Hesse el que ha entrado en la casa de Brabante, que no el de duque de Brabante en la casa de Hesse. Por otra parte, recordará usted que nuestro grito de guerra era el de los duques de Brabante: “Limburgo para quien lo ha conquistado”, hasta que hemos cambiado las armas de los Brabantes por las de los Guermantes, cosa en que me parece que anduvimos equivocados, y el ejemplo de Gramont no es como para hacerme cambiar de parecer.”
— Mais, répondit Mme de Guermantes, comme c′est le roi des Belges qui l′a conquis . . . Du reste, l′héritier de Belgique s′appelle le duc de Brabant. “Pero —respondió la señora de Guermantes— coma es el rey de los belgas el que lo ha conquistado... Por lo demás, el heredero de Bélgica se llama duque de Brabante.”
— Mais, mon petit, ce que vous dites ne tient pas debout et pèche par la base. Vous savez aussi bien que moi qu′il y a des titres de prétention qui subsistent parfaitement si le territoire est occupé par un usurpateur. Par exemple, le roi d′Espagne se qualifie précisément de duc de Brabant, invoquant par là une possession moins ancienne que la nôtre, mais plus ancienne que celle du roi des Belges. Il se dit aussi duc de Bourgogne, roi des Indes Occidentales et Orientales, duc de Milan. Or, il ne possède pas plus la Bourgogne, les Indes, ni le Brabant, que je ne possède moi-même ce dernier, ni que ne le possède le prince de Hesse. Le roi d′Espagne ne se proclame pas moins roi de Jérusalem, l′empereur d′Autriche également, et ils ne possèdent Jérusalem ni l′un ni l′autre.» Il s′arrêta un instant, gêné que le nom de Jérusalem ait pu embarrasser Swann, à cause des «affaires en cours», mais n′en continua que plus vite: «Ce que vous dites là, vous pouvez le dire de tout. Nous avons été ducs d′Aumale, duché qui a passé aussi régulièrement dans la maison de France que Joinville et que Chevreuse dans la maison d′Albert. Nous n′élevons pas plus de revendications sur ces titres que sur celui de marquis de Noirmoutiers, qui fut nôtre et qui devint fort régulièrement l′apanage de la maison de La Trémoille, mais de ce que certaines cessions sont valables, il ne s′ensuit pas qu′elles le soient toutes. Par exemple, dit-il en se tournant vers moi, le fils de ma belle-soeur porte le titre de prince d′Agrigente, qui nous vient de Jeanne la Folle, comme aux La Trémoille celui de prince de Tarente. Or Napoléon a donné ce titre de Tarente à un soldat, qui pouvait d′ailleurs être un fort bon troupier, mais en cela l′empereur a disposé de ce qui lui appartenait encore moins que Napoléon III en faisant un duc de Montmorency, puisque Périgord avait au moins pour mère une Montmorency, tandis que le Tarente de Napoléon Ier n′avait de Tarente que la volonté de Napoléon qu′il le fût. Cela n′a pas empêché Chaix d′Est–Ange, faisant allusion à notre oncle Condé, de demander au procureur impérial s′il avait été ramasser le titre de duc de Montmorency dans les fossés de Vincennes. “Pero, hija mía, eso que usted dice no se tiene en pie, y peca por la base. Usted sabe tan bien como yo que hay títulos de pretensión que subsisten perfectamente si el territorio es ocupado por un usurpador. Por ejemplo, el rey de España se califica precisamente de duque de Brabante, invocando con ello una posesión menos antigua que la nuestra, pero más antigua que la del rey de los belgas. También se dice duque de Borgoña, rey de las Indias Occidentales y Orientales, duque de Milán. Ahora bien, ya no posee la Borgoña, las Indias ni el Brabante, ni más ni menos que no poseo yo este último, ni lo posee el príncipe de Hesse. El rey de España no deja de proclamarse rey de Jerusalén, ylo mismo el emperador de Austria, yni uno ni otro poseen Jerusalén.” Se detuvo un instante, apurado porque el nombre de Jerusalén hubiera podido confundir a Swann, a causa de las “cuestiones en litigio”, mas no por eso dejó de continuar más aprisa: “Eso que dice usted puede decirlo de todo. Hemos sido duques de Aumale, ducado que ha pasado tan regularmente a la casa de Francia como Joinville y Chevreuse a la casa de Albert. No pedimos reivindicaciones a cuenta de esos títulos, como no las reclamamos a propósito del de marqués de Noirmontiers, que fue nuestro y que pasó por modo regularísimo a ser patrimonio de la casa de La Trémoille; pero porque ciertas cesiones sean válidas, no se sigue de eso, que lo sean todas. Por ejemplo —dijo volviéndose hacia mí—, el hijo de mi cuñada lleva el título de príncipe de Agrigento, que nos viene de Juana la Loca, como a los de La Trémoille el de príncipe de Tarento. Ahora bien, Napoleón ha dado ese título de Tarento a un soldado que por lo demás podía ser un buen número de tropa, pero en eso el emperador ha dispuesto de lo que le pertenecía menos aún que Napoleón III cuando creó un duque de Montmorency, puesto que Périgord, al menos, tenía por madre a una Montmorency, mientras que el Tarento de Napoleón I no tenía de Tarento más que la voluntad de Napoleón de que lo fuese. Eso no le ha impedido a Chaix d′EstAuge, haciendo alusión a su tío de usted, Condé, preguntar al fiscal imperial si había ido a recoger el título de duque de Montmorency a los fosos de Vincennes.”
—Écoutez, Basin, je ne demande pas mieux que de vous suivre dans les fossés de Vincennes, et même à Tarente. Et à ce propos, mon petit Charles, c′est justement ce que je voulais vous dire pendant que vous me parliez de votre Saint–Georges, de Venise. C′est que nous avons l′intention, Basin et moi, de passer le printemps prochain en Italie et en Sicile. Si vous veniez avec nous, pensez ce que ce serait différent! Je ne parle pas seulement de la joie de vous voir, mais imaginez-vous, avec tout ce que vous m′avez souvent raconté sur les souvenirs de la conquête normande et les souvenirs antiques, imaginez-vous ce qu′un voyage comme ça deviendrait, fait avec vous! C′est-à-dire que même Basin, que dis-je, Gilbert! en profiteraient, parce que je sens que jusqu′aux prétentions à la couronne de Naples et toutes ces machines-là m′intéresseraient, si c′était expliqué par vous dans de vieilles églises romanes, ou dans des petits villages perchés comme dans les tableaux de primitifs. Mais nous allons regarder votre photographie. Défaites l′enveloppe, dit la duchesse à un valet de pied. “Mire usted, Basin, no pido cosa mejor que seguirlo a usted a los fosos de Vincennes, y a Tarento inclusive. Y a propósito de esto, Carlitos, eso es justamente lo que quería decirle mientras me hablaba usted de su San Jorge, de Venecia. Es que Basin y yo tenemos intención de pasar la primavera próxima en Italia y en Sicilia. Si viniera usted con nosotros, ¡imagínese qué diferente sería! No hablo solamente de la alegría de verlo, sino que figúrese, con todo lo que me ha contado usted tantas veces acerca de los recuerdos de la conquista normanda y de los recuerdos de la antigüedad, ¡figúrese en lo que se convertiría un viaje como ése, de hacerlo con usted! Es decir, que hasta Basin, ¡qué digo!, hasta Gilberto, sacarían provecho de ello, porque me da el corazón que hasta las pretensiones a la corona de Nápoles y todas esas tramoyas me interesarían, si las explicase usted en unas iglesias románicas vetustas, o en unos pueblecitos colgados como en los cuadros de los primitivos. Pero vamos a ver su fotografía. Deshaga usted el envoltorio”, dijo la duquesa a un lacayo.
— Mais, Oriane, pas ce soir! vous regarderez cela demain, implora le duc qui m′avait déjà adressé des signes d′épouvante en voyant l′immensité de la photographie. “¡Pero Oriana, esta noche, no! Mañana mirará usted eso”, imploró el duque, que ya me había hecho señas de espanta al ver la inmensidad de la fotografía.
— Mais ça m′amuse de voir cela avec Charles», dit la duchesse avec un sourire à la fois facticement concupiscent et finement psychologique, car, dans son désir d′être aimable pour Swann, elle parlait du plaisir qu′elle aurait à regarder cette photographie comme de celui qu′un malade sent qu′il aurait à manger une orange, ou comme si elle avait à la fois combiné une escapade avec des amis et renseigné un biographe sur des goûts flatteurs pour elle. «Eh bien, il viendra vous voir exprès, déclara le duc, à qui sa femme dut céder. Vous passerez trois heures ensemble devant, si ça vous amuse, dit-il ironiquement. Mais où allez-vous mettre un joujou de cette dimension-là? “¡Pero si me divierte ver esto con Carlos!”, dijo la duquesa con una sonrisa a la vez ficticiamente concupiscente y finamente psicológica, porque, en su deseo de ser amable para con Swann, hablaba del placer que tendría en contemplar la fotografía aquella, como del que un enfermo siente que tendría en comerse una naranja, o como si a la vez hubiera combinado una escapatoria con unos amigos e informado a un biógrafo acerca de unos gustos lisonjeros para ella. “Bueno, pues ya vendrá a verla a usted ex profeso —dijo el duque, ante el que hubo de ceder su mujer—. Se pasarán ustedes tres horas juntos delante de la fotografía, si eso les divierte —dijo irónicamente— . Pero, ¿dónde va usted a poner un juguete de esas dimensiones?”
— Mais dans ma chambre, je veux l′avoir sous les yeux. “En mi alcoba, quieren tenerlo delante de los ojos.”
— Ah! tant que vous voudrez, si elle est dans votre chambre, j′ai chance de ne la voir jamais, dit le duc, sans penser à la révélation qu′il faisait aussi étourdiment sur le caractère négatif de ses rapports conjugaux. “¡Ah!, todo lo que usted quiera; si es en su alcoba, tengo probabilidades de no verlo nunca”, dijo el duque, sin pensar en la revelación que tan atolondradamente hacía respecto al carácter negativo de sus relaciones conyugales.
— Eh bien, vous déferez cela bien soigneusement, ordonna Mme de Guermantes au domestique (elle multipliait les recommandations par amabilité pour Swann). Vous n′abîmerez pas non plus l′enveloppe. “Bueno, deshará usted esto con muchísimo cuidada —ordenó la señora de Guermantes al sirviente (multiplicaba las recomendaciones por amabilidad para con Swann)—. No estropee tampoco la envoltura.”
— Il faut même que nous respections l′enveloppe, me dit le duc à l′oreille en levant les bras au ciel. Mais, Swann, ajouta-t-il, moi qui ne suis qu′un pauvre mari bien prosaî°µe, ce que j′admire là dedans c′est que vous ayez pu trouver une enveloppe d′une dimension pareille. Où avez-vous déniché cela? “¡Hasta la envoltura tenemos que respetar”, me dijo el duque al oído, alzando los brazos al cielo. “Pero Swann —añadió—, yo que no soy más que un pobre marido harto prosaico, lo que admiro de todo esto es que haya podido encontrar usted un sobre de un tamaño como ése. ¿Dónde lo ha pescado usted?”
— C′est la maison de photogravures qui fait souvent ce genre d′expéditions. Mais c′est un mufle, car je vois qu′il a écrit dessus: «la duchesse de Guermantes» sans «madame». “En la casa de fotograbados, que con frecuencia hace esta clase de expediciones. Pero son unos brutos, porque ahora veo que han escrito en el sobre: Duquesa de Guermantes, sin poner: Señora.”
— Je lui pardonne, dit distraitement la duchesse, qui, tout d′un coup paraissant frappée d′une idée qui l′égaya, réprima un léger sourire, mais revenant vite à Swann: Eh bien! vous ne dites pas si vous viendrez en Italie avec nous? “Lo perdono —dijo distraídamente la duquesa, que de pronto, como asaltada por una idea que la puso alegre, reprimió una ligera sonrisa, pero volviendo rápidamente a Swann—: Bueno, ¿qué?, ¿no dice usted si va a venir a Italia con nosotros?”
— Madame, je crois bien que ce ne sera pas possible. “Señora, creo que no será posible.”
— Eh bien, Mme de Montmorency a plus de chance. Vous avez été avec elle à Venise et à Vicence. Elle m′a dit qu′avec vous on voyait des choses qu′on ne verrait jamais sans ça, dont personne n′a jamais parlé, que vous lui avez montré des choses inou, et même, dans les choses connues, qu′elle a pu comprendre des détails devant qui, sans vous, elle aurait passé vingt fois sans jamais les remarquer. Décidément elle a été plus favorisée que nous . . . Vous prendrez l′immense enveloppe des photographies de M. Swann, dit-elle au domestique, et vous irez la déposer, cornée de ma part, ce soir à dix heures et demie, chez Mme la comtesse Molé. Swann éclata de rire. «Je voudrais tout de même savoir, lui demanda Mme de Guermantes, comment, dix mois d′avance, vous pouvez savoir que ce sera impossible.» “¡Vaya!, tiene más suerte la señora de Montmorency. Ha estado usted can ella en Venecia y en Vicenzo. Me ha dicho que con usted se veían cosas que de no ser así no se verían nunca, de las que nadie ha hablado; que le ha enseñado usted cosas inauditas, y hasta en las casas conocidas, que ha podido comprender detalles por, delante de los que, sin usted, hubiera pasado veinte veces sin reparar nunca en ellos. Decididamente, ha sido más favorecida que nosotros... Cogerá usted el inmenso sobre de las fotografías del señor Swann —dijo al criado—, y va usted a dejarlo, con un pico doblado, de parte mía, esta noche, a las diez y media, en casa de la señora condesa de Molé.” Swann soltó la carcajada. “Me gustaría saber, de todas maneras —le preguntó la señora de Guermantes—, cómo puede anticipar con diez meses de antelación que va a ser imposible.”
— Ma chère duchesse, je vous le dirai si vous y tenez, mais d′abord vous voyez que je suis très souffrant. “Querida duquesa, se lo diré, si se empeña ; pero, ante todo, ya ve usted que estoy muy malo.”
— Oui, mon petit Charles, je trouve que vous n′avez pas bonne mine du tout, je ne suis pas contente de votre teint, mais je ne vous demande pas cela pour dans huit jours, je vous demande cela pour dans dix mois. En dix mois on a le temps de se soigner, vous savez. A ce moment un valet de pied vint annoncer que la voiture était avancée. «Allons, Oriane, à cheval», dit le duc qui piaffait déjà d′impatience depuis un moment, comme s′il avait été lui-même un des chevaux qui attendaient. «Eh bien, en un mot la raison qui vous empêchera de venir en Italie?» questionna la duchesse en se levant pour prendre congé de nous. “Sí, Carlitos; me parece que no tiene usted muy buena cara, no me gusta el color que tiene; pero no le pido a usted que venga con nosotros dentro de ocho días se lo pido para dentro de diez meses. Bien sabe usted que en diez meses hay tiempo de cuidarse.” En ese momento, un lacayo vino a anunciar que el coche esperaba a la puerta. “¡Vamos, Oriana, a caballo!”, dijo el duque, que piafaba ya de impaciencia desde hacía un momento, como si hubiera sido uno de los caballos que esperaban. “Bueno, en una palabra, ¿qué razón le impediría a usted venir a Italia?”, preguntó la duquesa, levantándose para despedirse de nosotros.
— Mais, ma chère amie, c′est que je serai mort depuis plusieurs mois. D′après les médecins que j′ai consultés, à la fin de l′année le mal que j′ai, et qui peut du reste m′emporter de suite, ne me laissera pas en tous les cas plus de trois ou quatre mois à vivre, et encore c′est un grand maximum, répondit Swann en souriant, tandis que le valet de pied ouvrait la porte vitrée du vestibule pour laisser passer la duchesse. “Pues, mi querida amiga, que estaré muerto desde algunos meses antes. Según los médicos con quienes he consultado, a fin de año, el mal que tengo y que puede, por otra parte, llevarme en seguida no me dejará, de todas maneras, más de tres o cuatro meses de vida, y aun eso es un gran máximo”, respondió Swann sonriendo mientras el lacayo abría la puerta encristalada del vestíbulo para dejar pasar a la duquesa.
— Qu′est-ce que vous me dites là? s′écria la duchesse en s′arrêtant une seconde dans sa marche vers la voiture et en levant ses beaux yeux bleus et mélancoliques, mais pleins d′incertitude. Placée pour la première fois de sa vie entre deux devoirs aussi différents que monter dans sa voiture pour aller dîner en ville, et témoigner de la pitié à un homme qui va mourir, elle ne voyait rien dans le code des convenances qui lui indiquât la jurisprudence à suivre et, ne sachant auquel donner la préférence, elle crut devoir faire semblant de ne pas croire que la seconde alternative eût à se poser, de façon à obéir à la première qui demandait en ce moment moins d′efforts, et pensa que la meilleure manière de résoudre le conflit était de le nier. «Vous voulez plaisanter?» dit-elle à Swann. “¿Qué está usted diciendo ahí? —exclamó la duquesa deteniéndose un segundo en su marcha hacia el coche y alzando sus hermosos ojos azules y melancólicos, pero llenos de incertidumbre. Puesta por primera vez en su vida entre dos deberes tan diferentes como subir a su coche para ir a cenar fuera, y dar muestras de piedad a un hombre que se va a morir, no veía en el código de las formas sociales nada que le indicase qué jurisprudencia había de seguir, y como no sabía a cuál dar preferencia, creyó que debía hacer como si no creyese qué la, segunda alternativa hubiera de plantearse, de modo que obedecería a la primera, que en aquel momento exigía menos esfuerzos, y pensó que la mejor manera de resolver el conflicto era negarlo—. Tiene usted ganas de broma”, dijo a Swann.
— Ce serait une plaisanterie d′un goût charmant, répondit ironiquement Swann. Je ne sais pas pourquoi je vous dis cela, je ne vous avais pas parlé de ma maladie jusqu′ici. Mais comme vous me l′avez demandé et que maintenant je peux mourir d′un jour à l′autre . . . Mais surtout je ne veux pas que vous vous retardiez, vous dînez en ville, ajouta-t-il parce qu′il savait que, pour les autres, leurs propres obligations mondaines priment la mort d′un ami, et qu′il se mettait à leur place, grâce à sa politesse. Mais celle de la duchesse lui permettait aussi d′apercevoir confusément que le dîner où elle allait devait moins compter pour Swann que sa propre mort. Aussi, tout en continuant son chemin vers la voiture, baissa-t-elle les épaules en disant: «Ne vous occupez pas de ce dîner. Il n′a aucune importance!» Mais ces mots mirent de mauvaise humeur le duc qui s′écria: «Voyons, Oriane, ne restez pas à bavarder comme cela et à échanger vos jérémiades avec Swann, vous savez bien pourtant que Mme de Saint–Euverte tient à ce qu′on se mette à table à huit heures tapant. Il faut savoir ce que vous voulez, voilà bien cinq minutes que vos chevaux attendent Je vous demande pardon, Charles, dit-il en se tournant vers Swann, mais il est huit heures moins dix, Oriane est toujours en retard, il nous faut plus de cinq minutes pour aller chez la mère Saint–Euverte.» “Sería una broma de un gusto encantador —respondió irónicamente Swann—. No sé por qué le digo a usted esto; nunca le había hablado de mi enfermedad hasta aquí. Pero como me lo ha preguntado usted y ahora puedo morirme de un día a otro... Pero sobre todo no quiero que se retrasen ustedes; cenan ustedes afuera”, añadió, porque sabía que, para los demás, sus propias obligaciones mundanas están por encima de la muerte de un amigo, y se ponía en el caso de ellos, gracias a su cortesía. Pero la de la duquesa le permitía también darse confusamente cuenta de que la comida a que iba ella debía de tener menos importancia para Swann que su propia muerte. Así, mientras seguía su camino hacia el coche, dejó caer los hombros diciendo: “No se preocupe usted por esa comida. ¡No tiene ninguna importancia!” Pera estas palabras pusieron de mal humor al duque, que exclamó: “¡Vamos, Oriana, no se ponga usted de palique de esa manera y a cambiar sus jeremiadas con Swann! Así como así, bien sabe usted que la señora de Saint-Euverte quiere que la gente se diente a la mesa al dar las ocho. A ver si sabemos qué es lo que quiere usted; las caballos llevan ya sus buenos cinco minutos esperando. Perdone usted, Carlos —dijo volviéndose a Swann—, pero son las ocho menas diez. Oriana llega tarde siempre; necesitamos más de cinco minutos para llegar a casa de la tía Saint-Euverte.”
Mme de Guermantes s′avança décidément vers la voiture et redit un dernier adieu à Swann. «Vous savez, nous reparlerons de cela, je ne crois pas un mot de ce que vous dites, mais il faut en parler ensemble. On vous aura bêtement effrayé, venez déjeuner, le jour que vous voudrez (pour Mme de Guermantes tout se résolvait toujours en déjeuners), vous me direz votre jour et votre heure», et relevant sa jupe rouge elle posa son pied sur le marchepied. Elle allait entrer en voiture, quand, voyant ce pied, le duc s′écria d′une voix terrible: «Oriane, qu′est-ce que vous alliez faire, malheureuse. Vous avez gardé vos souliers noirs! Avec une toilette rouge! Remontez vite mettre vos souliers rouges, ou bien, dit-il au valet de pied, dites tout de suite à la femme de chambre de Mme la duchesse de descendre des souliers rouges». La señora de Guermantes avanzó decididamente hacia el coche y repitió un último adiós a Swann. “Mire usted, volveremos a hablar de esa; no creo ni una palabra de lo que dice, pera tenemos que hablar de ella juntas. Lo habrán asustado estúpidamente; venga usted a almorzar el día que quiera (para la señora de Guermantes, siempre se resolvía todo en almuerzos); ya me dirá usted el día y la hora”, y, recogiendo su falda raja, puso el pie en el estribo. Iba a entrar en el coche cuando, al ver aquel pie, exclamó el duque con una voz terrible: “¡Oriana!, ¿qué iba usted a hacer, desdichada? ¡Se ha dejado usted puestos los zapatas negros! ¡Con un traje rojo! Vuélvase arriba, aprisa, a ponerse los zapatos rojos, o si no —dijo al criado—, dígale usted en seguida a la doncella de la señora duquesa que baje unos zapatos rojos.”
— Mais, mon ami, répondit doucement la duchesse, gênée de voir que Swann, qui sortait avec moi mais avait voulu laisser passer la voiture devant nous, avait entendu . . . puisque nous sommes en retard . . . “Pero, amiga mío —respondió suavemente la duquesa, molesta al ver que Swann, que había querido dejar pasar el coche delante, los había oído— puesto que vamos ya con retraso...”
— Mais non, nous avons tout le temps. Il n′est que moins dix, nous ne mettrons pas dix minutes pour aller au parc Monceau. Et puis enfin, qu′est-ce que vous voulez, il serait huit heures et demie, ils patienteront, vous ne pouvez pourtant pas aller avec une robe rouge et des souliers noirs. D′ailleurs nous ne serons pas les derniers, allez, il y a les Sassenage, vous savez qu′ils n′arrivent jamais avant neuf heures moins vingt. La duchesse remonta dans sa chambre. “No, no, tenemos tiempo de sobra. Sólo son menos diez, y no tardaremos diez minutos en llegar hasta el parque Monceau. Y luego, en fin, ¿qué quiere usted?, aunque sean las ocho y media, se aguantarán; de todas maneras, no puede usted ir con un vestida rojo y zapatos negros. Par lo demás, no seremos nosotros los últimos, vamos: allí están los Sasseuage, quienes, ya sabe usted, nunca llegan antes de las nueve menos veinte.” La duquesa volvió a subir a su cuarto.
«Hein, nous dit M. de Guermantes, les pauvres maris, on se moque bien d′eux, mais ils ont du bon tout de même. Sans moi, Oriane allait dîner en souliers noirs.» “¿Eh? —nos dijo el señor de Guermantes—; bien se burla la gente de los pobres mudos, pero algo bueno tienen, de todos modos. Si no es por mí, Oriana iba a la cena con zapatos negros.”
— Ce n′est pas laid, dit Swann, et j′avais remarqué les souliers noirs, qui ne m′avaient nullement choqué. “No queda mal —dijo Swann —, y ya me había fijado yo en los zapatos negros, que no me habían chocado ni poco ni mucho.”
— Je ne vous dis pas, répondit le duc, mais c′est plus élégant qu′ils soient de la même couleur que la robe. Et puis, soyez tranquille, elle n′aurait pas été plutôt arrivée qu′elle s′en serait aperçue et c′est moi qui aurais été obligé de venir chercher les souliers. J′aurais dîné à neuf heures. Adieu, mes petits enfants, dit-il en nous repoussant doucement, allez-vous-en avant qu′Oriane ne redescende. Ce n′est pas qu′elle n′aime vous voir tous les deux. Au contraire c′est qu′elle aime trop vous voir. Si elle vous trouve encore là, elle va se remettre à parler, elle est déjà très fatiguée, elle arrivera au dîner morte. Et puis je vous avouerai franchement que moi je meurs de faim. J′ai très mal déjeuné ce matin en descendant de train. Il y avait bien une sacrée sauce béarnaise, mais malgré cela, je ne serai pas fâché du tout, mais du tout, de me mettre à table. Huit heures moins cinq! Ah! les femmes! Elle va nous faire mal à l′estomac à tous les deux. Elle est bien moins solide qu′on ne croit. Le duc n′était nullement gêné de parler des malaises de sa femme et des siens à un mourant, car les premiers, l′intéressant davantage, lui apparaissaient plus importants. Aussi fut-ce seulement par bonne éducation et gaillardise, qu′après nous avoir éconduits gentiment, il cria à la cantonade et d′une voix de stentor, de la porte, à Swann qui était déjà dans la cour: “No digo que no —repuso el duque—; pero es más elegante que sean del mismo color que el traje. Y además, puede usted estar tranquilo, que antes de que hubiera llegado allá ya se habría dado cuenta de ello, y sería yo el me hubiera visto obligado a venir a buscar los zapatos. Habría cenado a las nueve. Adiós, hijitos —dijo empujándonos suavemente—; váyanse antes de que vuelva a bajar Oriana. No es que no le guste verlos a los dos. Al contrario, es que le gusta demasiado verlos. Como los encuentre aquí todavía, va a ponerse a hablar otra vez; ya está muy fatigada, llegará muerta a la cena. Y luego, les confesaré francamente que lo que es yo me estoy muriendo de hambre. He almorzado muy mal esta mañana al bajar del tren. Verdad es que había una endiablada salsa bearnesa; a pesar de eso no me molestaría, pero ni por asomo, sentarme a la mesa. ¡Las ocho menos cinco! ¡Ah, las mujeres! Nos va a hacer enfermar del estómago a los dos. Es mucho menos fuerte de lo que se cree.” El duque no sentía el menor empacho en hablar de los achaques de su mujer y de los suyos a un moribundo, porque como los primeros le interesaban más, le parecían más importantes. Así fue solamente por educación y por desenvoltura por lo que, después de habernos acompañado amablemente, gritó en un aparte y con voz estentórea, desde la puerta, a Swann, que estaba ya en el patio
— Et puis vous, ne vous laissez pas frapper par ces bêtises des médecins, que diable! Ce sont des ânes. Vous vous portez comme le Pont–Neuf. Vous nous enterrerez tous! “Además, no se deje usted amilanar por esas estupideces de los médicos, ¡qué diablo. Son unos asnos. Está usted tan firme como el Puente Nuevo. ¡Nos enterrará a todos!”